El reino del Coso… y de la cosa.
Nuestro mundo es bastante palpable, y no se deja ignorar fácilmente. Basta con intentar atravesar una pared para comprobarlo. Ésa es una manera. Otra sería privarse de sustento para “probar” la fuerza del espíritu sobre la materia. Dejar de comer por un año sería una empresa que probaría el punto de vista subjetivista… el inconveniente reside en que tras un año de abstinencia, el ayuno se prolonga, en todos los casos conocidos hasta el momento, para siempre. Es que uno no puede volver a disfrutar del goce de la gula porque las funciones vitales se apagan, y no se sabe de nadie que, a fuerza de voluntad, haya podido comer siquiera un caramelo, estando muerto.
Pues bien, a este mundo empedernido le llamaremos Coso, siguiendo una larga tradición filosófica que se remonta a cinco minutos atrás. Y a las manifestaciones particulares, fragmentarias, del Coso, les llamaremos simplemente, “cosas“*.
Todos los humanos pueden percibir estas cosas, lo que es una suerte, porque suele suceder que estas cosas son indispensables para la continuidad de la vida de estos humanos. Lo que se llama supervivencia. Supervivencia o reproducción simple.
Estas cosas no son tan amables, sin embargo, como para caer en las manos (si se las tiene) o en las prótesis, o a los pies, o al alcance general del cuerpo de los necesitados seres humanos…
Para resolver este defecto de la Creación, es que los humanos tienen que movilizarse de variadas maneras a las que se suele denominar “trabajo”. Los pobres humanos deben gastar energía para poder consumir más energía. De una rápida mirada podremos comprobar de qué forma sucede esto: los humanos transforman las cosas en otras cosas que les sirven para consumirlas o utilizarlas en general. En este mundo Coso no queda otra, que se sepa.
Sin embargo, si uno lo piensa dos veces, y mira a esa conjunción interactuante de seres humanos que alguien ha bautizado como “sociedad”, no puede evitar notar que… algunos de esos humanos no trabajan…
¿Cómo se entiende esto? ¿Ha fallado nuestro razonamiento? Habíamos dicho que para que los humanos sobrevivan tienen que molestarse en trabajar. Sino, se mueren por falta de sustento… ¿o acaso alguno de estos especímenes ha demostrado finalmente la autonomía del espíritu respecto de la materia? ¡No! ¡Vemos que aún sin trabajar, ellos se alimentan!
Señores, hemos llegado al absurdo.
Hemos llegado a un punto muerto a partir del cual no se puede avanzar más, a riesgo de enloquecer…
…aquí un colaborador, Carlitos, me sopla al oído que quizás, sólo quizás… aquellos que se sustentan pero no trabajan… no me atrevo a decirlo… ejem… tal vez ellos tomen su sustento de aquellos que sí trabajan (perdón).
Sí, suena absurdo, sepan disculpar a mi colaborador, pero es que este fenómeno nos tiene desconcertados. ¡Según él habría que admitir que en estas sociedades unos humanos ociosos extraen trabajo en forma de cosas, de otros humanos que se dedican a trabajar! ¿Pero qué mecanismos podrían permitir esto? (Carlos me sopla algunas cosas, pero no le podemos dar crédito alguno, lo que me dice contradice lo que todos sabemos de economía, hombre)
En fin, dejamos el enigma sin solución… ¡y pensar que habíamos empezado tan bien con el Coso!
Resumen: todo humano necesita un sustento material para sobrevivir, y ese sustento sólo se consigue mediante el trabajo. Sin embargo hay humanos que adquieren ese sustento pero no trabajan. El enigma parece irresoluble.
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* Debo aclarar que el mundo entendido como un conjunto de cosas no es una perspectiva del todo correcta, pero creo que sirve al propósito de esta presentación.
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Sigue el enigma de las cosas, el trabajo y el ocio
Posted on octubre 15, 2011
Habíamos quedado varados en el fondo del pozo del infierno…
…del infierno de la incertidumbre, al descubrir que hay gente que puede consumir los bienes necesarios para la vida, ¡aún a pesar de no producir tales bienes!
Desde que nos encontramos con este obstáculo, hemos estado investigando, y empezamos, por supuesto, preguntándole a los economistas, que son quienes tienen la posta. Sin embargo, por más que preguntábamos, sus respuestas siempre nos remitían al problema original, que quedaba sin solución*.
Así que ya sin muchas esperanzas, tuvimos que volver con el caballo cansado a hablar con el amigo Carlos, que nos dijo lo siguiente:
“Como el trabajo [y la naturaleza] es la fuente de toda riqueza, nadie en la sociedad puede adquirir riqueza que no sea producto del trabajo. Si, por tanto, no trabaja él mismo, es que vive del trabajo ajeno y adquiere también su cultura a costa del trabajo de otros”.
