El mito de la guerra buena: EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial
Jacques R. Pauwels
Global Research
Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
La noche del 13 al 14 de febrero de 1945 la antigua y hermosa capital de Sajonia, Dresde, fue atacada tres veces, dos por la RAF [las Fuerzas Aéreas Británicas] y una por la USAAF, Fuerzas Aéreas de Estados Unidos, en una operación en la que participaron más de 1.000 bombarderos. Las consecuencias fueron catastróficas ya que el centro histórico de la ciudad quedó incinerado y perdieron la vida entre 25.000 y 40.000 personas [1]. Dresde no era un centro industrial o militar importante y, por lo tanto, no era un objetivo que mereciera el considerable e inusual esfuerzo conjunto estadounidense y británico que supuso el ataque. La ciudad tampoco fue bombardeada como represalia por anteriores bombardeos alemanes de ciudades como Rotterdam y Coventry. En venganza por la destrucción de estas ciudades, bombardeadas despiadadamente por la Luftwaffe en 1940, Berlín, Hamburgo, Colonia y otras muchas ciudades alemanas grandes y pequeñas ya habían pagado un alto precio en 1942, 1943 y 1944. Además, a principios de 1945 los comandantes aliados sabían perfectamente que ni siquiera el bombardeo aéreo más feroz lograría “aterrorizar [a los alemanes] hasta rendirse” [2], por lo tanto no es realista pensar que quienes planearon la operación tuvieran esta motivación. El bombardeo de Dresde parece, pues, que fue una masacre sin sentido y aparece como una tarea más terrible incluso que la devastación atómica de Hiroshima y Nagasaki que, por lo menos, se suponía habían llevado a la capitulación de Japón.
Sin embargo, en los últimos tiempos el bombardeo de países y ciudades se ha convertido en un acontecimiento casi cotidiano, no sólo justificado por nuestros dirigentes políticos sino también presentado por nuestros medios de comunicación como una empresa militar eficaz y un medio perfectamente legitimado de lograr objetivos que supuestamente merecen la pena. En este contexto, incluso el terrible ataque a Dresde ha sido rehabilitado por un historiador británico, Frederick Taylor, que argumenta que quienes planearon el ataque no tenían intención de provocar a la ciudad sajona esa descomunal destrucción, sino que ésta fue el resultado imprevisto de una combinación de desafortunadas circunstancias, incluyendo unas condiciones climatológicas perfectas y un sistema de defensas aéreas alemanas completamente inadecuado [3]. Sin embargo, la afirmación de Taylor la contradice un hecho, que él mismo cita en su libro, en concreto que aproximadamente 40 [bombarderos] “pesados” estadounidenses se desviaron de su ruta de vuelo y acabaron arrojando sus bombas en Praga en vez de en Dresde [4]. Si todo hubiera ocurrido como se había planeado, la destrucción de Dresde seguramente habría sido aún mayor de lo que fue. Por consiguiente, es obvio que se había buscado un grado de destrucción excepcionalmente grande. Más grave es la insistencia de Taylor en que Dresde constituía un objetivo legítimo ya que no sólo era un importante centro militar sino también un punto de cruce de primera categoría del tráfico por ferrocarril así como una importante ciudad industrial en la que gran cantidad de fábricas y talleres producían todo tipo de equipamiento fundamental desde el punto de vista militar. No obstante, una serie de hechos indican que estos objetivos “legítimos” apenas tuvieron peso en los cálculos de quienes planificaron el ataque. En primer lugar, no se atacó la única instalación militar verdaderamente importante, el aeródromo de la Luftwaffe situado a pocos kilómetros al norte de la ciudad. En segundo lugar, los aviones británicos que señalaban los objetivos a los bombarderos no marcaron como objetivo la supuesta crucialmente importante estación de tren. En vez de ello se ordenó a las tripulaciones que arrojaran sus bombas dentro de la ciudad, situada al norte de la estación [5]. A consecuencia de ello, aunque los estadounidenses bombardearon la estación y gran cantidad de personas murió allí, sus instalaciones sufrieron relativamente pocos daños estructurales, tan pocos que, de hecho, a los pocos días de la operación otra vez pudieron circular trenes que transportaban tropas [6]. En tercer lugar, la gran mayoría de las industrias militarmente importantes de Dresde no estaba situadas en el centro de la ciudad sino a las afueras, donde no se arrojaron bombas, al menos deliberadamente [7].
No se puede negar que Dresde, como cualquier otra ciudad alemana importante, contenía instalaciones militarmente importantes y que al menos algunas de estas instalaciones estaban situadas en el centro de la ciudad y, por lo tanto, fueron destruidas en el ataque, pero esto no lleva lógicamente a la conclusión de que el ataque se planeó con este propósito. También se destruyeron hospitales e iglesias, y murieron muchos prisioneros de guerra aliados que estaba casualmente en la ciudad, pero nadie argumenta que el ataque se hiciera para provocar eso. Del mismo modo, muchos judíos y miembros de la resistencia a los nazis de Alemania que esperaba ser deportados y/o exterminados pudieron escapar de la prisión durante el caos ocasionado por el bombardeo [8] pero nadie afirma que éste fuera el objetivo del ataque. Por tanto, no hay razón lógica para concluir que la destrucción de una cantidad desconocida de instalaciones militares de mayor o menor importancia fuera la razón del ataque. La destrucción de la industria de Dresde, como la liberación de unos cuantos judíos, sólo fue una consecuencia secundaria de la operación que no se había planeado.
Con frecuencia se sugiere, Taylor también, que el objetivo del bombardeo de la capital sajona era facilitar el avance del Ejército Rojo. Supuestamente los propios soviéticos habían pedido a sus socios occidentales durante la Conferencia de Yalta, celebrada del 4 al 11 de febrero de 1945, que debilitaran la resistencia alemana en el frente oriental por medio de ataques aéreos. Sin embargo, no existe prueba alguna que confirme esta afirmación. La posibilidad de ataques aéreos anglo-estadounidenses sobre objetivos del este de Alemania sí se discutió en Yalta, pero durante estas conversaciones los soviéticos expresaron su preocupación de que sus propias líneas fueran atacadas por los bombarderos, por lo que pidieron que la RAF y la USAAF no operaran demasiado al este [9] (el temor de los soviéticos a padecer el llamado “fuego amigo” no era infundado, como quedó demostrado durante el propio ataque a Dresde cuando una cantidad considerable de aviones bombardeó por error Praga, situada igual de lejos de Dresde de lo que estaban las líneas del Ejército Rojo). Fue en este contexto en el que un general soviético llamado Antonov expresó un interés general en “ataques aéreos que impidieran los movimientos del enemigo”, pero esto no se puede interpretar como una petición de imponer a la capital sajona (a la que, por cierto, no mencionó en absoluto) ni a cualquier otra ciudad alemana el tipo de tratamiento que recibió Dresde el 13-14 de febrero. Ni en Yalta ni en ninguna otra ocasión los soviéticos pidieron a sus aliados occidentales el tipo de ayuda aérea que supuestamente se materializara en forma de la devastación de Dresde. Es más, nunca dieron su aprobación al plan de bombardear Dresde, como a menudo se ha afirmado [10]. En cualquier caso, aun cuando los soviéticos hubieran pedido esa ayuda desde el aire, es extremadamente poco probable que los aliados hubieran respondido lanzando inmediatamente la potente flota de bombarderos que de hecho atacó Dresde.
