El asesinato político en la América Latina del siglo XX
La guerra sucia contra los pueblos
artículo periodístico de Percy Francisco Alvarado Godoy
publicado en Tribuna Popular del PC de Venezuela en diciembre de 2011
Se publica en el Foro en dos mensajes dada su longitud
---mensaje nº 1---
Una parte considerable de nuestras naciones latinoamericanas padecieron durante los últimos tiempos un permanente desangramiento sin parangón en su historia, motivado por la profundización de la violencia y los conflictos internos. Las causas, en muchos casos aún latentes, fueron las graves condiciones de desigualdad y un incremento de la injusticia social. Las endebles democracias de América Latina, impuestas mediante elecciones plagadas de corruptelas, o bajo la anuencia y presiones de la Casa Blanca, resultaron ineficaces para controlar sus respectivos países. Washington encontró en las cúpulas castrenses la aparente solución: la dictadura militar. De esta forma, el poder castrense fue entronizándose en las naciones del continente: primero en Paraguay (1954); luego en Brasil (1964); y, posteriormente, en otras naciones del Cono Sur como Perú (1968), Uruguay (1972), Chile (1973), Argentina (1976) y Bolivia.
La macabra época de los generalatos, torturas y desapariciones, protagonizadas por hombres sin escrúpulos como Alfredo Stroessner, Rafael Videla, Augusto Pinochet, Hugo Banzer y el no menos cruel, aunque civil, José María Bordaberry, golpeó a los mejores hijos de Latinoamérica. Era tal la dependencia y la sumisión a Washington, que varios gobiernos, en apariencia democráticos, optaron por recurrir al patrocinio militar para enfrentar los justos reclamos populares. Así sucedió en Uruguay, Guatemala, El Salvador y Honduras.
La ideología de los generales, influida notablemente por el fascismo y las doctrinas de la ultraderecha conservadora norteamericana, tenía el doble propósito de detener, por un lado, a la legítima lucha de los pueblos y, por otro, incrementar los niveles de dependencia al capital extranjero. Toda esta amalgama ideológica, sustentada por la doctrina de la Seguridad Nacional, descansó en la defensa a ultranza del desarrollo de un capitalismo dependiente al capital foráneo y de las estrategias de desarrollo diseñadas por teóricos norteamericanos, así como en la represión y estigmatización de quienes propusieran otras alternativas de progreso. El ejemplo cubano fue excomulgado, censurado y perseguido, así como aquellos que le defendían como alternativa más viable para sus países.
Fue una época oscura que solo vale ser recordada para el reclamo de justicia y para evitar que se repita. Las dictaduras castrenses se extendieron por largos años en varias naciones del continente, a pesar de la condena internacional a las mismas. La dictadura de Stroessner en Paraguay duró desde 1954 hasta 1991; el régimen de Pinochet en Chile se alargó desde 1973 hasta 1990; la Argentina padeció a Videla, Viola y Galtieri desde 1976 hasta 1982; mientras en Uruguay los gobiernos represores de Jorge Pacheco Areco y José María Bordaberry se extendieron desde 1966 hasta 1985. Este mismo panorama aterrador lo sufrieron otras naciones del continente como Bolivia, Guatemala y otras.
El mal impuesto a nuestras naciones, aunque no fue eterno, fue desastroso. La humanidad entera se conmocionó ante tanto crimen y tamaña injusticia. Fueron largos años de reclamo, de denuncia, de combate y oposición, los que dieron al traste con esta página negra de nuestra historia. Muchas fueron las causas de su desaparición, pero la más válida fueron la resistencia denodada de los mejores hijos de nuestros pueblos y la creciente solidaridad del mundo hacia su lucha heroica. Influyeron también el desprestigio de estos regímenes a causa de la corrupción y su criminalidad, las contradicciones internas dentro de los mismos y la lucha de poder, el fracaso de los modelos económicos defendidos por ellos mediante el terror y, sobre todo, la pérdida del miedo por parte de los pueblos.
Mucho se trató de hacer por ocultar tanto crimen. Los culpables de las torturas, asesinatos y desapariciones, recurrieron a diversas artimañas para escapar del justo reclamo de justicia por parte de sus víctimas y familiares. Sin embargo, ni el olvido, ni la complacencia, pueden resguardar y perdonar al crimen y a la impunidad.
¿Qué quedó, sin embargo, como huella amarga de esta nefasta experiencia?
Miles de los mejores hijos de Latinoamérica fueron asesinados salvajemente, arrancados de sus hogares en las sombras de la noche y sus cuerpos desaparecidos para siempre. El dolor late, permanece y no quiere perdonarse.
Argentina
Aún hoy, en Argentina, por ejemplo, se recuerda con dolor tanta injusticia. Las Fuerzas Armadas fueron las responsables directas de la violación de los derechos humanos de millares de ciudadanos los que, mediante el empleo de técnicas sofisticadas de tortura, tomadas de la experiencia nazi y de los manuales de contrainsurgencia de la CIA y de las fuerzas armadas norteamericanas, fueron ejecutados, mutilados, torturados y, finalmente, desaparecidos.
30,000 fue el escalofriante número de personas desaparecidas y asesinadas por la represión castrense en esta guerra sucia. Puede decirse, sin temor al equívoco, que casi toda una generación de argentinos fue víctima de esta atrocidad, El hecho de que el 80 % de los asesinados y desaparecidos tuviera entre 21 y 35 años de edad, así lo confirma.
Hoy, se descubren los embrollos de esa trama bestial y reprobable. Los militares argentinos llegaron a contar con 340 centros clandestinos de tortura y detención, cuyos operadores eran represores castrenses.
El terrible aparato represivo de los militares argentinos contó con el apoyo y la complicidad de civiles miembros de instituciones religiosas, legales y de otro tipo. Baste ejemplificar esto con la denuncia de la CONADEP, la cual publicó una extensa lista de 1351 torturadores, entre ellos diversos médicos, jueces, periodistas, obispos y sacerdotes católicos, protagonistas de esa guerra sucia. ¿Podría imaginarse, me pregunto, que miembros de la iglesia católica como el obispo Pío Laghi, Nuncio Apostólico del Estado Vaticano en Argentina; el ex obispo de La Plata, Antonio Plaza; el Monseñor Emilio Graselli; el sacerdote Christian Von Wernich; el capellán Pelanda López y el Monseñor Adolfo Tórtolo, Vicario de las Fuerzas Armadas, fueron cómplices directos de las torturas, asesinatos y desapariciones de argentinos?
Los escuadrones de la muerte, integrados por miembros del ejército, la policía y la armada, civiles anticomunistas y una amplia gama de pandilleros y delincuentes, agruparon en torno a la “Triple A” (Alianza Anticomunista Argentina) y el comando “Libertadores de América” a la fuerza debidamente entrenada por la CIA y el FBI norteamericanos para ejercer la represión contra las fuerzas progresistas. El propio general Videla declaró en 1975, sin remordimiento o preocupación alguna, que: “…morirán tantos argentinos como sea necesario a fin de preservar el orden".
