Los peruanos son los mejores actores de Latinoamérica
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Galán en sus años mozos, hoy, con 58 años, Gustavo Bueno es un generalote en la versión teatral de La ciudad y los perros.
Su personaje del Teniente Gamboa está en nuestro imaginario. Hoy, Gustavo Bueno hace drama en el teatro y comedia en la televisión. Hombre de izquierda, puede dejar todo menos la actuación.
Eres de izquierda…
Siempre lo he sido. ¿Qué admiro de la ideología del socialismo? No solo el intelectualismo de Marx sino de otros personajes como Hegel.
¿Eres de los que sí han leído a Marx? Conozco muchos ‘marxistas’ que no lo han leído…
Lo he leído, y mucho. También a Engels, y antes que Lenin prefiero a Trotsky, quien es una figura epónima, no solo por sus escritos sino por su tolerancia, por su sentimiento universal acerca del socialismo, por su sensibilidad, por su inteligencia y por su espíritu combativo: no olvides que creó el Ejército Rojo. Fue perseguido y, luego, asesinado por la rama más oscura del socialismo soviético.
¿Qué tan importante ha sido para ti conocer a Francisco Lombardi?
Es mi amigo entrañable. Nuestra amistad empezó cuando hicimos La ciudad y los perros. Tuvimos una productora e hicimos cinco telenovelas (Malahierba, Paloma, Bajo tu piel, etc.), pero vino el desgaste del primer gobierno de García y ya no pudimos sostener la productora.
Siempre has mirado con buenos ojos a la televisión…
Claro. Siempre la he considerado una opción para el emprendimiento artístico. Sucede que, durante el fujimorismo, se degradó y envileció de tal modo –como le pasó a todo el Perú– que devino, por el gusto por el morbo y el lado más oscuro del ser humano, en algo deleznable. El fujimorismo sacó a todos los actores profesionales de la tele y los reemplazó por los cómicos ambulantes. Allí nacieron rostros como Laura Bozzo y Magaly Medina, aunque ella es más inteligente y ha podido reciclarse. Tan mal estaba el país que el único programa crítico era Los chistosos, todo lo demás lo desapareció –incluido el cine– el fujimorismo.
Ahora trabajas con ‘Betito’…
Efraín Aguilar es una persona muy valiosa y muy esforzada. Tiene buen ojo para elegir actores jóvenes y los dota de una disciplina poco inusual en TV. Trabajamos juntos hace 10 años, pues valoré mucho su labor en Mil oficios, la expresión de un humor sensato y crítico. Allí, de modo satírico, se reflejaba nuestra sociedad. Y hace lo mismo en Al fondo hay sitio, una comedia de costumbres, por eso su éxito.
Al fondo hay sitio es un fenómeno televisivo. Lo que sucede allí, en la ficción, aparece al siguiente día como noticia…
Eso es malo, es marqueteo, un defecto del periodismo de espectáculos. Peor que el periodismo de espectáculos es solo el periodismo deportivo (risas). Dicen que solo México nos supera en esta mediocridad. Muchos periodistas locales son deplorables; es más, se pasan las noticias: yo he visto la misma nota –con las mismas palabras– publicada en varios diarios. ¡Y no te hablo de las entrevistas! A muchos de ustedes solo les interesa la basura. Yo he sentido vergüenza leyendo cosas que, supuestamente, dije.
Curiosamente, en el arte estamos haciendo las cosas bien…
¿Y tú crees que los periodistas de espectáculos vienen a ver nuestras obras? Felizmente el público no es tonto y sabe que cada día hay mejores espectáculos teatrales. Yo he oído –incluso a dramaturgos– que muchos de nuestros montajes son superiores a los que se hacen en Buenos Aires. Por ejemplo, Walter Salles, ganador de un Oscar y director de Diarios de motocicleta, me dijo que los mejores actores latinoamericanos son los peruanos.
Hablemos de La ciudad y los perros. Estás marcado por la novela, la película y, hoy, la obra…
Es verdad, pero primero me marcó como lector, durante mi juventud. Siempre he admirado las posibilidades teatrales de las novelas de Vargas Llosa. En los 70, también con Edgar Saba, quisimos hacer La ciudad y los perros –yo iba a hacer el papel del Poeta–, pero aún no teníamos un nivel de producción adecuado. Luego, Edgar se fue a Europa y nos enteramos que la había montado con éxito en España y con Antonio Banderas como el Esclavo. Hicimos la película en 1985, y tuvo un éxito extraordinario…
“Qué me mira, cadete” está en nuestro imaginario colectivo, pero no aparece en la novela…
Ramón García, el actor, quien había sido alumno del Leoncio Prado, nos contó que uno de sus profesores usaba una frase parecida. La corregimos y salió el “Qué me mira, cadete”. La frase va con la idiosincrasia de los peruanos: autoritaria, machista, humillante. Tanto pegó que Edgar la usa en esta nueva versión teatral de la obra…
Dicen que esto le gustó a Vargas Llosa…
Sí. No solo eso, dice que esta versión es superior a la que Saba hizo en España. Edgar me dijo que yo tenía que estar, y como ya no podía hacer de Gamboa, me dio el papel del General, cuyo peso dramático es tan importante que hasta el propio Vargas Llosa me dijo que está sorprendido de esta circunstancia.
AUTOFICHA
- Estudié en el Guadalupe, y Derecho en la PUCP. Nunca ejercí la carrera. Antes de hacer La ciudad y los perros, llevamos al teatro, con Alonso Alegría, Los cachorros.
- Soy miembro del Partido Socialista. Admiro el trabajo de Javier Diez Canseco. Es brillante, sensible y, si se ha equivocado, nunca fue de mala fe.
- Trabajé en Publicidad. Así recorrí el Perú. Amo la cultura y la belleza de nuestro país. Amo el huaino y odio la chicha, porque es una degeneración de la música andina.
No se quien es este personaje, tal vez algún compañero lo sepa, pero no pude evitar soltar una risa cuando leí la frase del titulo.