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    "El debate de la prostitución" - artículo de Carlos París publicado en 2009 en el diario Público - en los mensajes: "Las claudicaciones de la izquierda", artículo de 2007 del mismo autor

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    pedrocasca
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    Mensaje por pedrocasca Sáb Abr 06, 2013 8:34 pm

    El debate de la prostitución

    Carlos París***

    diario Público - año 2009

    ¿Regular el ejercicio de la prostitución? ¿O erradicarla? Si queremos orientar el debate por un camino humana y éticamente correcto –más allá de los importantes intereses que en este terreno se mueven y de las fáciles soluciones conformistas, que no contrarían a tales intereses–, habría que partir de dos principios básicos. En primer lugar, los seres humanos no pueden ser considerados y tratados como mercancías. En segundo lugar, la utilización del propio cuerpo, para la prestación de servicios sexuales, económicamente retribuidos, no es un trabajo. A estos dos principios negadores podríamos añadir un tercero de carácter afirmativo: las relaciones sexuales entre seres humanos, en una sociedad emancipada, deben ser libres, mutuamente consentidas y desarrolladas en condiciones de igualdad.
    El primer axioma difícilmente será negado. Su no aceptación representaría rebajar absolutamente la dignidad propia de la condición humana y entrar en contradicción con todas las declaraciones de los derechos humanos. Sin embargo, sólo ha sido reconocido tras la larga lucha que abolió la esclavitud. Una institución que fue defendida como “natural”desde Aristóteles y vindicada como fuerza de trabajo necesaria para mantener la economía. Y aún subsiste en ocultas formas de esclavitud laboral. Y también en la práctica de la prostitución. Muy llamativa y masivamente en el tráfico de mujeres. Conducidas desde países del Este de Europa, después de que estos accedieron a los beneficios del capitalismo, desde África, desde Iberoamérica, engañosamente, bajo pretendidas ofertas de trabajo, para ser obligadas a ejercer como prostitutas en condiciones de singular coacción y violencia. Una situación criminal que es responsable del 90% de la prostitución en España. El reconocimiento de la perversión que semejante comercio supone ha llevado, hoy día, a la persecución legal y policial de semejante actividad. Aunque la eficacia con que es combatida resulta muy débil.

    Pero la falta de libertad no se reduce a estas situaciones extremas de coacción, engaño y violencia. Una fuente de la prostitución es la miseria. Gran número de mujeres, partiendo de la pobreza extrema, se han dedicado a tal actividad, como posibilidad de subsistir y, en el caso de las madres, de atender a sus hijos. Otra situación, más minoritaria, es la de transexuales que no encuentran otra forma de sobrevivir. En estos casos podríamos hablar de prostitución voluntaria, pero no libre, en cuanto no se da una coacción física pero sí unas condiciones económicas que obligan a elegir un ingrato destino que, sin ellas, no se hubiera deseado. Y queda, finalmente, el reducido ámbito de la prostitución de lujo. Mujeres que, sin padecer pobreza, se entregan a esta práctica, a fin de disfrutar de bienes a que no accederían por otra vía. Sin embargo, bajo la pretensión de libertad, no de deja de actuar la sutil e invasora propaganda que ilusiona con el escaparate de tentadoras formas de vida y de fácil éxito.

    Ciertamente, no deja de haber prostitutas que se declaran libres, aunque, a veces, bajo la declaración, se descubre la presión de los beneficiarios del negocio. Surge, entonces, la propuesta de mantener su situación, pero mejorarla, convirtiéndolas en “trabajadoras del sexo”. Propuesta capciosa y conformista, que favorece a los empresarios del sexo. Sin embargo, en ella el cuerpo de la mujer sigue siendo una mercancía y no se puede considerar a la prostitución como un trabajo, tal como declararon las Naciones Unidas, en el año 2003.