La Operación Cóndor fue la consumación de los planes norteamericanos para garantizarse un traspatio seguro en la región y representó la internacionalización del terror por parte de los militares latinoamericanos. Sin lugar a dudas, luego de haberse establecido en un encuentro realizado a fines de noviembre de 1975, durante una reunión en Santiago de Chile y bajo la anuencia directa de Pinochet, en la que participaron represores de Chile, Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay, se crearon las condiciones organizativas, técnicas y financieras para llevar a cabo operaciones a gran escala, internacionalmente coordinadas, y encaminadas a reprimir de conjunto a las fuerzas progresistas de la región. Los argentinos, al igual que sus socios chilenos, paraguayos y uruguayos, desempeñaron un rol relevante en estos planes.
Los frutos de la nueva estrategia de terror diseñada en la Operación Cóndor no se hicieron esperar: militares argentinos y chilenos ejecutaron el asesinato en Buenos Aires del general Carlos Prats y de su esposa. Luego vendría el atentado a Bernardo Leighton, en Roma. Estos hechos evidenciaron que la Operación Cóndor, bendecida por la CIA e integrada también por represores y terroristas de origen cubano, pasó a ser una alianza castrense de tipo internacional, integrada al menos por represores de más de seis países.
1976 representó un año de incremento de las acciones represivas a nivel internacional. Decenas de luchadores progresistas fueron asesinados luego de ser capturados en complejos operativos. En la lista de estos crímenes sobresalen los líderes miristas chilenos Edgardo Enríquez, Patricio Biedma y Jorge Fuentes; dos jóvenes oficiales de seguridad de la embajada cubana en Argentina: Jesús Cejas Arias, de 22 años, y Crescencio Galañega, de 26, quienes habían sido capturados el 9 de agosto de 1976 en el barrio de Belgrano; el ex Presidente de Bolivia, general Juan José Torres; el dirigente del ERP argentino, Mario Roberto Santucho; así como el tupamaro William Whitelaw.
Cóndor también provocó el asesinato de los destacados políticos uruguayos Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, así como en atentado que costó la vida al ex canciller chileno Orlando Letelier y su secretaria, perpetrado en territorio norteamericano por terroristas chilenos y cubanos estrechamente vinculados a la CIA.
Ya no es un secreto que 100 militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) chileno, exilados en Argentina, fueron brutalmente asesinados entre 1974 y 1975, en lo que se llamó Operación Colombo y cuyo artífice fue Pinochet.
Hoy tampoco resulta un secreto que una gran parte de los secuestrado y ulteriormente asesinados dentro de la Operación Cóndor, pasaron por una disimulada prisión ubicada en el barrio bonaerense de Floresta, conocida como Automotores Orletti, en la que fueron salvajemente torturados.
De aquella época de dolor y muerte queda aún el reclamo insatisfecho de justicia, el bregar heroico de los argentinos, representados legítimamente por las Madres de la Plaza de Mayo, por alcanzarla un día y, sobre todo, el optimismo de una Argentina mejor.
Chile
A partir del golpe militar contra el gobierno de la Unidad Popular, en septiembre de 1973, Chile conoció una época horrenda que arrebató la vida a sus mejores hijos e hizo trizas a las libertades democráticas. Las detenciones, las desapariciones y los asesinatos pasaron a convertirse en la venganza castrense contra todos aquellos que un día pretendieron hacer de Chile una patria igual para todos.
Al baño de sangre que continuó al 11 de septiembre de 1973, le sustituyó una férrea represión ejecutada inicialmente por distintos cuerpos de seguridad y, a partir de 1974, por la recién creada Dirección de Inteligencia Nacional (DINA). Todo ese despliegue de terror estuvo encaminado a consumar los planes represivos elaborados desde meses antes por los altos mandos militares chilenos, con el apoyo del gobierno norteamericano, y que estaban dirigidos a hacer desaparecer a más de tres mil altos dirigentes de izquierda y 20 mil cuadros de las organizaciones populares luego de la asonada militar.
La represalia preelaborada por los golpistas apuntó también contra miembros de las fuerzas armadas opuestos a la sedición castrense.
Hoy se conoce igualmente que la propia Central de Inteligencia de los Estados Unidos colaboró con los militares chilenos en la confección de estos listados y que, con posterioridad al golpe, continuó facilitando información a los golpistas sobre exilados chilenos residentes en otros países, información que sirvió de base para las operaciones de secuestro y asesinato perpetradas durante la Operación Cóndor. Estados Unidos y sus agencias gubernamentales, apoyándose en un grupo de terroristas cubanos, apuntaló las decenas de operativos realizados por la DINA en otros países latinoamericanos y en varias naciones europeas. Por tanto, no resulta absurdo presuponer que la CIA supervisó todo el proceso de montaje de la asonada golpista en Chile, colaborando con los militares chilenos en el diseño de la ulterior respuesta represiva contra las fuerza de izquierda, lo que incluyó, desde luego, la desaparición física de Salvador Allende.
En los años siguientes, la colaboración entre los Estados Unidos y Pinochet se fortaleció a niveles sorprendentes. El propio Henry Kissinger santificó los asesinatos y la salvaje represión contra los chilenos, cuando le expresó a Augusto Pinochet durante un encuentro que ambos sostuvieron en junio de 1976: "… en Estados Unidos simpatizamos con lo que usted está tratando de hacer aquí".
Los cuantiosos recursos aportados por Estados Unidos para llevar a cabo el montaje de la Operación Cóndor incluyeron no sólo altas sumas de dinero, sino también un voluminoso intercambio de información, asesoramiento en técnicas de tortura y equipamiento provistos por la División de Servicios Técnicos de la CIA.
Como se ha destacado en otra parte del artículo, los militares chilenos desempeñaron un papel descollante en la internacionalización del terror contra los movimientos progresistas y sus líderes en América Latina. Fueron operativos de la DINA, una organización de inteligencia subordinada directamente a Pinochet, los que persiguieron, secuestraron y ultimaron a destacadas personalidades democráticas chilenas en el exterior, entre las que sobresalieron el general Carlos Prats y Orlando Letelier.
Durante la investigación llevada a cabo por el FBI sobre el asesinato de Orlando Letelier del Solar, un agente de esta organización federal, Robert Scherrer, quien fungía como agregado legal de la Embajada de Estados Unidos en Buenos Aires desde el año 1972, informó a sus jefes en un cable fechado el 28 de septiembre de 1976: "Operación Cóndor es el nombre en código de la recopilación, intercambio y almacenamiento de datos de inteligencia [militar] sobre personas [calificadas de adversarios políticos], recientemente establecida entre los servicios que a ella cooperan con el fin de eliminar a [sus adversarios políticos] en estos países. Además, la Operación Cóndor lleva a cabo operaciones conjuntas contra sus blancos en los países miembros (...) Chile es el centro de la Operación Cóndor, e incluye también a Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay. Brasil también ha aceptado en principio aportar información a la Operación Cóndor”.
