"La Rebelión de las mujeres"
texto de Luis Vitale
publicado en la web chilena Clase y género
por su longitud se publica en el Foro en dos mensajes
---mensaje nº 1---
En este capítulo analizaremos una de las rebeliones sociales más importantes del siglo XX. Si bien es cierto que las revoluciones rusa, china, vietnamita, cubana y nicaragüense constituyen acontecimientos que hicieron entrar- en crisis al capitalismo, iniciando la fase de transición hacia una nueva sociedad, un balance objetivo de la historia contemporánea no puede soslayar la trascendencia de un movimiento —como el de la emancipación de la mujer— que envuelve a la mitad de la población, conmoviendo desde sus cimientos todo el sistema de relaciones humanas construido desde hace milenios. Ahora no sólo está en cuestión el régimen de dominación de clases sino también el de sexos, fundamentado en el patriarcado.
La influencia del feminismo europeo y norteamericano de principios del siglo XX
Las luchas de las mujeres latinoamericanas por el derecho al voto, el divorcio, la maternidad voluntaria y otras reivindicaciones específicas forman parte del proceso mundial de emancipación femenina. De ahí la necesidad de estudiar la evolución del feminismo europeo y norteamericano y su influencia sobre las primeras organizaciones de mujeres en América Latina.
Prosiguiendo su campaña iniciada desde los siglos XVIII y XIX, el movimiento feminista mundial de las primeras décadas del presente siglo centralizó fundamentalmente sus luchas en la obtención del derecho al voto, al mismo tiempo que proseguía su acción propagandística por el derecho al aborto, el divorcio, el salario igualitario y la organización sindical y societaria.
Las inglesas se colocaron a la vanguardia de la lucha por el derecho al voto. Emmeline Pankhurst y sus hijas Sylvia y Christabel fueron las principales abanderadas; militantes del Women’s Social and Political Union, lucharon junto a los trabajadores por elevar el nivel de la educación popular. En 1904, obtuvieron el apoyo del Partido Laborista para que patrocinara en el Parlamento un proyecto de ley a favor del voto femenino. “El 12 de mayo de 1904 —anota Sheila Rowbotham- la Women’s Social and Political Union, otras defensoras del sufragio, un grupo de obreras textiles de Lancashire y cuatrocientas mujeres de la Women’s Gujid se reunieron frente al Parlamento, sólo para ver cómo se rechazaba el proyecto de ley, para regocijo de los legisladores masculinos.
A partir de esta derrota se dedicaron a la acción directa. Empezaron a boicotear los mitines políticos y así acabaron en un enfrentamiento abierto con el Estado.”1 . El 21 de junio de 1908 encabezaron un desfile de 400.000 sufragistas por las calles de Londres. Desengañadas del propio Partido Laborista, las feministas iniciaron acciones directas: destrucción de buzones de correos, destrozos de ventanales y quebrazón de vidrios en el West End, incendio de iglesias y comercios. “La escalada de la militancia, de mitines inofensivos a enfrentamientos con la policía y a la destrucción de la propiedad, no parece haber sido parte de una estrategia a largo plazo(...). La primera huelga de hambre fue llevada a cabo por la sufragista Marion Walker después de haber pintado un eslogan en St. Stephen’s Hall y negarse a abandonar su empeño hasta que la llevaron a la cárcel. Las mujeres parecían capaces de un continuo sacrificio demostrativo. También sabían escoger sus objetivos. Por ejemplo, el 13 de junio de 1911 dos mujeres fueron encontradas embozadas frente a la casa del detestado Lewis Harcourt, munidas de petróleo inflamable, ganzúas y herramientas para cortar cristal. Sus víctimas eran escogidas no sólo a causa de odios personales, sino tambien por su significado simbólico. No había sagrados bastiones masculinos que estuviesen a salvo de sus ataques. ‘Voto para las mujeres’ llegó a aparecer, escrito con ácido, sobre el césped de los campos de golf.”2
A las mujeres encarceladas por estas acciones directas ni siquiera se les dio la categoría de presas políticas. Fueron tratadas casi como delincuentes comunes por el Estado británico. “A la salida de la cárcel, no sólo denunciaban las condiciones de la cárcel de Holoway sino que, además, su experiencia en la prisión resultaba instructiva en otros aspectos (...) Sylvia Pankhurst escribió Writ on Coid State, poemas sobre las mujeres que con ella compartieron la cárcel: una anciana condenada por prostituta, una mujer cuyo hijo de meses había muerto en prisión. En uno de sus versos decía: ‘estamos desplazadas’. Eran las víctimas de un Estado en el que no tenían ni voz ni control. De maneras diferentes, todas ellas eran políticas(...). El Estado y las leyes no sólo habían sido creados y estaban controlados por el hombre en su propio interés; representaban también el poder coercitivo de una clase.”3
Las acciones directas 4e las Pankhurst y sus compañeras fueron criticadas por feministas, como Hannah Mitchelí, que optaron por métodos de lucha pacifistas y legales. Desde la izquierda también surgieron objeciones; las mujeres anarquistas consideraron al voto como un paliativo a la emancipación. “Lilian Wolfe, por ejemplo, trabajaba para la GPO y era miembro de la Civil Service Socialist Society. Se sintió desilusionada por el Parlamento cuando formaba parte de un comité de sufragistas.”4
No obstante la división producida en el movimiento feminista a raíz de las posiciones adoptadas ante la Primera Guerra Mundial, las mujeres volvieron a la carga hasta obtener el derecho al voto en 1918 para las mayores de 30 años y en 1928 a la misma edad que los hombres. Las mujeres de Nueva Zelanda, Finlandia, Países Bajos y Noruega lo habían conquistado en 1893, 1906, 1913 y 1917 respectivamente.
