El desarrollo y la extensión de la teoría de la revolución permanente de León Trotzki
Este artículo es una traducción ligeramente editada de Workers Vanguard (periódico de nuestros camaradas de la Spartacist League/U.S.); fue publicado originalmente en cuatro entregas (WV No. 901-904 [26 de octubre a 7 de diciembre de 2007]).
Este mes marca el 90 aniversario de la Revolución Rusa dirigida por el Partido Bolchevique de V.I. Lenin y León Trotsky. La Revolución de Octubre fue el evento definitorio del siglo XX. Espoleada especialmente por la carnicería de la Primera Guerra Mundial, la clase obrera tomó el poder estatal, estableciendo la dictadura del proletariado. Al hacerlo, el proletariado multinacional de Rusia no sólo se liberó a sí mismo de la explotación capitalista, sino que dirigió al campesinado, las minorías nacionales y todos los oprimidos a expulsar la tiranía feudal y la esclavitud imperialista.
El joven estado obrero llevó a cabo una revolución agraria y reconoció el derecho a la autodeterminación de todas las naciones de lo que había sido la cárcel de los pueblos zarista. El régimen soviético sacó a Rusia de la guerra mundial interimperialista e inspiró a los obreros con conciencia de clase de otros países a tratar de seguir el ejemplo bolchevique. La III Internacional (Comunista), o Comintern, que celebró su congreso inaugural en Moscú en 1919, se fundó para dirigir al proletariado internacionalmente en la lucha por la revolución socialista.
La Revolución de Octubre fue una magnífica confirmación de la teoría y perspectiva de la revolución permanente desarrollada por Trotsky. En su obra de 1906, Resultados y perspectivas, Trotsky predijo que, pese a su atraso económico, dado que Rusia ya formaba parte de una economía capitalista mundial que estaba madura para el socialismo, los obreros podrían llegar al poder ahí sin pasar por un periodo extenso de desarrollo capitalista. De hecho, los obreros tendrían que llegar al poder para que Rusia se liberara de su pasado feudal. La unión del programa de Trotsky de la revolución permanente con la obstinada lucha de Lenin por construir un partido de vanguardia programáticamente forjado y probado contra todas las formas de reconciliación con el orden capitalista fue central para el triunfo bolchevique de 1917.
Justo antes de la aparición de Resultados y perspectivas, la Revolución Rusa de 1905 había sacudido al imperio zarista hasta sus cimientos y había traído a primer plano un intenso debate sobre el curso futuro de los acontecimientos revolucionarios. Rusia era una potencia imperialista, pero también el eslabón más débil de la cadena imperialista, sometida a una monarquía absoluta, una osificada aristocracia terrateniente y una enorme iglesia estatal ortodoxa rusa.
Las jóvenes y vibrantes burguesías de la Inglaterra del siglo XVII y la Francia del siglo XVIII se habían puesto al frente de las masas urbanas y rurales en revoluciones democrático-burguesas que barrieron las trabas feudales al desarrollo del capitalismo moderno y que darían lugar a un proletariado industrial. Pero la tardíamente formada burguesía rusa —subordinada a los industriales y banqueros extranjeros, y atada por mil lazos a la aristocracia— era débil y cobarde, y temía que ella misma sería también barrida si las masas obreras y campesinas se levantaran contra la autocracia zarista.
Refiriéndose a esta contradicción, Trotsky argumentaba, como lo resumiría luego en su artículo de agosto de 1939 “Tres concepciones de la Revolución Rusa”:
“La victoria total de la revolución democrática en Rusia es inconcebible de otra manera que a través de la dictadura del proletariado apoyada en el campesinado. La dictadura del proletariado, que inevitablemente pondrá a la orden del día no sólo tareas democráticas sino también socialistas, dará al mismo tiempo un poderoso impulso a la revolución socialista internacional. Sólo el triunfo del proletariado en Occidente evitará la restauración burguesa y permitirá construir el socialismo hasta sus últimas consecuencias.”
Tal y como habían anticipado los bolcheviques, la Revolución de Octubre inspiró levantamientos proletarios en Europa, particularmente en Alemania, así como luchas anticoloniales y de liberación nacional en Asia y otros lugares. Sin embargo, pese al fermento revolucionario, el proletariado no llegó al poder en ninguno de los países capitalistas avanzados de Occidente. Rusia, desangrada por la guerra imperialista y la sangrienta Guerra Civil que estalló a pocos meses de la toma del poder por los bolcheviques, siguió aislada. Las condiciones de enorme escasez material produjeron fuertes presiones objetivas hacia el burocratismo. El que no se lograra consumar una oportunidad excepcional para la revolución socialista en Alemania en 1923 permitió una restabilización del orden capitalista mundial y llevó a una profunda desmoralización de los obreros soviéticos. Esto facilitó una contrarrevolución política y el ascenso de una casta burocrática privilegiada en torno a Iosif Stalin.
A finales de 1924, Stalin promulgó el dogma del “socialismo en un solo país”. Esto hacía una burla del entendimiento marxista de que el socialismo —una sociedad sin clases y de abundancia material— sólo podrá construirse sobre la base de la tecnología más moderna y de una división internacional del trabajo, lo que requerirá revoluciones proletarias en al menos algunos de los países capitalistas más avanzados. Stalin y sus secuaces suprimieron la democracia proletaria y, con los años, transformaron a la Internacional Comunista de un organizador de la revolución socialista mundial en su antítesis, estrangulando posibilidades revolucionarias en el extranjero con la esperanza de convencer al imperialismo mundial de que dejara en paz a la URSS. La degeneración estalinista del estado obrero soviético y la Comintern no triunfó sin resistencia. Retomando la bandera bolchevique del internacionalismo proletario y revolucionario, Trotsky y sus partidarios lucharon contra el dogma nacionalista del “socialismo en un solo país”.
Las décadas de traiciones, mentiras y mala administración burocrática estalinistas terminaron por abrir las puertas a las fuerzas de la restauración capitalista patrocinadas por el imperialismo, lo que culminó en el derrocamiento contrarrevolucionario del estado obrero degenerado soviético en 1991-92. El estado obrero que la Revolución de Octubre erigió ya no existe. Pero sigue siendo vital que los obreros con conciencia de clase y los intelectuales izquierdistas estudien la Revolución Bolchevique de 1917, el mayor éxito del proletariado mundial y la mayor derrota del imperialismo de todos los tiempos.
De la Rusia zarista a la Sudáfrica postapartheid
Trotsky formuló su teoría con respecto a la Rusia zarista. Pero la historia habría de demostrar que las condiciones que hicieron de Rusia un país maduro para la toma proletaria del poder en 1917 serían repetidas a grandes rasgos en países coloniales y semicoloniales incluso más atrasados, conforme el capitalismo imperialista extendía sus tentáculos hacia regiones cada vez más remotas del globo. Esto se vio decisivamente en China, donde un joven proletariado urbano había surgido en los años de la Primera Guerra Mundial y su secuela. Pero, a diferencia de la Revolución Bolchevique, la Revolución China de 1925-27 sucumbió en una sangrienta derrota. La razón crucial, como se detallará más adelante en este artículo, fue que el proletariado estaba subordinado a la burguesía en lugar de estar luchando por el poder en su propio nombre y dirigiendo a la masa del campesinado. Sacando las lecciones de esa derrota, en La Tercera Internacional después de Lenin (1928) y La revolución permanente (1930), Trotsky generalizó la teoría de la revolución permanente a todos los países de desarrollo capitalista atrasado en la época imperialista.
Desde entonces, la validez de esta perspectiva revolucionaria se ha demostrado en repetidas ocasiones. Decenas de antiguas colonias han alcanzado la independencia estatal, a veces mediante luchas de liberación nacional heroicas y prolongadas. Pero ninguna ha logrado desafiar las leyes del materialismo marxista: sin la dictadura del proletariado, no puede haber liberación del yugo de la dominación imperialista y la pobreza masiva. A lo largo de América Latina, la repulsión ante las medidas de austeridad neoliberal dictadas por el imperialismo ha sido canalizada en apoyo a una nueva capa de populistas nacionalistas burgueses, desde Hugo Chávez en Venezuela hasta Andrés Manuel López Obrador en México. A pesar de su retórica “antiimperialista” e incluso “socialista”, los nacionalistas burgueses están comprometidos a defender el orden capitalista, que necesariamente significa la subordinación al sistema imperialista mundial.
Demos un vistazo también a la Sudáfrica postapartheid. De manera inusual en este periodo en el que los apologistas de la explotación imperialista han decretado oficialmente la muerte del comunismo, decenas de miles de militantes obreros sudafricanos siguen agrupándose en torno a la bandera roja de la hoz y el martillo, el emblema del estado obrero soviético que nació de la Revolución de Octubre. Sin embargo, el Partido Comunista Sudafricano (PCS) pisotea las lecciones de la Revolución de Octubre, especialmente la necesidad de un partido de vanguardia intransigentemente opuesto a todas las alas de la burguesía y comprometido a luchar por el poder estatal proletario y el internacionalismo revolucionario.
En 1994, la elección de un gobierno dirigido por el Congreso Nacional Africano (CNA) de Nelson Mandela marcó el fin de décadas de gobierno de los supremacistas blancos. En nombre de los mártires de Sharpeville y Soweto y de los otros muchos miles que dieron sus vidas en la lucha contra el apartheid, el CNA proclamó una nueva era de emancipación en la que las masas negras y otras no blancas ya no estarían condenadas a la segregación, la degradación, la represión asesina y la pobreza aplastante. Sin embargo, la realidad es que el gobierno dirigido por el CNA es responsable de un capitalismo de neoapartheid basado en los mismos cimientos sociales que el régimen anterior: la brutal explotación del proletariado mayoritariamente negro por parte de una pequeña clase de explotadores capitalistas blancos fabulosamente ricos (que sin embargo ahora incluye a unos cuantos testaferros negros).
