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    "España y el franquismo" - artículo de Carlos París - publicado en 2007 en el diario Público - en los mensajes: "El proyecto republicano", artículo de 2010 del mismo autor

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    pedrocasca
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    Mensaje por pedrocasca Sáb Abr 06, 2013 7:54 pm

    España y el franquismo

    artículo de Carlos París (filósofo y escritor) publicado en 2007 en el diario Público

    Aunque más de uno opine lo contrario, la dictadura franquista dejó profundas huellas en nuestra sociedad, que penosamente aún permanecen. Al afirmar semejante perduración, no me refiero a los entusiastas de aquella execrable época, que, brazo en alto, se oponen a que las estatuas del Caudillo sean retiradas de calles y plazas. Tampoco aludo a las increíbles resistencias –sólo comprensibles desde un criptofranquismo– con que tropieza la elemental necesidad de hacer justicia a la historia de la II República, su derribo violento y la siguiente y larguísima represión, pretextando que ello puede “abrir heridas”. Lo que pretendo sacar a luz es el modo en que muchas actitudes anímicas e importantes equívocos conceptuales lastran nuestra sociedad, arrastrando la rémora de la dictadura.

    Tal ocurre con la autoritaria tendencia al abuso del poder, ejercido en los más distintos ámbitos por sujetos que actúan como herederos de los viejos impunes ‘jerarcas’, y con la amplitud de la corrupción, que cubre tantos campos. Asimismo es significativa la prepotencia con que la ‘jerarquía’ eclesiástica –ahora este término abusado pintorescamente en el lenguaje falangista es usado en su religioso sentido exacto– se dirige a la ciudadanía y a los gobiernos. Todo ello forma parte de lo que se ha designado, a veces, como el “franquismo sociológico”. Pero, en estos momentos, aquello que querría examinar es un equívoco, hoy lleno de consecuencias: el modo en que el franquismo se apropió de la idea de España, arrancándola a su verdadera realidad. Aquella que podemos observar en los partes de guerra de la República. En ellos, las fuerzas que la defienden son designadas como “fuerzas españolas” y el ejército franquista es calificado de fuerzas “invasoras”. Quizá ello pueda parecer exagerado, pero resulta mucho más justo que considerar como ‘nacionales’ a los sublevados, apoyados por los fascistas italianos, la Legión Cóndor y los soldados marroquíes, y globalmente como ‘rojos’ a quienes luchaban a favor del Gobierno legítimamente elegido por el pueblo español, y se encontraban apoyados sólo por el contingente, mucho más reducido y, sin duda, espontáneo, de las Brigadas Internacionales. Gernika no fue arrasada por la aviación de la República española, sino por la Legión Cóndor; y si hay que pedir perdón por este crimen sería al Gobierno alemán a quien tendrían que urgírselo. De una parte, estaban los trabajadores, el proletariado industrial y agrícola junto a las clases medias progresistas y los militares leales, pugnando por una España más justa y creadora; de otra, los militares traidores, los pequeños y grandes propietarios rurales, las clases medias aferradas al miedo a la innovación y los capitalistas que financiaban la sublevación. ¿Quién representaba más fielmente la realidad de España?

