"¿Es posible el capitalismo sostenible?"
texto de James O'Connor (Profesor de la Universidad de California y editor de la revista Capitalism, nature, socialism)
Traducción realizada por el profesor Guillermo Castro Herrera
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---mensaje nº 1---
Introducción
Hay pocas expresiones tan ambiguas como las de "capitalismo sostenible" y otros conceptos asociados, tales como "agricultura sostenible", "uso sostenible de la energía y los recursos" y "desarrollo sostenible". Esta ambigüedad recorre la mayor parte de los principales discursos contemporáneos sobre la economía y el ambiente: informes gubernamentales y de las Naciones Unidas; investigaciones académicas; periodismo popular y pensamiento político "verde". Esto lleva a muchas personas a hablar y escribir acerca de la "sostenibilidad": la palabra puede ser utilizada para significar casi cualquier cosa que uno desee, lo que constituye parte de su atractivo.
"Capitalismo sostenible" tiene una connotación a la vez práctica y moral. ¿Existe acaso alguien en su sano juicio que pueda oponerse a la "sostenibilidad"? El significado más elemental de "sostener" es "apoyar", "mantener el curso", o "preservar un estado de cosas". ¿Qué gerente corporativo, ministro de finanzas o funcionario internacional a cargo de la preservación del capital y de su acumulación ampliada rechazaría asumir como propio este significado? Otro significado es el de "proveer de alimento y bebida, o de medios de vida". ¿Qué trabajador urbano mal pagado, o qué campesino sin tierra rechazaría este significado? Y otra definición es la de "persistir sin ceder". ¿Qué pequeño agricultor o empresario no se resiste a "ceder" ante los impulsos expansionistas del gran capital o del estado, enorgulleciéndose por su "persistencia"? Estamos en presencia de una lucha a escala mundial por determinar cómo serán definidos y utilizados el "desarrollo sostenible" o el "capitalismo sostenible" en el discurso sobre la riqueza de las naciones. Esto quiere decir que la "sostenibilidad" es una cuestión ideológica y política, antes que un problema ecológico y económico.
El análisis que se hace aquí utiliza el término "sostener" en los tres sentidos indicados: "sostener el curso" de la acumulación capitalista a escala global; "proporcionar medios de vida" a los pueblos del mundo, y "sostenerse sin ceder" por parte de aquellos cuyas formas de vida están siendo subvertidas por las relaciones salariales y mercantiles. En esta perspectiva, el problema del capitalismo sostenible se refiere en parte a la posibilidad -o no- de que la sostenibilidad definida de estas tres maneras pueda ser alcanzada, y a cómo podría lograrse tal cosa.
Existe un cuarto sentido para "sostener": el que se refiere a la "sostenibilidad ecológica", aún cuando es escaso el acuerdo entre los científicos de la ecología respecto al significado preciso de esta expresión. Por ejemplo, la biodiversidad o la "salud del planeta" rara vez son problematizadas en términos de la ciencia ecológica y de las ideologías subyacentes a esta ciencia, como tampoco ocurre con la expresión "crisis ecológica", tan ampliamente utilizada por escritores populares sin el beneficio de una definición precisa. Los ecólogos de poblaciones y los biólogos de la conservación correlacionan por lo general cambios en la población de una determinada especie, cambios en la "capacidad de carga", definida de manera estrecha en términos de las necesidades de esa especie, y algún coeficiente que mide la relación entre la especie y la capacidad de carga en cuestión por un lado, y el resto del ecosistema del que esa especie podría depender por el otro. Todos estos términos poseen alguna capacidad explicativa. Sin embargo, tal multiplicidad de determinantes implica que no existe forma evidente de saber con certeza si las amenazas a una especie provienen de ella misma, por así decirlo, o de transformaciones en el conjunto del ecosistema debido, por ejemplo, a la intrusión de otras especies. Si esto es así, hablar acerca de la "sostenibilidad" de especies en particular puede resultar menos preciso de lo que parecía a primera vista, y el concepto de "crisis ambiental" puede resultar más problemático.
Estas ambigüedades se acentúan cuando los ecólogos o los Verdes combinan las dimensiones social y económica con la biofísica, y debaten acerca de la "sostenibilidad" de ecosistemas o regiones enteras. En la región de la bahía de Monterrey, California, por ejemplo, la excesiva extracción de aguas subterráneas ha hecho disminuir el nivel de los acuíferos, ocasionando salinización debido al agua de mar, lo que a su vez amenaza la viabilidad de la agricultura. ¿Constituye esto una "crisis"?
En términos económicos no, si la región importa agua. De hecho, el agua importada puede insuflar nueva vida a la agricultura local y al desarrollo industrial, comercial y residencial. "Agricultura sostenible" significa una cosa desde una perspectiva biorregional estricta, y otra si la perspectiva es ampliada para incluir a otras biorregiones. En este caso particular, el debate en torno al agua tiene que ver menos con la "sostenibilidad" del capital agrícola local y de la calidad del agua, y más con normas de juicio relativas al tipo de comunidad y de cultura que los habitantes de la región desean tener: en el caso de Pajaro Valley, por ejemplo, se trata de escoger entre preservar su actual sabor mexicano, o abrirlo más a la población trabajadora de Silicon Valley, al otro lado de la cordillera litoral.
Si se define "sostener" de estas cuatro maneras, la respuesta breve a la pregunta "¿es posible el capitalismo sostenible"? es "no", y la larga es "probablemente no". El capitalismo tiende a la autodestrucción y a la crisis; la economía mundial crea una mayor cantidad de hambrientos, de pobres y de miserables; no se puede esperar que las masas de campesinos y trabajadores soporten la crisis indefinidamente y, como quiera que se defina la "sostenibilidad", la naturaleza está siendo atacada en todas partes.
En este artículo se examina alguna evidencia relativa al problema del "capitalismo sostenible", haciendo énfasis en algunos de los diferentes conceptos de "sostenibilidad" planteados por los Verdes y por el sector empresarial. Ofrecemos un breve recuento de las condiciones de sostenibilidad económica (o de rentabilidad y acumulación), para discutir enseguida la "primera" contradicción del capitalismo -o contradicción "interna"-, y la naturaleza de la acumulación capitalista, cargada de episodios de crisis y dependiente de las crisis. A esto se agrega un breve examen del proceso de formación de una crisis mundial en la década de 1980, y se plantea que las perspectivas de una gestión económica global son tan endebles como las de una regulación ambiental global.
A partir de lo anterior, se aborda otro problema en apariencia insoluble para el capitalismo: la "segunda" contradicción, esto es, la reducción de las "ganancias marginales" generada por la contradicción entre el capital y la naturaleza (y otras condiciones de producción), asociada a los efectos económicos adversos para el capital que surgen del ambientalismo y otros movimientos sociales. Desde aquí se discuten las formas mediante las cuales el capitalismo intenta enfrentar estas crisis. La capacidad del capital para enfrentar con éxito tanto la "primera" como la "segunda" contradicción es limitada, debido a la naturaleza del estado liberal democrático y del propio capital. Se subraya lo incierto de las consecuencias políticas -y por tanto económicas y ecológicas- de una depresión económica generalizada. Por último, tras un breve examen de las condiciones ambientales en los países pobres (el Sur), se delinean algunas conclusiones sobre las posibilidades de movimientos ambientalistas sociales y políticos radicales, o "verdes rojos". Si bien se plantea que las perspectivas para alguna clase de "socialismo ecológico" no son buenas, las de un "capitalismo sostenible" pueden ser aun más remotas.
La política ambiental y el discurso de la sostenibilidad
La evidencia favorece la idea de que el capitalismo no es sostenible desde el punto de vista ecológico, a pesar de la reciente avalancha de charlas sobre "productos verdes", "consumo verde", "forestería selectiva", "agricultura baja en insumos" y demás. Durante la campaña por la presidencia de 1992, ninguno de los tres candidatos principales hizo del "ambiente" un tema relevante. A partir de la victoria de Bill Clinton, el nuevo gobierno de los Estados Unidos ha aceptado compromisos en temas que van desde el uso de tierras federales para pastoreo hasta la tala de bosques antiguos y la lucha contra la contaminación, abandonando a menudo métodos de control de la contaminación de eficacia ya probada a favor de "soluciones de mercado".
Los gobiernos estatales y locales desdeñan el ambiente en su competencia por atraer capital escaso. En la legislación federal, se hace más estrecha la definición de "humedales", al igual que la de "especies en peligro". La salud ocupacional y la preservación de la seguridad laboral son saboteadas. Se mercantilizan más los parques nacionales y estatales en la medida en que los gerentes buscan maneras de obtener beneficios. Mientras la industria nuclear se encuentra momentáneamente estancada, algunas industrias de bienes de capital, como la del papel y la pulpa, han empezado a instalar tecnologías más limpias; la agricultura orgánica se ha visto beneficiada por un aumento del interés de los consumidores en productos libres de pesticidas; la mayoría de los dirigentes sindicales se oponen o son indiferentes a las demandas planteadas por los ambientalistas; y las grandes organizaciones ambientalistas tradicionales (con dos o tres notables excepciones) están más dispuestas a comprometer sus posturas en nombre del "crecimiento económico". En la mayor parte de los países, los partidos verdes siguen siendo pequeños o comprometen sus posiciones en la política local o nacional. En Europa, el ambiente no figura entre las preocupaciones de los burócratas que dirigen la poderosa Comisión Europea, a pesar de la representación de los Verdes en el Parlamento Europeo. Los acuerdos internacionales sobre el desgaste de la capa de ozono son débiles, y en materia de calentamiento global son meramente simbólicos.
