«La» filosofía del marxismo
escrito por Jenaro C. Reinoso
tomado de Marx desde cero en julio de 2012
¿Cuál es, realmente, el «problema»?
Pues el «problema» es…, que son muchos «problemas» y que éstos cambian históricamente: se transforman, desaparecen y reaparecen, se «resuelven»…, y quedan irresueltos, se formulan y se reformulan una y otra vez, inacabadamente siempre. Afortunadamente (y no «desgraciadamente») esto es la historia del nunca acabar.
Y, ¿por qué?
Pues porque (entre otras cosas y a mi modo de ver) Marx no dejó nunca un texto acabado, no «sentó cátedra», nunca fue «positivista», ni «teoricista», ni «cientifista»…, ni siquiera «marxista» (y él mismo lo dijo muy claro), aunque infinidad de veces ha sido tachado de una u otra de todas esas calificaciones…, con razón aparente.
No. Marx no fue nunca ninguna de esas cosas ni se le puede adjudicar definitivamente ninguno de esos calificativos que pretenden encasillarle (el sólo hecho de que hayan sido tantos y tan diversos demuestra que no era ni es fácil el encasillarle).
¿Qué era, pues, Marx? Y, ¿qué puede ser, qué puede significar hoy mismo?
A mi modo de ver, la respuesta es sencilla (y compleja, a la vez, como era el mismo Marx): Marx fue, simplemente, concretamente, un pensador revolucionario y, en la medida de sus posibilidades, en la época que le tocó vivir, un luchador activo en la tarea de la Revolución Socialista. Pensador y hacedor, trabajador de la teoría y la práctica dela Revolución Socialista, eso era principalmente Marx, como dijo Engels ante la tumba de Marx, en aquel marzo de 1883.
«…Pero Marx era, ante todo, un revolucionario. Colaborar de una u otra manera en el derrumbamiento de la sociedad capitalista y de las instituciones creadas por ella, colaborar en la liberación del proletariado moderno al que había dado el primero la conciencia de su propia situación y de sus necesidades, tal era su verdadera vocación…»
Estamos completamente de acuerdo con Engels: Todas las innúmeras e intensas tareas que Marx desarrolló a lo largo de su vida eran tareas concretas y actuales (en ese momento) dela RevoluciónSocialista.Por eso fueron inacabadas e históricas; abandonadas una y otra vez, eran retomadas una y otra vez; incesantemente desarrolladas, revisadas una y otra vez, siempre, no quedaron «ultimadas» nunca.
No. Nunca estuvieron «acabadas» ni «ultimadas» las tareas de Marx, por la sencilla razón de que no está «acabada» ni «ultimada» la Revolución Socialista.No está, ni siquiera, «diseñada» (o diseñadas sus tareas concretas) de un modo suficientemente operativo para esta práctica concreta, aquí y ahora; porque Marx no pudo pensar esta práctica (y nunca lo intentó, claro está).
Por eso, el socialismo revolucionario por el que Marx trabajó y luchó toda su vida no está «completamente definido» como pretenden algunos; tampoco está, ni podría estar, «pronosticado» o «profetizado» por Marx, como pretenden otros, todos ellos, unos y otros, falseando al verdadero Marx.
Por eso, también en el «marxismo», el socialismo revolucionario, no es ni puede ser «una filosofía», ni «una ciencia», ni «una doctrina», aunque muchos hayan «encontrado mucho de eso» en sus escritos (depende de los ojos que leían). No. Nunca ha sido, ni es, eso: sino que es y ha sido siempre, desde Marx, una tarea abierta de todos y para todos (como lo era para él mismo): lo mismo los «peones» que los «científicos»; los obreros y los técnicos; los hombres y las mujeres; los «blancos» y los «negros», o los «cobrizos» o los «amarillos»; los jóvenes y los viejos…todos. Porque es la nueva y vieja tarea de la humanidad para construir un mundo mejor para todos, y no para una sola «nueva clase dominante», o grupo «de presión» o de poder. Para todos. Y ésta es la tarea histórica que la clase obrera aceptó como propia desde que, gracias a Marx, adquirió conciencia de quién era, qué era y para que había nacido en la historia.