El PCS, un viejo aliado y componente del CNA, celebró el advenimiento de una “revolución democrática nacional” que se desarrollaría hasta volverse socialista. La dirección, influenciada por los comunistas, del Congreso de Sindicatos Sudafricanos (COSATU) —que se formó en amargas luchas obreras que demostraron el inmenso poder social del proletariado negro y presagiaron la muerte del dominio del apartheid— se unió al PCS en una Alianza Tripartita con el CNA nacionalista burgués. Trece años después, el gobierno burgués de la Alianza Tripartita rompe huelgas obreras y desata a la policía contra la juventud rebelde de los distritos segregados. Las masas negras de África no están más cerca de la emancipación social y nacional, y mucho menos del socialismo.
Rusia en vísperas de la Revolución de 1905
En su libro 1905 (escrito entre 1908 y 1909), Trotsky describió las enormes contradicciones de la Rusia de principios del siglo XX: “La industria más concentrada de Europa sobre la base de la agricultura más atrasada. La máquina estatal más poderosa del mundo, que emplea todas las conquistas del progreso técnico para obstaculizar el progreso histórico en su país.” La inversión europea (principalmente francesa) había creado un nuevo proletariado urbano en las grandes concentraciones industriales de vanguardia en San Petersburgo, Moscú y los Urales. Si bien este proletariado industrial constituía menos del diez por ciento de la población de Rusia, estaba concentrado en empresas económicamente estratégicas. El porcentaje de obreros rusos que trabajaban en fábricas de más de mil empleados era más alto que en Gran Bretaña, Alemania o EE.UU. Sin embargo, la autocracia zarista, gendarme contrarrevolucionario de todas las potencias gobernantes de Europa, se apoyaba en una nobleza terrateniente que vivía y respiraba en una época pasada.
Estas condiciones de “desarrollo desigual y combinado” hacen del proletariado una fuerza revolucionaria única incluso en los países capitalistas más atrasados en la era imperialista. Rusia no se limitaría a repetir, ni podría hacerlo, la experiencia del capitalismo ascendente de Inglaterra o Francia. En “Tres concepciones de la Revolución Rusa”, Trotsky explicó:
“Lo que caracteriza en primer lugar el desarrollo de Rusia es el atraso. El atraso histórico, sin embargo, no significa la mera reproducción del desarrollo de los países avanzados con una simple demora de uno o dos siglos. Engendra una formación social combinada totalmente nueva, en la que las conquistas más recientes de la técnica y la estructura capitalista se entrelazan con relaciones propias de la barbarie feudal y prefeudal, transformándolas, sometiéndolas y creando una relación peculiar entre las clases.”
El preludio inmediato de la Revolución de 1905 fue la derrota de la Flota del Pacífico rusa en Puerto Arturo, Manchuria, a finales de 1904 a manos del naciente imperialismo japonés. Esto animó a los liberales burgueses a pedir tímidamente más libertades civiles. Pero más abajo, fuerzas más grandes se agitaban. Éstas salieron a la luz la mañana del domingo 9 de enero de 1905. Cuando una huelga contra los despidos en la masiva fábrica metalúrgica Putilov en San Petersburgo comenzó a extenderse, una organización obrera legal dirigida por el pope Gapón, un sacerdote ortodoxo ruso radical, trató de disipar la creciente confrontación de clases al organizar una procesión para pedirle humildemente al zar que concediera reformas, incluyendo la jornada de ocho horas, la separación de la iglesia y el estado y una asamblea constituyente.
Vestidos con sus ropas de domingo, más de 100 mil obreros con sus familias partieron rumbo al Palacio de Invierno, sede de la autocracia. En lo que llegó a conocerse como el Domingo Sangriento, el zar ordenó a sus tropas que abrieran fuego. Más de mil personas fueron masacradas y casi cuatro mil resultaron heridas. Rusia explotó. Para octubre de 1905, una masiva serie de huelgas culminó en una huelga general de los ferrocarriles y la formación del consejo obrero (soviet) de Petersburgo, que en noviembre eligió a Trotsky como su presidente.
En un intento de sofocar el levantamiento, el zar lanzó el Manifiesto de Octubre, con el cual concedió una constitución y una legislatura limitada. La burguesía, aterrorizada ante el poder independiente del proletariado, aceptó ávidamente el Manifiesto y se unió al campo de la contrarrevolución abierta. Al mismo tiempo, el zar desató a los reaccionarios de las Centurias Negras en un pogromo a escala nacional contra la población judía. Fueron asesinados cerca de cuatro mil judíos y diez mil más quedaron lisiados. Una amplia gama de organizaciones socialistas combatieron valientemente este intento de descarrilar la revolución, formando guardias de defensa armadas. Los obreros industriales, especialmente los ferrocarrileros principalmente rusos, desempeñaron un papel importante en la defensa de los judíos. Significativamente, en San Petersburgo no hubo pogromos, pues la clase obrera ya había mostrado anticipadamente su determinación de defender a la población judía.
En Moscú, una huelga general devino en un levantamiento armado del proletariado, que produjo batallas en barricadas en toda la ciudad. Lenin vio en la insurrección de Moscú del 7 al 19 de diciembre el punto más álgido de la revolución. La determinación de la insurrección minó la lealtad de las tropas del zar. Tomó más de una semana suprimir la insurrección y aplastar las unidades de combate de los obreros. Más de mil fueron asesinados, a lo que siguió una campaña de arrestos y ejecuciones.
La experiencia del Soviet de San Petersburgo tuvo una importancia histórica. Originado como un comité de huelga conjunto compuesto de delegados electos en sus fábricas, el soviet pronto empezó a actuar como un centro alternativo de poder. Después de que el soviet fuera aplastado, Trotsky y otros dirigentes usaron su juicio como plataforma para difundir ideas revolucionarias.
El Soviet de Petersburgo existió por 50 días, y las barricadas de Moscú mucho menos que eso. Pero el impacto de la Revolución de 1905 fue histórico-mundial (ver: “La Revolución Rusa de 1905”, Workers Vanguard No. 872, 9 de junio de 2006). La revolución llenó de miedo a las clases dominantes europeas y galvanizó al ala revolucionaria de la socialdemocracia internacional (como se llamaban los marxistas entonces). Incitó movimientos anticoloniales a lo largo de Asia y resonó en el movimiento obrero internacionalmente, incluyendo en Estados Unidos, donde ese mismo año se fundó la organización sindicalista revolucionaria Industrial Workers of the World (IWW, Obreros Industriales del Mundo). En Rusia, de manera crucial, iluminó las diferencias programáticas entre las fracciones bolchevique y menchevique del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR), que en 1917 terminarían en lados opuestos de las barricadas.
Plejánov y los orígenes del marxismo ruso
El marxismo ruso organizado se originó en 1883, en torno a la ruptura de Gueorguii Plejánov con la corriente populista dominante para crear el pequeño grupo en el exilio Emancipación del Trabajo. Los naródniki (populistas) eran frecuentemente heroicos en su búsqueda de la revolución contra la autocracia zarista. Sus esfuerzos, valientes aunque inútiles, de “ir al pueblo” y alcanzar a las atrasadas masas campesinas fueron seguidos por actos de terrorismo, valerosos aunque no menos fútiles, contra los funcionarios zaristas.
Los naródniki seguían una tradición que se remontaba hasta la conspiración decembrista de 1825 llevada a cabo por oficiales militares que buscaban emular la modernización de la Europa burguesa. Pero los populistas rusos de la segunda mitad del siglo XIX no querían seguir el modelo europeo occidental de desarrollo capitalista. En su lugar, preveían un socialismo ruso único, basado en el mir, la forma tradicional de tenencia comunal de la tierra entre los campesinos. Pero aunque el campesinado tenía una historia de explosiones espontáneas y volátiles de rabia colectiva, su perspectiva y aspiraciones eran las del pequeño propietario, no los intereses de clase coherentes y colectivistas del proletariado urbano. Además, como lo demostró Plejánov en su seminal polémica marxista contra el populismo, Nuestras diferencias (1884), el mir campesino ya había empezado a desintegrarse bajo el impacto de las relaciones de mercado capitalistas.
Luchando por popularizar el marxismo entre los intelectuales radicales de su tiempo, Plejánov produjo una traducción rusa del Manifiesto comunista de Marx y Engels, que delineaba el papel del proletariado como la clase más revolucionaria de la historia. “La historia de todas las sociedades hasta nuestros días —declaraba el Manifiesto— es la historia de las luchas de clases.” Las clases se definen por su relación con los medios de producción. El capitalismo creó medios de producción y comercio dinámicamente expansivos y globalmente organizados. Pero la propiedad privada de esos medios de producción socialmente organizados y las barreras impuestas por el estado-nación burgués se convirtieron en trabas al desarrollo de las fuerzas productivas.
La posición del proletariado en la producción —y el hecho de que no posee sino su propia fuerza de trabajo para vender— hacen de él la única clase que tiene tanto el interés material en liberar y expandir la producción socializada basada en una economía colectivizada, como el poder social para llevar a cabo esta revolución. Plejánov anticipó que el desarrollo capitalista pronto llevaría al surgimiento de una clase obrera industrial significativa. Respecto al “proletariado en ascenso”, declaró:
“Ellos, y sólo ellos, pueden ser el vínculo entre el campesinado y la intelectualidad socialista; ellos, y sólo ellos, pueden salvar el abismo histórico entre el ‘pueblo’ y el sector ‘educado’ de la población. Mediante ellos y con su ayuda la propaganda socialista por fin llegará a cada rincón del campo ruso. Más aún, si están unidos y organizados en el momento adecuado en un partido obrero único, pueden ser el principal bastión de la agitación socialista a favor de reformas económicas que protegerán a la comuna de aldea contra la desintegración general… La formación, lo más pronto posible, de un partido obrero es la única manera de resolver todas las contradicciones económicas y políticas de la Rusia actual. Ese camino conduce al éxito y la victoria; cualquier otro camino sólo puede llevar a la derrota y la impotencia.”
—Our Differences (1884), reimpresa en Selected Philosophical Works, Vol. 1.
Plejánov logró ganar a algunos de los mejores populistas al marxismo. Entre las figuras formativas del grupo Emancipación del Trabajo estaba la antigua naródnik Vera Zasúlich, celebrada a lo largo de Europa por su heroísmo al intentar dispararle al jefe de policía de San Petersburgo en 1878. Otros naródniki terminaron consolidándose como el principal partido del liberalismo burgués, el Partido Demócrata Constitucionalista (kadetes), y los pequeñoburgueses socialrevolucionarios (eseristas).