Los acuerdos relativos a la protección de los "bienes comunitarios" del mundo -cuencas, bosques, ríos, lagos, costas, océanos y calidad del aire- suelen ser honrados en lo fundamental. La caza de ballenas puede reiniciarse, y en todas partes los pescadores demandan agotar la riqueza del mar. El petróleo tiene más importancia que nunca como riqueza económica y poder nacional. Las empresas energéticas y mineras (que a menudo son las mismas) se encaminan a la explotación masiva de mayores cantidades de recursos minerales, desde Wisconsin hasta Siberia.
En el Sur, muchos gobiernos están más que dispuestos a vender sus derechos de primogenitura a las corporaciones transnacionales en nombre del "desarrollo", a menudo bajo la presión de grandes deudas externas, mientras las grandes masas de campesinos sin tierra y de pequeños propietarios rurales, y los pobres de las ciudades, se ven forzados a saquear y agotar recursos y a contaminar el agua y el aire respectivamente, tan sólo para sobrevivir. Los expedientes ambientales de los "tigres" asiáticos, los "cachorros" del Sudeste de Asia, y de México, Brasil y otros centros de crecimiento latinoamericanos, no son muy estimulantes. Hablando en términos prácticos, un paso necesario hacia el capitalismo sostenible -definido de una u otra manera como "ecológicamente racional o sagaz"- consistiría en presupuestos nacionales que obligaran a pagar impuestos elevados sobre insumos de materias primas (por ejemplo carbón, petróleo, nitrógeno) y sobre ciertos productos (automóviles, productos plásticos, envases desechables), complementados con una política de etiqueta verde que eximiría de impuestos a los productos genuinamente verdes (definidos según su bajo impacto ecológico en cada etapa del proceso de producción, distribución y consumo).
Otro paso consistiría en políticas nacionales de gasto que subsidien masivamente a la energía solar y a otras fuentes alternativas y benignas de energía; la investigación tecnológica encaminada a eliminar productos químicos tóxicos y otras sustancias en su fuente de origen; innovaciones en materia de tránsito masivo, salud ocupacional y seguridad laboral, y procedimientos de control y cumplimiento en los ámbitos nacional, regional y comunal; y una redefinición y reorientación generales de las prioridades en materia de ciencia y tecnología. Este tipo de presupuesto verde -con los cambios apropiados en los métodos de cálculo del ingreso nacional- no está siendo desarrollado en ninguna parte del mundo, salvo en el papel por parte de un pequeño grupo de economistas y activistas verdes.
A nivel del discurso sobre la "sostenibilidad", las perspectivas para un capitalismo ecológicamente sagaz, que los Verdes puedan reconocer como tal, parecen problemáticas en el mejor de los casos. De hecho, tras una aparente convergencia de vocabulario, existe un desencuentro o brecha entre el discurso verde y el capitalista, enfrentados en un diálogo de sordos.
Un problema consiste en que el discurso de buena parte del movimiento ambientalista cuenta con el apoyo de capitales que buscan reverdecerse a sí mismos o, al menos, mostrar una imagen pública verde. Este discurso aspira a encontrar vías que lleven a las corporaciones a reformar sus prácticas económicas, haciéndolas compatibles con la sostenibilidad de los bosques y su biodiversidad, la calidad del agua, la preservación de la vida silvestre, las condiciones atmosféricas, y demás. Aquí, la atención se concentra en los procesos de producción, la tecnología, el reciclaje y la reutilización y la eficiencia energética, así como en problemas de carácter más general, relacionados con la estructura del consumo, el financiamiento, el mercadeo y la organización corporativa. Por ejemplo, el World Resources Institute, de orientación reformista, planteó hace poco que la sostenibilidad presupone "una transformación sin precedentes" de la tecnología. Para los Verdes reformistas, por tanto, el problema consiste en cómo rehacer el capital en términos adecuados a la sostenibilidad de la naturaleza.
En las salas de reunión de las corporaciones, sin embargo, el problema se discute en otros términos. En un nivel superficial, el problema simplemente consiste en cómo presentar una imagen verde verosímil a los consumidores y al público -por ejemplo, la industria química norteamericana planeó gastar diez millones de dólares en 1992 para presentarse a sí misma como ambientalmente razonable y amistosa (New York Times, 12/8/1992). Se trata también de cómo reformar la producción de modo que se ahorren energía y materias primas, lo que constituye un problema esencialmente económico. Lejos de ser un problema para el capital en su conjunto, la eficiencia en el uso de la energía y de los materiales durante un período de lento crecimiento es económicamente deseable, y quizás lo sea también en lo ecológico. Para citar un caso, el 75% del aluminio producido por empresas norteamericanas proviene de envases y otros productos reciclados. Otro caso es el de nuevas prácticas en la industria de la madera, que produce postes y vigas a partir de árboles demasiado pequeños para ser convertidos en tablas, utilizando así lo que de otra manera sería un desecho. Del mismo modo, la retórica del "reciclaje" y los precios (selectivos) pueden ser utilizados para facilitar nuevas olas de obsolescencia planificada bajo el estandarte de la amistad hacia el ambiente -legitimando así el consumismo y preservando la rentabilidad.
Sin embargo, a un nivel más profundo, las corporaciones construyen el problema ambiental de un modo que resulta el extremo opuesto de lo que los Verdes suelen pensar acerca de la reforma. Se trata, aquí, del problema de rehacer la naturaleza de maneras consistentes con la rentabilidad sostenible y la acumulación de capital. "Rehacer la naturaleza" significa mayor acceso al medio natural, como "fuente" y como "vertedero", lo cual tiene dimensiones políticas e ideológicas, así como económicas y ecológicas: por ejemplo, el asalto a las formas de vida de los pueblos indígenas.
"Rehacer la naturaleza" también significa volverla a trabajar o reinventarla, lo cual plantea aspectos políticos e ideológicos de importancia. Los ejemplos incluyen "plantaciones industriales maduras" de pino y abeto en el sureste y el noroeste de los Estados Unidos -un monocultivo que ha sido llamado "el equivalente forestal del ambiente urbano de edificación en altura" (Goldsmith, 1991: 94)1; la alteración genética de alimentos para reemplazar las pérdidas de cosechas y aumentar el rendimiento de la tierra2; microorganismos utilizados en la industria de los semiconductores para que "coman" desechos tóxicos, y plantas alteradas que limpian el suelo contaminado con plomo y otros metales. Cada uno de estos ejemplos, sin embargo, plantea sus propios peligros: la plantación forestal destruye la diversidad biológica, mientas los cambios genéticos en los alimentos y el uso de microorganismos para reducir costos contienen peligros biológicos desconocidos. Aquí entramos en un mundo en el que el capital no se limita a apropiarse de la naturaleza, para convertirla en mercancías que funcionan como elementos del capital constante y del variable (para utilizar categorías marxistas). Se trata más bien de un mundo en el que el capital rehace a la naturaleza y a sus productos biológica y físicamente (y política e ideológicamente) a su propia imagen y semejanza3. Una naturaleza precapitalista o semi-capitalista es transformada en una naturaleza específicamente capitalista. Y así como el movimiento de los trabajadores impone al capital la necesidad de pasar de un modo de producción de valor basado en la plusvalía absoluta a otro de plusvalía relativa -por ejemplo, pasando de la ampliación de la jornada de trabajo a la reducción del costo de los salarios-, el movimiento verde puede estar forzando al capital a poner fin a su primitiva explotación de la naturaleza precapitalista, rehaciendo la naturaleza a la imagen del capital -también para disminuir los costos del capital, en especial los de reproducción de la fuerza de trabajo (o el costo de los salarios).
Visto de esta manera, en algún momento del futuro la naturaleza se tornará irreconocible como tal, o como la percibe la mayoría de las personas. Será, más bien, una naturaleza física tratada como si estuviera regida por la ley del valor y el proceso de acumulación capitalista mediante crisis económicas, como la producción de lápices o de comida rápida. La teoría del discurso tendrá mucho que decir, en ese momento, acerca del problema de la sostenibilidad, tal como lo hacen hoy la economía política y la ciencia ecológica. La razón consiste en que el proyecto capitalista de rehacer la naturaleza, aún en su infancia, es también un proyecto encaminado a rehacer (según parece) la ciencia y la tecnología a imagen del capital. Lo que esta imagen sea o llegue a ser dependerá de complejos problemas de representación, imágenes de la naturaleza, y de problemas de solidaridad social, legitimación y poder dentro de las comunidades científicas y universitarias.
