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Carlos Tena: "Hoy el enemigo del fascismo no es Lenin, sino el profeta Mahoma."
Leyendo el siempre tan divertido y estimulante blog de Carlos Tena me encontré con esta frase suya que, como musulmana y comunista, me impresionó muy gratamente. Luego he estado dándole vueltas porque quería ver si, aparte de una afirmación épatant, podía considerarse como un destello de verdad que pudiera iluminar mejor el peculiar estado de la lucha anticapitalista en el mundo.
La obra teórica de Marx fue fundamental para desmontar el mito de que el capitalismo es el sistema económico natural que se establece entre propietarios libres e iguales. Muy al contrario, dejó en evidencia que el capitalismo solo puede funcionar si la mayor parte de la población es expropiada violentamente de sus medios de producción, de modo que lo único que tengan de valor para vender sea "su propio pellejo", su fuerza de trabajo. El conocimiento y comprensión de qué es y cómo funciona el sistema económico es necesario para poder enfrentarse a él. Pero ¿cómo lograr que la masa de ciudadanos que no tienen nada que vender más que su pellejo adquieran este conocimiento?
Lenin ideó el sistema del partido de vanguardia. Consiste en formar militantes que permanezcan dentro de esa masa de proletarios pero que tengan las capacidades intelectuales y personales necesarias para concienciar al resto de sus compañeros. El partido de vanguardia debía estar sometido a una disciplina férrea para evitar los más que previsibles ataques en forma de infiltrados que intentarían debilitar desde dentro la estructura e ideas del partido. En la Rusia zarista el sistema funcionó bien y también tuvo un éxito similar posteriormente -con alguna que otra variante- en otros países como China, Vietnam o Cuba. En España estuvo a punto de triunfar y solo una larga y costosa intervención militar apoyada por las potencias capitalistas logró evitarlo.
Sin embargo cabe preguntarse por qué ese sistema tan exitoso en algunos países fracasó y sigue fracasando tenazmente en Europa o Norteamérica. Es indudable que casi todos los países de Europa occidental han tenido, antes y después de la 2ª Guerra Mundial, unos magníficos partidos de vanguardia, tanto por la formación intelectual de sus integrantes, como por su honestidad y capacidad de entrega y lucha. Podría responderse que la burbuja artificial del estado de bienestar en la que el sistema capitalista mundial mantuvo a Europa Occidental por miedo a la URSS fue la responsable. En aquellos años de la guerra fría, un proletario británico, francés o alemán podía llegar a ser conscientes de que sólo tenía para vender su fuerza de trabajo. Pero como aquella fuerza de trabajo era pagada artificialmente bien, no veían muchos motivos para iniciar una revolución. Podrían muy bien pensar: "Es verdad que no tengo nada con lo que ganarme la vida, salvo mi trabajo. Y también es verdad que eso, en teoría, podría ser aprovechado por mis jefes para explotarme. Pero en la práctica eso no ocurre: mis jefes son generosos, no abusan demasiado de su posición de poder y el estado además vela porque así sea." Así que ¿para qué iniciar una revolución?
Esta explicación, la implantación del estado del bienestar, sería más que suficiente para justificar el fracaso del sistema de Lenin en el primer mundo durante la Guerra Fría. Pero ¿por qué continúa fracasando en el tercer mundo o incluso en los países de Europa Oriental tras las contrarrevoluciones de 1989-1991?
Para el tercer mundo la respuesta podría muy bien consistir en que las condiciones infernales de absoluta destrucción, de caos, enfermedad y muerte imposibilitan cualquier revolución organizada. La necesidad es verdad que puede contribuir a estrechar las redes sociales. La esperanza o el recuerdo de tiempos mejores pudo permitir que la gente de Stalingrado o de Mauthausen no sucumbiese y perviviesen lazos de solidaridad. Pero el hambre arrastrada de generación en generación, en una población que ni ha conocido ni espera otra cosa, lo destruye todo, a los humanos y a sus redes sociales. Implantar un partido de vanguardia en un país en el que la enfermedad y el hambre no permiten a la mayoría de la población superar los 30 años de vida, es demencial. Es obvio que se necesitan unas mínimas condiciones previas.
