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    "Origen del Manifiesto comunista" - texto de Jaime González - publicado en la revista mexicana Umbral en 1998

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    pedrocasca
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    "Origen del Manifiesto comunista" - texto de Jaime González - publicado en la revista mexicana Umbral en 1998  Empty "Origen del Manifiesto comunista" - texto de Jaime González - publicado en la revista mexicana Umbral en 1998

    Mensaje por pedrocasca Sáb Jul 07, 2012 11:28 pm

    Origen del Manifiesto comunista

    texto de Jaime González

    Publicado en la revista mexicana Umbral, No.10, junio-julio de 1998

    La aparición del Manifiesto fue precedida por la maduración de una vanguardia de trabajadores. Esta vanguardia, a su vez, se acopló a un descubrimiento revolucionario en el campo de las ideas: el que la producción económica y la estructura social derivada de ésta son la base sobre la cual se desarrollan tanto la historia como la producción intelectual de cada época. Al aplicar esta visión materialista al origen del Manifiesto mismo podemos rescatar su esencia y su vigencia. Cuando un movimiento sufre una conmoción de la magnitud y profundidad como la que en los últimos años ha sacudido al socialismo revolucionario, es preciso regresar a las raíces y revisar cuidadosamente los fundamentos originales. Del examen de estos fundamentos vamos a poder derivar la respuesta a una pregunta básica: ¿acaso las ideas que dieron origen al marxismo siguen teniendo vigencia en la actualidad?

    Por supuesto, este texto no pretende responder en forma acabada a una pregunta de semejante tamaño; pero lo que sí podemos hacer es tratar de exponer los trazos más importantes de los oríge­nes del Manifiesto, con lo cual pretende­mos acercarnos a las tendencias e ideas que ayudaron a forjarlo. Existen antece­dentes muy antiguos del movimiento igualitario; pero para llegar a la raíz más importante del movimiento socialista revolucionario no tenemos que remontarnos más allá de la revolución francesa que a fines del siglo dieciocho postuló la libertad, la fraternidad y la igualdad como principios básicos.

    No debe sorprendernos que los participantes plebeyos y radicales en ese movimiento hayan puesto énfasis precisamente en la igualdad. Es bajo esta bandera que Graco Babeuf trató de organizar en 1796 un movimiento conspirativo encaminado a hacer cumplir los principios de la revolución, especialmente en lo tocante a los intereses populares. Aún con sus elementos conspirativos y utópicos, la rebelión que encabezó Babeuf poseía ya elementos a los que propiamente podemos llamar comunistas: pretendía alcanzar el poder político mediante una insurrección popular (aunque apoyada por el ejército), y el ejercicio de este poder político iba a servir para el cumplimiento de las aspiraciones populares.

    La conspiración fue descubierta y Babeuf fue ejecutado en mayo de 1797. Pero uno de sus compañeros, Filipo Bounaroti, vivió para contar la odisea de los iguales.

    Babeuf tuvo en contra suya el hecho de que en 1796 el ímpetu de participación popular en la revolución ya se encontraba en declive; pero el problema fundamental de los iguales fue que se adelantaron a su época. La era de la revolución de los trabajadores estaba aún por llegar.

    No deja de ser revelador el hecho de que la revolución burguesa todavía no se había consolidado cuando los trabajadores pobres de las ciudades ya habían levantado la bandera del igualitarismo. En la introducción al Antidühring, Engels comenta que en todo gran movimiento burgués se desataban movimientos independientes por parte de la clase antecesora de los trabajadores modernos.

    Y esta no fue una característica exclusiva de la revolución francesa. En la revolución de Cromwell en la Inglaterra del siglo diecisiete encontramos a los diggers, un movimiento comunista campesino; en la guerra de independencia nortea­mericana encontramos a Tom Paine (autor original de "Los derechos del hombre") agitando por la participación popular, intentando encauzar un proceso en contra de la pobreza, y chocando siempre con los intereses conservadores que buscaban limitar los alcances de la revolución.

    En México tenemos un vivido ejemplo de igualitarismo en el artículo decimoquinto de los Sentimientos de la Nación, presentados por José María Morelos al Congreso de Chilpancingo en septiembre de 1813: "Que la esclavitud se proscriba para siempre, y lo mismo la distinción de castas, quedando todos iguales, y sólo distinguirá a un Americano de otro el vicio y la virtud."

    El comunismo obrero alemán

    Hay una razón, sin embargo, por la cual ponemos tanto énfasis en Babeuf: después de su muerte, un movimiento clandestino se encargó de mantener viva la llama del comunismo proletario en la Francia post-revolucionaria. La Societé des Saisons (Sociedad de las Estaciones), dirigida por Augusto Blanqui y Armand Barbés, fue una de varias organizaciones secretas que componían este movimiento.