Para entender por qué esto es así tenemos que examinar de cerca las relaciones entre los aliados a principios de 1945. Desde mediados a finales de enero los estadounidense seguían envueltos en las convulsiones finales de la “Batalla del Saliente” [a], una inesperada contraofensiva alemana en el frente occidental que les había causado grandes dificultades. Los estadounidenses, británicos y canadienses todavía no habían cruzado el Rin, ni siquiera habían alcanzado las riberas occidentales de este río, y todavía les separaban de Berlín más de 500 kilómetros. Mientras tanto, en el frente oriental el Ejército Rojo había lanzado una importante ofensiva el 12 de enero y avanzaba rápidamente a 100 kilómetros de la capital alemana. La resultante probabilidad de que los soviéticos no sólo tomaran Berlín sino que penetraran profundamente en la mitad occidental de Alemania antes de que acabara la guerra perturbaba enormemente a muchos dirigentes militares y políticos estadounidenses y británicos. ¿Es realista creer que en esas circunstancias Washington y Londres estuviera deseosos de posibilitar a los soviéticos hacer progresos aún mayores? Aunque Stalin hubiera pedido ayuda anglo-estadounidense, Churchill y Roosevelt le habrían proporcionado alguna ayuda simbólica, pero nunca habrían lanzado la operación masiva y sin precedentes combinada de la RAF y la USAAF que resultó ser el bombardeo de Dresde. Es más, atacar Dresde significaba enviar cientos de grandes bombarderos a más de 2.000 kilómetros a través del espacio aéreo enemigo, acercarse tanto a las líneas del Ejército Rojo que podían correr el riesgo de arrojar por error sus bombas sobre los soviéticos o de ser disparados por la artillería antiaérea soviética. ¿Se podía esperar que Churchill o Roosevelt invirtieran semejante cantidad de recursos humanos y materiales, y corrieran semejantes riesgos en una operación que haría más fácil al Ejercito Rojo tomar Berlín y posiblemente llegar al Rin antes de lo que lo hicieron? Tajantemente no. Los dirigentes políticos y militares estadounidenses y británicos sin lugar a dudas opinaban que el Ejército Rojo ya estaba avanzando bastante deprisa.
Hacia finales de enero de 1945 Roosevelt y Churchill se prepararon para viajar a Yalta para celebrar una reunión con Stalin. Habían solicitado esta reunión porque querían establecer acuerdos vinculantes sobre la Alemania de posguerra antes de que acabaran las hostilidades. Si estos acuerdos no existían, las realidades militares sobre el terreno determinarían quién iba a controlar qué partes de Alemania y parecía que para cuando los nazis capitularan finalmente, los soviéticos iba a controlar la mayor parte de Alemania, con lo que podrían determinar unilateralmente el futuro político, social y económico del país. Los propios Washington y Londres habían creado un fatídico precedente de este tipo de plan de acción unilateral cuando liberaron Italia en 1943 y negaron categóricamente a la Unión Soviética toda participación en la reconstrucción de ese país; lo mismo hicieron en Francia y Bélgica [11]. Stalin, que había seguido el ejemplo de sus aliados cuando liberó países en el este de Europa, obviamente no necesitaba o quería este acuerdo vinculante respecto a Alemania y, por lo tanto, esa reunión. Aceptó la propuesta, pero insistió en que el encuentro tuviera lugar en territorio soviético, en el balneario crimeo de Yalta. Contrariamente a las creencia convencionales sobre la Conferencia, Stalin demostraría ser de lo más complaciente y acceder a la fórmula propuesta por los británicos y estadounidenses, que era extremadamente ventajosa para ellos, es decir, la división de la Alemania de posguerra en zonas ocupadas, de las que sólo aproximadamente una tercera parte del territorio alemán (lo que luego serían “Alemania del este”) se asignaba a los soviéticos. Roosevelt y Churchill no podían haber previsto este afortunado resultado de la Conferencia de Yalta, de la que volvieron “con un ánimo exultante” [12]. Durante las semanas anteriores a la conferencia esperaban que el dirigente soviético fuera un interlocutor exigente y difícil, animado por los recientes éxitos del Ejército Rojo y por el hecho de gozar de una especie de ventaja en el juego. Había que encontrar una manera de hacerle volver a poner los pies en la tierra, de condicionarle para que hiciera concesiones a pesar de ser el favorito provisional del dios de la guerra.
Era de una importancia crucial dejar claro a Stalin que no se debía subestimar el poder militar de los aliados occidentales a pesar de los recientes reveses en las Ardenas belgas. Había que reconocer que el Ejército Rojo disponía de enormes masas de soldados de infantería, de excelentes tanques y de una artillería formidable, pero los aliados occidentales tenían en sus manos una baza militar que los soviéticos eran incapaces de igualar. Esta baza era su fuerza aérea, que contaba con la más impresionante colección de bombarderos que jamás había visto el mundo. Esta arma hacía posible que estadounidenses y británicos lanzaran los más devastadores ataques aéreos sobre objetivos que estaban muy lejos de sus propias líneas. ¿No resultaría más fácil negociar con Stalin en Yalta si se pudiera conseguir que fuera consciente de esto?
Fue Churchill quien decidió que la destrucción total de la ciudad alemana en las narices de los soviéticos, por así decirlo, enviaría el mensaje deseado al Kremlin. Durante cierto tiempo la RAF y la USAAF habían sido capaces de infligir golpes devastadores a cualquier ciudad alemana y se habían preparado meticulosamente planes detallados para esta operación conocida como “Operación Trueno”. Sin embargo, durante el verano de 1944, cuando el rápido avance desde Normandia hizo probable que la guerra se ganara antes de fin de año y ya se empezaba a pensar en la reconstrucción de posguerra, una operación al estilo de la Operación Trueno se había empezado a ver como un medio de intimidar a los soviéticos. En agosto de 1944 un memorandum de la RAF señalaba que “la devastación total del centro de una vasta ciudad [alemana] […] convencería a los aliados rusos […] de la eficacia de la potencia aérea anglo-estadounidense” [13].
A principios de 1945 ya no se consideraba necesaria la Operación Trueno para derrotar a Alemania. Pero hacia finales de enero de 1945, mientras se preparaba para viajar a Yalta, Churchill vio de pronto un gran interés en este proyecto, insistió en que se debía llevar a cabo inmediatamente y ordenó específicamente al jefe del Comando de Bombarderos de la RAF, Arthur Harris, que borrara del mapa una ciudad en el este de Alemania [14]. El 25 de enero el primer ministro británico indicó dónde quería que “se acribillara” a los alemanes, a saber, en algún lado “en su retirada [en dirección oeste] desde Breslau [ahora Wroclaw, en Polonia]” [15]. En términos de centros urbanos esto equivalía a deletrear D-R-E-S-D-E. El hecho de que el propio Churhill estuviera detrás de la decisión de bombardear una ciudad del este de Alemania también se daba a entender en la autobiografía de Arthur Harris, quien escribió que “en aquel momento gente mucho más importante que yo mismo consideraba que el ataque a Dresde era una necesidad militar” [16]. Es obvio que sólo personalidades del calibre de Churchill eran capaces de imponer su voluntad al zar de los bombardeos estratégicos. Como ha escrito el historiador militar británico Alexander McKee, Churchill “trató de escribir [una] lección en el cielo nocturno [de Dresde]” para los soviéticos. Sin embargo, puesto que la USAAF acabó implicándose también en el bombardeo de Dresde, podemos asumir que Churchill actuó con el conocimiento y aprobación de Roosevelt. Los socios de Churchill en lo más alto de la jerarquía tanto militar como política de Estados Unidos, incluyendo al general Marshall, compartían su punto de vista; como escribe McKee, estaban demasiado fascinados por la idea de “intimidar a los comunistas [soviéticos] aterrorizando a los nazis”[17]. La participación estadounidense en el ataque a Dresde no era verdaderamente necesaria porque sin lugar a dudas la RAF era capaz de borrar del mapa Dresde actuando en solitario. Pero el efecto de “exageración” resultante de una redundante contribución estadounidense era perfectamente funcional para el propósito de demostrar a los soviéticos lo letal que era el poderío aéreo anglo-estadounidense. También es probable que Churchill no quisiera que fuera exclusivamente británica la responsabilidad de lo que él sabía iba a ser una masacre terrible; era un crimen para el que necesitaba un socio.
Una operación al estilo de la Operación Trueno dañaría, por supuesto, cualquier instalación militar e industrial, así como la infraestructura de comunicaciones que hubiera en la ciudad que era su objetivo y, por consiguiente, supondría otro golpe para el ya tambaleante enemigo alemán. Pero cuando finalmente se lanzó esta operación con Dresde como objetivo, se hizo mucho menos para acelerar la derrota del enemigo alemán que para intimidar a los soviéticos. Utilizando la terminología de la escuela de sociología estadounidense del “análisis funcional”, golpear a los alemanes lo más duramente posible era la “función manifiesta” de la operación, mientras que intimidar a los soviéticos era su mucho más importante función “latente” u “oculta”. La destrucción masiva infligida a Dresde se planeó (en otras palabras, era “funcional”) no para infligir un golpe devastador al enemigo alemán, sino para demostrar al aliado soviético que los anglo-estadounidenses tenían un arma que el Ejército Rojo no podría igualar, sin importar lo poderoso que éste fuera y el éxito que éste tuviera contra los alemanes, y que tenían un arma contra la que los soviéticos no tenían defensas adecuadas.