Este sistema de terror provocó la desaparición de más de 30 000 personas, mientras que otras fuentes como la OEA, la ONU y el Consejo Mundial de Iglesias y el Parlamento Europeo, señalan como 45 mil los chilenos asesinados entre 1973 al 1990. Estas cuantiosas muertes por razones políticas, se consumaron en la aciaga Caravana de la Muerte, mediante las nefastas operaciones Albania y Colombo, así como los deplorables hechos sucedidos en la Colonia Dignidad, el Buque Escuela Esmeralda y otros. Repudiables fueron también los asesinatos de Barchelet, Víctor Jara, Hoteiza, Pablo Neruda, José Toha, Bonilla, Lumi Videla, Marta Ugarte, Miguel Enriquez y Salvador Allende. Otros terribles hechos de sangre que conmovieron a Chile entero fueron los asesinatos cometidos durante las protestas de pobladores de las colonias José María Caro, la Victoria, la Villa Francia; al igual que las muertes ocurridas en los estadios Chile y Nacional; los crímenes cometidos en Chacabuco, Tejas Verdes y los Buques de Valparaiso y Talcahuano; en Ritoque, Tres y Cuatro Alamos; en la Villa Grimaldi; en Discotex; en el regimiento Tacna, el Buin, el Tarapaca, en el AGA; asesinatos como los de la Academia de guerra de la Fuerza Aérea y de la Armada; los del local del ex diario Clarin y en el sótano del viejo Congreso Nacional, entre otros detestables hechos de sangre cometidos por los militares chilenos.
El Salvador
En esta nación centroamericana se cometieron crímenes atroces contra el pueblo y las fuerzas progresistas empeñadas en cambiar el deprimente status quo allí imperante.
El asesinato extrajudicial, la desaparición física y la tortura pasaron a convertirse en práctica rutinaria desde 1932, cuando el régimen de Maximiliano Hernández Martínez hizo desaparecer los cadáveres de las víctimas de sus frecuentes masacres.
Con el apoyo permanente de los Estados Unidos se llevó a cabo a partir de la década de los sesenta una de las más abominables represiones sufridas por pueblo alguno. Prueba del apoyo norteamericano lo representó la enorme ayuda militar recibida por los gobernantes salvadoreños, encaminada a reprimir y enfrentar la legítima lucha de este pueblo por su liberación. Algunos datos prueban que, recién ser elegido Reagan como presidente, entregó al gobierno salvadoreño la asombrosa cifra de $55 millones en ayuda militar de emergencia.
Hoy se conoce la confabulación de otros gobiernos latinoamericanos para apoyar a los criminales gobernantes de ese país centroamericano. Por ejemplo, la CIA consiguió que el gobierno venezolano de Herrera Campins, perteneciente al COPEI, entregara armas y otros abastecimientos a Napoleón Duarte, probado títere de Estados Unidos y de la CIA.
Para ocultar vanamente la participación del gobierno y de sus fuerzas armadas en los frecuentes asesinatos de tipo político, en El Salvador fue creado en 1967 un grupo paramilitar conocido como Organización Democrática Nacional (ORDEN), coincidiendo con la aparición de estos escuadrones de la muerte en la vecina Guatemala. Otros grupos paramilitares, dependientes del ejército como la autodenominada Brigada Anti-Comunista “Maximiliano Hernández Martínez” y el Ejército Secreto Anticomunista (ESA), cometieron también abominables crímenes.
El empleo directo de ORDEN por el ejército en 1970 causó tal repudio que, en 1979, fue disuelto en apariencia, aunque continuó realizado macabros crímenes por todo el país con 150.000 civiles armados dentro de su estructura.
ORDEN se mantuvo ejerciendo su represión a pesar de su formal desaparición. Colaboró con el ejército en cuanto a búsqueda de información y aniquilación de potenciales enemigos. Ya para 1985 había participado en la ejecución de más de siete mil salvadoreños. En este contexto se ubicaron los asesinatos de los seis sacerdotes jesuitas y sus dos acompañantes en 1989, ocurridos en el Centro Pastoral de la Universidad Centroamericana. Este hecho, ocurrido el 16 de noviembre de 1989, tuvo lugar cuando efectivos militares asesinaron a mansalva a los padres jesuitas de la UCA: Ignacio Ellacuría (Rector de la Universidad), Segundo Montes, Ignacio Martín-Baró, Armando López, Juan Ramón Moreno y Joaquín López, al igual que a la trabajadora doméstica Elba Ramos y a su hija de 15 años, Celina Ramos.
Otros terribles crímenes políticos fueron el asesinato de los dirigentes del Frente Democrático Revolucionario (FDR) Victor Manuel Quintanilla, Santiago Hernández Jiménez (Secretario General del FUSS y desaparecido desde el 25 de septiembre), José Antonio García Vásquez y la Dra. Dora Muñoz Castillo, ocurrido el 7 de octubre de 1983, y cuyos autores fueron miembros de la “Brigada Anti-Comunista Maximiliano Hernández Martínez”. Un tiempo antes, entre el 12 y 15 de agosto de 1980, fueron asesinados 129 simpatizantes de esta organización al ser reprimido un paro convocado por el FDR. Otros 7 dirigentes del FDR, entre los que se encontraba Alvarez Córdoba, fueron torturados y asesinados.
También fueron asesinadas religiosas norteamericanas y periodistas holandeses.
Gran conmoción causaron las agresiones contra miembros de organismos de derechos humanos como el FENASTAS y COMADRES, así como contra sindicatos de trabajadores. Solo entre enero y junio de 1981 fueron asesinados 136 profesores agrupados en la Asociación Nacional de Educadores Salvadoreños (ANDES). Por su parte, el día 4 de diciembre de 1981 fue secuestrado y posteriormente asesinado el director de la Comisión de Derechos Humanos de El Salvador (CDHES-NG), Carlos Eduardo Vides; en agosto de 1982 ocurrió lo mismo con América Perdomo, Directora de Relaciones Públicas de esa entidad; y, posteriormente, el 16 de marzo de 1983, fue asesinada Marianela García Villas, Presidente del CDHES- NG, por una patrulla militar.