Pero esta tarea, a la vez que la más nueva de las tareas del hombre (novísima, en realidad, pues muchos ni siquiera han llegado todavía a entenderla), es también la más vieja de todas las tareas de la humanidad, la primera a la que accedió desde su origen, aunque durante miles de años e1 hombre no fuera plenamente consciente de ella. Es la tarea que comenzó con la construcción de la primera hacha de sílex y que, con ello, generó el ambicioso propósito de transformar la naturaleza para humanizarla (conferir propiedades y cualidades humanas a las cosas naturales), más tarde la de humanizar la sociedad y la vida y, a lo largo de toda ella, humanizar al hombre: es decir, desarrollarlo como especie única y diferenciada de todas las demás especies.
Esta esla Gran Tarea que el marxismo hereda o que, más bien, desentraña profundamente de todo el largo devenir del hombre en la historia.
Esta tarea no está acabada. En realidad está, ahora mismo, situada ante una terrible alternativa, en una trágica encrucijada del camino. Porque al llegar a la que podría ser la fase final (es decir: el momento de un tal desarrollo de la ciencia y la tecnología que permitiría a la humanidad diseñar creativamente su propio futuro), la fase en que podría no sólo conservar sino mejorar todos los «bienes terrenales del hombre», la naturaleza incluida en primerísimo lugar, es también el momento en que, gracias a la misma conciencia y tecnología, puede destruirlo todo. De un solo golpe (con la «bomba de neutrones», por ejemplo) o en un breve plazo con la destrucción de la biosfera, amenaza que se está consumando día a día.
Y cada vez está más claro (mañana o pasado lo estará aún más) que únicamente el cambio radical de las estructuras sociales (la «revolución socialista» que no tiene por qué ser «un hecho sangriento» que únicamente la clase obrera como tal (independientemente de los cambios en su «composición social» puede llevar a cabo. Y ésta es la tarea que el marxismo esclarece y plantea con todo rigor y con toda crudeza. Porque también se está demostrando, día a día, cada día con mayor fuerza, que el capitalismo ni puede entender esta tarea ni la puede realizar, por consecuencia. Sólo hace, y sólo puede hacer, la trágica regresión de esta tarea hacia la deshumanización del hombre.
Es así como realmente se plantea la trágica alternativa.
Y así es como están realmente planteadas las cosas: la clase obrera, responsabilizándose plenamente de esta tarea que Marx esclareció, necesita, ciertamente, de LA filosofía para llevarla a cabo; pero no de «una» filosofía particular, de un hombre o de un grupo, ni siquiera de «una clase» como tal, sino de todo el pensamiento filosófico de la historia de la humanidad, y del más rico y creativo pensamiento filosófico de hoy; necesita LA ciencia y de LA tecnología, las mejores y más avanzadas que han sido creadas a lo largo de la historia; pero no de «una» ciencia particular ni de «una» tecnología cualquiera, sino de todas las ciencias y tecnologías positivas o factibles de ser usadas en sentido positivo (es decir: en beneficio del hombre y no contra él; por ejemplo, la tecnología de armamentos); necesita de la moral y de la ética, de aquellas que encierren los mayores y mejores valores humanos concebibles (que, a lo mejor, hemos de desarrollar todavía a partir de lo existente); necesita esclarecer y desarrollar una estética que ha producido las más bellas realizaciones de la historia, siempre nuevas y siempre renovándose, como una de las más excelsas condiciones de la superior calidad de la vida; yo me atrevería a decir, incluso, que esa tarea quizá no pueda prescindir de ese «sentimiento religioso» que impulsa al hombre a sentirse hermano de otros hombres, más allá, incluso, de lo que puede dictarle cualquier «razón científica» y que le impulsa a la búsqueda de la libertad y de la luz, incluso donde la ciencia no tiene aún respuesta (aunque esto no exija la presencia de «un Dios» que nos robe «una parte del alma»). La experiencia de las últimas luchas por la libertad nos ha movido a muchos marxistas revolucionarios a considerar realmente hermanos y camaradas a muchos de estos hombres religiosos y también nos ha movido a considerar la religión «de otro modo». Ello hay que agradecerles a estos hombres valientes y leales como los mejores de entre nosotros.
