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    "Socialismo y Marxismo" - texto de Florestán Fernandes (Partido de los Trabajadores de Brasil)

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    pedrocasca
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    Mensaje por pedrocasca Sáb Abr 07, 2012 10:17 pm

    "Socialismo y Marxismo"

    texto de Florestán Fernandes (fallecido en 1995. Sociólogo, escritor, profesor universitario y político brasileño del Partido de los Trabajadores, elegido diputado en dos ocasiones)

    Fragmentos extraídos del libro “O PT em movimento” – São Paulo: Autores Associados, 1991 (Coleção polêmicas do nosso tempo; v. 43)

    tomado de la web Pañuelos en rebeldía

    Se volvió corriente la condena al marxismo y el uso del concepto ambiguo de “socialismo democrático” después de los acontecimientos del Este Europeo y los cambios que ocurrieron en la Unión Soviética. La condena al marxismo es extemporánea, y sería inconcebible cualquier manifestación de socialismo que no fuese democrática.

    La cuestión que se plantea posee un significado distinto. Surgió a partir de sindicatos, confederaciones obreras y partidos políticos de la izquierda europea, una fuerte presión ideológica para que los movimientos sociales de la periferia adopten modelos socialdemócratas. Lo que se proclama como socialismo en Europa, se reduce a una socialdemocracia pequeño burguesa corrupta, que entrega la cabeza a los capitalistas y el corazón a los asalariados. Incorporados a la participación electoral y a las instituciones oficiales, los socialdemócratas renegaron primero del marxismo y, después, del socialismo propiamente dicho.

    No hay duda que la socialdemocracia profundizó la reforma social, impregnando a la revolución del orden de contenidos y esperanzas innovadores. Sin embargo, ella se confundió con el welfare state, al punto de olvidar que sus símbolos, ideologías, utopías y funciones revolucionarias jamás deberían ser medios para la defensa y reproducción de la sociedad civil hundida por el capital oligopólico.

    A costa de la participación, de las elecciones, de la aceptación del poder “en beneficio de la Nación”, se despojaron de la identidad socialista y de la vocación revolucionaria.

    Las críticas a una democracia de bases económicas, sociales y políticas limitadas, en la cual los grandes capitalistas ceden los anillos y preservan intacto su poder de clase, fueron dejados de lado, bajo los argumentos ya sostenidos en el fin del siglo XIX por Bernstein con mayor brillo teórico... Se contrapone a la democracia del capital la democracia socialista y comunista, como si los obreros en particular y los asalariados en general forjasen con las revoluciones, exclusivamente, estados totalitarios. Pero el anarquismo, el socialismo y el comunismo, nacieron con la crítica de la propiedad privada, del trabajo como mercancía, de la división social del trabajo, de la acumulación capitalista acelerada, de la clase como formación institucional de dominación social e ideológica de las élites de la burguesía, de la sociedad civil como producto de la concentración de la renta, de la subalternización de las clases asalariadas y de su marginalización permanente, del Estado capitalista como modalidad de democracia restringida, a pesar de las constituciones y de las elecciones.

    La lucha por el socialismo

    El socialismo recibió críticas desencontradas, de variadas procedencias, inclusive de una izquierda que cree haber descubierto en las prácticas democráticas de las sociedades capitalistas, la solución de todos los problemas. No comparto esas ilusiones ni las respeto. El socialismo no es asunto de moda ni de conveniencias.
    Frente a la crisis de la civilización occidental moderna debemos responder con objetividad crítica. Lo que está “muerto” no suscita temores ni tampoco requiere una cruzada tan maliciosa. La propagandizada crisis del socialismo sólo posee un valor: nos obliga a examinar con agudeza nuestra época histórica y a ir más a fondo en el examen del propio socialismo, pero no como “pensamiento negativo” (lo que él continúa siendo), sino como “ pensamiento positivo” (lo que representa como fundamento axiológico de una nueva civilización).

    El capitalismo conoció un progreso unilateral –de las fuerzas productivas como fuente de explotación del hombre por el hombre; de la libertad como base del egoísmo y de la competencia; de la ciencia y de la tecnología disociadas de la felicidad humana; de la revolución moral y del combate al militarismo, al armamentismo y a la “guerra global”; de la democracia fundada en la tiranía de la propiedad privada y en la plutocracia de las élites en el poder; del “Estado de derecho” prisionero de elecciones rituales, de la promesa negada por la represión, y viceversa. Él fue superado por las exigencias de intereses, de valores y de esperanzas que no ponen el lucro y el consumismo en primer lugar, sino la felicidad y la solidaridad humanas, la libertad con igualdad, la supresión de la guerra y de los antagonismos sociales insolubles.

