Golpes militares en la Argentina del siglo XX
texto de José Luis Zamora (sobre investigaciones de Rodolfo Walsh)
Se publica en el Foro en dos mensajes por su longitud
--mensaje nº 1--
A la hora señalada
Desde el golpe de 1930 de José Felix Uriburu al anteúltimo en 1966 del dictador Onganía, depuesto luego por la junta militar encabezada por Alejandro A. Lanusse. El retorno de Juan Domingo Perón de su exilio, su corto período de gobierno, su muerte.
Golpes cívico-militares; ignominias; injusticias; operativos; antinomias; rencores; masacres; negociados. Todos horrores cometidos, puntualmente... a la hora señalada. La que marcó por muchísimos años el deterioro colectivo de un país: Argentina, hora cero.
¿Cómo, entonces, debe pensarse en presente y a futuro, los destinos inciertos de países como el nuestro, sino es con la revisión histórica de nuestro pasado más inmediato, permanentemente, para no caer una vez más en la trampa y la repetición sistemática de violentas y desangradas luchas de aparatos instrumentados desde el Estado o desde los cuarteles, en conjuros cívico-militares, queriéndose imponer por sobre la voluntad de las masas con variadas argucias, diversos métodos de “propaganda panfletista”, contribuyendo al alimento de la desmemoria colectiva, y así entonces poder actuar impunemente, con opresiones, absolutismos, en definitiva tolerar avasallamientos de toda índole?
Tal vez, como más temen los tiranos del pensamiento único o sea, el de ellos: con el compromiso que otorga, el correcto uso de la palabra escrita en la denuncia, en el recuerdo perpetuo, en el movimiento constante del pensamiento, en el compromiso social, en sobre todas las cosas, no callar. En no acallarse, si se volviera a repetir la historia, porque esa acción nos llevaría de nuevo, irremediablemente, al suicidio social colectivo. Ciñendo en una pequeña reseña, y los hechos lo demostrarán a lo largo de gran parte del siglo pasado, que los golpes de estado fueron el principal instrumento empleado para los intereses económicos internos y externos que coartaron el anhelado desarrollo de prosperidad, antaño prometido.
Le fue negado en nombre de las más diversas fachadas interpuestas entre las antinomias creadas por facciones de poder que en el fondo ocultaban con ello los verdaderos propósitos que se habían impuesto como meta final: la devastación de un país, el derrumbe hasta sus cimientos, su apoderamiento y señorío.
Comenzaremos por las pantallas puestas como banderas enemigas a combatir a cualquier precio, sin importarles a los “mercaderes” de la muerte, el costo genocida en la pérdida de vidas humanas.
En principio, pusieron sus ojos en la Revolución rusa de 1917. El proletariado organizado pasó a ser el demonio rojo que azolaría con su presencia los designios de Dios, Patria y Familia. Comunistas, anarquistas y extranjeros fueron el blanco propicio. Los reclamos representadas en una de sus formas: la huelga, fue (es) una terrorífica pesadilla, llamada también “revolución social” que no los dejaba tranquilos.
Encontraron así, la excusa justa para la represión y la infamia desatada. Con ello, el “orden establecido” estaba debidamente garantizado. Con ello, atrás habían quedado ecos resonantes, pero siempre presentes, del fallido atentado en 1905 del anarquista catalán: Salvador Enrique José Planas y Virellas contra el presidente Manuel Quintana, o en 1909 cuando el anarquista Simón Radowitzky hace justicia con una bomba que le arrojó al tétrico coronel Ramón Falcón, quien en una movilización en Plaza Lorea, el 1° de mato del mismo año, masacró a manifestantes e hirió de gravedad a cientos de obreros anarquistas o los trágicos sucesos de enero de 1919, denominada “la semana trágica” en donde el general Dellepiane se “destacará” en su orgullo militar, asesinando se cree, a juzgar por estimaciones inciertas, a 700 o tal vez, 1.000 obreros indefensos, pertenecientes a los talleres del protegido industrial “Vasena” o los fusilamientos de obreros en el Sur, en la provincia de Santa Cruz perpetrados por el sanguinario coronel Varela y el capitán Anaya, o aquel, 27 de enero de 1923, cuando Kurt Wilckens queda frente a frente con Varela y arrojando a sus pies una bomba de fabricación casera, pero potentísima, pone fin a la vida del fusilador de obreros y anarquistas o en 1927, pero en Estados Unidos, el asesinato en la silla eléctrica de dos inocentes anarquistas italianos: Sacco y Vanzetti.
El 6 de septiembre de 1930, se produce el primer golpe de estado en la Argentina. Fue encabezado por el comandante en Jefe del Ejército, general José Félix Uriburu en representación del sector corporativo del Ejército, en el claro intento final de reemplazo del derrocado gobierno de Hipólito Irigoyen, por la instauración de un gobierno de neto corte fascista. Tres días antes, en el diario La Nación, se publicaba el texto de renuncia del ministro de Guerra del presidente depuesto posteriormente, general Luis Dellepiane, en el cual le hacía saber, entre otros motivos de su proceder, haber observado a su alrededor: “pocos leales y muchos intereses”. Sin lugar a duda denunciaba el complot que desde el mes de diciembre del año anterior había puesto en marcha Uriburu. Enfermo, Irigoyen, delega el día 5 de septiembre el mando al vicepresidente Enrique Martínez. El día del golpe, un Uriburu “inspirado” en un “alto y generoso ideal”, guiado, según su saber y entender, por otro propósito que no sea por el “bien” de la Nación, “sin ambiciones de predominio”, atreviéndose con total impunidad en la expresión de la palabra haber “liberado a la Nación de la ignominia” e “interpretando” el sentimiento unánime de la masa de opinión que lo acompañaba y manteniendo latente el espíritu cívico de la Nación, insta mediante un telegrama la renuncia de Martínez, agregando que marchaba sobre la Cap. Fed. al mando de la tropas de la primera, segunda y tercera divisiones de Ejército.
Tal como supo arengar Leopoldo Lugones, con afiebrado frenesí nacionalista: “Ha sonado una vez más, para el bien del mundo, la hora de la espada.” Se había consumado así de fácil, el primer sablazo de muerte aplicado en territorio argentino. El olor a petróleo se hacía sentir y por otra parte, Uriburu no dejaría pasar la oportunidad para demostrar que él también sabía de fusilamientos; en enero de 1931 sus víctimas serían los anarquistas: Severino Di Giovanni y Paulino Scarfó. Ambos fueron fusilados en la Penitenciaría Nacional Uriburu había cumplido su sentencia: “he venido a limpiar este país de gringos y gallegos anarquistas”.
Las Fuerzas Armadas argentinas comienzan a poner el ojo visionario hacia un despotismo más encarnizado en cuanto al trato que se merecen los “enemigos de la patria”, en otras partes del mundo. Alemania es el ejemplo. Sin pérdida de tiempo una proclama circula entre entusiastas oficiales del Ejército. Con ello tendremos una acabada idea de una de las “filosofías” de formación en el espíritu castrense, que los engolosinaría hasta nuestros días. Una admiración y adhesión sin límites a conceptos nazis en la política vulgar del nacionalsocialismo impuestas en ese país por el dictador Adolf Hitler, socava subterráneamente las mentes militares de este lado.
Predicaba la proclama con rasgos de tinte netamente nazis: “en nuestro tiempo Alemania ha dado a la vida un sentido heroico. Esos serán nuestros ejemplos”, “la lucha de Hitler en la paz y en la guerra nos servirá de guía”; (en el golpe de 1976, más adelante, lo demostrarían).
Sigue: “así será la Argentina”; “a ejemplo de Alemania, por radio, por la prensa controlada, por el cine, por el libro, por la Iglesia y por la educación se inculcará al pueblo el espíritu favorable para emprender el camino heroico que se le hará recorrer”. Se puedo apreciar, al mismo tiempo, conceptos antisemitas del ministro de Justicia e Instrucción Pública de la Revolución de 1943, Gustavo Martínez Subiría, quien como novelista adoptó el seudónimo de Hugo Wast. Además, fue nombrado miembro de la Academia Argentina de Letras y director de la Biblioteca Nacional. Hoy día, la hemeroteca de ésta última, increíblemente lleva su nombre. Supo escribir en un libro de su autoría y edición, conceptos como: “los argentinos no hemos inventado la cuestión judía”; expresa que en un tiempo se había pensado en dar una porción de tierra en Entre Ríos o Santa Fe para que se transformaran en nación independiente, pero que la “infiltración” dada en el comercio, en las finanzas, en las leyes, en el periodismo o en la enseñanza, todavía no inquietaba, a la vez que se preguntaba: ¿será tiempo todavía? Agregaba que el descanso del sábado no le preocupaba, dado que se lo denominaba: sábado inglés. Lo que sí inquietaba su espíritu nazi eran “esas escuelas misteriosas” con “un alfabeto extraño” que hacía “poco menos que imposible vigilar el espíritu de esa enseñanza”. Hitler, por lo pronto en esa época, rondaba los cielos argentinos y europeos, por supuesto.