Paralelamente se dio la lucha por la reforma de la restringida ley de aborto de 1861 a través de un proyecto presentado en 1934 por el Women’s Cooperative Guild, que exigía considerar al aborto como una operación legal similar a cualquier otra intervención quirúrgica. Stella Browne fue más allá: “no pedía el aborto para las mujeres sólo en los casos de violación, incesto, hacinamiento y pobreza, o sólo para las mujeres casadas, sino para todas, sin insolentes investigaciones, sin ruinosas exigencias economicas, sin trámites ni complicaciones (...)La separación entre placer sexual y procreación contenía una libertad política vital para las mujeres, al hacer practicable la diferenciación entre ‘las funciones eróticas y las funciones reproductivas’. Sólo cuando las mujeres se sintieron liberadas del ‘terror del embarazo no deseado podrían empezar a gozar libremente del sexo”.5
La concepción libertaria de Stella Browne estaba fundamentada en un criterio irrenunciable: “los cuerpos nos pertenecen” 6, con lo cual se adelantaba más de medio siglo a las ideas en boga, constituyéndose sin duda en la principal precursora del actual movimiento por el derecho al aborto. Stella Browne rompió con el Partido Comunista en 1923 a raíz de la posición de éste contra el aborto. “Es a las mujeres a quienes les corresponde decidir si tendrán o no hijos; y si los tienen, cuántos, a qué intervalos, y con quién”,decía Stella.
Sin embargo, la mayoría de las sufragistas soslayaron la necesidad de reivindicar su propia sexualidad. “En 1925, Dora Russell opinaba que el feminismo había descuidado la situación biológica y sexual de la mujer en su preocupación por conquistar las posiciones del hombre (...) La emancipación sexual de las décadas de los veinte y los treinta se limitó a ser aplicada a una privilegiada porción de la sociedad (...) Del mismo modo que no había una definida estrategia feminista sobre los problemas de la mujer en la familia y su relación con la producción, la espe-cífica situación biológica de la mujer tendía a ser rechazada por los radicales sexuales, a la vez que encumbrada a destino anatómico por los conservadores sexuales. Parecía imposible distinguir entre biología e historia, o naturaleza y sociedad.”7
Las trabajadoras inglesas de vanguardia combatieron por su derecho a la organización sindical. Postergadas por los hombres en los comités de fábrica y de cesantes, manifestaron por boca de Lily Webb: “Si descubrimos que no podemos progresar de ninguna manera mientras estemos unidas a los comités de los hombres, será necesario seguir afiliadas, pero manteniendo nuestras reuniones separadas, en las que podríamos desarrollar una filosofía que sería beneficiosa para el movimiento. Los hombres ocupan tanto tiempo en los trabajos de sus propios comités que cualquier cosa que se refiera a las mujeres es dejada de lado. Por lo tanto, es necesario que, mientras asistimos directamente a los hombres, nos dediquemos a ramas de actividad en las que se nos ofrezca alguna oportunidad”.8
El movimiento feminista de Inglaterra fue limando sus aristas a medida que se obtuvieron ciertas conquistas, como el derecho a] voto. Las más vanguardistas, que conservaban la tradición de lucha de principios de siglo, quedaron aisladas. La mayoría optó por abandonar el VII cuestionamiento del régimen capitalista y patriarcal. “Las feministas, al igual que los hombres y mujeres laboristas, fueron admitidas en el parlamento y se organizaron en comités. Una vez integradas en la constitución, olvidaron que habían perseguido esta admisión porque creían que el mundo debía volver a construirse, nuevo (...)Hasta la década de los treinta, la relación entre el feminismo y el socialismo revolucionario se había vuelto bastante tenue. Las referencias con el pasado eran oscuras y remotas. Los socialistas de hoy tienden a ser complacientes respecto de este divorcio. Los errores del feminismo burgués son