Sin lugar a dudas, muchos generales y oficiales de alto rango estadounidenses y británicos eran conscientes de la función latente de la destrucción de Dresde y aprobaron esta empresa; también los comandantes locales de la RAF y la USAAF, así como los “maestros bombarderos” eran conscientes (después de la guerra dos de ellos afirmaron recordar que se les había dicho claramente que la intención de este ataque era “impresionar a los soviéticos con el poder destructor de nuestro Comando Bombardero”) [18]. Pero los soviéticos, que hasta el momento habían hecho la mayor contribución a la guerra contra la Alemania nazi y que por ello habían sufrido no sólo las mayores pérdidas sino que también habían tenido los éxitos más espectaculares, por ejemplo, en Stalingrado, gozaban de muchas simpatías entre el personal militar de baja graduación estadounidense y británico, incluyendo las tripulaciones de los bombarderos. Estas personas seguramente habrían desaprobado un plan para intimidar a los soviéticos y con toda seguridad un plan (la destrucción de una ciudad alemana desde el aire) que ellos tendrían que llevar a cabo. Por lo tanto, fue necesario camuflar el objetivo de la operación tras unas razones oficiales. En otras palabras, como no se podía decir la atroz función latente de la operación, había que inventarse una función manifiesta que se pudiera decir [ b ].
Y así se instruyó a los comandantes regionales y los maestros bombarderos para formular otros objetivos, que se esperaba fueran creíbles, por el bien de sus tripulaciones. En vista de ello podemos entender por qué las instrucciones dadas a las tripulaciones respecto a los objetivos eran diferentes de una unidad a otra y por qué a menudo fueron descabelladas e incluso contradictorias. La mayoría de los comandantes hicieron hincapié en los objetivos militares y citaron “blancos militares” indefinidos, hipotéticas “fábricas vitales de munición” y “depósitos de armas y suministros”, el supuesto papel de Dresde como “ciudad fortificada” e incluso la existencia en la ciudad de algún “cuartel general del ejército alemán”. Con frecuencia se hicieron también vagas alusiones a “importantes instalaciones militares” y a “depósitos de vagones y máquinas de tren” . Para explicar a las tripulaciones por qué se atacaba el centro de la ciudad y no los barrios periféricos industriales, algunos comandantes hablaron de la existencia en el centro de “cuarteles generales de la Gestapo” y de "una gigantesca fábrica de gas”. Algunos oradores o bien fueron incapaces de inventarse esos objetivos imaginarios o bien por alguna razón no deseaban hacerlo y dijeron escuetamente a sus hombres que se iban a arrojar las bombas en el “centro construido de la ciudad de Dresde” o, simplemente, “en Dresde” [19]. Destruir el centro de una ciudad alemana con la esperanza de provocar tanto daño como fuera posible a las instalaciones militares e industriales, y a las infraestructuras de comunicaciones resultó ser la esencia de la estrategia aliada, o al menos británica, de “bombardear una zona” [20]. Las tripulaciones de los bombarderos habían aprendido a aceptar este desagradable hecho de la vida, o más bien de la muerte, pero en el caso de Dresde muchos de ellos se sintieron incómodos. Cuestionaron las instrucciones respecto a los objetivos y tuvieron la impresión de que este ataque implicaba algo inusual y sospechoso, y de que sin lugar a dudas no era un asunto “de rutina”, tal como Taylor lo presenta en su libro. Por ejemplo, el radio-operador de un B-17 declaró en una comunicación confidencial que “ésta era la única vez” que “a [él] (y a otros) les parecía que la misión era inusual”. La angustia que experimentaron las tripulaciones quedó también ilustrada por el hecho de que en muchos casos unas órdenes del comandante no provocaron los tradicionales vítores de las tripulaciones sino que se recibieron con un silencio gélido [21].
Directa o indirectamente, con intención o sin ella, las instrucciones y órdenes dirigidas a las tripulaciones a veces revelaban la verdadera función del ataque. Por ejemplo, una directriz de la RAF a las tripulaciones de varios grupos de bombarderos emitida el día del ataque, el 13 de febrero de 1945, afirmaba de forma inequívoca que la intención era “enseñar a los rusos, cuando lleguen a la ciudad, lo que es capaz de hacer nuestro Comandante de Bombarderos” [22]. En esas circunstancias apenas es sorprendente que muchos miembros de las tripulaciones entendieran claramente que tenían que borrar Dresde del mapa para asustar a los soviéticos. Un miembro canadiense de la tripulación de un bombardero declararía después de la guerra a un historiador oral que estaba convencido de que el objetivo de bombardear Dresde había sido dejar claro a los soviéticos “que tenían que portarse bien, si no les íbamos a enseñar lo que también podíamos hacer a las ciudades rusas” [23].
Las noticias de la destrucción particularmente espantosa de Dresde también causaron un gran malestar entre civiles británicos y estadounidenses, que compartían la simpatía de los soldados por los aliados soviéticos y que tras conocer las noticias del ataque sintieron igualmente que esta operación rezumaba algo inusual y sospechoso. Las autoridades trataron de eliminar la inquietud del público explicando la operación como un esfuerzo para facilitar el avance del Ejército Rojo. En una conferencia de prensa de la RAF en el París liberado el 16 de febrero de 1945 se les dijo a los periodistas que la destrucción de este “centro de comunicaciones” situado cerca del “frente ruso” se había inspirado en el deseo de hacer posible que los rusos “continuaran su lucha con éxito”. Que esto era meramente una excusa inventada por lo que ahora se llama “vendedores de humo” [c] lo reveló el propio portavoz militar que reconoció sin convicción que él “creía” que la intención “probablemente” había sido ayudar a los soviéticos [24].
La hipótesis de que el ataque a Dresde fuera intimidar a los soviéticos explica no sólo la magnitud de la operación sino también la elección del objetivo. Para quienes planearon la Operación Trueno Berlín siempre se presentaba como el objetivo perfecto. Sin embargo, a principios de 1945 la capital alemana ya había sido bombardeada varias veces. ¿Se podía esperar que otro bombardeo aéreo, sin importar lo devastador que fuera, tuviera el efecto deseado sobre los soviéticos cuando luchara para abrirse camino hacia la capital [alemana]? La destrucción creada en 24 horas seguramente sería mucho más espectacular si el objetivo fuera una ciudad bastante grande, compacta y “virginal”, esto es, todavía no bombardeada. Dresde, afortunada por no haber sido bombardeada hasta entonces, era ahora lo suficientemente desafortunada para reunir todos esos criterios. Además, los comandantes británicos y estadounidenses esperaban que los soviéticos llegaran a la capital sajona en unos pocos días, por lo que podrían ver enseguida con sus propios ojos lo que la RAF y la USAAF podían lograr en una sola operación. Aunque el Ejército Rojo entró en Dresde mucho después de lo que los británicos y estadounidenses esperaban, es decir, el 8 de mayo de 1945, la destrucción de la capital capital sajona tuvo el efecto deseado. Las líneas soviéticas estaban situadas sólo a unos doscientos kilómetros de la ciudad de modo que los hombres del Ejército Rojo pudieron admirar el resplandor del infierno de Dresde en el horizonte nocturno. Supuestamente la tormenta de fuego era visible a una distancia de 300 kilómetros.