El 4 de junio, pero de 1943, otro conocido fusilador, el coronel Elbio C. Anaya y sus oficiales se encuentran establecidos en Campo de Mayo. Abiertos sus portones de par en par dejan pasar a unos ocho mil efectivos, debidamente pertrechados de variados armamentos hacia otra aventura que avergüenza las páginas de la historia nacional. Otro golpe de estado está en cierne sobre la presidencia ejercida por Ramón Castillo. Se dirigen hacia la golpeada Casa Rosada, encabezando la avanzada, el general Arturo Rawson quien ejercía el aparente liderazgo del movimiento. Castillo, acorralado ante las evidencias que ya a esa altura de los acontecimientos sabía no podría revertir, accede a la renuncia de su cargo impuesta por las fuerzas de las armas y se refugia en la cañonera Drummond. Dicen que creyó hasta último momento contar como aliados suyo a la Marina de Guerra. Pero, lejos de ser así, las deslealtades mostraban su peor rostro, la de la traición, la de la conspiración, dado que ya por esas horas, los almirantes: Sabá y Sueyro habían “consolidado” el apoyo de Marina al general que se encaminaba a otro despropósito militar. Castillo se había quedado sólo. Tres meses antes, el 10 de marzo, se había constituido en el Hotel Conte, una logia militar conocida como Grupo de Oficiales Unidos (GOU). Estaba representada por los tenientes coroneles: Miguel A. Montes y Urbano de la Vega.
Pero el verdadero instigador de este factor de poder militar había sido el entonces coronel: Juan Domingo Perón.
Nuevamente se hacen presentes las consabidas consignas de propaganda y excusa en el que la realidad verdadera sólo se podía hallar en la aplicación de represiones injustificadas. Se asignaron, entre otros conceptos, ser las filas militares “fieles celosas guardias del orden y las tradiciones del pueblo argentino”. No conformes alegaban en su defensa “ser conscientes de la responsabilidad que asumían ante la historia y el pueblo” que era “imponer el deber que esa hora reclamaba en defensa de los sagrados intereses de la patria”.
Conocido, parecido palabra más, palabra menos, al caballito de batalla empleado durante todos los golpes militares que se sucedieron. Entrevistado por el diario La Prensa pocos días después, el 16 de junio, el general Ramírez respondía ante la pregunta del cronista: ¿Qué es la Argentina? Arrogantemente decía: ¡Eso soy yo! El general Rawson, quien había ocupado como primer mandatario de facto, sólo las primeras 24 horas luego del golpe, les bastaron para definirlo y no ante los medios, sino en el Boletín Militar N° 12298. En él exponía su punto de vista de ésta manera: “evidente convicción de que una concepción moral se ha entronizado en los ámbitos del país como sistema”, agrega que “todo bajo el amparo de poderosas influencias de encumbrados políticos argentinos que impiden el resurgimiento económico del país”; sostiene categórico: “el comunismo amenaza” y “la Justicia ha perdido su alta autoridad moral”; “las instituciones armadas están descreídas”; para concluir arengando cínicamente: “la educación de los niños está alejada de la doctrina de Cristo”; “la ilustración de la juventud sin respeto a Dios, ni amor a la Patria.”
¡Hermosa “ilustración” de autoridad moral y de Justicia la que emprende con el ejemplo de un golpe de estado, para la conciencia de los niños y jóvenes argentinos de cómo se debe obrar, la del general! Creyó el seguramente y hasta en lo más íntimo de su ser, que esas frases merecerían a su corto entender, un ideario para la posteridad grabadas en el bronce que se creía merecedor. Pero el general Pedro Pablo Ramírez, en primer término, le corta los sueños y luego otro general, para no ser menos, Edelmiro J. Farrel, ocupa el anhelado sillón en la Casa Rosada. Nombra como ministro de Guerra interino al coronel que venía pujando de atrás: Juan Domingo Perón. Éste, logra el 10 de diciembre de 1943, ocupar el cargo de Secretario de Trabajo y Previsión, un trampolín importantísimo para sus aspiraciones políticas futuras.
Pero otro acontecimiento acontece, si se quiere fortuito, pero gravitante y decisivo en la vida de éste hombre que estaba a punto de convertirse en un líder de masas, aglutinado tras un movimiento político denominado por él como: Movimiento Nacional Justicialista o habitualmente: Peronismo.
Corría enero de 1944 y el día 10 se presentaba de luto para la provincia de San Juan. A la 20:45 hrs. un terremoto de características inusuales la destruye.
Corolario luctuoso final: 7.000 muertos y 12.000 heridos. Se moviliza la sociedad y, en un festival llevado a cabo en el famoso Luna Park, a beneficio de las víctimas, concurren, el coronel Juan Domingo Perón, que por ese entonces ya ostentaba tres cargos gubernamentales en su poder: vicepresidente de la Nación, ministro de Guerra y de Trabajo y Previsión y una ignota joven actriz de tan sólo 24 años: Eva Duarte. Inmediatamente viven juntos, se dice. Esta relación, estrictamente privada en la vida de ambos, no pasaría para nada desapercibida por el Ejército, ni por la Iglesia. Tendrá sus derivadas consecuencias, tanto en la aceleración del final en el gobierno de Farrel, como en la gestación de una identidad nacional que marcará para siempre el rumbo político de la Argentina.
El 9 de octubre, una sublevación militar encabezada por el general Ávalos exige la renuncia de Perón. Éste es confinado en la prisión de la isla Martín García. El 17, una movilización de características inusitadas para la época, se pone en camino a la Plaza de Mayo. Pide por Perón. Farrel, desbordado, desde los balcones de la Casa Rosada les pide 24 hrs. Nadie se mueve. Al otro día, triunfante, Perón hace su aparición en los balcones que lo inmortalizarían. Comenzaba así una larga historia de idas y venidas en la lucha antagónica que protagonizarían peronistas y antiperonistas durante 30 años de extrema convulsión política en el quehacer nacional. Perón ocupa dos períodos presidenciales: 1946-1952 y 1952-1955, año en que es derrocado por un nuevo golpe de estado encabezado por el general Eduardo Lonardi, el general Pedro Eugenio Aramburu y el contralmirante Isaac F. Rojas. Se le denominó: “Revolución Libertadora” .
Ocurrió, exactamente, el 16/09/55.
Poca vida en el poder para Lonardi a pesar de sostener una proclama revolucionaria (otra como tantas anteriores) al día siguiente del golpe: “les decimos sencillamente con plena y reflexiva deliberación: la espada que hemos desenvainado para defender la enseña patria no se guardará sin honor”. Un nuevo sablazo sobre el lomo de la Patria y la Constitución que decían respetar.
Sin embargo, en contra le jugó a Lonardi su política de conciliación con algunos sectores peronistas. Son actos, si se quiere ingenuos para alguien rodeado de personajes de acérrimo odio hacia el “tirano déspota depuesto”, quien era innombrable.
Pedro Eugenio Aramburu era uno de ellos, nada le cuesta destituir a Lonardi el 13 de noviembre y entronizarse en el sillón de Rivadavia.
Aramburu, pone manos a la obra y resuelve borrar la memoria y si se puede, la historia más reciente, la de Perón y claro, la de “esa mujer”, diría más tarde Rodolfo Walsh.
Proscribe al peronismo mediante el decreto ley n° 4161, publicado en Boletín Oficial del 05/03/56, en donde claramente en su art. 1 dice textualmente: “queda prohibido en todo el territorio de la Nación: a) La utilización con fines de afirmación ideológica peronista efectuada públicamente o de propaganda peronista, por cualquier persona... de imágenes, símbolos, signos, expresiones significativas, doctrinas, artículos y obras artísticas que tuviesen tal carácter o pudieran ser tomadas por alguien como tales, pertenecientes o empleados por los individuos representativos u organismos del peronismo. Se considera especialmente violatorio de estas disposiciones la utilización de la fotografía, el escudo y la bandera peronista, el nombre propio del presidente depuesto, las composiciones musicales “Marcha de los muchachos peronistas” y “Evita capitana”, fragmentos de las mismas y los discursos del presidente depuesto y de su esposa o fragmentos de los mismos...” Un odio visceral corría por las entrañas del general hacia todo aquello que tuviera signo peronista. Esta nueva cara de la moneda de un país antagónico desde sus raíces o nacimiento en adelante, comenzó a ser un reflejo de lo que vendría con el correr del tiempo. En el campo económico, cabe mencionar la activa participación del economista Raúl Prebisch, en su insistente y afán interés en procurar el interés, puesto de manifiesto en su informe preliminar acerca de la situación económica de ese momento, recomendando el ingreso de la Argentina en instituciones extranjeras, como el FMI y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, para la adquisición de “una cantidad considerable de capital extranjero”. En buen romance: deuda externa.
Ya que según él, la distribución de la riqueza en un orden redistributivo correspondía a una “perturbadora ilusión” que entorpecía y aquejaba seriamente un impulso de crecimiento. Otro paso, fue, sostener a cualquier costo el mercado libre de cambios. En otro buen romance: el pleno neoliberalismo en marcha.
