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    "Ecosocialismo: hacia una nueva civilización" - texto de Michael Löwy - en los mensajes: "De Marx y Engels al Ecosocialismo", texto del mismo autor

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    pedrocasca
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    Mensaje por pedrocasca Sáb Mar 03, 2012 8:03 pm

    Ecosocialismo: hacia una nueva civilización

    texto de Michael Löwy (nacido en Brasil en 1938 es un conocido sociólogo y filósofo marxista franco-brasileño. En 2001 fue coautor del Manifiesto Ecosocialista Internacional junto con Joel Kovel. Es un gran especialista del hecho religioso y en particular de lo que él define como cristianismo de liberación, más conocido como teología de la liberación. Colabora habitualmente con el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra -MST- de Brasil y en Europa siempre ha estado vinculado a organizaciones trotskistas)

    Las presentes crisis económica y ecológica son parte de una coyuntura histórica más general: estamos enfrentados con una crisis del presente modelo de civilización, la civilización Occidental moderna capitalista/industrial, basada en la ilimitada expansión y acumulación de capital, en la “mercantilización de todo” (Immanuel Wallerstein), en la despiadada explotación del trabajo y la naturaleza, en el individualismo y la competencia brutales, y en la destrucción masiva del medio ambiente. La creciente amenaza de ruptura del equilibrio ecológico apunta a un escenario catastrófico –el calentamiento global– que pone en peligro la supervivencia misma de la especie humana. Enfrentamos una crisis de civilización que demanda un cambio radical.[1]

    Ecosocialismo es un intento de ofrecer una alternativa civilizatoria radical, fundada en los argumentos básicos del movimiento ecológico, y en la crítica marxista de la economía política. Opone al progreso destructivo capitalista (Marx) una política económica basada en criterios no monetarios y extraeconómicos: las necesidades sociales y el equilibrio ecológico. Esta síntesis dialéctica, intentada por un amplio espectro de autores, desde James O’Connor a Joel Kovel y John Bellamy Foster, y desde André Gorz (en sus escritos juveniles) a Elmar Altvater, es al mismo tiempo una crítica de la “ecología de mercado”, que no desafía el sistema capitalista, y del “socialismo productivista”, que ignora la cuestión de los limites naturales.

    Según James O’Connor, el objetivo del socialismo ecológico es una nueva sociedad basada en la racionalidad ecológica, en el control democrático, en la equidad social, y el predominio del valor de uso sobre el valor de cambio. Agregaría que este objetivo requiere: a) propiedad colectiva de los medios de producción –“colectiva” quiere decir propiedad pública, cooperativa o comunitaria–; b) planificación democrática que permita a la sociedad definir metas de inversión y producción; y c) una nueva estructura tecnológica de las fuerzas productivas. En otros términos: una transformación social y económica revolucionaria.[2]

    El problema con las tendencias dominantes de la izquierda durante el siglo XX –la socialdemocracia y el movimiento comunista de inspiración soviética– fue la aceptación del modelo de fuerzas productivas realmente existente. Mientras la primera se limita a una versión reformada –a lo sumo keynesiana– del sistema capitalista, el segundo desarrolló una forma colectivista – o capitalista de Estado– de productivismo. En ambos casos, la cuestión del medio ambiente quedó descartada, o fue marginada.

    Los propios Marx y Engels no ignoraban las consecuencias ambientales destructivas del modo de producción capitalista: hay varios pasajes en El capital y otros escritos que muestran esta comprensión.[3] Creían además que el objetivo del socialismo no era producir cada vez más mercancías, sino dar a los seres humanos tiempo libre para el pleno desarrollo de sus potencialidades. De modo que ellos tienen poco en común con el “productivismo”, esto es, con la idea de que la ilimitada expansión de la producción es un objetivo en sí mismo.

    Sin embargo, hay algunos pasajes en sus escritos que parecen sugerir que el socialismo permitiría el desarrollo de las fuerzas productivas más allá de los límites impuestos a estas por el sistema capitalista. Según este enfoque, la transformación socialista solo tendría que ver con las relaciones de producción capitalistas, convertidas en un obstáculo para el libre desarrollo de las fuerzas productivas existentes (se suele decir que las “encadena”); el socialismo significaría sobre todo la apropiación social de estas capacidades productivas, que las pondría al servicio de los trabajadores. Para citar un pasaje del Anti-Dühring, un trabajo canónico para varias generaciones de marxistas: el socialismo permitiría “que la sociedad, abiertamente y sin rodeos, tome posesión de esas fuerzas productivas que ya no admiten más dirección que la suya”.[4]

    La experiencia de la Unión Soviética ilustra los problemas que se derivan de una apropiación colectivista del aparato de producción capitalista: desde el comienzo, predominó la tesis de la socialización de las fuerzas de producción existentes. Es cierto que, durante los primeros años tras la Revolución de Octubre, pudo desarrollarse una corriente ecológica y algunas (limitadas) medidas proteccionistas fueron tomadas por las autoridades soviéticas. Sin embargo, con el proceso de burocratización stalinista, las tendencias productivas, en la industria y la agricultura, fueron impuestas con métodos totalitarios, en tanto los ecologistas fueron marginados o eliminados. La catástrofe de Chernobil es un ejemplo extremo de las desastrosas consecuencias que tuvo la imitación de las tecnologías productivas de Occidente. Un cambio en las formas de propiedad que no sea seguido por la gestión democrática y la reorganización del sistema productivo solo puede llevar a un final terrible.

    Los marxistas pueden inspirarse en lo que destacaba Marx en relación con la Comuna de Paris: los trabajadores no pueden tomar posesión del aparato del Estado capitalista y ponerlo a funcionar a su servicio. Deben “demolerlo” y reemplazarlo por una forma de poder político radicalmente diferente, democrático y no estatal.

    Lo mismo es aplicable, mutatis mutandis, al aparato productivo: por su naturaleza, su estructura, no es neutral, sino que está al servicio de la acumulación de capital y de la ilimitada expansión del mercado. Está en contradicción con las necesidades de protección del ambiente y de la salud de la población. Es preciso, por lo tanto, “revolucionarlo”, en un proceso de transformación radical. Esto puede significar cancelar ciertas ramas de la producción: por ejemplo, las plantas nucleares, algunos métodos masivos/industriales de pesca (responsables por el exterminio de varias especies en los mares), la tala destructiva de selvas tropicales, etcétera (¡la lista es muy larga!). En cualquier caso, las fuerzas productivas, y no solo las relaciones de producción, deben ser transformadas profundamente, comenzando por una revolución del sistema energético, reemplazando los actuales recursos –esencialmente fósiles– responsables de la contaminación y envenenamiento del ambiente, por otros renovables, como el agua, el viento y el sol. Por supuesto, muchos logros científicos y tecnológicos modernos son valiosos, pero el sistema de producción debe ser transformado en su conjunto, y esto solo puede hacerse a través de métodos ecosocialistas, esto es, a través de una planificación democrática de la economía que tenga en cuenta la preservación del equilibrio ecológico.

    El tema de la energía es decisivo para este proceso de cambio civilizatorio. Las energías fósiles (petróleo, carbón) son grandes responsables de la contaminación del planeta, como ocurre con el desastroso cambio climático; la energía nuclear es una falsa alternativa, no solo por el peligro de nuevos Chernobils, sino también porque nadie sabe qué hacer con las miles de toneladas de desperdicio radioactivo –tóxicos durante cientos, miles y en algunos casos millones de años– y las masas gigantescas de plantas obsoletas contaminadas. La energía solar, que nunca despertó mucho interés en las sociedades capitalistas, por no ser “rentable” ni “competitiva”, se convertiría en un objeto de investigación y desarrollo intensivo, y jugaría un papel central en la construcción de un sistema de energía alternativo.