considerados como una inevitable expresión de los intereses de clase de las sufragistas de la clase media. Esto implicaría que el curso del movimiento feminista estaba totalmente determinado, y que la respuesta de los socialistas de la época no tuvo ninguna influencia en ello, como si los socialistas se hubiesen mantenido indiferentes por entero al antifeminismo que prevalecía en la sociedad capitalista (...) Implícito dentro del movimiento feminista anterior a 1914 había un desafío mucho más amplio —un de-safío al control del hombre sobre la mujer— así como un intento de transformar las relaciones entre los sexos.”9
En Francia se estructuraron varias organizaciones de mujeres, pero con menos contenido feminista que las de la segunda mitad del siglo XIX, La Unión Nacionalista de mujeres francesas, creada en 1901, de inspiración católica y antisemita, planteaba algunas reivindicaciones de la mujer pero dentro del tipo de familia tradicional. Otras, como el Consejo Nacional de las mujeres francesas, fundado en 1901 por Sarah Monod, ponían el acento en igualdad de salarios, la patria potestad y el derecho de la esposa a administrar sus propios bienes. En uno de los congresos del Consejo Nacional de mujeres se llegó a plantear que el trabajo doméstico fuera remunerado por el marido. En general, estos movimientos de mujeres francesas de principios de siglo no cuestionaban el sistema burgués de dominación de clases, hecho que motivaba fuertes críticas de la izquierda marxista, la cual a su vez torpedeaba el acceso de la mujer a los sindicatos. “La tasa de sindicalización femenina de 1900 a 1920 progresa lentamente. 30.900 sindicalizadas en 1900 sobre un total de 588.000 hombres, 89.300 en 1914 y 239.000 en 1920 (por 1.355.000 hombres).”10
Algunos sindicatos, como el del libro, sólo en 1919 aceptan el ingreso de mujeres a su Federación. Otros, como el metalúrgico, no permiten representación de la mujer sino hasta 1936. En 1921 una mujer alcanza a ser elegida en el puesto de secretaria federal de la CGTU de la alimentación. Veinte años después accedía a un cargo de la CGT una mujer: Marie Couette.
Héléne Brion fue una de las primeras en señalar la relación entre la explotación de la mujer en la fábrica y en el hogar: “el sindicalismo se ocupa únicamente de las cuestiones de trabajo. Nosotros no le reprochamos, pero él nos critica por ocuparnos de estas cuestiones que existen para nosotras al menos con la misma importancia que los conflictos del trabajo (...). Ni el sindicalismo ni el socialismo nos salvarán de nuestros sufrimientos. Es necesario continuar el combate feminista al lado y al margen de ellos”.11
Fue el período de auge de la prensa de mujeres: en 1900 circulaban 35 diarios y revistas. La Fronde, primer cotidiano feminista, redactado, administrado e impreso por mujeres, llegó a vender 200.000 ejemplares; republicano y laico, este diario, dirigido por Marguerite Durand, pretendía conciliar capitalismo con socialismo. Transformado en mensual en 1926, se convierte en abanderado del derecho al voto, al igual que otras publicaciones feministas, como La Française y L’Union nationale des femmes.
La lucha por el derecho al voto babia recrudecido desde principios de siglo a raíz de la resolución adoptada por el Congreso Internacional de la Condición y del Derecho de las Mujeres. En 1904 un grupo feminista quemó el Código Civil a los pies de la columna Vendóme. Dos años después se concretó una huelga de pago de impuestos. “En 1908, Mlle. Laloé se presenta a las elecciones municipales en el IV arrondíssement de París, obteniendo 900 votas. En 1910, Marguerite Durand y Hubertine Auclert se presentan a las elecciones legislativas; sus can-didaturas son rechazadas (...)En 1914 Jaurès defiende el derecho de las mujeres a ser miembros de la Cámara”12 En definitiva, los proyectos de ley a favor de otorgar el voto a la mujer (1919, 1925 y 1932) son aprobados en 1935.