Crisis de demanda: expansión y consumo
Una respuesta sistemática a la pregunta sobre la posibilidad de un capitalismo sostenible es: "no, a menos y hasta que el capital cambie su rostro de manera que pudieran tornarlo irreconocible para los banqueros, los gerentes de finanzas, los inversionistas de riesgo y los gerentes generales que se miran al espejo hoy". La justificación de esta afirmación, ampliamente negada por políticos nacionales y por voceros de las grandes corporaciones, exige un breve recuento del funcionamiento del capitalismo, por qué funciona cuando lo hace, y por qué no funciona cuando no lo hace.
Hasta el surgimiento de la economía ecológica -la cual, aunque cuenta con precursores desde hace más de un siglo, aún tiene una presencia apenas marginal en la profesión-, los economistas debatían la sostenibilidad del capitalismo en términos puramente económicos, como capital de inversión, inversión y consumo, ganancias y salarios, costos y precios. En los modelos de crecimiento económico, el mundo físico o material aparecía sobre todo de dos maneras: primero, en forma de la teoría de la localización y la renta; segundo, bajo el concepto de "acelerador", o de la cantidad de producto físico que la nueva capacidad productiva podría generar (por ejemplo, a una determinada tasa de uso, se necesitan tantas máquinas para producir tantos refrigeradores).
Desde un punto de vista económico, el capitalismo sostenible debe ser necesariamente un capitalismo en expansión, y como tal debe ser representado. Una economía capitalista basada en lo que Marx llamaba "reproducción simple" y lo que muchos Verdes llaman "mantenimiento" es una total imposibilidad -salvo en lo relativo a la fuerza de trabajo de mantenimiento doméstico, que no recibe paga, y al trabajo asalariado organizado por el estado. Las ganancias que ofrece el mantenimiento son mínimas, o no existen; la sostenibilidad capitalista depende de la acumulación y las ganancias. Una tasa general positiva de ganancia significa crecimiento del producto total ("producto nacional bruto", según lo miden los sistemas capitalistas de contabilidad).
La ganancia, por ejemplo, es el medio de expansión de nuevas inversiones y tecnologías. La ganancia también funciona como un incentivo a la expansión. La ganancia y el crecimiento, por tanto, mantienen una relación de medios y fines, contenido y contexto, y el gerente financiero promedio no se preocupa en realidad por la diferencia entre ambos. Si bien existen muchas variantes de la teoría del crecimiento económico, todas presuponen que el capitalismo no puede permanecer inmóvil, que el sistema debe expandirse o contraerse o, en otras palabras, que alienta las crisis tanto como depende de ellas y que, en última instancia, debe "acumular o morir", según lo dijera Marx4.
En el modelo más sencillo (e ingenuo) del capitalismo, la tasa de crecimiento o tasa de acumulación de capital depende de la tasa de ganancia5. A mayor tasa de ganancia (mientras todo lo demás permanece igual), más sostenible es el capitalismo. Una tasa de ganancia negativa genera problemas económicos: al menos una recesión, y en el peor de los casos una crisis general, deflación de los valores del capital, y una depresión. En este modelo, cualquier persona o situación que interfiera con las ganancias, la nueva inversión y la expansión de los mercados amenaza la sostenibilidad del sistema al crear el riesgo de una crisis económica de consecuencias económicas, sociales y políticas desconocidas e inimaginables.
En la teoría marxista tradicional, el capital es el peor enemigo de sí mismo. El capital pone en riesgo su propia sostenibilidad debido a lo que Marx llamó la "contradicción entre la producción social y la apropiación privada". Una interpretación de esta contradicción es la de que mientras mayor sea el poder del gran capital sobre los trabajadores, mayor será la explotación del trabajo (o la tasa de plusvalía), y mayores serán las ganancias potenciales producidas. Sin embargo, por esta misma razón también serán mayores las dificultades para realizar estas ganancias potenciales en el mercado, o para vender bienes a precios que reflejen los costos de producción más la tasa promedio de ganancia.
Aquí se identifica la contradicción entre el poder político del capital y la capacidad de la economía capitalista para funcionar sin problemas (o, en un caso límite, simplemente para funcionar). Esta "primera contradicción del capitalismo" (o "realización" o "crisis de demanda") plantea que el intento de los capitales individuales de defender o restablecer sus ganancias incrementando la productividad del trabajo, aumentando la rapidez de los procesos productivos, disminuyendo los salarios o acudiendo a otras formas usuales de obtener mayor producción con un menor número de trabajadores, y pagándoles menos además, termina por producir, como un efecto no deseado, una reducción en la demanda final de bienes de consumo. Una menor cantidad de trabajadores, técnicos y otras personas vinculadas al proceso de trabajo produce más y, por tanto, está por definición en menor capacidad de consumir, descontando una deflación de los precios. De este modo, mientras mayores son las ganancias producidas, o la explotación del trabajo, menores son los beneficios realizados, o demanda de mercado, si todos los demás factores permanecen sin cambios. Por supuesto, los demás factores cambian constantemente: déficits en el presupuesto gubernamental, crédito hipotecario y de consumo, préstamos para negocios y una política exterior agresiva en materia comercial y financiera, entre otras posibilidades, pueden estimular la demanda para mantener "sostenible" al capitalismo.
Hoy en día, una economía sostenible presupone un sistema político y económico global con capacidad para identificar y regular esta "primera" contradicción -o contradicción "interna"- del capitalismo. Esto significa, en primer término y sobre todo, la capacidad para la regulación macroeconómica a escala global o, al menos, entre las potencias económicas del Grupo de los Siete (G7). Se trata, en otros términos, de un keynesianismo global del tipo instalado en las principales economías nacionales entre la década de 1950 y fines de la de 1970. Definido de esta manera práctica e inmediata, el capitalismo mundial podría resultar mucho menos sostenible de lo que piensan muchos economistas.
En primer lugar, los sistemas nacionales de regulación keynesiana se han debilitado o autodestruido desde fines de la década de 1970. En segundo lugar, el papel central de los Estados Unidos en la economía global hasta el período final de la Guerra Fría -como una suerte de caja registradora del mundo- se acerca a su fin. Esto significa que, hasta la débil recuperación de la recesión de 1990-1991, la economía norteamericana se veía impulsada por el gasto de consumo y el gasto militar, y por el endeudamiento público y privado. La recuperación posterior a 1991, sin embargo, es la primera desde 1876 que se ve encabezada por el gasto en exportaciones, con el gasto en inversión en un cercano segundo lugar. Todas las recuperaciones recientes de Alemania se han apoyado en las exportaciones, y el gobierno alemán ha declarado que lo mismo ocurrirá con cualquier recuperación de sus males presentes. Si Japón se recupera -y cuando lo haga- de sus actuales problemas económicos, las exportaciones se incrementarán a un ritmo superior al del consumo interno, la inversión y el gasto gubernamental. Por último, todas las llamadas nuevas economías industrializadas están orientadas a la exportación. Estos hechos sugieren que en un período en el que un Estados Unidos consumista no puede absorber los excedentes de bienes del mundo, será necesaria una gestión macroeconómica global de tipo keynesiano para evitar una deflación y una recesión general.
De hecho, existe una especie de macro-gestión, a cargo de los directores de bancos centrales y de los ministros de finanzas del G7, el Fondo Monetario Internacional y el Banco para Ajustes Internacionales. Este estado capitalista cuasi-global, sin embargo, está en manos del gran capital en general, y del capital financiero en particular. De aquí que, con la excepción de los intentos del G7 de disminuir las tasas de interés y estimular la demanda en países con excedentes de exportación (especialmente Japón), el estado global sigue una política anti-keynesiana, que obliga a capitales individuales y a países enteros a recortar costos e incrementar la eficiencia, y a disminuir el gasto gubernamental, respectivamente, sin dedicar reflexión alguna a los efectos de esta política en la sobreproducción de capital a escala global -del tipo identificado por Marx hace mucho tiempo ya, por no hablar de los peligros de guerras comerciales, formas creativas de trasladar a otros los costos de la ayuda exterior, creciente deterioro social, bloques regionales de comercio y desastre ecológico. Dicho de otra manera, no existe un Parlamento Global que apruebe leyes de salario mínimo y legislación protectora, ni Ministerios Mundiales de Trabajo, Bienestar Social y Ambiente, ni poder legítimo alguno que difunda el saber económico keynesiano a escala internacional. En cambio, en los Estados Unidos por ejemplo, el ex-presidente George Bush dijo que este país se convertirá en una "superpotencia exportadora", y los asesores económicos del presidente Clinton aconsejan una política de exportaciones "cada vez más agresiva".
Las perspectivas de una regulación global, organizada en un verdadero espíritu de cooperación, resultan hoy tan pobres como las de una regulación nacional ante las crisis de sobreproducción de la década de 1890: esto es, equivalen a cero. En aquellos días, las políticas nacionalistas de dumping, monopolio y colonialismo contribuyeron a generar dos guerras de rivalidad imperialista, y la Gran Depresión. Superficialmente, hoy podría haber dos factores mitigantes. Uno, que Europa es una entidad económica: Francia, por ejemplo, se une a Alemania en vez de combatir con ella en el plano económico. El otro consiste en que el capital ya no tiene un mero alcance nacional, sino cada vez más global, lo que teóricamente lo hace más dispuesto a la regulación global. Sin embargo, hasta ahora el G7 ha hecho un mal trabajo (que empeora año tras año) de regulación macroeconómica, y tanto el capital financiero global como la clase rentista que vive de los intereses del enorme montón de deuda acumulada en las décadas de 1970 y 1980 tienen el poder necesario para evitar que los gobiernos intenten la reflación de sus economías.