Si intimidar a los soviéticos se considera la [función] “latente”, en otras palabras, la función real de la destrucción de Dresde, entonces tiene sentido no sólo la magnitud de la operación sino también el momento en que se hizo. Al menos según algunos historiadores, se suponía que el ataque iba a tener lugar el 4 de febrero de 1945, pero debido a las inclemencias del tiempo se tuvo que posponer a la noche del 13 al 14 de febrero [25]. La Conferencia de Yalta empezó el 4 de febrero. Si los fuegos artificiales de Dresde hubieran tenido lugar ese día, podría haber dado qué pensar a Stalin en ese momento critico. El dirigente soviético, que volaba alto tras los recientes éxitos del Ejército Rojo, habría sido llevado a poner los pies en la tierra con esta proeza de las fuerzas aliadas y, por consiguiente, se habría vuelto un interlocutor menos confiado y más condescendiente en la mesa de la conferencia. Esta expectativa quedó reflejada claramente en un comentario hecho por un general estadounidense, David M. Schlatter, una semana después de que empezara la Conferencia de Yalta: “Creo que nuestras fuerzas aéreas son una fuerte baza con la que nos acercaremos a la mesa del tratado para la posguerra y que esta operación [el planeado bombardeo de Dresde y/o Berlín] se sumará poderosamente a su fuerza o, más bien, ayudará a que los rusos conozcan su fuerzas [26]”.
El plan de bombardear Dresde no se canceló sino que meramente se pospuso. El tipo de demostración de potencia militar que se suponía que era mantuvo su utilidad psicológica incluso después de terminada la Conferencia de Crimea. Se seguía esperando que los soviéticos entraran pronto en Dresde y así pudieran ver de primera mano la horrible destrucción que las fueras aéreas anglo-estadounidenses eran capaces de causar a una ciudad completamente arrasada en una sola noche. Después, cuando los bastante vagos acuerdos alcanzados en Yalta se tuvieran que poner en práctica, los “chicos del Kremlin” seguramente recordarían lo que habían visto en Dresde, sacarían útiles conclusiones de sus observaciones y se comportarían como Washington y Londres esperaban que hicieran. Cuando hacia el final de las hostilidades las tropas estadounidenses tuvieron la oportunidad de llegar a Dresde antes que los soviéticos, Churchill vetó lo siguiente: incluso a esas alturas, cuando Churchill estaba muy deseoso de que los anglo-estadounidenses ocuparan la mayor cantidad de territorio alemán posible, todavía insistió en que se debía permitir a los soviéticos ocupar Dresde, sin duda para que pudieran beneficiarse del efecto demostrativo del bombardeo.
Dresde fue arrasado para intimidar a los soviéticos con una demostración del inmenso poder destructivo que permitió a los bombarderos de la RAF y de la USAAF sembrar muerte y destrucción a cientos de kilómetros de sus bases y el trasfondo era claro: este poder destructivo se podría dirigir a la propia Unión Soviética. Esta interpretación explica las muchas particularidades del bombardeo de Dresde, como la magnitud de la operación, la unusual participación en una sola operación tanto de la RAF como de la USAAF, la elección de un objetivo “virginal”, la (buscada) enormidad de la destrucción, el momento del ataque y el hecho de que no se tocaran lo que supuestamente era crucialmente importante, la estación central y los barrios periféricos con sus fábricas ni tampoco el campo de aviación Luftwaffe. El bombardeo de Dresde tenía poco o nada que ver con la guerra contra la Alemania nazi: fue un mensaje anglo-estadounidense a Stalin, un mensaje que costó la vida de cientos de miles de personas. Más tarde ese mismo año siguieron dos mensajes codificados de manera similar aunque no muy sutiles que supusieron más víctimas, pero esta vez el objetivo fueron ciudades japonesas, y la idea era llamar la atención de Stalin sobre la letalidad de la terrible nueva arma estadounidense, la bomba atómica [27]. Dresde tenía poco o nada que ver con la guerra contra la Alemania nazi; tenía mucho que ver, si no todo, con un nuevo conflicto en el que el enemigo iba a ser la Unión Soviética. Había nacido la Guerra Fría en el espeluznante calor del infiero de Dresde, Hiroshima y Nagasaki.
* Jacques R. Pauwels es escritor nacido en Bélgica aunque reside en Canadá desde 1969. Es autor de El mito de la guerra buena : EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial, Hondarribia, Hiru, 2002; traducción de José Sastre.
Notas:
[1] Frederick Taylor, Dresden: Tuesday, February 13, 1945, Nueva York, 2004, pp. 354, 443-448; Götz Bergander, Dresden im Luftkrieg. Vorgeschichte, Zerstörung, Folgen, Weimar, 1995, capítulo 12 y especialmente pp. 210 ff., 218-219, 229;
“Luftangriffe auf Dresden”, [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] p. 9.
[2] Véase, por ejemplo, los comentarios hechos por el general Spaatz citados en Randall Hansen, Fire and fury: the Allied bombing of Germany, 1942-45, Toronto, 2008, p. 243.
[3] Taylor, p. 416.
[4] Taylor, pp. 321-322.
[5] Olaf Groehler, Bombenkrieg gegen Deutschland, Berlín, 1990, p. 414; Hansen, p. 245; “Luftangriffe auf Dresden”, [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] p.7.
[6] “Luftangriffe auf Dresden”, [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] p. 7.
[7] Taylor, pp. 152-154, 358-359.
[8] Eckart Spoo, “Die letzte der Familie Tucholsky”, Ossietzky, No. 11/2, junio de 2001, pp. 367-70.
[9] Taylor, p. 190; Groehler, pp. 400-401. Citando un estudio sobre Yalta, al autor británico del último estudio sobre el bombardeo aliado durante la Segunda Guerra Mundial señala que los soviéticos “claramente preferían mantener a la RAF y la USAAF lejos del territorio que pronto ocuparían”, véase C. Grayling, Among the Dead Cities: Was the Allied Bombing of Civilians in WWII a Necessity or a Crime?, Londres, 2006, p. 176.
[10] Alexander McKee, Dresden 1945: The Devil’s Tinderbox, Londres, 1982, pp. 264-265; Groehler, pp. 400-402.
[a] N. de la t.: En términos militares un saliente es un campo de batalla que se adentra en territorio enemigo y, por lo tanto está rodeado por el enemigo en tres de sus lados, lo que hace que las tropas que lo ocupan sean vulnerables. Esta batalla también se conoce como “Batalla de las Ardenas”.
[11] Véase, por ejemplo, Jacques R. Pauwels, The Myth of the Good War: America in the Second World War, Toronto, 2002, p. 98 ff. [Traducción al castellano, El mito de la guerra buena : EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial, Hondarribia, Hiru, 2002; traducción de José Sastre.]
[12] Ibid., p. 119.
[13] Richard Davis, “Operation Thunderclap”, Journal of Strategic Studies, 14:1, marzo de 1991, p. 96.
[14] Taylor, pp. 185-186, 376; Grayling, p. 71; David Irving, The Destruction of Dresden, London, 1971, pp. 96-99.
[15] Hansen, p. 241.
[16] Arthur Travers Harris, Bomber offensive, Don Mills/Ont., 1990, p. 242.
[17] McKee, pp. 46, 105.
[b] N. de la t.: el autor juega con los términos “unspeakable” (que significa inefable, pero también atroz) y “speakable”, término que no existe en inglés y resultaría de eliminar el prefijo privativo “un-” y vendría a significar “decible”.
[18] Groehler, p. 404.
[19] Ibid., p. 404.
[20] Los estadounidenses preferían el “bombardeo de precisión”, en teoría si no siempre en la práctica.
[21] Taylor, pp. 318-19; Irving, pp. 147-48.
[22] Cita de Groehler, p. 404.Véase también Grayling, p. 260.
[23] Citado en Barry Broadfoot, Six War Years 1939-1945: Memories of Canadians at Home and Abroad, Don Mills, Ontario, 1976, p. 269.
[c] N de la t.: El término empleado es “spin doctors” término anglosajón de difícil traducción que se refiere a los profesionales de la manipulación política con fines propagandísticos, tan en boga durante la “era Bush”.
[24] Taylor, pp. 361, 363-365.
[25] Véase,por ejemplo, Hans-Günther Dahms, Der Zweite Weltkrieg, segunda edición, Frankfurt am Main, 1971, p. 187.
[26] Citado en Ronald Schaffer, “American Military Ethics in World War II: The Bombing of German Civilians”, The Journal of Military History, 67: 2 de septiembre de 1980, p. 330.