Los círculos de propaganda marxista en Rusia conectados con Plejánov pasaron a la agitación de masas a mediados de la década de 1890, cuando el joven Lenin y Iulii Mártov empezaron a sobresalir. Al mismo tiempo, se desarrolló un ala reformista. Esta tendencia, que Plejánov apodó economicismo, limitaba su agitación a demandas sindicales básicas mientras apoyaba pasivamente los esfuerzos de los liberales burgueses por reformar el absolutismo zarista. A partir de 1897-98, el economicismo se convirtió en la tendencia dominante entre los socialdemócratas rusos. Hostiles al marxismo ortodoxo, los economicistas estaban vagamente asociados con la corriente reformista en torno a Eduard Bernstein en Alemania.
La escisión bolchevique-menchevique de 1903
En 1900, la segunda generación de marxistas rusos (representada por Lenin y Mártov) se unió con los padres fundadores (Plejánov, Pável Axelrod, Zasúlich) para regresar a la socialdemocracia rusa de vuelta a las tradiciones revolucionarias encarnadas en el programa original de Emancipación del Trabajo. La tendencia marxista revolucionaria se organizó en torno al periódico Iskra (chispa), y Lenin se convirtió en su organizador. Por primera vez, el partido socialdemócrata ruso tenía en Iskra un centro organizador, desde donde Lenin dirigía el trabajo que se llevaba a cabo en Rusia para ganar a los comités socialdemócratas del economicismo o, cuando era preciso, escindirlos.
El ¿Qué hacer? de Lenin (1902) fue una tajante polémica contra el intento de los economicistas de “rebajar la política socialdemócrata al nivel de la política trade-unionista”. Contra esto, Lenin argumentaba que el partido obrero no debe actuar como un auxiliar obrero del liberalismo burgués, sino como un “tribuno del pueblo”. Tal partido debe agitar contra la injusticia entre todas las capas de la población y hacer consciente al proletariado de la necesidad de convertirse en la clase dominante y reconstruir la sociedad sobre cimientos socialistas. Para cuando se celebró el II Congreso del POSDR en julio-agosto de 1903, la tendencia economicista era una pequeña minoría.
Aunque los iskristas llegaron al congreso con una mayoría sólida, bajo la unidad aparente había considerables diferencias entre el “blando” Mártov, que favorecía que los no iskristas desempeñaran un papel mayor en el partido unitario, y el “duro” Lenin. Estas diferencias explotaron en torno al primer párrafo de los estatutos del POSDR, que definían la membresía. El borrador de Mártov definía a un miembro del partido como quien “le presta su asistencia personal regular bajo la dirección de una de sus organizaciones.” Para Lenin, la membresía se definía por “la participación personal en alguna de las organizaciones del Partido”. Esta definición más estrecha estaba motivada por el deseo de excluir a los oportunistas y extirpar a los diletantes que se sintieran atraídos al partido precisamente por su naturaleza laxa de círculo. Con el apoyo de los economicistas y la Bund judía, la fórmula de Mártov fue aprobada. Pero cuando los economicistas y la Bund abandonaron el Congreso, los “duros” de Lenin obtuvieron una ligera mayoría (“bolchevique” deriva de la palabra rusa para “mayoría”, y “menchevique” viene de “minoría”).
La escisión decisiva ocurrió respecto a la elección de un nuevo consejo de redacción de Iskra. Cuando la propuesta de Lenin fue aprobada, Mártov y sus seguidores se negaron a formar parte del consejo de redacción y del Comité Central. Plejánov apoyó a la fracción bolchevique, pero al poco tiempo rompió con Lenin y se pasó al lado de los mencheviques, que con esto recobraron el control de Iskra.
Lenin pasaría los años entre la escisión de 1903 y la Revolución de 1905 (y más allá) dando una fiera lucha dentro de la propia fracción bolchevique —así como contra algunos elementos externos, como Trotsky, que se había opuesto a Lenin en la escisión— contra quienes querían reconciliar a las dos fracciones. Si bien a la mayoría le resultaban poco claras las diferencias políticas entre Lenin y Mártov en 1903, su significación creció rápidamente. La lógica de la lucha de fracciones impulsó a los mencheviques más a la derecha, lo que llevó a su reconciliación con los economicistas derrotados. Aleksandr Martínov, que había sido el principal exponente del economicismo, se convirtió en el principal teórico de los mencheviques.
Como elaboramos en el folleto espartaquista de 1978 Lenin and the Vanguard Party (Lenin y el partido de vanguardia), la escisión de 1903 no representó la ruptura final de Lenin con la concepción socialdemócrata del “partido de toda la clase”, en el que coexisten todas las tendencias políticas que reclamen la bandera del socialismo, desde los reformistas abiertos hasta los revolucionarios. Sin embargo, 1903 marcó el comienzo de esta ruptura, el primer paso en la construcción de un partido de vanguardia dirigido por cuadros revolucionarios profesionales.
Pese a terminar en derrota, la Revolución de 1905 se convirtió en “el laboratorio del cual salieron todos los agrupamientos fundamentales del pensamiento político ruso, donde se conformaron o delinearon todas las tendencias y matices del marxismo ruso”, como lo puso Trotsky en su artículo “Tres concepciones de la Revolución Rusa”. Trotsky observó:
“Precisamente a causa de su retraso histórico, Rusia fue el único país europeo en el que el marxismo como doctrina y la socialdemocracia como partido alcanzaron antes de la revolución burguesa un poderoso desarrollo. Es entonces natural que precisamente en Rusia se haya sometido al más profundo análisis teórico el problema de la relación entre la lucha por la democracia y la lucha por el socialismo.”
Tres concepciones de la Revolución Rusa
Los mencheviques, los bolcheviques y León Trotsky plantearon tres distintas concepciones de la venidera Revolución Rusa. Señalando el atraso del país, los mencheviques insistían en que la clase obrera no podría ser sino un apéndice de la burguesía liberal, que supuestamente procuraba establecer una república democrática. A principios de 1905, Martínov codificó esta orientación a la burguesía liberal en su folleto Dos dictaduras. El líder táctico de los mencheviques, Pável Axelrod, la expresó en el “Congreso de la Unidad” del POSDR de 1906:
“Las relaciones sociales de Rusia han madurado sólo para la revolución burguesa… Ante la falta universal de derechos políticos en nuestro país, no puede hablarse siquiera de una batalla directa entre el proletariado y las otras clases por el poder político… El proletariado está luchando por las condiciones del desarrollo burgués. Las condiciones históricas objetivas destinan inexorablemente a nuestro proletariado a colaborar con la burguesía en la lucha contra el enemigo común.”
Todos los líderes mencheviques, incluyendo a Plejánov, sostenían esta línea básica. “No se debió empuñar las armas” fue su epitafio a la insurrección de Moscú (citado en Lenin, “Las enseñanzas de la insurrección de Moscú”, 26 de agosto de 1906). “Debemos alegrarnos por el apoyo de los partidos no proletarios… y no alejarlos de nosotros con acciones de poco tacto”, declaró Plejánov, a lo que Lenin respondió tajantemente que “los liberales y los terratenientes le perdonarán millones de ‘acciones de poco tacto’ pero ni un solo llamado a tomar las tierras”. Citando este intercambio, en “Tres concepciones de la Revolución Rusa” Trotsky explicó:
“Plejánov, de manera evidente y cobarde, cerraba los ojos a la conclusión básica que se extrae de la historia política del siglo XIX: cada vez que el proletariado avanza como fuerza política independiente la burguesía se vuelca al campo de la contrarrevolución. Cuanto más audaz es la lucha de las masas, más rápida es la degeneración reaccionaria del liberalismo. Nadie inventó todavía una manera de paralizar las consecuencias de la ley de la lucha de clases.”
Por su parte, Lenin aceptaba que la lucha por la libertad política y la república democrática en Rusia era una etapa necesaria que no minaría “la dominación de la burguesía” (Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática, 1905). Pero, crucialmente, Lenin no tenía ilusiones sobre el supuesto carácter “progresista” de la burguesía rusa, y descartaba categóricamente que ésta pudiera consumar su propia revolución:
“Sabemos que son incapaces, por su posición de clase, de desarrollar una lucha decisiva contra el zarismo: para ir a la lucha decisiva, la propiedad privada, el capital, la tierra, son un lastre demasiado pesado. Tienen demasiada necesidad del zarismo, con sus fuerzas policiales, burocráticas y militares, que emplean contra el proletariado y los campesinos, para que puedan desear su destrucción… ‘La victoria decisiva de la revolución sobre el zarismo’ es la dictadura revolucionaria democrática del proletariado y del campesinado.”
Lenin escribió que esta dictadura “en el mejor de los casos, podrá llevar a cabo una redistribución radical de la propiedad de la tierra a favor de los campesinos, implantar una democracia consecuente y completa hasta llegar a la república, desarraigar, no sólo de la vida del campo sino también del régimen de la fábrica, todas las características de la bárbara opresión feudal, iniciar un auténtico mejoramiento en la situación de los obreros y elevar su nivel de vida y, finalmente, last but not least, extender la hoguera revolucionaria a Europa.”
En su artículo de 1906, “El proletariado y su aliado en la revolución rusa”, Lenin argumentó que “lo esencial de la revolución rusa es el problema agrario”. Sabía, como observó Trotsky en “Tres concepciones”, que “para derrocar al zarismo es necesario levantar a decenas y decenas de millones de oprimidos al asalto heroico, abnegado, sin trabas, que no se detendría ante nada. Las masas pueden elevarse hasta la insurrección sólo bajo el estandarte de sus propios intereses, y en consecuencia de la hostilidad irreconciliable hacia las clases explotadoras, comenzando con los terratenientes.”
Para Lenin, la fórmula de la dictadura revolucionaria democrática retuvo un carácter algebraico. Sus lineamientos para una dictadura revolucionaria conjunta no eran los términos para una época de la paz de clases, sino los planes de batalla para un episodio de la guerra de clases que se extendía a la arena internacional. La destrucción del gendarme Romanov inspiraría a los obreros de Europa a tomar el poder estatal. Entonces apoyarían al proletariado ruso a hacer lo mismo.