Nelly Roussel, una de las primeras feministas integrales del siglo XX, focaliza su acción sobre el derecho de la mujer a hacer libre uso de su cuerpo. Diferenciándose del neomalthusianismo, recomienda la esterilidad voluntaria desde 1896; prosigue mi campaña en 1920 a través de la Voix des femmes, órgano feminista, socialista, pacifista e internacionalista. Una de sus consignas más agitadas fue “la huelga de vientres”: Sí, “pongamos nuestras con-diciones. Y si ellas no son aceptadas, hagamos lo que hacen todos los trabajadores conscientes y dignos cuando se los explota y se los maltrata: ¡hagamos la huelga!”.13 En el número del 6 de mayo de 1920 de la Voix des fem mes insistía: “Hagamos la huelga, camaradas, la huelga de los vientres”.14
Maité Allbistur yDaniel Armogathe comentan: “no se encontrará sino hasta el feminismo más reciente una pasión y una agresividad semejantes”.15
Nelly Roussel tenía asimismo una actitud crítica hacia los partidos que, autocalificéndose de izquierdistas, reafirmaban el régimen patriarcal de dominación. En la edición del 29 de septiembre de 1921 de la Voix des femmes señalaba que “si la propaganda revolucionaria sobre las mujeres es necesaria, es más necesaria aún la propaganda feminista en los medios revolucionarios”.16 En otro artículo, les decía a los hombres de izquierda: “no han comprendido que la cuestión social no se plantea para nosotras de la misma manera que para ellos, y que es infinitamente más compleja, puesto que al adversario común que combatimos conjuntamente, el orden capitalista y burgués, se agregan las injusticias, las vejáciones, los prejuicios, que sólo sufrimos nosotras y que no desaparecerán forzosamente con este orden burgués y capitalista, porque provienen de la propia mentalidad de los hombres, de todas las clases y de todos los partidos”17 Conciente de que el patriarcado supervive bajo la fase de transicnión al socialismo —hecho que comprobó con los testimonios de mujeres que viajaron a la Unión Soviética— manifestó: “Sin duda el mejoramiento de nuestros compañeros repercutirá sobre nosotras. Pero esto no basta pm las mujeres conscientes, las mujeres rebeldes. Lo que nos hace falta es la independencia completa (...)es una concepción absolutamente nueva de las relaciones entre los sexos, del papel creador de la vida”.18
Las aprensiones de Neily Rousssel y de otras feministas consecuentes eran justificadas, por cuanto los partidos socialistas aceptaban en palabras las reivindicaciones de la mujer, pero en los hechos las saboteaban. Mientras algunos partidos, como el PSOE español, argumentaban que el voto de las mujeres iba a favorecer a la derecha reaccionaria, los sindicatos se oponían al trabajo de las mujeres diciendo que ellas iban a sufrir una mayor explotació’19, racionalizando de ese modo su temor a ser desplazados de los trabajos.
En Alemania, Clara Zetkin trató de cambiar la mentalidad de los hombres de su partido socialdemócrata. A través del periódico quincenal Die Gleichheit se propuso crear núcleos de mujeres en el partido. “El número de lectoras pasó de 4000 en 1900 a 112.000 en 1913 [...]. El levantamiento de las leyes prohibiendo la actividad política de las mujeres en 1908 está, sin duda, en el origen de su entrada masiva al partido, ya que su número se triplicó en dos años; pero esto no implica, sin embargo, que fueran realmente integradas, ni que sus reivindicaciones se vieran colocadas en un lugar destacado en la propaganda de los socialistas”.20 En 1919, las alemanas conquistaban el derecho al voto. En Rusia, Alejandra Kollontai empezó en 1906 a organizar a las mujeres a través de los clubes de San Petersburgo.
En su autobiografía recuerda: “Fui una de las primeras socialistas rusas en exponer los fundamentos de una organización de mujeres obreras, organizando mitines especiales con esta intención. A partir de 1906, defendí la idea de que la organización de las obreras no debía ser autónoma, pero que debía existir en el Partido un buró especial o una comisión para defender y representar sus intereses”.21 Las huelgas de mujeres de 1910 obligaron a los bolcheviques a prestar más atención a la cuestion femenina; en 1913, su periódico Pravda dedicaba una página especial al tema, posición consolidada luego con la edición de Rabotnjtsa (Trabajadora), órgano al servicio de las reivindicaciones de la mujer. Empero, los bolcheviques seguían considerando a las mujeres sólo como factor de movilización contra el capitalismo y oponiéndose a las organizaciones autónomas por temor a que, influidas por el “feminismo burgués”, desviaran la atención de los problemas de la lucha de clases.
La Kollontai —una de las primeras en plantear derechamente el amor libre— respaldó la publicación de Rabotnztsa, al igual que la hermana de Lenin, Anna Elizarova, quien manifestó en un artículo publicado en 1923: “Esta militancia obrera despertó a los sectores más retrasados del proletariado femenino, que hasta 1913 no celebró por primera vez el Día de la Mujer (...). Despertó también entre las mujeres un deseo irreprimible de tener una publicación destinada exclusivamente a discutir sus problemas y necesidades. Pravda no podía dar cabida en sus páginas al enorme volumen de correspondencia que las trabajadoras le dirigían.