    Pero, más importante que los argumentos de autoridad, me parece el análisis comparativo del trabajo con la práctica de la prostitucion, en que se revela una diferencia esencial entre ambas realidades. En una actividad laboral se vende “la fuerza de trabajo”, como decía Marx. Pero no el cuerpo y la realidad personal. Aquello que se vende es algo exterior, una actividad que es retribuida. Y que puede ser tanto una actividad física, en el trabajador manual, como intelectual en las profesiones llamadas liberales. En la prostitución aquello que está en venta –o alquiler– es el propio cuerpo, que se entrega al prostituidor. Y el cuerpo no es separable de la personalidad, del ego y la individualidad.

    Un elemento clave en el debate sobre la prostitución es el reconocimiento de la degradación deshumanizadora que implica la relación sexual mercantilizada. Y que hace inaceptable su práctica en una sociedad de personas libres. El cuerpo de la prostituida, en cuanto objeto de pago, se convierte objetivamente –quiérase reconocerlo o no– en una mercancía. Y el prostituidor se despoja de su personalidad para convertirse en puro dinero. En caricatura, podríamos sustituir su cabeza por una bolsa de monedas.

    La relación es de asimetría, frente a la igualdad que debe regir las relaciones sexuales entre humanos. Y de claro dominio. El prostituidor tiene el poder económico y satisface su voluntad. La prostituida sólo posee su cuerpo desnudo y ofrendado al poderoso. Muchas veces, hasta quedar exhausta de múltiples entregas. Nos encontramos en la culminación del patriarcado. Pero, del mismo modo que la alienación en los Manuscritos de Marx no sólo afectaba al proletario, sino también al capitalista, aquí la degradación se extiende de la víctima al varón prostituidor, dominado por incontenibles impulsos y reducido a un saco de monedas.

    ¿No se ha abolido la esclavitud? Liberar a nuestra sociedad de estos viejos atavismos para crear un mundo de seres libres, es lo que defendemos, junto a los grupos feministas, el colectivo de hombres abolicionistas.


    ***Carlos París es presidente del Ateneo de Madrid. Filósofo y escritor. Nacido en Bilbao en 1925.




    Última edición por pedrocasca el Sáb Abr 06, 2013 8:41 pm, editado 1 vez
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    Mensaje por pedrocasca Sáb Abr 06, 2013 8:38 pm

    Hay en el Foro mas temas con textos del filósofo Carlos París. Se localizan con la utilización del buen Buscador del Foro o con el conocido Google.

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    Carlos París


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    Mensaje por pedrocasca Sáb Abr 06, 2013 8:40 pm

    Las claudicaciones de la izquierda

    artículo de Carlos París

    publicado en diario Publico en 2007

    Pocas cosas en el mundo actual me parecen tan sorprendentes como la contradicción interna que la política abriga. Por una parte el manifiesto fracaso del capitalismo para resolver los graves problemas sociales de la humanidad y, por otra, la creciente ceguera para percibir este fracaso y reaccionar ante él. ¿Es la que denunciaba Saramago en su lúcido Ensayo sobre la ceguera? Y en esta ceguera se mueve a tientas una izquierda que ha perdido el vigor de sus grandes convicciones, aquellas con que se erguía anunciando la posibilidad de un mundo mejor.

    Cuando me he referido al fracaso del capitalismo no aludía, ciertamente, a sus beneficiarios. El orden actual, con toda su injusticia, constituye un enorme éxito que corona triunfalmente sus luchas, especialmente virulentas desde los ochenta, bajo la dirección de la trinidad Reagan, Thatcher, Wojtyla. Ni pienso sólo en la actual crisis mundial. Las periódicas crisis forman parte de la dinámica del capitalismo, como ya vió Marx.

