aca hay una historia aunque el autor no me gusta
EXPECTATIVAS DE CAMBIO
La disolución del aparato represivo de Batista, es decir, del aparato burgués, no condujo automáticamente a un sistema de economía planificada ni a la proclamación, por parte de los dirigentes del Ejército Rebelde, de una Cuba socialista. No existía un plan premeditado, consciente, de poner fin al capitalismo en la Isla. No obstante, la victoria insurgente desató unas presiones sociales (tanto por parte de la clase obrera y del campesinado como por parte de la burguesía y el imperialismo) que empujaban constantemente a los dirigentes del Ejército Rebelde a tomar una decisión en un sentido u otro.
En sí misma, la victoria de la guerrilla incrementó aún más las simpatías con las que ya contaba antes de la caída del odiado Batista. Ahora, por fin, se podían hacer realidad las expectativas de mejoras sociales contenidas durante tanto tiempo.
La presión y las luchas por mejoras salariales se hicieron notar inmediatamente. “… En el interior de Cuba, 6.000 empleados de la Cuban Electric Company se declararon en huelga de brazos caídos para conseguir un aumento salarial del 20%, mientras 600 obreros que habían sido despedidos por la compañía en 1957-1958 iniciaron una huelga de hambre en un punto del palacio presidencial pidiendo que los readmitieran. También hicieron huelga los obreros ferroviarios que se habían quedado sin trabajo y los de una fábrica de papel cercana a La Habana, que había cerrado. Tres mil trabajadores de la construcción se fueron de la Bahía de Moa. Los empleados de los restaurantes amenazaron con ir a la huelga si no volvían a abrir los casinos. Veintiún molinos de azúcar sufrieron retrasos en la recolección por culpa de exigencias salariales. La revolución había despertado esperanzas: ¿cómo iba a satisfacerlas?” (Hugh Thomas, Cuba: la lucha por la libertad, Pág. 1.534). Ahí estaba el meollo de una cuestión que aún estaba por resolver.
GOBIERNO URRUTIA
Cuando pacta la rendición de Santiago, Fidel toma juramento al magistrado Manuel Urrutia, que se convertiría en el primer presidente después de la revolución. Como describe Paco Ignacio Taibo II en su libro El Che, era “un gobierno en el que domina la oposición burguesa, con incrustaciones del 26 de Julio y del que están ausentes las dos fuerzas aliadas al 26 de Julio: el PSP y el Directorio”. H. Thomas, en la obra citada, comenta: “Las medidas de Urrutia, sin embargo, se limitaron a proponer la liquidación del juego y de los burdeles”. En realidad el gobierno de Urrutia estaba suspendido en el aire. El poder real estaba en manos de la guerrilla ya que el Estado burgués se había desintegrado completamente. Fue un gobierno efímero, que sucumbió rápidamente a las tensiones de clase que desató el proceso revolucionario.
No es hasta el mes de marzo cuando se toman las primeras medidas concretas para paliar la mala situación del pueblo. Se redujeron los alquileres de los pisos drásticamente; “los propietarios de solares vacíos habrían de vender al recién creado Instituto de Ahorro Nacional y de la Vivienda (INAV) o a cualquiera que quisiera comprar y construir una casa” (H. Thomas, op. cit.); redujo las tarifas telefónicas por medio de una intervención —aún no nacionalización— de la compañía telefónica; se pusieron limitaciones para la importación de 200 productos de lujo; se trató de limitar la evasión de impuestos; se declaró la confiscación de todas las propiedades de Batista y de todos sus ministros a partir de 1952 así como de todos los oficiales de las fuerzas armadas que habían participado en la guerra civil.
Sin embargo, todas estas medidas, aunque tenían un carácter progresista, no se concebían como parte de un plan más a medio plazo para derrocar al capitalismo1. Más bien tenían un gran parecido con medidas que en su momento tomaron gobiernos nacionalistas tipo Perón en Argentina o Nasser en Egipto.
A pesar de todo, las tensiones sociales iban en aumento y eso tenía su reflejo en el gobierno y en las relaciones de EEUU con Cuba. El imperialismo norteamericano, por entonces, igual que antes de la caída de Batista, estaba dividido. Aunque finalmente predominó la hostilidad hacia la revolución cubana, factor muy importante en su radicalización hacia la izquierda, el embajador de EEUU en Cuba por entonces, Bonsal, tenía la firme convicción de que Fidel no era comunista, y se enfrentó duramente a los diplomáticos y militares que pedían “acción”.