    Sectores enteros del sistema productivo deberían ser suprimidos o reestructurados, y otros nuevos deben desarrollarse, bajo la necesaria condición de pleno empleo para toda la fuerza laboral, en iguales condiciones de trabajo y salario. Esta condición es esencial, no solo porque es un requerimiento de la justicia social, sino para asegurar el apoyo de los trabajadores al proceso de transformación estructural de las fuerzas productivas. Proceso que es imposible sin el control público sobre los medios de producción y planificación, es decir, sin decisiones públicas sobre inversión y cambio tecnológico, que deben tomarse de los bancos y empresas capitalistas para ponerlos al servicio del bien común de la sociedad.

    La sociedad misma, y no un pequeño grupo de propietarios oligárquicos –ni una élite de tecno-burócratas– deben poder elegir, democráticamente, qué líneas productivas han de privilegiarse, y cuántos recursos deben invertirse en educación, salud o cultura. Los precios de los propios bienes no deben quedar librados a las “leyes de oferta y demanda” sino, hasta cierto punto, determinados de acuerdo con opciones políticas y sociales, así como con criterio ecológico, imponiendo impuestos a ciertos productos y precios subsidiados para otros. En términos ideales, a medida que avance la transición hacia el socialismo, cada vez más productos y servicios se distribuirían libres de cargo, de acuerdo con el deseo de los ciudadanos. Lejos de ser algo “despótico” en sí misma, la planificación es el ejercicio, por la sociedad toda, de sus libertades: libertad de decisión, y liberación de las alienantes y cosificadas “leyes económicas” del sistema capitalista, que determina la vida y muerte de los individuos, y los encierra en una “jaula de hierro” económica (Max Weber). La planificación y la reducción de las horas de trabajo son los dos pasos decisivos de la humanidad hacia lo que Marx llamó “el reino de la libertad”. Un incremento significativo del tiempo libre es una condición para la participación democrática del pueblo trabajador en la discusión democrática y el manejo de la economía y la sociedad.

    La concepción socialista de planificación no es más que la radical democratización de la economía: si las decisiones políticas no deben ser dejadas en manos de una pequeña élite de gobernantes, ¿por qué no aplicar el mismo principio a las decisiones económicas? Estoy dejando de lado el tema de la proporción específica entre planificación y mecanismos de mercado: durante los primeros pasos de una nueva sociedad, los mercados mantendrían ciertamente un lugar importante, pero al avanzar la transición hacia el socialismo, la planificación se volvería cada vez más predominante, a expensas de la ley del valor de cambio.

    En tanto en el capitalismo el valor de uso es solo un medio, a veces un engaño, al servicio del valor de cambio y la ganancia –lo que explica, dicho sea de paso, por qué tantos productos en la sociedad son sustancialmente innecesarios–, en una economía socialista planificada el valor de uso es el único criterio para la producción de bienes y servicios, con consecuencias económicas, sociales y ecológicas de largo alcance. Como observó Joel Kovel: “El acrecentamiento de los valores de uso y la correspondiente reestructuración de las necesidades se convierten ahora en los reguladores sociales de la tecnología, en lugar de ser esta, como bajo el capital, conversión de tiempo en plusvalía y dinero”.[5]

    En una producción racionalmente organizada, el plan concierne a las principales opciones económicas, no a la administración de restaurantes, verdulerías y panaderías, negocios pequeños, empresas de artesanos o servicios. Es importante enfatizar que la planificación no es contradictoria con la autogestión por los trabajadores de sus unidades de producción: mientras que la decisión de transformar una planta automotriz en una que produce colectivos y tranvías es tomada por la sociedad como un todo mediante el plan, la organización interna y el funcionamiento de la planta estarán democráticamente manejados por sus propios trabajadores. Mucho se ha discutido sobre el carácter “centralizado” o “descentralizado” de la planificación, pero puede decirse que la cuestión es realmente el control democrático del plan a todos los niveles, local, regional, nacional, continental y, esperemos, internacional: temas ecológicos como el calentamiento global son planetarios y solo pueden ser tratados a escala global. Se podría llamar esta propuesta “planeamiento democrático global”; y es bastante opuesta a lo que usualmente se describe como “planificación central”, dado que las decisiones económicas y sociales no son tomadas por algún “centro”, sino democráticamente decididas por la población en cuestión.

    Una planificación ecosocialista está basada entonces en un debate pluralista y democrático, en todos los niveles donde las decisiones deben ser tomadas: las diferentes propuestas son sometidas a la gente en cuestión, bajo la forma de partidos, plataformas, o cualquier otro movimiento político, y de acuerdo con esto se eligen delegados. Sin embargo, la democracia representativa debe ser completada –y corregida– por una democracia directa, donde la gente directamente elige –nivel local, nacional y, por último, global– entre grandes opciones sociales y ecológicas: ¿el transporte público debe ser gratis? ¿Deben impuestos especiales los dueños de autos privados pagar para subsidiar el transporte público? ¿Debe la energía solar ser subsidiada para que compita con la energía fósil? ¿Deben reducirse las horas de trabajo semanal a 30, 25 o menos horas, aunque esto signifique la reducción de la producción? La naturaleza democrática de planificación no es contradictoria con la existencia de expertos, pero el papel de estos no es decidir, sino presentar sus puntos de vista –a veces distintos, si no contradictorios– a la población y dejar que esta elija la mejor solución.

    ¿Qué garantía hay de que la gente vaya a tomar decisiones ecológicas correctas, al precio de dejar de lado algunos hábitos de consumo? No existe una “garantía” que no sea apostar a la racionalidad de las decisiones democráticas, una vez que el poder del fetichismo de la mercancía esté roto. Por supuesto, existirán errores en las opciones populares, pero ¿quién cree que los expertos mismos no cometen errores? Uno no puede imaginar el establecimiento de dicha nueva sociedad sin que la mayoría de la población haya logrado, por sus luchas, su propia educación, y experiencia social, un alto nivel de conciencia socialista/ecológica; y esto hace razonable suponer que los errores, incluyendo decisiones que son inconsistentes con las necesidades del medio ambiente, van a corregirse. De cualquier modo, ¿no son acaso las alternativas propuestas –el mercado ciego, o una ecológica dictadura de “expertos” mucho más peligrosas que el proceso democrático, con todas sus contradicciones?

    El pasaje del “progreso destructivo” capitalista al ecosocialismo es un proceso histórico, una transformación permanentemente revolucionaria de la sociedad, de la cultura y de las mentalidades. Esta transición debe llevar, no solo a un nuevo modo de producción y a una sociedad igualitaria y democrática, sino también a un modo de vida alternativo, a una nueva civilización ecosocialista, mas allá del reino del dinero, mas allá de los hábitos de consumo artificialmente producidos por la publicidad, y mas allá de la producción sin límites de mercancías innecesarias y/o nocivas para el medio ambiente. Es importante enfatizar que semejante proceso no puede comenzar sin una transformación revolucionaria en las estructuras sociales y políticas, y el apoyo activo, por una vasta mayoría de la población, a un programa ecologista. El desarrollo de la conciencia socialista y la preocupación ecológica es un proceso, donde el factor decisivo es la propia experiencia de lucha popular, desde confrontaciones locales y parciales al cambio radical de la sociedad.