Crisis de costos: las condiciones de producción
Si bien este tipo de pensamiento económico sigue siendo válido en nuestros días, es -y siempre ha sido- unilateral y limitado. Esto se debe a que tal pensamiento presupone un abastecimiento ilimitado de lo que Marx llamó "condiciones de producción". Este modelo tradicional da por supuesto que el capitalismo puede evitar cuellos de botella potenciales por el "lado de la demanda", que el crecimiento está restringido únicamente por la demanda.
Sin embargo, si los costos del trabajo, los recursos naturales, la infraestructura y el espacio se incrementan de manera significativa, el capital enfrenta la posibilidad de una "segunda contradicción", una crisis económica que surge del lado de los costos. Este es el caso, por ejemplo, de la "crisis del algodón" inglesa durante la Guerra Civil norteamericana, del aumento de los salarios por encima del incremento de la productividad en la década de 1960, y de los "choques petroleros" de la década de 1970. Aquí, sin embargo, nos preocupan fenómenos mucho más estructurados o genéricos de lo que podrían sugerir estos ejemplos aislados.
Las crisis de costos se originan de dos maneras. La primera ocurre cuando capitales individuales defienden o recuperan ganancias mediante estrategias que degradan las condiciones materiales y sociales de su propia producción, o que no logran mantenerlas a lo largo del tiempo. Este es el caso, por ejemplo, del descuido de las condiciones de trabajo (lo que termina por producir un incremento en los costos sanitarios), de la degradación de los suelos (que acarrea un descenso en la productividad de la tierra), o de desatender las infraestructuras urbanas en proceso de deterioro (aumentando así los costos derivados de la congestión y de la vigilancia policial), por mencionar tres ejemplos.
La segunda manera se presenta cuando los movimientos sociales exigen que el capital aporte más a la preservación y a la restauración de estas condiciones de vida, cuando demandan mejor atención de salud, protestan contra el deterioro de los suelos, y defienden los vecindarios urbanos de formas que incrementan los costos del capital o reducen su flexibilidad, para permanecer dentro de los mismos tres ejemplos. En este caso nos referimos a los efectos económicos, potencialmente negativos para los intereses del capital, derivados de los movimientos de trabajadores, del movimiento de mujeres, del movimiento ambientalista y de los movimientos urbanos. Este problema de "costos adicionales" -y la amenaza que plantean a la rentabilidad- obsesiona a los economistas y a los ideólogos del capital vinculados al pensamiento dominante. Sin embargo, los dirigentes de los movimientos laborales y sociales rara vez discuten este tema en público.
En el mundo real, ambos tipos de crisis de costos se combinan e interactúan de maneras contradictorias y complejas sobre las cuales nadie ha teorizado. Por ejemplo, desde un punto de vista cuantitativo, nadie sabe con exactitud en qué medida los costos de la congestión urbana son el resultado del culto al automóvil y del desdén por el transporte colectivo, ni en qué medida son el resultado de las luchas de las comunidades por mantener a las autopistas lejos de su vecindad.
Necesitamos un abordaje teórico más refinado al problema que Polanyi llamó "tierra y trabajo". De manera inadvertida, Marx proporcionó un punto de partida para un abordaje así mediante su concepto de "condiciones de producción"6. Como hemos visto, las condiciones de producción son cosas que no son producidas como mercancías de acuerdo con las leyes del mercado (ley del valor), pero son tratadas como si fueran mercancías. En otras palabras, se trata de "bienes ficticios" con "precios ficticios".
De acuerdo a Marx, existen tres condiciones de producción: primero, la fuerza de trabajo humana, o lo que Marx llamó "las condiciones personales de producción"; segundo, el ambiente, o lo que Marx llamó "las condiciones naturales o externas de producción"; y por último, la infraestructura urbana (podemos agregar el "espacio"), o lo que Marx llamó "las condiciones generales, comunitarias, de producción". El capitalismo sostenible requeriría que las tres condiciones estuvieran disponibles en el momento y en el lugar correctos, en las cantidades y con la calidad correctas, y con los precios ficticios correctos.
Como se ha señalado, la presencia de dificultades importantes en el abastecimiento de fuerza de trabajo, recursos naturales e infraestructura y espacio urbano plantea una amenaza a la viabilidad de unidades individuales de capital, e incluso a programas capitalistas enteros de carácter sectorial o nacional. De generalizarse, estas dificultades podrían llegar a amenazar la sostenibilidad del capitalismo al elevar los costos y afectar la flexibilidad del capital. De este modo, los "límites del crecimiento" no se presentan en primera instancia como el resultado de la escasez absoluta de fuerza de trabajo, materias primas, agua y aire limpios, espacio urbano y demás, sino como el resultado del alto costo de la fuerza de trabajo, los recursos, la infraestructura y el espacio. Esta amenaza inminente a la rentabilidad conduce al estado y al capital a intentar racionalizar los mercados de trabajo, de insumos, de combustible y de materias primas, así como a las normas de uso de la tierra urbana y rural, y al mercado de tierras, para reducir los costos de producción7.
Los obstáculos o la escasez que tienen origen del lado de la oferta plantean problemas especialmente difíciles a las empresas y a quienes formulan políticas en el capitalismo cuando la economía está débil, o cuando enfrenta una crisis de demanda o una competencia renovada por parte de otros países. El estancamiento o la caída de la rentabilidad obliga a los capitales individuales a intentar reducir el tiempo de retorno del capital, esto es, a acelerar la producción y reducir el tiempo necesario para vender sus productos.
Esta obsesión por hacer dinero con rapidez cada vez mayor para compensar la lentitud o la caída de ganancias se enfrenta, por ejemplo, a los mercados de trabajo organizados por los sindicatos, a los mercados de petróleo influenciados por la OPEP, y a la defensa tradicional de usos "ineficientes" del suelo y el agua por parte de la agricultura. Por un lado, el capital dinero busca más de sí mismo cada vez más rápido; por otro, aquello que Polanyi llamó "la sociedad", y que nosotros podemos designar irónicamente como normas anticuadas de uso de la tierra y del trabajo, de la tierra y de los mercados de trabajo, combinado con la resistencia a la racionalización capitalista por parte de los movimientos sociales y de trabajadores, se constituye en obstáculos o "barreras a rebasar". En última instancia, el capital debe enfrentar la indiferencia y la inercia social.
Una de las soluciones del capitalismo a este dilema, al menos en el corto plazo, es tan sencilla como económicamente destructiva. El capital dinero abandona "el circuito general del capital" -esto es, el largo y tedioso proceso de arrendar espacio para fábricas, comprar maquinaria y materias primas, alquilar tierra, localizar la fuerza de trabajo adecuada, organizar y llevar a cabo la producción, y poner en venta las mercancías- y encuentra la manera de involucrarse en aventuras especulativas de todo tipo. El capital dinero, basado en la expansión del crédito, o dinero que no puede encontrar medios de expresión en bienes y servicios verdaderos, salta por encima de la sociedad, por así decirlo, y busca expandirse por la vía más fácil, a través de la compra de tierras, las bolsas de valores, los mercados de bonos y otros mercados financieros.
De aquí resulta la anomalía económica de nuestro tiempo: el valor de lo que se demanda en concepto de plusvalía o ganancias aumenta con una rapidez mucho mayor que el valor real del capital fijo y circulante. Esto tiende a empeorar una mala situación económica, en la medida en que da lugar a un endeudamiento creciente y al riesgo de una implosión financiera. También se promueve el deterioro de las condiciones de producción ecológicas y de otro tipo, que tienden a ser descuidadas en la medida en que el capital financiero asume la hegemonía sobre los intereses productivos.
En términos puramente funcionales, durante períodos más tempranos del desarrollo del capitalismo existía suficiente fuerza de trabajo precapitalista, riqueza natural inexplotada y espacio. Esto era cierto tanto en los hechos como en términos de la percepción de las primeras generaciones de burgueses. Los precios (ficticios) de la fuerza de trabajo, los recursos naturales y el espacio eran así mantenidos bajo control. Tampoco existían movimientos ambientalistas o movimientos urbanos que el capital no pudiera rebasar por sí mismo (con la ayuda del imperialismo y de la opresión estatal).
