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    Anarco-colectivistas

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    Mensaje por el_republicano2 Dom Feb 21, 2010 2:00 am

    Bueno, si alguien tiene información sobre esta corriente del anarquismo que la cuelgue aquí.
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    Mensaje por RDC Dom Feb 21, 2010 12:48 pm

    El anarquismo colectivista o anarcocolectivismo es una de las escuelas clásicas del anarquismo. Es una corriente de pensamiento acerca de la economía. La propiedad de los medios de producción, distribución y cambio debe ser social y administrada colectivamente por los propios trabajadores reunidos en pequeñas asociaciones por afinidad mientras que cada uno de ellos produce según su voluntad (o según lo acordado) y cada uno debe recibir el producto íntegro de su trabajo según su mérito particular. Estas asociaciones a su vez estarían confederadas a través del principio federativo. Pero este sistema federal debe dejar, según los colectivistas, autonomía a las asociaciones que autogestionan los medios de producción.

    Fue defendido por, entre otros Mijaíl Bakunin (quien enunció sus principos), James Guillaume o Ricardo Mella. Sus seguidores fueron expulsados de la Primera Internacional por las discrepancias con Karl Marx a la hora de afrontar los problemas del proletariado. Las ideas de Bakunin en contra del Estado y la necesidad de la acción directa forjaron esas discrepancias con la consiguiente creación del anarquismo militante como movimiento obrero internacional organizado. El anarcosindicalismo será luego la forma de llevar a cabo varias de estas ideas.


    Principios básicos

    Los principales postulados del anarquismo colectivista son los que siguientes:

    *Abolición del Estado al pensarse que éste estará siempre corrupto y en manos de una clase privilegiada.

    *La autoridad tiene que ser el espíritu público y colectivo. Respeto humano.

    *Igualdad, libertad, fraternidad.

    *Destrucción de todas las instituciones de la desigualdad, la fundación de la igualdad económica y social de todos. Sobre esta base se elevarán la libertad y la moralidad y se construirá la humanidad solidaria.

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    Mensaje por RDC Dom Feb 21, 2010 1:04 pm

    Imagínese el efecto que produciría en Europa un telegrama publicado por los periódicos, concebido en los siguientes términos: “Los insurrectos de París, Lyon, Viena, etc., se han apoderado de los bancos; han proclamado las fábricas, los ferrocarriles, propiedad común y discuten en estos momentos los medios de organizar el trabajo en común”. Se comprende el efecto de este telegrama, sobre todo si añade que han tenido lugar algunas venganzas populares. Ocultaríase el capital; perderíanse los pedidos y, con ellos, las industrias. La materia primera que desde el Japón, la China, los Estados-Unidos y Brasil se dirige hoy á nuestros centros industriales no llegaría, y toda vez que ello no se compra con oro, porque la moneda no bastaría para cubrir la centésima parte de las transacciones, sino con letras de cambio, y el crédito desaparecería, á menos que sobre toda la superficie de la tierra se haga la Revolución Social á una hora fija, suposición absurda é inadmisible, todas nuestras grandes industrias se paralizarían de repente. Todo lo que hacía vivir á millones de seres humanos se paralizaría.

    La Revolución es la Revolución, y ante ella no basta esconder la cabeza entre la arena como hace el avestruz cuando el simoun amenaza, creyendo huir del peligro sólo con no verle.

    Paralización de los cambios; paralización de la industria; carencia absoluta de jornales; la negra miseria al cabo de quince días. He aquí lo que ha de preverse, en lugar de mecerse en ilusiones.

    Es muy bonito decir: el Estado, ó la Commune, ó las corporaciones obreras federadas van á reorganizar la industria. ¿Quién es, pues, ese señor Estado? Quinientos individuos salidos de las loterías electorales o llevados al poder por la Revolución: los unos predicando el respeto á la propiedad; los otros no queriendo comprometerse; los terceros, nulidades ambiciosas, y algunos hombres honrados entre ellos; que charlan y disputan sin llegar jamás á entenderse sobre ningún asunto, como en el Consejo de la Commune de 1781. O sino, una reunión de concejales que repiten en pequeño la comedia de los grandes parlamentos. O en fin, corporaciones obreras en las cuales el elemento revolucionario se encuentra sumido en un medio, muy honrado sin duda, pero muy poco revolucionario. Y sobre todo, nótese bien, que no se puede reimpulsar la industria, porque ésta se halla fundada sobre la explotación burguesa, sobre el crédito burgués, y sobre las transacciones y las necesidades de los burgueses; en tanto que todo debe reconstruirse sobre una base nueva: las necesidades de las masas.