    ¿Hay que promover el desarrollo, o se debe elegir el “decrecimiento”? Me parece que ambas opciones comparten una concepción meramente cuantitativa del “crecimiento” –positivo o negativo– o de desarrollo de las fuerzas productivas. Hay una tercera postura, que me parece más apropiada: una transformación cualitativa del desarrollo. Esto significa poner fin al monstruoso despilfarro de recursos del capitalismo basado en la producción a gran escala de productos innecesarios y/o nocivos: las industrias de armamentos de son un buen ejemplo de esto, pero una gran parte de los “bienes” producidos en el capitalismo –con sus inherentes obsolescencias– no tienen mas utilidad que generar ganancias para las grandes corporaciones. La cuestión central no es el “consumo excesivo” en abstracto, sino el prevaleciente tipo de consumo, basado como está en la apropiación ostentosa, el desperdicio masivo, la alienación mercantilista, la obsesiva acumulación de bienes, y la compulsiva adquisición de seudonovedades impuestas por la “moda”. Una nueva sociedad orientaría la producción hacia la satisfacción de bienes auténticos, comenzando con aquellos que podrían describirse como “bíblicos” –agua, comida, ropa, hogar– pero incluyendo también servicios básicos: salud, educación, transporte, cultura.

    Obviamente, los países del Sur, donde estas necesidades están lejos de ser satisfechas, van a necesitar de un nivel de “desarrollo” mucho mayor que los países avanzados industrialmente: construcción de rutas, hospitales, sistemas de cloacas, y otras infraestructuras. Pero no hay razón por la cual esto no pueda llevarse a cabo con un sistema productivo que sea amigable con el ambiente y que esté basado en energías renovables. Estos países necesitarán cultivar grandes cantidades de comida para nutrir su población hambrienta, pero esto puede ser mucho mejor alcanzado –como los movimientos campesinos organizados en el mundo en la red Via Campesina han estado reclamando por años– por una agricultura campesina biológica basada en unidades familiares, granjas cooperativas o colectivistas, mas que por los métodos destructivos y antisociales de empresas industriales/ganaderas, basadas en el uso intensivo de pesticidas, químicos y OGMs (Organismos Genéticamente Modificados). En vez del monstruoso sistema actual de endeudamiento y de explotación imperialistas de los recursos del Sur por parte de los países capitalistas/industriales, debería haber una corriente de ayuda tecnológica y económica desde el Norte hacia el Sur, sin que sea necesario –como algunos puritanos y ascéticos ecologistas parecen creer– que la población en Europa o Norteamérica “reduzca su calidad de vida”: solo deberán privarse del consumo obsesivo, inducido por el sistema capitalista, de mercancías inútiles que no corresponden a ninguna necesidad real.

    ¿Cómo distinguir las necesidades autenticas de las artificiales, falsas y provisionales? Las últimas son introducidas por la manipulación mental, esto es, la publicidad. El sistema publicitario ha invadido todas las esferas de la vida humana en las sociedades capitalistas modernas: no solo en cuanto al alimento y la ropa, sino también a los deportes, la cultura, la religión y la política que son moldeadas de acuerdo con sus reglas. Ha invadido nuestras calles, casillas de correo electrónico, pantallas de televisión, periódicos, paisajes, de un modo permanente, agresivo e insidioso que definitivamente contribuye a hábitos de consumo indudables y compulsivos. Además, desperdicia una cantidad astronómica de petróleo, electricidad, tiempo de trabajo, papel, químicos, y otras materias primas -todas pagadas por los consumidores- en una rama de producción que no es solo innecesaria desde el punto de vista humano, sino directamente contrapuesta a las necesidades reales de la sociedad. Mientras la publicidad es una dimensión indispensable de la economía de mercado capitalista, no tendría lugar en una sociedad en transición al socialismo, donde sería reemplazada por información sobre bienes y servicios facilitados por asociaciones de consumo. El criterio para distinguir una necesidad autentica de una artificial, es su persistencia después de la supresión de la publicidad (¡Coca-Cola!). Por supuesto, durante algunos años, los hábitos de consumo inútiles persistirán; y nadie tiene el derecho de decirle a la gente cuáles son sus necesidades. El cambio en los patrones de consumo es un proceso histórico, así como un desafío educativo.

    Algunas mercancías, como el auto individual, implican problemas más complejos. Los autos particulares son un problema público: matan y lesionan anualmente a miles de personas a escala mundial, contamina el aire en las grandes ciudades –con directas consecuencias para la salud de los niños y ancianos– y contribuyen de manera significativa al cambio climático. Sin embargo, responden a necesidades reales, al transportar a la gente a sus trabajos, casas o actividades de ocio. Experiencias locales en algunas ciudades europeas con administraciones con cuidados ecológicos muestran que es posible –con aprobación de la mayoría de la población– limitar progresivamente el porcentaje de automóviles individuales en circulación a favor de colectivos y tranvías. En un proceso de transición al ecosocialismo, donde el transporte público –subterráneo o no– estaría ampliamente extendido y sería gratuito para los usuarios, y donde los peatones y ciclistas tendrían sendas protegidas, el auto privado tendría un papel mucho menor que en la sociedad burguesa, donde se ha convertido en un una mercancía fetiche –promovida con una incisiva y agresiva publicidad–, un símbolo de prestigio, un signo de identidad (en los Estados Unidos, la licencia de conducir es un documento de identidad reconocido) central en la vida personal, social y erótica.

    El ecosocialismo está basado en una apuesta que ya había promovido Marx: el predominio, en una sociedad sin clases y liberada de la alienación capitalista, del “ser” por encima del “tener”; vale decir, de tiempo libre para la realización personal mediante actividades culturales, deportivas, lúdicas, científicas, eróticas, artísticas y políticas, en lugar del deseo de poseer una infinidad de productos. La adquisición compulsiva es inducida por el fetichismo de la mercancía inherente al sistema capitalista, por la ideología dominante y por la propaganda: no existe ninguna prueba de que esto sea parte de la “eterna naturaleza humana”, como el discurso reaccionario quiere hacernos creer. Como Ernest Mandel enfatizó:

    La continua acumulación de cada vez más mercancías (con una “utilidad marginal” decreciente) no es de ninguna manera una característica universal o incluso predominante de la naturaleza humana. El desarrollo de talentos e inclinaciones por su propio bien; la protección de la salud y la vida; el cuidado de los niños; el desarrollo de ricas relaciones sociales [...]; todos estos factores se convierten en motivaciones fundamentales una vez que las necesidades materiales básicas han sido satisfechas.[6]

    Esto no significa que no surgirán conflictos, particularmente durante el proceso de transición, entre los requerimientos de la protección del ambiente y las necesidades sociales, entre los imperativos ecológicos y la necesidad de desarrollar infraestructuras básicas, particularmente en los países pobres, entre los hábitos de consumo populares y la escasez de recursos. ¡Una sociedad sin clases no es una sociedad sin contradicciones ni conflictos! Estos son inevitables: resolverlos será la tarea de una planificación democrática, en una perspectiva ecosocialista, liberada de los imperativos del capital y la obtención de ganancias, mediante una discusión abierta y pluralista, que desemboque en la toma de decisiones por la misma sociedad. Esta democracia arraigada y participativa es el único camino, no de prevenir errores, sino de permitir la autocorrección, por parte de la colectividad social, de sus propios errores.

