"¿Qué fue la santa Inquisición? (perdones que llegan muy tarde)"
texto de Claudia Selser
tomado de la web Mujeres creativas
Como se ve en la trama policial de El nombre de la rosa, de Umberto Eco, la Biblioteca del Vaticano esconde los mayores secretos del mundo. Cada tanto, sus puertas cerradas bajo siete llaves se abren y una elite de teólogos y expertos analizan los documentos archivados desde que San Pedro puso en Roma la piedra fundamental de la Iglesia Católica; única institución que sobrevivió a casi veinte siglos de historia de Occidente.
La tarea es tan gigantesca y tantos los bienes celestiales y terrenales a cuidar, que los dictámenes vienen demorados algunos siglos. Hace unas semanas el Vaticano presentó un libro, La Inquisición, con las ponencias de un simposio celebrado en 1998, advirtiendo que, como todavía no habían terminado de ver todo, proseguirían las investigaciones sobre los libros prohibidos que en 1559 el Santo Oficio retiró de la Biblioteca Vaticana. Con las conclusiones del simposio en sus manos, el papa Juan Pablo II tuvo oportunidad de volver a pedir perdón por "los errores cometidos en el servicio a la verdad recurriendo a métodos no evangélicos", aunque afirmó que su acto de contricción no se extendía a "ciertas imágenes difundidas en la opinión pública, con más mito que realidad". Y para desvirtuar lo que consideró "exageraciones" y "lugares comunes" que alteraron la supuesta verdad histórica, la Santa Sede, a través de su experto Agostino Borromeo, dio cifras espeluznantes: los procesados por herejía o brujería quemados vivos en los autos de fe fueron 50.000, "la mayor parte condenados por tribunales civiles". Señaló que en España, donde funcionaban los tribunales de fama más siniestra, entre 1540 y 1700, la época más intensa, se realizaron 44.674 juicios inquisitoriales, de los que 800 (sólo el 1,8%), terminaron con la ejecución del reo. ¿Qué fue entonces el Santo Oficio o Tribunal de la Santa Inquisición, que surgió en el siglo XIII para combatir herejías, se extendió por toda Europa llegando a América a través del imperio español y fue abolido formalmente el 10 de junio de 1820?
El Santo Oficio comenzó en el siglo XIII, en plena Edad Media, un mundo con hambrunas enormes, sacudido por profesías apocalípticas y convulsionado por las luchas políticas, religiosas y de fronteras que defendían los enormes bienes terrenales de la Iglesia Católica, de las monarquías y de una incipiente burguesía de señores feudales enriquecidos justamente por su condición de soldados. En ese mundo donde siempre se podía ser tentado para un pacto con el Diablo, tanto el poder secular como el religioso consideraban diabólicos a todos los disidentes en ideas políticas y concepciones religiosas que el Cristianismo no había logrado sofocar, ni siquiera con las armas de los Cruzados.
Herejes y brujas
Poco a poco, toda la disidencia de la época fue englobándose bajo el nombre de herejía que, literalmente, significa selección. Porque el mayor pecado en el siglo XII era seleccionar y descartar algunos de los principios que integraban el conjunto de la fe católica, considerada una verdad indiscutida y la única garantía de la supervivencia no sólo de la misma Iglesia, sino también del Estado, del orden público y de las autoridades constituidas. Aunque la Iglesia prefería referirse a la necesidad de custodiar la moral y las buenas costumbres, y defender las almas de los creyentes del peligro que significaban los herejes para su salvación.
¿Qué decir de la caza de brujas?
Las hogueras ardían calcinando los cuerpos femeninos, mientras el público medieval miraba con alivio y terror el incendio que garantizaba el triunfo del Bien sobre el Mal. Eran mujeres a las que se acusaba de pactar con el Diablo y de mantener relaciones carnales con él, de comerse a los niños, de protagonizar orgías (aquelarres) y de proceder como sanadoras, es decir, curar a la gente con yerbas que sólo ellas conocían. ¿Cuántas viejas matronas fueron quemadas por brujas?