    Aquellos que precisamente fueron denostados como la Anti-España, un mito que se utilizó como un ariete en la posguerra y que curiosamente comprendía a la mayoría de la población española. Desde los pacíficos representantes de la Institución Libre de la Enseñanza, pintorescamente motejados de “afeminados y rusófilos” en textos de la época, a las masas obreras, que, como alguien dijo, no se podían exterminar porque sus brazos mantenían las industrias y laboraban las tierras. Desde los maestros a los profesores que estaban levantando una nueva universidad. Desde los descreídos a los cristianos ‘progres’. Desde los soñadores de una España crítica y actualizada y las combatientes por los derechos de la mujer frente al papel subordinado que la Sección Femenina les asignaba, a los defensores de las culturas vasca, catalana, gallega, que hablaban lenguas, según la terminología de la época, no “cristianas”, ni “españolas”. Resultaba que tal multitud de nacidos y habitantes de la piel de toro no eran españoles sino extraterrestres disfrazados de hispanos. Aunque se confiaba en que las nuevas generaciones gracias a la ‘Formación del Espíritu Nacional’ llenarían nuestro suelo de verdaderas legiones de auténticos españoles. Una asignatura que nunca condenó la Iglesia, a diferencia de la Educación para la Ciudadanía. No era el mítico rapto de Europa por Zeus, sino el de España por Francisco Franco. España arrebatada a la colectividad de los españoles. Operación que se prolonga en las actitudes de los líderes del PP. España es una propiedad, cuyos límites se fijan en encogidos términos. Y quien quiera mirar más allá de ellos pone en peligro su unidad y realidad.

    La consecuencia ha sido el desprestigio del concepto de España, falsamente identificado con el franquismo y con el centralismo, hasta el punto de rehuir su concepto por parte de muchos que se consideran progres o sienten marginada su cultura y personalidad histórica, para sustituirlo ridículamente por el término de “Estado Español”. Hay que rescatar España y devolverla a su ciudadanía. Sustituir la entelequia forjada desde los intereses de las clases dominantes por la realidad formada por los hombres y mujeres que debemos decidir nuestro destino.

    Porque, definitivamente, si queremos hablar de la pluralidad de España no podemos pensar sólo en su composición integrada por diversas nacionalidades o naciones –no hay que escandalizarse por el uso de este término– y prescindir del protagonismo de las clases sociales. No es la misma la España de los grandes beneficiarios del capital y la de los trabajadores de la industria, del campo y de la cultura. Y es ésta la que nos puede conducir a la Patria, más auténtica y universal, la de la justicia. Aquella con cuya invocación cierra Bloch su gran libro El principio esperanza.



    Última edición por pedrocasca el Sáb Abr 06, 2013 8:18 pm, editado 1 vez
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    pedrocasca
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    Mensaje por pedrocasca Sáb Abr 06, 2013 8:01 pm

    Hay en el Foro mas temas con textos del filósofo Carlos París. Se localizan con la utilización del buen Buscador del Foro o con el conocido Google.

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    Carlos París
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    Mensaje por pedrocasca Sáb Abr 06, 2013 8:17 pm

    El proyecto republicano

    Carlos París (Filósofo y escritor. Presidente del Ateneo de Madrid)

    publicado en Diario Público en 2010

    Que gran parte de nuestra ciudadanía se encuentra cada vez más escéptica ante la política es un hecho manifiesto. Y, si contemplamos el espectáculo que últimamente se nos ofrece, no es de extrañar tan penosa situación. Ante la actual crisis nos encontramos, por una parte, con un Gobierno que, carente de iniciativa, no dictamina más medidas que aquellas que le son dictadas por los grandes mercados financieros y sus directivos, altamente perjudiciales para la mayoría de la sociedad y contradictorias con la ideología que dice profesar. Por otra, una oposición, la del PP, que critica implacablemente dichas medidas, pero que no ofrece otra alternativa que no sea la de reducir impuestos y, consiguientemente, dañar aún más a los trabajadores y clases medias, disminuyendo los servicios sociales. Ya antes, año tras año, venimos asistiendo a debates parlamentarios en los cuales, bajo el reinado de un bipartidismo impuesto y nada representativo, la política parece quedar reducida a la confrontación entre PSOE y PP con discursos, que, en gran medida, se limitan a un intercambio de reproches sobre quién lo hace hoy mal o lo hizo peor en pasados tiempos. Y así, cuando las acciones de protesta, como la última huelga, son convocadas, hemos podido oír a más de uno que no participa “porque ello no sirve de nada”.