Las masacres de campesinos por miembros del ejército, como ocurrió en las aldeas del Mozote, Río Sumpul y El Calabozo, fueron otras de las modalidades del terrorismo de estado en El Salvador. Un grupo de más de doscientos campesinos fue asesinado o desaparecido el 17 de marzo de 1981, cuando un millar de éstos intentaba cruzar el río Lempa, rumbo Honduras. Meses después, en octubre de ese año y en el mismo lugar, fueron asesinados 147 campesinos, entre ellos 44 menores de edad. En noviembre de ese mismo año, una patrulla militar asesinó entre 50 y 100 campesinos en el departamento de Cabañas.
Fueron también miembros del ejército quienes cometieron uno de los más repugnantes y condenados crímenes cometidos en El Salvador: el de Monseñor Óscar Arnulfo Romero, quien se había dirigido al presidente norteamericano Jimmy Carter, en 1980, recabando que los Estados Unidos cesara su apoyo al gobierno de su país. El crimen tuvo lugar el 24 de marzo de ese mismo año, mientras oficiaba misa Monseñor Romero en la capilla del hospital La Divina Providencia. El ejecutor directo del crimen fue un francotirador, pero los autores intelectuales fueron varios y había que localizarlos en las altas esferas de gobierno y en Washington. El día anterior, Romero había declarado en su homilía dominical: "En nombre de Dios, en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno, que cese la represión."
El acto de horror cometido contra Romero se completó en sus funerales, cuando grupos paramilitares hicieron estallar una bomba entre la multitud que acudió al sepelio, frente a la Catedral de San Salvador. A la detonación, siguió el ametrallamiento de los asistentes. El costo de esta criminal acción fue el de 27 a 40 muertos y más de 200 heridos.
Convertidas El Salvador y toda Centroamérica en campo de pruebas de la guerra “antisubversiva” de los Estados Unidos, recibieron el apoyo logístico del Pentágono y de la CIA, así como la participación de asesores y expertos en contrainsurgencia, entre los que se destacaron contrarrevolucionarios cubanos como Félix Rodríguez y Luis Posada Carriles. Esta ingerencia provocó la muerte de más de 250 mil centroamericanos.
Hoy se manejan con horror las cifras de asesinados El Salvador. Solo entre los años 1980 y 1982, éstos fueron varios miles, tal como se puede apreciar en la siguiente tabla:
AÑO TOTAL DE VICTIMAS
1980 11,903
1981 16,266
1982 5,962
Por su parte, la organización Socorro Jurídico Cristiano denunció que solo entre enero y agosto de 1982, se cometieron 3,059 asesinatos políticos en esa nación. El Informe del Enviado Especial a la Comisión de DDHH, en su página 21, expresa que solo en el año 1982 fueron asesinados 5,962 salvadoreños. El ritmo de asesinatos cometidos fue de 300 por mes. Tal fue la magnitud de este genocidio, cuyo cómplice principal fue el gobierno de los Estados Unidos.
Brasil
Luego de que la CIA desató una feroz campaña propagandística en contra del gobierno de João Goulart en 1964, cuya culminación fue un golpe de Estado, Brasil sufriría por más de dos décadas la presencia de dictaduras militares. Este triste período fue iniciado con el mandato del general Humberto de Alencar Castello Branco y cuando el país conocería un régimen de persecuciones, torturas y asesinatos políticos sin parangón. Luego del breve período presidencial de Artur da Costa e Silva, una Junta Militar detentó el poder, con el general Emilio Garrastazú Médici a la cabeza. Esta junta castrense llevó la represión a niveles nunca antes conocidos en el país. Luego se sucedería el mandato del general Ernesto Beckmann Geisel y, finalmente, el del general Joao Baptista de Oliveira Figueiredo. Con la creación del Servicio Nacional de Información (SNI), por parte de Castello Blanco, las dictaduras castrenses subsiguientes contaron con un eficiente instrumento para llevar a cabo su terrorismo de estado entre 1964 y 1979. Este macabro organismo tenía como funciones las de recoger y clasificar la información sobre supuestos enemigos del gobierno. El SIN coordinaba y maniobraba con las secciones de inteligencia de los diferentes cuerpos de seguridad, así como con las Divisiones Regionales de Operaciones de Inteligencia y Coordinaciones de la Defensa Interna.
De acuerdo con el Informe “Brasil: Nunca Más, emitido en 1985, se registraron en Brasil 144 asesinatos políticos, 1843 casos de tortura y 125 casos de desaparición de personas, también por los mismos motivos.
Por las investigaciones realizadas para conocer las violaciones a los derechos humanos en ese período, se pudo determinar que los Estados Unidos apoyaron sistemáticamente a las dictaduras militares, facilitando fondos, entrenamiento y asesoría para llevar a cabo sus actividades represivas. El propio oficial CIA Dan Mitrione entrenó a una enorme cantidad de militares y policías brasileños con sus "Métodos científicos para arrancar confesiones y obtener la verdad". Las víctimas con las que se experimentaban estos métodos de tortura fueron niños de la calle y mendigos de la ciudad de Bello Horizonte.
Una práctica muy común en este período fue la desaparición de ciudadanos, muy difundida ya en otras naciones latinoamericanas. Se conoce hoy que entre 1964 a 1979 ocurrieron 125 casos de personas desaparecidas por razones políticas, las que fueron enterradas bajo otras identidades.
En Brasil, fue donde se estrenó, mediante el primer golpe de estado, la Doctrina de Seguridad Nacional de Estados Unidos, aprobada por J. F. Kennedy en 1962, y que posteriormente propiciaría la difusión de juntas fascistas en gran parte de América Latina.
Uno de los movimientos sociales que más ha padecido el asesinato político ha sido el Movimientos de los Sin Tierra, sobre todos en los estados norteños brasileños y en Pará. Las amenazas de muerte, ejecuciones sumarias y masacres han sido, entre 1985 y 1997, muy frecuentes, al extremo que 1003 campesinos sin tierra fueron asesinados en Brasil. La impunidad de los asesinos es total, ya que solo 56 casos fueron investigados y una pequeña parte del total fueron juzgados.
Los periodistas también han padecido la feroz persecución y el asesinato. En el 2004 fueron asesinados en ese país Jorge Lourenço dos Santos (propietario de la radio Criativa FM, Santana do Ipanema, en Alagaos) y José Carlos Araújo (periodista de la Radio Timbaúba FM, Timbaúba, en Pernambuco).
El hecho más notorio del terrorismo de Estado en Brasil fue la masacre de la Guerrilla de Araguaia, sobre cuyos miembros se ejerció una brutal violencia. De los 69 guerrilleros que la integraban, 59 fueron asesinados y sus cadáveres desaparecidos. Esa valiosa cantera de luchadores del Partido Comunista de Brasil, integrada en lo fundamental por médicos, enfermeras, maestras y otros intelectuales, fue hecha desaparecer con saña y perversión.
Es cierto que la represión en Brasil fue más encubierta que en otros países del continente, pero no por ello menos violenta y condenable.