Pero Aramburu era militar. Y, todo aquel que en nuestro país se precie de buen militar, no puede quedarse atrás en puntería y algún tirito le gusta practicar de vez en cuando. La oportunidad de fusilar les llegó cuando el alzamiento militar del general Juan José Valle, entre los días del 9 al 10 de junio. Se ejecutó, además de los “rebeldes”, a un grupo de personas que se hallaban reunidas en una casa particular en Florida, escuchando por radio una pelea de box. Luego de arrestados bajo un supuesto cargo de conspiración en contra de la Revolución Libertadora, fueron trasladados sin notificarlos a un descampado que se encontraba ubicado cerca de la estación del F.C. Mitre, en José León Suárez y los fusilaron a punta de pistola y máuser, por orden del teniente coronel: Desiderio Argentino Fernández Suárez. El periodista Rodolfo Walsh, escribió e investigó los hechos exhaustivamente dando nacimiento a un libro emblemático en el periodismo y revelador de la verdad allí ocurrida: Operación Masacre.
El odio y la revancha a Perón, por parte de la Libertadora, en ningún momento concluirían, todo lo contrario, se acrecentarían aún más. Y le llegó el turno a Eva Perón. El almirante Isaac Rojas, junto al fusilador de la Patagonia, general de caballería Elbio Carlos Anaya, investigaron posibles o supuestos delitos de la exprimera dama y su entorno. Juntas investigadoras, se encargaron exhaustivamente de poner en movimiento prácticas de rastreos que, en definitiva, no los condujo a ningún puerto, o sea, llegar a conclusiones o pruebas que pudiera ser revelador, sorprendente y tal vez una vez logradas, darle con ello un golpe de nock-out a un mito viviente como era Eva Duarte: “Evita” para sus queridos descamisados. Fracasaron. Con el cuerpo embalsamado de Evita, Pedro Eugenio Aramburu, también se ensañaría, también se tomaría revancha cruel. Dispuso de un operativo secreto, largo, complicado, para que fuera sacado del país. En eso, se puede decir que no fracasó Aramburu, sí, hasta contó con el apoyo de la orden de San Pablo.
Fue denostada y fue venerada a más no poder, tanto en vida como en la hora de su muerte, un cadáver al que no le dieron descanso a lo largo de dieciocho años. La Libertadora, contribuyó así a otro tramo nefasto para la historia del país que, sumaría más motivos de venganzas y enfrentamientos sangrientos poco después.
Luego vendría Arturo Frondizi. Fue virtualmente tironeado por dos extremos: por un lado, por el poder militar y en el otro, el poder peronista, manejado, éste último, desde el exilio por su líder: Perón, quien le demandaba participación electoral como compromiso del pacto que se había consensuado para la obtención de votos necesarios para asumir la presidencia, tal como lo había hecho, el 1° de mayo de 1958.
Al año siguiente, Se inicia una formidable huelga de obreros de la carne del frigorífico Lisandro de la Torre; se oponían a la privatización. Corría enero. El día 17, se declaró huelga general. La represión se puso en marcha de mano del comisario Luis Margaride. El Plan Conintes (Conmoción Interna del Estado) le dejaba hacer lo suyo, que era reprimir. Se había promulgado en la segunda presidencia de Perón y al que nunca se le había echado mano hasta ese momento. Los activistas podían ser juzgados en tribunales militares. Fueron despedidas del frigorífico en conflicto unas 5000 personas. En mayo una huelga de bancarios dura unos 70 días. Sigue la represión. Se los insta bajo amenaza volver a ocupar sus puestos de trabajo.
Se los trata de ubicar en sus domicilios y a quien encuentran en él, es llevado a la fuerza a las entidades bancarias o detenido. Se llega al extremo, de tener que ocupar personal militar para cubrir puestos de atención al público.
Frondizi, llega a poseer en su haber el record de más planteos militares e intentos de golpes de estado: 26 y 6, respectivamente. A Frondizi dos sucesos le juegan verdaderamente en contra: su tardanza en la decisión de romper relaciones con Cuba y apoyar su exclusión del sistema interamericano, agravado, según el ojo castrense a una reunión secreta mantenida con el “Che” Quevara y la determinación de no proscribir al peronismo en las elecciones de gobernadores, que se aproximaban para el 18 de marzo.
El 28 de marzo de 1962, diez días después de las elecciones, fue apresado y confinado a la isla Martín García. Sin alcanzar a terminar su cuarto año de gobierno, los comandantes en jefe de las tres Fuerzas Armadas, le asestaron otro duro sablazo al país.
José María Guido, juró como nuevo presidente de la Nación en el Palacio de los Tribunales ante la Corte Suprema Justicia. El compromiso con el que pudo evitar a grupos militares que eran partidarios de la imposición de un dictador militar, llegó de la mano de un acta. En ella se le “ordenó” la anulación de las últimas elecciones enviando intervenciones a todas las provincias. Así se hizo. El Congreso Nacional entró en receso forzado luego de una última reunión que se debió a la modificación de la Ley de Acefalía. Se proscribió nuevamente al partido peronista poniendo en vigencia el decreto ley 4161/56, asimismo con otro decreto el 8161 se prohibía al Partido Comunista: “la acción nefasta y subversiva del comunismo que pretende socavar los elementos de nuestras instituciones libres”. Llegaría la primera acción policial de represión, bajo la figura de la desaparición de personas y la primera víctima se llamó Felipe Vallese, 22 años.
La noche del 23 de agosto de 1962, mientras caminaba por la calle Canalejas 1776, en el barrio de Floresta, ocho personas lo golpearon salvajemente y “chupado” para ser luego introducido en un Fiat 1100. Según el periodista Julio Barraza, quien investigó el caso y que posteriormente sería asesinado en el año 1974 por la Triple “A”, el objetivo de su verdugo, el comisario de la bonaerense Juan Fiorillo, era lograr mediante torturas que Vallese le respondiera dónde hallar a Pocho Rearte, aparente responsable del asesinato de dos sargentos de la comisaría 1° de Regional San Martín. Lo cierto es que el cuerpo de Felipe Vallese jamás fue encontrado y nunca se reconoció su detención. Fiorillo, por su parte, tuvo en 1974 participación en la Triple “A” y en los campos de concentración de la dictadura militar, poco después.
Pero dos facciones rivales dentro del Ejército estaban en pugna, se correspondían al denominado “Partido Militar” que había condicionado la gobernabilidad de José María Guido.
Enfrentados, los “Azules” y los “Colorados” llegarían al derramamiento de sangre un 2 de abril de 1963. Los primeros, en la jerga militar, denominaron así a las fuerzas del bando propio quienes pretendían un sistema de partidos políticos en el cual tuviera participación el peronismo sin Perón, su líder en el exilio; también, convocar a elecciones generales y otorgar vigencia a las instituciones. Se encontraban a la cabeza de dicho movimiento los generales: Onganía, Rauch, Pistarini, el brigadier, Rattembach, el comandante, Alzogaray y el coronel, López Aufranc. Mientra la Marina, expectante, permanecía neutral.
Por su parte, los segundos, correspondían a antiperonistas acérrimos, por lo tanto, excluían de plano al peronismo de cualquier contienda política en el futuro, sosteniendo que un tenaz gobierno militar echaría por tierra hasta disolverlas: las bases del “tirano”, creador a los ojos de éstos, de un “populismo demagógico” que no se podía volver a tolerar, tomando igual posición respecto del comunismo.
El mando de esta ala militar roja estaba integrado por los generales: Toranzo Montero, Arana, Labayrú, el secretario de Guerra, Cornejo Savaria, y el ministro de Defensa, Lanús. Guido por su parte apoyado por los “azules” avanzaba en el camino trazado desde un principio que era el de integrar al peronismo sin Perón.
Entre el 19 y 23 de septiembre de 1962, todos los movimientos militares correspondieron a enfrentamientos en lo que se denomina guerra de posiciones, librándose algunas escaramuzas y no demasiado significado en cuanto a combates. Mediante el famoso Comunicado 150, redactado por Mariano Grondona, los azules daban la “imagen” de legalistas, aunque en el fondo se trataba de ideología antiperonista y anticomunista visto desde diferentes ángulos respecto de sus rivales.
Finalmente, llegado el 2 de abril, de madrugada y con el apoyo del almirante Rojas y casi toda, ésta vez, la Marina en pleno cubriendo sus espaldas, los conjurados tramaron imponer como presidente en lugar de Guido a un militar retirado, muy conocido por su antiperonismo visceral, Luciano Benjamín Menéndez.
Tres días duraron los combates dejando como saldo entre 15 y 24 muertos y unos 500 heridos. La victoria del sector “azul” dio espacio a la concreción del llamado a elecciones para el 7 de julio de 1963, acentuando el tilde gorila en el decreto 4046 del 18 de mayo en el cual se dictaminaba la prohibición explícita a la Unión Popular a la presentación de sus candidatos. Perón hizo un llamado al voto en blanco.
Es así como la Unión Cívica Radical del Pueblo, representada en la fórmula compuesta por Illia-Perette, logra en votos el 25.15%, asumiendo la primera magistratura del país, el 12 de octubre de 1963, escaso en las posibilidades de ejercer un gobierno sin sobresaltos. Y los tuvo. Los tres comandantes en Jefe retuvieron sus cargos. Onganía en Ejército, Varela en Marina y Armanini en Aeronáutica. Pronto se hacen eco endémicas críticas en diversos medios de comunicación en cuanto a la lentitud con que se manejan las decisiones de Estado. El irreverente apodo a Illia de “tortuga” comienza a inquietar. Además, otra vez el tema sobre intereses petroleros comienza a emanar su inquietante olor a fermentación, dando a entender como una buena señorita “honesta”: “mírame... pero no me toques”.
