"La Economía marxista y el género"
texto de Cecilia Castaño
Extractado por el blog SUGARRA - marzo de 2012
Universidad Complutense de Madrid - revista Política y Sociedad nº 32 - año 1999
El pensamiento marxista relativo al género se ha centrado sobre todo en el análisis de la naturaleza del trabajo doméstico y su relación con el capital. Esto constituye un buen punto de partida, ya el marxismo es la primera teoría que reconoce el carácter económico de la producción doméstica, como generación de valores de uso por medio de un trabajo, de una actividad humana transformadora. Así como su carácter esencial para la reproducción de la fuerza de trabajo y de las relaciones de producción capitalistas.
Desde el marxismo más tradicional se considera que la configuración de la familia y el trabajo doméstico forman parte de la lógica del capital, por lo que la lucha de las mujeres por su liberación forma parte de la lucha de clases. Engels, en “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, relacionaba la sujeción de las mujeres con el desarrollo del capitalismo y argumentaba que para su liberación era necesario, además de la revolución socialista, que trabajasen fuera del hogar, algo que también defendían las feministas del siglo pasado.
Pero la relación entre marxismo y feminismo es compleja. El feminismo ha pretendido que la crítica marxista a la economía de mercado y al sistema de producción capitalista extendiese la noción de explotación al interior de la familia, considerando la subordinación de las mujeres bajo el patriarcado como una forma de explotación anterior a la explotación de clase. Esto no ha sido completamente aceptado por los economistas marxistas, que aunque reconocen que la división sexual del trabajo es la principal causa de la subordinación femenina, no la consideran la principal fuente de explotación económica y social, y ello ha llevado a que el feminismo radical se construyese como alternativa interpretativa independiente, aunque en las cercanías de los planteamientos marxistas.
El marxismo feminista o feminismo socialista (Benerías y Roldán, 1992) pone en primer plano la lógica del capital y considera que la división sexual del trabajo responde a las necesidades del capitalismo en dos aspectos muy concretos: el trabajo doméstico realizado por las mujeres cumple una función de abaratamiento de los costes de reproducción de la fuerza de trabajo; por otra parte, las mujeres constituyen una reserva flexible de mano de obra barata. En consecuencia, las variaciones de la tasa de actividad femenina responden a las necesidades del capital, discriminación de las mujeres en el mercado de trabajo se explica por su posición en la familia.
Frente a lo anterior el feminismo radical considera que la lógica del patriarcado es para las mujeres previa y más importante que la del capital. A pesar del aumento de la participación laboral de las mujeres, ellas siguen siendo las responsables del trabajo doméstico. La división sexual del trabajo es consecuencia de la explotación de las mujeres por parte de los hombres en el seno de la familia y tiene su reflejo en el mercado, donde las mujeres desempeñan empleos que constituyen una prolongación de las tareas que tradicionalmente realizan en el hogar, constituyéndose un circulo vicioso: al ser responsables del trabajo doméstico, ocupan posiciones subsidiarias en el mercado de trabajo, y ello refuerza, a su vez, la dependencia de la familia (Hartmann 1979y 1981). Por ello, la desaparición del capitalismo no garantizaría el fin de la opresión de las mujeres.
Esta relación de interdependencia entre las esferas de la producción y de la reproducción es considerada esencial para la continuidad del sistema capitalista por otras feministas críticas próximas a los planteamientos marxistas (Humphries y Rubery, 1984; Beechey, 1990 y Piechio, 1992; Rubery 1993), que también insisten en la importancia de la división sexual del trabajo y la segmentación de ocupaciones que generan diferencias de ingresos por género y diferencias en el acceso a puestos de trabajo.
El texto completo (sin extractar) se puede leer y descargar desde el enlace: (20 páginas de buen formato pdf)texto de Cecilia Castaño
Extractado por el blog SUGARRA - marzo de 2012
Universidad Complutense de Madrid - revista Política y Sociedad nº 32 - año 1999
El pensamiento marxista relativo al género se ha centrado sobre todo en el análisis de la naturaleza del trabajo doméstico y su relación con el capital. Esto constituye un buen punto de partida, ya el marxismo es la primera teoría que reconoce el carácter económico de la producción doméstica, como generación de valores de uso por medio de un trabajo, de una actividad humana transformadora. Así como su carácter esencial para la reproducción de la fuerza de trabajo y de las relaciones de producción capitalistas.
Desde el marxismo más tradicional se considera que la configuración de la familia y el trabajo doméstico forman parte de la lógica del capital, por lo que la lucha de las mujeres por su liberación forma parte de la lucha de clases. Engels, en “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, relacionaba la sujeción de las mujeres con el desarrollo del capitalismo y argumentaba que para su liberación era necesario, además de la revolución socialista, que trabajasen fuera del hogar, algo que también defendían las feministas del siglo pasado.
Pero la relación entre marxismo y feminismo es compleja. El feminismo ha pretendido que la crítica marxista a la economía de mercado y al sistema de producción capitalista extendiese la noción de explotación al interior de la familia, considerando la subordinación de las mujeres bajo el patriarcado como una forma de explotación anterior a la explotación de clase. Esto no ha sido completamente aceptado por los economistas marxistas, que aunque reconocen que la división sexual del trabajo es la principal causa de la subordinación femenina, no la consideran la principal fuente de explotación económica y social, y ello ha llevado a que el feminismo radical se construyese como alternativa interpretativa independiente, aunque en las cercanías de los planteamientos marxistas.
El marxismo feminista o feminismo socialista (Benerías y Roldán, 1992) pone en primer plano la lógica del capital y considera que la división sexual del trabajo responde a las necesidades del capitalismo en dos aspectos muy concretos: el trabajo doméstico realizado por las mujeres cumple una función de abaratamiento de los costes de reproducción de la fuerza de trabajo; por otra parte, las mujeres constituyen una reserva flexible de mano de obra barata. En consecuencia, las variaciones de la tasa de actividad femenina responden a las necesidades del capital, discriminación de las mujeres en el mercado de trabajo se explica por su posición en la familia.
Frente a lo anterior el feminismo radical considera que la lógica del patriarcado es para las mujeres previa y más importante que la del capital. A pesar del aumento de la participación laboral de las mujeres, ellas siguen siendo las responsables del trabajo doméstico. La división sexual del trabajo es consecuencia de la explotación de las mujeres por parte de los hombres en el seno de la familia y tiene su reflejo en el mercado, donde las mujeres desempeñan empleos que constituyen una prolongación de las tareas que tradicionalmente realizan en el hogar, constituyéndose un circulo vicioso: al ser responsables del trabajo doméstico, ocupan posiciones subsidiarias en el mercado de trabajo, y ello refuerza, a su vez, la dependencia de la familia (Hartmann 1979y 1981). Por ello, la desaparición del capitalismo no garantizaría el fin de la opresión de las mujeres.
Esta relación de interdependencia entre las esferas de la producción y de la reproducción es considerada esencial para la continuidad del sistema capitalista por otras feministas críticas próximas a los planteamientos marxistas (Humphries y Rubery, 1984; Beechey, 1990 y Piechio, 1992; Rubery 1993), que también insisten en la importancia de la división sexual del trabajo y la segmentación de ocupaciones que generan diferencias de ingresos por género y diferencias en el acceso a puestos de trabajo.
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