La fórmula de Lenin estaba irreconciliablemente opuesta al seguidismo de los mencheviques tras la burguesía. Pero era inherentemente contradictoria, pues proyectaba una dictadura de dos clases con intereses en conflicto. La historia habría de demostrar que las tareas que Lenin atribuía a la dictadura democrática sólo podría cumplirlas la dictadura del proletariado apoyada en el campesinado, mientras que la fórmula de la dictadura democrática sería usada por otros para justificar su apoyo al Gobierno Provisional burgués en 1917.
La teoría de Trotsky de la revolución permanente, formulada inicialmente en colaboración con el socialdemócrata Alexander Parvus justo antes de la Revolución de 1905, se distinguía tanto de la de los mencheviques como de la de Lenin, pero estaba mucho más cerca de éste último. Igual que Lenin, Trotsky veía que la burguesía liberal rusa no tenía capacidades revolucionarias, y declaró en Resultados y perspectivas:
“Una revolución burguesa nacional en Rusia es imposible porque no existe aquí ninguna democracia burguesa verdaderamente revolucionaria. Se acabó la época de las revoluciones nacionales —por lo menos en Europa—… Vivimos la época del imperialismo, que está marcado no sólo por un sistema de conquistas coloniales sino también por un régimen interno determinado. El imperialismo no contrapone la nación burguesa al viejo orden, sino el proletariado a la nación burguesa.”
En contraste con Lenin, Trotsky argumentaba que los campesinos no podrían desempeñar el papel de un socio independiente, ni mucho menos de dirigente, en la revolución. Trotsky observó que los levantamientos campesinos de Europa habían derribado regímenes, pero nunca habían resultado en gobiernos de partidos campesinos. En Resultados y perspectivas, señaló que siempre fue en las aldeas donde se alzaron las primeras clases revolucionarias que luego derrocarían el feudalismo. “Si no es el proletariado el que arrebata el poder a la monarquía, nadie lo hará”, declaró. También enfatizó que “El proletariado, hallándose en el poder, se mostrará ante el campesinado como la clase liberadora”. Posteriormente Trotsky desarrolló su punto en “Tres concepciones”:
“Finalmente, el campesinado es heterogéneo en sus relaciones sociales: el sector de los kulaks [campesinos ricos] tiende naturalmente a la alianza con la burguesía urbana, mientras que los sectores más pobres de la aldea se inclinan hacia el proletariado urbano. En estas condiciones el campesinado como tal es totalmente incapaz de tomar el poder.”
Contra lo que decían las falsificaciones estalinistas posteriores, la diferencia entre Lenin y Trotsky no era si las tareas democrático-burguesas de la revolución podían saltarse, ni si era o no necesaria la alianza entre los obreros y los campesinos, sino sobre la forma política específica de esa alianza. Trotsky afirmó: “Si los representantes del proletariado entran en el gobierno, no como rehenes sin poder sino como fuerza dirigente, entonces liquidarán el límite entre el programa mínimo y el máximo, es decir, incluirán el colectivismo en el orden del día” (Resultados y perspectivas). Y continuó:
“Es posible que el proletariado de un país económicamente atrasado llegue antes al poder que en un país capitalista evolucionado…
“En nuestra opinión la revolución rusa creará las condiciones bajo las cuales el poder puede pasar a manos del proletariado (y, en el caso de una victoria de la revolución, así tiene que ser) antes de que los políticos del liberalismo burgués tengan la oportunidad de hacer un despliegue completo de su genio político.”
Al mismo tiempo, Trotsky enfatizó: “La clase obrera rusa no podría mantenerse en el poder ni convertir su dominio temporal en una dictadura socialista permanente sin el apoyo estatal directo que le prestase el proletariado europeo. De esto no puede dudarse ni por un momento. Y por otro lado, tampoco puede dudarse de que una revolución socialista en occidente nos permitiría convertir directamente el dominio temporal de la clase obrera en una dictadura socialista.”
La “revolución en permanencia” de Karl Marx
Al desarrollar su teoría de la revolución permanente, León Trotsky se apoyó en las conclusiones a las que llegó Karl Marx tras la derrota de las revoluciones democráticas de Europa de 1848-49, cuando planteó la formulación de la “revolución en permanencia”.
En su “Circular del Comité Central” a la Liga Comunista de marzo de 1850, Marx y su copensador Friedrich Engels predijeron que, en un resurgimiento futuro de la lucha revolucionaria, los demócratas pequeñoburgueses desempeñarían el mismo papel traicionero que la burguesía liberal alemana había desempeñado en 1848. Las revoluciones de 1848-49 fueron levantamientos democráticos que buscaban la democracia política y la destrucción de los remanentes feudales. En Alemania, esto incluía la necesidad de demoler las barreras que tenían al país desgajado en varios pequeños principados y el Reino de Prusia, y que por ende estorbaban el desarrollo de una economía capitalista nacional.
Pero, conforme el levantamiento revolucionario se apoderaba de Europa, lo que quedó de manifiesto fue que las burguesías temían más la idea de una movilización armada del proletariado de lo que resentían las barreras remanentes que la nobleza terrateniente le presentaba a su dominio. Las masas revolucionarias fueron traicionadas cuando las fuerzas de la burguesía liberal hicieron las paces con la aristocracia.
El punto principal de Marx era que el proletariado debe luchar independientemente por sus propios fines contra los demócratas pequeñoburgueses:
“Mientras que los pequeños burgueses desean que la revolución termine lo antes posible y alcanzando a lo sumo las metas señaladas, nosotros estamos interesados, y ésa es nuestra tarea, en que la revolución se haga permanente, en que dure el tiempo necesario para que sean desplazadas del poder todas las clases más o menos poseedoras, el proletariado conquiste el poder y la asociación de los proletarios, no sólo en un país, sino en todos los países prominentes del mundo entero, se desarrolle hasta acabar con la competencia entre los proletarios de estos países, concentrando en manos del proletariado, por lo menos, las fuerzas decisivas de la producción.”
Marx y Engels también reconocían que, sin una revolución en Gran Bretaña, el país más industrialmente avanzado de la Europa de su tiempo, un régimen revolucionario aislado en Francia o Alemania no tardaría en ser aplastado por una alianza entre el capital financiero británico y el ejército zarista ruso.
No obstante la traición de la burguesía, en 1848-49 el proletariado alemán seguía siendo demasiado débil para tomar el poder. Como lo puso Trotsky en su libro 1905, “el desarrollo capitalista había ido lo bastante lejos como para hacer necesaria la abolición de las antiguas condiciones feudales, pero no lo suficiente para proyectar a la clase obrera, producto de las nuevas condiciones de producción, como fuerza política decisiva. El antagonismo entre el proletariado y la burguesía se hallaba demasiado afirmado para que ésta pudiese asumir sin temor la función de dirigente nacional; pero este antagonismo no era aún tan fuerte como para permitir al proletariado hacerse cargo de ese papel.”
En su Circular de marzo de 1850, Marx comentaba: “No puede ofrecer la menor duda que, mientras sigue desarrollándose la revolución, la democracia pequeñoburguesa conservará por el momento la influencia predominante en Alemania.” Pero la democracia pequeñoburguesa se mostró incapaz de tomar el poder. En 1852, Marx escribió en su obra clásica El dieciocho brumario de Luis Bonaparte: “los campesinos encuentran su aliado y jefe natural en el proletariado urbano, que tiene por misión derrocar el orden burgués.” En una carta a Engels fechada el 16 de abril de 1856, Marx afirmó enfáticamente: “Todo el asunto dependerá en Alemania de la posibilidad de respaldar la revolución proletaria con una segunda edición de la guerra campesina [del siglo XVI]. De esta manera la cosa será espléndida...” En 1918, Lenin señaló esta carta como una notable anticipación de la Revolución Bolchevique y como una refutación del esquema seudomarxista de los mencheviques de una “primera etapa” dirigida por la burguesía y supuestamente inevitable de la Revolución Rusa.
La burguesía alemana fue, en efecto, incapaz de llevar a cabo una revolución democrática. Con el rápido desarrollo posterior del capitalismo industrial, el núcleo central de la burguesía alemana formó una alianza con la nobleza terrateniente prusiana (los junkers), que sentó las bases para una “revolución desde arriba” guiada por la mano del canciller Otto von Bismarck. Frente al poder de los estados burgueses más avanzados de Francia y Gran Bretaña, el reaccionario Bismarck alcanzó a comprender que sólo la burguesía industrial/financiera podría transformar Alemania en un estado comparablemente avanzado y así asegurar también la supervivencia y prosperidad de las viejas clases terratenientes. Así, la monarquía prusiana presidió la modernización y la unificación nacional de Alemania mediante una revolución burguesa no democrática. Como escribió Engels a finales de la década de 1880:
“Un hombre en la situación de Bismarck y con el pasado de Bismarck debiera haberse dicho, al comprender en alguna medida el estado de las cosas, que los junkers, tal y como eran, no formaban una clase viable, que, de todas las clases poseedoras, sólo la burguesía podía pretender a un porvenir, y que, por consecuencia (hacemos abstracción de la clase obrera, pues no pensamos pedir a Bismarck que comprenda su misión histórica), su nuevo Imperio prometía tener una existencia tanto más segura cuanto más preparase su transformación paulatina en un Estado burgués moderno.”
—El papel de la violencia en la historia (1887-88)
Algo similar ocurrió alrededor de ese periodo en Japón, donde un sector de la vieja casta guerrera derrocó al régimen feudal en 1867-68 para construir un ejército japonés capaz de enfrentar la intromisión de las potencias occidentales. En las décadas que siguieron, una burguesía industrial y un poder imperialista moderno se crearon en Japón. Para el cambio de siglo, la entrada al pequeño club de las potencias imperialistas que sigue dominando al mundo hoy día se había cerrado a otras burguesías en ascenso. (Para más sobre esto, ver: “La Restauración Meiji: Una revolución proburguesa no democrática”, Spartacist [edición en español] No. 33, enero de 2005.)