Álvaro Alzogaray, luego de un viaje por Estados Unidos y Europa, le envía una carta, que da a conocer el 6 de noviembre “La Prensa”, en el cual le informa a Illia, “haber captado ciertas impresiones a inquietudes en círculos responsables al tema del petróleo y acuerdos de garantía. Que si se lo transformara en un tema político con propósito deliberativo o simplemente por un manejo erróneo, la Argentina pasará lisa y llanamente a un segundo plano en la consideración de los organismos internacionales responsables y de los inversores auténticos y verá acentuarse a corto plazo la desocupación, la recesión económica y la inflación (...) lo que sí está en juego es que nadie, ni argentinos ni extranjeros invertirán sus capitales en Argentina.”.
El “Ingeniero” puso su granito de arena tratando de echar miedo al gobierno y leña al fuego a sus amigos castrenses.
No obstante, en Boletín Oficial del 19 de noviembre de 1963, se difunde el decreto Ley n° 744, promulgado cinco días atrás en el que se establece la anulación de los contratos petroleros suscriptos por YPF con trece compañías extranjeras en el gobierno de Frondizi. Comienza así una campaña de desprestigio alimentada desde las Fuerzas Armadas, pero esta vez con el beneplácito apoyo de la CGT. Se hacen presentes los rigurosos planteos sindicales. José Alonso, de la rama textil, entrega un petitorio de quince puntos. El 5 de diciembre le declara la primera huelga general, junto al metalúrgico Timoteo Vandor a pesar de sus enfrentamientos. En mayo del año siguiente, ochocientas fábricas del gran Buenos Aires fueron ocupadas, se realizaron otros seis paros generales y el control de once mil establecimientos diseminados a lo largo del país.
Unión Industrial Argentina no se queda atrás en la campaña, justifica los paros que sufrían sus propios establecimientos alegando que nunca habían sido mejores las relaciones con sus trabajadores. ¡Oh! ¡Qué tremenda casualidad! ¿Patrones y obreros hermanados en la desgracia? No. En agosto, una luz de esperanza llega con un cable enviado desde Madrid en dónde se informa que regresa Perón. Todos enloquecen, tanto que el 17 de octubre, los sindicalistas olvidan todo agravio sufrido por su partido y no dudan en solicitar la intervención del Ejército y poner fin al gobierno de Illia. Todo vale ahora, hasta ser golpista. Mas, el 1° de diciembre, los sueños se frustran, el avión que trae a Perón de regreso a la Argentina solo llega a Brasil.
El llamado: “Operativo Retorno”, había fracaso rotundamente. Luego, en 1965 Vandor se enfrenta al General, desafiando de alguna manera su liderazgo y concepción de ver la política a instrumentarse en el futuro, sosteniendo que la forma en la que debería reorganizarse al peronismo es desde las bases, desde abajo.
Sin pérdida de tiempo, ni lugar a las cavilaciones, el “lobo” Augusto Timoteo Vandor, es expulsado de la CGT, a instancias de Perón en Puerta de Hierro, Madrid. Pero no se queda quieto. Sus contactos con los “azules” son muy fluidos y no fue ajeno a la preparación del derrocamiento de Illia, puesto en marcha por Onganía. En 1979, “el lobo”, sería asesinado.
Juan Carlos Onganía, renuncia a su puesto como comandante en jefe del Ejército el 23 de noviembre de 1965, cerrando así un año para el gobierno con la esperanza que, al igual que la visión a veces falsa de un ojo de agua en un desierto, toma esta decisión como una victoria propia, en confusión a lo que en realidad era:
La aproximación de otro sablazo militar al poder civil, eso sí, debidamente planificado, a la hora señalada. Y en 1966 la hora llegó. Alegando vacío de poder y creyéndose garantía única de orden, el 27 de junio, el comandante del II cuerpo de Ejército, general Carlos A. Caro, fue destituido y arrestado por ser contrario al golpe y, por la noche, Illia fue informado de su destitución. Éste, resiste a la orden que se atreven a impartirle los nuevos “inspirados” de la Patria, autodenominados, ésta vez, como: “Revolución Argentina”. A las 5:30 hrs del día 28, el general Julio Alzogaray y otros tres oficiales, entre ellos: Luis César Perlinger, concurren al despacho del mandatario, se apersonan altivamente ante no sólo un digno presidente como lo había sido Don Humberto Illia, sino ante una persona honesta y merecedora de todo respeto, mas, cobardemente, le exigen la renuncia. Para sorpresa del general golpista, recibe nuevamente la negativa de Illia. Finalmente, de manera cobarde y vil, con la ayuda de efectivos del Cuerpo de Guardia de Infantería de la Policía Federal, entre empellones y apretujones y bajezas, son desalojados por la fuerza el presidente y sus colaboradores de la Casa Rosada. Dieciséis años más tarde, uno de los golpistas reconocería su error en una carta al Dr. Illia, en la que le expresaba: “Hace años el Ejército me ordenó desalojarlo. Usted me repitió que mis hijos me lo iban a reprochar. Cuánta razón tenía.” Fdo. General Luis César Perlinger.
A la “Revolución Argentina” no le podía faltar: su consiguiente proclama, ni sus acostumbrados seguidores. Para la primera, se preparó un ideario que entre otras cosa manifestaba “haberse realizado un último y exhaustivo análisis de la situación general del país, como así también de la múltiples causas que han provocado la dramática y peligrosa emergencia que vive la República”.
En definitiva que, ese “examen” ponía de manifiesto una pésima conducción de gobierno que ellos debían subsanar, dado que se había “provocado la ruptura de la unidad espiritual del pueblo argentino”, además la “apatía y pérdida del sentir nacional”, “quiebra de principios de autoridad”, “ausencia de orden y disciplina que se traducen en hondas perturbaciones sociales”, “en un desconocimiento del derecho y la justicia” y aquí viene lo esperado: “Todo ello ha creado condiciones propicias para una sutil y agresiva penetración marxista en todos los campos de la vida nacional” y lo que es peor: “suscitando un clima que es favorable a los desbordes extremistas y que pone a la Nación en peligro de caer ante el avance del totalitarismo colectivista”. Por ende, concluyen: “Las Fuerza Armadas en cumplimiento de su misión de salvaguardar los más altos intereses de la Nación, deben adoptar de inmediato las medidas conducentes a terminar con este estado de cosas y encauzar definitivamente al país hacia la obtención de sus grandes objetivos nacionales”. Nada les faltó a estas ya acostumbradas perolatas castrenses. Pero claro, veamos como ellos, tan respetuosos del dramatismo nacional que embarga al pueblo, de la justicia, del derecho, del principio de autoridad, etc, proceden. Primero asumiéndose como reemplazo al poder político. Destituyendo al presidente y vicepresidente.
Gobernadores y vicegobernadores. Disolviendo el Congreso Nacional y la Legislaturas Provinciales. Separando de los cargos a los miembros de la Corte Suprema de Justicia y al Procurador General de la Nación. En definitiva, injertando por encima de la Constitución Nacional, un engendro de manifiesto llamado: Estatuto de la Revolución.
El 29 de junio asumió el dictador general, Juan Carlos Onganía, jurando observar fielmente el escupitajo dado a la República como forma de vida futura.
Los segundos, los seguidores fieles del orden castrense no los abandonaron, muy por el contrario, se explayaron a gusto. Por ejemplo, el inefable admirador de dictadores, Bernardo Neustadt, en “Extra” de agosto de 1966, escribía: “(...)Detrás de Onganía, queda la nada. El vacío, el abismo último... Onganía hace rato que probó su eficiencia. La de su autoridad. La del mando. Si organizó un ejército desteñido de orden, ¿por qué no puede encauzar un país? Puede y debe. Lo hará (...).
Otro. En “Primera Plana” el 30 de junio de 1966, Mariano Grondona: (...) La Nación y el caudillo se buscan entre mil crisis, hasta que, para bien o para mal, celebran su misterioso matrimonio (...).
Otros. La Nación. 30 de junio de 1966. “Francisco Prado, secretario general de la CGT, José Alonso, Augusto Vandor y el mismo general Perón desde el exilio dieron declaraciones de apoyo al golpe”.
Más. No faltaron los indispensables apoyos de grupos de gran parte del poder económico y otros, elementales para el régimen, fueron encontrados en históricos sectores de la Iglesia.
Los civiles que ocuparon cargos dentro del gabinete de Onganía estaban comprendidos por ende, con hombres de actuación fervientemente católica, empresarios de la derecha social cristiana, nacionalista católica, pertenecientes, en su mayoría, al Ateneo de la República. Los ministerios de Interior y de Educación fueron partidarios de arrasar con la ideología de izquierda comunista, interponiendo un férreo control dictatorial en los ámbitos de medios de comunicación y educación. A esta última le llegara una de sus horas más terribles y lamentables: “La noche de los bastones largos”.
texto de José Luis Zamora (sobre investigaciones de Rodolfo Walsh)
Se publica en el Foro en dos mensajes por su longitud
--mensaje nº 1--
A la hora señalada
Desde el golpe de 1930 de José Felix Uriburu al anteúltimo en 1966 del dictador Onganía, depuesto luego por la junta militar encabezada por Alejandro A. Lanusse. El retorno de Juan Domingo Perón de su exilio, su corto período de gobierno, su muerte.