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El trabajo de unos tiene que mantener a estos unos y a algunos otros… ¿Quiénes pueden ser esos otros? Tal vez si repasamos la historia de sociedades más primitivas, podamos ponernos fácilmente de acuerdo…
Le pedí a Carlos que le preguntara a algún amigo historiador si podía ayudarnos a identificar a esta clase de personas.
“¡A la orden mein freund!” -me dijo (es que es alemán el hombre, aunque se va acriollando de a poco). Y lo que me contó lo resumo aquí:
En tiempos ya casi olvidados, cuando la agricultura aún no se había generalizado y los dioses se confundían con las manifestaciones de la naturaleza, en los tiempos de la recolección y la caza, las bandas de humanos vivían en el ocio y el disfrute, y sin preocuparse por crear un excedente, ya que todo lo que necesitaban podía conseguirse suficientemente, y el amplio tiempo sobrante que podrían haber dedicado al aumento de la producción, quedaba libre y a discreción de cada individuo.
Sin embargo, a partir de la diferenciación de funciones en algún momento se sembró el germen de la estratificación, ya que el “especialista” podía pedir y luego exigir que sus compañeros trabajaran más para proveerlo especialmente a él mismo.
Simultánea o posteriormente la economía agrícola permitió producir una cantidad de alimento superior a la de eras precedentes, sin agotar los recursos naturales. Este aumento sustentable de la producción fue posible por la mayor productividad de la tecnología agrícola respecto a la tecnología de la caza y la recolección.
De este modo se acumuló un excedente del producto, que es la cantidad que sobra después de cubrirse las necesidades de la mera reproducción de la comunidad. Este excedente permitió el crecimiento del tamaño de la comunidad aldeana, y sobre todo, permitió profundizar la división del trabajo, ya que no era necesario que todo el trabajo se dedicara a la producción de alimento.
De aquí al inicio de la estratificación social hay sólo un paso, que se dió cuando unos señores profundizaron su especialización en producir diversos objetos distintos al alimento (artesanías, etc.) o en otorgar ciertos servicios espirituales (sacerdotes). Ya sea por el mayor prestigio de estas funciones, o por su mayor cercanía al punto de inicio de la redistribución del excedente (cercanía al reparto centralizado del contenido de los graneros comunales), fueron acumulando poder y riqueza, y paulatinamente centralizaron las funciones administrativas en torno del palacio y del templo, que cumplía la indispensable misión de intermediar ante los dioses, rezándoles y ofreciéndoles tributo “para que no se ortivaran”. En el templo se acumulaba el excedente y luego se redistribuía, según los criterios de la casta sacerdotal. Lo mismo ocurría en el palacio en donde el rey y la corte tomaban esas decisiones (Ver: Mario Liverani, “El Antiguo Oriente: Historia, sociedad y economía“).
Estas innovaciones serán fundamentales en la historia humana, pues dan origen a un “salto organizativo” en la forma del estado, que surge del desarrollo de esta desigualdad de funciones, y a la vez se encarga de perpetuar y profundizar estas diferencias jerárquicas.
Esta jerarquización se expresa también en la geografía, ya que los campesinos que vivían en las aldeas y eran propietarios de sus tierras, conformaban un anillo que rodeaba al centro urbano hacia el que fluía el excedente campesino (mediante el tributo forzoso) y donde gracias a esto se fueron concentrando las funciones especializadas y organizativas.
En este punto la diferencia de funciones y de privilegios entre los que trabajan y los que viven del trabajo ajeno, quedan claras. Así cobran sentido las siguientes afirmaciones de nuestro amigo, en la misma fuente:
“En la medida en que el trabajo se desarrolla socialmente, convirtiéndose así en fuente de riqueza y de cultura, se desarrollan también la pobreza y el desamparo del que trabaja, y la riqueza y la cultura del que no lo hace”.
En futuras entradas repasaremos la evolución de esta relación inequitativa en otras sociedades.
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* En otro post veremos si la respuesta convencional de que la ganancia del empresario proviene de su “abstención de consumir” puede responder exitosamente a la cuestión.
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Las cosas se van acomodando
(como zapallo en carro)
Hemos visto cómo las cosas producidas por los hombres se multiplicaron de modo de permitir que una parte de ellas pudiera ser apropiada por un grupo privilegiado, que se ocupaba de centralizar el excedente, redistribuir una parte de él, y consumir otra parte en provecho propio.
Ahora vamos a ver cómo sucede lo mismo en una sociedad distinta, en la economía de producción mercantil con trabajo esclavo de la antigua Grecia y de Roma.