    ¿Es esta una utopía? En su sentido etimológico –“algo que existe en ningún lado”–, ciertamente lo es. ¿Pero no son las utopías visiones de un futuro alternativo, imágenes deseadas de una sociedad diferente, un aspecto necesario de cualquier movimiento que quiere desafiar el orden establecido? Como explicó Daniel Singer en su testamente literario y político, Whose Millenium?, en un intenso capitulo titulado “Utopía realista”:

    si el establishment ahora se ve tan sólido, a pesar de las circunstancias, y si el movimiento obrero o la izquierda en general están tan incapacitados, tan paralizados, es por la inaptitud para ofrecer una alternativa radical. [...] La regla básica del juego es que no se cuestione ni lo fundamental del argumento ni los fundamentos de la sociedad. Solo una alternativa global, que rompa con esas reglas de resignación y abdicación, puede dar al movimiento emancipatorio un impulso genuina.[7]

    La utopía socialista y ecológica es solo una posibilidad objetiva, no el inevitable resultado de las contradicciones del capitalismo, o de las “leyes de hierro de la historia”. No es posible predecir el futuro sino en términos condicionales: ante la ausencia de una transformación ecosocialista, de un cambio radical en el paradigma civilizatorio, la lógica del capitalismo llevará al planeta a desastres ecológicos dramáticos, amenazando la salud y la vida de billones de seres humanos, y tal vez hasta la supervivencia de nuestra especie.

    * * * *

    Soñar y luchar por una nueva civilización no significa que no se pelee por concretas y urgentes reformas. Sin ninguna ilusión en un “capitalismo limpio”, uno debe tratar de ganar tiempo, y de imponer, a los poderes existen, algunos cambios elementales: la prohibición de HCFCs que están destruyendo la capa de ozono, una moratoria general en organismos genéticamente modificados, una drástica reducción en la emisión de gases con efecto invernadero, el desarrollo del transporte público, los impuestos para autos contaminantes, el reemplazo progresivo de camiones por trenes, una regulación severa de la industria pesquera, así como del uso de pesticidas y químicos en la producción agroindustrial. Estos y otros temas similares están en el corazón de la agenda del Global Justice Movement y el Foro Social Mundial, que han permitido, desde Seattle en 1999, la convergencia de movimientos sociales y ambientales en una lucha común en contra del sistema.

    Estas urgentes demandas ecosociales pueden llevar a procesos de radicalización, a condición de no aceptar que se limiten sus objetivos conforme a los requerimientos del “mercado (capitalista)” o de la “competitividad”. De acuerdo a la lógica de lo que los marxistas llaman “un programa transicional”, cada pequeña victoria, cada avance parcial puede llevar inmediatamente a una demanda mayor, a un objetivo más radical.

    Dichas luchas alrededor de temas concretos son importantes, no solo porque las victorias parciales son bienvenidas en sí mismas, sino también porque contribuyen a aumentar la conciencia social y ecológica, y porque promueven la actividad y autoorganización desde abajo: ambos son precondiciones decisivas y necesarias para una transformación radical del mundo, es decir, revolucionaria.

    No hay razón para el optimismo: las entrelazadas élites gobernantes del sistema son increíblemente poderosas y las fuerzas radicales de oposición aún son chicas. Pero constituyen la única esperanza de que el catastrófico curso del “crecimiento” capitalista sea detenido. Walter Benjamin no definió la revolución como la locomotora de la historia, sino como el acto por el cual la humanidad acciona los frenos de emergencia del tren antes de caer al precipicio …

    NOTAS:

    [1] Un notable análisis de la lógica destructiva del capital puede encontrarse en Joel Kovel, The Enemy of Nature. The End of Capitalism or the End of the World ?, N.York,; Zed Books, 2002. [Edición en castellano: El enemigo de la naturaleza. ¿El fin del capitalismo o el fin del mundo?, Buenos Aires, Asociación Civil Tesis 11, 2005.]

    [2] John Bellamy Foster usa el concepto de “revolución ecológica”, pero argumenta que “una revolución ecológica global merecedora del nombre solo puede ocurrir como parte de una más amplia revolución social; y, yo insistiría, socialista. Dicha revolución [...] demandaría, como insistía Marx, que los productores asociados regulen racionalmente la relación metabólica del hombre con la naturaleza. [...] Debe inspirarse en William Morris, uno de los mas originales y ecologistas seguidores de Karl Marx, de Gandhi, y de otras figuras radicales, revolucionarias y materialistas, incluyendo a Marx mismo, llegando tan lejos como a Epicuro”. (“Organizing Ecological Revolution”, Monthly Review 57.5 (octubre de 2005), pp. 9-10).

    [3] Ver John Bellamy Foster, Marx’s Ecology. Materialism and Nature, Nueva York, Monthly Review Press, 2000.

    [4] F.Engels, Anti-Dühring, París, Ed. Sociales, 1950, p. 318. [Hay muchas ed. en castellano; cf.: México, Ediciones Fuente Cultural, 1945, p. 284.

    [5] Joel Kovel, Enemy of Nature, p. 215 [ed. en castellano: p. 222]

    [6] Ernest Mandel, Power and Money. A Marxist Theory o Bureaucracy, Londres, Verso, 1992, p. 206. [Hay edición en castellano: El Poder y el Dinero. Contribución a la teoría de la posible extinción del estado, México, Siglo Veintiuno, 1994, p. 294.

    [7] D. Singer, Whose Millenium? Theirs or Ours?,Nueva York, Monthly Review Press, 1999, pp. 259-260.



    Última edición por pedrocasca el Jue Mayo 23, 2013 10:32 am, editado 1 vez
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    Mensaje por pedrocasca Jue Mayo 23, 2013 9:56 am

    En el blog Marx desde cero está publicado el texto:

    De Marx y Engels al Ecosocialismo

    Ecosocialismo: Corriente de pensamiento y de acción ecológica que integra los aportes fundamentales del marxismo, liberándose de las escorias productivistas.

    Se presenta en el blog: A lo largo de la historia algunos conceptos, algunas palabras han mutado su significado y no hemos dejado de utilizarlas por ello. Por ejemplo, el concepto de “democracia”: no significa lo mismo aquí que en Argelia, EEUU o Cuba; o “sostenible”... etc. En otras ocasiones, nos encontramos con el empleo de esos conceptos para justificar acciones que nada tienen que ver con el significado original del mismo: así, en nombre del cristianismo se masacró a los naturales de América o se quemó en las hogueras de la Inquisición y no por ello dejamos de encontrar personas que se reclaman cristianas. Algo parecido pasa con el ecosocialismo: no significa lo mismo en boca de Frieder Otto Wolf, Jorge Riechmann o Michael Lowy que en los dirigentes de ICV (Joan Saura y demás).

    Siguiendo con la labor pedagógica que nos caracteriza o al menos, intentando clarificar las cosas (esto es, llamar a las cosas por su nombre y poner a cada cual en su sitio), desde Marx desde Cero nos reclamamos de esa tradición que intenta aunar socialismo y ecología. Nos parecen muy interesantes las reflexiones del Manifiesto Ecosocialista. Por una alternativa verde en Europa (Carlos Antunes-Pierre Juquin-Penny Kemp- Isabelle Stengers-Wilfried Telkämper- Frieder Otto Wolf ), de Nicholas Georgescu-Roegen, Oscar Carpintero o el ya mencionado Jorge Riechmann y tantos/as otros/as. En concreto hoy vamos a disfrutar de un ensayo de Michael Lowy que trata sobre estas cosas.

    De Marx y Engels al ecosocialismo

    texto de MICHAEL LOWY

    No se puede pensar la alternativa ecosocialista sin integrar la aportación de Marx y Engels. Es cierto que su reflexión sobre el medio ambiente es limitada. Aunque no es nada sorprendente que los temas ecológicos no ocupen un lugar central en el dispositivo teórico marxiano: los desgastes causados por la civilización moderna no tenían en el siglo XIX, ni mucho menos la misma gravedad que en nuestra época. La crisis ecológica actual, y en particular la amenaza que el cambio climático hace pesar sobre cualquier forma de vida en el planeta, engendra desafíos inéditos, que exigen una definición mucho más radical del programa socialista.