    Sería en París, precisamente, donde exilados alemanes de la década de los mil ochocientos treinta se contagiarían del espíritu igualitario de los babeuvistes. En su Contribución a la historia de la Liga de los Comunistas, Engels nos narra que en 1836 los elementos proletarios (es decir, los trabajadores urbanos pobres) del exilio alemán formaron la Liga de los Justicieros. La comunidad de bienes, en oposición a la propiedad privada, era el corolario que derivaban de la igualdad. También eran internacionalistas (en los carnets de los miembros de la sociedad cultural pública que auspiciaron se encontraba la frase "Todos los hombres son hermanos", en veinte idiomas) y muy aguerridos: cuando los revolu­cionarios franceses de París protagonizaron un levantamiento en mayo de 1839, los justicieros alemanes compartieron las barricadas y los combates callejeros.

    También compartieron la derrota, que trajo consigo su encarcelamiento y una posterior expulsión del país. Karl Schapper y Heinrich Bauer trataron de volver a armar la Liga en Londres, donde se les unió un relojero llamado Joseph Molí. Engels nos narra el singular encuentro que tuvo con éstos: "Los conocí a los tres en Londres, en 1843; eran los primeros revolucionarios proletarios que veía; y, a pesar de lo mucho que por aquel entonces discrepaban en cuanto al detalle nuestra opiniones -pues a su limitado comunismo igualitario oponía yo todavía, en aquella época, una buena dosis de soberbia filosófica, no menos limitada-, jamás olvidaré la formidable impresión que aquellos tres hombres de verdad me causaron, cuando yo empezaba precisamente a hacerme hombre".

    Esta vertiente de trabajadores estaba destinada a aportar al Manifiesto su experiencia y su enfoque comunista, práctico e instintivo (recursos que son muy difíciles de adquirir, ya no digamos de documentar sistemáticamente).

    El comunismo de Marx y Engels

    Engels no aceptó la invitación de Schapper para unirse a la Liga de los Justicieros, pero el contacto perduró. Varias condiciones tenían que madurar para que el encuentro culminara en una fusión del componente proletario con el componente intelectual. Primero, la Liga iba a asimilar la dolorosa lección de la fallida insurrección de mayo de 1839: para el movimiento proletario, las conspiraciones e intentonas al estilo de Blanqui representaban un camino equivocado para alcanzar la revolución triunfante. Segundo, la colaboración de Carlos Marx y Engels comienza en el verano de 1844, y sería a partir de ese encuentro que se terminaría de cristalizar la concepción de la historia que iba a servir de fundamento para el programa del nuevo movimiento.

    En 1843 Engels vivía en Manchester, Inglaterra. Bajo el impacto de la revolución industrial y sus efectos sobre la sociedad comenzó a desarrollar una visión en la que los fenómenos económicos y los antagonismos de clase jugaban un papel decisivo.

    Descubrió que estos antagonismos de clase eran la base para la existencia de partidos políticos. Marx llegó independientemente a la misma conclusión, que expresó en artículos publicados en los Anales franco- alemanes en 1844. Anteriormente, en su Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, había llegado a la conclusión de que no era el Estado el que condicionaba y regulaba a la sociedad civil, sino, por el contrario, que eran las contradicciones en la sociedad las que determinaban la naturaleza del Estado.

    Para 1845, Marx había ya desarrollado una teoría materialista de la historia. Engels es un tanto modesto en cuanto a su propia contribución, cuando dice en el prefacio a la edición alemana de 1883 del Manifiesto: "La idea fundamental de que está penetrado todo el 'Manifiesto' -a saber: que la producción económica y la estructura social que de ella se deriva necesariamente en cada época histórica constituyen la base sobre la cual descansa la historia política e intelectual de esa época; que, por tanto, toda la historia (desde la disolución del régimen primitivo de propiedad común de la tierra) ha sido una historia de lucha de clases, de lucha entre clases explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas, en las diferentes fases del desarrollo social; y que ahora esta lucha ha llegado a una fase en que la clase explotada y oprimida (el proletariado) no puede ya emanciparse de la clase que la explota y oprime (la burguesía), sin emancipar, al mismo tiempo y para siempre, a la sociedad entera de la explotación, la opresión y las luchas de clases-, esta idea fundamental pertenece única y exclusivamente a Marx."