Por otra parte, las mujeres deseaban tener un periódico propio en el que pudieran volcar su espíritu de iniciativa”.22 Esta opinión de la hermana de Lenin se iba a reflejar en la resolución del partido bolchevique de crear en 1917 una Comisión Femenina en el seno del Comité de Petrogrado.
Estos avances fueron el resultado tanto de la participación activa de las mujeres en las huelgas de los primeros tres lustros del presente siglo como de la incorporación masiva de la mujer al trabajo durante la Primera Guerra Mundial en reemplazo de los hombres que partían al frente de batalla. Se calcula que en 1917 las mujeres representaban el 40 % de la fuerza laboral23 Poco después del estallido de la revolución de febrero de 1917, 35.000 mujeres exigieron el derecho al voto y la participación plena en la Asamblea Constituyente.
El triunfo de la primera revolución socialista el 7 de noviembre de 1917 y el inicio de la fase histórica de transición al socialismo conllevó una significativa participación de la mujer. Alejandra Kollontai fue una de las primeras en comprender la necesidad de crear organizaciones autónomas de mujeres que, junto con otros movimientos sociales y el partido bolchevique, contribuyeran a la construcción del socialismo, como dice en su proposición al VII Congreso de su partido efectuado en 1919: debe ayudarse a las mujeres a las tareas dd hogmr porque éstas “ocupan todo su tiempo, agotan mas energías y le impiden entregarse a la participación directa y activa en la lucha por el comunismo”.24
No obstante haber sido aprobada esta proposición, los hombres de los partidos, sindicatos y otros organismos sociales siguieron controlando las resoluciones y las actividades de las organizaciones de mujeres. La Krupskaia, Inessa Armand y Elena Rozmirovich y, en menor medida, Angélica Balabanov y Alejandra Kollontai tuvieron que someterse a esta forma de hacer política de los hombres.
Mientras tanto, otra mujer de origen ruso, Emma Goidman, nacida en 1869, y fugada muy joven a Estados Unidos ante la imposición de su padre de casarla con un hombre que no amaba, desarrollaba una campaña feminista en su país de adopción. Allí siguió las huellas del líder anarquista Johann Most, pero pronto rompió con el autoritarismo machista que también reinaba en ese movinnento. Se convirtió en la abanderada del combate contra el matrimonio burgués, aunque fue remisa a luchar por el derecho al voto femenino. En 1915 explicó en público cómo debían usarse los anticonceptivos femeninos. Tantas veces fue encarcelada que en cada conferencia o acto al cual asistía llevaba en previsión un libro para entretenerse en los lugares donde suponía iba a ser detenida. Deportada de Estados Unidos durante la Primera Guerra Mundial, murió en 1940 en Canadá. Emma Goidman ejerció influencia sobre el naciente movimiento de mujeres de América Latina, al igual que otras luchadoras norteamericanas, como Charlotte Perkins Gilman.
Además de la Asociación Estadounidense de Mujeres Universitarias, creada en 1881, y de la Asociación Nacional de Mujeres Decanas, fundada en 1891, a principios del siglo XX existían en Estados Unidos la Liga Sindical Nacional de Mujeres (1903) y la Federación General de Clubes Femeninos, cuya presidenta, Sarah Decker, manifestó en 1904: “Señoras, Dante ha muerto, y creo que ya va siendo hora de que nos alejemos del estudio de su infierno y dediquemos la atención al nuestro”.25 En 1914, esta Federación tenía un millón de afiliadas, un poco más que la Unión Antialcohólica Cristiana de Mujeres (WCTU), liderada por Francis Willard, cuya campaña estaba orientada a preparar a la mujer “en los asuntos sociales y en pos de la necesidad de la reforma social.
La WCTU puso todo su poder en el apoyo a los movimientos de protección de las mujeres trabajadoras”.26 Después de una larga lucha las mujeres norteamericanas conquistaron el derecho al voto en 1920. Otra norteamericana que colaboró con los movimientos feministas latinoamericanos fue Carrie Chapman Catt, promotora de varios congresos internacionales de mujeres. En dichos eventos no sólo plan. teó las reivindicaciones específicas de la mujer sino también acertadas críticas a la Doctrina Monroe y a la intromisión yanqui en los asuntos latinoamericanos, especialmente en la Primera Conferencia Panamericana de mujeres realizada en Baltimore en 1922.