    No obstante, se pueden encontrar en Marx y Engels algunas intuiciones importantes sobre la contradicción entre el progreso capitalista y el medio ambiente. Hasta el punto de que el geógrafo italiano Massimo Quaini escribió: “Marx denunció el saqueo de la naturaleza antes de que hubiera nacido una conciencia ecológica burguesa moderna”(1). Pero, como veremos más adelante, su concepción del “desarrollo de las fuerzas productivas” exige una revisión crítica desde el punto de vista de una ecología marxista en el siglo XXI.

    También se encuentran en Marx y Engels muchas referencias al “control”, al “dominio” o incluso a la “dominación” sobre la naturaleza. Por ejemplo, según Engels, en el socialismo los seres humanos “se vuelven por primera vez dueños reales y conscientes de la naturaleza porque son, y en tanto son, dueños de su propia vida en sociedad” (2). No obstante, como veremos más adelante, los términos “dominio” o “dominación” de la naturaleza en Marx y Engels se refieren simplemente al conocimiento de las leyes de la naturaleza, más que a un proyecto “prometeico” de avasallamiento del entorno natural(3).

    Los primeros escritos

    Desde los primeros escritos de Marx llama la atención su naturalismo ostentoso, su visión del ser humano como ser natural, inseparable de su medio natural. La naturaleza, escribe Marx en los Manuscritos de 1844, “es el cuerpo no orgánico del hombre”. O también: “Decir que la vida física e intelectual del hombre está indisolublemente ligada a la naturaleza equivale a decir que la naturaleza está indisolublemente ligada a sí misma, ya que el hombre es una parte de la naturaleza”. Es cierto que apela al humanismo, aunque define al comunismo como un humanismo que es, al mismo tiempo, un “naturalismo consumado”; y sobre todo lo concibe como la verdadera solución al “antagonismo entre el hombre y la naturaleza”. Gracias a la abolición positiva de la propiedad privada, la sociedad humana llegará a ser “la culminación de la unidad esencial del hombre con la naturaleza, la verdadera resurrección de la naturaleza, el naturalismo realizado del hombre y el humanismo realizado de la naturaleza” (4).

    En un famoso texto de Engels sobre “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre” (1876), ese mismo tipo de naturalismo sirve de fundamento para una crítica de la actividad depredadora humana sobre el medio ambiente:

    “No debemos vanagloriarnos de nuestras victorias humanas sobre la naturaleza. Por cada una de estas victorias, la naturaleza se venga de nosotros. Es cierto que cada victoria nos da, en primera instancia, los resultados esperados, pero en segunda y tercera instancia tiene efectos diferentes, inesperados, que muchas veces anulan los primeros. [...] Los hechos nos recuerdan a cada paso que no reinamos sobre la naturaleza como lo haría un conquistador sobre un pueblo extranjero, como alguien que está fuera de la naturaleza, sino que le pertenecemos con nuestra carne, nuestra sangre, nuestro cerebro, que estamos en su seno y que toda nuestra dominación sobre ella reside en la ventaja que tenemos sobre el conjunto de las otras criaturas por conocer sus leyes y poder servirnos juiciosamente de ellas” (5).

    Este ejemplo tiene un carácter más general –no cuestiona el modo de producción capitalista sino las civilizaciones antiguas. Pero no deja de constituir un argumento ecológico de sorprendente modernidad, tanto porque pone en guardia contra las destrucciones generadas por la producción como por su crítica de la deforestación. Se encuentra un argumento análogo en una carta de Marx a Engels del 25 de marzo de 1868 en la que, a propósito de la desertificación, llega incluso a mencionar el cambio climático: “El libro de Fraas, Clima y Flora en el tiempo, una historia de ambos (1847), es muy interesante por su demostración de que el clima y la flora cambian en un tiempo histórico. [...] Afirma que con la agricultura –y en correspondencia con su grado de intensidad– la “humedad” tan apreciada por los campesinos desaparece (de ahí la migración de las plantas del sur hacia el norte) y se forman estepas. El primer efecto de la agricultura es útil pero, en último análisis, es devastador [verödend] por la tala de bosques”. Marx observa que este autor –Karl Nikolaus Fraas, botánico (1810-1875)– no supera el punto de vista burgués, pero que sus análisis manifiesta una “tendencia socialista inconsciente” (6). Entiéndase bien, Marx no podía prever el recalentamiento global que amenaza a la humanidad en el siglo XXI, pero se pregunta por los efectos de algunas formas de producción sobre la flora y sobre el clima.

    Valores de cambio, valores de uso

    Según los ecologistas, Marx, siguiendo a Ricardo, atribuye el origen de todo valor y de toda riqueza al trabajo humano, ignorando la aportación de la naturaleza. Esta crítica es, en mi opinión, resultado de un malentendido: Marx utiliza la teoría del valor-trabajo para explicar el origen del valor de cambio, en el marco del sistema capitalista. La naturaleza, por el contrario, participa en la formación de las verdaderas riquezas, que no son los valores de cambio sino los valores de uso. Esta tesis fue avanzada por Marx de forma muy explícita en la Crítica del Programa de Gotha contra las ideas de Lassalle y sus discípulos: “El trabajo no es la fuente de toda riqueza. La naturaleza es también la fuente de los valores de uso (¡que son sin embargo la riqueza real!) tanto como el trabajo, que en sí mismo no es sino la expresión de una fuerza natural, la fuerza de trabajo del hombre” (7).

    Los ecologistas acusan a Marx y Engels de productivismo. ¿Está justificada esta acusación? No, porque nadie ha denunciado tanto como Marx la lógica capitalista de producir por producir, la acumulación del capital, de las riquezas y de las mercancías como un fin en sí mismo. En un destacable pasaje de los Manuscritos de 1844, acusa a la desmesura del capital, su expansión sin límites y su manipulación de necesidades artificiales: “La falta de medida [Masslösigkeit], la desmesura [Unmässigkeit] se convierte en su auténtica norma. [...]. La extensión de los productos y de las necesidades hace del hombre el esclavo inventivo y calculador de apetitos inhumanos, imaginarios y contra natura” (Cool.

    La idea misma de socialismo –al contrario de sus miserables falsificaciones burocráticas– es la de una producción de valores de uso, de bienes necesarios para la satisfacción de las necesidades humanas. El objetivo supremo del progreso técnico, dice Marx, no es el crecimiento infinito de bienes –el “tener”– sino la reducción de la jornada de trabajo y el crecimiento del tiempo libre –el “ser”–( 9).

    Aunque es verdad que muchas veces se encuentra en Marx y Engels (y aún más en el marxismo ulterior) una postura poco crítica respecto al sistema de producción industrial creado por el capital y una tendencia a hacer del “desarrollo de las fuerzas productivas” el principal vector del progreso. Así, en el Manifiesto Comunista, rinden homenaje a la capacidad de la burguesía de crear “fuerzas productivas más masivas y colosales que todas las generaciones pasadas en su conjunto”, lo que se traduce en la “sumisión al hombre de las fuerzas de la naturaleza, maquinismo, aplicación de la química a la industria y a la agricultura”, la “roturación de continentes enteros”, la “regulación de los ríos” (10), etc.