A lo largo del tiempo, el capital busca capitalizar a todo y a todos. En otros términos, todo encuentra cabida potencial en la contabilidad capitalista. Durante milenios, los seres humanos han venido "humanizando" la naturaleza, o creando una "segunda naturaleza". Esto ha sido a menudo destructivo: deforestación y ciclos de inundaciones y sequías durante el sistema de plantaciones romano, las devastadoras consecuencias ecológicas de las Guerras Púnicas, y el agotamiento de los suelos y la escasez de agua en la civilización maya, constituyen ejemplos bien conocidos.
texto de James O'Connor (Profesor de la Universidad de California y editor de la revista Capitalism, nature, socialism)
Traducción realizada por el profesor Guillermo Castro Herrera
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---mensaje nº 1---
Introducción
Hay pocas expresiones tan ambiguas como las de "capitalismo sostenible" y otros conceptos asociados, tales como "agricultura sostenible", "uso sostenible de la energía y los recursos" y "desarrollo sostenible". Esta ambigüedad recorre la mayor parte de los principales discursos contemporáneos sobre la economía y el ambiente: informes gubernamentales y de las Naciones Unidas; investigaciones académicas; periodismo popular y pensamiento político "verde". Esto lleva a muchas personas a hablar y escribir acerca de la "sostenibilidad": la palabra puede ser utilizada para significar casi cualquier cosa que uno desee, lo que constituye parte de su atractivo.
"Capitalismo sostenible" tiene una connotación a la vez práctica y moral. ¿Existe acaso alguien en su sano juicio que pueda oponerse a la "sostenibilidad"? El significado más elemental de "sostener" es "apoyar", "mantener el curso", o "preservar un estado de cosas". ¿Qué gerente corporativo, ministro de finanzas o funcionario internacional a cargo de la preservación del capital y de su acumulación ampliada rechazaría asumir como propio este significado? Otro significado es el de "proveer de alimento y bebida, o de medios de vida". ¿Qué trabajador urbano mal pagado, o qué campesino sin tierra rechazaría este significado? Y otra definición es la de "persistir sin ceder". ¿Qué pequeño agricultor o empresario no se resiste a "ceder" ante los impulsos expansionistas del gran capital o del estado, enorgulleciéndose por su "persistencia"? Estamos en presencia de una lucha a escala mundial por determinar cómo serán definidos y utilizados el "desarrollo sostenible" o el "capitalismo sostenible" en el discurso sobre la riqueza de las naciones. Esto quiere decir que la "sostenibilidad" es una cuestión ideológica y política, antes que un problema ecológico y económico.
El análisis que se hace aquí utiliza el término "sostener" en los tres sentidos indicados: "sostener el curso" de la acumulación capitalista a escala global; "proporcionar medios de vida" a los pueblos del mundo, y "sostenerse sin ceder" por parte de aquellos cuyas formas de vida están siendo subvertidas por las relaciones salariales y mercantiles. En esta perspectiva, el problema del capitalismo sostenible se refiere en parte a la posibilidad -o no- de que la sostenibilidad definida de estas tres maneras pueda ser alcanzada, y a cómo podría lograrse tal cosa.
Existe un cuarto sentido para "sostener": el que se refiere a la "sostenibilidad ecológica", aún cuando es escaso el acuerdo entre los científicos de la ecología respecto al significado preciso de esta expresión. Por ejemplo, la biodiversidad o la "salud del planeta" rara vez son problematizadas en términos de la ciencia ecológica y de las ideologías subyacentes a esta ciencia, como tampoco ocurre con la expresión "crisis ecológica", tan ampliamente utilizada por escritores populares sin el beneficio de una definición precisa. Los ecólogos de poblaciones y los biólogos de la conservación correlacionan por lo general cambios en la población de una determinada especie, cambios en la "capacidad de carga", definida de manera estrecha en términos de las necesidades de esa especie, y algún coeficiente que mide la relación entre la especie y la capacidad de carga en cuestión por un lado, y el resto del ecosistema del que esa especie podría depender por el otro. Todos estos términos poseen alguna capacidad explicativa. Sin embargo, tal multiplicidad de determinantes implica que no existe forma evidente de saber con certeza si las amenazas a una especie provienen de ella misma, por así decirlo, o de transformaciones en el conjunto del ecosistema debido, por ejemplo, a la intrusión de otras especies. Si esto es así, hablar acerca de la "sostenibilidad" de especies en particular puede resultar menos preciso de lo que parecía a primera vista, y el concepto de "crisis ambiental" puede resultar más problemático.
Estas ambigüedades se acentúan cuando los ecólogos o los Verdes combinan las dimensiones social y económica con la biofísica, y debaten acerca de la "sostenibilidad" de ecosistemas o regiones enteras. En la región de la bahía de Monterrey, California, por ejemplo, la excesiva extracción de aguas subterráneas ha hecho disminuir el nivel de los acuíferos, ocasionando salinización debido al agua de mar, lo que a su vez amenaza la viabilidad de la agricultura. ¿Constituye esto una "crisis"?
En términos económicos no, si la región importa agua. De hecho, el agua importada puede insuflar nueva vida a la agricultura local y al desarrollo industrial, comercial y residencial. "Agricultura sostenible" significa una cosa desde una perspectiva biorregional estricta, y otra si la perspectiva es ampliada para incluir a otras biorregiones. En este caso particular, el debate en torno al agua tiene que ver menos con la "sostenibilidad" del capital agrícola local y de la calidad del agua, y más con normas de juicio relativas al tipo de comunidad y de cultura que los habitantes de la región desean tener: en el caso de Pajaro Valley, por ejemplo, se trata de escoger entre preservar su actual sabor mexicano, o abrirlo más a la población trabajadora de Silicon Valley, al otro lado de la cordillera litoral.
Si se define "sostener" de estas cuatro maneras, la respuesta breve a la pregunta "¿es posible el capitalismo sostenible"? es "no", y la larga es "probablemente no". El capitalismo tiende a la autodestrucción y a la crisis; la economía mundial crea una mayor cantidad de hambrientos, de pobres y de miserables; no se puede esperar que las masas de campesinos y trabajadores soporten la crisis indefinidamente y, como quiera que se defina la "sostenibilidad", la naturaleza está siendo atacada en todas partes.
En este artículo se examina alguna evidencia relativa al problema del "capitalismo sostenible", haciendo énfasis en algunos de los diferentes conceptos de "sostenibilidad" planteados por los Verdes y por el sector empresarial. Ofrecemos un breve recuento de las condiciones de sostenibilidad económica (o de rentabilidad y acumulación), para discutir enseguida la "primera" contradicción del capitalismo -o contradicción "interna"-, y la naturaleza de la acumulación capitalista, cargada de episodios de crisis y dependiente de las crisis. A esto se agrega un breve examen del proceso de formación de una crisis mundial en la década de 1980, y se plantea que las perspectivas de una gestión económica global son tan endebles como las de una regulación ambiental global.
A partir de lo anterior, se aborda otro problema en apariencia insoluble para el capitalismo: la "segunda" contradicción, esto es, la reducción de las "ganancias marginales" generada por la contradicción entre el capital y la naturaleza (y otras condiciones de producción), asociada a los efectos económicos adversos para el capital que surgen del ambientalismo y otros movimientos sociales. Desde aquí se discuten las formas mediante las cuales el capitalismo intenta enfrentar estas crisis. La capacidad del capital para enfrentar con éxito tanto la "primera" como la "segunda" contradicción es limitada, debido a la naturaleza del estado liberal democrático y del propio capital. Se subraya lo incierto de las consecuencias políticas -y por tanto económicas y ecológicas- de una depresión económica generalizada. Por último, tras un breve examen de las condiciones ambientales en los países pobres (el Sur), se delinean algunas conclusiones sobre las posibilidades de movimientos ambientalistas sociales y políticos radicales, o "verdes rojos". Si bien se plantea que las perspectivas para alguna clase de "socialismo ecológico" no son buenas, las de un "capitalismo sostenible" pueden ser aun más remotas.
La política ambiental y el discurso de la sostenibilidad
La evidencia favorece la idea de que el capitalismo no es sostenible desde el punto de vista ecológico, a pesar de la reciente avalancha de charlas sobre "productos verdes", "consumo verde", "forestería selectiva", "agricultura baja en insumos" y demás. Durante la campaña por la presidencia de 1992, ninguno de los tres candidatos principales hizo del "ambiente" un tema relevante. A partir de la victoria de Bill Clinton, el nuevo gobierno de los Estados Unidos ha aceptado compromisos en temas que van desde el uso de tierras federales para pastoreo hasta la tala de bosques antiguos y la lucha contra la contaminación, abandonando a menudo métodos de control de la contaminación de eficacia ya probada a favor de "soluciones de mercado".
Los gobiernos estatales y locales desdeñan el ambiente en su competencia por atraer capital escaso. En la legislación federal, se hace más estrecha la definición de "humedales", al igual que la de "especies en peligro". La salud ocupacional y la preservación de la seguridad laboral son saboteadas. Se mercantilizan más los parques nacionales y estatales en la medida en que los gerentes buscan maneras de obtener beneficios. Mientras la industria nuclear se encuentra momentáneamente estancada, algunas industrias de bienes de capital, como la del papel y la pulpa, han empezado a instalar tecnologías más limpias; la agricultura orgánica se ha visto beneficiada por un aumento del interés de los consumidores en productos libres de pesticidas; la mayoría de los dirigentes sindicales se oponen o son indiferentes a las demandas planteadas por los ambientalistas; y las grandes organizaciones ambientalistas tradicionales (con dos o tres notables excepciones) están más dispuestas a comprometer sus posturas en nombre del "crecimiento económico". En la mayor parte de los países, los partidos verdes siguen siendo pequeños o comprometen sus posiciones en la política local o nacional. En Europa, el ambiente no figura entre las preocupaciones de los burócratas que dirigen la poderosa Comisión Europea, a pesar de la representación de los Verdes en el Parlamento Europeo. Los acuerdos internacionales sobre el desgaste de la capa de ozono son débiles, y en materia de calentamiento global son meramente simbólicos.