Pues bien: este hermoso proyecto, viejo como la humanidad, nuevo como los niños que están naciendo ahora mismo (y en los cuales hemos de pensar en primerísimo lugar, pues el nuestro es un proyecto de futuro que debe desarrollarse desde ahora mismo), este hermoso proyecto es «eso» a lo que los marxistas revolucionarios, los verdaderos planificadores y constructores de la sociedad socialista, los comunistas, llamamos genéricamente marxismo, o sea: la teoría y la práctica de la Revolución Socialista. La práctica y la teoría de esta gigantesca tarea histórica de la clase obrera a la cual muchos han (hemos) dedicado la vida entera. Es una tarea inacabada, planteada todavía (en tanto subsista la sociedad capitalista) en los mismos términos esenciales en que Marx la planteó; pero no está «diseñada como un reglamento fijo», sino que es una tarea renovada y renovándose en cada situación, cada momento, desarrollándose y cambiando en función de su propio desarrollo y de los cambios reales en la sociedad. Porque tampoco es «una teoría ya totalmente expresada., sino que es LA teoría y la práctica de esa necesaria y drástica, radical y terminante, transformación de la sociedad capitalista en una sociedad nueva que nosotros mismos hemos de diseñar y construir (y rediseñar y reconstruir) incesantemente, puesto que ninguno sabemos, ni podemos saber, cómo será la práctica de mañana mismo; pero esa práctica será fundamental en el nuevo diseño de la teoría, de una teoría que jamás puede separarse de la práctica, que siempre determina a la práctica a la vez que siempre es determinada por ella. Y es por eso que «el marxismo», entendido corno debe ser, como teoría (inacabada) y práctica (imprevisible) de esa tarea histórica, siempre está inacabado, nunca está definitivamente «hechos», sino que necesita «hacerse y rehacerse», incesantemente, de nuevo modo, en cada situación y cada momento del desarrollo histórico. Y por eso es, hoy mismo, una tarea haciéndose y definiéndose, una tarea abierta, una tarea todavía «por hacer», siempre.
Afortunadamente tenemos ya, para ello, extensas y profundas bases históricas, ricas experiencias de esta larga lucha, viejos valores que todavía nos sirven…, y, entre otras cosas, tenemos los inapreciables trabajos de Marx en este mismo orden de ideas.
A toda esa riqueza se sumará…, lo que nosotros hagamos…, si lo hacemos.
Y ésa es la cuestión esencial.
escrito por Jenaro C. Reinoso
tomado de Marx desde cero en julio de 2012
¿Cuál es, realmente, el «problema»?
Pues el «problema» es…, que son muchos «problemas» y que éstos cambian históricamente: se transforman, desaparecen y reaparecen, se «resuelven»…, y quedan irresueltos, se formulan y se reformulan una y otra vez, inacabadamente siempre. Afortunadamente (y no «desgraciadamente») esto es la historia del nunca acabar.
Y, ¿por qué?
Pues porque (entre otras cosas y a mi modo de ver) Marx no dejó nunca un texto acabado, no «sentó cátedra», nunca fue «positivista», ni «teoricista», ni «cientifista»…, ni siquiera «marxista» (y él mismo lo dijo muy claro), aunque infinidad de veces ha sido tachado de una u otra de todas esas calificaciones…, con razón aparente.
No. Marx no fue nunca ninguna de esas cosas ni se le puede adjudicar definitivamente ninguno de esos calificativos que pretenden encasillarle (el sólo hecho de que hayan sido tantos y tan diversos demuestra que no era ni es fácil el encasillarle).
¿Qué era, pues, Marx? Y, ¿qué puede ser, qué puede significar hoy mismo?
A mi modo de ver, la respuesta es sencilla (y compleja, a la vez, como era el mismo Marx): Marx fue, simplemente, concretamente, un pensador revolucionario y, en la medida de sus posibilidades, en la época que le tocó vivir, un luchador activo en la tarea de la Revolución Socialista. Pensador y hacedor, trabajador de la teoría y la práctica dela Revolución Socialista, eso era principalmente Marx, como dijo Engels ante la tumba de Marx, en aquel marzo de 1883.
«…Pero Marx era, ante todo, un revolucionario. Colaborar de una u otra manera en el derrumbamiento de la sociedad capitalista y de las instituciones creadas por ella, colaborar en la liberación del proletariado moderno al que había dado el primero la conciencia de su propia situación y de sus necesidades, tal era su verdadera vocación…»
Estamos completamente de acuerdo con Engels: Todas las innúmeras e intensas tareas que Marx desarrolló a lo largo de su vida eran tareas concretas y actuales (en ese momento) dela RevoluciónSocialista.Por eso fueron inacabadas e históricas; abandonadas una y otra vez, eran retomadas una y otra vez; incesantemente desarrolladas, revisadas una y otra vez, siempre, no quedaron «ultimadas» nunca.