    Pensaba en el panorama desolador, que, en medio de un enorme desarrollo científico y técnico, se extiende ante nuestros ojos, cuando contemplamos la sociedad planetaria, con los mil millones de seres humanos que sufren el flagelo del hambre, en el Tercer Mundo, y en las bolsas de miseria del Primero, y con muchos más que llevan una vida inhumana. Y que, cuando tratan de huir de la miseria, se encuentran con los muros levantados por el Primer Mundo. Todo ello mientras no faltan alimentos, sino las medidas que, permitan desarrollar su producción y distribución, obstaculizadas por los intereses de las multinacionales. Hace ya años René Lenoir lo documentaba en su lúcido libro Le Tiers Monde peut se nourrir. Y Susan George explicaba que la raíz del hambre mundial no se encuentra sino en el precio especulativo de los alimentos. Hoy el Primer Mundo, más preocupado por el funcionamiento de sus vehículos que por el hambre, ha descubierto los biocombustibles. Pero, como recientemente explicaba Ziegler, con la cantidad de maíz que es precisa para llenar el depósito de un coche se podría alimentar, durante un año, no a la “niña de Rajoy”, pero si a un niño o niña mejicanos.

    Y pensaba en los hirientes contrastes que en el mundo industrial se dan entre las clases sociales. Según el economista Stiglitz, “a finales del siglo XX el número de pobres aumentó en cien millones, al mismo tiempo que la renta mundial total crecía según un promedio del 2,5”. Todo un fracaso del devotamente cantado desarrollo, que obliga a pensar, más allá de los lugares comunes que se han impuesto a las mentes. Porque a la incapacidad para contemplar la realidad se une la asunción de los más viejos tópicos de la derecha, triunfantemente lanzados por los beneficiarios del actual orden, y asimilados por políticos y pensadores que se consideran progresistas y por las resignadas multitudes, incapaces de luchar por una sociedad mejor. Recordando el concepto de hegemonía ideológica de Gramsci hemos de reconocer que la derecha se ha impuesto en este terreno de combate, del cual es preciso desplazarla.

    El primero y decisivo de estos victoriosos tópicos es la afirmación de que no existe más manera de organizar la vida económica y social que la representada por el capitalismo. Incluso mentes tan críticas y documentadas como la de Vidal Beneyto mantienen que no cabe otra posibilidad sino escoger entre las diversas formas del capitalismo, representadas por Europa, por EEUU y por China, pronunciándose a favor del modelo europeo. Pero en la realidad de la Unión Europea se acusa un creciente deterioro de los avances con que la socialdemocracia, aun sin tratar de eliminar el capitalismo, pretendía hacerlo algo más habitable mediante medidas sociales de protección a los más desfavorecidos. Un exponente de ello es la propuesta de la jornada de sesenta y cinco horas, en que culmina la agresión a los trabajadores que Lidia Falcón ya exponía lúcidamente en su libro, Proletarios del mundo, ¡rendíos!

    Hoy día nuestro presidente del Gobierno Central ha declarado que no piensa tomar ninguna medida que suponga una intervención en el mercado. La idea de que el mercado está gobernado por un mano mágica que produce el universal beneficio es otro de los grandes tópicos difundidos por la derecha que falsean la realidad. Ya hace muchos años Einaudi demostró cómo los oligopolios dominaban el espacio mercantil y, en nuestros días, cada mañana nos sorprende la noticia de una fusión de grandes empresas, llamadas a aumentar a nuestra costa sus beneficios, imponiéndose en el mercado.

    La libertad que la Revolución Francesa reclamaba para el ciudadano y Olimpia de Gouges exigía para la ciudadana, la que Marx vindicaba cuando afirmaba que “el libre desarrollo de cada uno es condición del libre desarrollo de los demás”, se ha convertido, hecha caricatura esperpéntica, en libertad de la empresa para incrementar sin límite sus beneficios, falta de control social. Y al mismo tiempo se extiende la mitología de la privatización, que en nuestra Comunidad madrileña bajo la dirección de Esperanza Aguirre, trata de arrollar la sanidad y la enseñanza públicas y arrinconar a la Universidad abierta a toda la población. Y en una práctica ampliamente extendida se convierte en “externalización de servicios” que aumentando costes, sólo benefician a las empresas privadas.

    Hace tiempo escribí que la izquierda, tras sus derrotas, estaba presa del síndrome de Estocolmo. Y, sin embargo, nunca sus ideales y su proyecto han sido tan necesarios. Como afirmaba Rosa Luxemburgo, “socialismo o barbarie”. Y hoy nos invade la barbarie.

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