"Una lectura latino-americana del Manifesto comunista"
texto de Luis Vitale
“El manifiesto no tiene retórica de protestas.
No derrama lágrimas para nada.
Las lágrimas de las cosas se han puesto por sí.
El manifiesto no ofreció, ni podía ofrecer
el diseño de la sociedad futura.
No fue ni pretendió ser el código del socialismo
ni el catecismo del comunismo crítico,
ni el “vademécum” de la revolución proletaria”. - Antonio Labriola
La presente contribución consta de dos partes:
1) Aspectos vigentes del Manifiesto Comunista.
2) Limitaciones y notas para una actualización, desde la óptica de un latinoamericano.
Vigencia
a) El M.C. entrega en forma sintética y pedagógica una nueva concepción de la historia, de la economía y de la estructura de clases, como basamento -aunque no mecánico- de la ideología y la cultura; concepción aún no superada, en sus rasgos fundamentales, por la historiografía mundial.
b) Más allá de Adam Smith y David Ricardo, el M.C. profundiza en el análisis del proceso de mundialización e internacionalización del capital, formulado medio siglo antes del advenimiento de la fase imperialista. Marx y Engels fueron tan visionarios que también previeron la masificación de la cultura burguesa a nivel mundial, al sostener que esta internacionalización “se refiere tanto a la producción material, como a la intelectual”, ya que “las ideas dominantes en cualquier época no han sido nunca más que las ideas de la clase dominante”.
A esta frase cuasi profética, sólo cabría agregarle que en la actual fase imperialista que denominamos II, la clase dominante transnacional está en proceso de imponer una “cultura única”, un nuevo tipo de “hombre unidimensional”, más alienado del que supuso Marcusse -al que debemos una autocrítica quienes lo criticamos unilateralmente por su diagnóstico de que “el proletariado había dejado de ser el agente histórico del cambio social”, menospreciando sus aportes acerca del “hombre unidimensional”.
A nuestro juicio, es necesario hacer una distinción entre mundialización y globalización, en el sentido que utilizan estos términos los ideólogos del neoliberalismo. Mundialización, obviamente, se refiere más bien a la internacionalización de la economía o, mejor dicho para los marxistas, del capital monopólico en esta fase imperialista II (1980…). En cambio, con la introducción del concepto de globalización, el neoliberalismo pretende -y en cierta medida lo ha logrado- instaurar una cultura universal única, un modo de vida cotidiana único, un tipo de educación único y una ideología y un pensamiento lo menos diverso posible. Utiliza el monopolio de los medios masivos de comunicación para desinformar y ocultar las protestas de los movimientos sociales o, en todo caso, minimizarlos para limar las aristas más filudas de las luchas de los trabajadores, de los ecologistas subversivos, de las reivindicaciones antipatriarcales del genuino feminismo, de los Pueblos Originarios (indígenas) y otras etnias, de los movimientos de contracultura o de alternativa de los trabajadores de la cultura.
Más aún, en los últimos años, los ideólogos del neoliberalismo han iniciado una cruzada, propagandizada inclusive por hombres de gobierno, (en Chile el ministro Brunner) con el objeto de desprestigiar las Ciencias Sociales, popularizando el supuesto de que la Historia y la Sociología no tienen herramientas ni categorías para analizar este mundo “inasible” que sólo puede ser captado por la “imaginación novelística” y la informática a traves de la “realidad virtual”. A la a-histórica aberración de Fukujama sobre el supuesto “fin de la historia”, le sucede ahora el fin de la sociología. De este modo -no tan sutil- se está oficializando la obsolencia del marxismo y de otras corrientes del pensamiento social. Como es de suponer, esta nueva irracionalidad, con reminiscencias Nietzcheanas, repercutirá sobre los distintos niveles de la Educación, no sólo universitaria, y la formación de investigadores críticos. Contra esta nueva cruzada ideológica, debemos levantar una vez más “las armas de la crítica” en el 150 aniversario del Manifiesto.
A la base de esta cruzada, está la falta de un proyecto de sociedad de “onda larga”, como lo tuvo la burguesía en el siglo XIX y Mannheim a principios del XX, y la incapacidad del neoliberalismo de crear una teoría sobre el funcionamiento de su propio sistema económico, basado en gran medida en el capital especulativo (“sociedad Casino”, al decir de A.G. Frank), sistema al que le calza la frase del Manifiesto: “mago que no sabe dominar las potencias infernales que ha evocado”.
c) Otro punto del M.C. más vigente que nunca es su concepción de Internacionalismo de los explotados y oprimidos, explicitado por Marx en los Principios de la I.Internacional o Asociación Internacional de los Trabajadores (1864). Su objetivo de agrupar a todos los trabajadores del mundo y lograr la unidad en la diversidad, fue desvirtuado por las posteriores Internacionales, sin excepción, que se integraron solamente por partidos con ideología ortodoxa, criterio sectario que los condujo al aislamiento respecto de quienes pretendían representar.
La Primera Internacional no fue estrictamente una Central Sindical ni tampoco una dirección de carácter partidario mundial, como lo fueron las posteriores Internacionales. Fue más bien una Federación de los Movimientos Sociales de aquella época, concepción más vigente que nunca en este proceso objetivo de mundialización. Si no queremos volver a cometer errores, tenemos que reflexionar sobre la concepción estratégica de Marx para forjar un nuevo tipo de Internacionalismo: ¡A la mundialización del capital, opongamos la mundialización del pensamiento y la acción de los sectores de vanguardia de los Movimientos Sociales!.
Hoy es más factible que nunca lograr la unidad en la diversidad de los Movimientos Sociales (no sólo del proletariado) en una nueva concepción de Internacionalismo. Sus representantes deberían surgir de elecciones directas, no por delegados a Congresos, por lo general manipulados por los partidos. Como antecedente, señalamos las elecciones para la Central Unica de Trabajadores de Chile (CUT) en 1972, bajo el gobierno de Salvador Allende, donde más de medio millón de trabajadores, obreros, empleados, campesinos, profesores, capas medias asalariadas, votaron en sus sitios de trabajo, fenómeno de democracia directa inédito en la historia del movimiento obrero mundial.