Los expertos del Vaticano acaban de difundir algunas cifras para demostrar que la quema de brujas fue mucho más frecuente en los países protestantes: si en Italia, sobre 13 millones de habitantes, terminaron en la pira 1.000 mujeres; y en Francia, con 20 millones, sólo hubo 4.000 mujeres quemadas; en la Alemania de los protestantes, con 16 millones de habitantes, murieron en la hoguera 25.000 brujas. Es que los protestantes -que junto con la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa son una de las tres confesiones del Cristianismo- también tuvieron su propia Inquisición, con los mismos métodos que el Santo Oficio. Es un error concebir la persecución de los herejes como algo impuesto por la Iglesia al estado laico, que la miraría con repugnancia e indiferencia. No fue así. La Inquisición fue un tribunal mixto, del Estado y de la Iglesia, que se ocupaba de juzgar los delitos relacionados con la Fe y la moral y las buenas costumbres, englobados bajo el nombre de herejía. Y, como buena sociedad mixta, repartieron las tareas: los religiosos se ocupaban de inquirir, investigar y dictaminar la magnitud del pecado y los tribunales civiles aplicaban los códigos para las penas merecidas. No podía haber sido de otra forma, porque la participación de la Iglesia era crucial a la hora de determinar si la herejía se debía a un error, producto de la ignorancia o si escondía aviesos motivos, porque aportaba el conocimiento técnico necesario. Por eso la búsqueda y el enjuiciamiento de los herejes fue, en un principio, competencia de los obispos.
Pronto se vio que el obispo no podría con su tarea. Porque sólo alcanzaba a su diócesis y por tanto, era muy limitado como para hacer frente a un problema internacional. Y porque no tendría tiempo para realizarla. En una bula de abril de 1233, el papa Gregorio IX fundamenta la necesidad de crear un cuerpo especial en el hecho de que los obispos están "oprimidos por un torbellino de vigilancias" y por unas "inquietudes abrumadoras" y afirma que, por tanto, ha decidido enviar a los frailes dominicos y a los franciscanos para que libren la batalla contra los herejes de Francia. Esta carta, que se considera el origen fundacional de la Santa Inquisición, introduce en la escena a los dominicos, una orden idónea para la tarea porque estaban libres de lazos monásticos o parroquiales, porque tenían elevados y aún inmaculados ideales de veneración hacia el espíritu de sus fundadores, celo misionero y grandes dotes intelectuales, especialmente entre sus predicadores.
De acuerdo con lo dispuesto por el Papa, los frailes, como expertos, colaborarían con los obispos en la investigación y enjuiciamiento de casos de perversión herética. Y en principio, su autoridad se consideró como coordinada con la de los obispos, pero antes de que pasara mucho tiempo, los obispos fueron relegados a un segundo plano, a pesar de las protestas contra la usurpación de poderes. De hecho, en los nuevos tribunales de la Inquisición, la figura central no era la del obispo sino la del fraile inquisidor. Si algo faltaba para terminar de delinear la cara siniestra de la Inquisición fue la bula Ad extirpanda, del papa Inocencio IV que en 1252 justificó la tortura para "aportar a la luz la verdad".
Así el Santo Oficio fue conocido como la Santa Inquisición porque el inquisidor era el personaje más importante en la caza de herejes. Además de actuar como juez, fuera de las paredes del tribunal actuaba como investigador, de modo tal que él y sus auxiliares también tenían a su cargo la función policial de llevar a los tribunales al delincuente que luego iba a ser juzgado. Los rasgos del método inquisitorial -que recuerdan los procedimientos de los grupos de tarea de la dictadura militar de Argentina entre 1976 y 1984- chocan con las más elementales concepciones modernas de justicia y equidad.
Todo el peso de la prueba recaía sobre el acusado quien, al mismo tiempo, estaba privado de medios para defenderse con eficacia. La atmósfera llena de secreto, la prohibición de todo contacto entre el procesado y sus familiares y amigos; la supresión de los nombres de los testigos; la ausencia de un defensor probo y de oportunidad para las repreguntas; la tortura y la lentitud agotadora del proceso, se combinaban para que el acusado no pudiera demostrar su inocencia. La detención podía caer como un rayo. Podía tener lugar a medianoche, despertando al acusado y conduciéndolo a la prisión secreta de la Inquisición en un estado de confusión y aturdimiento. En ningún caso el detenido sabía el delito preciso que se le imputaba ni quiénes eran sus delatores. Se apropiaban de todos sus documentos y, si el delito imputado era grave, se le confiscaban inmediatamente sus bienes en vista de que, en caso de condena -cosa que podía ocurrir después de meses y aún años, si es que ocurría-, le serían confiscados.