La guerra sucia contra los pueblos
artículo periodístico de Percy Francisco Alvarado Godoy
publicado en Tribuna Popular del PC de Venezuela en diciembre de 2011
Se publica en el Foro en dos mensajes dada su longitud
---mensaje nº 1---
Una parte considerable de nuestras naciones latinoamericanas padecieron durante los últimos tiempos un permanente desangramiento sin parangón en su historia, motivado por la profundización de la violencia y los conflictos internos. Las causas, en muchos casos aún latentes, fueron las graves condiciones de desigualdad y un incremento de la injusticia social. Las endebles democracias de América Latina, impuestas mediante elecciones plagadas de corruptelas, o bajo la anuencia y presiones de la Casa Blanca, resultaron ineficaces para controlar sus respectivos países. Washington encontró en las cúpulas castrenses la aparente solución: la dictadura militar. De esta forma, el poder castrense fue entronizándose en las naciones del continente: primero en Paraguay (1954); luego en Brasil (1964); y, posteriormente, en otras naciones del Cono Sur como Perú (1968), Uruguay (1972), Chile (1973), Argentina (1976) y Bolivia.
La macabra época de los generalatos, torturas y desapariciones, protagonizadas por hombres sin escrúpulos como Alfredo Stroessner, Rafael Videla, Augusto Pinochet, Hugo Banzer y el no menos cruel, aunque civil, José María Bordaberry, golpeó a los mejores hijos de Latinoamérica. Era tal la dependencia y la sumisión a Washington, que varios gobiernos, en apariencia democráticos, optaron por recurrir al patrocinio militar para enfrentar los justos reclamos populares. Así sucedió en Uruguay, Guatemala, El Salvador y Honduras.
La ideología de los generales, influida notablemente por el fascismo y las doctrinas de la ultraderecha conservadora norteamericana, tenía el doble propósito de detener, por un lado, a la legítima lucha de los pueblos y, por otro, incrementar los niveles de dependencia al capital extranjero. Toda esta amalgama ideológica, sustentada por la doctrina de la Seguridad Nacional, descansó en la defensa a ultranza del desarrollo de un capitalismo dependiente al capital foráneo y de las estrategias de desarrollo diseñadas por teóricos norteamericanos, así como en la represión y estigmatización de quienes propusieran otras alternativas de progreso. El ejemplo cubano fue excomulgado, censurado y perseguido, así como aquellos que le defendían como alternativa más viable para sus países.
Fue una época oscura que solo vale ser recordada para el reclamo de justicia y para evitar que se repita. Las dictaduras castrenses se extendieron por largos años en varias naciones del continente, a pesar de la condena internacional a las mismas. La dictadura de Stroessner en Paraguay duró desde 1954 hasta 1991; el régimen de Pinochet en Chile se alargó desde 1973 hasta 1990; la Argentina padeció a Videla, Viola y Galtieri desde 1976 hasta 1982; mientras en Uruguay los gobiernos represores de Jorge Pacheco Areco y José María Bordaberry se extendieron desde 1966 hasta 1985. Este mismo panorama aterrador lo sufrieron otras naciones del continente como Bolivia, Guatemala y otras.
El mal impuesto a nuestras naciones, aunque no fue eterno, fue desastroso. La humanidad entera se conmocionó ante tanto crimen y tamaña injusticia. Fueron largos años de reclamo, de denuncia, de combate y oposición, los que dieron al traste con esta página negra de nuestra historia. Muchas fueron las causas de su desaparición, pero la más válida fueron la resistencia denodada de los mejores hijos de nuestros pueblos y la creciente solidaridad del mundo hacia su lucha heroica. Influyeron también el desprestigio de estos regímenes a causa de la corrupción y su criminalidad, las contradicciones internas dentro de los mismos y la lucha de poder, el fracaso de los modelos económicos defendidos por ellos mediante el terror y, sobre todo, la pérdida del miedo por parte de los pueblos.
Mucho se trató de hacer por ocultar tanto crimen. Los culpables de las torturas, asesinatos y desapariciones, recurrieron a diversas artimañas para escapar del justo reclamo de justicia por parte de sus víctimas y familiares. Sin embargo, ni el olvido, ni la complacencia, pueden resguardar y perdonar al crimen y a la impunidad.
¿Qué quedó, sin embargo, como huella amarga de esta nefasta experiencia?
Miles de los mejores hijos de Latinoamérica fueron asesinados salvajemente, arrancados de sus hogares en las sombras de la noche y sus cuerpos desaparecidos para siempre. El dolor late, permanece y no quiere perdonarse.
Argentina
Aún hoy, en Argentina, por ejemplo, se recuerda con dolor tanta injusticia. Las Fuerzas Armadas fueron las responsables directas de la violación de los derechos humanos de millares de ciudadanos los que, mediante el empleo de técnicas sofisticadas de tortura, tomadas de la experiencia nazi y de los manuales de contrainsurgencia de la CIA y de las fuerzas armadas norteamericanas, fueron ejecutados, mutilados, torturados y, finalmente, desaparecidos.
30,000 fue el escalofriante número de personas desaparecidas y asesinadas por la represión castrense en esta guerra sucia. Puede decirse, sin temor al equívoco, que casi toda una generación de argentinos fue víctima de esta atrocidad, El hecho de que el 80 % de los asesinados y desaparecidos tuviera entre 21 y 35 años de edad, así lo confirma.
Hoy, se descubren los embrollos de esa trama bestial y reprobable. Los militares argentinos llegaron a contar con 340 centros clandestinos de tortura y detención, cuyos operadores eran represores castrenses.
El terrible aparato represivo de los militares argentinos contó con el apoyo y la complicidad de civiles miembros de instituciones religiosas, legales y de otro tipo. Baste ejemplificar esto con la denuncia de la CONADEP, la cual publicó una extensa lista de 1351 torturadores, entre ellos diversos médicos, jueces, periodistas, obispos y sacerdotes católicos, protagonistas de esa guerra sucia. ¿Podría imaginarse, me pregunto, que miembros de la iglesia católica como el obispo Pío Laghi, Nuncio Apostólico del Estado Vaticano en Argentina; el ex obispo de La Plata, Antonio Plaza; el Monseñor Emilio Graselli; el sacerdote Christian Von Wernich; el capellán Pelanda López y el Monseñor Adolfo Tórtolo, Vicario de las Fuerzas Armadas, fueron cómplices directos de las torturas, asesinatos y desapariciones de argentinos?
Los escuadrones de la muerte, integrados por miembros del ejército, la policía y la armada, civiles anticomunistas y una amplia gama de pandilleros y delincuentes, agruparon en torno a la “Triple A” (Alianza Anticomunista Argentina) y el comando “Libertadores de América” a la fuerza debidamente entrenada por la CIA y el FBI norteamericanos para ejercer la represión contra las fuerzas progresistas. El propio general Videla declaró en 1975, sin remordimiento o preocupación alguna, que: “…morirán tantos argentinos como sea necesario a fin de preservar el orden".