Golpes cívico-militares; ignominias; injusticias; operativos; antinomias; rencores; masacres; negociados. Todos horrores cometidos, puntualmente... a la hora señalada. La que marcó por muchísimos años el deterioro colectivo de un país: Argentina, hora cero.
¿Cómo, entonces, debe pensarse en presente y a futuro, los destinos inciertos de países como el nuestro, sino es con la revisión histórica de nuestro pasado más inmediato, permanentemente, para no caer una vez más en la trampa y la repetición sistemática de violentas y desangradas luchas de aparatos instrumentados desde el Estado o desde los cuarteles, en conjuros cívico-militares, queriéndose imponer por sobre la voluntad de las masas con variadas argucias, diversos métodos de “propaganda panfletista”, contribuyendo al alimento de la desmemoria colectiva, y así entonces poder actuar impunemente, con opresiones, absolutismos, en definitiva tolerar avasallamientos de toda índole?
Tal vez, como más temen los tiranos del pensamiento único o sea, el de ellos: con el compromiso que otorga, el correcto uso de la palabra escrita en la denuncia, en el recuerdo perpetuo, en el movimiento constante del pensamiento, en el compromiso social, en sobre todas las cosas, no callar. En no acallarse, si se volviera a repetir la historia, porque esa acción nos llevaría de nuevo, irremediablemente, al suicidio social colectivo. Ciñendo en una pequeña reseña, y los hechos lo demostrarán a lo largo de gran parte del siglo pasado, que los golpes de estado fueron el principal instrumento empleado para los intereses económicos internos y externos que coartaron el anhelado desarrollo de prosperidad, antaño prometido.
Le fue negado en nombre de las más diversas fachadas interpuestas entre las antinomias creadas por facciones de poder que en el fondo ocultaban con ello los verdaderos propósitos que se habían impuesto como meta final: la devastación de un país, el derrumbe hasta sus cimientos, su apoderamiento y señorío.
Comenzaremos por las pantallas puestas como banderas enemigas a combatir a cualquier precio, sin importarles a los “mercaderes” de la muerte, el costo genocida en la pérdida de vidas humanas.
En principio, pusieron sus ojos en la Revolución rusa de 1917. El proletariado organizado pasó a ser el demonio rojo que azolaría con su presencia los designios de Dios, Patria y Familia. Comunistas, anarquistas y extranjeros fueron el blanco propicio. Los reclamos representadas en una de sus formas: la huelga, fue (es) una terrorífica pesadilla, llamada también “revolución social” que no los dejaba tranquilos.
Encontraron así, la excusa justa para la represión y la infamia desatada. Con ello, el “orden establecido” estaba debidamente garantizado. Con ello, atrás habían quedado ecos resonantes, pero siempre presentes, del fallido atentado en 1905 del anarquista catalán: Salvador Enrique José Planas y Virellas contra el presidente Manuel Quintana, o en 1909 cuando el anarquista Simón Radowitzky hace justicia con una bomba que le arrojó al tétrico coronel Ramón Falcón, quien en una movilización en Plaza Lorea, el 1° de mato del mismo año, masacró a manifestantes e hirió de gravedad a cientos de obreros anarquistas o los trágicos sucesos de enero de 1919, denominada “la semana trágica” en donde el general Dellepiane se “destacará” en su orgullo militar, asesinando se cree, a juzgar por estimaciones inciertas, a 700 o tal vez, 1.000 obreros indefensos, pertenecientes a los talleres del protegido industrial “Vasena” o los fusilamientos de obreros en el Sur, en la provincia de Santa Cruz perpetrados por el sanguinario coronel Varela y el capitán Anaya, o aquel, 27 de enero de 1923, cuando Kurt Wilckens queda frente a frente con Varela y arrojando a sus pies una bomba de fabricación casera, pero potentísima, pone fin a la vida del fusilador de obreros y anarquistas o en 1927, pero en Estados Unidos, el asesinato en la silla eléctrica de dos inocentes anarquistas italianos: Sacco y Vanzetti.
El 6 de septiembre de 1930, se produce el primer golpe de estado en la Argentina. Fue encabezado por el comandante en Jefe del Ejército, general José Félix Uriburu en representación del sector corporativo del Ejército, en el claro intento final de reemplazo del derrocado gobierno de Hipólito Irigoyen, por la instauración de un gobierno de neto corte fascista. Tres días antes, en el diario La Nación, se publicaba el texto de renuncia del ministro de Guerra del presidente depuesto posteriormente, general Luis Dellepiane, en el cual le hacía saber, entre otros motivos de su proceder, haber observado a su alrededor: “pocos leales y muchos intereses”. Sin lugar a duda denunciaba el complot que desde el mes de diciembre del año anterior había puesto en marcha Uriburu. Enfermo, Irigoyen, delega el día 5 de septiembre el mando al vicepresidente Enrique Martínez. El día del golpe, un Uriburu “inspirado” en un “alto y generoso ideal”, guiado, según su saber y entender, por otro propósito que no sea por el “bien” de la Nación, “sin ambiciones de predominio”, atreviéndose con total impunidad en la expresión de la palabra haber “liberado a la Nación de la ignominia” e “interpretando” el sentimiento unánime de la masa de opinión que lo acompañaba y manteniendo latente el espíritu cívico de la Nación, insta mediante un telegrama la renuncia de Martínez, agregando que marchaba sobre la Cap. Fed. al mando de la tropas de la primera, segunda y tercera divisiones de Ejército.
Tal como supo arengar Leopoldo Lugones, con afiebrado frenesí nacionalista: “Ha sonado una vez más, para el bien del mundo, la hora de la espada.” Se había consumado así de fácil, el primer sablazo de muerte aplicado en territorio argentino. El olor a petróleo se hacía sentir y por otra parte, Uriburu no dejaría pasar la oportunidad para demostrar que él también sabía de fusilamientos; en enero de 1931 sus víctimas serían los anarquistas: Severino Di Giovanni y Paulino Scarfó. Ambos fueron fusilados en la Penitenciaría Nacional Uriburu había cumplido su sentencia: “he venido a limpiar este país de gringos y gallegos anarquistas”.
Las Fuerzas Armadas argentinas comienzan a poner el ojo visionario hacia un despotismo más encarnizado en cuanto al trato que se merecen los “enemigos de la patria”, en otras partes del mundo. Alemania es el ejemplo. Sin pérdida de tiempo una proclama circula entre entusiastas oficiales del Ejército. Con ello tendremos una acabada idea de una de las “filosofías” de formación en el espíritu castrense, que los engolosinaría hasta nuestros días. Una admiración y adhesión sin límites a conceptos nazis en la política vulgar del nacionalsocialismo impuestas en ese país por el dictador Adolf Hitler, socava subterráneamente las mentes militares de este lado.
Predicaba la proclama con rasgos de tinte netamente nazis: “en nuestro tiempo Alemania ha dado a la vida un sentido heroico. Esos serán nuestros ejemplos”, “la lucha de Hitler en la paz y en la guerra nos servirá de guía”; (en el golpe de 1976, más adelante, lo demostrarían).
Sigue: “así será la Argentina”; “a ejemplo de Alemania, por radio, por la prensa controlada, por el cine, por el libro, por la Iglesia y por la educación se inculcará al pueblo el espíritu favorable para emprender el camino heroico que se le hará recorrer”. Se puedo apreciar, al mismo tiempo, conceptos antisemitas del ministro de Justicia e Instrucción Pública de la Revolución de 1943, Gustavo Martínez Subiría, quien como novelista adoptó el seudónimo de Hugo Wast. Además, fue nombrado miembro de la Academia Argentina de Letras y director de la Biblioteca Nacional. Hoy día, la hemeroteca de ésta última, increíblemente lleva su nombre. Supo escribir en un libro de su autoría y edición, conceptos como: “los argentinos no hemos inventado la cuestión judía”; expresa que en un tiempo se había pensado en dar una porción de tierra en Entre Ríos o Santa Fe para que se transformaran en nación independiente, pero que la “infiltración” dada en el comercio, en las finanzas, en las leyes, en el periodismo o en la enseñanza, todavía no inquietaba, a la vez que se preguntaba: ¿será tiempo todavía? Agregaba que el descanso del sábado no le preocupaba, dado que se lo denominaba: sábado inglés. Lo que sí inquietaba su espíritu nazi eran “esas escuelas misteriosas” con “un alfabeto extraño” que hacía “poco menos que imposible vigilar el espíritu de esa enseñanza”. Hitler, por lo pronto en esa época, rondaba los cielos argentinos y europeos, por supuesto.