Es una deuda que tenemos que pagar al Manifiesto Comunista, así como Marx y Engels la cumplieron con Flora Tristán, la primera en plantear la “Unión Universal de los obreros y obreras” en su libro Unión Obrera. En 1843, Marx y Engels en la Sagrada Familia salieron hidalgamente en defensa de Flora Tristán, atacada por Edgar Bauer, reconociendo que sus ideas de “organización del trabajo” fueron precursoras del internacionalismo de las y los trabajadores.
d) También es, en lo esencial, vigente el planteo del M.C. sobre aspectos generales de la sociedad socialista por venir, concepto más adecuado que comunismo, porque éste expresa más bien el movimiento y Socialismo la estrategia de construcción de una sociedad alternativa al capitalismo. No por azar, Engels en el prólogo a la edición alemana del M.C. de 1890 sostuvo que en un principio se pensó ponerle Socialista al Manifiesto.
Algunas líneas del M.C. indican que la nueva sociedad socialista debería ser administrada por los trabajadores, sin mencionar al partido. Más todavía, señala que el proletariado en el poder tendrá que emplear “la violencia despótica del derecho de propiedad y de las relaciones burguesas de producción”, pero en ningún momento se habla de la “dictadura del proletariado”, concepto que es necesario cuestionar y reemplazarlo por otro que exprese la necesidad de desarmar a la burguesía y garantizar la democracia de las más amplias mayorías del nuevo Gobieno de la Clase Trabajadora y de los Movimientos Sociales.
Un asiduo lector latinoamericano del Manifiesto Comunista, Luis Emilio Recabarren, fundador del movimiento obrero chileno, hizó aprobar en la III Convención Nacional de la Federación Obrera de Chile (FOCH), 1919, una posición original sobre la sociedad socialista, nunca planteada antes por Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo, ni después por Gramsci, Tito, Mao, Ho-chi-minh ni Fidel Castro. Esa resolución decía: “Abolido el sistema capitalista, será reemplazado por la Federación Obrera, que se hará cargo de la administración de la producción industrial y de sus consecuencias”. Lo inédito era el planteamiento de que la Federación Obrera -y no el partido- se haría cargo de la “administración de la producción”. De ninguna manera podría pensarse que ésta era un actitud antipartido de un hombre que fundó el Partido Obrero Socialista (POS) en 1912 y el Partido Comunista en 1922. Recabarren volvió sobre el tema en 1921en un folleto publicado en Antofagasta, zona de obreros mineros del salitre, “Lo que da y dará la Federación Obrera”: “El gremio tiene por misión, después de cumplir su programa de labor presente, preparar la capacidad de todos sus asociados para verificar la expropiación capitalista reemplazándola en sus funciones directoras de la producción y del consumo”.
Esta posición contrasta con la de Lenin, quien en el debate de 1922 sobre el papel de los sindicatos bajo el socialismo sostuvo que los sindicatos deben mantener la independencia respecto del Estado, lo cual significaba que el movimiento sindical no estaba encargado de gobernar o administrar el Estado; en otras palabras, el denominado Estado obrero -deformado ya contra la voluntad del propio Lenin, como él mismo lo sostuvo en uno de sus últimos artículos- debía ser dirigido por el Partido y no por las organizaciones de los trabajadores, lo cual significaba inequívocamente una sustitución de la clase por el partido, concepción organizativa que pavimentó el camino a la “dictadura del partido” instaurada por el stalinismo.
e) Las breves líneas del Manifiesto sobre Democracia nos deben llamar a la reflexión sobre los errores cometidos posteriormente por la izquierda. El M.C. dice a la letra que uno de los objetivos del proletariado en el poder es “la conquista de la democracia” (p.52). Al no ponerle apellido a la categoría política de Democracia, Marx y Engels quisieron decir que la única y verdadera democracia sólo podía advenir con el derrocamiento de esa burguesía que, precisamente, usufructuó el concepto de democracia, implantando una forma tan restringida de ella que nunca fue democracia.
Posteriormente, la mayoría de los marxistas, al criticar la “democracia burguesa” cayeron en un menosprecio por la lucha de las libertades democráticas, asfixiaron la democracia interna de sus partidos, a través del centralismo-burocrático, y terminaron con toda expresión democrática en aras de la llamada “dictadura del proletariado” durante el “socialismo” con comillas, real, sin comillas.
f) Se impone una relectura de los párrafos del Manifiesto dedicados a la relación individuo-sociedad, al papel de la mujer, la familia y los niños. Allí se rescata “la dignidad personal”, tan ausente en la sociedad neoliberal, corrupta y falta de ética, donde los valores del ser humano se han convertido “en simple valor de cambio”, como ya apuntara el Manifiesto en la parte II.
Limitaciones y notas para su actualización
Por respeto a la relevancia histórica del Manifiesto Comunista, nos permitimos hacer algunos comentarios críticos, por estimar que no es bueno para la praxis revolucionaria continuar con apologías que sólo sirven para reiterar errores. En la edición alemana del Manifiesto, sus autores reconocieron en 1872 que habían ciertos aspectos que “deberían ser retocados (…) este programa ha envejecido en algunos de sus puntos”. En el prólogo a la edición alemana de 1890, Engels anotó que el mundo había cambiado en parte, comparado con la época en que se elaboró el original del Manifiesto, sobre todo por la emergencia de Estados Unidos, que comenzaba a disputar a Europa el “monopolio industrial”.
1) Estado-nación
El M.C. hace alusión al concepto de Estado-nación, señalando que “las provincias han sido consolidadas en una sola nación, bajo un solo gobierno, una sola ley, un solo interés nacional de clase y una sola línea aduanera”. Formula una crítica correcta del Estado burgués, pero omite que dentro de algunos Estados continuaron subsistiendo nacionalidades, como los vascos y catalanes en España, e irlandeses en Gran Bretaña, además de Europa Oriental que más tarde los países denominados socialistas no pudieron resolver, a tal punto que a la “caída del muro de Berlín” reflotaron con más fuerza que nunca las nacionalidades en la URSS, Yugoeslavia y otras zonas.