No. Nunca estuvieron «acabadas» ni «ultimadas» las tareas de Marx, por la sencilla razón de que no está «acabada» ni «ultimada» la Revolución Socialista.No está, ni siquiera, «diseñada» (o diseñadas sus tareas concretas) de un modo suficientemente operativo para esta práctica concreta, aquí y ahora; porque Marx no pudo pensar esta práctica (y nunca lo intentó, claro está).
Por eso, el socialismo revolucionario por el que Marx trabajó y luchó toda su vida no está «completamente definido» como pretenden algunos; tampoco está, ni podría estar, «pronosticado» o «profetizado» por Marx, como pretenden otros, todos ellos, unos y otros, falseando al verdadero Marx.
Por eso, también en el «marxismo», el socialismo revolucionario, no es ni puede ser «una filosofía», ni «una ciencia», ni «una doctrina», aunque muchos hayan «encontrado mucho de eso» en sus escritos (depende de los ojos que leían). No. Nunca ha sido, ni es, eso: sino que es y ha sido siempre, desde Marx, una tarea abierta de todos y para todos (como lo era para él mismo): lo mismo los «peones» que los «científicos»; los obreros y los técnicos; los hombres y las mujeres; los «blancos» y los «negros», o los «cobrizos» o los «amarillos»; los jóvenes y los viejos…todos. Porque es la nueva y vieja tarea de la humanidad para construir un mundo mejor para todos, y no para una sola «nueva clase dominante», o grupo «de presión» o de poder. Para todos. Y ésta es la tarea histórica que la clase obrera aceptó como propia desde que, gracias a Marx, adquirió conciencia de quién era, qué era y para que había nacido en la historia.
Pero esta tarea, a la vez que la más nueva de las tareas del hombre (novísima, en realidad, pues muchos ni siquiera han llegado todavía a entenderla), es también la más vieja de todas las tareas de la humanidad, la primera a la que accedió desde su origen, aunque durante miles de años e1 hombre no fuera plenamente consciente de ella. Es la tarea que comenzó con la construcción de la primera hacha de sílex y que, con ello, generó el ambicioso propósito de transformar la naturaleza para humanizarla (conferir propiedades y cualidades humanas a las cosas naturales), más tarde la de humanizar la sociedad y la vida y, a lo largo de toda ella, humanizar al hombre: es decir, desarrollarlo como especie única y diferenciada de todas las demás especies.
Esta esla Gran Tarea que el marxismo hereda o que, más bien, desentraña profundamente de todo el largo devenir del hombre en la historia.
Esta tarea no está acabada. En realidad está, ahora mismo, situada ante una terrible alternativa, en una trágica encrucijada del camino. Porque al llegar a la que podría ser la fase final (es decir: el momento de un tal desarrollo de la ciencia y la tecnología que permitiría a la humanidad diseñar creativamente su propio futuro), la fase en que podría no sólo conservar sino mejorar todos los «bienes terrenales del hombre», la naturaleza incluida en primerísimo lugar, es también el momento en que, gracias a la misma conciencia y tecnología, puede destruirlo todo. De un solo golpe (con la «bomba de neutrones», por ejemplo) o en un breve plazo con la destrucción de la biosfera, amenaza que se está consumando día a día.
Y cada vez está más claro (mañana o pasado lo estará aún más) que únicamente el cambio radical de las estructuras sociales (la «revolución socialista» que no tiene por qué ser «un hecho sangriento» que únicamente la clase obrera como tal (independientemente de los cambios en su «composición social» puede llevar a cabo. Y ésta es la tarea que el marxismo esclarece y plantea con todo rigor y con toda crudeza. Porque también se está demostrando, día a día, cada día con mayor fuerza, que el capitalismo ni puede entender esta tarea ni la puede realizar, por consecuencia. Sólo hace, y sólo puede hacer, la trágica regresión de esta tarea hacia la deshumanización del hombre.
Es así como realmente se plantea la trágica alternativa.