El 4 de junio, pero de 1943, otro conocido fusilador, el coronel Elbio C. Anaya y sus oficiales se encuentran establecidos en Campo de Mayo. Abiertos sus portones de par en par dejan pasar a unos ocho mil efectivos, debidamente pertrechados de variados armamentos hacia otra aventura que avergüenza las páginas de la historia nacional. Otro golpe de estado está en cierne sobre la presidencia ejercida por Ramón Castillo. Se dirigen hacia la golpeada Casa Rosada, encabezando la avanzada, el general Arturo Rawson quien ejercía el aparente liderazgo del movimiento. Castillo, acorralado ante las evidencias que ya a esa altura de los acontecimientos sabía no podría revertir, accede a la renuncia de su cargo impuesta por las fuerzas de las armas y se refugia en la cañonera Drummond. Dicen que creyó hasta último momento contar como aliados suyo a la Marina de Guerra. Pero, lejos de ser así, las deslealtades mostraban su peor rostro, la de la traición, la de la conspiración, dado que ya por esas horas, los almirantes: Sabá y Sueyro habían “consolidado” el apoyo de Marina al general que se encaminaba a otro despropósito militar. Castillo se había quedado sólo. Tres meses antes, el 10 de marzo, se había constituido en el Hotel Conte, una logia militar conocida como Grupo de Oficiales Unidos (GOU). Estaba representada por los tenientes coroneles: Miguel A. Montes y Urbano de la Vega.
Pero el verdadero instigador de este factor de poder militar había sido el entonces coronel: Juan Domingo Perón.
Nuevamente se hacen presentes las consabidas consignas de propaganda y excusa en el que la realidad verdadera sólo se podía hallar en la aplicación de represiones injustificadas. Se asignaron, entre otros conceptos, ser las filas militares “fieles celosas guardias del orden y las tradiciones del pueblo argentino”. No conformes alegaban en su defensa “ser conscientes de la responsabilidad que asumían ante la historia y el pueblo” que era “imponer el deber que esa hora reclamaba en defensa de los sagrados intereses de la patria”.
Conocido, parecido palabra más, palabra menos, al caballito de batalla empleado durante todos los golpes militares que se sucedieron. Entrevistado por el diario La Prensa pocos días después, el 16 de junio, el general Ramírez respondía ante la pregunta del cronista: ¿Qué es la Argentina? Arrogantemente decía: ¡Eso soy yo! El general Rawson, quien había ocupado como primer mandatario de facto, sólo las primeras 24 horas luego del golpe, les bastaron para definirlo y no ante los medios, sino en el Boletín Militar N° 12298. En él exponía su punto de vista de ésta manera: “evidente convicción de que una concepción moral se ha entronizado en los ámbitos del país como sistema”, agrega que “todo bajo el amparo de poderosas influencias de encumbrados políticos argentinos que impiden el resurgimiento económico del país”; sostiene categórico: “el comunismo amenaza” y “la Justicia ha perdido su alta autoridad moral”; “las instituciones armadas están descreídas”; para concluir arengando cínicamente: “la educación de los niños está alejada de la doctrina de Cristo”; “la ilustración de la juventud sin respeto a Dios, ni amor a la Patria.”
¡Hermosa “ilustración” de autoridad moral y de Justicia la que emprende con el ejemplo de un golpe de estado, para la conciencia de los niños y jóvenes argentinos de cómo se debe obrar, la del general! Creyó el seguramente y hasta en lo más íntimo de su ser, que esas frases merecerían a su corto entender, un ideario para la posteridad grabadas en el bronce que se creía merecedor. Pero el general Pedro Pablo Ramírez, en primer término, le corta los sueños y luego otro general, para no ser menos, Edelmiro J. Farrel, ocupa el anhelado sillón en la Casa Rosada. Nombra como ministro de Guerra interino al coronel que venía pujando de atrás: Juan Domingo Perón. Éste, logra el 10 de diciembre de 1943, ocupar el cargo de Secretario de Trabajo y Previsión, un trampolín importantísimo para sus aspiraciones políticas futuras.
Pero otro acontecimiento acontece, si se quiere fortuito, pero gravitante y decisivo en la vida de éste hombre que estaba a punto de convertirse en un líder de masas, aglutinado tras un movimiento político denominado por él como: Movimiento Nacional Justicialista o habitualmente: Peronismo.
Corría enero de 1944 y el día 10 se presentaba de luto para la provincia de San Juan. A la 20:45 hrs. un terremoto de características inusuales la destruye.
Corolario luctuoso final: 7.000 muertos y 12.000 heridos. Se moviliza la sociedad y, en un festival llevado a cabo en el famoso Luna Park, a beneficio de las víctimas, concurren, el coronel Juan Domingo Perón, que por ese entonces ya ostentaba tres cargos gubernamentales en su poder: vicepresidente de la Nación, ministro de Guerra y de Trabajo y Previsión y una ignota joven actriz de tan sólo 24 años: Eva Duarte. Inmediatamente viven juntos, se dice. Esta relación, estrictamente privada en la vida de ambos, no pasaría para nada desapercibida por el Ejército, ni por la Iglesia. Tendrá sus derivadas consecuencias, tanto en la aceleración del final en el gobierno de Farrel, como en la gestación de una identidad nacional que marcará para siempre el rumbo político de la Argentina.
El 9 de octubre, una sublevación militar encabezada por el general Ávalos exige la renuncia de Perón. Éste es confinado en la prisión de la isla Martín García. El 17, una movilización de características inusitadas para la época, se pone en camino a la Plaza de Mayo. Pide por Perón. Farrel, desbordado, desde los balcones de la Casa Rosada les pide 24 hrs. Nadie se mueve. Al otro día, triunfante, Perón hace su aparición en los balcones que lo inmortalizarían. Comenzaba así una larga historia de idas y venidas en la lucha antagónica que protagonizarían peronistas y antiperonistas durante 30 años de extrema convulsión política en el quehacer nacional. Perón ocupa dos períodos presidenciales: 1946-1952 y 1952-1955, año en que es derrocado por un nuevo golpe de estado encabezado por el general Eduardo Lonardi, el general Pedro Eugenio Aramburu y el contralmirante Isaac F. Rojas. Se le denominó: “Revolución Libertadora” .
Ocurrió, exactamente, el 16/09/55.
Poca vida en el poder para Lonardi a pesar de sostener una proclama revolucionaria (otra como tantas anteriores) al día siguiente del golpe: “les decimos sencillamente con plena y reflexiva deliberación: la espada que hemos desenvainado para defender la enseña patria no se guardará sin honor”. Un nuevo sablazo sobre el lomo de la Patria y la Constitución que decían respetar.
Sin embargo, en contra le jugó a Lonardi su política de conciliación con algunos sectores peronistas. Son actos, si se quiere ingenuos para alguien rodeado de personajes de acérrimo odio hacia el “tirano déspota depuesto”, quien era innombrable.
Pedro Eugenio Aramburu era uno de ellos, nada le cuesta destituir a Lonardi el 13 de noviembre y entronizarse en el sillón de Rivadavia.
Aramburu, pone manos a la obra y resuelve borrar la memoria y si se puede, la historia más reciente, la de Perón y claro, la de “esa mujer”, diría más tarde Rodolfo Walsh.
Proscribe al peronismo mediante el decreto ley n° 4161, publicado en Boletín Oficial del 05/03/56, en donde claramente en su art. 1 dice textualmente: “queda prohibido en todo el territorio de la Nación: a) La utilización con fines de afirmación ideológica peronista efectuada públicamente o de propaganda peronista, por cualquier persona... de imágenes, símbolos, signos, expresiones significativas, doctrinas, artículos y obras artísticas que tuviesen tal carácter o pudieran ser tomadas por alguien como tales, pertenecientes o empleados por los individuos representativos u organismos del peronismo. Se considera especialmente violatorio de estas disposiciones la utilización de la fotografía, el escudo y la bandera peronista, el nombre propio del presidente depuesto, las composiciones musicales “Marcha de los muchachos peronistas” y “Evita capitana”, fragmentos de las mismas y los discursos del presidente depuesto y de su esposa o fragmentos de los mismos...” Un odio visceral corría por las entrañas del general hacia todo aquello que tuviera signo peronista. Esta nueva cara de la moneda de un país antagónico desde sus raíces o nacimiento en adelante, comenzó a ser un reflejo de lo que vendría con el correr del tiempo. En el campo económico, cabe mencionar la activa participación del economista Raúl Prebisch, en su insistente y afán interés en procurar el interés, puesto de manifiesto en su informe preliminar acerca de la situación económica de ese momento, recomendando el ingreso de la Argentina en instituciones extranjeras, como el FMI y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, para la adquisición de “una cantidad considerable de capital extranjero”. En buen romance: deuda externa.
Ya que según él, la distribución de la riqueza en un orden redistributivo correspondía a una “perturbadora ilusión” que entorpecía y aquejaba seriamente un impulso de crecimiento. Otro paso, fue, sostener a cualquier costo el mercado libre de cambios. En otro buen romance: el pleno neoliberalismo en marcha.