Otro grave error del Manifiesto fue haber ignorado a los Pueblos Originarios de Asia, Africa y América, cuyas nacionalidades fueron pre-existentes a los Estados. No por azar, los Mapuches (indígenas de Chile) y otros pueblos originarios de América Central (Chiapas) y Sur, se reivindican como Pueblo-nación dentro de su respectivo Estado. Inclusive, hay varios pueblos originarios, como los aymara, que habitan en cuatro Estados (Perú, Bolivia, norte de Argentina y Chile).
Nosotros, los latinoamericanos, sufrimos en la práctica política este error del Manifiesto y de las apreciaciones posteriores de Marx sobre la Cuestión Nacional, porque los PS y PC copiaron el esquema eurocéntrico, sin atender las especificidades sociales y étnicas de nuestra América, que exigían la autodeterminación de las comunidades indígenas desde la invasión hispano-portuguesa.
2) Burguesía -Proletariado
Es sobradamente conocido el error del M.C. de pronosticar la desaparición de la pequeña burguesía y la polarización absoluta de las clases en dos: burguesía y proletariado, apreciación que fue grave para Europa y Estados Unidos, pero más grave aún para Asia, Africa y América Latina porque los partidos de izquierda copiaron dicho esquema, subestimando las luchas del campesinado y de las capas medias asalariadas, llegando en algunos países, como México, el campesinado a ser la fuerza motriz principal de la Revolución de 1910-20, la más grande revolución campesina de América Latina.
Por lo demás, el Manifiesto tuvo un enfoque equivocado de la denominada “clase media”, ya que sólo consideró dentro de ella a los pequeños propietarios, “pequeños fabricantes, tenderos, artesanos, campesinos”. En rigor, dentro de los sectores medios existen básicamente dos segmentos: uno, pequeña burguesia, propietaria de algún medio de producción y distribución urbano y rural; otro, las capas medias asalariadas, que venden su fuerza de trabajo por un salario o sueldo, ostentando actualmente organiziones sindicales tan poderosas como las del proletariado, especialmente en el sector de servicios públicos.
Es urgente debatir este punto por cuanto las capas medias seguirán creciendo y sus organizaciones del sector estatal, preferentemente, continuarán resistiendo al plan de privatizaciones y desmantelamiento de las garantías sociales conquistadas hace décadas. Por lo menos, este proceso se está dando en América Latina, sobre todo en los países en que la Salud y la Educación son en gran parte aún financiadas por el Estado.
La copia que hizo la izquierda de la frase del M.C. sobre la “clase media” condujo a que se menospreciara no sólo a la pequeña burguesía sino -lo que es más grave aún- a las capas medias asalariadas, a las cuales también se los calificó de pequeño-burgueses, aislándose así de este sector, particularmente de los intelectuales, además de los pequeños propietarios del campo y la ciudad. A nuestro juicio, las capas medias asalariadas constituyen un segmento de la clase trabajadora, pues al igual que otros explotados se ven obligados a vender su fuerza de trabajo para subsistir
Queremos intercambiar ideas acerca de un nuevo tipo de plusvalía que “entregan” sectores obreros altamente calificados, empleados bien entrenados y franjas de la intelectualidad. Me refiero a la PLUSVALIA DEL CONOCIMIENTO, que no alcanzó a tratar Marx, problemática analizada por nosotros en un Ensayo que publicamos en 1997 con el objeto de explicar el proceso actual de acumulación del capital. Allí, demostramos que la Renta Tecnológica se basa, fundamentalmente, en la extracción de la Plusvalía del Conocimiento a sectores obreros y empleados, especialmente capacitados en las ramas de la Informática, en el manejo de robots, a intelectuales y científicos que hacen investigaciones implementadas por las Universidades, cada vez más funcionales a las necesidades del modelo más neo-conservador que neoliberal.
3) Conciencia de clase
El M.C. confunde estructura de clase con conciencia de clase, al sostener que “en la lucha contra la burguesía, el proletariado se constituye indefectiblemente en clase” (p.44 y 53). Esta definición está más relacionada con el grado de conciencia que con la estructura de clase, confusión que Marx reitera en la Miseria de la Filosofía.
Es sabido que los creadores del materialismo histórico no alcanzaron a sistematizar su pensamiento en relación a los problemas de conciencia de clase. No existe ninguna obra de ellos donde se haga un análisis a fondo de la llamada “clase en sí” y “para sí”, categorías que tenían una reminiscencia kantiana. La categoría “clase en sí” no se refiere a ninguna expresión de la conciencia sino solamente a la existencia de la clase trabajadora, como parte de la estructura de clase del sistema capitalista, y como tal hay que estudiarla. En cambio “clase para sí” tiene relación directa con la conciencia de clase, cuyo análisis es clave para una política revolucionaria. De todos modos, son conceptos demasiados generales, que no permiten analizar de manera más concreta y precisa los matices de las diversas manifestaciones de la conciencia de clase, que van desde la conciencia primaria o sindical de clase hasta la conciencia política revolucionaria de clase.
4) Sobre los países coloniales y semicoloniales
Una de las omisiones más graves del M.C. -para nosotros militantes del llamado Tercer Mundo- es la ninguna referencia a la lucha de los países coloniales y semicoloniales por su liberación y ruptura con el nexo colonial. En su comentario “A los 90 años del Manifiesto Comunista”, León Trotsky explica que Marx y Engels “consideraban que la revolución social en los países civilizados más avanzados, cuando menos seria cuestión de unos cuantos años más; para ellos el problema colonial se resolvía automáticamente no como consecuencia de un movimiento independiente de las nacionalidades oprimidas, sino como consecuencia de la victoria del proletariado en los centros metropolitanos del capitalismo. Por lo tanto, los problemas de estrategia revolucionaria en los países coloniales y semicoloniales no se planteaban bajo ningún aspecto”
El error podría atenuarse porque el M.C. no podía prever los combates anticoloniales y los movimientos de liberación nacional de fines del siglo XIX y del siglo XX. Pero lo grave, para nosotros los latinoamericanos, es que Marx y Engels no advirtieron el significado de la revolución anticolonial más importante del siglo XIX, es decir, la revolución por la independencia de América Latina contra el dominio imperial de España, que había triunfado, con la participación de campesinos y artesanos, más de un cuarto de siglo antes de que se redactara el Manifiesto.