Pero ¿cómo explicamos que en países depauperados pero no hambrientos y que han disfrutado no hace mucho de situaciones mucho mejores tampoco funcione el sistema de partido de vanguardia? Las crónicas que nuestro compañero José Luis Forneo nos envía desde Rumanía nos muestran a un país que gozaba hace solo 30 años, bajo la hoz y el martillo, de cosas como vivienda, educación y sanidad gratuítas y que hoy enfila un proceso de imparable empobrecimiento y destrucción de las mínimas garantías sociales. A pesar de ello, a pesar de incluso tener aun muy fresco en la memoria un sistema mejor, denominado oficialmente comunismo, los esfuerzos de la nueva vanguardia comunista rumana apenas pueden movilizar a un puñado de sus compatriotas.
Pero la cosa se hace aun más sorprendente si comprobamos que los países sudamericanos en los que en los últimos años se ha logrado alcanzar un sistema socialista o que avanza hacia el socialismo (Venezuela, Bolivia, Ecuador) el proceso no parece haber tenido nada que ver con lo indicado por Lenin.
De este repaso histórico y geográfico parece que cabe concluir que la concienciación necesaria para la revolución bajo el método explicado por Lenin funcionó en países y tiempos determinados, pero que no ha funcionado ni funciona en otras muchas situaciones. No quiero decir con esto, como se afirma tan alegremente por los anticomunistas, que las teorías marxistas-leninistas ya no funcionen. Marx sigue siendo la herramienta teórica clave para comprender qué es el capitalismo. Y quizá haya aportaciones teóricas de Lenin plenamente válidas hoy. Pero parece claro que su método para concienciar a las masas explotadas, tan exitoso en otras circunstancias, no es un metodo de validez universal.
Podríamos pasar ahora a sugerir dónde está el fallo, por qué el partido de vanguardia ya no funciona como en la Rusia de 1917, en la actual Rumanía, México o la India. Los motivos creo que son aquí netamente ideológico-culturales. Imaginemos la actividad de un miembro de la vanguardia comunista en la Rusia de hace un siglo, o en la España de los años 30. Lo vemos estudiando a Marx y a Lenin, participando en las movilizaciones sindicales como proletario que es, perfectamente al tanto de la teoría general marxista como de la realidad concreta de su fábrica o su latifundio. Lo vemos transmitiendo sus conocimientos de economía y política a sus compañeros, redactando octavillas. Hasta aquí en nada se diferenciaría de lo que intenta hacer un comunista de vanguardia de hoy. Pero imaginemos ahora a los compañeros a los que ese comunista de hace un siglo se dirigía. La mayoría de ellos nunca habrá acudido a una escuela, o lo habrá hecho apenas unos meses. Aunque algunos sepan leer, su nivel económico y sus agotadoras jornadas de trabajo les impiden el acceso a esas diversiones de las que gozan las familias de propietarios: periódicos, revistas, obras de teatro, libros... Una octavilla, un periódico, una charla sobre economía, sobre historia o sobre filosofía, no digamos ya un libro, eran para estos proletarios de hace cien años artículos de lujo. Sus mentes, despiertas y vírgenes, como las de un campo fértil sin explotar, captaban enseguida el contenido de aquellas octavillas, leídas por la noche, a la luz de un candil, con el interés con el que se hacen las cosas nuevas y prohibidas. No solo captaban su contenido intelectualmente, además, se hacían cargo de él, y ésto es lo más importante. Lo que las octavillas o los mítines del camarada decían interpelaban directamente a la conciencia de los obreros, les movían a la acción, porque a esos obreros nunca nadie se había ocupado de explicarles nada, de abrirles los ojos a la historia, a la ciencia, a la idea de la dignidad del hombre. Era como la lluvia cayendo en una tierra sedienta: hasta la última gota de esas ideas fue aprovechada para dar el fruto de una revolución.
Así eran los compañeros a los que se dirigían las vanguardias del partido hace cien años en Rusia o España. Pero ¿son así los compañeros del año 2011 en Rumanía, en México, en Colombia? En absoluto. El sistema capitalista ha aprendido muy bien la lección de la Revolución Rusa y le ha puesto remedio con un invento que ideó la Alemania nazi y que perfeccionó y globalizó EE.UU.: el bombardeo de información a la población depauperada. Un aparato de TV en cada favela, podría ser su lema. Cuando el camarada del partido de vanguardia llega con su octavilla a esa favela, la familia ya ha recibido infinidad de folletos publicitarios a todo color y que prometen cosas mucho más bonitas y divertidas que Marx y su revolución; ya han recibido la visita de varios predicadores evangelistas que les han prometido la felicidad de un modo más cómodo, pacífico y espiritual, ya han recibido la visita de varios candidatos políticos que les han prometido agua corriente y recogida de basuras sin que ellos tengan que preocuparse nada... Y si no han recibido visitas, ya habran visto miles y miles de horas de ideología capitalista en una TV que muestra todo de manera sencilla, colorista y excitante. La labor del partido de vanguardia de Lenin en este contexto está condenada al fracaso.