    Pero el ejemplo más llamativo de la demasiado poco crítica admiració de Marx por la obra “civilizadora” de la producción capitalista, y por su instrumentalización brutal de la naturaleza, es el siguiente pasaje de los Grundisse:
    “La producción basada en el capital crea por una parte la industria universal, es decir, el sobretrabajo al mismo tiempo que el trabajo creador de valores; por otra parte, un sistema de explotación general de las propiedades de la naturaleza y del hombre. [...] El capital comienza por tanto a crear la sociedad burguesa y la apropiación universal de la naturaleza y establece una red que engloba a todos los miembros de la sociedad: ésta es la gran acción civilizadora del capital. [...] Se eleva a un nivel social en que todas las sociedades anteriores aparecen como desarrollos puramente locales de la humanidad y como una idolatría de la naturaleza. En efecto, la naturaleza se convierte en un puro objeto para el hombre, una cosa útil. Ya no se la reconoce como una potencia. La inteligencia teórica de las leyes naturales tiene todos los aspectos del ardid para someter la naturaleza a las necesidades humanas, bien como objeto de consumo o como medio de producción”(11).

    Fuerzas destructivas

    Parece faltar en Marx y Engels una noción general de los límites naturales en el desarrollo de las fuerzas productivas. Aunque se puede encontrar aquí y allí, por ejemplo en este pasaje de La Ideología Alemana, la intuición de su potencial destructivo: “En el desarrollo de las fuerzas productivas se alcanza un estadio en que nacen fuerzas productivas y medios de circulación que ya no pueden ser sino nefastos en el marco de las relaciones existentes, y no son ya fuerzas productivas, sino fuerzas destructivas (el maquinismo y el dinero)” (12).

    Por desgracia, esta idea no ha sido desarrollada por los dos autores, y no es seguro que la destrucción que se cuestiona aquí sea también la de la naturaleza. En cambio, en algunos pasajes referidos a la agricultura, se esboza una verdadera problemática ecológica y una crítica radical de las catástrofes que resultan del productivismo capitalista.

    En estos textos se descubre una especie de teoría de la ruptura del metabolismo entre las sociedades humanas y la naturaleza, como resultado del productivismo capitalista(13). El punto de partida de Marx son los trabajos del químico y agrónomo alemán Liebig, “uno de cuyos méritos inmortales es haber destacado el lado negativo de la agricultura moderna desde el punto de vista científico”(14). La expresión Riss des Stoffwechsels, ruptura o desgarro del metabolismo –o de los intercambios materiales– aparece de forma destacada en un pasaje del capítulo 47, “Génesis de la renta de la tierra capitalista”, en el libro III del Capital: “Por una parte, la gran propiedad de la tierra reduce la población agrícola a un mínimo en declive constante, a la que, por otra parte, opone una población industrial siempre en crecimiento, hacinada en las grandes ciudades: ella crea por consiguiente condiciones que provocan una ruptura irreparable [unheilbaren Riss] en la conexión del metabolismo [Stoffwechsel] social, un metabolismo prescrito por las leyes naturales de la vida; como resultado de ello la fuerza del suelo es derrochada [verschleudert] y este derroche se extiende gracias al comercio mucho más allá de los límites de cada país. [...] La gran industria y la gran agricultura industrializada actúan en común. Aunque en un principio se distinguían en que la primera devastaba [verwüstet] y arruinaba la fuerza de trabajo y por tanto la fuerza natural de los seres humanos, mientras la segunda hacía lo mismo directamente con la fuerza natural del suelo, en su desarrollo posterior ambas conjugan sus esfuerzos, ya que el sistema industrial en el campo debilita también al trabajador mientras la industria y el comercio proporcionan a la agricultura los medios para el agotamiento del suelo” (15).

    Como en la mayor parte de los ejemplos que veremos a continuación, la atención de Marx se concentra en la agricultura y en el problema de la devastación de los suelos, aunque los asocia a un principio más general: la ruptura en el sistema de intercambios materiales [Stoffwechsel] entre las sociedades humanas y el medio ambiente, en contradicción con las “leyes naturales de la vida”. Es interesante señalar dos sugerencias importantes, aunque poco desarrolladas por Marx: la cooperación entre industria y agicultura en este proceso de ruptura, y la extensión de los daños a una escala global, gracias al comercio internacional.

    El tema de la ruptura del metabolismo aparece también en un conocido pasaje del libro I del Capital: la conclusión del capítulo sobre la gran industria y la agricultura. Se trata de uno de los raros textos de Marx donde expresamente se abordan los estragos producidos por el capital en el entorno natural –así como una visión dialéctica de las contradicciones del “progreso” inducido por las fuerzas productivas: “La producción capitalista [...] destruye no sólo la salud física de los obreros urbanos y la vida espiritual de los trabajadores rurales, sino que perturba también la circulación material [Stoffwechsel] entre el hombre y la tierra, y la condición natural eterna de la fertilidad duradera [dauernder] del suelo, haciendo cada vez más difícil la restitución al suelo de los ingredientes que le son quitados y usados en forma de alimentos, vestidos, etc. [...] Además, cada progreso de la agricultura capitalista es un progreso no sólo en el arte de explotar al trabajador, sino también en el arte de desvalijar el suelo; cada progreso en el arte de acrecentar su fertilidad por un tiempo, es un progreso en la ruina de sus recursos duraderos de fertilidad. Cuanto más se desarrolla un país sobre la base de la gran industria, por ejemplo los Estados Unidos de Norteamérica, más rápido se completa este proceso de destrucción. La producción capitalista desarrolla la técnica y la combinación del proceso de producción social socavando [untergräbt] al mismo tiempo los dos recursos de los que nace toda la riqueza: la tierra y el trabajador”(16).

    Una lógica depredadora

    En este texto hay varios aspectos destacados: en primer lugar, la idea de que el progreso puede ser destructivo, un “progreso” en la degradación y el deterioro del medio natural. El ejemplo escogido no es el mejor, y resulta demasiado limitado –la pérdida de fertilidad del suelo– pero no deja de plantear la cuestión más general de los ataques al medio natural, a las “condiciones naturales eternas”, por la producción capitalista.

    La explotación y el sometimiento de los trabajadores y de la naturaleza son expuestos en paralelo, como resultado de la misma lógica depredadora de la gran industria y de la agricultura capitalistas, abriendo el campo a una reflexión sobre la articulación entre lucha de clases y lucha en defensa del medio ambiente, en un combate común contra la dominación del capital.

    Estos distintos textos señalan la contradicción entre la lógica inmediata del capital –y de manera más general, el espíritu del capitalismo– y la posibilidad de una agricultura “racional” basada en una temporalidad mucho más prolongada y en una perspectiva duradera e intergeneracional que respete el entorno. Siguiendo en el libro III del Capital, Marx vuelve a esta contradicción intrínseca entre capitalismo y agricultura razonable: “La moraleja de la historia [...] es que el sistema capitalista se opone a una agricultura racional o que una agricultura racional es incompatible [unverträglich] con el sistema capitalista (incluso si favorece su desarrollo técnico); ésta necesita las manos del pequeño campesino trabajador o el control de los productores asociados”.

    Aquí se sugieren dos ideas interesantes: a) el desarrollo técnico forma parte de la irracionalidad de la agricultura capitalista, y b) la alternativa es, a la vez, la agricultura campesina y el socialismo (los “productores asociados”), igual de respetables y “racionales” a los ojos de Marx.

    Al agotamiento de los suelos se añade el ejemplo citado por Marx y Engels de la destrucción de los bosques, que tiene una gran actualidad, cuando la deforestación bajo la égida del capital y el agronegocio es uno de los mecanismos que favorece el recalentamiento global. Los dos fenómenos –la degradación de los bosques y del suelo– están estrechamente ligados en los análisis de Marx y Engels.