Cuando Castro viaja a EEUU, en abril de 1959, causó una excelente impresión a los medios y a un sector de la propia burguesía. Sin embargo en el gobierno de Einsenhower y Nixon, estaban completamente obsesionados por la supuesta presencia de comunistas en el gobierno, hecho absolutamente falso. El mismo Castro no tuvo inconveniente en decir públicamente que él no era comunista. En sus planes en aquel momento estaba la petición de créditos al Banco Mundial o al Import-Export Bank.
POLARIZACIÓN CRECIENTE
Al margen de los planes diseñados por arriba la dinámica por abajo era de enfrentamientos cada vez mayores. La reducción de alquileres y la obligación de vender los solares vacíos, distaban mucho de ser medidas comunistas, pero para los especuladores perjudicados con ellas, completamente histéricos, nada podía quitarles la idea de que los pasos dados por el gobierno no eran producto de oscuras maniobras de marxistas, visibles o invisibles.
A pesar de todas las limitaciones de las medidas que se habían tomado, entre las subidas de sueldo que se habían conseguido a partir de enero y las medidas relacionadas con los alquileres tomadas en marzo, la renta nacional había sido seria y visiblemente modificada. Según Hugh Thomas “los salarios reales habían aumentado quizás en más de un 15% y en consecuencia habían disminuido los ingresos de los rentistas y de los empresarios” (H. Thomas, Cuba: lucha por la libertad, pág. 1546).
El 17 de mayo de 1959 se promulga la Ley de Reforma Agraria. En realidad era una reforma tímida, menos radical que muchas reformas llevadas a cabo en su momento en los países capitalistas desarrollados y que la propia reforma agraria en EEUU. Sin embargo, sirvió como elemento de agitación contra el “comunismo” por parte de la reacción interna y del imperialismo, que cada vez gritaba más alto. Como señala Hugh Thomas, si algunos comentaristas norteamericanos hubiesen observado más de cerca lo que estaba pasando en Cuba en ese momento, verían que las tensiones entre Fidel y el PSP estaban atravesando por una fase muy crítica. En sus declaraciones públicas, Fidel siempre intentaba distanciarse de la etiqueta de comunista que los estadounidenses le intentaban colgar. Por parte de la dirección del PSP nada más lejos de sus intenciones que empujar el proceso revolucionario hacia la izquierda, aunque ya a aquella altura apoyasen a Fidel. El 21 de mayo, en una entrevista televisada, Fidel explicó que su objetivo era una revolución distinta a la del capitalismo y del comunismo, que sería tan autóctona como la música cubana y al ser humanista, no sería ni de derechas ni de izquierdas, sino “un paso adelante”. El 22 de mayo volvió a hacer una comparecencia televisiva en la que afirmó que en la Revolución Cubana, no había lugar para extremistas (H. Thomas, op. cit., págs. 1.562-3). Todas los intentos por no “provocar” a los imperialistas fueron en vano. Hiciera lo que hiciera Fidel, la administración norteamericana tomó la decisión de sabotear y aplastar la revolución, algo similar a los que estamos viendo ahora en la revolución venezolana.
Fidel, que contaba con un amplísimo apoyo popular, trataba de que la situación social y política no se polarizase, pero eso era inevitable. Las fuerzas latentes de la contrarrevolución, que partían de una situación de extrema debilidad, empezaron a reagruparse. La Asociación Nacional de Ganaderos de Cuba declaró firmemente que el límite máximo de 3.333 acres para la propiedad privada no permitía que los negocios fueran rentables. Los terratenientes empezaron a comprar espacios en las emisoras de radio privadas para atacar la ley, y organizaban reuniones; se supo que la Asociación había decidido destinar medio millón de dólares para sobornar a los periódicos para que criticaran la Reforma Agraria.
La campaña contra la Reforma Agraria, promovida también por el imperialismo, fue uno de los catalizadores que animaron a los sectores burgueses del gobierno a abandonar el mismo. En la práctica los burgueses liberales del gobierno no tenían fuerza para intervenir de forma decisiva en el proceso. Debían su autoridad política a su relación con Fidel, que era su vínculo con la revolución y con el movimiento guerrillero que lo propició. Autónomamente no podían hacer nada.
Las tensiones políticas acabaron en un enfrentamiento público de Fidel con Urrutia, el presidente de la república, que dimitió el 17 de julio del 1959. Esa crisis no puso en peligro el proceso revolucionario, pero era muy sintomática de las contradicciones de clase que iba a sufrir un proyecto que “no era ni de izquierdas ni de derechas”. En realidad Fidel y los dirigentes guerrilleros basaban su fuerza en un enorme respaldo popular, en el ejército revolucionario y en el Instituto de la Reforma Agraria