Los acuerdos relativos a la protección de los "bienes comunitarios" del mundo -cuencas, bosques, ríos, lagos, costas, océanos y calidad del aire- suelen ser honrados en lo fundamental. La caza de ballenas puede reiniciarse, y en todas partes los pescadores demandan agotar la riqueza del mar. El petróleo tiene más importancia que nunca como riqueza económica y poder nacional. Las empresas energéticas y mineras (que a menudo son las mismas) se encaminan a la explotación masiva de mayores cantidades de recursos minerales, desde Wisconsin hasta Siberia.
En el Sur, muchos gobiernos están más que dispuestos a vender sus derechos de primogenitura a las corporaciones transnacionales en nombre del "desarrollo", a menudo bajo la presión de grandes deudas externas, mientras las grandes masas de campesinos sin tierra y de pequeños propietarios rurales, y los pobres de las ciudades, se ven forzados a saquear y agotar recursos y a contaminar el agua y el aire respectivamente, tan sólo para sobrevivir. Los expedientes ambientales de los "tigres" asiáticos, los "cachorros" del Sudeste de Asia, y de México, Brasil y otros centros de crecimiento latinoamericanos, no son muy estimulantes. Hablando en términos prácticos, un paso necesario hacia el capitalismo sostenible -definido de una u otra manera como "ecológicamente racional o sagaz"- consistiría en presupuestos nacionales que obligaran a pagar impuestos elevados sobre insumos de materias primas (por ejemplo carbón, petróleo, nitrógeno) y sobre ciertos productos (automóviles, productos plásticos, envases desechables), complementados con una política de etiqueta verde que eximiría de impuestos a los productos genuinamente verdes (definidos según su bajo impacto ecológico en cada etapa del proceso de producción, distribución y consumo).
Otro paso consistiría en políticas nacionales de gasto que subsidien masivamente a la energía solar y a otras fuentes alternativas y benignas de energía; la investigación tecnológica encaminada a eliminar productos químicos tóxicos y otras sustancias en su fuente de origen; innovaciones en materia de tránsito masivo, salud ocupacional y seguridad laboral, y procedimientos de control y cumplimiento en los ámbitos nacional, regional y comunal; y una redefinición y reorientación generales de las prioridades en materia de ciencia y tecnología. Este tipo de presupuesto verde -con los cambios apropiados en los métodos de cálculo del ingreso nacional- no está siendo desarrollado en ninguna parte del mundo, salvo en el papel por parte de un pequeño grupo de economistas y activistas verdes.
A nivel del discurso sobre la "sostenibilidad", las perspectivas para un capitalismo ecológicamente sagaz, que los Verdes puedan reconocer como tal, parecen problemáticas en el mejor de los casos. De hecho, tras una aparente convergencia de vocabulario, existe un desencuentro o brecha entre el discurso verde y el capitalista, enfrentados en un diálogo de sordos.
Un problema consiste en que el discurso de buena parte del movimiento ambientalista cuenta con el apoyo de capitales que buscan reverdecerse a sí mismos o, al menos, mostrar una imagen pública verde. Este discurso aspira a encontrar vías que lleven a las corporaciones a reformar sus prácticas económicas, haciéndolas compatibles con la sostenibilidad de los bosques y su biodiversidad, la calidad del agua, la preservación de la vida silvestre, las condiciones atmosféricas, y demás. Aquí, la atención se concentra en los procesos de producción, la tecnología, el reciclaje y la reutilización y la eficiencia energética, así como en problemas de carácter más general, relacionados con la estructura del consumo, el financiamiento, el mercadeo y la organización corporativa. Por ejemplo, el World Resources Institute, de orientación reformista, planteó hace poco que la sostenibilidad presupone "una transformación sin precedentes" de la tecnología. Para los Verdes reformistas, por tanto, el problema consiste en cómo rehacer el capital en términos adecuados a la sostenibilidad de la naturaleza.
En las salas de reunión de las corporaciones, sin embargo, el problema se discute en otros términos. En un nivel superficial, el problema simplemente consiste en cómo presentar una imagen verde verosímil a los consumidores y al público -por ejemplo, la industria química norteamericana planeó gastar diez millones de dólares en 1992 para presentarse a sí misma como ambientalmente razonable y amistosa (New York Times, 12/8/1992). Se trata también de cómo reformar la producción de modo que se ahorren energía y materias primas, lo que constituye un problema esencialmente económico. Lejos de ser un problema para el capital en su conjunto, la eficiencia en el uso de la energía y de los materiales durante un período de lento crecimiento es económicamente deseable, y quizás lo sea también en lo ecológico. Para citar un caso, el 75% del aluminio producido por empresas norteamericanas proviene de envases y otros productos reciclados. Otro caso es el de nuevas prácticas en la industria de la madera, que produce postes y vigas a partir de árboles demasiado pequeños para ser convertidos en tablas, utilizando así lo que de otra manera sería un desecho. Del mismo modo, la retórica del "reciclaje" y los precios (selectivos) pueden ser utilizados para facilitar nuevas olas de obsolescencia planificada bajo el estandarte de la amistad hacia el ambiente -legitimando así el consumismo y preservando la rentabilidad.
Sin embargo, a un nivel más profundo, las corporaciones construyen el problema ambiental de un modo que resulta el extremo opuesto de lo que los Verdes suelen pensar acerca de la reforma. Se trata, aquí, del problema de rehacer la naturaleza de maneras consistentes con la rentabilidad sostenible y la acumulación de capital. "Rehacer la naturaleza" significa mayor acceso al medio natural, como "fuente" y como "vertedero", lo cual tiene dimensiones políticas e ideológicas, así como económicas y ecológicas: por ejemplo, el asalto a las formas de vida de los pueblos indígenas.
"Rehacer la naturaleza" también significa volverla a trabajar o reinventarla, lo cual plantea aspectos políticos e ideológicos de importancia. Los ejemplos incluyen "plantaciones industriales maduras" de pino y abeto en el sureste y el noroeste de los Estados Unidos -un monocultivo que ha sido llamado "el equivalente forestal del ambiente urbano de edificación en altura" (Goldsmith, 1991: 94)1; la alteración genética de alimentos para reemplazar las pérdidas de cosechas y aumentar el rendimiento de la tierra2; microorganismos utilizados en la industria de los semiconductores para que "coman" desechos tóxicos, y plantas alteradas que limpian el suelo contaminado con plomo y otros metales. Cada uno de estos ejemplos, sin embargo, plantea sus propios peligros: la plantación forestal destruye la diversidad biológica, mientas los cambios genéticos en los alimentos y el uso de microorganismos para reducir costos contienen peligros biológicos desconocidos. Aquí entramos en un mundo en el que el capital no se limita a apropiarse de la naturaleza, para convertirla en mercancías que funcionan como elementos del capital constante y del variable (para utilizar categorías marxistas). Se trata más bien de un mundo en el que el capital rehace a la naturaleza y a sus productos biológica y físicamente (y política e ideológicamente) a su propia imagen y semejanza3. Una naturaleza precapitalista o semi-capitalista es transformada en una naturaleza específicamente capitalista. Y así como el movimiento de los trabajadores impone al capital la necesidad de pasar de un modo de producción de valor basado en la plusvalía absoluta a otro de plusvalía relativa -por ejemplo, pasando de la ampliación de la jornada de trabajo a la reducción del costo de los salarios-, el movimiento verde puede estar forzando al capital a poner fin a su primitiva explotación de la naturaleza precapitalista, rehaciendo la naturaleza a la imagen del capital -también para disminuir los costos del capital, en especial los de reproducción de la fuerza de trabajo (o el costo de los salarios).
Visto de esta manera, en algún momento del futuro la naturaleza se tornará irreconocible como tal, o como la percibe la mayoría de las personas. Será, más bien, una naturaleza física tratada como si estuviera regida por la ley del valor y el proceso de acumulación capitalista mediante crisis económicas, como la producción de lápices o de comida rápida. La teoría del discurso tendrá mucho que decir, en ese momento, acerca del problema de la sostenibilidad, tal como lo hacen hoy la economía política y la ciencia ecológica. La razón consiste en que el proyecto capitalista de rehacer la naturaleza, aún en su infancia, es también un proyecto encaminado a rehacer (según parece) la ciencia y la tecnología a imagen del capital. Lo que esta imagen sea o llegue a ser dependerá de complejos problemas de representación, imágenes de la naturaleza, y de problemas de solidaridad social, legitimación y poder dentro de las comunidades científicas y universitarias.