La Operación Cóndor fue la consumación de los planes norteamericanos para garantizarse un traspatio seguro en la región y representó la internacionalización del terror por parte de los militares latinoamericanos. Sin lugar a dudas, luego de haberse establecido en un encuentro realizado a fines de noviembre de 1975, durante una reunión en Santiago de Chile y bajo la anuencia directa de Pinochet, en la que participaron represores de Chile, Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay, se crearon las condiciones organizativas, técnicas y financieras para llevar a cabo operaciones a gran escala, internacionalmente coordinadas, y encaminadas a reprimir de conjunto a las fuerzas progresistas de la región. Los argentinos, al igual que sus socios chilenos, paraguayos y uruguayos, desempeñaron un rol relevante en estos planes.
Los frutos de la nueva estrategia de terror diseñada en la Operación Cóndor no se hicieron esperar: militares argentinos y chilenos ejecutaron el asesinato en Buenos Aires del general Carlos Prats y de su esposa. Luego vendría el atentado a Bernardo Leighton, en Roma. Estos hechos evidenciaron que la Operación Cóndor, bendecida por la CIA e integrada también por represores y terroristas de origen cubano, pasó a ser una alianza castrense de tipo internacional, integrada al menos por represores de más de seis países.
1976 representó un año de incremento de las acciones represivas a nivel internacional. Decenas de luchadores progresistas fueron asesinados luego de ser capturados en complejos operativos. En la lista de estos crímenes sobresalen los líderes miristas chilenos Edgardo Enríquez, Patricio Biedma y Jorge Fuentes; dos jóvenes oficiales de seguridad de la embajada cubana en Argentina: Jesús Cejas Arias, de 22 años, y Crescencio Galañega, de 26, quienes habían sido capturados el 9 de agosto de 1976 en el barrio de Belgrano; el ex Presidente de Bolivia, general Juan José Torres; el dirigente del ERP argentino, Mario Roberto Santucho; así como el tupamaro William Whitelaw.
Cóndor también provocó el asesinato de los destacados políticos uruguayos Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, así como en atentado que costó la vida al ex canciller chileno Orlando Letelier y su secretaria, perpetrado en territorio norteamericano por terroristas chilenos y cubanos estrechamente vinculados a la CIA.
Ya no es un secreto que 100 militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) chileno, exilados en Argentina, fueron brutalmente asesinados entre 1974 y 1975, en lo que se llamó Operación Colombo y cuyo artífice fue Pinochet.
Hoy tampoco resulta un secreto que una gran parte de los secuestrado y ulteriormente asesinados dentro de la Operación Cóndor, pasaron por una disimulada prisión ubicada en el barrio bonaerense de Floresta, conocida como Automotores Orletti, en la que fueron salvajemente torturados.
De aquella época de dolor y muerte queda aún el reclamo insatisfecho de justicia, el bregar heroico de los argentinos, representados legítimamente por las Madres de la Plaza de Mayo, por alcanzarla un día y, sobre todo, el optimismo de una Argentina mejor.
Chile
A partir del golpe militar contra el gobierno de la Unidad Popular, en septiembre de 1973, Chile conoció una época horrenda que arrebató la vida a sus mejores hijos e hizo trizas a las libertades democráticas. Las detenciones, las desapariciones y los asesinatos pasaron a convertirse en la venganza castrense contra todos aquellos que un día pretendieron hacer de Chile una patria igual para todos.
Al baño de sangre que continuó al 11 de septiembre de 1973, le sustituyó una férrea represión ejecutada inicialmente por distintos cuerpos de seguridad y, a partir de 1974, por la recién creada Dirección de Inteligencia Nacional (DINA). Todo ese despliegue de terror estuvo encaminado a consumar los planes represivos elaborados desde meses antes por los altos mandos militares chilenos, con el apoyo del gobierno norteamericano, y que estaban dirigidos a hacer desaparecer a más de tres mil altos dirigentes de izquierda y 20 mil cuadros de las organizaciones populares luego de la asonada militar.
La represalia preelaborada por los golpistas apuntó también contra miembros de las fuerzas armadas opuestos a la sedición castrense.
Hoy se conoce igualmente que la propia Central de Inteligencia de los Estados Unidos colaboró con los militares chilenos en la confección de estos listados y que, con posterioridad al golpe, continuó facilitando información a los golpistas sobre exilados chilenos residentes en otros países, información que sirvió de base para las operaciones de secuestro y asesinato perpetradas durante la Operación Cóndor. Estados Unidos y sus agencias gubernamentales, apoyándose en un grupo de terroristas cubanos, apuntaló las decenas de operativos realizados por la DINA en otros países latinoamericanos y en varias naciones europeas. Por tanto, no resulta absurdo presuponer que la CIA supervisó todo el proceso de montaje de la asonada golpista en Chile, colaborando con los militares chilenos en el diseño de la ulterior respuesta represiva contra las fuerza de izquierda, lo que incluyó, desde luego, la desaparición física de Salvador Allende.
En los años siguientes, la colaboración entre los Estados Unidos y Pinochet se fortaleció a niveles sorprendentes. El propio Henry Kissinger santificó los asesinatos y la salvaje represión contra los chilenos, cuando le expresó a Augusto Pinochet durante un encuentro que ambos sostuvieron en junio de 1976: "… en Estados Unidos simpatizamos con lo que usted está tratando de hacer aquí".
Los cuantiosos recursos aportados por Estados Unidos para llevar a cabo el montaje de la Operación Cóndor incluyeron no sólo altas sumas de dinero, sino también un voluminoso intercambio de información, asesoramiento en técnicas de tortura y equipamiento provistos por la División de Servicios Técnicos de la CIA.
Como se ha destacado en otra parte del artículo, los militares chilenos desempeñaron un papel descollante en la internacionalización del terror contra los movimientos progresistas y sus líderes en América Latina. Fueron operativos de la DINA, una organización de inteligencia subordinada directamente a Pinochet, los que persiguieron, secuestraron y ultimaron a destacadas personalidades democráticas chilenas en el exterior, entre las que sobresalieron el general Carlos Prats y Orlando Letelier.
Durante la investigación llevada a cabo por el FBI sobre el asesinato de Orlando Letelier del Solar, un agente de esta organización federal, Robert Scherrer, quien fungía como agregado legal de la Embajada de Estados Unidos en Buenos Aires desde el año 1972, informó a sus jefes en un cable fechado el 28 de septiembre de 1976: "Operación Cóndor es el nombre en código de la recopilación, intercambio y almacenamiento de datos de inteligencia [militar] sobre personas [calificadas de adversarios políticos], recientemente establecida entre los servicios que a ella cooperan con el fin de eliminar a [sus adversarios políticos] en estos países. Además, la Operación Cóndor lleva a cabo operaciones conjuntas contra sus blancos en los países miembros (...) Chile es el centro de la Operación Cóndor, e incluye también a Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay. Brasil también ha aceptado en principio aportar información a la Operación Cóndor”.
