Islam político, antiimperialismo y marxismo
texto de Claudia Cinatti***
Revista Herramienta/CEPRID - julio de 2007
se publica en el Foro en tres mensajes
"Así, la crítica de los cielos se transforma en crítica de la tierra, la crítica de la religión en la crítica de la ley, y la crítica de la teología en la crítica de la política" - Karl Marx, Introducción a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel
Fundamentalismos y "choque de civilizaciones"
Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 el gobierno de Bush agitó el fantasma del "fundamentalismo islámico" como la nueva amenaza contra el "mundo libre" en general y los valores norteamericanos en particular que vendría a reemplazar al "imperio del mal" soviético. Con este discurso buscaba justificar la "guerra contra el terrorismo", una ofensiva política y militar cuyo objetivo era recomponer la hegemonía norteamericana empezando por "rediseñar" el mapa del Medio Oriente.
Esta retórica colonialista hacía ver en cada musulmán un "terrorista en potencia". Bush popularizó el término "islamofascismo" con el objetivo de definir al amplio espectro del islamismo militante como los sucesores de los "totalitarismos" del siglo XX. Como resultado de esta "islamofobia" aumentó considerablemente la discriminación y el racismo contra las comunidades árabes y musulmanas en los países centrales.
Ante todo, cabe aclarar que el término "fundamentalista" es ajeno al mundo musulmán. Su origen se remonta a la corriente de teólogos norteamericanos de principios del siglo XX cuyos artículos fueron reunidos en un libro, conocido como The Fundamentals, (del mismo modo el término "integrismo" usado en Francia para referirse al islamismo radical se refiere a un movimiento similar dentro de la Iglesia Católica) que se centraban en la crítica al liberalismo político y a los protestantes, pretendiendo rescatar la letra de la Biblia.[1] Durante la Guerra Fría, este "fundamentalismo" devino la corriente de expresión ideológica de los sectores más reaccionarios de la política norteamericana, caracterizada por un anticomunismo rabioso.
La administración Bush creó un monstruo a la medida de su política guerrerista, una fuerza que venía de un mundo ignoto para la mayoría de los "occidentales", recurriendo a la seudo tesis del "choque de civilizaciones", fabricada a comienzos de la década de los ’90 por Bernard Lewis, historiador británico devenido gurú de los neoconservadores, y popularizada por Samuel Huntington.
No requiere mucho esfuerzo intelectual demostrar que la argumentación de Lewis es absolutamente ideológica e interesada. Uno de sus objetivos es demostrar que el profundo antinorteamericanismo que caracteriza a las sociedades musulmanas, no responde a la política imperialista y proisraelí de Estados Unidos, ni al sostén a gobiernos árabes despóticos y dictatoriales, sino que constituye una reacción contra una humillación ancestral que lleva a rechazar la civilización occidental como tal, no lo que hace sino lo que es, y los principios y valores que practica y profesa", según estas definiciones, Lewis concluye que "estamos enfrentando un estado de ánimo y un movimiento que trasciende de lejos el nivel de las políticas y los gobiernos que las llevan adelante. Esto no es ni más ni menos que un choque de civilizaciones -la reacción probablemente irracional pero seguramente histórica de un rival ancestral de nuestra herencia judeo-cristiana, nuestro presente secular y la expansión a todo el mundo de ambos."[2]
Esta maniobra seudo científica fue expuesta, entre otros, por Edward Said en su libro Orientalismo en el que discute cómo esta "disciplina" de los expertos occidentales en el mundo musulmán reproduce los prejuicios coloniales y, a menudo, está al servicio de los intereses de las distintas potencias que sucesivamente han ocupado parte de Medio Oriente[3]. Esto es más que evidente desde el momento en que ni Lewis ni ningún "orientalista" considera que el sionismo forma parte del espectro mesiánico y religioso, justificando no sólo la existencia sino la política terrorista del estado de Israel, cuyas bases son absolutamente confesionales y racistas.