A la base de esta omisión estuvo la concepción eurocéntrica de la historia y la política, reflejada asimismo en otros párrafos del M.C. en los que se habla de “naciones bárbaras o semibárbaras”, ignorando así la civilización china, indú, egipcia, del medio oriente, musulmana, nuestra cultura maya -que descubrió el número cero cientos de años antes que los europeos, quienes lo llegaron a conocer por vía de los árabes recién en la Alta Edad Media. No obstante, el M.C. seguía reproduciendo el concepto hegeliano de “pueblos sin historia”.
Las consecuencias de este enfoque eurocéntrico fueron desastrosas porque, al calcar el modelo europeo de hacer política, los PS de América Latina, adheridos a la II Internacional, subestimaron el problema nacional anti-imperialista desde principios del siglo XX, en los precisos momentos en que Estados Unidos intervenía militarmente y ocupaba por décadas República Dominicana, Puerto Rico, Cuba, Panamá, es decir, casi todo el Caribe, además de la inversión del capital financiero inglés, francés, alemán que se apoderó de gran parte de las riquezas o materias primas.
El eurocentrismo se proyectó también al Asia y Africa, a través de la política de la II Internacional. Vandervelde llegó plantear la anexión del Congo a Bélgica, la socialdemocracia italiana respaldó al gobierno de su país para la anexión de Trípoli y el Congreso de Amsterdam propuso en 1904 un cierto autogobierno de la India, pero bajo soberanía británica. En dicho Congreso, El holandés Van Kol tuvo la arrogancia de decir “colonias hay y habrá durante muchos siglos todavía. No se podrá renunciar a las antiguas colonias porque éstas no resultan capaces para autogobernarse. Las nuevas necesidades que se plantearán tras la victoria de la clase obrera (europea) exigirán posesiones coloniales incluso bajo el régimen socialista del futuro (…) ¿Tenemos que dejar liberada la mitad de la tierra a la arbitrariedad de los pueblos todavía situados en el estadio infantil?
El eurocentrismo traspasó también a la III Internacional. Basta leer su manifiesto de fundación (1919) para darse cuenta de lo poco que se había avanzado en la cuestión colonial, pues se reproducía acríticamente el planteo de Marx sobre “La cuestión nacional”: “La emancipación de las colonias -decía el manifiesto de la III Internacional- podrá efectuarse cuando sean libres los trabajadores de las metrópolis. Esclavos de las colonias asiáticas y africanas: ¡La hora de la dictadura proletaria en Europa será también la hora de vuestra emancipación” En el II Congreso (1920) se prestó un poco más de atención a la cuestión colonial, gracias a la intervención del delegado de la India, M.N. Roy. El interés de Lenin por el planteamiento de Roy inclinó la votación favorable a la liberación nacional. Pero las diferencias continuaron. En el V Congreso de la III Internacional (1924), Ho-Chi-Minh denunció: “No es exagerado decir que los partidos comunistas francés e inglés no se han puesto en contacto con los pueblos coloniales. ¿Qué han hecho a partir del día que aceptaron el programa político de Lenin para educar a la clase obrera de sus países en un espíritu de internacionalismo justo y de un contacto cercano con las masas trabajadoras de las colonias?. Lo que nuestros partidos han hecho en este campo es prácticamente nada. En cuanto a mí, nací en una colonia francesa y soy miembro del PC francés y lamento decir que nuestro PC no ha hecho nada por las colonias”.
No obstante las rebeliones anticoloniales de Asia y Africa, la III Internacional seguía reproduciendo el pronóstico del Manifiesto Comunista de 1848 o la apuesta al triunfo de la revolución proletaria en los países altamente industrializados. Pero no fue así, los vientos frescos de la liberación nacional y social pasaron por tierras asiáticas, africanas, latinoamericanas y de los países “atrasados” de Europa Oriental.
Por último, cabe preguntarse ¿por qué las secciones de la Internacional Comunista, es decir, los PC de Asia, Africa y América Latina aceptaron esta política eurocentrista? La respuesta podemos encontrarla en la estructura de poder de todas las Internacionales, con excepción de la Primera, con un centro (europeo) que dictamina la política a seguir en la periferia; en la estructura verticalista de casi todos los partidos políticos.
Creo, entonces, que el mejor homenaje que podemos hacerle a los autores del Manifiesto Comunista es generar colectivamente un nuevo tipo de Internacionalismo y una ueva concepción de partido y de organización de los movimientos sociales.
texto de Luis Vitale
“El manifiesto no tiene retórica de protestas.
No derrama lágrimas para nada.
Las lágrimas de las cosas se han puesto por sí.
El manifiesto no ofreció, ni podía ofrecer
el diseño de la sociedad futura.
No fue ni pretendió ser el código del socialismo
ni el catecismo del comunismo crítico,
ni el “vademécum” de la revolución proletaria”. - Antonio Labriola
La presente contribución consta de dos partes:
1) Aspectos vigentes del Manifiesto Comunista.
2) Limitaciones y notas para una actualización, desde la óptica de un latinoamericano.