    Los bonos de trabajo de Proudhon, tomados hoy por su cuenta por los marxistas, es una cosa hermosa en el papel y aun podría parecer excelente á quien no se fijase mucho, al que sueña que ha de llegar un día en que quedando todo del mismo modo, salvo la expulsión del burgués, cada uno irá á la misma fábrica donde después de su jornada se le dará un bono que representará “el valor íntegro de su trabajo” -frase de efecto que se repite sin preguntarse lo que significa- y con ese bono de trabajo escogerá en los almacenes un pañuelo para su mujer, pan para sus hijos ó vino puro para la comida.

    ¡Pura utopía!

    No obstante, pasemos por la utopía: admitamos por un momento que todo esto es realizable; que se encontrarán los medios de procurarse en seguida la primera materia y los compradores para los objetos de lujo y de exportación que se continúen fabricando; pero que se admita al menos que ha de invertirse tiempo en organizarlo.

    He aquí entonces nuestra pregunta: ¿Qué comerá el obrero durante ese tiempo? ¿Dónde habitará? ¿Con qué calzará sus hijos? El calzado pronto se gasta, y es preciso comer todos los días. ¿Qué hará el trabajador mientras esos señores organizan su producción y sus bonos de trabajo?

    ¿Morirá de hambre para dar gusto á los teóricos?

    Muy al contrario: creemos que en el curso de los tres ó cuatro primeros días á contar desde el momento en que se haya dado el primer paso hacia la Revolución Social es preciso que los que han sufrido á consecuencia del orden burgués se aperciban que la Revolución marcha en una nueva vía: que ha llegado su hora.
    Se proclamó la Commune el 18 de Marzo, y, á nuestro juicio, fue necesario que el 19 no hubiese ya una sola familia trabajadora que no sintiese los efectos de la Revolución en forma de bienestar; que no hubiese un solo individuo obligado á dormir al sereno ó sobre un mal jergón, bajo un techo con goteras. La Commune entonces hubiese tenido doscientos mil combatientes en lugar de diez mil y hubiese sido invencible hasta frente á los cañones prusianos.

    Por eso decimos: si la Revolución será ahogada en sangre o, despreciando los bonos de trabajo por los “servicios efectuados” a la sociedad, proclamará: Todos, por el hecho de hallarnos aquí, tenemos derecho á una habitación saludable; todos, en tanto que formamos parte de la ciudad rebelde, tenemos derecho á satisfacer nuestra hambre; tenemos tantas casas edificadas, tanto trigo en los almacenes, tantas reses en el matadero, todo es de todos; arreglémonos para hartar á los que lo necesitan; abriguemos á los que carecen de abrigo.

    En cuanto á saber si mañana tal trabajador tendrá la dicha de ocupar un empleo útil, ó si á la noche llevará á su casa ó no un bono de trabajo, ya se verá después cuando el trabajo se haya organizado de manera que cada miembro social encuentre trabajo útil que hacer; en espera de esto, tratemos de que todos coman, y cuando todos hayan comido, entonces veremos lo que convenga y lo que no convenga producir; ya veremos si se producen demasiados géneros de algodón y poco pan, sobra de muebles incrustados y poca cantidad de sencillas y buenas sillas que escasean en la familia del trabajador.

    En lugar de aceptar la industria como los burgueses la han fundado, modelaremos nuestra industria y nuestra producción sobre nuestras necesidades.
    Por eso afirmamos que el comunismo se impondrá desde los primeros momentos de la Revolución Social.

    Vemos las cosas como son, no á través de los espejuelos de Adam Smith ni de Marx, su continuador; por eso somos comunistas.

    Artículo anarco-colectivista de 1887.

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