Este sistema de terror provocó la desaparición de más de 30 000 personas, mientras que otras fuentes como la OEA, la ONU y el Consejo Mundial de Iglesias y el Parlamento Europeo, señalan como 45 mil los chilenos asesinados entre 1973 al 1990. Estas cuantiosas muertes por razones políticas, se consumaron en la aciaga Caravana de la Muerte, mediante las nefastas operaciones Albania y Colombo, así como los deplorables hechos sucedidos en la Colonia Dignidad, el Buque Escuela Esmeralda y otros. Repudiables fueron también los asesinatos de Barchelet, Víctor Jara, Hoteiza, Pablo Neruda, José Toha, Bonilla, Lumi Videla, Marta Ugarte, Miguel Enriquez y Salvador Allende. Otros terribles hechos de sangre que conmovieron a Chile entero fueron los asesinatos cometidos durante las protestas de pobladores de las colonias José María Caro, la Victoria, la Villa Francia; al igual que las muertes ocurridas en los estadios Chile y Nacional; los crímenes cometidos en Chacabuco, Tejas Verdes y los Buques de Valparaiso y Talcahuano; en Ritoque, Tres y Cuatro Alamos; en la Villa Grimaldi; en Discotex; en el regimiento Tacna, el Buin, el Tarapaca, en el AGA; asesinatos como los de la Academia de guerra de la Fuerza Aérea y de la Armada; los del local del ex diario Clarin y en el sótano del viejo Congreso Nacional, entre otros detestables hechos de sangre cometidos por los militares chilenos.
El Salvador
En esta nación centroamericana se cometieron crímenes atroces contra el pueblo y las fuerzas progresistas empeñadas en cambiar el deprimente status quo allí imperante.
El asesinato extrajudicial, la desaparición física y la tortura pasaron a convertirse en práctica rutinaria desde 1932, cuando el régimen de Maximiliano Hernández Martínez hizo desaparecer los cadáveres de las víctimas de sus frecuentes masacres.
Con el apoyo permanente de los Estados Unidos se llevó a cabo a partir de la década de los sesenta una de las más abominables represiones sufridas por pueblo alguno. Prueba del apoyo norteamericano lo representó la enorme ayuda militar recibida por los gobernantes salvadoreños, encaminada a reprimir y enfrentar la legítima lucha de este pueblo por su liberación. Algunos datos prueban que, recién ser elegido Reagan como presidente, entregó al gobierno salvadoreño la asombrosa cifra de $55 millones en ayuda militar de emergencia.
Hoy se conoce la confabulación de otros gobiernos latinoamericanos para apoyar a los criminales gobernantes de ese país centroamericano. Por ejemplo, la CIA consiguió que el gobierno venezolano de Herrera Campins, perteneciente al COPEI, entregara armas y otros abastecimientos a Napoleón Duarte, probado títere de Estados Unidos y de la CIA.
Para ocultar vanamente la participación del gobierno y de sus fuerzas armadas en los frecuentes asesinatos de tipo político, en El Salvador fue creado en 1967 un grupo paramilitar conocido como Organización Democrática Nacional (ORDEN), coincidiendo con la aparición de estos escuadrones de la muerte en la vecina Guatemala. Otros grupos paramilitares, dependientes del ejército como la autodenominada Brigada Anti-Comunista “Maximiliano Hernández Martínez” y el Ejército Secreto Anticomunista (ESA), cometieron también abominables crímenes.
El empleo directo de ORDEN por el ejército en 1970 causó tal repudio que, en 1979, fue disuelto en apariencia, aunque continuó realizado macabros crímenes por todo el país con 150.000 civiles armados dentro de su estructura.
ORDEN se mantuvo ejerciendo su represión a pesar de su formal desaparición. Colaboró con el ejército en cuanto a búsqueda de información y aniquilación de potenciales enemigos. Ya para 1985 había participado en la ejecución de más de siete mil salvadoreños. En este contexto se ubicaron los asesinatos de los seis sacerdotes jesuitas y sus dos acompañantes en 1989, ocurridos en el Centro Pastoral de la Universidad Centroamericana. Este hecho, ocurrido el 16 de noviembre de 1989, tuvo lugar cuando efectivos militares asesinaron a mansalva a los padres jesuitas de la UCA: Ignacio Ellacuría (Rector de la Universidad), Segundo Montes, Ignacio Martín-Baró, Armando López, Juan Ramón Moreno y Joaquín López, al igual que a la trabajadora doméstica Elba Ramos y a su hija de 15 años, Celina Ramos.
Otros terribles crímenes políticos fueron el asesinato de los dirigentes del Frente Democrático Revolucionario (FDR) Victor Manuel Quintanilla, Santiago Hernández Jiménez (Secretario General del FUSS y desaparecido desde el 25 de septiembre), José Antonio García Vásquez y la Dra. Dora Muñoz Castillo, ocurrido el 7 de octubre de 1983, y cuyos autores fueron miembros de la “Brigada Anti-Comunista Maximiliano Hernández Martínez”. Un tiempo antes, entre el 12 y 15 de agosto de 1980, fueron asesinados 129 simpatizantes de esta organización al ser reprimido un paro convocado por el FDR. Otros 7 dirigentes del FDR, entre los que se encontraba Alvarez Córdoba, fueron torturados y asesinados.
También fueron asesinadas religiosas norteamericanas y periodistas holandeses.
Gran conmoción causaron las agresiones contra miembros de organismos de derechos humanos como el FENASTAS y COMADRES, así como contra sindicatos de trabajadores. Solo entre enero y junio de 1981 fueron asesinados 136 profesores agrupados en la Asociación Nacional de Educadores Salvadoreños (ANDES). Por su parte, el día 4 de diciembre de 1981 fue secuestrado y posteriormente asesinado el director de la Comisión de Derechos Humanos de El Salvador (CDHES-NG), Carlos Eduardo Vides; en agosto de 1982 ocurrió lo mismo con América Perdomo, Directora de Relaciones Públicas de esa entidad; y, posteriormente, el 16 de marzo de 1983, fue asesinada Marianela García Villas, Presidente del CDHES- NG, por una patrulla militar.