Después de pasar la noche solo en un calabozo, se lo conducía a la Cámara de torturas, donde aparecía la horrible figura enmascarada del ejecutor, se le rogaba que se salvase confesando voluntariamente. Si se rehusaba o manifestaba no saber nada, se lo desnudaba dejándole sólo unos calzones y se le volvía a pedir que confesara. Si el acusado se rehusaba, comenzaba la tortura. Además del ejecutor y los frailes especializados en herejía, un notario tomaba nota meticulosa, no sólo de lo que la víctima confesaba sino de sus gritos, llantos, lamentaciones, interjecciones entrecortadas y voces pidiendo misericordia. De ahí que los especialistas aseguran que lo más impresionante de la literatura de la Inquisición no son los relatos de las víctimas acerca de sus sufrimientos, sino los sobrios informes de los funcionarios de los tribunales que angustian y horrorizan precisamente porque no pretenden conmover.
A la ferocidad de sus métodos de tortura se debe la fama de la Inquisición Española, que surgió mucho más tardíamente, en 1478, cuando fue creada por el papa Sixto IV, a pedido de los reyes católicos, Isabel y Fernando que pretendían unificar la península bajo la Fe religiosa, disgregada en comunidades dispersas que, a fuerza de una convivencia de siglos, se había integrado con judíos y musulmanes.
Los inquisidores podían ser nombrados directamente por los reyes católicos, y fue Tomás de Torquemada quien pasó a la historia porque se lo asoció con las matanzas y consiguió la expulsión de los moros de España. De hecho, la Inquisición Española fue el resultado de tres factores: 1) la determinación de lograr la uniformidad religiosa, a pesar de su gran población judía y musulmana; 2) el fracaso de políticas de conversión forzada que impedía saber a ciencia cierta los sentimientos de los marranos; y 3) el miedo a que las medidas incompletas hicieran que los falsos pervirtieran a los auténticos cristianos.
Se expandió, bajo la forma del terror, por toda España y de allí a sus colonias donde tuvo modalidades particulares. La más importante fue la exclusión de los indígenas de la revisión porque, como recién estaban siendo instruidos en la Fe, no podían comprender dogmas y herejías.
Por América
En el Virreinato del Perú -los actuales Perú, Bolivia, Chile, Argentina y Uruguay y Paraguay-, la Inquisición, creada por el rey Felipe II, entró en funcionamiento en 1570 y fue abolida recién en 1820, con la independencia de España. En sus dos siglos y medio de vida sentenció a alrededor de 1.474 personas, aunque sólo 32 recibieron la pena de muerte: la mitad de ellos quemados vivos y el resto condenados al garrote. De los condenados a muerte, 23 lo fueron por judaizantes, 6 por luteranos y 2 por sustentar y difundir públicamente herejías. En México la Inquisición se estableció en 1571 para pesquisar bigamia, blasfemia, seducción y superstición y terminó fusilando, por ejemplo, a dos líderes de la Guerra de la Independencia, de 1808, como fueron los párrocos Hidalgo y Morelos. En el Virreinato de Nueva Granada (Venezuela y Colombia), la sede del Tribunal se radicó definitivamente en Cartagena en 1610.
La gran mayoría de los delitos denunciados en los tribunales de Lima y Cartagena procedían, en su mayoría, de la exigua población europea y hasta que tuvo lugar la inmigración de judíos portugueses, los herejes no fueron numerosos. Si algo define la brutalidad de la Inquisición Española en la metrópoli y en sus colonias es la palabra marrano.
Así la define Marcos Aguinis en su novela La gesta del marrano: "Es una calificación injuriosa aplicada por el populacho a judíos y musulmanes convertidos al cristianismo y que mantenían lazos con su antigua fe. Marrano es el puerco joven que recién deja de mamar. Evoca la inmundicia y la sordidez (...) Limpio era el que no tenía sangre judía ni mora, aunque fuese delincuente vil y lleno de pecados. Sucio, perro y -sobre todo marrano- quien tenía en sus venas sangre abyecta..."
El padre Guillermo Marcó, director de prensa del Arzobispado de Buenos Aires ilustra la dimensión del problema en una sola frase: el enorme peligro de que la fe se convierta en razón de Estado.