    Los países capitalistas de la perifera se encuentran en una situación diferente de la que prevalece en Europa, en Japón, y en los Estados Unidos. En ellos, ni siquiera es posible levantar la falsa polémica del “fin” de la historia, de las ideologías y de la “muerte del socialismo” (o del comunismo). Hoy ya se puede volver a Marx y Engels, y darles razón en sus proposiciones sobre las premisas necesarias para la implantación del capital o para la existencia de la historia (como capacidad colectiva de autodeterminación). Ellos negaron la probabilidad de una difusión del socialismo en los países dependientes, pobres, y atrasados. Pero postularon la alternativa: bajo la implantación previa del desarrollo capitalista, éste precisaría llegar al punto en el cual la clase obrera pudiese disputar el poder para instaurar el socialismo, o partir directamente desde una situación pre-capitalista, para la absorción y difusión del socialismo. Estas cuestiones fueron abordadas con enfoques distintos con referencia a Rusia y a India. La ausencia de premisas históricas provocó la predominancia de una visión del socialismo según la cual él constituiría una técnica social extremadamente eficaz de aceleración del desarrollo.

    Incluso Trotsky se apoyó en esa perspectiva histórica, para destacar la eficacia de la transición socialista, aún deformada.

    Los acontecimientos en los días que corren, evidencian que sin abandonar ese enfoque, debemos ampliarlo e insistir en la cadena de causas y efectos que pueden permanecer ausentes, si no se mantiene firmemente la concepción marxista originaria de una revolución global, en todos los niveles de la vida, y en todos los niveles de los valores fundamentales.

    La centralización del poder de las clases subalternas y de sectores radicales, constituye un medio crucial para disminuir o invertir sus desventajas en las luchas políticas contra las clases dominantes y el gobierno. Puede, inclusive, ser el elemento determinante de victorias, por la reforma social profunda y por la revolución social. Se sabe, comprobadamente, que este elemento también favorece a lo que se podría llamar “gigantismo partidario”. En determinadas circunstancias, el partido sustituye la voluntad colectiva de la clase revolucionaria hegemónica y de sus aliados orgánicos y eventuales. El partido lidera y comanda, decide como ocupar o conquistar el poder, y en él permanece anulando la oposición de otros partidos de izquierda. Nace así el partido único, que puede ir más allá, asumiendo el control indirecto y directo de órganos revolucionarios democráticos vitales. El ejemplo típico se evidencia en la evolución de los soviets (consejos populares) en la Revolución Rusa. Se trata de una evolución natural que no proviene de la intención de sacar beneficios.

    La rigidez del cuadro institucional del sistema de poder, y el bajo nivel de democratización general de la sociedad civil, crean esa probabilidad y acarrean la aparición de soluciones imprevistas y extra-socialistas de ordenamiento de la sociedad emergente. En conjunto, esto demuestra que, para el socialista revolucionario, la democracia no es sólo un fin ideal. Es también el medio que debe diferenciarse y expandirse, a medida que la revolución alcanza picos más altos.

    Los países de la periferia cuentan todavía con otros factores de perturbación del proceso revolucionario, por más íntegros que sean los líderes de la revolución, y por más dedicados que se muestren los cuadros y militantes. Brasil no se incluye como excepción en ese cuadro. El propio desarrollo capitalista, asociado y dependiente, genera muchos vacíos políticos, que perturban el funcionamiento y evolución del orden social, tendiendo emboscadas a los agentes históricos individuales y colectivos de la victoria del nacionalismo revolucionario y del socialismo.

    De ahí la importancia de infundir la mayor profundidad posible a las reflexiones teóricas y prácticas sobre el curso de la evolución de la sociedad nueva post-revolucionaria. En general, prevaleció la preocupación por las condiciones materiales y la aceleración del desarrollo económico. Sólo en Cuba, durante algún tiempo, se dio atención a los estímulos morales y al horizonte cultural del “hombre nuevo”. Lo que parecía un absurdo lógico y político hasta hoy, la interdependencia entre socialismo y comunismo desde los pasos iniciales, gana significación crítica constructiva. El núcleo de la cuestión no tiene nada que ver con una evolución conjugada. Está en el hecho de que, a cada avance, el socialista no disocia los progresos conquistados de los fines materiales, políticos y morales últimos.

    La aparente “conquista socialista” se vuelve lo contrario, para descubrir su grado de congruencia con los valores centrales (o sistema axiológico) que la sustentan.

    ¿Qué se evita? Algo evidente por sí mismo: que la aspereza de la transición socialista, particularmente en las etapas de destrucción de la herencia capitalista, y de colocación de los cimientos de la sociedad nueva y del hombre nuevo –y también de la civilización nueva-, desencadene contaminaciones y distorsiones indeseables, por incompatibilidades frontales con el socialismo maduro y con el comunismo.