[27] A. C. Grayling, por ejemplo, escribe en su último libro sobre el bombardeo aliado que “se ha reconocido que uno de los principales objetivos de los ataques con bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki era demostrar a los rusos la superioridad armamentística que habían alcanzado los estadounidenses [...]. En el caso de Dresde algo similar es desgraciadamente cierto”
Fuente: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Jacques R. Pauwels
Global Research
Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
La noche del 13 al 14 de febrero de 1945 la antigua y hermosa capital de Sajonia, Dresde, fue atacada tres veces, dos por la RAF [las Fuerzas Aéreas Británicas] y una por la USAAF, Fuerzas Aéreas de Estados Unidos, en una operación en la que participaron más de 1.000 bombarderos. Las consecuencias fueron catastróficas ya que el centro histórico de la ciudad quedó incinerado y perdieron la vida entre 25.000 y 40.000 personas [1]. Dresde no era un centro industrial o militar importante y, por lo tanto, no era un objetivo que mereciera el considerable e inusual esfuerzo conjunto estadounidense y británico que supuso el ataque. La ciudad tampoco fue bombardeada como represalia por anteriores bombardeos alemanes de ciudades como Rotterdam y Coventry. En venganza por la destrucción de estas ciudades, bombardeadas despiadadamente por la Luftwaffe en 1940, Berlín, Hamburgo, Colonia y otras muchas ciudades alemanas grandes y pequeñas ya habían pagado un alto precio en 1942, 1943 y 1944. Además, a principios de 1945 los comandantes aliados sabían perfectamente que ni siquiera el bombardeo aéreo más feroz lograría “aterrorizar [a los alemanes] hasta rendirse” [2], por lo tanto no es realista pensar que quienes planearon la operación tuvieran esta motivación. El bombardeo de Dresde parece, pues, que fue una masacre sin sentido y aparece como una tarea más terrible incluso que la devastación atómica de Hiroshima y Nagasaki que, por lo menos, se suponía habían llevado a la capitulación de Japón.
Sin embargo, en los últimos tiempos el bombardeo de países y ciudades se ha convertido en un acontecimiento casi cotidiano, no sólo justificado por nuestros dirigentes políticos sino también presentado por nuestros medios de comunicación como una empresa militar eficaz y un medio perfectamente legitimado de lograr objetivos que supuestamente merecen la pena. En este contexto, incluso el terrible ataque a Dresde ha sido rehabilitado por un historiador británico, Frederick Taylor, que argumenta que quienes planearon el ataque no tenían intención de provocar a la ciudad sajona esa descomunal destrucción, sino que ésta fue el resultado imprevisto de una combinación de desafortunadas circunstancias, incluyendo unas condiciones climatológicas perfectas y un sistema de defensas aéreas alemanas completamente inadecuado [3]. Sin embargo, la afirmación de Taylor la contradice un hecho, que él mismo cita en su libro, en concreto que aproximadamente 40 [bombarderos] “pesados” estadounidenses se desviaron de su ruta de vuelo y acabaron arrojando sus bombas en Praga en vez de en Dresde [4]. Si todo hubiera ocurrido como se había planeado, la destrucción de Dresde seguramente habría sido aún mayor de lo que fue. Por consiguiente, es obvio que se había buscado un grado de destrucción excepcionalmente grande. Más grave es la insistencia de Taylor en que Dresde constituía un objetivo legítimo ya que no sólo era un importante centro militar sino también un punto de cruce de primera categoría del tráfico por ferrocarril así como una importante ciudad industrial en la que gran cantidad de fábricas y talleres producían todo tipo de equipamiento fundamental desde el punto de vista militar. No obstante, una serie de hechos indican que estos objetivos “legítimos” apenas tuvieron peso en los cálculos de quienes planificaron el ataque. En primer lugar, no se atacó la única instalación militar verdaderamente importante, el aeródromo de la Luftwaffe situado a pocos kilómetros al norte de la ciudad. En segundo lugar, los aviones británicos que señalaban los objetivos a los bombarderos no marcaron como objetivo la supuesta crucialmente importante estación de tren. En vez de ello se ordenó a las tripulaciones que arrojaran sus bombas dentro de la ciudad, situada al norte de la estación [5]. A consecuencia de ello, aunque los estadounidenses bombardearon la estación y gran cantidad de personas murió allí, sus instalaciones sufrieron relativamente pocos daños estructurales, tan pocos que, de hecho, a los pocos días de la operación otra vez pudieron circular trenes que transportaban tropas [6]. En tercer lugar, la gran mayoría de las industrias militarmente importantes de Dresde no estaba situadas en el centro de la ciudad sino a las afueras, donde no se arrojaron bombas, al menos deliberadamente [7].
No se puede negar que Dresde, como cualquier otra ciudad alemana importante, contenía instalaciones militarmente importantes y que al menos algunas de estas instalaciones estaban situadas en el centro de la ciudad y, por lo tanto, fueron destruidas en el ataque, pero esto no lleva lógicamente a la conclusión de que el ataque se planeó con este propósito. También se destruyeron hospitales e iglesias, y murieron muchos prisioneros de guerra aliados que estaba casualmente en la ciudad, pero nadie argumenta que el ataque se hiciera para provocar eso. Del mismo modo, muchos judíos y miembros de la resistencia a los nazis de Alemania que esperaba ser deportados y/o exterminados pudieron escapar de la prisión durante el caos ocasionado por el bombardeo [8] pero nadie afirma que éste fuera el objetivo del ataque. Por tanto, no hay razón lógica para concluir que la destrucción de una cantidad desconocida de instalaciones militares de mayor o menor importancia fuera la razón del ataque. La destrucción de la industria de Dresde, como la liberación de unos cuantos judíos, sólo fue una consecuencia secundaria de la operación que no se había planeado.
Con frecuencia se sugiere, Taylor también, que el objetivo del bombardeo de la capital sajona era facilitar el avance del Ejército Rojo. Supuestamente los propios soviéticos habían pedido a sus socios occidentales durante la Conferencia de Yalta, celebrada del 4 al 11 de febrero de 1945, que debilitaran la resistencia alemana en el frente oriental por medio de ataques aéreos. Sin embargo, no existe prueba alguna que confirme esta afirmación. La posibilidad de ataques aéreos anglo-estadounidenses sobre objetivos del este de Alemania sí se discutió en Yalta, pero durante estas conversaciones los soviéticos expresaron su preocupación de que sus propias líneas fueran atacadas por los bombarderos, por lo que pidieron que la RAF y la USAAF no operaran demasiado al este [9] (el temor de los soviéticos a padecer el llamado “fuego amigo” no era infundado, como quedó demostrado durante el propio ataque a Dresde cuando una cantidad considerable de aviones bombardeó por error Praga, situada igual de lejos de Dresde de lo que estaban las líneas del Ejército Rojo). Fue en este contexto en el que un general soviético llamado Antonov expresó un interés general en “ataques aéreos que impidieran los movimientos del enemigo”, pero esto no se puede interpretar como una petición de imponer a la capital sajona (a la que, por cierto, no mencionó en absoluto) ni a cualquier otra ciudad alemana el tipo de tratamiento que recibió Dresde el 13-14 de febrero. Ni en Yalta ni en ninguna otra ocasión los soviéticos pidieron a sus aliados occidentales el tipo de ayuda aérea que supuestamente se materializara en forma de la devastación de Dresde. Es más, nunca dieron su aprobación al plan de bombardear Dresde, como a menudo se ha afirmado [10]. En cualquier caso, aun cuando los soviéticos hubieran pedido esa ayuda desde el aire, es extremadamente poco probable que los aliados hubieran respondido lanzando inmediatamente la potente flota de bombarderos que de hecho atacó Dresde.