En su famoso artículo "The Clash of Civilizations?" Huntington describe en los mismos términos de "identidad cultural" los enemigos de Estados Unidos luego del colapso de la Unión Soviética. Huntington reconoce "siete, quizás ocho" civilizaciones actuales -occidental, confuciana, japonesa, islámica, hindú, eslava-ortodoxa, latinoamericana y "posiblemente una civilización africana" (sic). No casualmente en la "civilización occidental" están agrupados los principales aliados de Estados Unidos: Europa occidental y el Estado de Israel. La hipótesis de Huntington es que "la fuente fundamental de conflictos en este nuevo mundo no será ideológica o económica. Las grandes divisiones de la humanidad y la fuente dominante de conflicto será cultural. (…) El choque de civilizaciones será la línea de batalla del futuro". Luego de exponer in extenso sus ideas colonialistas, llega a la conclusión que, si bien todas las "civilizaciones" se oponen parcialmente a occidente, hay dos que son verdaderamente antagónicas con respecto a éste: la confuciana, es decir China, y la islámica. Frente a este escenario, la recomendación de Huntington para los gobiernos norteamericanos para los "conflictos culturales" por venir es tratar de mantener la hegemonía dentro de la occidente y civilizaciones afines como América latina, contener a Rusia y Japón, mantener la superioridad militar y explotar los conflictos potenciales entre los estados islámicos y confucianos. Para lograr estos fines "civilizatorios", será preciso que "occidente mantenga el poder económico y militar necesario para proteger sus intereses en relación con esas civilizaciones" [4]. Cualquier semejanza con los objetivos del "nuevo siglo americano" y los fundamentos neoconservadores para la aventura guerrerista en Irak, no es pura coincidencia, es la puesta en práctica de una estrategia que un sector de la elite norteamericana venía planificando mucho antes de los atentados del 11S y de que el "mal" tomara el rostro de Osama bin Laden.
Pero esta política está fracasando. El Irak pos-Hussein que estaba destinado a ser un "modelo" para la "democratización" del mundo árabe y musulmán, se ha transformado en un infierno para las tropas de ocupación, debilitando cualitativamente al gobierno de Bush. La "civilización" occidental mostró una vez más su barbarie en las cárceles de Abu Ghraib y Guantánamo, en las torturas y asesinatos, en los cientos de miles de civiles muertos en Afganistán e Irak por "bombas inteligentes", como antes lo había hecho tirando la bomba atómica o financiando dictaduras genocidas.
Política y religión en el siglo XXI
Una década y media atrás el investigador francés G. Kepel publicaba, bajo el sugerente título La revancha de Dios, un estudio sobre el retorno del uso político de la religión desde mediados de los ’70. Según su tesis, este fenómeno abarca al catolicismo, al cristianismo, al judaísmo y al islam.
Lejos de la versión urdida en las usinas ideológicas del Departamento de Estado norteamericano, la invocación de valores religiosos como justificación de la política de los últimos 30 años no es privativa del Medio Oriente ni del mundo musulmán, sino que tiene a Estados Unidos como uno de sus precursores. El punto de inflexión quizá lo constituya el acceso a la presidencia en 1980 de Ronald Reagan con el apoyo de una masa de electores evangélicos o fundamentalistas, seguidores de las consignas de organismos político-religiosos como la Mayoría Moral, creado en 1979, que se propone hacer de un país en crisis, debilitado por una inflación de dos dígitos y humillado por el secuestro de su personal diplomático en Teherán, una nueva Jerusalén.[5]
Del mismo modo la Iglesia Católica encontraba en el cardenal polaco Karol Wojtyla, el papa Juan Pablo II, un "mensajero" de la propaganda procapitalista en países de Europa del Este como Polonia, a la caída del muro de Berlín. Y en Israel, un estado racista y religioso, resurgían a la actividad corrientes sionistas confesionales ligadas a la ocupación de los territorios bajo la forma de expansión colonial de asentamientos que buscaban reestablecer el "Gran Israel" que según la Biblia, Dios prometió a los judíos como "pueblo elegido".