Y así es como están realmente planteadas las cosas: la clase obrera, responsabilizándose plenamente de esta tarea que Marx esclareció, necesita, ciertamente, de LA filosofía para llevarla a cabo; pero no de «una» filosofía particular, de un hombre o de un grupo, ni siquiera de «una clase» como tal, sino de todo el pensamiento filosófico de la historia de la humanidad, y del más rico y creativo pensamiento filosófico de hoy; necesita LA ciencia y de LA tecnología, las mejores y más avanzadas que han sido creadas a lo largo de la historia; pero no de «una» ciencia particular ni de «una» tecnología cualquiera, sino de todas las ciencias y tecnologías positivas o factibles de ser usadas en sentido positivo (es decir: en beneficio del hombre y no contra él; por ejemplo, la tecnología de armamentos); necesita de la moral y de la ética, de aquellas que encierren los mayores y mejores valores humanos concebibles (que, a lo mejor, hemos de desarrollar todavía a partir de lo existente); necesita esclarecer y desarrollar una estética que ha producido las más bellas realizaciones de la historia, siempre nuevas y siempre renovándose, como una de las más excelsas condiciones de la superior calidad de la vida; yo me atrevería a decir, incluso, que esa tarea quizá no pueda prescindir de ese «sentimiento religioso» que impulsa al hombre a sentirse hermano de otros hombres, más allá, incluso, de lo que puede dictarle cualquier «razón científica» y que le impulsa a la búsqueda de la libertad y de la luz, incluso donde la ciencia no tiene aún respuesta (aunque esto no exija la presencia de «un Dios» que nos robe «una parte del alma»). La experiencia de las últimas luchas por la libertad nos ha movido a muchos marxistas revolucionarios a considerar realmente hermanos y camaradas a muchos de estos hombres religiosos y también nos ha movido a considerar la religión «de otro modo». Ello hay que agradecerles a estos hombres valientes y leales como los mejores de entre nosotros.
Pues bien: este hermoso proyecto, viejo como la humanidad, nuevo como los niños que están naciendo ahora mismo (y en los cuales hemos de pensar en primerísimo lugar, pues el nuestro es un proyecto de futuro que debe desarrollarse desde ahora mismo), este hermoso proyecto es «eso» a lo que los marxistas revolucionarios, los verdaderos planificadores y constructores de la sociedad socialista, los comunistas, llamamos genéricamente marxismo, o sea: la teoría y la práctica de la Revolución Socialista. La práctica y la teoría de esta gigantesca tarea histórica de la clase obrera a la cual muchos han (hemos) dedicado la vida entera. Es una tarea inacabada, planteada todavía (en tanto subsista la sociedad capitalista) en los mismos términos esenciales en que Marx la planteó; pero no está «diseñada como un reglamento fijo», sino que es una tarea renovada y renovándose en cada situación, cada momento, desarrollándose y cambiando en función de su propio desarrollo y de los cambios reales en la sociedad. Porque tampoco es «una teoría ya totalmente expresada., sino que es LA teoría y la práctica de esa necesaria y drástica, radical y terminante, transformación de la sociedad capitalista en una sociedad nueva que nosotros mismos hemos de diseñar y construir (y rediseñar y reconstruir) incesantemente, puesto que ninguno sabemos, ni podemos saber, cómo será la práctica de mañana mismo; pero esa práctica será fundamental en el nuevo diseño de la teoría, de una teoría que jamás puede separarse de la práctica, que siempre determina a la práctica a la vez que siempre es determinada por ella. Y es por eso que «el marxismo», entendido corno debe ser, como teoría (inacabada) y práctica (imprevisible) de esa tarea histórica, siempre está inacabado, nunca está definitivamente «hechos», sino que necesita «hacerse y rehacerse», incesantemente, de nuevo modo, en cada situación y cada momento del desarrollo histórico. Y por eso es, hoy mismo, una tarea haciéndose y definiéndose, una tarea abierta, una tarea todavía «por hacer», siempre.
Afortunadamente tenemos ya, para ello, extensas y profundas bases históricas, ricas experiencias de esta larga lucha, viejos valores que todavía nos sirven…, y, entre otras cosas, tenemos los inapreciables trabajos de Marx en este mismo orden de ideas.
A toda esa riqueza se sumará…, lo que nosotros hagamos…, si lo hacemos.
Y ésa es la cuestión esencial.