"Un juicio objetivo no puede negar que fue un capítulo oscuro de la Iglesia Católica, pero es importante analizarlo en el contexto histórico en que sucedió: una Europa amenazada con los lugares santos en manos de los infieles. Pero pensemos que hoy, cuando hablamos de derechos humanos y hay otros valores, también se puede caer en eso. Como ciertas personas en el Islam, que matan en nombre de Alá, o como el primer ministro israelí, Ariel Sharon quien, al colocar la fe como razón de Estado, justifica la muerte selectiva."
texto de Claudia Selser
tomado de la web Mujeres creativas
Como se ve en la trama policial de El nombre de la rosa, de Umberto Eco, la Biblioteca del Vaticano esconde los mayores secretos del mundo. Cada tanto, sus puertas cerradas bajo siete llaves se abren y una elite de teólogos y expertos analizan los documentos archivados desde que San Pedro puso en Roma la piedra fundamental de la Iglesia Católica; única institución que sobrevivió a casi veinte siglos de historia de Occidente.
La tarea es tan gigantesca y tantos los bienes celestiales y terrenales a cuidar, que los dictámenes vienen demorados algunos siglos. Hace unas semanas el Vaticano presentó un libro, La Inquisición, con las ponencias de un simposio celebrado en 1998, advirtiendo que, como todavía no habían terminado de ver todo, proseguirían las investigaciones sobre los libros prohibidos que en 1559 el Santo Oficio retiró de la Biblioteca Vaticana. Con las conclusiones del simposio en sus manos, el papa Juan Pablo II tuvo oportunidad de volver a pedir perdón por "los errores cometidos en el servicio a la verdad recurriendo a métodos no evangélicos", aunque afirmó que su acto de contricción no se extendía a "ciertas imágenes difundidas en la opinión pública, con más mito que realidad". Y para desvirtuar lo que consideró "exageraciones" y "lugares comunes" que alteraron la supuesta verdad histórica, la Santa Sede, a través de su experto Agostino Borromeo, dio cifras espeluznantes: los procesados por herejía o brujería quemados vivos en los autos de fe fueron 50.000, "la mayor parte condenados por tribunales civiles". Señaló que en España, donde funcionaban los tribunales de fama más siniestra, entre 1540 y 1700, la época más intensa, se realizaron 44.674 juicios inquisitoriales, de los que 800 (sólo el 1,8%), terminaron con la ejecución del reo. ¿Qué fue entonces el Santo Oficio o Tribunal de la Santa Inquisición, que surgió en el siglo XIII para combatir herejías, se extendió por toda Europa llegando a América a través del imperio español y fue abolido formalmente el 10 de junio de 1820?
El Santo Oficio comenzó en el siglo XIII, en plena Edad Media, un mundo con hambrunas enormes, sacudido por profesías apocalípticas y convulsionado por las luchas políticas, religiosas y de fronteras que defendían los enormes bienes terrenales de la Iglesia Católica, de las monarquías y de una incipiente burguesía de señores feudales enriquecidos justamente por su condición de soldados. En ese mundo donde siempre se podía ser tentado para un pacto con el Diablo, tanto el poder secular como el religioso consideraban diabólicos a todos los disidentes en ideas políticas y concepciones religiosas que el Cristianismo no había logrado sofocar, ni siquiera con las armas de los Cruzados.
Herejes y brujas
Poco a poco, toda la disidencia de la época fue englobándose bajo el nombre de herejía que, literalmente, significa selección. Porque el mayor pecado en el siglo XII era seleccionar y descartar algunos de los principios que integraban el conjunto de la fe católica, considerada una verdad indiscutida y la única garantía de la supervivencia no sólo de la misma Iglesia, sino también del Estado, del orden público y de las autoridades constituidas. Aunque la Iglesia prefería referirse a la necesidad de custodiar la moral y las buenas costumbres, y defender las almas de los creyentes del peligro que significaban los herejes para su salvación.
¿Qué decir de la caza de brujas?
Las hogueras ardían calcinando los cuerpos femeninos, mientras el público medieval miraba con alivio y terror el incendio que garantizaba el triunfo del Bien sobre el Mal. Eran mujeres a las que se acusaba de pactar con el Diablo y de mantener relaciones carnales con él, de comerse a los niños, de protagonizar orgías (aquelarres) y de proceder como sanadoras, es decir, curar a la gente con yerbas que sólo ellas conocían. ¿Cuántas viejas matronas fueron quemadas por brujas?