Esta instrumentación política de la religión -independientemente de cuál de ellas se trate- tradicionalmente ha sido una estrategia de sectores de las clases dominantes para mantener sometidas a las poblaciones: Arabia Saudita, Israel en sus extremos, España bajo el Partido Popular, Italia y su movimiento "Comunión y Liberación", las presidencias norteamericanas, preferentemente republicanas como la de Reagan y George Bush (h).[6]
Durante la década de los ’90 varios investigadores occidentales del mundo musulmán coincidían en señalar una "reislamización" de la esfera política luego de las décadas de hegemonía del nacionalismo laico, pero anunciaban la crisis terminal de las tendencias más extremas del islamismo, tensionadas entre las derrotas sufridas en los intentos de extender la jihad a otros territorios como Bosnia, Kosovo y Argelia, y la creciente represión estatal a la que estaban sometidas. Pronosticaban un fortalecimiento de los sectores "moderados" del establishment político-religioso que llevarían a la instalación de regímenes más afines a los intereses de occidente.[7]
Sin embargo, la realidad ha desmentido estas tesis "normalizadoras" del Medio Oriente, aunque no por razones religiosas. Desde los atentados contra las torres gemelas en 2001, pasando por la resistencia iraquí, la victoria electoral de Hamas en las elecciones legislativas palestinas en enero de 2006, hasta el triunfo político de Hezbolá en su resistencia contra Israel en la breve guerra del Líbano de julio-agosto de 2006, el llamado "islamismo radical" se ha instalado en la escena mundial como el principal antagonista a la política norteamericana y sus aliados como el Estado de Israel, empleando métodos de acción que en algunos casos emulan a las guerrillas de los años ’70. El peso de la "amenaza islamista" en los discursos de los gobiernos y de los medios imperialistas aumenta a medida que la acción de estos movimientos no se limita al Medio Oriente y los países musulmanes y se ha extendido sobre todo a los países europeos que fueron o son aliados de Estados Unidos en la guerra contra Irak. Tanto en los atentados de Madrid como en los subterráneos de Londres, habrían participado jóvenes hijos o nietos de inmigrantes procedentes de países árabes o musulmanes. Y hay que tener en cuenta que en Francia la comunidad musulmana es de alrededor de 5 millones, en Gran Bretaña viven 2 millones de musulmanes, y que en ambos casos, tomados de conjunto, constituyen los sectores más empobrecidos de la población.[8]
¿Es posible la radicalización política de organizaciones islamistas? Algunos elementos históricos para responder
El ascenso del islamismo político ha reabierto un debate al interior de la intelectualidad y también de la izquierda marxista partidaria, en particular en Europa y en los mismos países del mundo árabe y musulmán, sobre la posibilidad teórica y la probabilidad histórica de que sectores provenientes de las filas del islamismo militante radicalicen sus posiciones acercándose al marxismo.
En un artículo reciente[9], Samir Amin construye una definición categórica del fenómeno del islamismo político -en el que incluye desde la monarquía saudita a organizaciones populares- en la que prácticamente está excluida esta posibilidad. Una serie de consideraciones confluyen en esta definición, a saber: 1) el islamismo político no es comparable con el surgimiento de la "teología de la liberación" como tendencia de izquierda del catolicismo de América latina, dado que no predicaría la "emancipación" sino la sumisión; 2) como ideología es completamente reaccionaria, plantea un retorno imposible al pasado, más precisamente a la época en que el islam no había sido sometido al capitalismo occidental. Esta imposibilidad explicaría que los partidos islamistas no tengan un programa político concreto; 3) es complementario del neoliberalismo, por esto, junto con el establecimiento de una autocracia política, los partidos islamistas constituyen el mejor instrumento de dominio de la "burguesía compradora", es decir, de aquel estrato social compuesto de comerciantes o rentistas que sirven a los intereses ya sea de un ocupante colonial o de las potencias neocolonialistas; 4) por último, como sucede con el catolicismo, el discurso religioso está al servicio de legitimar el ejercicio del poder político. Con el objetivo de tomar el poder del estado en beneficio de este sector burgués, existe según Amin una división del trabajo entre las asociaciones "moderadas", como los Hermanos Musulmanes, que se infiltran en el estado, y los grupos clandestinos que recurren a las acciones violentas de tipo terrorista.