Pero Aramburu era militar. Y, todo aquel que en nuestro país se precie de buen militar, no puede quedarse atrás en puntería y algún tirito le gusta practicar de vez en cuando. La oportunidad de fusilar les llegó cuando el alzamiento militar del general Juan José Valle, entre los días del 9 al 10 de junio. Se ejecutó, además de los “rebeldes”, a un grupo de personas que se hallaban reunidas en una casa particular en Florida, escuchando por radio una pelea de box. Luego de arrestados bajo un supuesto cargo de conspiración en contra de la Revolución Libertadora, fueron trasladados sin notificarlos a un descampado que se encontraba ubicado cerca de la estación del F.C. Mitre, en José León Suárez y los fusilaron a punta de pistola y máuser, por orden del teniente coronel: Desiderio Argentino Fernández Suárez. El periodista Rodolfo Walsh, escribió e investigó los hechos exhaustivamente dando nacimiento a un libro emblemático en el periodismo y revelador de la verdad allí ocurrida: Operación Masacre.
El odio y la revancha a Perón, por parte de la Libertadora, en ningún momento concluirían, todo lo contrario, se acrecentarían aún más. Y le llegó el turno a Eva Perón. El almirante Isaac Rojas, junto al fusilador de la Patagonia, general de caballería Elbio Carlos Anaya, investigaron posibles o supuestos delitos de la exprimera dama y su entorno. Juntas investigadoras, se encargaron exhaustivamente de poner en movimiento prácticas de rastreos que, en definitiva, no los condujo a ningún puerto, o sea, llegar a conclusiones o pruebas que pudiera ser revelador, sorprendente y tal vez una vez logradas, darle con ello un golpe de nock-out a un mito viviente como era Eva Duarte: “Evita” para sus queridos descamisados. Fracasaron. Con el cuerpo embalsamado de Evita, Pedro Eugenio Aramburu, también se ensañaría, también se tomaría revancha cruel. Dispuso de un operativo secreto, largo, complicado, para que fuera sacado del país. En eso, se puede decir que no fracasó Aramburu, sí, hasta contó con el apoyo de la orden de San Pablo.
Fue denostada y fue venerada a más no poder, tanto en vida como en la hora de su muerte, un cadáver al que no le dieron descanso a lo largo de dieciocho años. La Libertadora, contribuyó así a otro tramo nefasto para la historia del país que, sumaría más motivos de venganzas y enfrentamientos sangrientos poco después.
Luego vendría Arturo Frondizi. Fue virtualmente tironeado por dos extremos: por un lado, por el poder militar y en el otro, el poder peronista, manejado, éste último, desde el exilio por su líder: Perón, quien le demandaba participación electoral como compromiso del pacto que se había consensuado para la obtención de votos necesarios para asumir la presidencia, tal como lo había hecho, el 1° de mayo de 1958.
Al año siguiente, Se inicia una formidable huelga de obreros de la carne del frigorífico Lisandro de la Torre; se oponían a la privatización. Corría enero. El día 17, se declaró huelga general. La represión se puso en marcha de mano del comisario Luis Margaride. El Plan Conintes (Conmoción Interna del Estado) le dejaba hacer lo suyo, que era reprimir. Se había promulgado en la segunda presidencia de Perón y al que nunca se le había echado mano hasta ese momento. Los activistas podían ser juzgados en tribunales militares. Fueron despedidas del frigorífico en conflicto unas 5000 personas. En mayo una huelga de bancarios dura unos 70 días. Sigue la represión. Se los insta bajo amenaza volver a ocupar sus puestos de trabajo.
Se los trata de ubicar en sus domicilios y a quien encuentran en él, es llevado a la fuerza a las entidades bancarias o detenido. Se llega al extremo, de tener que ocupar personal militar para cubrir puestos de atención al público.
Frondizi, llega a poseer en su haber el record de más planteos militares e intentos de golpes de estado: 26 y 6, respectivamente. A Frondizi dos sucesos le juegan verdaderamente en contra: su tardanza en la decisión de romper relaciones con Cuba y apoyar su exclusión del sistema interamericano, agravado, según el ojo castrense a una reunión secreta mantenida con el “Che” Quevara y la determinación de no proscribir al peronismo en las elecciones de gobernadores, que se aproximaban para el 18 de marzo.
El 28 de marzo de 1962, diez días después de las elecciones, fue apresado y confinado a la isla Martín García. Sin alcanzar a terminar su cuarto año de gobierno, los comandantes en jefe de las tres Fuerzas Armadas, le asestaron otro duro sablazo al país.
José María Guido, juró como nuevo presidente de la Nación en el Palacio de los Tribunales ante la Corte Suprema Justicia. El compromiso con el que pudo evitar a grupos militares que eran partidarios de la imposición de un dictador militar, llegó de la mano de un acta. En ella se le “ordenó” la anulación de las últimas elecciones enviando intervenciones a todas las provincias. Así se hizo. El Congreso Nacional entró en receso forzado luego de una última reunión que se debió a la modificación de la Ley de Acefalía. Se proscribió nuevamente al partido peronista poniendo en vigencia el decreto ley 4161/56, asimismo con otro decreto el 8161 se prohibía al Partido Comunista: “la acción nefasta y subversiva del comunismo que pretende socavar los elementos de nuestras instituciones libres”. Llegaría la primera acción policial de represión, bajo la figura de la desaparición de personas y la primera víctima se llamó Felipe Vallese, 22 años.
La noche del 23 de agosto de 1962, mientras caminaba por la calle Canalejas 1776, en el barrio de Floresta, ocho personas lo golpearon salvajemente y “chupado” para ser luego introducido en un Fiat 1100. Según el periodista Julio Barraza, quien investigó el caso y que posteriormente sería asesinado en el año 1974 por la Triple “A”, el objetivo de su verdugo, el comisario de la bonaerense Juan Fiorillo, era lograr mediante torturas que Vallese le respondiera dónde hallar a Pocho Rearte, aparente responsable del asesinato de dos sargentos de la comisaría 1° de Regional San Martín. Lo cierto es que el cuerpo de Felipe Vallese jamás fue encontrado y nunca se reconoció su detención. Fiorillo, por su parte, tuvo en 1974 participación en la Triple “A” y en los campos de concentración de la dictadura militar, poco después.
Pero dos facciones rivales dentro del Ejército estaban en pugna, se correspondían al denominado “Partido Militar” que había condicionado la gobernabilidad de José María Guido.
Enfrentados, los “Azules” y los “Colorados” llegarían al derramamiento de sangre un 2 de abril de 1963. Los primeros, en la jerga militar, denominaron así a las fuerzas del bando propio quienes pretendían un sistema de partidos políticos en el cual tuviera participación el peronismo sin Perón, su líder en el exilio; también, convocar a elecciones generales y otorgar vigencia a las instituciones. Se encontraban a la cabeza de dicho movimiento los generales: Onganía, Rauch, Pistarini, el brigadier, Rattembach, el comandante, Alzogaray y el coronel, López Aufranc. Mientra la Marina, expectante, permanecía neutral.
Por su parte, los segundos, correspondían a antiperonistas acérrimos, por lo tanto, excluían de plano al peronismo de cualquier contienda política en el futuro, sosteniendo que un tenaz gobierno militar echaría por tierra hasta disolverlas: las bases del “tirano”, creador a los ojos de éstos, de un “populismo demagógico” que no se podía volver a tolerar, tomando igual posición respecto del comunismo.
El mando de esta ala militar roja estaba integrado por los generales: Toranzo Montero, Arana, Labayrú, el secretario de Guerra, Cornejo Savaria, y el ministro de Defensa, Lanús. Guido por su parte apoyado por los “azules” avanzaba en el camino trazado desde un principio que era el de integrar al peronismo sin Perón.
Entre el 19 y 23 de septiembre de 1962, todos los movimientos militares correspondieron a enfrentamientos en lo que se denomina guerra de posiciones, librándose algunas escaramuzas y no demasiado significado en cuanto a combates. Mediante el famoso Comunicado 150, redactado por Mariano Grondona, los azules daban la “imagen” de legalistas, aunque en el fondo se trataba de ideología antiperonista y anticomunista visto desde diferentes ángulos respecto de sus rivales.
Finalmente, llegado el 2 de abril, de madrugada y con el apoyo del almirante Rojas y casi toda, ésta vez, la Marina en pleno cubriendo sus espaldas, los conjurados tramaron imponer como presidente en lugar de Guido a un militar retirado, muy conocido por su antiperonismo visceral, Luciano Benjamín Menéndez.
Tres días duraron los combates dejando como saldo entre 15 y 24 muertos y unos 500 heridos. La victoria del sector “azul” dio espacio a la concreción del llamado a elecciones para el 7 de julio de 1963, acentuando el tilde gorila en el decreto 4046 del 18 de mayo en el cual se dictaminaba la prohibición explícita a la Unión Popular a la presentación de sus candidatos. Perón hizo un llamado al voto en blanco.
Es así como la Unión Cívica Radical del Pueblo, representada en la fórmula compuesta por Illia-Perette, logra en votos el 25.15%, asumiendo la primera magistratura del país, el 12 de octubre de 1963, escaso en las posibilidades de ejercer un gobierno sin sobresaltos. Y los tuvo. Los tres comandantes en Jefe retuvieron sus cargos. Onganía en Ejército, Varela en Marina y Armanini en Aeronáutica. Pronto se hacen eco endémicas críticas en diversos medios de comunicación en cuanto a la lentitud con que se manejan las decisiones de Estado. El irreverente apodo a Illia de “tortuga” comienza a inquietar. Además, otra vez el tema sobre intereses petroleros comienza a emanar su inquietante olor a fermentación, dando a entender como una buena señorita “honesta”: “mírame... pero no me toques”.