Los expertos del Vaticano acaban de difundir algunas cifras para demostrar que la quema de brujas fue mucho más frecuente en los países protestantes: si en Italia, sobre 13 millones de habitantes, terminaron en la pira 1.000 mujeres; y en Francia, con 20 millones, sólo hubo 4.000 mujeres quemadas; en la Alemania de los protestantes, con 16 millones de habitantes, murieron en la hoguera 25.000 brujas. Es que los protestantes -que junto con la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa son una de las tres confesiones del Cristianismo- también tuvieron su propia Inquisición, con los mismos métodos que el Santo Oficio. Es un error concebir la persecución de los herejes como algo impuesto por la Iglesia al estado laico, que la miraría con repugnancia e indiferencia. No fue así. La Inquisición fue un tribunal mixto, del Estado y de la Iglesia, que se ocupaba de juzgar los delitos relacionados con la Fe y la moral y las buenas costumbres, englobados bajo el nombre de herejía. Y, como buena sociedad mixta, repartieron las tareas: los religiosos se ocupaban de inquirir, investigar y dictaminar la magnitud del pecado y los tribunales civiles aplicaban los códigos para las penas merecidas. No podía haber sido de otra forma, porque la participación de la Iglesia era crucial a la hora de determinar si la herejía se debía a un error, producto de la ignorancia o si escondía aviesos motivos, porque aportaba el conocimiento técnico necesario. Por eso la búsqueda y el enjuiciamiento de los herejes fue, en un principio, competencia de los obispos.
Pronto se vio que el obispo no podría con su tarea. Porque sólo alcanzaba a su diócesis y por tanto, era muy limitado como para hacer frente a un problema internacional. Y porque no tendría tiempo para realizarla. En una bula de abril de 1233, el papa Gregorio IX fundamenta la necesidad de crear un cuerpo especial en el hecho de que los obispos están "oprimidos por un torbellino de vigilancias" y por unas "inquietudes abrumadoras" y afirma que, por tanto, ha decidido enviar a los frailes dominicos y a los franciscanos para que libren la batalla contra los herejes de Francia. Esta carta, que se considera el origen fundacional de la Santa Inquisición, introduce en la escena a los dominicos, una orden idónea para la tarea porque estaban libres de lazos monásticos o parroquiales, porque tenían elevados y aún inmaculados ideales de veneración hacia el espíritu de sus fundadores, celo misionero y grandes dotes intelectuales, especialmente entre sus predicadores.
De acuerdo con lo dispuesto por el Papa, los frailes, como expertos, colaborarían con los obispos en la investigación y enjuiciamiento de casos de perversión herética. Y en principio, su autoridad se consideró como coordinada con la de los obispos, pero antes de que pasara mucho tiempo, los obispos fueron relegados a un segundo plano, a pesar de las protestas contra la usurpación de poderes. De hecho, en los nuevos tribunales de la Inquisición, la figura central no era la del obispo sino la del fraile inquisidor. Si algo faltaba para terminar de delinear la cara siniestra de la Inquisición fue la bula Ad extirpanda, del papa Inocencio IV que en 1252 justificó la tortura para "aportar a la luz la verdad".
Así el Santo Oficio fue conocido como la Santa Inquisición porque el inquisidor era el personaje más importante en la caza de herejes. Además de actuar como juez, fuera de las paredes del tribunal actuaba como investigador, de modo tal que él y sus auxiliares también tenían a su cargo la función policial de llevar a los tribunales al delincuente que luego iba a ser juzgado. Los rasgos del método inquisitorial -que recuerdan los procedimientos de los grupos de tarea de la dictadura militar de Argentina entre 1976 y 1984- chocan con las más elementales concepciones modernas de justicia y equidad.
Todo el peso de la prueba recaía sobre el acusado quien, al mismo tiempo, estaba privado de medios para defenderse con eficacia. La atmósfera llena de secreto, la prohibición de todo contacto entre el procesado y sus familiares y amigos; la supresión de los nombres de los testigos; la ausencia de un defensor probo y de oportunidad para las repreguntas; la tortura y la lentitud agotadora del proceso, se combinaban para que el acusado no pudiera demostrar su inocencia. La detención podía caer como un rayo. Podía tener lugar a medianoche, despertando al acusado y conduciéndolo a la prisión secreta de la Inquisición en un estado de confusión y aturdimiento. En ningún caso el detenido sabía el delito preciso que se le imputaba ni quiénes eran sus delatores. Se apropiaban de todos sus documentos y, si el delito imputado era grave, se le confiscaban inmediatamente sus bienes en vista de que, en caso de condena -cosa que podía ocurrir después de meses y aún años, si es que ocurría-, le serían confiscados.
