"La muerte de la feminidad rusa"
artículo de Dmitry Shlapentokh (profesor de ruso en Indiana State University. Especialista en historia de la URSS)
publicado en abril de 2007 en el periódico El Nuevo Diario de Nicaragua
tomado del blog Futuro Rojo
artículo de Dmitry Shlapentokh (profesor de ruso en Indiana State University. Especialista en historia de la URSS)
publicado en abril de 2007 en el periódico El Nuevo Diario de Nicaragua
tomado del blog Futuro Rojo
Valentina Tereshkova, la primera cosmonauta soviética de sexo femenino --de hecho, la primera mujer en ir al espacio-- recientemente celebró su septuagésimo cumpleaños. En una entrevista, manifestó su único deseo: volar a Marte, incluso con un boleto de ida. Fue un deseo implícito de una forma espectacular de suicidio, por una razón espectacularmente prosaica: la pérdida, experimentada por miles de mujeres rusas de su generación, de la base existencial de su vida.
La generación de Tereshkova, si bien abarcó casi la totalidad de la era del régimen soviético, había sido criada en la tradición de la feminidad rusa. Mucho más antigua que el régimen soviético, esta tradición hace hincapié en un espíritu de sacrificio --no sólo por los seres queridos, sino también por las grandes causas como la revolución, el Estado, la ciencia o el arte-- que es profundamente hostil a la acumulación de dinero y bienes materiales como objetivo en la vida.
Después de la “perestroika” y del colapso de la URSS en 1991, estas mujeres no cambiaron sus vidas ni sus actitudes. No maldijeron lo que habían glorificado en el pasado ni abrazaron lo que alguna vez habían condenado. No participaron en la “privatización” de la propiedad del Estado ni entraron en el mundo del espectáculo para ganar dinero.
Estas mujeres --y Tereshkova, sin dudas, es una de ellas-- estaban sorprendidas por los cambios que veían ante sus ojos. De hecho, el colapso del régimen soviético probablemente no fue tan horroroso para ellas como la creciente prostitución de la vida diaria, ya que negaba el significado de Rusia y de la feminidad rusa.
¿Qué podría pensar, entonces, una mujer de la generación de Tereshkova sobre los cambios durante la presidencia de Vladimir Putin?
Habría que ser justo con el régimen de Putin. Junto con sus restricciones a la libertad y su drástico incremento en el poder de la burocracia del Kremlin, Putin ha fiscalizado el ascenso de una clase media rusa que cada vez se parece más a las clases medias occidentales. No hubo un “retorno” a los tiempos soviéticos o pre-revolucionarios, a pesar de los intentos del régimen de apropiarse de los símbolos de la Rusia zarista. Las prostitutas que hacían fila en el centro de Moscú en la era de Yeltsin han desaparecido y “vestirse para matar” para una caminata informal ha pasado de moda. Pero el régimen de Putin sigue pareciéndose más a la época de Yeltsin que a cualquier otro período anterior.
Lo mismo sucede con la mayor parte de la nueva generación de mujeres (y hombres) rusos: en sus mentes modernas y calculadoras, existe poco espacio para el sacrificio, ya sea por la familia, el arte, la cultura o la ciencia. En consecuencia, la era Putin se ha vuelto absolutamente estéril ya que no produce grandes obras de ciencia, literatura o arte. Estas actividades sencillamente pasaron de moda, algo que nunca sucedió en la historia moderna rusa, ni siquiera en los días más oscuros de las purgas de Stalin.
Este mundo culturalmente disecado es mucho más ajeno que el desierto rojo del paisaje marciano con el que Tereshkova y sus amigos cosmonautas --incluso su marido-- soñaron en su juventud. El colapso del país por el cual vivió subraya su abrumadora sensación de tragedia.
Esto tal vez le resulte extraño a la mentalidad occidental, para la cual los grandes logros espaciales soviéticos y la URSS existían como entidades separadas: si bien todos elogiaban la ciencia soviética, muy pocos admiraban a la URSS totalitaria. Pero para Tereshkova y otras mujeres de su generación, el gran Estado soviético y los logros audaces de la ciencia soviética eran inseparables. La gran expansión del imperio soviético permitió la exploración por parte de la humanidad del cosmos y su potencial expansión más allá de la Tierra.
Es comprensible que el colapso del país, y del espíritu que nutrió a los intelectuales rusos --más allá de sus creencias políticas-- durante generaciones, le resulte intolerable a Tereshkova y a la gente como ella. Pero el sueño de Tereshkova de viajar a Marte no es sólo nostalgia suicida por un tiempo en el que era joven y estaba rodeada de gente dispuesta a sacrificar su vida por una causa mayor.