Crisis de demanda: expansión y consumo
Una respuesta sistemática a la pregunta sobre la posibilidad de un capitalismo sostenible es: "no, a menos y hasta que el capital cambie su rostro de manera que pudieran tornarlo irreconocible para los banqueros, los gerentes de finanzas, los inversionistas de riesgo y los gerentes generales que se miran al espejo hoy". La justificación de esta afirmación, ampliamente negada por políticos nacionales y por voceros de las grandes corporaciones, exige un breve recuento del funcionamiento del capitalismo, por qué funciona cuando lo hace, y por qué no funciona cuando no lo hace.
Hasta el surgimiento de la economía ecológica -la cual, aunque cuenta con precursores desde hace más de un siglo, aún tiene una presencia apenas marginal en la profesión-, los economistas debatían la sostenibilidad del capitalismo en términos puramente económicos, como capital de inversión, inversión y consumo, ganancias y salarios, costos y precios. En los modelos de crecimiento económico, el mundo físico o material aparecía sobre todo de dos maneras: primero, en forma de la teoría de la localización y la renta; segundo, bajo el concepto de "acelerador", o de la cantidad de producto físico que la nueva capacidad productiva podría generar (por ejemplo, a una determinada tasa de uso, se necesitan tantas máquinas para producir tantos refrigeradores).
Desde un punto de vista económico, el capitalismo sostenible debe ser necesariamente un capitalismo en expansión, y como tal debe ser representado. Una economía capitalista basada en lo que Marx llamaba "reproducción simple" y lo que muchos Verdes llaman "mantenimiento" es una total imposibilidad -salvo en lo relativo a la fuerza de trabajo de mantenimiento doméstico, que no recibe paga, y al trabajo asalariado organizado por el estado. Las ganancias que ofrece el mantenimiento son mínimas, o no existen; la sostenibilidad capitalista depende de la acumulación y las ganancias. Una tasa general positiva de ganancia significa crecimiento del producto total ("producto nacional bruto", según lo miden los sistemas capitalistas de contabilidad).
La ganancia, por ejemplo, es el medio de expansión de nuevas inversiones y tecnologías. La ganancia también funciona como un incentivo a la expansión. La ganancia y el crecimiento, por tanto, mantienen una relación de medios y fines, contenido y contexto, y el gerente financiero promedio no se preocupa en realidad por la diferencia entre ambos. Si bien existen muchas variantes de la teoría del crecimiento económico, todas presuponen que el capitalismo no puede permanecer inmóvil, que el sistema debe expandirse o contraerse o, en otras palabras, que alienta las crisis tanto como depende de ellas y que, en última instancia, debe "acumular o morir", según lo dijera Marx4.
En el modelo más sencillo (e ingenuo) del capitalismo, la tasa de crecimiento o tasa de acumulación de capital depende de la tasa de ganancia5. A mayor tasa de ganancia (mientras todo lo demás permanece igual), más sostenible es el capitalismo. Una tasa de ganancia negativa genera problemas económicos: al menos una recesión, y en el peor de los casos una crisis general, deflación de los valores del capital, y una depresión. En este modelo, cualquier persona o situación que interfiera con las ganancias, la nueva inversión y la expansión de los mercados amenaza la sostenibilidad del sistema al crear el riesgo de una crisis económica de consecuencias económicas, sociales y políticas desconocidas e inimaginables.
En la teoría marxista tradicional, el capital es el peor enemigo de sí mismo. El capital pone en riesgo su propia sostenibilidad debido a lo que Marx llamó la "contradicción entre la producción social y la apropiación privada". Una interpretación de esta contradicción es la de que mientras mayor sea el poder del gran capital sobre los trabajadores, mayor será la explotación del trabajo (o la tasa de plusvalía), y mayores serán las ganancias potenciales producidas. Sin embargo, por esta misma razón también serán mayores las dificultades para realizar estas ganancias potenciales en el mercado, o para vender bienes a precios que reflejen los costos de producción más la tasa promedio de ganancia.
Aquí se identifica la contradicción entre el poder político del capital y la capacidad de la economía capitalista para funcionar sin problemas (o, en un caso límite, simplemente para funcionar). Esta "primera contradicción del capitalismo" (o "realización" o "crisis de demanda") plantea que el intento de los capitales individuales de defender o restablecer sus ganancias incrementando la productividad del trabajo, aumentando la rapidez de los procesos productivos, disminuyendo los salarios o acudiendo a otras formas usuales de obtener mayor producción con un menor número de trabajadores, y pagándoles menos además, termina por producir, como un efecto no deseado, una reducción en la demanda final de bienes de consumo. Una menor cantidad de trabajadores, técnicos y otras personas vinculadas al proceso de trabajo produce más y, por tanto, está por definición en menor capacidad de consumir, descontando una deflación de los precios. De este modo, mientras mayores son las ganancias producidas, o la explotación del trabajo, menores son los beneficios realizados, o demanda de mercado, si todos los demás factores permanecen sin cambios. Por supuesto, los demás factores cambian constantemente: déficits en el presupuesto gubernamental, crédito hipotecario y de consumo, préstamos para negocios y una política exterior agresiva en materia comercial y financiera, entre otras posibilidades, pueden estimular la demanda para mantener "sostenible" al capitalismo.
Hoy en día, una economía sostenible presupone un sistema político y económico global con capacidad para identificar y regular esta "primera" contradicción -o contradicción "interna"- del capitalismo. Esto significa, en primer término y sobre todo, la capacidad para la regulación macroeconómica a escala global o, al menos, entre las potencias económicas del Grupo de los Siete (G7). Se trata, en otros términos, de un keynesianismo global del tipo instalado en las principales economías nacionales entre la década de 1950 y fines de la de 1970. Definido de esta manera práctica e inmediata, el capitalismo mundial podría resultar mucho menos sostenible de lo que piensan muchos economistas.
En primer lugar, los sistemas nacionales de regulación keynesiana se han debilitado o autodestruido desde fines de la década de 1970. En segundo lugar, el papel central de los Estados Unidos en la economía global hasta el período final de la Guerra Fría -como una suerte de caja registradora del mundo- se acerca a su fin. Esto significa que, hasta la débil recuperación de la recesión de 1990-1991, la economía norteamericana se veía impulsada por el gasto de consumo y el gasto militar, y por el endeudamiento público y privado. La recuperación posterior a 1991, sin embargo, es la primera desde 1876 que se ve encabezada por el gasto en exportaciones, con el gasto en inversión en un cercano segundo lugar. Todas las recuperaciones recientes de Alemania se han apoyado en las exportaciones, y el gobierno alemán ha declarado que lo mismo ocurrirá con cualquier recuperación de sus males presentes. Si Japón se recupera -y cuando lo haga- de sus actuales problemas económicos, las exportaciones se incrementarán a un ritmo superior al del consumo interno, la inversión y el gasto gubernamental. Por último, todas las llamadas nuevas economías industrializadas están orientadas a la exportación. Estos hechos sugieren que en un período en el que un Estados Unidos consumista no puede absorber los excedentes de bienes del mundo, será necesaria una gestión macroeconómica global de tipo keynesiano para evitar una deflación y una recesión general.
De hecho, existe una especie de macro-gestión, a cargo de los directores de bancos centrales y de los ministros de finanzas del G7, el Fondo Monetario Internacional y el Banco para Ajustes Internacionales. Este estado capitalista cuasi-global, sin embargo, está en manos del gran capital en general, y del capital financiero en particular. De aquí que, con la excepción de los intentos del G7 de disminuir las tasas de interés y estimular la demanda en países con excedentes de exportación (especialmente Japón), el estado global sigue una política anti-keynesiana, que obliga a capitales individuales y a países enteros a recortar costos e incrementar la eficiencia, y a disminuir el gasto gubernamental, respectivamente, sin dedicar reflexión alguna a los efectos de esta política en la sobreproducción de capital a escala global -del tipo identificado por Marx hace mucho tiempo ya, por no hablar de los peligros de guerras comerciales, formas creativas de trasladar a otros los costos de la ayuda exterior, creciente deterioro social, bloques regionales de comercio y desastre ecológico. Dicho de otra manera, no existe un Parlamento Global que apruebe leyes de salario mínimo y legislación protectora, ni Ministerios Mundiales de Trabajo, Bienestar Social y Ambiente, ni poder legítimo alguno que difunda el saber económico keynesiano a escala internacional. En cambio, en los Estados Unidos por ejemplo, el ex-presidente George Bush dijo que este país se convertirá en una "superpotencia exportadora", y los asesores económicos del presidente Clinton aconsejan una política de exportaciones "cada vez más agresiva".
Las perspectivas de una regulación global, organizada en un verdadero espíritu de cooperación, resultan hoy tan pobres como las de una regulación nacional ante las crisis de sobreproducción de la década de 1890: esto es, equivalen a cero. En aquellos días, las políticas nacionalistas de dumping, monopolio y colonialismo contribuyeron a generar dos guerras de rivalidad imperialista, y la Gran Depresión. Superficialmente, hoy podría haber dos factores mitigantes. Uno, que Europa es una entidad económica: Francia, por ejemplo, se une a Alemania en vez de combatir con ella en el plano económico. El otro consiste en que el capital ya no tiene un mero alcance nacional, sino cada vez más global, lo que teóricamente lo hace más dispuesto a la regulación global. Sin embargo, hasta ahora el G7 ha hecho un mal trabajo (que empeora año tras año) de regulación macroeconómica, y tanto el capital financiero global como la clase rentista que vive de los intereses del enorme montón de deuda acumulada en las décadas de 1970 y 1980 tienen el poder necesario para evitar que los gobiernos intenten la reflación de sus economías.