Este artículo es una traducción ligeramente editada de Workers Vanguard (periódico de nuestros camaradas de la Spartacist League/U.S.); fue publicado originalmente en cuatro entregas (WV No. 901-904 [26 de octubre a 7 de diciembre de 2007]).
Este mes marca el 90 aniversario de la Revolución Rusa dirigida por el Partido Bolchevique de V.I. Lenin y León Trotsky. La Revolución de Octubre fue el evento definitorio del siglo XX. Espoleada especialmente por la carnicería de la Primera Guerra Mundial, la clase obrera tomó el poder estatal, estableciendo la dictadura del proletariado. Al hacerlo, el proletariado multinacional de Rusia no sólo se liberó a sí mismo de la explotación capitalista, sino que dirigió al campesinado, las minorías nacionales y todos los oprimidos a expulsar la tiranía feudal y la esclavitud imperialista.
El joven estado obrero llevó a cabo una revolución agraria y reconoció el derecho a la autodeterminación de todas las naciones de lo que había sido la cárcel de los pueblos zarista. El régimen soviético sacó a Rusia de la guerra mundial interimperialista e inspiró a los obreros con conciencia de clase de otros países a tratar de seguir el ejemplo bolchevique. La III Internacional (Comunista), o Comintern, que celebró su congreso inaugural en Moscú en 1919, se fundó para dirigir al proletariado internacionalmente en la lucha por la revolución socialista.
La Revolución de Octubre fue una magnífica confirmación de la teoría y perspectiva de la revolución permanente desarrollada por Trotsky. En su obra de 1906, Resultados y perspectivas, Trotsky predijo que, pese a su atraso económico, dado que Rusia ya formaba parte de una economía capitalista mundial que estaba madura para el socialismo, los obreros podrían llegar al poder ahí sin pasar por un periodo extenso de desarrollo capitalista. De hecho, los obreros tendrían que llegar al poder para que Rusia se liberara de su pasado feudal. La unión del programa de Trotsky de la revolución permanente con la obstinada lucha de Lenin por construir un partido de vanguardia programáticamente forjado y probado contra todas las formas de reconciliación con el orden capitalista fue central para el triunfo bolchevique de 1917.
Justo antes de la aparición de Resultados y perspectivas, la Revolución Rusa de 1905 había sacudido al imperio zarista hasta sus cimientos y había traído a primer plano un intenso debate sobre el curso futuro de los acontecimientos revolucionarios. Rusia era una potencia imperialista, pero también el eslabón más débil de la cadena imperialista, sometida a una monarquía absoluta, una osificada aristocracia terrateniente y una enorme iglesia estatal ortodoxa rusa.
Las jóvenes y vibrantes burguesías de la Inglaterra del siglo XVII y la Francia del siglo XVIII se habían puesto al frente de las masas urbanas y rurales en revoluciones democrático-burguesas que barrieron las trabas feudales al desarrollo del capitalismo moderno y que darían lugar a un proletariado industrial. Pero la tardíamente formada burguesía rusa —subordinada a los industriales y banqueros extranjeros, y atada por mil lazos a la aristocracia— era débil y cobarde, y temía que ella misma sería también barrida si las masas obreras y campesinas se levantaran contra la autocracia zarista.
Refiriéndose a esta contradicción, Trotsky argumentaba, como lo resumiría luego en su artículo de agosto de 1939 “Tres concepciones de la Revolución Rusa”:
“La victoria total de la revolución democrática en Rusia es inconcebible de otra manera que a través de la dictadura del proletariado apoyada en el campesinado. La dictadura del proletariado, que inevitablemente pondrá a la orden del día no sólo tareas democráticas sino también socialistas, dará al mismo tiempo un poderoso impulso a la revolución socialista internacional. Sólo el triunfo del proletariado en Occidente evitará la restauración burguesa y permitirá construir el socialismo hasta sus últimas consecuencias.”
Tal y como habían anticipado los bolcheviques, la Revolución de Octubre inspiró levantamientos proletarios en Europa, particularmente en Alemania, así como luchas anticoloniales y de liberación nacional en Asia y otros lugares. Sin embargo, pese al fermento revolucionario, el proletariado no llegó al poder en ninguno de los países capitalistas avanzados de Occidente. Rusia, desangrada por la guerra imperialista y la sangrienta Guerra Civil que estalló a pocos meses de la toma del poder por los bolcheviques, siguió aislada. Las condiciones de enorme escasez material produjeron fuertes presiones objetivas hacia el burocratismo. El que no se lograra consumar una oportunidad excepcional para la revolución socialista en Alemania en 1923 permitió una restabilización del orden capitalista mundial y llevó a una profunda desmoralización de los obreros soviéticos. Esto facilitó una contrarrevolución política y el ascenso de una casta burocrática privilegiada en torno a Iosif Stalin.
A finales de 1924, Stalin promulgó el dogma del “socialismo en un solo país”. Esto hacía una burla del entendimiento marxista de que el socialismo —una sociedad sin clases y de abundancia material— sólo podrá construirse sobre la base de la tecnología más moderna y de una división internacional del trabajo, lo que requerirá revoluciones proletarias en al menos algunos de los países capitalistas más avanzados. Stalin y sus secuaces suprimieron la democracia proletaria y, con los años, transformaron a la Internacional Comunista de un organizador de la revolución socialista mundial en su antítesis, estrangulando posibilidades revolucionarias en el extranjero con la esperanza de convencer al imperialismo mundial de que dejara en paz a la URSS. La degeneración estalinista del estado obrero soviético y la Comintern no triunfó sin resistencia. Retomando la bandera bolchevique del internacionalismo proletario y revolucionario, Trotsky y sus partidarios lucharon contra el dogma nacionalista del “socialismo en un solo país”.
Las décadas de traiciones, mentiras y mala administración burocrática estalinistas terminaron por abrir las puertas a las fuerzas de la restauración capitalista patrocinadas por el imperialismo, lo que culminó en el derrocamiento contrarrevolucionario del estado obrero degenerado soviético en 1991-92. El estado obrero que la Revolución de Octubre erigió ya no existe. Pero sigue siendo vital que los obreros con conciencia de clase y los intelectuales izquierdistas estudien la Revolución Bolchevique de 1917, el mayor éxito del proletariado mundial y la mayor derrota del imperialismo de todos los tiempos.
De la Rusia zarista a la Sudáfrica postapartheid
Trotsky formuló su teoría con respecto a la Rusia zarista. Pero la historia habría de demostrar que las condiciones que hicieron de Rusia un país maduro para la toma proletaria del poder en 1917 serían repetidas a grandes rasgos en países coloniales y semicoloniales incluso más atrasados, conforme el capitalismo imperialista extendía sus tentáculos hacia regiones cada vez más remotas del globo. Esto se vio decisivamente en China, donde un joven proletariado urbano había surgido en los años de la Primera Guerra Mundial y su secuela. Pero, a diferencia de la Revolución Bolchevique, la Revolución China de 1925-27 sucumbió en una sangrienta derrota. La razón crucial, como se detallará más adelante en este artículo, fue que el proletariado estaba subordinado a la burguesía en lugar de estar luchando por el poder en su propio nombre y dirigiendo a la masa del campesinado. Sacando las lecciones de esa derrota, en La Tercera Internacional después de Lenin (1928) y La revolución permanente (1930), Trotsky generalizó la teoría de la revolución permanente a todos los países de desarrollo capitalista atrasado en la época imperialista.
Desde entonces, la validez de esta perspectiva revolucionaria se ha demostrado en repetidas ocasiones. Decenas de antiguas colonias han alcanzado la independencia estatal, a veces mediante luchas de liberación nacional heroicas y prolongadas. Pero ninguna ha logrado desafiar las leyes del materialismo marxista: sin la dictadura del proletariado, no puede haber liberación del yugo de la dominación imperialista y la pobreza masiva. A lo largo de América Latina, la repulsión ante las medidas de austeridad neoliberal dictadas por el imperialismo ha sido canalizada en apoyo a una nueva capa de populistas nacionalistas burgueses, desde Hugo Chávez en Venezuela hasta Andrés Manuel López Obrador en México. A pesar de su retórica “antiimperialista” e incluso “socialista”, los nacionalistas burgueses están comprometidos a defender el orden capitalista, que necesariamente significa la subordinación al sistema imperialista mundial.
Demos un vistazo también a la Sudáfrica postapartheid. De manera inusual en este periodo en el que los apologistas de la explotación imperialista han decretado oficialmente la muerte del comunismo, decenas de miles de militantes obreros sudafricanos siguen agrupándose en torno a la bandera roja de la hoz y el martillo, el emblema del estado obrero soviético que nació de la Revolución de Octubre. Sin embargo, el Partido Comunista Sudafricano (PCS) pisotea las lecciones de la Revolución de Octubre, especialmente la necesidad de un partido de vanguardia intransigentemente opuesto a todas las alas de la burguesía y comprometido a luchar por el poder estatal proletario y el internacionalismo revolucionario.
En 1994, la elección de un gobierno dirigido por el Congreso Nacional Africano (CNA) de Nelson Mandela marcó el fin de décadas de gobierno de los supremacistas blancos. En nombre de los mártires de Sharpeville y Soweto y de los otros muchos miles que dieron sus vidas en la lucha contra el apartheid, el CNA proclamó una nueva era de emancipación en la que las masas negras y otras no blancas ya no estarían condenadas a la segregación, la degradación, la represión asesina y la pobreza aplastante. Sin embargo, la realidad es que el gobierno dirigido por el CNA es responsable de un capitalismo de neoapartheid basado en los mismos cimientos sociales que el régimen anterior: la brutal explotación del proletariado mayoritariamente negro por parte de una pequeña clase de explotadores capitalistas blancos fabulosamente ricos (que sin embargo ahora incluye a unos cuantos testaferros negros).
El PCS, un viejo aliado y componente del CNA, celebró el advenimiento de una “revolución democrática nacional” que se desarrollaría hasta volverse socialista. La dirección, influenciada por los comunistas, del Congreso de Sindicatos Sudafricanos (COSATU) —que se formó en amargas luchas obreras que demostraron el inmenso poder social del proletariado negro y presagiaron la muerte del dominio del apartheid— se unió al PCS en una Alianza Tripartita con el CNA nacionalista burgués. Trece años después, el gobierno burgués de la Alianza Tripartita rompe huelgas obreras y desata a la policía contra la juventud rebelde de los distritos segregados. Las masas negras de África no están más cerca de la emancipación social y nacional, y mucho menos del socialismo.