Para entender por qué esto es así tenemos que examinar de cerca las relaciones entre los aliados a principios de 1945. Desde mediados a finales de enero los estadounidense seguían envueltos en las convulsiones finales de la “Batalla del Saliente” [a], una inesperada contraofensiva alemana en el frente occidental que les había causado grandes dificultades. Los estadounidenses, británicos y canadienses todavía no habían cruzado el Rin, ni siquiera habían alcanzado las riberas occidentales de este río, y todavía les separaban de Berlín más de 500 kilómetros. Mientras tanto, en el frente oriental el Ejército Rojo había lanzado una importante ofensiva el 12 de enero y avanzaba rápidamente a 100 kilómetros de la capital alemana. La resultante probabilidad de que los soviéticos no sólo tomaran Berlín sino que penetraran profundamente en la mitad occidental de Alemania antes de que acabara la guerra perturbaba enormemente a muchos dirigentes militares y políticos estadounidenses y británicos. ¿Es realista creer que en esas circunstancias Washington y Londres estuviera deseosos de posibilitar a los soviéticos hacer progresos aún mayores? Aunque Stalin hubiera pedido ayuda anglo-estadounidense, Churchill y Roosevelt le habrían proporcionado alguna ayuda simbólica, pero nunca habrían lanzado la operación masiva y sin precedentes combinada de la RAF y la USAAF que resultó ser el bombardeo de Dresde. Es más, atacar Dresde significaba enviar cientos de grandes bombarderos a más de 2.000 kilómetros a través del espacio aéreo enemigo, acercarse tanto a las líneas del Ejército Rojo que podían correr el riesgo de arrojar por error sus bombas sobre los soviéticos o de ser disparados por la artillería antiaérea soviética. ¿Se podía esperar que Churchill o Roosevelt invirtieran semejante cantidad de recursos humanos y materiales, y corrieran semejantes riesgos en una operación que haría más fácil al Ejercito Rojo tomar Berlín y posiblemente llegar al Rin antes de lo que lo hicieron? Tajantemente no. Los dirigentes políticos y militares estadounidenses y británicos sin lugar a dudas opinaban que el Ejército Rojo ya estaba avanzando bastante deprisa.
Hacia finales de enero de 1945 Roosevelt y Churchill se prepararon para viajar a Yalta para celebrar una reunión con Stalin. Habían solicitado esta reunión porque querían establecer acuerdos vinculantes sobre la Alemania de posguerra antes de que acabaran las hostilidades. Si estos acuerdos no existían, las realidades militares sobre el terreno determinarían quién iba a controlar qué partes de Alemania y parecía que para cuando los nazis capitularan finalmente, los soviéticos iba a controlar la mayor parte de Alemania, con lo que podrían determinar unilateralmente el futuro político, social y económico del país. Los propios Washington y Londres habían creado un fatídico precedente de este tipo de plan de acción unilateral cuando liberaron Italia en 1943 y negaron categóricamente a la Unión Soviética toda participación en la reconstrucción de ese país; lo mismo hicieron en Francia y Bélgica [11]. Stalin, que había seguido el ejemplo de sus aliados cuando liberó países en el este de Europa, obviamente no necesitaba o quería este acuerdo vinculante respecto a Alemania y, por lo tanto, esa reunión. Aceptó la propuesta, pero insistió en que el encuentro tuviera lugar en territorio soviético, en el balneario crimeo de Yalta. Contrariamente a las creencia convencionales sobre la Conferencia, Stalin demostraría ser de lo más complaciente y acceder a la fórmula propuesta por los británicos y estadounidenses, que era extremadamente ventajosa para ellos, es decir, la división de la Alemania de posguerra en zonas ocupadas, de las que sólo aproximadamente una tercera parte del territorio alemán (lo que luego serían “Alemania del este”) se asignaba a los soviéticos. Roosevelt y Churchill no podían haber previsto este afortunado resultado de la Conferencia de Yalta, de la que volvieron “con un ánimo exultante” [12]. Durante las semanas anteriores a la conferencia esperaban que el dirigente soviético fuera un interlocutor exigente y difícil, animado por los recientes éxitos del Ejército Rojo y por el hecho de gozar de una especie de ventaja en el juego. Había que encontrar una manera de hacerle volver a poner los pies en la tierra, de condicionarle para que hiciera concesiones a pesar de ser el favorito provisional del dios de la guerra.
Era de una importancia crucial dejar claro a Stalin que no se debía subestimar el poder militar de los aliados occidentales a pesar de los recientes reveses en las Ardenas belgas. Había que reconocer que el Ejército Rojo disponía de enormes masas de soldados de infantería, de excelentes tanques y de una artillería formidable, pero los aliados occidentales tenían en sus manos una baza militar que los soviéticos eran incapaces de igualar. Esta baza era su fuerza aérea, que contaba con la más impresionante colección de bombarderos que jamás había visto el mundo. Esta arma hacía posible que estadounidenses y británicos lanzaran los más devastadores ataques aéreos sobre objetivos que estaban muy lejos de sus propias líneas. ¿No resultaría más fácil negociar con Stalin en Yalta si se pudiera conseguir que fuera consciente de esto?
Fue Churchill quien decidió que la destrucción total de la ciudad alemana en las narices de los soviéticos, por así decirlo, enviaría el mensaje deseado al Kremlin. Durante cierto tiempo la RAF y la USAAF habían sido capaces de infligir golpes devastadores a cualquier ciudad alemana y se habían preparado meticulosamente planes detallados para esta operación conocida como “Operación Trueno”. Sin embargo, durante el verano de 1944, cuando el rápido avance desde Normandia hizo probable que la guerra se ganara antes de fin de año y ya se empezaba a pensar en la reconstrucción de posguerra, una operación al estilo de la Operación Trueno se había empezado a ver como un medio de intimidar a los soviéticos. En agosto de 1944 un memorandum de la RAF señalaba que “la devastación total del centro de una vasta ciudad [alemana] […] convencería a los aliados rusos […] de la eficacia de la potencia aérea anglo-estadounidense” [13].
A principios de 1945 ya no se consideraba necesaria la Operación Trueno para derrotar a Alemania. Pero hacia finales de enero de 1945, mientras se preparaba para viajar a Yalta, Churchill vio de pronto un gran interés en este proyecto, insistió en que se debía llevar a cabo inmediatamente y ordenó específicamente al jefe del Comando de Bombarderos de la RAF, Arthur Harris, que borrara del mapa una ciudad en el este de Alemania [14]. El 25 de enero el primer ministro británico indicó dónde quería que “se acribillara” a los alemanes, a saber, en algún lado “en su retirada [en dirección oeste] desde Breslau [ahora Wroclaw, en Polonia]” [15]. En términos de centros urbanos esto equivalía a deletrear D-R-E-S-D-E. El hecho de que el propio Churhill estuviera detrás de la decisión de bombardear una ciudad del este de Alemania también se daba a entender en la autobiografía de Arthur Harris, quien escribió que “en aquel momento gente mucho más importante que yo mismo consideraba que el ataque a Dresde era una necesidad militar” [16]. Es obvio que sólo personalidades del calibre de Churchill eran capaces de imponer su voluntad al zar de los bombardeos estratégicos. Como ha escrito el historiador militar británico Alexander McKee, Churchill “trató de escribir [una] lección en el cielo nocturno [de Dresde]” para los soviéticos. Sin embargo, puesto que la USAAF acabó implicándose también en el bombardeo de Dresde, podemos asumir que Churchill actuó con el conocimiento y aprobación de Roosevelt. Los socios de Churchill en lo más alto de la jerarquía tanto militar como política de Estados Unidos, incluyendo al general Marshall, compartían su punto de vista; como escribe McKee, estaban demasiado fascinados por la idea de “intimidar a los comunistas [soviéticos] aterrorizando a los nazis”[17]. La participación estadounidense en el ataque a Dresde no era verdaderamente necesaria porque sin lugar a dudas la RAF era capaz de borrar del mapa Dresde actuando en solitario. Pero el efecto de “exageración” resultante de una redundante contribución estadounidense era perfectamente funcional para el propósito de demostrar a los soviéticos lo letal que era el poderío aéreo anglo-estadounidense. También es probable que Churchill no quisiera que fuera exclusivamente británica la responsabilidad de lo que él sabía iba a ser una masacre terrible; era un crimen para el que necesitaba un socio.
Una operación al estilo de la Operación Trueno dañaría, por supuesto, cualquier instalación militar e industrial, así como la infraestructura de comunicaciones que hubiera en la ciudad que era su objetivo y, por consiguiente, supondría otro golpe para el ya tambaleante enemigo alemán. Pero cuando finalmente se lanzó esta operación con Dresde como objetivo, se hizo mucho menos para acelerar la derrota del enemigo alemán que para intimidar a los soviéticos. Utilizando la terminología de la escuela de sociología estadounidense del “análisis funcional”, golpear a los alemanes lo más duramente posible era la “función manifiesta” de la operación, mientras que intimidar a los soviéticos era su mucho más importante función “latente” u “oculta”. La destrucción masiva infligida a Dresde se planeó (en otras palabras, era “funcional”) no para infligir un golpe devastador al enemigo alemán, sino para demostrar al aliado soviético que los anglo-estadounidenses tenían un arma que el Ejército Rojo no podría igualar, sin importar lo poderoso que éste fuera y el éxito que éste tuviera contra los alemanes, y que tenían un arma contra la que los soviéticos no tenían defensas adecuadas.