Vigencia
a) El M.C. entrega en forma sintética y pedagógica una nueva concepción de la historia, de la economía y de la estructura de clases, como basamento -aunque no mecánico- de la ideología y la cultura; concepción aún no superada, en sus rasgos fundamentales, por la historiografía mundial.
b) Más allá de Adam Smith y David Ricardo, el M.C. profundiza en el análisis del proceso de mundialización e internacionalización del capital, formulado medio siglo antes del advenimiento de la fase imperialista. Marx y Engels fueron tan visionarios que también previeron la masificación de la cultura burguesa a nivel mundial, al sostener que esta internacionalización “se refiere tanto a la producción material, como a la intelectual”, ya que “las ideas dominantes en cualquier época no han sido nunca más que las ideas de la clase dominante”.
A esta frase cuasi profética, sólo cabría agregarle que en la actual fase imperialista que denominamos II, la clase dominante transnacional está en proceso de imponer una “cultura única”, un nuevo tipo de “hombre unidimensional”, más alienado del que supuso Marcusse -al que debemos una autocrítica quienes lo criticamos unilateralmente por su diagnóstico de que “el proletariado había dejado de ser el agente histórico del cambio social”, menospreciando sus aportes acerca del “hombre unidimensional”.
A nuestro juicio, es necesario hacer una distinción entre mundialización y globalización, en el sentido que utilizan estos términos los ideólogos del neoliberalismo. Mundialización, obviamente, se refiere más bien a la internacionalización de la economía o, mejor dicho para los marxistas, del capital monopólico en esta fase imperialista II (1980…). En cambio, con la introducción del concepto de globalización, el neoliberalismo pretende -y en cierta medida lo ha logrado- instaurar una cultura universal única, un modo de vida cotidiana único, un tipo de educación único y una ideología y un pensamiento lo menos diverso posible. Utiliza el monopolio de los medios masivos de comunicación para desinformar y ocultar las protestas de los movimientos sociales o, en todo caso, minimizarlos para limar las aristas más filudas de las luchas de los trabajadores, de los ecologistas subversivos, de las reivindicaciones antipatriarcales del genuino feminismo, de los Pueblos Originarios (indígenas) y otras etnias, de los movimientos de contracultura o de alternativa de los trabajadores de la cultura.
Más aún, en los últimos años, los ideólogos del neoliberalismo han iniciado una cruzada, propagandizada inclusive por hombres de gobierno, (en Chile el ministro Brunner) con el objeto de desprestigiar las Ciencias Sociales, popularizando el supuesto de que la Historia y la Sociología no tienen herramientas ni categorías para analizar este mundo “inasible” que sólo puede ser captado por la “imaginación novelística” y la informática a traves de la “realidad virtual”. A la a-histórica aberración de Fukujama sobre el supuesto “fin de la historia”, le sucede ahora el fin de la sociología. De este modo -no tan sutil- se está oficializando la obsolencia del marxismo y de otras corrientes del pensamiento social. Como es de suponer, esta nueva irracionalidad, con reminiscencias Nietzcheanas, repercutirá sobre los distintos niveles de la Educación, no sólo universitaria, y la formación de investigadores críticos. Contra esta nueva cruzada ideológica, debemos levantar una vez más “las armas de la crítica” en el 150 aniversario del Manifiesto.
A la base de esta cruzada, está la falta de un proyecto de sociedad de “onda larga”, como lo tuvo la burguesía en el siglo XIX y Mannheim a principios del XX, y la incapacidad del neoliberalismo de crear una teoría sobre el funcionamiento de su propio sistema económico, basado en gran medida en el capital especulativo (“sociedad Casino”, al decir de A.G. Frank), sistema al que le calza la frase del Manifiesto: “mago que no sabe dominar las potencias infernales que ha evocado”.
c) Otro punto del M.C. más vigente que nunca es su concepción de Internacionalismo de los explotados y oprimidos, explicitado por Marx en los Principios de la I.Internacional o Asociación Internacional de los Trabajadores (1864). Su objetivo de agrupar a todos los trabajadores del mundo y lograr la unidad en la diversidad, fue desvirtuado por las posteriores Internacionales, sin excepción, que se integraron solamente por partidos con ideología ortodoxa, criterio sectario que los condujo al aislamiento respecto de quienes pretendían representar.
La Primera Internacional no fue estrictamente una Central Sindical ni tampoco una dirección de carácter partidario mundial, como lo fueron las posteriores Internacionales. Fue más bien una Federación de los Movimientos Sociales de aquella época, concepción más vigente que nunca en este proceso objetivo de mundialización. Si no queremos volver a cometer errores, tenemos que reflexionar sobre la concepción estratégica de Marx para forjar un nuevo tipo de Internacionalismo: ¡A la mundialización del capital, opongamos la mundialización del pensamiento y la acción de los sectores de vanguardia de los Movimientos Sociales!.
Hoy es más factible que nunca lograr la unidad en la diversidad de los Movimientos Sociales (no sólo del proletariado) en una nueva concepción de Internacionalismo. Sus representantes deberían surgir de elecciones directas, no por delegados a Congresos, por lo general manipulados por los partidos. Como antecedente, señalamos las elecciones para la Central Unica de Trabajadores de Chile (CUT) en 1972, bajo el gobierno de Salvador Allende, donde más de medio millón de trabajadores, obreros, empleados, campesinos, profesores, capas medias asalariadas, votaron en sus sitios de trabajo, fenómeno de democracia directa inédito en la historia del movimiento obrero mundial.
Es una deuda que tenemos que pagar al Manifiesto Comunista, así como Marx y Engels la cumplieron con Flora Tristán, la primera en plantear la “Unión Universal de los obreros y obreras” en su libro Unión Obrera. En 1843, Marx y Engels en la Sagrada Familia salieron hidalgamente en defensa de Flora Tristán, atacada por Edgar Bauer, reconociendo que sus ideas de “organización del trabajo” fueron precursoras del internacionalismo de las y los trabajadores.
d) También es, en lo esencial, vigente el planteo del M.C. sobre aspectos generales de la sociedad socialista por venir, concepto más adecuado que comunismo, porque éste expresa más bien el movimiento y Socialismo la estrategia de construcción de una sociedad alternativa al capitalismo. No por azar, Engels en el prólogo a la edición alemana del M.C. de 1890 sostuvo que en un principio se pensó ponerle Socialista al Manifiesto.