Rusia en vísperas de la Revolución de 1905
En su libro 1905 (escrito entre 1908 y 1909), Trotsky describió las enormes contradicciones de la Rusia de principios del siglo XX: “La industria más concentrada de Europa sobre la base de la agricultura más atrasada. La máquina estatal más poderosa del mundo, que emplea todas las conquistas del progreso técnico para obstaculizar el progreso histórico en su país.” La inversión europea (principalmente francesa) había creado un nuevo proletariado urbano en las grandes concentraciones industriales de vanguardia en San Petersburgo, Moscú y los Urales. Si bien este proletariado industrial constituía menos del diez por ciento de la población de Rusia, estaba concentrado en empresas económicamente estratégicas. El porcentaje de obreros rusos que trabajaban en fábricas de más de mil empleados era más alto que en Gran Bretaña, Alemania o EE.UU. Sin embargo, la autocracia zarista, gendarme contrarrevolucionario de todas las potencias gobernantes de Europa, se apoyaba en una nobleza terrateniente que vivía y respiraba en una época pasada.
Estas condiciones de “desarrollo desigual y combinado” hacen del proletariado una fuerza revolucionaria única incluso en los países capitalistas más atrasados en la era imperialista. Rusia no se limitaría a repetir, ni podría hacerlo, la experiencia del capitalismo ascendente de Inglaterra o Francia. En “Tres concepciones de la Revolución Rusa”, Trotsky explicó:
“Lo que caracteriza en primer lugar el desarrollo de Rusia es el atraso. El atraso histórico, sin embargo, no significa la mera reproducción del desarrollo de los países avanzados con una simple demora de uno o dos siglos. Engendra una formación social combinada totalmente nueva, en la que las conquistas más recientes de la técnica y la estructura capitalista se entrelazan con relaciones propias de la barbarie feudal y prefeudal, transformándolas, sometiéndolas y creando una relación peculiar entre las clases.”
El preludio inmediato de la Revolución de 1905 fue la derrota de la Flota del Pacífico rusa en Puerto Arturo, Manchuria, a finales de 1904 a manos del naciente imperialismo japonés. Esto animó a los liberales burgueses a pedir tímidamente más libertades civiles. Pero más abajo, fuerzas más grandes se agitaban. Éstas salieron a la luz la mañana del domingo 9 de enero de 1905. Cuando una huelga contra los despidos en la masiva fábrica metalúrgica Putilov en San Petersburgo comenzó a extenderse, una organización obrera legal dirigida por el pope Gapón, un sacerdote ortodoxo ruso radical, trató de disipar la creciente confrontación de clases al organizar una procesión para pedirle humildemente al zar que concediera reformas, incluyendo la jornada de ocho horas, la separación de la iglesia y el estado y una asamblea constituyente.
Vestidos con sus ropas de domingo, más de 100 mil obreros con sus familias partieron rumbo al Palacio de Invierno, sede de la autocracia. En lo que llegó a conocerse como el Domingo Sangriento, el zar ordenó a sus tropas que abrieran fuego. Más de mil personas fueron masacradas y casi cuatro mil resultaron heridas. Rusia explotó. Para octubre de 1905, una masiva serie de huelgas culminó en una huelga general de los ferrocarriles y la formación del consejo obrero (soviet) de Petersburgo, que en noviembre eligió a Trotsky como su presidente.
En un intento de sofocar el levantamiento, el zar lanzó el Manifiesto de Octubre, con el cual concedió una constitución y una legislatura limitada. La burguesía, aterrorizada ante el poder independiente del proletariado, aceptó ávidamente el Manifiesto y se unió al campo de la contrarrevolución abierta. Al mismo tiempo, el zar desató a los reaccionarios de las Centurias Negras en un pogromo a escala nacional contra la población judía. Fueron asesinados cerca de cuatro mil judíos y diez mil más quedaron lisiados. Una amplia gama de organizaciones socialistas combatieron valientemente este intento de descarrilar la revolución, formando guardias de defensa armadas. Los obreros industriales, especialmente los ferrocarrileros principalmente rusos, desempeñaron un papel importante en la defensa de los judíos. Significativamente, en San Petersburgo no hubo pogromos, pues la clase obrera ya había mostrado anticipadamente su determinación de defender a la población judía.
En Moscú, una huelga general devino en un levantamiento armado del proletariado, que produjo batallas en barricadas en toda la ciudad. Lenin vio en la insurrección de Moscú del 7 al 19 de diciembre el punto más álgido de la revolución. La determinación de la insurrección minó la lealtad de las tropas del zar. Tomó más de una semana suprimir la insurrección y aplastar las unidades de combate de los obreros. Más de mil fueron asesinados, a lo que siguió una campaña de arrestos y ejecuciones.
La experiencia del Soviet de San Petersburgo tuvo una importancia histórica. Originado como un comité de huelga conjunto compuesto de delegados electos en sus fábricas, el soviet pronto empezó a actuar como un centro alternativo de poder. Después de que el soviet fuera aplastado, Trotsky y otros dirigentes usaron su juicio como plataforma para difundir ideas revolucionarias.
El Soviet de Petersburgo existió por 50 días, y las barricadas de Moscú mucho menos que eso. Pero el impacto de la Revolución de 1905 fue histórico-mundial (ver: “La Revolución Rusa de 1905”, Workers Vanguard No. 872, 9 de junio de 2006). La revolución llenó de miedo a las clases dominantes europeas y galvanizó al ala revolucionaria de la socialdemocracia internacional (como se llamaban los marxistas entonces). Incitó movimientos anticoloniales a lo largo de Asia y resonó en el movimiento obrero internacionalmente, incluyendo en Estados Unidos, donde ese mismo año se fundó la organización sindicalista revolucionaria Industrial Workers of the World (IWW, Obreros Industriales del Mundo). En Rusia, de manera crucial, iluminó las diferencias programáticas entre las fracciones bolchevique y menchevique del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR), que en 1917 terminarían en lados opuestos de las barricadas.
Plejánov y los orígenes del marxismo ruso
El marxismo ruso organizado se originó en 1883, en torno a la ruptura de Gueorguii Plejánov con la corriente populista dominante para crear el pequeño grupo en el exilio Emancipación del Trabajo. Los naródniki (populistas) eran frecuentemente heroicos en su búsqueda de la revolución contra la autocracia zarista. Sus esfuerzos, valientes aunque inútiles, de “ir al pueblo” y alcanzar a las atrasadas masas campesinas fueron seguidos por actos de terrorismo, valerosos aunque no menos fútiles, contra los funcionarios zaristas.
Los naródniki seguían una tradición que se remontaba hasta la conspiración decembrista de 1825 llevada a cabo por oficiales militares que buscaban emular la modernización de la Europa burguesa. Pero los populistas rusos de la segunda mitad del siglo XIX no querían seguir el modelo europeo occidental de desarrollo capitalista. En su lugar, preveían un socialismo ruso único, basado en el mir, la forma tradicional de tenencia comunal de la tierra entre los campesinos. Pero aunque el campesinado tenía una historia de explosiones espontáneas y volátiles de rabia colectiva, su perspectiva y aspiraciones eran las del pequeño propietario, no los intereses de clase coherentes y colectivistas del proletariado urbano. Además, como lo demostró Plejánov en su seminal polémica marxista contra el populismo, Nuestras diferencias (1884), el mir campesino ya había empezado a desintegrarse bajo el impacto de las relaciones de mercado capitalistas.
Luchando por popularizar el marxismo entre los intelectuales radicales de su tiempo, Plejánov produjo una traducción rusa del Manifiesto comunista de Marx y Engels, que delineaba el papel del proletariado como la clase más revolucionaria de la historia. “La historia de todas las sociedades hasta nuestros días —declaraba el Manifiesto— es la historia de las luchas de clases.” Las clases se definen por su relación con los medios de producción. El capitalismo creó medios de producción y comercio dinámicamente expansivos y globalmente organizados. Pero la propiedad privada de esos medios de producción socialmente organizados y las barreras impuestas por el estado-nación burgués se convirtieron en trabas al desarrollo de las fuerzas productivas.
La posición del proletariado en la producción —y el hecho de que no posee sino su propia fuerza de trabajo para vender— hacen de él la única clase que tiene tanto el interés material en liberar y expandir la producción socializada basada en una economía colectivizada, como el poder social para llevar a cabo esta revolución. Plejánov anticipó que el desarrollo capitalista pronto llevaría al surgimiento de una clase obrera industrial significativa. Respecto al “proletariado en ascenso”, declaró:
“Ellos, y sólo ellos, pueden ser el vínculo entre el campesinado y la intelectualidad socialista; ellos, y sólo ellos, pueden salvar el abismo histórico entre el ‘pueblo’ y el sector ‘educado’ de la población. Mediante ellos y con su ayuda la propaganda socialista por fin llegará a cada rincón del campo ruso. Más aún, si están unidos y organizados en el momento adecuado en un partido obrero único, pueden ser el principal bastión de la agitación socialista a favor de reformas económicas que protegerán a la comuna de aldea contra la desintegración general… La formación, lo más pronto posible, de un partido obrero es la única manera de resolver todas las contradicciones económicas y políticas de la Rusia actual. Ese camino conduce al éxito y la victoria; cualquier otro camino sólo puede llevar a la derrota y la impotencia.”
—Our Differences (1884), reimpresa en Selected Philosophical Works, Vol. 1.
Plejánov logró ganar a algunos de los mejores populistas al marxismo. Entre las figuras formativas del grupo Emancipación del Trabajo estaba la antigua naródnik Vera Zasúlich, celebrada a lo largo de Europa por su heroísmo al intentar dispararle al jefe de policía de San Petersburgo en 1878. Otros naródniki terminaron consolidándose como el principal partido del liberalismo burgués, el Partido Demócrata Constitucionalista (kadetes), y los pequeñoburgueses socialrevolucionarios (eseristas).