En realidad, la alusión a la exploración espacial tiene otra dimensión: los logros de cualquier persona grande no están limitados al propio tiempo o lugar de origen y se pueden transmitir a otras culturas y generaciones. El sueño de Tereshkova es un símbolo no sólo de su desesperación, que es la desesperación de las mentes creativas en la Rusia de hoy, sino de la constante creencia en el gran potencial del espíritu humano.
La generación de Tereshkova, si bien abarcó casi la totalidad de la era del régimen soviético, había sido criada en la tradición de la feminidad rusa. Mucho más antigua que el régimen soviético, esta tradición hace hincapié en un espíritu de sacrificio --no sólo por los seres queridos, sino también por las grandes causas como la revolución, el Estado, la ciencia o el arte-- que es profundamente hostil a la acumulación de dinero y bienes materiales como objetivo en la vida.
Después de la “perestroika” y del colapso de la URSS en 1991, estas mujeres no cambiaron sus vidas ni sus actitudes. No maldijeron lo que habían glorificado en el pasado ni abrazaron lo que alguna vez habían condenado. No participaron en la “privatización” de la propiedad del Estado ni entraron en el mundo del espectáculo para ganar dinero.
Estas mujeres --y Tereshkova, sin dudas, es una de ellas-- estaban sorprendidas por los cambios que veían ante sus ojos. De hecho, el colapso del régimen soviético probablemente no fue tan horroroso para ellas como la creciente prostitución de la vida diaria, ya que negaba el significado de Rusia y de la feminidad rusa.
¿Qué podría pensar, entonces, una mujer de la generación de Tereshkova sobre los cambios durante la presidencia de Vladimir Putin?
Habría que ser justo con el régimen de Putin. Junto con sus restricciones a la libertad y su drástico incremento en el poder de la burocracia del Kremlin, Putin ha fiscalizado el ascenso de una clase media rusa que cada vez se parece más a las clases medias occidentales. No hubo un “retorno” a los tiempos soviéticos o pre-revolucionarios, a pesar de los intentos del régimen de apropiarse de los símbolos de la Rusia zarista. Las prostitutas que hacían fila en el centro de Moscú en la era de Yeltsin han desaparecido y “vestirse para matar” para una caminata informal ha pasado de moda. Pero el régimen de Putin sigue pareciéndose más a la época de Yeltsin que a cualquier otro período anterior.
Lo mismo sucede con la mayor parte de la nueva generación de mujeres (y hombres) rusos: en sus mentes modernas y calculadoras, existe poco espacio para el sacrificio, ya sea por la familia, el arte, la cultura o la ciencia. En consecuencia, la era Putin se ha vuelto absolutamente estéril ya que no produce grandes obras de ciencia, literatura o arte. Estas actividades sencillamente pasaron de moda, algo que nunca sucedió en la historia moderna rusa, ni siquiera en los días más oscuros de las purgas de Stalin.
Este mundo culturalmente disecado es mucho más ajeno que el desierto rojo del paisaje marciano con el que Tereshkova y sus amigos cosmonautas --incluso su marido-- soñaron en su juventud. El colapso del país por el cual vivió subraya su abrumadora sensación de tragedia.
Esto tal vez le resulte extraño a la mentalidad occidental, para la cual los grandes logros espaciales soviéticos y la URSS existían como entidades separadas: si bien todos elogiaban la ciencia soviética, muy pocos admiraban a la URSS totalitaria. Pero para Tereshkova y otras mujeres de su generación, el gran Estado soviético y los logros audaces de la ciencia soviética eran inseparables. La gran expansión del imperio soviético permitió la exploración por parte de la humanidad del cosmos y su potencial expansión más allá de la Tierra.
Es comprensible que el colapso del país, y del espíritu que nutrió a los intelectuales rusos --más allá de sus creencias políticas-- durante generaciones, le resulte intolerable a Tereshkova y a la gente como ella. Pero el sueño de Tereshkova de viajar a Marte no es sólo nostalgia suicida por un tiempo en el que era joven y estaba rodeada de gente dispuesta a sacrificar su vida por una causa mayor.
En realidad, la alusión a la exploración espacial tiene otra dimensión: los logros de cualquier persona grande no están limitados al propio tiempo o lugar de origen y se pueden transmitir a otras culturas y generaciones. El sueño de Tereshkova es un símbolo no sólo de su desesperación, que es la desesperación de las mentes creativas en la Rusia de hoy, sino de la constante creencia en el gran potencial del espíritu humano.