    El problema de la contaminación del medio ambiente no está ausente de sus preocupaciones, aunque es abordado casi exclusivamente desde el ángulo de la insalubridad de los barrios obreros de las grandes ciudades inglesas. El ejemplo más llamativo son las páginas de La Situación de la Clase Trabajadora en Inglaterra, donde Engels describe con horror e indignación la acumulación de escombros y basuras industriales en las calles y los ríos, el gas carbónico que sustituye al oxígeno y envenena la atmósfera, las “emanaciones de los ríos contaminados y polucionados”(17), etc.

    ¿Cómo definen Marx y Engels el programa socialista respecto al medio natural? ¿Qué transformaciones debe sufrir el sistema productivo para hacerse compatible con la salvaguarda de la naturaleza? Aquí está la principal limitación de la reflexión de ambos pensadores, y es el aspecto que exige un cuestionamiento crítico. Parecen concebir a veces la producción socialista simplemente como la apropiación colectiva de las fuerzas y medios de producción desarrollados por el capitalismo: una vez abolida la “traba” que representan las relaciones de producción, y en particular las relaciones de propiedad, estas fuerzas podrán desarrollarse sin problemas. Habría por tanto una especie de continuidad sustancial entre el aparato productivo capitalista y el socialista, constituyendo la apuesta socialista, ante todo, la gestión planificada y racional de esta civilización material creada por el capital.

    Por ejemplo, en la célebre conclusión del capítulo del Capital sobre la acumulación primitiva, Marx escribe: “El monopolio del capital se vuelve una traba para el modo de producción que ha crecido y prosperado con él y bajo sus auspicios. La socialización del trabajo y la centralización de sus resortes materiales llegan a un punto en el que ya no pueden contenerse en su envoltorio capitalista. Este envoltorio se rompe en pedazos. La hora de la propiedad capitalista ha sonado. [...] La producción capitalista engendra en sí misma su propia negación con la misma fatalidad que preside las metamorfosis de la naturaleza”(18). Además de su determinismo fatalista y positivista, este pasaje parece dejar intacto, en la perspectiva socialista, el conjunto del modo de producción creado “bajo los auspicios” del capital, cuestionando sólo el “envoltorio” de la propiedad privada, convertido en una “traba” para los resortes materiales de la producción.

    Las sociedades precapitalistas

    La misma lógica “continuista” domina algunos pasajes del Anti-Dühring, donde presenta al socialismo como sinónimo de desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas: “La fuerza de expansión de los medios de producción hace saltar las cadenas con que el modo de producción capitalista la había cargado. Su liberación de las cadenas es la única condición requerida para un desarrollo ininterrumpido de las fuerzas productivas, progresando a un ritmo cada vez más rápido, y por consiguiente, para un crecimiento sin límites de la propia producción”(19). Ni que decir tiene que esta concepción del paso al socialismo es literalmente insostenible y debe ser cuestionada desde un punto de vista ecosocialista.

    También hay en Marx y Engels escritos que consideran la dimensión ecológica del programa socialista y abren algunas pistas interesantes. Ya hemos visto que los Manuscritos de 1844 se refieren al comunismo como “la verdadera solución al antagonismo entre el ser humano y la naturaleza”. Y en el pasaje arriba citado del libro I del Capital, Marx deja entender que las sociedades precapitalistas asegurarían “espontáneamente” [naturwüchsig] el Stoffwechsel, el metabolismo entre los grupos humanos y la naturaleza. En el socialismo (el nombre no aparece directamente, pero es posible inferirlo del contexto) habrá que restablecerlo de forma sistemática y racional, “como ley reguladora de la producción social”. Es una lástima que ni Marx ni Engels hayan desarrollado esta intuición, basada en la idea de que las comunidades precapitalistas vivían espontáneamente en armonía con su medio natural, y que la tarea del socialismo es establecer esta armonía sobre bases nuevas(20).

    Algunos pasajes de Marx parecen considerar la conservación del medio natural como una tarea fundamental del socialismo. Por ejemplo, el libro III del Capital opone a la lógica capitalista de la gran producción agrícola, basada en la explotación y el despilfarro de las fuerzas del suelo, otra lógica, de naturaleza socialista: “el tratamiento conscientemente racional de la tierra como eterna propiedad comunitaria, y como condición inalienable [unveräusserlichen] de la existencia y de la reproducción de la cadena de generaciones humanas sucesivas”. Un razonamiento análogo se encuentra algunas páginas más arriba: “Una sociedad entera, una nación e incluso todas las sociedad contemporáneas reunidas, no son propietarias de la Tierra. Son sólo las ocupantes, las usufructuarias [Nutzniesser] y, como boni patres familia, deben dejarla en mejor estado a las generaciones futuras”(21). En otras palabras, Marx parece aceptar el “principio responsabilidad” tan querido a Hans Jonas, la obligación de cada generación de respetar el medio ambiente –condición de existencia para las generaciones humanas por venir.
    En algunos textos, se asocia el socialismo a la abolición de la separación entre las ciudades y el campo, y por tanto a la supresión de la contaminación industrial urbana. Se hace eco de ello la novela utópica del gran escritor marxista libertario William Morris, Noticias de ninguna parte (1890), un intento fascinante de imaginar un mundo socialista nuevo, donde las grandes ciudades industriales habrían cedido el lugar a un habitat urbano/rural respetuoso con el entorno natural.

    Pero no por ello es menos cierto que a Marx y Engels les falta una perspectiva ecológica de conjunto. Sugerimos, como nos incita Daniel Bensaïd, la necesidad de instalarse en las contradicciones de Marx y de tomarlas en serio. La primera de estas contradicciones es, desde luego, entre el credo productivista de algunos textos y la intuición de que el progreso puede ser fuente de destrucciones irreversibles del entorno natural(22).

    Hay que repensar por tanto el marxismo y la alternativa socialista a partir de los nuevos parámetros introducidos por la crisis ecológica y las amenazas que ella representa –no para “el planeta”, sino para la supervivencia de numerosas especies vivas, incluída la nuestra. Es imposible, por lo demás, pensar una ecología crítica a la altura de los desafíos contemporáneos, sin integrar la aportación de Marx y Engels, en especial: 1) la crítica marxiana de la economía política, su cuestionamiento de la lógica destructiva inducida por la acumulación ilimitada del capital: una ecología que ignora o menosprecia la crítica marxiana del fetichismo de la mercancía está condenada a no ser más que un correctivo de los “excesos” del productivismo capitalista; 2) el programa socialista de colectivización de los medios de producción y de gestión democrática de la producción y del consumo por la propia sociedad.

    La renovación del pensamiento marxista

    La cuestión ecológica es, en mi opinión, el gran desafío para una renovación del pensamiento marxista en el siglo XXI. Exige de los marxistas una ruptura radical con la ideología del progreso lineal y con el paradigma tecnológico y económico de la civilización industrial moderna. No se trata –es evidente– de poner EN DUDA la necesidad del progreso científico y técnico y la elevación de la productividad del trabajo. Son condiciones ineludibles para dos objetivos esenciales del socialismo: la satisfacción de las necesidades sociales y la reducción de la jornada de trabajo. El desafío ecosocialista es reorientar el progreso para hacerlo compatible con la preservación del equilibrio ecológico del planeta y, en particular, poner fin a la deriva suicida que nos conduce, por el proceso de recalentamiento global, a un desastre de proporciones inimaginables.