Los círculos de propaganda marxista en Rusia conectados con Plejánov pasaron a la agitación de masas a mediados de la década de 1890, cuando el joven Lenin y Iulii Mártov empezaron a sobresalir. Al mismo tiempo, se desarrolló un ala reformista. Esta tendencia, que Plejánov apodó economicismo, limitaba su agitación a demandas sindicales básicas mientras apoyaba pasivamente los esfuerzos de los liberales burgueses por reformar el absolutismo zarista. A partir de 1897-98, el economicismo se convirtió en la tendencia dominante entre los socialdemócratas rusos. Hostiles al marxismo ortodoxo, los economicistas estaban vagamente asociados con la corriente reformista en torno a Eduard Bernstein en Alemania.
La escisión bolchevique-menchevique de 1903
En 1900, la segunda generación de marxistas rusos (representada por Lenin y Mártov) se unió con los padres fundadores (Plejánov, Pável Axelrod, Zasúlich) para regresar a la socialdemocracia rusa de vuelta a las tradiciones revolucionarias encarnadas en el programa original de Emancipación del Trabajo. La tendencia marxista revolucionaria se organizó en torno al periódico Iskra (chispa), y Lenin se convirtió en su organizador. Por primera vez, el partido socialdemócrata ruso tenía en Iskra un centro organizador, desde donde Lenin dirigía el trabajo que se llevaba a cabo en Rusia para ganar a los comités socialdemócratas del economicismo o, cuando era preciso, escindirlos.
El ¿Qué hacer? de Lenin (1902) fue una tajante polémica contra el intento de los economicistas de “rebajar la política socialdemócrata al nivel de la política trade-unionista”. Contra esto, Lenin argumentaba que el partido obrero no debe actuar como un auxiliar obrero del liberalismo burgués, sino como un “tribuno del pueblo”. Tal partido debe agitar contra la injusticia entre todas las capas de la población y hacer consciente al proletariado de la necesidad de convertirse en la clase dominante y reconstruir la sociedad sobre cimientos socialistas. Para cuando se celebró el II Congreso del POSDR en julio-agosto de 1903, la tendencia economicista era una pequeña minoría.
Aunque los iskristas llegaron al congreso con una mayoría sólida, bajo la unidad aparente había considerables diferencias entre el “blando” Mártov, que favorecía que los no iskristas desempeñaran un papel mayor en el partido unitario, y el “duro” Lenin. Estas diferencias explotaron en torno al primer párrafo de los estatutos del POSDR, que definían la membresía. El borrador de Mártov definía a un miembro del partido como quien “le presta su asistencia personal regular bajo la dirección de una de sus organizaciones.” Para Lenin, la membresía se definía por “la participación personal en alguna de las organizaciones del Partido”. Esta definición más estrecha estaba motivada por el deseo de excluir a los oportunistas y extirpar a los diletantes que se sintieran atraídos al partido precisamente por su naturaleza laxa de círculo. Con el apoyo de los economicistas y la Bund judía, la fórmula de Mártov fue aprobada. Pero cuando los economicistas y la Bund abandonaron el Congreso, los “duros” de Lenin obtuvieron una ligera mayoría (“bolchevique” deriva de la palabra rusa para “mayoría”, y “menchevique” viene de “minoría”).
La escisión decisiva ocurrió respecto a la elección de un nuevo consejo de redacción de Iskra. Cuando la propuesta de Lenin fue aprobada, Mártov y sus seguidores se negaron a formar parte del consejo de redacción y del Comité Central. Plejánov apoyó a la fracción bolchevique, pero al poco tiempo rompió con Lenin y se pasó al lado de los mencheviques, que con esto recobraron el control de Iskra.
Lenin pasaría los años entre la escisión de 1903 y la Revolución de 1905 (y más allá) dando una fiera lucha dentro de la propia fracción bolchevique —así como contra algunos elementos externos, como Trotsky, que se había opuesto a Lenin en la escisión— contra quienes querían reconciliar a las dos fracciones. Si bien a la mayoría le resultaban poco claras las diferencias políticas entre Lenin y Mártov en 1903, su significación creció rápidamente. La lógica de la lucha de fracciones impulsó a los mencheviques más a la derecha, lo que llevó a su reconciliación con los economicistas derrotados. Aleksandr Martínov, que había sido el principal exponente del economicismo, se convirtió en el principal teórico de los mencheviques.
Como elaboramos en el folleto espartaquista de 1978 Lenin and the Vanguard Party (Lenin y el partido de vanguardia), la escisión de 1903 no representó la ruptura final de Lenin con la concepción socialdemócrata del “partido de toda la clase”, en el que coexisten todas las tendencias políticas que reclamen la bandera del socialismo, desde los reformistas abiertos hasta los revolucionarios. Sin embargo, 1903 marcó el comienzo de esta ruptura, el primer paso en la construcción de un partido de vanguardia dirigido por cuadros revolucionarios profesionales.
Pese a terminar en derrota, la Revolución de 1905 se convirtió en “el laboratorio del cual salieron todos los agrupamientos fundamentales del pensamiento político ruso, donde se conformaron o delinearon todas las tendencias y matices del marxismo ruso”, como lo puso Trotsky en su artículo “Tres concepciones de la Revolución Rusa”. Trotsky observó:
“Precisamente a causa de su retraso histórico, Rusia fue el único país europeo en el que el marxismo como doctrina y la socialdemocracia como partido alcanzaron antes de la revolución burguesa un poderoso desarrollo. Es entonces natural que precisamente en Rusia se haya sometido al más profundo análisis teórico el problema de la relación entre la lucha por la democracia y la lucha por el socialismo.”
Tres concepciones de la Revolución Rusa
Los mencheviques, los bolcheviques y León Trotsky plantearon tres distintas concepciones de la venidera Revolución Rusa. Señalando el atraso del país, los mencheviques insistían en que la clase obrera no podría ser sino un apéndice de la burguesía liberal, que supuestamente procuraba establecer una república democrática. A principios de 1905, Martínov codificó esta orientación a la burguesía liberal en su folleto Dos dictaduras. El líder táctico de los mencheviques, Pável Axelrod, la expresó en el “Congreso de la Unidad” del POSDR de 1906:
“Las relaciones sociales de Rusia han madurado sólo para la revolución burguesa… Ante la falta universal de derechos políticos en nuestro país, no puede hablarse siquiera de una batalla directa entre el proletariado y las otras clases por el poder político… El proletariado está luchando por las condiciones del desarrollo burgués. Las condiciones históricas objetivas destinan inexorablemente a nuestro proletariado a colaborar con la burguesía en la lucha contra el enemigo común.”
Todos los líderes mencheviques, incluyendo a Plejánov, sostenían esta línea básica. “No se debió empuñar las armas” fue su epitafio a la insurrección de Moscú (citado en Lenin, “Las enseñanzas de la insurrección de Moscú”, 26 de agosto de 1906). “Debemos alegrarnos por el apoyo de los partidos no proletarios… y no alejarlos de nosotros con acciones de poco tacto”, declaró Plejánov, a lo que Lenin respondió tajantemente que “los liberales y los terratenientes le perdonarán millones de ‘acciones de poco tacto’ pero ni un solo llamado a tomar las tierras”. Citando este intercambio, en “Tres concepciones de la Revolución Rusa” Trotsky explicó:
“Plejánov, de manera evidente y cobarde, cerraba los ojos a la conclusión básica que se extrae de la historia política del siglo XIX: cada vez que el proletariado avanza como fuerza política independiente la burguesía se vuelca al campo de la contrarrevolución. Cuanto más audaz es la lucha de las masas, más rápida es la degeneración reaccionaria del liberalismo. Nadie inventó todavía una manera de paralizar las consecuencias de la ley de la lucha de clases.”
Por su parte, Lenin aceptaba que la lucha por la libertad política y la república democrática en Rusia era una etapa necesaria que no minaría “la dominación de la burguesía” (Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática, 1905). Pero, crucialmente, Lenin no tenía ilusiones sobre el supuesto carácter “progresista” de la burguesía rusa, y descartaba categóricamente que ésta pudiera consumar su propia revolución:
“Sabemos que son incapaces, por su posición de clase, de desarrollar una lucha decisiva contra el zarismo: para ir a la lucha decisiva, la propiedad privada, el capital, la tierra, son un lastre demasiado pesado. Tienen demasiada necesidad del zarismo, con sus fuerzas policiales, burocráticas y militares, que emplean contra el proletariado y los campesinos, para que puedan desear su destrucción… ‘La victoria decisiva de la revolución sobre el zarismo’ es la dictadura revolucionaria democrática del proletariado y del campesinado.”
Lenin escribió que esta dictadura “en el mejor de los casos, podrá llevar a cabo una redistribución radical de la propiedad de la tierra a favor de los campesinos, implantar una democracia consecuente y completa hasta llegar a la república, desarraigar, no sólo de la vida del campo sino también del régimen de la fábrica, todas las características de la bárbara opresión feudal, iniciar un auténtico mejoramiento en la situación de los obreros y elevar su nivel de vida y, finalmente, last but not least, extender la hoguera revolucionaria a Europa.”
En su artículo de 1906, “El proletariado y su aliado en la revolución rusa”, Lenin argumentó que “lo esencial de la revolución rusa es el problema agrario”. Sabía, como observó Trotsky en “Tres concepciones”, que “para derrocar al zarismo es necesario levantar a decenas y decenas de millones de oprimidos al asalto heroico, abnegado, sin trabas, que no se detendría ante nada. Las masas pueden elevarse hasta la insurrección sólo bajo el estandarte de sus propios intereses, y en consecuencia de la hostilidad irreconciliable hacia las clases explotadoras, comenzando con los terratenientes.”
Para Lenin, la fórmula de la dictadura revolucionaria democrática retuvo un carácter algebraico. Sus lineamientos para una dictadura revolucionaria conjunta no eran los términos para una época de la paz de clases, sino los planes de batalla para un episodio de la guerra de clases que se extendía a la arena internacional. La destrucción del gendarme Romanov inspiraría a los obreros de Europa a tomar el poder estatal. Entonces apoyarían al proletariado ruso a hacer lo mismo.