Estos congresos venían realizándose desde principios de siglo, especialmente en Francia, como el de 1900 convocado por las instituciones femeninas presididas por Sarah Monod. Ese mismo año se efectué en París el Congreso Internacional de la Condición y el Derecho de las Mujeres, convocado por María Deraiftmes, Clemence Royer y Marguerite Durand, donde se puso el acento en la sindicalización de las mujeres y en sus problemas laborales para enfrentar la discriminación de los hombres. Esta temática volvió a replantearse en 1907 en el Congreso del Trabajo Femenino. Al silo siguiente se realizó el Congreso de los Derechos Civiles y del Sufragio de las Mujeres, donde participaron oficialmente varios sindicatos.
Las mujeres anarquistas y marxistas hicieron fuertes críticas en estos congresos al feminismo de orientación burguesa liberal. Una delegada obrera, Mme. Roques, cuestionó la intervención de la presidenta del Congreso del Trabajo Femenino (1907), Marguerite Durand, al decir que ésta “trataba a las congresistas de domésticas del Capital”.27
En síntesis, podríamos decir que el movimiento feminista europeo y norteamericano comienza con mucha combatividad y con planteamientos que rebasan las meras reivindicaciones jurídicas y ciudadanas, pero a medida que visualiza la posibilidad de obtener algunas de estas conquistas, como el derecho al voto, se va convirtiendo hacia los años 20 en reivindicativista, reemplazando las acciones directas por métodos de lucha adaptados a la institucionalidad burguesa.
No quisiéramos cerrar este acápite sobre la influencia del feminismo europeo en América Latina sin mencionar a una de las mujeres más notables de esa época: Bilén de Sárraga. Nacida en España, donde muy joven hichó por los derechos políticos de la mujer bajo Alfonso XIII, viajó a la Argentina con ocasión del Congreso Internacional del Libre Pensamiento, efectuado en Buenos Aires en 1906. Dijo entonces en un reportaje hecho por el periódico socialista La Vanguardia: “Soy republicana federal, pero mis ideas van más lejos en el orden social, político y económico (...). Mi actuación se vincula al movimiento obrero, para la obtención de sus conquistas: organización del trabajo, protección del trabajo de la mujer y del niño(...).. Preconizo la paz mundial, y como medio de llegar a ella la supresión de los ejércitos (...). Toda propaganda anti-militarista es noble”.28 Esta encendida oradora de barricada continuó su viaje a Chile, donde sembró con tal enjundia sus ideas que las mujeres de Iquique, Antofagasta, Copiapó y Coquimbo crearon numerosos centros con el nombre de “Belén de Sérraga”. Tan relevante fue su influencia que Luis Emilio Recabarren, precursor del marxismo chileno, respaldó estos “centros” que llevaban el nombre de una mujer con una ideología en parte distinta de la suya, pues Belén fue profundizando su ideario anarquista a medida que recorría nuestra América, pasando por Ecuador y Cuba.
texto de Luis Vitale
publicado en la web chilena Clase y género
por su longitud se publica en el Foro en dos mensajes
---mensaje nº 1---
En este capítulo analizaremos una de las rebeliones sociales más importantes del siglo XX. Si bien es cierto que las revoluciones rusa, china, vietnamita, cubana y nicaragüense constituyen acontecimientos que hicieron entrar- en crisis al capitalismo, iniciando la fase de transición hacia una nueva sociedad, un balance objetivo de la historia contemporánea no puede soslayar la trascendencia de un movimiento —como el de la emancipación de la mujer— que envuelve a la mitad de la población, conmoviendo desde sus cimientos todo el sistema de relaciones humanas construido desde hace milenios. Ahora no sólo está en cuestión el régimen de dominación de clases sino también el de sexos, fundamentado en el patriarcado.
La influencia del feminismo europeo y norteamericano de principios del siglo XX
Las luchas de las mujeres latinoamericanas por el derecho al voto, el divorcio, la maternidad voluntaria y otras reivindicaciones específicas forman parte del proceso mundial de emancipación femenina. De ahí la necesidad de estudiar la evolución del feminismo europeo y norteamericano y su influencia sobre las primeras organizaciones de mujeres en América Latina.
Prosiguiendo su campaña iniciada desde los siglos XVIII y XIX, el movimiento feminista mundial de las primeras décadas del presente siglo centralizó fundamentalmente sus luchas en la obtención del derecho al voto, al mismo tiempo que proseguía su acción propagandística por el derecho al aborto, el divorcio, el salario igualitario y la organización sindical y societaria.