Crisis de costos: las condiciones de producción
Si bien este tipo de pensamiento económico sigue siendo válido en nuestros días, es -y siempre ha sido- unilateral y limitado. Esto se debe a que tal pensamiento presupone un abastecimiento ilimitado de lo que Marx llamó "condiciones de producción". Este modelo tradicional da por supuesto que el capitalismo puede evitar cuellos de botella potenciales por el "lado de la demanda", que el crecimiento está restringido únicamente por la demanda.
Sin embargo, si los costos del trabajo, los recursos naturales, la infraestructura y el espacio se incrementan de manera significativa, el capital enfrenta la posibilidad de una "segunda contradicción", una crisis económica que surge del lado de los costos. Este es el caso, por ejemplo, de la "crisis del algodón" inglesa durante la Guerra Civil norteamericana, del aumento de los salarios por encima del incremento de la productividad en la década de 1960, y de los "choques petroleros" de la década de 1970. Aquí, sin embargo, nos preocupan fenómenos mucho más estructurados o genéricos de lo que podrían sugerir estos ejemplos aislados.
Las crisis de costos se originan de dos maneras. La primera ocurre cuando capitales individuales defienden o recuperan ganancias mediante estrategias que degradan las condiciones materiales y sociales de su propia producción, o que no logran mantenerlas a lo largo del tiempo. Este es el caso, por ejemplo, del descuido de las condiciones de trabajo (lo que termina por producir un incremento en los costos sanitarios), de la degradación de los suelos (que acarrea un descenso en la productividad de la tierra), o de desatender las infraestructuras urbanas en proceso de deterioro (aumentando así los costos derivados de la congestión y de la vigilancia policial), por mencionar tres ejemplos.
La segunda manera se presenta cuando los movimientos sociales exigen que el capital aporte más a la preservación y a la restauración de estas condiciones de vida, cuando demandan mejor atención de salud, protestan contra el deterioro de los suelos, y defienden los vecindarios urbanos de formas que incrementan los costos del capital o reducen su flexibilidad, para permanecer dentro de los mismos tres ejemplos. En este caso nos referimos a los efectos económicos, potencialmente negativos para los intereses del capital, derivados de los movimientos de trabajadores, del movimiento de mujeres, del movimiento ambientalista y de los movimientos urbanos. Este problema de "costos adicionales" -y la amenaza que plantean a la rentabilidad- obsesiona a los economistas y a los ideólogos del capital vinculados al pensamiento dominante. Sin embargo, los dirigentes de los movimientos laborales y sociales rara vez discuten este tema en público.
En el mundo real, ambos tipos de crisis de costos se combinan e interactúan de maneras contradictorias y complejas sobre las cuales nadie ha teorizado. Por ejemplo, desde un punto de vista cuantitativo, nadie sabe con exactitud en qué medida los costos de la congestión urbana son el resultado del culto al automóvil y del desdén por el transporte colectivo, ni en qué medida son el resultado de las luchas de las comunidades por mantener a las autopistas lejos de su vecindad.
Necesitamos un abordaje teórico más refinado al problema que Polanyi llamó "tierra y trabajo". De manera inadvertida, Marx proporcionó un punto de partida para un abordaje así mediante su concepto de "condiciones de producción"6. Como hemos visto, las condiciones de producción son cosas que no son producidas como mercancías de acuerdo con las leyes del mercado (ley del valor), pero son tratadas como si fueran mercancías. En otras palabras, se trata de "bienes ficticios" con "precios ficticios".
De acuerdo a Marx, existen tres condiciones de producción: primero, la fuerza de trabajo humana, o lo que Marx llamó "las condiciones personales de producción"; segundo, el ambiente, o lo que Marx llamó "las condiciones naturales o externas de producción"; y por último, la infraestructura urbana (podemos agregar el "espacio"), o lo que Marx llamó "las condiciones generales, comunitarias, de producción". El capitalismo sostenible requeriría que las tres condiciones estuvieran disponibles en el momento y en el lugar correctos, en las cantidades y con la calidad correctas, y con los precios ficticios correctos.
Como se ha señalado, la presencia de dificultades importantes en el abastecimiento de fuerza de trabajo, recursos naturales e infraestructura y espacio urbano plantea una amenaza a la viabilidad de unidades individuales de capital, e incluso a programas capitalistas enteros de carácter sectorial o nacional. De generalizarse, estas dificultades podrían llegar a amenazar la sostenibilidad del capitalismo al elevar los costos y afectar la flexibilidad del capital. De este modo, los "límites del crecimiento" no se presentan en primera instancia como el resultado de la escasez absoluta de fuerza de trabajo, materias primas, agua y aire limpios, espacio urbano y demás, sino como el resultado del alto costo de la fuerza de trabajo, los recursos, la infraestructura y el espacio. Esta amenaza inminente a la rentabilidad conduce al estado y al capital a intentar racionalizar los mercados de trabajo, de insumos, de combustible y de materias primas, así como a las normas de uso de la tierra urbana y rural, y al mercado de tierras, para reducir los costos de producción7.
Los obstáculos o la escasez que tienen origen del lado de la oferta plantean problemas especialmente difíciles a las empresas y a quienes formulan políticas en el capitalismo cuando la economía está débil, o cuando enfrenta una crisis de demanda o una competencia renovada por parte de otros países. El estancamiento o la caída de la rentabilidad obliga a los capitales individuales a intentar reducir el tiempo de retorno del capital, esto es, a acelerar la producción y reducir el tiempo necesario para vender sus productos.
Esta obsesión por hacer dinero con rapidez cada vez mayor para compensar la lentitud o la caída de ganancias se enfrenta, por ejemplo, a los mercados de trabajo organizados por los sindicatos, a los mercados de petróleo influenciados por la OPEP, y a la defensa tradicional de usos "ineficientes" del suelo y el agua por parte de la agricultura. Por un lado, el capital dinero busca más de sí mismo cada vez más rápido; por otro, aquello que Polanyi llamó "la sociedad", y que nosotros podemos designar irónicamente como normas anticuadas de uso de la tierra y del trabajo, de la tierra y de los mercados de trabajo, combinado con la resistencia a la racionalización capitalista por parte de los movimientos sociales y de trabajadores, se constituye en obstáculos o "barreras a rebasar". En última instancia, el capital debe enfrentar la indiferencia y la inercia social.
Una de las soluciones del capitalismo a este dilema, al menos en el corto plazo, es tan sencilla como económicamente destructiva. El capital dinero abandona "el circuito general del capital" -esto es, el largo y tedioso proceso de arrendar espacio para fábricas, comprar maquinaria y materias primas, alquilar tierra, localizar la fuerza de trabajo adecuada, organizar y llevar a cabo la producción, y poner en venta las mercancías- y encuentra la manera de involucrarse en aventuras especulativas de todo tipo. El capital dinero, basado en la expansión del crédito, o dinero que no puede encontrar medios de expresión en bienes y servicios verdaderos, salta por encima de la sociedad, por así decirlo, y busca expandirse por la vía más fácil, a través de la compra de tierras, las bolsas de valores, los mercados de bonos y otros mercados financieros.
De aquí resulta la anomalía económica de nuestro tiempo: el valor de lo que se demanda en concepto de plusvalía o ganancias aumenta con una rapidez mucho mayor que el valor real del capital fijo y circulante. Esto tiende a empeorar una mala situación económica, en la medida en que da lugar a un endeudamiento creciente y al riesgo de una implosión financiera. También se promueve el deterioro de las condiciones de producción ecológicas y de otro tipo, que tienden a ser descuidadas en la medida en que el capital financiero asume la hegemonía sobre los intereses productivos.
En términos puramente funcionales, durante períodos más tempranos del desarrollo del capitalismo existía suficiente fuerza de trabajo precapitalista, riqueza natural inexplotada y espacio. Esto era cierto tanto en los hechos como en términos de la percepción de las primeras generaciones de burgueses. Los precios (ficticios) de la fuerza de trabajo, los recursos naturales y el espacio eran así mantenidos bajo control. Tampoco existían movimientos ambientalistas o movimientos urbanos que el capital no pudiera rebasar por sí mismo (con la ayuda del imperialismo y de la opresión estatal).
A lo largo del tiempo, el capital busca capitalizar a todo y a todos. En otros términos, todo encuentra cabida potencial en la contabilidad capitalista. Durante milenios, los seres humanos han venido "humanizando" la naturaleza, o creando una "segunda naturaleza". Esto ha sido a menudo destructivo: deforestación y ciclos de inundaciones y sequías durante el sistema de plantaciones romano, las devastadoras consecuencias ecológicas de las Guerras Púnicas, y el agotamiento de los suelos y la escasez de agua en la civilización maya, constituyen ejemplos bien conocidos.
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