Coincidimos con Amin en que estos elementos apuntan a caracterizar al islamismo como movimiento religioso, que (tal como ocurre con el cristianismo, el catolicismo y el judaísmo) está al servicio de las clases dominantes.[10] En términos generales, el islamismo político, al igual que antes el nacionalismo burgués, busca conciliar las diferencias de clase que desgarran a las sociedades capitalistas musulmanas, ya sea a través de la "unidad de la nación árabe" o por medio de la "comunidad de los creyentes". Esta ideología policlasista con la que se combate al marxismo está al servicio de los intereses de las burguesías locales que a través de un discurso unificador, buscan evitar que los trabajadores y los oprimidos desarrollen una política independiente. Sin embargo, como plantea F. Halliday, es un error hablar del islam como si fuera un movimiento o una ideología homogénea, o como si pudiera ser tratada como una fuerza social autónoma. Como creencia religiosa, el islam tiene algunas características homogéneas, pero como movimiento político y social es diverso, variando en cada país en su contexto social y significación política[11] .
Su estudio concreto sólo puede partir, desde un punto de vista marxista, del precepto metodológico más general de que las ideologías, incluidas las religiosas, tienen un desarrollo relativamente autónomo, pero no pueden independizar absolutamente su existencia de la realidad material en la que surgen y actúan, es decir, las relaciones sociales, los intereses de clase o sectores de clase que mayormente defienden, la relación con las clases explotadoras nacionales o regionales y la relación con las potencias dominantes. En distintos países y en distintos momentos sus principales organizaciones han jugado diferentes roles. Mientras que algunas, como los Hermanos Musulmanes en Egipto o Argelia o los voluntarios islamistas en Afganistán en general han sido instrumentadas para fines reaccionarios -esencialmente por el imperialismo o por los estados de origen para combatir a la izquierda marxista-, en procesos revolucionarios o de conflictos agudos algunas organizaciones islamistas se han radicalizado, llegando a expresar en su seno las aspiraciones de cambios revolucionarios, rompiendo con su carácter confesional.
La revolución iraní ha mostrado el desarrollo de distintas variantes políticas tanto laicas como de procedencia islamista, pues además de los grupos afines al khomeinismo y a la burguesía liberal, en el curso del proceso revolucionario intervinieron un abanico de grupos de izquierda, desde el Tudeh stalinista, pasando por el llamado "islamo-marxismo" hasta grupos trotskistas[12].
texto de Claudia Cinatti***
Revista Herramienta/CEPRID - julio de 2007
se publica en el Foro en tres mensajes
"Así, la crítica de los cielos se transforma en crítica de la tierra, la crítica de la religión en la crítica de la ley, y la crítica de la teología en la crítica de la política" - Karl Marx, Introducción a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel
Fundamentalismos y "choque de civilizaciones"
Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 el gobierno de Bush agitó el fantasma del "fundamentalismo islámico" como la nueva amenaza contra el "mundo libre" en general y los valores norteamericanos en particular que vendría a reemplazar al "imperio del mal" soviético. Con este discurso buscaba justificar la "guerra contra el terrorismo", una ofensiva política y militar cuyo objetivo era recomponer la hegemonía norteamericana empezando por "rediseñar" el mapa del Medio Oriente.
Esta retórica colonialista hacía ver en cada musulmán un "terrorista en potencia". Bush popularizó el término "islamofascismo" con el objetivo de definir al amplio espectro del islamismo militante como los sucesores de los "totalitarismos" del siglo XX. Como resultado de esta "islamofobia" aumentó considerablemente la discriminación y el racismo contra las comunidades árabes y musulmanas en los países centrales.
Ante todo, cabe aclarar que el término "fundamentalista" es ajeno al mundo musulmán. Su origen se remonta a la corriente de teólogos norteamericanos de principios del siglo XX cuyos artículos fueron reunidos en un libro, conocido como The Fundamentals, (del mismo modo el término "integrismo" usado en Francia para referirse al islamismo radical se refiere a un movimiento similar dentro de la Iglesia Católica) que se centraban en la crítica al liberalismo político y a los protestantes, pretendiendo rescatar la letra de la Biblia.[1] Durante la Guerra Fría, este "fundamentalismo" devino la corriente de expresión ideológica de los sectores más reaccionarios de la política norteamericana, caracterizada por un anticomunismo rabioso.
La administración Bush creó un monstruo a la medida de su política guerrerista, una fuerza que venía de un mundo ignoto para la mayoría de los "occidentales", recurriendo a la seudo tesis del "choque de civilizaciones", fabricada a comienzos de la década de los ’90 por Bernard Lewis, historiador británico devenido gurú de los neoconservadores, y popularizada por Samuel Huntington.