Algunas líneas del M.C. indican que la nueva sociedad socialista debería ser administrada por los trabajadores, sin mencionar al partido. Más todavía, señala que el proletariado en el poder tendrá que emplear “la violencia despótica del derecho de propiedad y de las relaciones burguesas de producción”, pero en ningún momento se habla de la “dictadura del proletariado”, concepto que es necesario cuestionar y reemplazarlo por otro que exprese la necesidad de desarmar a la burguesía y garantizar la democracia de las más amplias mayorías del nuevo Gobieno de la Clase Trabajadora y de los Movimientos Sociales.
Un asiduo lector latinoamericano del Manifiesto Comunista, Luis Emilio Recabarren, fundador del movimiento obrero chileno, hizó aprobar en la III Convención Nacional de la Federación Obrera de Chile (FOCH), 1919, una posición original sobre la sociedad socialista, nunca planteada antes por Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo, ni después por Gramsci, Tito, Mao, Ho-chi-minh ni Fidel Castro. Esa resolución decía: “Abolido el sistema capitalista, será reemplazado por la Federación Obrera, que se hará cargo de la administración de la producción industrial y de sus consecuencias”. Lo inédito era el planteamiento de que la Federación Obrera -y no el partido- se haría cargo de la “administración de la producción”. De ninguna manera podría pensarse que ésta era un actitud antipartido de un hombre que fundó el Partido Obrero Socialista (POS) en 1912 y el Partido Comunista en 1922. Recabarren volvió sobre el tema en 1921en un folleto publicado en Antofagasta, zona de obreros mineros del salitre, “Lo que da y dará la Federación Obrera”: “El gremio tiene por misión, después de cumplir su programa de labor presente, preparar la capacidad de todos sus asociados para verificar la expropiación capitalista reemplazándola en sus funciones directoras de la producción y del consumo”.
Esta posición contrasta con la de Lenin, quien en el debate de 1922 sobre el papel de los sindicatos bajo el socialismo sostuvo que los sindicatos deben mantener la independencia respecto del Estado, lo cual significaba que el movimiento sindical no estaba encargado de gobernar o administrar el Estado; en otras palabras, el denominado Estado obrero -deformado ya contra la voluntad del propio Lenin, como él mismo lo sostuvo en uno de sus últimos artículos- debía ser dirigido por el Partido y no por las organizaciones de los trabajadores, lo cual significaba inequívocamente una sustitución de la clase por el partido, concepción organizativa que pavimentó el camino a la “dictadura del partido” instaurada por el stalinismo.
e) Las breves líneas del Manifiesto sobre Democracia nos deben llamar a la reflexión sobre los errores cometidos posteriormente por la izquierda. El M.C. dice a la letra que uno de los objetivos del proletariado en el poder es “la conquista de la democracia” (p.52). Al no ponerle apellido a la categoría política de Democracia, Marx y Engels quisieron decir que la única y verdadera democracia sólo podía advenir con el derrocamiento de esa burguesía que, precisamente, usufructuó el concepto de democracia, implantando una forma tan restringida de ella que nunca fue democracia.
Posteriormente, la mayoría de los marxistas, al criticar la “democracia burguesa” cayeron en un menosprecio por la lucha de las libertades democráticas, asfixiaron la democracia interna de sus partidos, a través del centralismo-burocrático, y terminaron con toda expresión democrática en aras de la llamada “dictadura del proletariado” durante el “socialismo” con comillas, real, sin comillas.
f) Se impone una relectura de los párrafos del Manifiesto dedicados a la relación individuo-sociedad, al papel de la mujer, la familia y los niños. Allí se rescata “la dignidad personal”, tan ausente en la sociedad neoliberal, corrupta y falta de ética, donde los valores del ser humano se han convertido “en simple valor de cambio”, como ya apuntara el Manifiesto en la parte II.
Limitaciones y notas para su actualización
Por respeto a la relevancia histórica del Manifiesto Comunista, nos permitimos hacer algunos comentarios críticos, por estimar que no es bueno para la praxis revolucionaria continuar con apologías que sólo sirven para reiterar errores. En la edición alemana del Manifiesto, sus autores reconocieron en 1872 que habían ciertos aspectos que “deberían ser retocados (…) este programa ha envejecido en algunos de sus puntos”. En el prólogo a la edición alemana de 1890, Engels anotó que el mundo había cambiado en parte, comparado con la época en que se elaboró el original del Manifiesto, sobre todo por la emergencia de Estados Unidos, que comenzaba a disputar a Europa el “monopolio industrial”.
1) Estado-nación
El M.C. hace alusión al concepto de Estado-nación, señalando que “las provincias han sido consolidadas en una sola nación, bajo un solo gobierno, una sola ley, un solo interés nacional de clase y una sola línea aduanera”. Formula una crítica correcta del Estado burgués, pero omite que dentro de algunos Estados continuaron subsistiendo nacionalidades, como los vascos y catalanes en España, e irlandeses en Gran Bretaña, además de Europa Oriental que más tarde los países denominados socialistas no pudieron resolver, a tal punto que a la “caída del muro de Berlín” reflotaron con más fuerza que nunca las nacionalidades en la URSS, Yugoeslavia y otras zonas.
Otro grave error del Manifiesto fue haber ignorado a los Pueblos Originarios de Asia, Africa y América, cuyas nacionalidades fueron pre-existentes a los Estados. No por azar, los Mapuches (indígenas de Chile) y otros pueblos originarios de América Central (Chiapas) y Sur, se reivindican como Pueblo-nación dentro de su respectivo Estado. Inclusive, hay varios pueblos originarios, como los aymara, que habitan en cuatro Estados (Perú, Bolivia, norte de Argentina y Chile).