Las inglesas se colocaron a la vanguardia de la lucha por el derecho al voto. Emmeline Pankhurst y sus hijas Sylvia y Christabel fueron las principales abanderadas; militantes del Women’s Social and Political Union, lucharon junto a los trabajadores por elevar el nivel de la educación popular. En 1904, obtuvieron el apoyo del Partido Laborista para que patrocinara en el Parlamento un proyecto de ley a favor del voto femenino. “El 12 de mayo de 1904 —anota Sheila Rowbotham- la Women’s Social and Political Union, otras defensoras del sufragio, un grupo de obreras textiles de Lancashire y cuatrocientas mujeres de la Women’s Gujid se reunieron frente al Parlamento, sólo para ver cómo se rechazaba el proyecto de ley, para regocijo de los legisladores masculinos.
A partir de esta derrota se dedicaron a la acción directa. Empezaron a boicotear los mitines políticos y así acabaron en un enfrentamiento abierto con el Estado.”1 . El 21 de junio de 1908 encabezaron un desfile de 400.000 sufragistas por las calles de Londres. Desengañadas del propio Partido Laborista, las feministas iniciaron acciones directas: destrucción de buzones de correos, destrozos de ventanales y quebrazón de vidrios en el West End, incendio de iglesias y comercios. “La escalada de la militancia, de mitines inofensivos a enfrentamientos con la policía y a la destrucción de la propiedad, no parece haber sido parte de una estrategia a largo plazo(...). La primera huelga de hambre fue llevada a cabo por la sufragista Marion Walker después de haber pintado un eslogan en St. Stephen’s Hall y negarse a abandonar su empeño hasta que la llevaron a la cárcel. Las mujeres parecían capaces de un continuo sacrificio demostrativo. También sabían escoger sus objetivos. Por ejemplo, el 13 de junio de 1911 dos mujeres fueron encontradas embozadas frente a la casa del detestado Lewis Harcourt, munidas de petróleo inflamable, ganzúas y herramientas para cortar cristal. Sus víctimas eran escogidas no sólo a causa de odios personales, sino tambien por su significado simbólico. No había sagrados bastiones masculinos que estuviesen a salvo de sus ataques. ‘Voto para las mujeres’ llegó a aparecer, escrito con ácido, sobre el césped de los campos de golf.”2
A las mujeres encarceladas por estas acciones directas ni siquiera se les dio la categoría de presas políticas. Fueron tratadas casi como delincuentes comunes por el Estado británico. “A la salida de la cárcel, no sólo denunciaban las condiciones de la cárcel de Holoway sino que, además, su experiencia en la prisión resultaba instructiva en otros aspectos (...) Sylvia Pankhurst escribió Writ on Coid State, poemas sobre las mujeres que con ella compartieron la cárcel: una anciana condenada por prostituta, una mujer cuyo hijo de meses había muerto en prisión. En uno de sus versos decía: ‘estamos desplazadas’. Eran las víctimas de un Estado en el que no tenían ni voz ni control. De maneras diferentes, todas ellas eran políticas(...). El Estado y las leyes no sólo habían sido creados y estaban controlados por el hombre en su propio interés; representaban también el poder coercitivo de una clase.”3
Las acciones directas 4e las Pankhurst y sus compañeras fueron criticadas por feministas, como Hannah Mitchelí, que optaron por métodos de lucha pacifistas y legales. Desde la izquierda también surgieron objeciones; las mujeres anarquistas consideraron al voto como un paliativo a la emancipación. “Lilian Wolfe, por ejemplo, trabajaba para la GPO y era miembro de la Civil Service Socialist Society. Se sintió desilusionada por el Parlamento cuando formaba parte de un comité de sufragistas.”4
No obstante la división producida en el movimiento feminista a raíz de las posiciones adoptadas ante la Primera Guerra Mundial, las mujeres volvieron a la carga hasta obtener el derecho al voto en 1918 para las mayores de 30 años y en 1928 a la misma edad que los hombres. Las mujeres de Nueva Zelanda, Finlandia, Países Bajos y Noruega lo habían conquistado en 1893, 1906, 1913 y 1917 respectivamente.