Pero hay todo un mundo que parece, al menos en su mayor parte, inmune a esta inundación de basura ideológica via mass media: los paises de tradición islámica. En estos países EE.UU. no ha podido operar con la facilidad con que lo ha hecho en el resto de África. El petróleo y el valor geoestratégico de Oriente Medio no han podido expropiarse con la absoluta brutal impunidad con la que se saquean, por ejemplo, las inmensas riquezas de el Congo. Los países islámicos por alguna razón presentan una enorme resistencia a ser tercermundizados. El caso de Somalia es paradigmático. Son países que han llegado al siglo XX en una situación de subdesarrollo tecnológico y de dependencia colonial no distinta a la de los países del África subsahariana, pero a los que no ha sido fácil sumir en el caos. Porque el caos es la situación ideal para el capitalismo, como muestra el libro La doctrina del shock, de Naomi Klein. EE.UU. solo ha podido lograr gobiernos aliados a sus intereses, pero, al fin y al cabo, gobiernos con cierto grado de soberanía. Los países del Magreb, con sus dictaduras y monarquías aliadas de EE.UU., o incluso el reino medieval de Arabia Saudí y sus diversos emiratos despóticos deben ser tratados por EE.UU. como países soberanos y aliados, no como países caóticos en los que se puede entrar a robar impunemente. Precisamente ésto es lo que se está intentando lograr ahora con las revoluciones en Túnez, Egipto, Argelia, Libia, etc. Se intenta mandar de una vez por todas a esos países al grupo del tercer mundo, países sin gobierno, sin ley, sin estado: países caóticos que son el paraíso del capitalismo. Pero la experiencia de Palestina, Afganistán o Irak nos habla de que eso no es tan fácil. Estos países son hoy un caos, sí, pero el capitalismo no acaba de operar con comodidad en ese caos, precisamente porque algo llamado Islam está ahí logrando dos cosas. Primero, resistir sobrehumanamente a años y años de brutal represión. Segundo, mantener unas redes sociales, una organización, una unidad contra las que nada pueden las torturas o las emisiones de TV.
En la República de Irán, el Islam, en su vertiente chií, que acepta el martirio como algo consustancial a la lucha por la justicia social, la rebelión contra el capitalismo ha cristalizado en un gobierno joven y fuerte que se atreve a plantar cara, también militarmente, a la apisonadora bélica capitalista. Sus ciudadanos, a pesar del bombardeo mediático, parecen inmunes a la propaganda occidental. No desean, como la mayoría de los alemanes del este o los rumanos de 1970, vestir, pensar y vivir como los norteamericanos. Alguien podrá decir que los iraníes no desean seguir el American Way of Life porque la censura les impide conocerlo. Pero, supuesto que tal censura existiese, también existía en los países socialistas y de nada servía para impedir que buena parte de los ciudadanos de aquellas repúblicas se creyeran el cuento de que al otro lado del telón de acero todo era lujo y libertad. Lo realmente significativo es que, aunque los palestinos, los afganos, los iraníes o los iraquíes creyesen toda esa propaganda, no por ello desearían cambiar sus ideas, sus valores, sus costumbres. A esta impermeabilidad a la propaganda capitalista es a lo que nuestros medios de comunicación llaman fanatismo.
Si, como reciente conversa al Islam se me preguntase ¿qué tiene entonces el Islam que protege tan eficazmente contra la tentación del American Way of Life, que logra mantener redes sociales en las situaciones más parecidas al infierno, que logra avivar la esperanza allí donde ya nada invita a ella, que permite a sus fieles preferir un pasaje del Corán a un late night show?
Si se me preguntase eso no sabría qué contestar. Lo considero un milagro.
Última edición por Dietzgen el Lun Jul 30, 2012 5:54 pm, editado 1 vez (Razón : Pongo el enlace del blog de dónde he sacado el artículo, que se me había olvidado.)