    La discusión de estos dilemas no es precoz (y merece la atención de los mayores exponentes del marxismo). Pues ella devela algo que no podemos ni debemos olvidar. La socialización socialista (o la educación para el socialismo), precisa tomar en cuenta incisivamente en el presente, lo que proviene de premisas en gestación para la producción del futuro. Parodiando a Lenin, podríamos decir: ¡sin conciencia social socialista, nada conseguiremos! Ni la transformación y la revolución dentro del orden (en sentido capitalista) será posible. Ni la revolución dentro del orden (en sentido socialista) y la construcción de una sociedad socialista estará a nuestro alcance. No basta un ABC del socialismo (o del comunismo), para arrancar de la naturaleza humana del militante y del simpatizante, el aburguesamiento en que él está devorado, y en el cual se corrompe. Es necesario avanzar mucho más y engendrar en él una segunda naturaleza humana, socialista, para que él se libere del pasado y del presente y aspire a levantar, para sí y para los otros, una sociedad socialista abierta para la llegada del comunismo.
    ...
    No existe otra alternativa: o embarcarnos en el ansia modernizadora de las élites “neoliberales” nativas y extranjeras, o romper la estabilidad del orden para forjar una Nación y establecer circuitos de ida y vuelta entre ella, la sociedad civil y el Estado. Las rupturas subsiguentes, acabarán fermentando al máximo la lucha de clases, y las probabilidades de una “vuelta al pasado”, con golpes de Estado y contrarrevoluciones. O enseñarán a los de arriba, que precisan aprender qué es “desobediencia civil”, el arte de la tolerancia y el valor de la democracia pluralista para ellos mismos.

    Los talentos teóricos del partido, citando a Gramsci, hablan del recurso a la “guerra de posiciones” y a la “guerra de movimientos”. Exponen saltos de planos tácticos a planos estratégicos, que nacieron de revoluciones previas a los descubrimientos de la ciencia y de la tecnología avanzada durante o después de la IIº Guerra Mundial. Estos argumentos son pura fantasía. Engels previó, con razón, por qué las luchas de barricadas resultarían obsoletas como técnica social revolucionaria. Hoy enfrentamos una nueva tecnología de agitación social, de reforma por medios violentos, de revolución. La nueva tecnología represiva y antisubversiva ya fue descubierta y ha sido aplicada por los países centrales, dentro de sus fronteras y en la periferia. Los revolucionarios precisan resguardarse e inventar procesos de luchas políticas tan eficaces como los que protegen al orden capitalista en escala mundial. Pero no pueden quedar inactivos, pues perderían el contacto con la realidad, y la aptitud para general la tecnología revolucionaria de la que carecen.
    ....
    La combinación entre clase y movimientos sociales precisa salir de la esfera burocrática y de las elecciones... Estos movimientos poseen contenidos reformistas y revolucionarios que no pueden ser ignorados y que deben ser entendidos en su confluencia dialéctica con la lucha de clases y el movimiento sindical. El movimiento negro es el mejor ejemplo. El significado revolucionario explícito y larval de la raza, como categoría social, contiene implicancias y desdoblamientos insondables. Pensar la revolución como posible en el Brasil, sin dejar de lado clase y raza, equivale a desperdiciar un arsenal nuclear que nunca funcionará como un todo dentro del orden. Es necesario realizar una rotación para desprenderse del horizonte cultural burgués y de su sentido común, hecho de estigmatizaciones y preconceptos, para encarar de frente el Brasil real y sus exigencias históricas irreprimibles.

    La segunda cosa que se tiene que examinar mejor, es el campo de la izquierda encarado como totalidad. Los variados sectores y fracciones de clase de la burguesía, son capaces de unir intereses divergentes, cuando se sienten (o suponen que se sienten) amenazados. Reaccionarios, conservadores, liberales y progresistas, ante la inminencia de una catástrofe social, se unen ofensivamente y transfieren al estado, valiéndose de la tutela militar, la garantía de la estabilidad y del orden. Los de abajo no se entienden a través de movimientos fuertes; el peligro agudiza sus divisiones y hasta sus luchas fratricidas.... Todas las divergencias pueden ser articuladas, desde que exista un elemento aglutinador que actúe con la responsabilidad de resguardar las posiciones más avanzadas que se manifiesten como viables y necesarias. El secreto de la unión posee una raíz simple: los que no avancen, quedarán aislados y serán vilipendiados por las masas... El hecho es que el patrón del imperialismo del capitalismo oligopólico de la era actual, deja pocas salidas a la difusión, implantación y evolución del socialismo y del comunismo en la periferia. La izquierda precisa explorar una estrategia de unión, defensiva y ofensiva, para lograr éxito.




    Última edición por pedrocasca el Sáb Mayo 12, 2012 9:10 pm, editado 1 vez
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    Mensaje por Posigenisto Vie Mayo 11, 2012 6:53 am

    Me parece interesante
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    Mensaje por Posigenisto Vie Mayo 11, 2012 7:47 am

    Me gusta mucho la información pedrocasca

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