No requiere mucho esfuerzo intelectual demostrar que la argumentación de Lewis es absolutamente ideológica e interesada. Uno de sus objetivos es demostrar que el profundo antinorteamericanismo que caracteriza a las sociedades musulmanas, no responde a la política imperialista y proisraelí de Estados Unidos, ni al sostén a gobiernos árabes despóticos y dictatoriales, sino que constituye una reacción contra una humillación ancestral que lleva a rechazar la civilización occidental como tal, no lo que hace sino lo que es, y los principios y valores que practica y profesa", según estas definiciones, Lewis concluye que "estamos enfrentando un estado de ánimo y un movimiento que trasciende de lejos el nivel de las políticas y los gobiernos que las llevan adelante. Esto no es ni más ni menos que un choque de civilizaciones -la reacción probablemente irracional pero seguramente histórica de un rival ancestral de nuestra herencia judeo-cristiana, nuestro presente secular y la expansión a todo el mundo de ambos."[2]
Esta maniobra seudo científica fue expuesta, entre otros, por Edward Said en su libro Orientalismo en el que discute cómo esta "disciplina" de los expertos occidentales en el mundo musulmán reproduce los prejuicios coloniales y, a menudo, está al servicio de los intereses de las distintas potencias que sucesivamente han ocupado parte de Medio Oriente[3]. Esto es más que evidente desde el momento en que ni Lewis ni ningún "orientalista" considera que el sionismo forma parte del espectro mesiánico y religioso, justificando no sólo la existencia sino la política terrorista del estado de Israel, cuyas bases son absolutamente confesionales y racistas.
En su famoso artículo "The Clash of Civilizations?" Huntington describe en los mismos términos de "identidad cultural" los enemigos de Estados Unidos luego del colapso de la Unión Soviética. Huntington reconoce "siete, quizás ocho" civilizaciones actuales -occidental, confuciana, japonesa, islámica, hindú, eslava-ortodoxa, latinoamericana y "posiblemente una civilización africana" (sic). No casualmente en la "civilización occidental" están agrupados los principales aliados de Estados Unidos: Europa occidental y el Estado de Israel. La hipótesis de Huntington es que "la fuente fundamental de conflictos en este nuevo mundo no será ideológica o económica. Las grandes divisiones de la humanidad y la fuente dominante de conflicto será cultural. (…) El choque de civilizaciones será la línea de batalla del futuro". Luego de exponer in extenso sus ideas colonialistas, llega a la conclusión que, si bien todas las "civilizaciones" se oponen parcialmente a occidente, hay dos que son verdaderamente antagónicas con respecto a éste: la confuciana, es decir China, y la islámica. Frente a este escenario, la recomendación de Huntington para los gobiernos norteamericanos para los "conflictos culturales" por venir es tratar de mantener la hegemonía dentro de la occidente y civilizaciones afines como América latina, contener a Rusia y Japón, mantener la superioridad militar y explotar los conflictos potenciales entre los estados islámicos y confucianos. Para lograr estos fines "civilizatorios", será preciso que "occidente mantenga el poder económico y militar necesario para proteger sus intereses en relación con esas civilizaciones" [4]. Cualquier semejanza con los objetivos del "nuevo siglo americano" y los fundamentos neoconservadores para la aventura guerrerista en Irak, no es pura coincidencia, es la puesta en práctica de una estrategia que un sector de la elite norteamericana venía planificando mucho antes de los atentados del 11S y de que el "mal" tomara el rostro de Osama bin Laden.
Pero esta política está fracasando. El Irak pos-Hussein que estaba destinado a ser un "modelo" para la "democratización" del mundo árabe y musulmán, se ha transformado en un infierno para las tropas de ocupación, debilitando cualitativamente al gobierno de Bush. La "civilización" occidental mostró una vez más su barbarie en las cárceles de Abu Ghraib y Guantánamo, en las torturas y asesinatos, en los cientos de miles de civiles muertos en Afganistán e Irak por "bombas inteligentes", como antes lo había hecho tirando la bomba atómica o financiando dictaduras genocidas.