    Ahora bien, si queremos diagnosticar la última raíz de nuestro evidente malestar político, yo diría que se sitúa en la falta de un proyecto histórico que atraiga el interés popular. Y, sin embargo, este proyecto capaz de abrir un futuro mejor ha existido y sigue alentándose bajo el actual reinado de la mediocridad oficial. Es el que representó la II República y que fue criminalmente yugulado. Aunque siguió vivo en la oposición a la dictadura, para naufragar, desdichadamente, en las componendas de la Transición.

    La II República española, en efecto, no significó sólo un cambio en la concepción de la Jefatura de Estado, al sustituir la arcaica forma de transmisión por herencia sanguínea de las monarquías –con una monarquía, además, corrompida y decrépita– por una Presidencia democrática. Constituyó el esfuerzo, aupado por el mundo de una floreciente cultura y por las masas históricamente relegadas, de acometer los grandes problemas que, bajo el poder de las clases dominantes, venía arrastrando nuestra vida colectiva. Heredaba tal empeño la larga crítica del anquilosamiento español realizada desde el siglo XIX por la intelectualidad innovadora, por los movimientos obreros y feministas, por los nacionalismos.

    Y, al llevarlo a la práctica, se atacaron males ancestrales. Por ejemplo, el abandono de la enseñanza pública en la vieja política, mediante la creación de 13.570 escuelas en dos años y la mejora de la situación de los maestros en ingresos, en dignidad y en la atención a su formación. Se trató de remediar la injusta distribución de la tierra mediante la Ley de Reforma Agraria. Se proclamó rotundamente la soberanía de un Estado laico frente a la retardataria gravitación del poder eclesiástico sobre nuestra historia. Se concedió a las mujeres el derecho al voto, conquista que todavía se encontraba inalcanzada en otros países democráticos. Y se abrió paso a las reivindicaciones nacionales a través de los estatutos de autonomía.

    En otros ámbitos, se prosiguieron y culminaron avances ya emprendidos en el despertar de nuestra sociedad, en el florecimiento cultural que, desde la mitad del siglo XIX, se había ido produciendo en literatura, en ciencia, en arte, en teatro. Y se llevó la cultura a los pueblos en las Misiones Pedagógicas, en La Barraca, en el Teatro Proletario. Y, de un modo decisivo, se asentó una vida pública basada en la austeridad y la honradez, frente a la corrupción que se había extendido desde la corona a los más diversos campos.

    Pero, al rememorar la II República, lo pertinente como lección actual no consiste en ponderar sus logros- o reconocer sus limitaciones y errores; lo decisivo es hacer hincapié en la voluntad de afrontar los problemas y crear una nueva realidad española, rompiendo el estancamiento en que las clases dominantes habían sumido al país. En la visión de la tarea política como un proyecto creador. Como un debate entre proyectos de futuro, ya que, evidentemente, dentro de la República coexistían muy diversas concepciones, capaces de ser discutidas. Y es esta marcha hacia nuevos horizontes lo que atrajo, por encima de las grandes diferencias de orientación, un fervor popular, una entusiasmada esperanza, y permitió una defensa heroica por parte del pueblo frente a ejércitos mucho más poderosos. Y es lo que hoy día falta en una política sin alas. Y hace que unos se desengañen y otros se orienten, como escapatoria, hacia las ilusiones de un aislamiento separatista.

    Pero el aplastamiento bélico de la II República no derrotó sus necesarios ideales. Siguieron vivos en la oposición a la dictadura. Bajo su brutal represión se desarrollaron los movimientos obreros, universitarios, feministas. Floreció una importante creación cultural en el cine, el teatro, la literatura, el pensamiento, y brotó la solidaridad unitaria propia de la lucha. Se dibujaba la posibilidad de una nueva España, unidos sus pueblos en una república federal, en la que el capitalismo fuera superado y en que la política internacional se guiara por el apoyo al Tercer Mundo. La III República es el proyecto que hoy día puede devolver la ilusión a muchos ciudadanos desencantados, superando la herencia de la dictadura.

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