Nosotros, los latinoamericanos, sufrimos en la práctica política este error del Manifiesto y de las apreciaciones posteriores de Marx sobre la Cuestión Nacional, porque los PS y PC copiaron el esquema eurocéntrico, sin atender las especificidades sociales y étnicas de nuestra América, que exigían la autodeterminación de las comunidades indígenas desde la invasión hispano-portuguesa.
2) Burguesía -Proletariado
Es sobradamente conocido el error del M.C. de pronosticar la desaparición de la pequeña burguesía y la polarización absoluta de las clases en dos: burguesía y proletariado, apreciación que fue grave para Europa y Estados Unidos, pero más grave aún para Asia, Africa y América Latina porque los partidos de izquierda copiaron dicho esquema, subestimando las luchas del campesinado y de las capas medias asalariadas, llegando en algunos países, como México, el campesinado a ser la fuerza motriz principal de la Revolución de 1910-20, la más grande revolución campesina de América Latina.
Por lo demás, el Manifiesto tuvo un enfoque equivocado de la denominada “clase media”, ya que sólo consideró dentro de ella a los pequeños propietarios, “pequeños fabricantes, tenderos, artesanos, campesinos”. En rigor, dentro de los sectores medios existen básicamente dos segmentos: uno, pequeña burguesia, propietaria de algún medio de producción y distribución urbano y rural; otro, las capas medias asalariadas, que venden su fuerza de trabajo por un salario o sueldo, ostentando actualmente organiziones sindicales tan poderosas como las del proletariado, especialmente en el sector de servicios públicos.
Es urgente debatir este punto por cuanto las capas medias seguirán creciendo y sus organizaciones del sector estatal, preferentemente, continuarán resistiendo al plan de privatizaciones y desmantelamiento de las garantías sociales conquistadas hace décadas. Por lo menos, este proceso se está dando en América Latina, sobre todo en los países en que la Salud y la Educación son en gran parte aún financiadas por el Estado.
La copia que hizo la izquierda de la frase del M.C. sobre la “clase media” condujo a que se menospreciara no sólo a la pequeña burguesía sino -lo que es más grave aún- a las capas medias asalariadas, a las cuales también se los calificó de pequeño-burgueses, aislándose así de este sector, particularmente de los intelectuales, además de los pequeños propietarios del campo y la ciudad. A nuestro juicio, las capas medias asalariadas constituyen un segmento de la clase trabajadora, pues al igual que otros explotados se ven obligados a vender su fuerza de trabajo para subsistir
Queremos intercambiar ideas acerca de un nuevo tipo de plusvalía que “entregan” sectores obreros altamente calificados, empleados bien entrenados y franjas de la intelectualidad. Me refiero a la PLUSVALIA DEL CONOCIMIENTO, que no alcanzó a tratar Marx, problemática analizada por nosotros en un Ensayo que publicamos en 1997 con el objeto de explicar el proceso actual de acumulación del capital. Allí, demostramos que la Renta Tecnológica se basa, fundamentalmente, en la extracción de la Plusvalía del Conocimiento a sectores obreros y empleados, especialmente capacitados en las ramas de la Informática, en el manejo de robots, a intelectuales y científicos que hacen investigaciones implementadas por las Universidades, cada vez más funcionales a las necesidades del modelo más neo-conservador que neoliberal.
3) Conciencia de clase
El M.C. confunde estructura de clase con conciencia de clase, al sostener que “en la lucha contra la burguesía, el proletariado se constituye indefectiblemente en clase” (p.44 y 53). Esta definición está más relacionada con el grado de conciencia que con la estructura de clase, confusión que Marx reitera en la Miseria de la Filosofía.
Es sabido que los creadores del materialismo histórico no alcanzaron a sistematizar su pensamiento en relación a los problemas de conciencia de clase. No existe ninguna obra de ellos donde se haga un análisis a fondo de la llamada “clase en sí” y “para sí”, categorías que tenían una reminiscencia kantiana. La categoría “clase en sí” no se refiere a ninguna expresión de la conciencia sino solamente a la existencia de la clase trabajadora, como parte de la estructura de clase del sistema capitalista, y como tal hay que estudiarla. En cambio “clase para sí” tiene relación directa con la conciencia de clase, cuyo análisis es clave para una política revolucionaria. De todos modos, son conceptos demasiados generales, que no permiten analizar de manera más concreta y precisa los matices de las diversas manifestaciones de la conciencia de clase, que van desde la conciencia primaria o sindical de clase hasta la conciencia política revolucionaria de clase.
4) Sobre los países coloniales y semicoloniales
Una de las omisiones más graves del M.C. -para nosotros militantes del llamado Tercer Mundo- es la ninguna referencia a la lucha de los países coloniales y semicoloniales por su liberación y ruptura con el nexo colonial. En su comentario “A los 90 años del Manifiesto Comunista”, León Trotsky explica que Marx y Engels “consideraban que la revolución social en los países civilizados más avanzados, cuando menos seria cuestión de unos cuantos años más; para ellos el problema colonial se resolvía automáticamente no como consecuencia de un movimiento independiente de las nacionalidades oprimidas, sino como consecuencia de la victoria del proletariado en los centros metropolitanos del capitalismo. Por lo tanto, los problemas de estrategia revolucionaria en los países coloniales y semicoloniales no se planteaban bajo ningún aspecto”
El error podría atenuarse porque el M.C. no podía prever los combates anticoloniales y los movimientos de liberación nacional de fines del siglo XIX y del siglo XX. Pero lo grave, para nosotros los latinoamericanos, es que Marx y Engels no advirtieron el significado de la revolución anticolonial más importante del siglo XIX, es decir, la revolución por la independencia de América Latina contra el dominio imperial de España, que había triunfado, con la participación de campesinos y artesanos, más de un cuarto de siglo antes de que se redactara el Manifiesto.
A la base de esta omisión estuvo la concepción eurocéntrica de la historia y la política, reflejada asimismo en otros párrafos del M.C. en los que se habla de “naciones bárbaras o semibárbaras”, ignorando así la civilización china, indú, egipcia, del medio oriente, musulmana, nuestra cultura maya -que descubrió el número cero cientos de años antes que los europeos, quienes lo llegaron a conocer por vía de los árabes recién en la Alta Edad Media. No obstante, el M.C. seguía reproduciendo el concepto hegeliano de “pueblos sin historia”.