Política y religión en el siglo XXI
Una década y media atrás el investigador francés G. Kepel publicaba, bajo el sugerente título La revancha de Dios, un estudio sobre el retorno del uso político de la religión desde mediados de los ’70. Según su tesis, este fenómeno abarca al catolicismo, al cristianismo, al judaísmo y al islam.
Lejos de la versión urdida en las usinas ideológicas del Departamento de Estado norteamericano, la invocación de valores religiosos como justificación de la política de los últimos 30 años no es privativa del Medio Oriente ni del mundo musulmán, sino que tiene a Estados Unidos como uno de sus precursores. El punto de inflexión quizá lo constituya el acceso a la presidencia en 1980 de Ronald Reagan con el apoyo de una masa de electores evangélicos o fundamentalistas, seguidores de las consignas de organismos político-religiosos como la Mayoría Moral, creado en 1979, que se propone hacer de un país en crisis, debilitado por una inflación de dos dígitos y humillado por el secuestro de su personal diplomático en Teherán, una nueva Jerusalén.[5]
Del mismo modo la Iglesia Católica encontraba en el cardenal polaco Karol Wojtyla, el papa Juan Pablo II, un "mensajero" de la propaganda procapitalista en países de Europa del Este como Polonia, a la caída del muro de Berlín. Y en Israel, un estado racista y religioso, resurgían a la actividad corrientes sionistas confesionales ligadas a la ocupación de los territorios bajo la forma de expansión colonial de asentamientos que buscaban reestablecer el "Gran Israel" que según la Biblia, Dios prometió a los judíos como "pueblo elegido".
Esta instrumentación política de la religión -independientemente de cuál de ellas se trate- tradicionalmente ha sido una estrategia de sectores de las clases dominantes para mantener sometidas a las poblaciones: Arabia Saudita, Israel en sus extremos, España bajo el Partido Popular, Italia y su movimiento "Comunión y Liberación", las presidencias norteamericanas, preferentemente republicanas como la de Reagan y George Bush (h).[6]
Durante la década de los ’90 varios investigadores occidentales del mundo musulmán coincidían en señalar una "reislamización" de la esfera política luego de las décadas de hegemonía del nacionalismo laico, pero anunciaban la crisis terminal de las tendencias más extremas del islamismo, tensionadas entre las derrotas sufridas en los intentos de extender la jihad a otros territorios como Bosnia, Kosovo y Argelia, y la creciente represión estatal a la que estaban sometidas. Pronosticaban un fortalecimiento de los sectores "moderados" del establishment político-religioso que llevarían a la instalación de regímenes más afines a los intereses de occidente.[7]
Sin embargo, la realidad ha desmentido estas tesis "normalizadoras" del Medio Oriente, aunque no por razones religiosas. Desde los atentados contra las torres gemelas en 2001, pasando por la resistencia iraquí, la victoria electoral de Hamas en las elecciones legislativas palestinas en enero de 2006, hasta el triunfo político de Hezbolá en su resistencia contra Israel en la breve guerra del Líbano de julio-agosto de 2006, el llamado "islamismo radical" se ha instalado en la escena mundial como el principal antagonista a la política norteamericana y sus aliados como el Estado de Israel, empleando métodos de acción que en algunos casos emulan a las guerrillas de los años ’70. El peso de la "amenaza islamista" en los discursos de los gobiernos y de los medios imperialistas aumenta a medida que la acción de estos movimientos no se limita al Medio Oriente y los países musulmanes y se ha extendido sobre todo a los países europeos que fueron o son aliados de Estados Unidos en la guerra contra Irak. Tanto en los atentados de Madrid como en los subterráneos de Londres, habrían participado jóvenes hijos o nietos de inmigrantes procedentes de países árabes o musulmanes. Y hay que tener en cuenta que en Francia la comunidad musulmana es de alrededor de 5 millones, en Gran Bretaña viven 2 millones de musulmanes, y que en ambos casos, tomados de conjunto, constituyen los sectores más empobrecidos de la población.[8]
¿Es posible la radicalización política de organizaciones islamistas? Algunos elementos históricos para responder
El ascenso del islamismo político ha reabierto un debate al interior de la intelectualidad y también de la izquierda marxista partidaria, en particular en Europa y en los mismos países del mundo árabe y musulmán, sobre la posibilidad teórica y la probabilidad histórica de que sectores provenientes de las filas del islamismo militante radicalicen sus posiciones acercándose al marxismo.