    El talón de Aquiles del razonamiento de Marx y Engels era, en algunos textos “canónicos”, una concepción acrítica de las fuerzas productivas capitalistas –es decir, del aparato técnico/productivo capitalista/industrial moderno– como si fueran “neutras” y bastara a los revolucionarios con socializarlas, sustituyando su apropiación privada por una apropiación colectiva, dándolas la vuelta en beneficio de los trabajadores y desarrollándolas de manera ilimitada.

    El programa ecosocialista introduce un nuevo principio: aplicar al aparato productivo formado por el capital el mismo razonamiento que Marx proponía, en La Guerra Civil en Francia (1871), respecto del aparato del Estado: “La clase obrera no puede contentarse con coger tal cual la máquina del Estado y hacerla funcionar por su cuenta”(23). Mutatis mutandis, los trabajadores no pueden contentarse con coger tal cual la”máquina” productiva capitalista y hacerla funcionar por su cuenta: deben transformarla radicalmente en base a criterios socialistas y ecológicos. Lo que implica no sólo la sustitución de las formas de energía destructoras por fuentes de energía renovables y no contaminantes, como la energía solar, sino también una profunda transformación del sistema productivo heredado del capitalismo, así como del modelo de consumo, del sistema de transportes y del sistema de habitat urbano.

    Como ya hemos visto, Engels habla, en el Anti-Dühring, de un desarrollo “ininterrumpido” de las fuerzas productivas y de un crecimiento “sin limites” de la producción misma, gracias al socialismo. Al criticar, con toda justicia, cualquier forma de productivismo, algunos ecologistas proponen como alternativa el decrecimiento. Este término tiene el mérito de oponerse al culto capitalista del “crecimiento” y la “expansión”, pero se mantiene prisionero de una problemática cuantitativa: producir y consumir “menos” y no “más”.

    Se trata de reorganizar la producción según criterios cualitativos, en base a criterios ecológicos y sociales. Algunas actividades deben desarrollarse de forma rápida y significativa (lo que no quiere decir “ilimitada”): la educación, la salud, la cultura, los transportes colectivos, las bicicletas, la agricultura y la pesca biológicas, la energía solar, geotérmica y eólica. Otras deben desaparecer lo más rápidamente posible, literalmente “enviadas al desguace”: centrales nucleares y térmicas (de carbón), industria de armamentos, publicidad, pesca industrial, pesticidas, OGM, etc. Otras deberán ser reducidas progresivamente: industria automóvil, explotación petrolera, minas de carbón. Esta reestructuración ecosocialista del aparato productivo –resultado de un debate democrático, en el que se confrontan distintas propuestas, decidiendo en última instancia la propia población– debe imperativamente hacerse con la garantía del pleno empleo de los trabajadores afectados.

    En resumen, el ecosocialismo no sólo exige un cambio de las formas de propiedad, sino una profunda transformación de las formas existentes de producción y de consumo. Se trata de una radicalización de la ruptura con el “espíritu del capitalismo” y con la civilización material capitalista. En esta perspectiva, el proyecto socialista aspira no sólo a una nueva sociedad y un nuevo modo de producción, sino también a un nuevo paradigma de civilización.

    ---las NOTAS de este texto están en el mensaje siguiente---


    Última edición por pedrocasca el Jue Mayo 23, 2013 9:58 am, editado 1 vez
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    Mensaje por pedrocasca Jue Mayo 23, 2013 9:57 am

    Notas del texto de MICHAEL LOWY titulado:

    De Marx y Engels al ecosocialismo (en el mensaje anterior)

    Notas:

    1. Massimo Quaini, Geography and Marxism, Totowa, N.J., Barnes & Noble, 1982, p. 136.
    2. Friedrich Engels, Anti-Dühring, Paris, Ed. Sociales, 1950, p. 322.
    3. En su interesante obra Marx’s Ecology. Materialism and Nature, New York, Monthly Review Press, 2001, John Foster Bellamy me critica por haber definido el pensamiento de Marx como “concepción optimista, prometeica del desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas” (p. 135). Tiene razón en insistir en la inadecuación del término “prometeico” al hablar de Marx, pero sigo pensando que su visión del desarrollo de las fuerzas productivas es problemática. Volveremos a esta cuestión más adelante.
    4. Karl Marx, Manuscrits de 1844. Economie polítique et philosophíe. Paris, Ed. Sociales, 1962, p.62, 87, 89.
    5. Friedrich Engels, La Dialectique de la nature. Paris, Ed. Sociales, 1968, p.180-181.
    6. Karl Marx, Friedrich Engels, Ausgewälte Briefe, Berlin, Dietz Verlag, 1953, p. 234-235.
    7. Karl Marx, Critique des Programmes de Gotha et d’Erfurt, Paris, Ed. Sociales, 1950, p. 18. Ver también Le Capital, Paris, Garnier/Flammarion, 1969, libro I, p. 47: “El trabajo no es por tanto la única fuente de los valores de uso que produce, de la riqueza material. El trabajo es el padre, y la naturaleza la madre, como dijo William Petty”.
    8. Karl Marx, Manuscrits de 1844. Paris, Garnier/Flammarion, 2007. Cf. Karl Marx, Friedrich Engels, Kleine Ökonomische Schriften, Berlin, Dietz Verlag, 1953, p. 141.
    9. Sobre la oposición entre “tener” y “ser”, ver los Manuscrits de 1844, op.cit., p.103: “Cuanto menos eres, y menos manifiestas tu vida, más posees, más crece tu vida alienada, más acumulas tu ser alienado”. Sobre el tiempo libre como principal base del socialismo, ver Le Capital, op.cit., libro III, p. 828.
    10. Karl Marx, Friedrich Engels, Manifeste du Parti communiste, Paris, Flammarion, 1998, p. 79.
    11. Karl Marx, Fondements de la critique de l’économie politique, Paris, Anthropos, 1967, p. 366-367.
    12. Karl Marx, L’Ideologie allemande, Paris, Ed. Sociales, p. 67-68.
    13. Tomo prestado este término, y el análisis subsiguiente, de John Foster Bellamy, Marx’s Ecology…, op. cit., p. 155-167.
    14. Karl Marx, Le Capital, Paris, Ed. Sociales, 1969, libro I, p. 660.
    15. Karl Marx, Le Capital, III, Berlin, Dietz Verlag, 1969, Werke, Band 25, p. 821 (traducción propia).
    16. Karl Marx, Le Capital, op.cit.,libro I, p. 363, revisado y corregido por mí según el original alemán, Das Kapital, op.cit., p. 528-530.
    17. Friedrich Engels, The Condition of the Working-Class in England (1844), en Karl Marx, Friedrich Engels, On Britain, Moscú, Foreing Language Publishing House, 1953, p.129-130.
    18. Karl Marx, Le Capital, op.cit.,libro I, p. 566-567.
    19. Friedrich Engels, Anti-Dühring, p. 321.
    20. Este aspecto del texto se ha perdido en la traducción del Capital por Jean-Pierre Lefebvre, citada en la traducción del artículo de Ted Benton, en la medida en que naturwüchsig –“espontaneo” – es traducido por “origen simplemente natural”.
    21. Karl Marx, Das Kapital, III, p. 784, 820. la palabra “socialismo” no aparece en estos pasajes, pero está implícita.
    22. Daniel Bensaïd, Marx l’intenpestif, Paris, Fayard, 1995, p- 347.
    23. Karl Marx,La Guerre civile en France, en Marx, Engels, Lenin, Surla Commune, Moscú, Ed. du Progrès, 1971, p.56

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