Sin lugar a dudas, muchos generales y oficiales de alto rango estadounidenses y británicos eran conscientes de la función latente de la destrucción de Dresde y aprobaron esta empresa; también los comandantes locales de la RAF y la USAAF, así como los “maestros bombarderos” eran conscientes (después de la guerra dos de ellos afirmaron recordar que se les había dicho claramente que la intención de este ataque era “impresionar a los soviéticos con el poder destructor de nuestro Comando Bombardero”) [18]. Pero los soviéticos, que hasta el momento habían hecho la mayor contribución a la guerra contra la Alemania nazi y que por ello habían sufrido no sólo las mayores pérdidas sino que también habían tenido los éxitos más espectaculares, por ejemplo, en Stalingrado, gozaban de muchas simpatías entre el personal militar de baja graduación estadounidense y británico, incluyendo las tripulaciones de los bombarderos. Estas personas seguramente habrían desaprobado un plan para intimidar a los soviéticos y con toda seguridad un plan (la destrucción de una ciudad alemana desde el aire) que ellos tendrían que llevar a cabo. Por lo tanto, fue necesario camuflar el objetivo de la operación tras unas razones oficiales. En otras palabras, como no se podía decir la atroz función latente de la operación, había que inventarse una función manifiesta que se pudiera decir [ b ].
Y así se instruyó a los comandantes regionales y los maestros bombarderos para formular otros objetivos, que se esperaba fueran creíbles, por el bien de sus tripulaciones. En vista de ello podemos entender por qué las instrucciones dadas a las tripulaciones respecto a los objetivos eran diferentes de una unidad a otra y por qué a menudo fueron descabelladas e incluso contradictorias. La mayoría de los comandantes hicieron hincapié en los objetivos militares y citaron “blancos militares” indefinidos, hipotéticas “fábricas vitales de munición” y “depósitos de armas y suministros”, el supuesto papel de Dresde como “ciudad fortificada” e incluso la existencia en la ciudad de algún “cuartel general del ejército alemán”. Con frecuencia se hicieron también vagas alusiones a “importantes instalaciones militares” y a “depósitos de vagones y máquinas de tren” . Para explicar a las tripulaciones por qué se atacaba el centro de la ciudad y no los barrios periféricos industriales, algunos comandantes hablaron de la existencia en el centro de “cuarteles generales de la Gestapo” y de "una gigantesca fábrica de gas”. Algunos oradores o bien fueron incapaces de inventarse esos objetivos imaginarios o bien por alguna razón no deseaban hacerlo y dijeron escuetamente a sus hombres que se iban a arrojar las bombas en el “centro construido de la ciudad de Dresde” o, simplemente, “en Dresde” [19]. Destruir el centro de una ciudad alemana con la esperanza de provocar tanto daño como fuera posible a las instalaciones militares e industriales, y a las infraestructuras de comunicaciones resultó ser la esencia de la estrategia aliada, o al menos británica, de “bombardear una zona” [20]. Las tripulaciones de los bombarderos habían aprendido a aceptar este desagradable hecho de la vida, o más bien de la muerte, pero en el caso de Dresde muchos de ellos se sintieron incómodos. Cuestionaron las instrucciones respecto a los objetivos y tuvieron la impresión de que este ataque implicaba algo inusual y sospechoso, y de que sin lugar a dudas no era un asunto “de rutina”, tal como Taylor lo presenta en su libro. Por ejemplo, el radio-operador de un B-17 declaró en una comunicación confidencial que “ésta era la única vez” que “a [él] (y a otros) les parecía que la misión era inusual”. La angustia que experimentaron las tripulaciones quedó también ilustrada por el hecho de que en muchos casos unas órdenes del comandante no provocaron los tradicionales vítores de las tripulaciones sino que se recibieron con un silencio gélido [21].
Directa o indirectamente, con intención o sin ella, las instrucciones y órdenes dirigidas a las tripulaciones a veces revelaban la verdadera función del ataque. Por ejemplo, una directriz de la RAF a las tripulaciones de varios grupos de bombarderos emitida el día del ataque, el 13 de febrero de 1945, afirmaba de forma inequívoca que la intención era “enseñar a los rusos, cuando lleguen a la ciudad, lo que es capaz de hacer nuestro Comandante de Bombarderos” [22]. En esas circunstancias apenas es sorprendente que muchos miembros de las tripulaciones entendieran claramente que tenían que borrar Dresde del mapa para asustar a los soviéticos. Un miembro canadiense de la tripulación de un bombardero declararía después de la guerra a un historiador oral que estaba convencido de que el objetivo de bombardear Dresde había sido dejar claro a los soviéticos “que tenían que portarse bien, si no les íbamos a enseñar lo que también podíamos hacer a las ciudades rusas” [23].
Las noticias de la destrucción particularmente espantosa de Dresde también causaron un gran malestar entre civiles británicos y estadounidenses, que compartían la simpatía de los soldados por los aliados soviéticos y que tras conocer las noticias del ataque sintieron igualmente que esta operación rezumaba algo inusual y sospechoso. Las autoridades trataron de eliminar la inquietud del público explicando la operación como un esfuerzo para facilitar el avance del Ejército Rojo. En una conferencia de prensa de la RAF en el París liberado el 16 de febrero de 1945 se les dijo a los periodistas que la destrucción de este “centro de comunicaciones” situado cerca del “frente ruso” se había inspirado en el deseo de hacer posible que los rusos “continuaran su lucha con éxito”. Que esto era meramente una excusa inventada por lo que ahora se llama “vendedores de humo” [c] lo reveló el propio portavoz militar que reconoció sin convicción que él “creía” que la intención “probablemente” había sido ayudar a los soviéticos [24].
La hipótesis de que el ataque a Dresde fuera intimidar a los soviéticos explica no sólo la magnitud de la operación sino también la elección del objetivo. Para quienes planearon la Operación Trueno Berlín siempre se presentaba como el objetivo perfecto. Sin embargo, a principios de 1945 la capital alemana ya había sido bombardeada varias veces. ¿Se podía esperar que otro bombardeo aéreo, sin importar lo devastador que fuera, tuviera el efecto deseado sobre los soviéticos cuando luchara para abrirse camino hacia la capital [alemana]? La destrucción creada en 24 horas seguramente sería mucho más espectacular si el objetivo fuera una ciudad bastante grande, compacta y “virginal”, esto es, todavía no bombardeada. Dresde, afortunada por no haber sido bombardeada hasta entonces, era ahora lo suficientemente desafortunada para reunir todos esos criterios. Además, los comandantes británicos y estadounidenses esperaban que los soviéticos llegaran a la capital sajona en unos pocos días, por lo que podrían ver enseguida con sus propios ojos lo que la RAF y la USAAF podían lograr en una sola operación. Aunque el Ejército Rojo entró en Dresde mucho después de lo que los británicos y estadounidenses esperaban, es decir, el 8 de mayo de 1945, la destrucción de la capital capital sajona tuvo el efecto deseado. Las líneas soviéticas estaban situadas sólo a unos doscientos kilómetros de la ciudad de modo que los hombres del Ejército Rojo pudieron admirar el resplandor del infierno de Dresde en el horizonte nocturno. Supuestamente la tormenta de fuego era visible a una distancia de 300 kilómetros.