La propiedad de la tierra dejó de ser comunitaria (aldeana) para pasar a ser privada. Pero esto no significó que cada miembro de la sociedad pasó a tener su propia parcela de tierra… en cambio, sólo un grupo de personas ostentaba los títulos de propiedad, ya fuera de extensiones grandes o chicas de tierra.
El resto de la población constituía la fuerza de trabajo, y su relación laboral tomaba la forma de la esclavitud. Esto es, el trabajador formaba parte de las propiedades del dueño, como cualquier herramienta o cualquier animal, y podía utilizarse hasta el agotamiento o incluso destruirse a voluntad del propietario.
Así, la esclavitud fue la condición necesaria de la enorme libertad de los ciudadanos, los hombres libres y propietarios, de las polis griegas, y fue la base del glorioso auge cultural que ocurría en los centros urbanos, donde se concentraban los griegos libres que recibían los ingresos de sus propiedades esclavistas en el campo.
Entonces se hace transparente también en esta sociedad, en dónde se produce el excedente, quién trabaja, quién no trabaja, y quién se apropia de trabajo ajeno.
Pero tan transparente es para nosotros como resultaba para los mismos griegos y romanos… veamos lo que dice Sócrates en La República de Platón:
Pero escucha ahora el resto del mito, «Sois, pues, hermanos todos cuantos habitáis en la ciudad -les diremos siguiendo con la fábula-; pero, al formaros los dioses, hicieron entrar oro en la composición de cuantos de vosotros están capacitados para mandar, por lo cual valen más que ninguno; plata, en la de los auxiliares, y bronce y hierro, en la de los labradores y demás artesanos’. Como todos procedéis del mismo origen, aunque generalmente ocurra que cada clase de ciudadanos engendre hijos semejantes a ellos, puede darse el caso de que nazca un hijo de plata de un padre de oro o un hijo de oro de un padre de plata o que se produzca cualquier otra combinación semejante entre las demás clases. Pues bien, el primero y principal mandato que tiene impuesto la divinidad sobre los magistrados ordena que, de todas las cosas en que deben comportarse como buenos guardianes, no haya ninguna a que dediquen mayor atención que a las combinaciones de metales de que están compuestas las almas de los niños.Y si uno de éstos, aunque sea su propio hijo, tiene en la suya parte de bronce o hierro, el gobernante debe estimar su naturaleza en lo que realmente vale y relegarle, sin la más mínima conmiseración, a la clase de los artesanos y labradores. O al contrario, si nace de éstos un vástago que contenga oro o plata, debe apreciar también su valor y educarlo como guardián en el primer caso o como auxiliar en el segundo, pues, según un oráculo, la ciudad perecerá cuando la guarde el guardián de hierro o el de bronce». He aquí la fábula. ¿Puedes sugerirme algún procedimiento para que se la crean?
-Ninguno -respondió–, al menos por lo que toca a esta primera generación. Pero sí podrían llegar a admitir- la sus hijos, los sucesores de éstos y los demás hombres del futuro.
-Pues bien bastaría esto sólo para que se cuidasen mejor de la ciudad y de sus conciudadanos; pues me parece que me doy cuenta de lo que quieres decir.
Del mismo modo opinaban pensadores como Aristóteles, que reconocían sin ambages las desigualdades sociales de su tiempo, y es que de hecho la extracción de trabajo mediante la esclavitud es una relación tan evidente que no hay forma de negarla. Cualquier pensador que hubiera intentado disimularla habría recibido las burlas de todo el mundo, desde el más sabio hasta del niño que recién empieza a balbucear.
Entonces quienes querían defender ese orden se limitaron a legitimarlo con otras argucias. Y admitieron que el bienestar de la clase dominante se basaba en la explotación del trabajo esclavo… pero en cambio afirmaron que esa explotación estaba bien. Porque los esclavos no serían del todo seres humanos, como sí lo serían los ciudadanos griegos y romanos. Vemos que se recurre a ciertas ideas sobre lo que es la naturaleza para hacer la apología de una situación determinada. Este uso y deformación de “lo natural” se repetirá en posteriores construcciones ideológicas. Veamos lo que decía Aristóteles:
“Mandar y ser mandado no sólo son hechos, sino también convenientes, y pronto, desde su nacimiento, algunos están dirigidos a ser mandados y otros a mandar.”
Esta forma de justificar la explotación sólo fue adecuada para su época, puesto que en otros momentos las relaciones sociales se organizaron de otras formas que pronto veremos, y entonces las formas de explicar y de defender esas relaciones inequitativas de producción tuvieron que adaptarse.
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