La fórmula de Lenin estaba irreconciliablemente opuesta al seguidismo de los mencheviques tras la burguesía. Pero era inherentemente contradictoria, pues proyectaba una dictadura de dos clases con intereses en conflicto. La historia habría de demostrar que las tareas que Lenin atribuía a la dictadura democrática sólo podría cumplirlas la dictadura del proletariado apoyada en el campesinado, mientras que la fórmula de la dictadura democrática sería usada por otros para justificar su apoyo al Gobierno Provisional burgués en 1917.
La teoría de Trotsky de la revolución permanente, formulada inicialmente en colaboración con el socialdemócrata Alexander Parvus justo antes de la Revolución de 1905, se distinguía tanto de la de los mencheviques como de la de Lenin, pero estaba mucho más cerca de éste último. Igual que Lenin, Trotsky veía que la burguesía liberal rusa no tenía capacidades revolucionarias, y declaró en Resultados y perspectivas:
“Una revolución burguesa nacional en Rusia es imposible porque no existe aquí ninguna democracia burguesa verdaderamente revolucionaria. Se acabó la época de las revoluciones nacionales —por lo menos en Europa—… Vivimos la época del imperialismo, que está marcado no sólo por un sistema de conquistas coloniales sino también por un régimen interno determinado. El imperialismo no contrapone la nación burguesa al viejo orden, sino el proletariado a la nación burguesa.”
En contraste con Lenin, Trotsky argumentaba que los campesinos no podrían desempeñar el papel de un socio independiente, ni mucho menos de dirigente, en la revolución. Trotsky observó que los levantamientos campesinos de Europa habían derribado regímenes, pero nunca habían resultado en gobiernos de partidos campesinos. En Resultados y perspectivas, señaló que siempre fue en las aldeas donde se alzaron las primeras clases revolucionarias que luego derrocarían el feudalismo. “Si no es el proletariado el que arrebata el poder a la monarquía, nadie lo hará”, declaró. También enfatizó que “El proletariado, hallándose en el poder, se mostrará ante el campesinado como la clase liberadora”. Posteriormente Trotsky desarrolló su punto en “Tres concepciones”:
“Finalmente, el campesinado es heterogéneo en sus relaciones sociales: el sector de los kulaks [campesinos ricos] tiende naturalmente a la alianza con la burguesía urbana, mientras que los sectores más pobres de la aldea se inclinan hacia el proletariado urbano. En estas condiciones el campesinado como tal es totalmente incapaz de tomar el poder.”
Contra lo que decían las falsificaciones estalinistas posteriores, la diferencia entre Lenin y Trotsky no era si las tareas democrático-burguesas de la revolución podían saltarse, ni si era o no necesaria la alianza entre los obreros y los campesinos, sino sobre la forma política específica de esa alianza. Trotsky afirmó: “Si los representantes del proletariado entran en el gobierno, no como rehenes sin poder sino como fuerza dirigente, entonces liquidarán el límite entre el programa mínimo y el máximo, es decir, incluirán el colectivismo en el orden del día” (Resultados y perspectivas). Y continuó:
“Es posible que el proletariado de un país económicamente atrasado llegue antes al poder que en un país capitalista evolucionado…
“En nuestra opinión la revolución rusa creará las condiciones bajo las cuales el poder puede pasar a manos del proletariado (y, en el caso de una victoria de la revolución, así tiene que ser) antes de que los políticos del liberalismo burgués tengan la oportunidad de hacer un despliegue completo de su genio político.”
Al mismo tiempo, Trotsky enfatizó: “La clase obrera rusa no podría mantenerse en el poder ni convertir su dominio temporal en una dictadura socialista permanente sin el apoyo estatal directo que le prestase el proletariado europeo. De esto no puede dudarse ni por un momento. Y por otro lado, tampoco puede dudarse de que una revolución socialista en occidente nos permitiría convertir directamente el dominio temporal de la clase obrera en una dictadura socialista.”
La “revolución en permanencia” de Karl Marx
Al desarrollar su teoría de la revolución permanente, León Trotsky se apoyó en las conclusiones a las que llegó Karl Marx tras la derrota de las revoluciones democráticas de Europa de 1848-49, cuando planteó la formulación de la “revolución en permanencia”.
En su “Circular del Comité Central” a la Liga Comunista de marzo de 1850, Marx y su copensador Friedrich Engels predijeron que, en un resurgimiento futuro de la lucha revolucionaria, los demócratas pequeñoburgueses desempeñarían el mismo papel traicionero que la burguesía liberal alemana había desempeñado en 1848. Las revoluciones de 1848-49 fueron levantamientos democráticos que buscaban la democracia política y la destrucción de los remanentes feudales. En Alemania, esto incluía la necesidad de demoler las barreras que tenían al país desgajado en varios pequeños principados y el Reino de Prusia, y que por ende estorbaban el desarrollo de una economía capitalista nacional.
Pero, conforme el levantamiento revolucionario se apoderaba de Europa, lo que quedó de manifiesto fue que las burguesías temían más la idea de una movilización armada del proletariado de lo que resentían las barreras remanentes que la nobleza terrateniente le presentaba a su dominio. Las masas revolucionarias fueron traicionadas cuando las fuerzas de la burguesía liberal hicieron las paces con la aristocracia.
El punto principal de Marx era que el proletariado debe luchar independientemente por sus propios fines contra los demócratas pequeñoburgueses:
“Mientras que los pequeños burgueses desean que la revolución termine lo antes posible y alcanzando a lo sumo las metas señaladas, nosotros estamos interesados, y ésa es nuestra tarea, en que la revolución se haga permanente, en que dure el tiempo necesario para que sean desplazadas del poder todas las clases más o menos poseedoras, el proletariado conquiste el poder y la asociación de los proletarios, no sólo en un país, sino en todos los países prominentes del mundo entero, se desarrolle hasta acabar con la competencia entre los proletarios de estos países, concentrando en manos del proletariado, por lo menos, las fuerzas decisivas de la producción.”
Marx y Engels también reconocían que, sin una revolución en Gran Bretaña, el país más industrialmente avanzado de la Europa de su tiempo, un régimen revolucionario aislado en Francia o Alemania no tardaría en ser aplastado por una alianza entre el capital financiero británico y el ejército zarista ruso.
No obstante la traición de la burguesía, en 1848-49 el proletariado alemán seguía siendo demasiado débil para tomar el poder. Como lo puso Trotsky en su libro 1905, “el desarrollo capitalista había ido lo bastante lejos como para hacer necesaria la abolición de las antiguas condiciones feudales, pero no lo suficiente para proyectar a la clase obrera, producto de las nuevas condiciones de producción, como fuerza política decisiva. El antagonismo entre el proletariado y la burguesía se hallaba demasiado afirmado para que ésta pudiese asumir sin temor la función de dirigente nacional; pero este antagonismo no era aún tan fuerte como para permitir al proletariado hacerse cargo de ese papel.”
En su Circular de marzo de 1850, Marx comentaba: “No puede ofrecer la menor duda que, mientras sigue desarrollándose la revolución, la democracia pequeñoburguesa conservará por el momento la influencia predominante en Alemania.” Pero la democracia pequeñoburguesa se mostró incapaz de tomar el poder. En 1852, Marx escribió en su obra clásica El dieciocho brumario de Luis Bonaparte: “los campesinos encuentran su aliado y jefe natural en el proletariado urbano, que tiene por misión derrocar el orden burgués.” En una carta a Engels fechada el 16 de abril de 1856, Marx afirmó enfáticamente: “Todo el asunto dependerá en Alemania de la posibilidad de respaldar la revolución proletaria con una segunda edición de la guerra campesina [del siglo XVI]. De esta manera la cosa será espléndida...” En 1918, Lenin señaló esta carta como una notable anticipación de la Revolución Bolchevique y como una refutación del esquema seudomarxista de los mencheviques de una “primera etapa” dirigida por la burguesía y supuestamente inevitable de la Revolución Rusa.
La burguesía alemana fue, en efecto, incapaz de llevar a cabo una revolución democrática. Con el rápido desarrollo posterior del capitalismo industrial, el núcleo central de la burguesía alemana formó una alianza con la nobleza terrateniente prusiana (los junkers), que sentó las bases para una “revolución desde arriba” guiada por la mano del canciller Otto von Bismarck. Frente al poder de los estados burgueses más avanzados de Francia y Gran Bretaña, el reaccionario Bismarck alcanzó a comprender que sólo la burguesía industrial/financiera podría transformar Alemania en un estado comparablemente avanzado y así asegurar también la supervivencia y prosperidad de las viejas clases terratenientes. Así, la monarquía prusiana presidió la modernización y la unificación nacional de Alemania mediante una revolución burguesa no democrática. Como escribió Engels a finales de la década de 1880:
“Un hombre en la situación de Bismarck y con el pasado de Bismarck debiera haberse dicho, al comprender en alguna medida el estado de las cosas, que los junkers, tal y como eran, no formaban una clase viable, que, de todas las clases poseedoras, sólo la burguesía podía pretender a un porvenir, y que, por consecuencia (hacemos abstracción de la clase obrera, pues no pensamos pedir a Bismarck que comprenda su misión histórica), su nuevo Imperio prometía tener una existencia tanto más segura cuanto más preparase su transformación paulatina en un Estado burgués moderno.”
—El papel de la violencia en la historia (1887-88)
Algo similar ocurrió alrededor de ese periodo en Japón, donde un sector de la vieja casta guerrera derrocó al régimen feudal en 1867-68 para construir un ejército japonés capaz de enfrentar la intromisión de las potencias occidentales. En las décadas que siguieron, una burguesía industrial y un poder imperialista moderno se crearon en Japón. Para el cambio de siglo, la entrada al pequeño club de las potencias imperialistas que sigue dominando al mundo hoy día se había cerrado a otras burguesías en ascenso. (Para más sobre esto, ver: “La Restauración Meiji: Una revolución proburguesa no democrática”, Spartacist [edición en español] No. 33, enero de 2005.)
Última edición por Guardia Rojo. el Jue Sep 13, 2012 10:21 pm, editado 2 veces