Las masacres de campesinos por miembros del ejército, como ocurrió en las aldeas del Mozote, Río Sumpul y El Calabozo, fueron otras de las modalidades del terrorismo de estado en El Salvador. Un grupo de más de doscientos campesinos fue asesinado o desaparecido el 17 de marzo de 1981, cuando un millar de éstos intentaba cruzar el río Lempa, rumbo Honduras. Meses después, en octubre de ese año y en el mismo lugar, fueron asesinados 147 campesinos, entre ellos 44 menores de edad. En noviembre de ese mismo año, una patrulla militar asesinó entre 50 y 100 campesinos en el departamento de Cabañas.
Fueron también miembros del ejército quienes cometieron uno de los más repugnantes y condenados crímenes cometidos en El Salvador: el de Monseñor Óscar Arnulfo Romero, quien se había dirigido al presidente norteamericano Jimmy Carter, en 1980, recabando que los Estados Unidos cesara su apoyo al gobierno de su país. El crimen tuvo lugar el 24 de marzo de ese mismo año, mientras oficiaba misa Monseñor Romero en la capilla del hospital La Divina Providencia. El ejecutor directo del crimen fue un francotirador, pero los autores intelectuales fueron varios y había que localizarlos en las altas esferas de gobierno y en Washington. El día anterior, Romero había declarado en su homilía dominical: "En nombre de Dios, en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno, que cese la represión."
El acto de horror cometido contra Romero se completó en sus funerales, cuando grupos paramilitares hicieron estallar una bomba entre la multitud que acudió al sepelio, frente a la Catedral de San Salvador. A la detonación, siguió el ametrallamiento de los asistentes. El costo de esta criminal acción fue el de 27 a 40 muertos y más de 200 heridos.
Convertidas El Salvador y toda Centroamérica en campo de pruebas de la guerra “antisubversiva” de los Estados Unidos, recibieron el apoyo logístico del Pentágono y de la CIA, así como la participación de asesores y expertos en contrainsurgencia, entre los que se destacaron contrarrevolucionarios cubanos como Félix Rodríguez y Luis Posada Carriles. Esta ingerencia provocó la muerte de más de 250 mil centroamericanos.
Hoy se manejan con horror las cifras de asesinados El Salvador. Solo entre los años 1980 y 1982, éstos fueron varios miles, tal como se puede apreciar en la siguiente tabla:
AÑO TOTAL DE VICTIMAS
1980 11,903
1981 16,266
1982 5,962
Por su parte, la organización Socorro Jurídico Cristiano denunció que solo entre enero y agosto de 1982, se cometieron 3,059 asesinatos políticos en esa nación. El Informe del Enviado Especial a la Comisión de DDHH, en su página 21, expresa que solo en el año 1982 fueron asesinados 5,962 salvadoreños. El ritmo de asesinatos cometidos fue de 300 por mes. Tal fue la magnitud de este genocidio, cuyo cómplice principal fue el gobierno de los Estados Unidos.
Brasil
Luego de que la CIA desató una feroz campaña propagandística en contra del gobierno de João Goulart en 1964, cuya culminación fue un golpe de Estado, Brasil sufriría por más de dos décadas la presencia de dictaduras militares. Este triste período fue iniciado con el mandato del general Humberto de Alencar Castello Branco y cuando el país conocería un régimen de persecuciones, torturas y asesinatos políticos sin parangón. Luego del breve período presidencial de Artur da Costa e Silva, una Junta Militar detentó el poder, con el general Emilio Garrastazú Médici a la cabeza. Esta junta castrense llevó la represión a niveles nunca antes conocidos en el país. Luego se sucedería el mandato del general Ernesto Beckmann Geisel y, finalmente, el del general Joao Baptista de Oliveira Figueiredo. Con la creación del Servicio Nacional de Información (SNI), por parte de Castello Blanco, las dictaduras castrenses subsiguientes contaron con un eficiente instrumento para llevar a cabo su terrorismo de estado entre 1964 y 1979. Este macabro organismo tenía como funciones las de recoger y clasificar la información sobre supuestos enemigos del gobierno. El SIN coordinaba y maniobraba con las secciones de inteligencia de los diferentes cuerpos de seguridad, así como con las Divisiones Regionales de Operaciones de Inteligencia y Coordinaciones de la Defensa Interna.
De acuerdo con el Informe “Brasil: Nunca Más, emitido en 1985, se registraron en Brasil 144 asesinatos políticos, 1843 casos de tortura y 125 casos de desaparición de personas, también por los mismos motivos.
Por las investigaciones realizadas para conocer las violaciones a los derechos humanos en ese período, se pudo determinar que los Estados Unidos apoyaron sistemáticamente a las dictaduras militares, facilitando fondos, entrenamiento y asesoría para llevar a cabo sus actividades represivas. El propio oficial CIA Dan Mitrione entrenó a una enorme cantidad de militares y policías brasileños con sus "Métodos científicos para arrancar confesiones y obtener la verdad". Las víctimas con las que se experimentaban estos métodos de tortura fueron niños de la calle y mendigos de la ciudad de Bello Horizonte.
Una práctica muy común en este período fue la desaparición de ciudadanos, muy difundida ya en otras naciones latinoamericanas. Se conoce hoy que entre 1964 a 1979 ocurrieron 125 casos de personas desaparecidas por razones políticas, las que fueron enterradas bajo otras identidades.
En Brasil, fue donde se estrenó, mediante el primer golpe de estado, la Doctrina de Seguridad Nacional de Estados Unidos, aprobada por J. F. Kennedy en 1962, y que posteriormente propiciaría la difusión de juntas fascistas en gran parte de América Latina.
Uno de los movimientos sociales que más ha padecido el asesinato político ha sido el Movimientos de los Sin Tierra, sobre todos en los estados norteños brasileños y en Pará. Las amenazas de muerte, ejecuciones sumarias y masacres han sido, entre 1985 y 1997, muy frecuentes, al extremo que 1003 campesinos sin tierra fueron asesinados en Brasil. La impunidad de los asesinos es total, ya que solo 56 casos fueron investigados y una pequeña parte del total fueron juzgados.
Los periodistas también han padecido la feroz persecución y el asesinato. En el 2004 fueron asesinados en ese país Jorge Lourenço dos Santos (propietario de la radio Criativa FM, Santana do Ipanema, en Alagaos) y José Carlos Araújo (periodista de la Radio Timbaúba FM, Timbaúba, en Pernambuco).
El hecho más notorio del terrorismo de Estado en Brasil fue la masacre de la Guerrilla de Araguaia, sobre cuyos miembros se ejerció una brutal violencia. De los 69 guerrilleros que la integraban, 59 fueron asesinados y sus cadáveres desaparecidos. Esa valiosa cantera de luchadores del Partido Comunista de Brasil, integrada en lo fundamental por médicos, enfermeras, maestras y otros intelectuales, fue hecha desaparecer con saña y perversión.
Es cierto que la represión en Brasil fue más encubierta que en otros países del continente, pero no por ello menos violenta y condenable.
---fin del mensaje nº 1---