Si intimidar a los soviéticos se considera la [función] “latente”, en otras palabras, la función real de la destrucción de Dresde, entonces tiene sentido no sólo la magnitud de la operación sino también el momento en que se hizo. Al menos según algunos historiadores, se suponía que el ataque iba a tener lugar el 4 de febrero de 1945, pero debido a las inclemencias del tiempo se tuvo que posponer a la noche del 13 al 14 de febrero [25]. La Conferencia de Yalta empezó el 4 de febrero. Si los fuegos artificiales de Dresde hubieran tenido lugar ese día, podría haber dado qué pensar a Stalin en ese momento critico. El dirigente soviético, que volaba alto tras los recientes éxitos del Ejército Rojo, habría sido llevado a poner los pies en la tierra con esta proeza de las fuerzas aliadas y, por consiguiente, se habría vuelto un interlocutor menos confiado y más condescendiente en la mesa de la conferencia. Esta expectativa quedó reflejada claramente en un comentario hecho por un general estadounidense, David M. Schlatter, una semana después de que empezara la Conferencia de Yalta: “Creo que nuestras fuerzas aéreas son una fuerte baza con la que nos acercaremos a la mesa del tratado para la posguerra y que esta operación [el planeado bombardeo de Dresde y/o Berlín] se sumará poderosamente a su fuerza o, más bien, ayudará a que los rusos conozcan su fuerzas [26]”.
El plan de bombardear Dresde no se canceló sino que meramente se pospuso. El tipo de demostración de potencia militar que se suponía que era mantuvo su utilidad psicológica incluso después de terminada la Conferencia de Crimea. Se seguía esperando que los soviéticos entraran pronto en Dresde y así pudieran ver de primera mano la horrible destrucción que las fueras aéreas anglo-estadounidenses eran capaces de causar a una ciudad completamente arrasada en una sola noche. Después, cuando los bastante vagos acuerdos alcanzados en Yalta se tuvieran que poner en práctica, los “chicos del Kremlin” seguramente recordarían lo que habían visto en Dresde, sacarían útiles conclusiones de sus observaciones y se comportarían como Washington y Londres esperaban que hicieran. Cuando hacia el final de las hostilidades las tropas estadounidenses tuvieron la oportunidad de llegar a Dresde antes que los soviéticos, Churchill vetó lo siguiente: incluso a esas alturas, cuando Churchill estaba muy deseoso de que los anglo-estadounidenses ocuparan la mayor cantidad de territorio alemán posible, todavía insistió en que se debía permitir a los soviéticos ocupar Dresde, sin duda para que pudieran beneficiarse del efecto demostrativo del bombardeo.
Dresde fue arrasado para intimidar a los soviéticos con una demostración del inmenso poder destructivo que permitió a los bombarderos de la RAF y de la USAAF sembrar muerte y destrucción a cientos de kilómetros de sus bases y el trasfondo era claro: este poder destructivo se podría dirigir a la propia Unión Soviética. Esta interpretación explica las muchas particularidades del bombardeo de Dresde, como la magnitud de la operación, la unusual participación en una sola operación tanto de la RAF como de la USAAF, la elección de un objetivo “virginal”, la (buscada) enormidad de la destrucción, el momento del ataque y el hecho de que no se tocaran lo que supuestamente era crucialmente importante, la estación central y los barrios periféricos con sus fábricas ni tampoco el campo de aviación Luftwaffe. El bombardeo de Dresde tenía poco o nada que ver con la guerra contra la Alemania nazi: fue un mensaje anglo-estadounidense a Stalin, un mensaje que costó la vida de cientos de miles de personas. Más tarde ese mismo año siguieron dos mensajes codificados de manera similar aunque no muy sutiles que supusieron más víctimas, pero esta vez el objetivo fueron ciudades japonesas, y la idea era llamar la atención de Stalin sobre la letalidad de la terrible nueva arma estadounidense, la bomba atómica [27]. Dresde tenía poco o nada que ver con la guerra contra la Alemania nazi; tenía mucho que ver, si no todo, con un nuevo conflicto en el que el enemigo iba a ser la Unión Soviética. Había nacido la Guerra Fría en el espeluznante calor del infiero de Dresde, Hiroshima y Nagasaki.
* Jacques R. Pauwels es escritor nacido en Bélgica aunque reside en Canadá desde 1969. Es autor de El mito de la guerra buena : EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial, Hondarribia, Hiru, 2002; traducción de José Sastre.
Notas:
[1] Frederick Taylor, Dresden: Tuesday, February 13, 1945, Nueva York, 2004, pp. 354, 443-448; Götz Bergander, Dresden im Luftkrieg. Vorgeschichte, Zerstörung, Folgen, Weimar, 1995, capítulo 12 y especialmente pp. 210 ff., 218-219, 229;
“Luftangriffe auf Dresden”, [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] p. 9.
[2] Véase, por ejemplo, los comentarios hechos por el general Spaatz citados en Randall Hansen, Fire and fury: the Allied bombing of Germany, 1942-45, Toronto, 2008, p. 243.
[3] Taylor, p. 416.
[4] Taylor, pp. 321-322.
[5] Olaf Groehler, Bombenkrieg gegen Deutschland, Berlín, 1990, p. 414; Hansen, p. 245; “Luftangriffe auf Dresden”, [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] p.7.
[6] “Luftangriffe auf Dresden”, [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] p. 7.
[7] Taylor, pp. 152-154, 358-359.
[8] Eckart Spoo, “Die letzte der Familie Tucholsky”, Ossietzky, No. 11/2, junio de 2001, pp. 367-70.
[9] Taylor, p. 190; Groehler, pp. 400-401. Citando un estudio sobre Yalta, al autor británico del último estudio sobre el bombardeo aliado durante la Segunda Guerra Mundial señala que los soviéticos “claramente preferían mantener a la RAF y la USAAF lejos del territorio que pronto ocuparían”, véase C. Grayling, Among the Dead Cities: Was the Allied Bombing of Civilians in WWII a Necessity or a Crime?, Londres, 2006, p. 176.
[10] Alexander McKee, Dresden 1945: The Devil’s Tinderbox, Londres, 1982, pp. 264-265; Groehler, pp. 400-402.
[a] N. de la t.: En términos militares un saliente es un campo de batalla que se adentra en territorio enemigo y, por lo tanto está rodeado por el enemigo en tres de sus lados, lo que hace que las tropas que lo ocupan sean vulnerables. Esta batalla también se conoce como “Batalla de las Ardenas”.
[11] Véase, por ejemplo, Jacques R. Pauwels, The Myth of the Good War: America in the Second World War, Toronto, 2002, p. 98 ff. [Traducción al castellano, El mito de la guerra buena : EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial, Hondarribia, Hiru, 2002; traducción de José Sastre.]
[12] Ibid., p. 119.
[13] Richard Davis, “Operation Thunderclap”, Journal of Strategic Studies, 14:1, marzo de 1991, p. 96.
[14] Taylor, pp. 185-186, 376; Grayling, p. 71; David Irving, The Destruction of Dresden, London, 1971, pp. 96-99.
[15] Hansen, p. 241.
[16] Arthur Travers Harris, Bomber offensive, Don Mills/Ont., 1990, p. 242.
[17] McKee, pp. 46, 105.
[b] N. de la t.: el autor juega con los términos “unspeakable” (que significa inefable, pero también atroz) y “speakable”, término que no existe en inglés y resultaría de eliminar el prefijo privativo “un-” y vendría a significar “decible”.
[18] Groehler, p. 404.
[19] Ibid., p. 404.
[20] Los estadounidenses preferían el “bombardeo de precisión”, en teoría si no siempre en la práctica.
[21] Taylor, pp. 318-19; Irving, pp. 147-48.
[22] Cita de Groehler, p. 404.Véase también Grayling, p. 260.
[23] Citado en Barry Broadfoot, Six War Years 1939-1945: Memories of Canadians at Home and Abroad, Don Mills, Ontario, 1976, p. 269.
[c] N de la t.: El término empleado es “spin doctors” término anglosajón de difícil traducción que se refiere a los profesionales de la manipulación política con fines propagandísticos, tan en boga durante la “era Bush”.
[24] Taylor, pp. 361, 363-365.
[25] Véase,por ejemplo, Hans-Günther Dahms, Der Zweite Weltkrieg, segunda edición, Frankfurt am Main, 1971, p. 187.
[26] Citado en Ronald Schaffer, “American Military Ethics in World War II: The Bombing of German Civilians”, The Journal of Military History, 67: 2 de septiembre de 1980, p. 330.
[27] A. C. Grayling, por ejemplo, escribe en su último libro sobre el bombardeo aliado que “se ha reconocido que uno de los principales objetivos de los ataques con bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki era demostrar a los rusos la superioridad armamentística que habían alcanzado los estadounidenses [...]. En el caso de Dresde algo similar es desgraciadamente cierto”
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