En un artículo reciente[9], Samir Amin construye una definición categórica del fenómeno del islamismo político -en el que incluye desde la monarquía saudita a organizaciones populares- en la que prácticamente está excluida esta posibilidad. Una serie de consideraciones confluyen en esta definición, a saber: 1) el islamismo político no es comparable con el surgimiento de la "teología de la liberación" como tendencia de izquierda del catolicismo de América latina, dado que no predicaría la "emancipación" sino la sumisión; 2) como ideología es completamente reaccionaria, plantea un retorno imposible al pasado, más precisamente a la época en que el islam no había sido sometido al capitalismo occidental. Esta imposibilidad explicaría que los partidos islamistas no tengan un programa político concreto; 3) es complementario del neoliberalismo, por esto, junto con el establecimiento de una autocracia política, los partidos islamistas constituyen el mejor instrumento de dominio de la "burguesía compradora", es decir, de aquel estrato social compuesto de comerciantes o rentistas que sirven a los intereses ya sea de un ocupante colonial o de las potencias neocolonialistas; 4) por último, como sucede con el catolicismo, el discurso religioso está al servicio de legitimar el ejercicio del poder político. Con el objetivo de tomar el poder del estado en beneficio de este sector burgués, existe según Amin una división del trabajo entre las asociaciones "moderadas", como los Hermanos Musulmanes, que se infiltran en el estado, y los grupos clandestinos que recurren a las acciones violentas de tipo terrorista.
Coincidimos con Amin en que estos elementos apuntan a caracterizar al islamismo como movimiento religioso, que (tal como ocurre con el cristianismo, el catolicismo y el judaísmo) está al servicio de las clases dominantes.[10] En términos generales, el islamismo político, al igual que antes el nacionalismo burgués, busca conciliar las diferencias de clase que desgarran a las sociedades capitalistas musulmanas, ya sea a través de la "unidad de la nación árabe" o por medio de la "comunidad de los creyentes". Esta ideología policlasista con la que se combate al marxismo está al servicio de los intereses de las burguesías locales que a través de un discurso unificador, buscan evitar que los trabajadores y los oprimidos desarrollen una política independiente. Sin embargo, como plantea F. Halliday, es un error hablar del islam como si fuera un movimiento o una ideología homogénea, o como si pudiera ser tratada como una fuerza social autónoma. Como creencia religiosa, el islam tiene algunas características homogéneas, pero como movimiento político y social es diverso, variando en cada país en su contexto social y significación política[11] .
Su estudio concreto sólo puede partir, desde un punto de vista marxista, del precepto metodológico más general de que las ideologías, incluidas las religiosas, tienen un desarrollo relativamente autónomo, pero no pueden independizar absolutamente su existencia de la realidad material en la que surgen y actúan, es decir, las relaciones sociales, los intereses de clase o sectores de clase que mayormente defienden, la relación con las clases explotadoras nacionales o regionales y la relación con las potencias dominantes. En distintos países y en distintos momentos sus principales organizaciones han jugado diferentes roles. Mientras que algunas, como los Hermanos Musulmanes en Egipto o Argelia o los voluntarios islamistas en Afganistán en general han sido instrumentadas para fines reaccionarios -esencialmente por el imperialismo o por los estados de origen para combatir a la izquierda marxista-, en procesos revolucionarios o de conflictos agudos algunas organizaciones islamistas se han radicalizado, llegando a expresar en su seno las aspiraciones de cambios revolucionarios, rompiendo con su carácter confesional.
La revolución iraní ha mostrado el desarrollo de distintas variantes políticas tanto laicas como de procedencia islamista, pues además de los grupos afines al khomeinismo y a la burguesía liberal, en el curso del proceso revolucionario intervinieron un abanico de grupos de izquierda, desde el Tudeh stalinista, pasando por el llamado "islamo-marxismo" hasta grupos trotskistas[12].
---fin del mensaje nº 1---
Última edición por pedrocasca el Mar Mayo 28, 2013 2:41 pm, editado 2 veces