Las consecuencias de este enfoque eurocéntrico fueron desastrosas porque, al calcar el modelo europeo de hacer política, los PS de América Latina, adheridos a la II Internacional, subestimaron el problema nacional anti-imperialista desde principios del siglo XX, en los precisos momentos en que Estados Unidos intervenía militarmente y ocupaba por décadas República Dominicana, Puerto Rico, Cuba, Panamá, es decir, casi todo el Caribe, además de la inversión del capital financiero inglés, francés, alemán que se apoderó de gran parte de las riquezas o materias primas.
El eurocentrismo se proyectó también al Asia y Africa, a través de la política de la II Internacional. Vandervelde llegó plantear la anexión del Congo a Bélgica, la socialdemocracia italiana respaldó al gobierno de su país para la anexión de Trípoli y el Congreso de Amsterdam propuso en 1904 un cierto autogobierno de la India, pero bajo soberanía británica. En dicho Congreso, El holandés Van Kol tuvo la arrogancia de decir “colonias hay y habrá durante muchos siglos todavía. No se podrá renunciar a las antiguas colonias porque éstas no resultan capaces para autogobernarse. Las nuevas necesidades que se plantearán tras la victoria de la clase obrera (europea) exigirán posesiones coloniales incluso bajo el régimen socialista del futuro (…) ¿Tenemos que dejar liberada la mitad de la tierra a la arbitrariedad de los pueblos todavía situados en el estadio infantil?
El eurocentrismo traspasó también a la III Internacional. Basta leer su manifiesto de fundación (1919) para darse cuenta de lo poco que se había avanzado en la cuestión colonial, pues se reproducía acríticamente el planteo de Marx sobre “La cuestión nacional”: “La emancipación de las colonias -decía el manifiesto de la III Internacional- podrá efectuarse cuando sean libres los trabajadores de las metrópolis. Esclavos de las colonias asiáticas y africanas: ¡La hora de la dictadura proletaria en Europa será también la hora de vuestra emancipación” En el II Congreso (1920) se prestó un poco más de atención a la cuestión colonial, gracias a la intervención del delegado de la India, M.N. Roy. El interés de Lenin por el planteamiento de Roy inclinó la votación favorable a la liberación nacional. Pero las diferencias continuaron. En el V Congreso de la III Internacional (1924), Ho-Chi-Minh denunció: “No es exagerado decir que los partidos comunistas francés e inglés no se han puesto en contacto con los pueblos coloniales. ¿Qué han hecho a partir del día que aceptaron el programa político de Lenin para educar a la clase obrera de sus países en un espíritu de internacionalismo justo y de un contacto cercano con las masas trabajadoras de las colonias?. Lo que nuestros partidos han hecho en este campo es prácticamente nada. En cuanto a mí, nací en una colonia francesa y soy miembro del PC francés y lamento decir que nuestro PC no ha hecho nada por las colonias”.
No obstante las rebeliones anticoloniales de Asia y Africa, la III Internacional seguía reproduciendo el pronóstico del Manifiesto Comunista de 1848 o la apuesta al triunfo de la revolución proletaria en los países altamente industrializados. Pero no fue así, los vientos frescos de la liberación nacional y social pasaron por tierras asiáticas, africanas, latinoamericanas y de los países “atrasados” de Europa Oriental.
Por último, cabe preguntarse ¿por qué las secciones de la Internacional Comunista, es decir, los PC de Asia, Africa y América Latina aceptaron esta política eurocentrista? La respuesta podemos encontrarla en la estructura de poder de todas las Internacionales, con excepción de la Primera, con un centro (europeo) que dictamina la política a seguir en la periferia; en la estructura verticalista de casi todos los partidos políticos.
Creo, entonces, que el mejor homenaje que podemos hacerle a los autores del Manifiesto Comunista es generar colectivamente un nuevo tipo de Internacionalismo y una ueva concepción de partido y de organización de los movimientos sociales.
Notas:
1. MARX-ENGELS: El Manifiesto Comunista, Ed.Progreso, Moscú, 1976, p. 34. Las citas y su indicación entreparéntesis que haremos más adelante, corresponde a esta edición.
2. LEON TROTSKY: “A los 90 años del Manifiesto Comunista” en La era de la Revolución Permanente” Introducción de Isaac Deustscher, Ed.j. Pblo, México, 1973, p. 297.
3. LEOPOLDO MARMORA(compilador): La Segunda Internacional y el problema nacional, Ed.Pasado y Presente, México, 1978, Tomo I,p. 12.
4. CARLOS PEREYRA: La III Internacional, Biblioteca Nueva Madrid, 1920, p. 220. Ver asimismo, Los 4 Primeros Congresos de la Internacional Comunista, Ed.Pluma, Buenos Aires, 1973.
5. HO-CHI-MINH: Escritos políticos, Ed.Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1973.
1. MARX-ENGELS: El Manifiesto Comunista, Ed.Progreso, Moscú, 1976, p. 34. Las citas y su indicación entreparéntesis que haremos más adelante, corresponde a esta edición.
2. LEON TROTSKY: “A los 90 años del Manifiesto Comunista” en La era de la Revolución Permanente” Introducción de Isaac Deustscher, Ed.j. Pblo, México, 1973, p. 297.
3. LEOPOLDO MARMORA(compilador): La Segunda Internacional y el problema nacional, Ed.Pasado y Presente, México, 1978, Tomo I,p. 12.
4. CARLOS PEREYRA: La III Internacional, Biblioteca Nueva Madrid, 1920, p. 220. Ver asimismo, Los 4 Primeros Congresos de la Internacional Comunista, Ed.Pluma, Buenos Aires, 1973.
5. HO-CHI-MINH: Escritos políticos, Ed.Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1973.