Después de pasar la noche solo en un calabozo, se lo conducía a la Cámara de torturas, donde aparecía la horrible figura enmascarada del ejecutor, se le rogaba que se salvase confesando voluntariamente. Si se rehusaba o manifestaba no saber nada, se lo desnudaba dejándole sólo unos calzones y se le volvía a pedir que confesara. Si el acusado se rehusaba, comenzaba la tortura. Además del ejecutor y los frailes especializados en herejía, un notario tomaba nota meticulosa, no sólo de lo que la víctima confesaba sino de sus gritos, llantos, lamentaciones, interjecciones entrecortadas y voces pidiendo misericordia. De ahí que los especialistas aseguran que lo más impresionante de la literatura de la Inquisición no son los relatos de las víctimas acerca de sus sufrimientos, sino los sobrios informes de los funcionarios de los tribunales que angustian y horrorizan precisamente porque no pretenden conmover.
A la ferocidad de sus métodos de tortura se debe la fama de la Inquisición Española, que surgió mucho más tardíamente, en 1478, cuando fue creada por el papa Sixto IV, a pedido de los reyes católicos, Isabel y Fernando que pretendían unificar la península bajo la Fe religiosa, disgregada en comunidades dispersas que, a fuerza de una convivencia de siglos, se había integrado con judíos y musulmanes.
Los inquisidores podían ser nombrados directamente por los reyes católicos, y fue Tomás de Torquemada quien pasó a la historia porque se lo asoció con las matanzas y consiguió la expulsión de los moros de España. De hecho, la Inquisición Española fue el resultado de tres factores: 1) la determinación de lograr la uniformidad religiosa, a pesar de su gran población judía y musulmana; 2) el fracaso de políticas de conversión forzada que impedía saber a ciencia cierta los sentimientos de los marranos; y 3) el miedo a que las medidas incompletas hicieran que los falsos pervirtieran a los auténticos cristianos.
Se expandió, bajo la forma del terror, por toda España y de allí a sus colonias donde tuvo modalidades particulares. La más importante fue la exclusión de los indígenas de la revisión porque, como recién estaban siendo instruidos en la Fe, no podían comprender dogmas y herejías.
Por América
En el Virreinato del Perú -los actuales Perú, Bolivia, Chile, Argentina y Uruguay y Paraguay-, la Inquisición, creada por el rey Felipe II, entró en funcionamiento en 1570 y fue abolida recién en 1820, con la independencia de España. En sus dos siglos y medio de vida sentenció a alrededor de 1.474 personas, aunque sólo 32 recibieron la pena de muerte: la mitad de ellos quemados vivos y el resto condenados al garrote. De los condenados a muerte, 23 lo fueron por judaizantes, 6 por luteranos y 2 por sustentar y difundir públicamente herejías. En México la Inquisición se estableció en 1571 para pesquisar bigamia, blasfemia, seducción y superstición y terminó fusilando, por ejemplo, a dos líderes de la Guerra de la Independencia, de 1808, como fueron los párrocos Hidalgo y Morelos. En el Virreinato de Nueva Granada (Venezuela y Colombia), la sede del Tribunal se radicó definitivamente en Cartagena en 1610.
La gran mayoría de los delitos denunciados en los tribunales de Lima y Cartagena procedían, en su mayoría, de la exigua población europea y hasta que tuvo lugar la inmigración de judíos portugueses, los herejes no fueron numerosos. Si algo define la brutalidad de la Inquisición Española en la metrópoli y en sus colonias es la palabra marrano.
Así la define Marcos Aguinis en su novela La gesta del marrano: "Es una calificación injuriosa aplicada por el populacho a judíos y musulmanes convertidos al cristianismo y que mantenían lazos con su antigua fe. Marrano es el puerco joven que recién deja de mamar. Evoca la inmundicia y la sordidez (...) Limpio era el que no tenía sangre judía ni mora, aunque fuese delincuente vil y lleno de pecados. Sucio, perro y -sobre todo marrano- quien tenía en sus venas sangre abyecta..."
El padre Guillermo Marcó, director de prensa del Arzobispado de Buenos Aires ilustra la dimensión del problema en una sola frase: el enorme peligro de que la fe se convierta en razón de Estado.
"Un juicio objetivo no puede negar que fue un capítulo oscuro de la Iglesia Católica, pero es importante analizarlo en el contexto histórico en que sucedió: una Europa amenazada con los lugares santos en manos de los infieles. Pero pensemos que hoy, cuando hablamos de derechos humanos y hay otros valores, también se puede caer en eso. Como ciertas personas en el Islam, que matan en nombre de Alá, o como el primer ministro israelí, Ariel Sharon quien, al colocar la fe como razón de Estado, justifica la muerte selectiva."