Álvaro Alzogaray, luego de un viaje por Estados Unidos y Europa, le envía una carta, que da a conocer el 6 de noviembre “La Prensa”, en el cual le informa a Illia, “haber captado ciertas impresiones a inquietudes en círculos responsables al tema del petróleo y acuerdos de garantía. Que si se lo transformara en un tema político con propósito deliberativo o simplemente por un manejo erróneo, la Argentina pasará lisa y llanamente a un segundo plano en la consideración de los organismos internacionales responsables y de los inversores auténticos y verá acentuarse a corto plazo la desocupación, la recesión económica y la inflación (...) lo que sí está en juego es que nadie, ni argentinos ni extranjeros invertirán sus capitales en Argentina.”.
El “Ingeniero” puso su granito de arena tratando de echar miedo al gobierno y leña al fuego a sus amigos castrenses.
No obstante, en Boletín Oficial del 19 de noviembre de 1963, se difunde el decreto Ley n° 744, promulgado cinco días atrás en el que se establece la anulación de los contratos petroleros suscriptos por YPF con trece compañías extranjeras en el gobierno de Frondizi. Comienza así una campaña de desprestigio alimentada desde las Fuerzas Armadas, pero esta vez con el beneplácito apoyo de la CGT. Se hacen presentes los rigurosos planteos sindicales. José Alonso, de la rama textil, entrega un petitorio de quince puntos. El 5 de diciembre le declara la primera huelga general, junto al metalúrgico Timoteo Vandor a pesar de sus enfrentamientos. En mayo del año siguiente, ochocientas fábricas del gran Buenos Aires fueron ocupadas, se realizaron otros seis paros generales y el control de once mil establecimientos diseminados a lo largo del país.
Unión Industrial Argentina no se queda atrás en la campaña, justifica los paros que sufrían sus propios establecimientos alegando que nunca habían sido mejores las relaciones con sus trabajadores. ¡Oh! ¡Qué tremenda casualidad! ¿Patrones y obreros hermanados en la desgracia? No. En agosto, una luz de esperanza llega con un cable enviado desde Madrid en dónde se informa que regresa Perón. Todos enloquecen, tanto que el 17 de octubre, los sindicalistas olvidan todo agravio sufrido por su partido y no dudan en solicitar la intervención del Ejército y poner fin al gobierno de Illia. Todo vale ahora, hasta ser golpista. Mas, el 1° de diciembre, los sueños se frustran, el avión que trae a Perón de regreso a la Argentina solo llega a Brasil.
El llamado: “Operativo Retorno”, había fracaso rotundamente. Luego, en 1965 Vandor se enfrenta al General, desafiando de alguna manera su liderazgo y concepción de ver la política a instrumentarse en el futuro, sosteniendo que la forma en la que debería reorganizarse al peronismo es desde las bases, desde abajo.
Sin pérdida de tiempo, ni lugar a las cavilaciones, el “lobo” Augusto Timoteo Vandor, es expulsado de la CGT, a instancias de Perón en Puerta de Hierro, Madrid. Pero no se queda quieto. Sus contactos con los “azules” son muy fluidos y no fue ajeno a la preparación del derrocamiento de Illia, puesto en marcha por Onganía. En 1979, “el lobo”, sería asesinado.
Juan Carlos Onganía, renuncia a su puesto como comandante en jefe del Ejército el 23 de noviembre de 1965, cerrando así un año para el gobierno con la esperanza que, al igual que la visión a veces falsa de un ojo de agua en un desierto, toma esta decisión como una victoria propia, en confusión a lo que en realidad era:
La aproximación de otro sablazo militar al poder civil, eso sí, debidamente planificado, a la hora señalada. Y en 1966 la hora llegó. Alegando vacío de poder y creyéndose garantía única de orden, el 27 de junio, el comandante del II cuerpo de Ejército, general Carlos A. Caro, fue destituido y arrestado por ser contrario al golpe y, por la noche, Illia fue informado de su destitución. Éste, resiste a la orden que se atreven a impartirle los nuevos “inspirados” de la Patria, autodenominados, ésta vez, como: “Revolución Argentina”. A las 5:30 hrs del día 28, el general Julio Alzogaray y otros tres oficiales, entre ellos: Luis César Perlinger, concurren al despacho del mandatario, se apersonan altivamente ante no sólo un digno presidente como lo había sido Don Humberto Illia, sino ante una persona honesta y merecedora de todo respeto, mas, cobardemente, le exigen la renuncia. Para sorpresa del general golpista, recibe nuevamente la negativa de Illia. Finalmente, de manera cobarde y vil, con la ayuda de efectivos del Cuerpo de Guardia de Infantería de la Policía Federal, entre empellones y apretujones y bajezas, son desalojados por la fuerza el presidente y sus colaboradores de la Casa Rosada. Dieciséis años más tarde, uno de los golpistas reconocería su error en una carta al Dr. Illia, en la que le expresaba: “Hace años el Ejército me ordenó desalojarlo. Usted me repitió que mis hijos me lo iban a reprochar. Cuánta razón tenía.” Fdo. General Luis César Perlinger.
A la “Revolución Argentina” no le podía faltar: su consiguiente proclama, ni sus acostumbrados seguidores. Para la primera, se preparó un ideario que entre otras cosa manifestaba “haberse realizado un último y exhaustivo análisis de la situación general del país, como así también de la múltiples causas que han provocado la dramática y peligrosa emergencia que vive la República”.
En definitiva que, ese “examen” ponía de manifiesto una pésima conducción de gobierno que ellos debían subsanar, dado que se había “provocado la ruptura de la unidad espiritual del pueblo argentino”, además la “apatía y pérdida del sentir nacional”, “quiebra de principios de autoridad”, “ausencia de orden y disciplina que se traducen en hondas perturbaciones sociales”, “en un desconocimiento del derecho y la justicia” y aquí viene lo esperado: “Todo ello ha creado condiciones propicias para una sutil y agresiva penetración marxista en todos los campos de la vida nacional” y lo que es peor: “suscitando un clima que es favorable a los desbordes extremistas y que pone a la Nación en peligro de caer ante el avance del totalitarismo colectivista”. Por ende, concluyen: “Las Fuerza Armadas en cumplimiento de su misión de salvaguardar los más altos intereses de la Nación, deben adoptar de inmediato las medidas conducentes a terminar con este estado de cosas y encauzar definitivamente al país hacia la obtención de sus grandes objetivos nacionales”. Nada les faltó a estas ya acostumbradas perolatas castrenses. Pero claro, veamos como ellos, tan respetuosos del dramatismo nacional que embarga al pueblo, de la justicia, del derecho, del principio de autoridad, etc, proceden. Primero asumiéndose como reemplazo al poder político. Destituyendo al presidente y vicepresidente.
Gobernadores y vicegobernadores. Disolviendo el Congreso Nacional y la Legislaturas Provinciales. Separando de los cargos a los miembros de la Corte Suprema de Justicia y al Procurador General de la Nación. En definitiva, injertando por encima de la Constitución Nacional, un engendro de manifiesto llamado: Estatuto de la Revolución.
El 29 de junio asumió el dictador general, Juan Carlos Onganía, jurando observar fielmente el escupitajo dado a la República como forma de vida futura.
Los segundos, los seguidores fieles del orden castrense no los abandonaron, muy por el contrario, se explayaron a gusto. Por ejemplo, el inefable admirador de dictadores, Bernardo Neustadt, en “Extra” de agosto de 1966, escribía: “(...)Detrás de Onganía, queda la nada. El vacío, el abismo último... Onganía hace rato que probó su eficiencia. La de su autoridad. La del mando. Si organizó un ejército desteñido de orden, ¿por qué no puede encauzar un país? Puede y debe. Lo hará (...).
Otro. En “Primera Plana” el 30 de junio de 1966, Mariano Grondona: (...) La Nación y el caudillo se buscan entre mil crisis, hasta que, para bien o para mal, celebran su misterioso matrimonio (...).
Otros. La Nación. 30 de junio de 1966. “Francisco Prado, secretario general de la CGT, José Alonso, Augusto Vandor y el mismo general Perón desde el exilio dieron declaraciones de apoyo al golpe”.
Más. No faltaron los indispensables apoyos de grupos de gran parte del poder económico y otros, elementales para el régimen, fueron encontrados en históricos sectores de la Iglesia.
Los civiles que ocuparon cargos dentro del gabinete de Onganía estaban comprendidos por ende, con hombres de actuación fervientemente católica, empresarios de la derecha social cristiana, nacionalista católica, pertenecientes, en su mayoría, al Ateneo de la República. Los ministerios de Interior y de Educación fueron partidarios de arrasar con la ideología de izquierda comunista, interponiendo un férreo control dictatorial en los ámbitos de medios de comunicación y educación. A esta última le llegara una de sus horas más terribles y lamentables: “La noche de los bastones largos”.
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