    Y en una nota de pié de página nos dice: "Hasta qué punto yo avancé independientemente en esta dirección puede versé mejor en mi 'Situación de la clase obrera en Inglaterra'... Pero cuando me volví a encontrar con Marx en Bruselas, en la primavera de 1845, él ya había elaborado esta tesis y me la expuso en términos casi tan claros como los que he expresado aquí".

    A partir de ese momento, la cimentación teórica estaba ya lista, aun cuando el Manifiesto no sería escrito sino hasta dos años más tarde. El aspecto sobresaliente de Marx y Engels, sin embargo, radica en que no se conformaron con profundizar su interpretación del mundo, sino que su esfuerzo más importante fue encaminado a crear una herramienta para cambiarlo.

    El encuentro

    En al primavera de 1847, Joseph Molí visitó a Marx en Bruselas y a Engels en París, para invitar a ambos y a sus seguidores a ingresar a la Liga de los Justicieros. El momento había llegado. Los trabajadores comunistas se habían convencido de abandonar sus tradi­ciones conspira ti vas; y los intelectuales, por su parte, estaban decididos a sacrificar todo en aras de llevar a la práctica las conclusiones revolu­cionarias a las que habían arribado.

    El congreso de la organización resultante tuvo lugar en el verano de ese mismo año: la Liga de los Comunistas se dio la finalidad de derrocar a la burguesía, poner al proletariado en el poder, suprimir la propiedad privada y superar la sociedad basada en antagonismos de clases. Ya no sería una organización conspirativa, sino de propaganda.

    Un segundo congreso, para refrendar los estatutos aprobados por el primero y pasados a los organismos de base para su discusión, discutió ampliamente la teoría expuesta por Marx. Es este segundo congreso el que encargó la redacción del Manifiesto a Marx y a Engels.

    La fundación de la Liga de los Comunistas fue eminentemente un encuentro entre revolucionarios: tanto los trabajadores comunistas como Marx y Engels, tenían una profunda convicción del poder progresivo y transformador de una revolución social. Es importante insistir sobre este tema, porque mucho de lo que se escribe sobre la obra de estos dos últimos deja a un lado o menosprecia su profundo carácter rebelde, que nunca se dejó llevar por la colaboración política con el sistema capitalista.

    Quienes pintan a Marx y a Engels como buenos muchachos académicos (sólo inquietos en el campo de las ideas), pretenden rebajar la potencia del elixir revolucionario para sólo exponerlos en una vitrina segura, donde podamos admirarlos sin poner en peligro la estabilidad social.

    Si bien es que la Liga haya descartado la idea de la revolución como resultado de una conspiración (de una "intentona", como le llama Engels); muy diferente es que haya aceptado una visión gradualista, y mucho menos electorera, como medio de transformación social. El penúltimo párrafo del capítulo II del Manifiesto es explícito: "Si en la lucha contra la burguesía el proletariado se constituye indefectiblemente en clase; si mediante la revolución se convierte en clase dominante y, en cuanto clase dominante, suprime por la fuerza las viejas relaciones de producción, suprime, al mismo tiempo que estas relaciones de producción, las condiciones para la existencia del antagonismo de clase y de las clases en general, y, por tanto, su propia dominación como clase."

    Este punto de vista sobre la revolución como el medio de transformación de la sociedad nunca fue abandonado por Marx o por Engels. Más bien podemos decir que toda la experiencia de su vida reforzó su convicción al respecto. En 1891 Engels solicitó, contra la opinión de la dirección del partido socialdemócrata alemán, la publicación de la Crítica del programa de Gotha, escrito por Marx en 1875. Un pasaje en particular refrenda su convicción sobre los medios necesarios para la transformación de la sociedad: "... es precisamente bajo esta última forma de Estado de la sociedad burguesa donde se va a ventilar definitivamente por la fuerza de las armas la lucha de clases".

    Habrá muchos participantes en los movimientos sociales que no estén de acuerdo con esta conclusión de Marx, y la realización de una revolución "por la fuerza de las armas" ciertamente representa un tema polémico (para decir lo menos); pero lo que no es válido es i proclamarse "marxista" y, al \ mismo tiempo, esconder una discrepancia con la concepción t revolucionaria de Marx.

    Las fuerzas subyacentes

    El Manifiesto no es meramente una proclama radical, ni está compuesto de frases panfletarias contra los usuales blancos del odio popular (contra los Carlos Salinas de su época, digamos).

    Tampoco fue un llamado desesperado de los pobres contra los ricos: es, más que nada, una invocación a aprovechar las fuerzas reales de la historia para alcanzar la liberación de la humanidad.

    Y no es fácil encontrar palabras para describir esta característica singular del Manifiesto: en un lenguaje directo y poderoso explica no sólo las tendencias económicas y sociales del capitalismo, sino que presenta una tesis científica sobre el mismo movimiento proletario que le dio origen. Explica su propia existencia, que se autoexplica como resultado de fuerzas económicas y sociales.

    Contrastemos esta visión con el uso muy extendido de presentar a el Manifiesto como resultado de una lucha entre las ideas conservadoras, las ideas moderadas y las radicales de su época. No podemos conformamos con semejante explicación.

    Todo aquel que se atreva a escarbar en las raíces del Manifiesto podrá percibir el torrente igualitario y combativo que encarnó en la Liga de los Comunistas. Podrá percibir también las fuerzas históricas que le dieron origen, y la titánica tarea intelectual que planteó: el aprovechamiento de estas mismas fuerzas para forjar la sociedad del futuro.

    Notas bibliográficas

    La cita completa del Antidühring, a la que hacemos referencia al principio del artículo, es como sigue: "Y aunque, en términos generales, la burguesía podía arrogarse el derecho a representar, en sus luchas con la nobleza, además de sus intereses, los de las diferente clases trabajadoras de la época, sin embargo, en todo gran movimiento burgués se desataban movimientos independientes de aquella clase que era la antecesora más o menos desarrollada del proletariado moderno" (Antidühring, pág. 20, Ediciones de Cultura Popular, México, 1977, tercera reimpresión).

    Inmediatamente después, comenta de pasada sobre el movimiento campesino anabaptista durante la Reforma en Alemania, sobre los levellers en Inglaterra y sobre Babeuf.

    George Novack hace un análisis más detallado sobre Francisco Noel (Graco) Babeuf en las páginas 81 a 86 de Democracy and Revolution (Pathfinder Press, NY, 1971. Hay edición en español. Publicada por editorial Fontamara en 1982). En las páginas 65 a 69 de este mismo libro describe el movimiento de los levellers y los diggers británicos del siglo diecisiete.

    Sobre Tom Paine, véanse las páginas 11 y 12 del prefacio del mismo libro. Adicionalmente, véase el artículo "Tom Paine Revolutionist" de Jean Tussey, en America's Revolutionary Heritage, editado por Novack (Pathfinder Press, NY, 1976). En cuanto a los Sentimientos de la Nación de José María Morelos, se puede encontrar la versión completa en la página 4196, Tomo VII, bajo el tema "Independencia", de la Enciclopedia de México (Secretaría de Educación Pública, México, 1987).

    Quien tenga la curiosidad de leerlos, se podrá dar cuenta que los "Senti­mientos. .." son muy avanzados también en otros aspectos ("...la Soberanía dimana directamente del pueblo", "que en la nueva legislación no se admita la tortura"...), pero no lo son en cuanto a la libertad religiosa ("Que la religión católica sea la única, sin tolerancia de otras") ni en lo tocante a la actitud del Estado hacia los extranjeros.

    La "Contribución a la historia de la Liga de los Comunistas" se puede encontrar en la página 338, Tomo II, de las Obras escogidas de Carlos Marx y Federico Engels (Ed. Progreso, Moscú, 1971).

    La cita de Engels sobre la visión materialista de la historia está tomada del prefacio a la edición alemana de 1883, que aparece en la página 9 de la edición en español del Manifiesto realizada por Editorial Progreso, Moscú. Utilizamos esta edición para las demás referencias a los prefacios, notas y & el Manifiesto mismo, debido a que ha sido la más ampliamente divulgada.

    La cita de Marx sobre la "fuerza de las armas" está tomada de las "Glosas marginales al programa del Partido Obrero Alemán" (también conocido como Crítica del programa de Gotha), que puede encontrarse en la pág. 25 del tomo II de las Obras escogidas. En la página 22 de estas Obras podemos encontrar un fragmento crucial a estas "Glosas marginales....", donde Marx critica el que "la 'organización socialista de todo el trabajo' no resulta del proceso revolucionario de transformación de la sociedad, sino que 'surge' de 'la ayuda de Estado',, ayuda que el Estado presta a cooperativas de producción 'llamadas a la vida' por él y no por los obreros. ¡Esta fantasía de que con empréstitos del Estado se puede construir una nueva sociedad como se construye un nuevo ferrocarril es digna de Lassalle!".

    Queda claro, pues, que la burda idea de transformar la sociedad mediante la fuerza del Estado (idea que ha contaminado tan profundamente al movimiento socialista) no proviene de Marx y de Engels, sino precisamente de sus detractores.



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