Paralelamente se dio la lucha por la reforma de la restringida ley de aborto de 1861 a través de un proyecto presentado en 1934 por el Women’s Cooperative Guild, que exigía considerar al aborto como una operación legal similar a cualquier otra intervención quirúrgica. Stella Browne fue más allá: “no pedía el aborto para las mujeres sólo en los casos de violación, incesto, hacinamiento y pobreza, o sólo para las mujeres casadas, sino para todas, sin insolentes investigaciones, sin ruinosas exigencias economicas, sin trámites ni complicaciones (...)La separación entre placer sexual y procreación contenía una libertad política vital para las mujeres, al hacer practicable la diferenciación entre ‘las funciones eróticas y las funciones reproductivas’. Sólo cuando las mujeres se sintieron liberadas del ‘terror del embarazo no deseado podrían empezar a gozar libremente del sexo”.5
La concepción libertaria de Stella Browne estaba fundamentada en un criterio irrenunciable: “los cuerpos nos pertenecen” 6, con lo cual se adelantaba más de medio siglo a las ideas en boga, constituyéndose sin duda en la principal precursora del actual movimiento por el derecho al aborto. Stella Browne rompió con el Partido Comunista en 1923 a raíz de la posición de éste contra el aborto. “Es a las mujeres a quienes les corresponde decidir si tendrán o no hijos; y si los tienen, cuántos, a qué intervalos, y con quién”,decía Stella.
Sin embargo, la mayoría de las sufragistas soslayaron la necesidad de reivindicar su propia sexualidad. “En 1925, Dora Russell opinaba que el feminismo había descuidado la situación biológica y sexual de la mujer en su preocupación por conquistar las posiciones del hombre (...) La emancipación sexual de las décadas de los veinte y los treinta se limitó a ser aplicada a una privilegiada porción de la sociedad (...) Del mismo modo que no había una definida estrategia feminista sobre los problemas de la mujer en la familia y su relación con la producción, la espe-cífica situación biológica de la mujer tendía a ser rechazada por los radicales sexuales, a la vez que encumbrada a destino anatómico por los conservadores sexuales. Parecía imposible distinguir entre biología e historia, o naturaleza y sociedad.”7
Las trabajadoras inglesas de vanguardia combatieron por su derecho a la organización sindical. Postergadas por los hombres en los comités de fábrica y de cesantes, manifestaron por boca de Lily Webb: “Si descubrimos que no podemos progresar de ninguna manera mientras estemos unidas a los comités de los hombres, será necesario seguir afiliadas, pero manteniendo nuestras reuniones separadas, en las que podríamos desarrollar una filosofía que sería beneficiosa para el movimiento. Los hombres ocupan tanto tiempo en los trabajos de sus propios comités que cualquier cosa que se refiera a las mujeres es dejada de lado. Por lo tanto, es necesario que, mientras asistimos directamente a los hombres, nos dediquemos a ramas de actividad en las que se nos ofrezca alguna oportunidad”.8
El movimiento feminista de Inglaterra fue limando sus aristas a medida que se obtuvieron ciertas conquistas, como el derecho a] voto. Las más vanguardistas, que conservaban la tradición de lucha de principios de siglo, quedaron aisladas. La mayoría optó por abandonar el VII cuestionamiento del régimen capitalista y patriarcal. “Las feministas, al igual que los hombres y mujeres laboristas, fueron admitidas en el parlamento y se organizaron en comités. Una vez integradas en la constitución, olvidaron que habían perseguido esta admisión porque creían que el mundo debía volver a construirse, nuevo (...)Hasta la década de los treinta, la relación entre el feminismo y el socialismo revolucionario se había vuelto bastante tenue. Las referencias con el pasado eran oscuras y remotas. Los socialistas de hoy tienden a ser complacientes respecto de este divorcio. Los errores del feminismo burgués son considerados como una inevitable expresión de los intereses de clase de las sufragistas de la clase media. Esto implicaría que el curso del movimiento feminista estaba totalmente determinado, y que la respuesta de los socialistas de la época no tuvo ninguna influencia en ello, como si los socialistas se hubiesen mantenido indiferentes por entero al antifeminismo que prevalecía en la sociedad capitalista (...) Implícito dentro del movimiento feminista anterior a 1914 había un desafío mucho más amplio —un de-safío al control del hombre sobre la mujer— así como un intento de transformar las relaciones entre los sexos.”9
En Francia se estructuraron varias organizaciones de mujeres, pero con menos contenido feminista que las de la segunda mitad del siglo XIX, La Unión Nacionalista de mujeres francesas, creada en 1901, de inspiración católica y antisemita, planteaba algunas reivindicaciones de la mujer pero dentro del tipo de familia tradicional. Otras, como el Consejo Nacional de las mujeres francesas, fundado en 1901 por Sarah Monod, ponían el acento en igualdad de salarios, la patria potestad y el derecho de la esposa a administrar sus propios bienes. En uno de los congresos del Consejo Nacional de mujeres se llegó a plantear que el trabajo doméstico fuera remunerado por el marido. En general, estos movimientos de mujeres francesas de principios de siglo no cuestionaban el sistema burgués de dominación de clases, hecho que motivaba fuertes críticas de la izquierda marxista, la cual a su vez torpedeaba el acceso de la mujer a los sindicatos. “La tasa de sindicalización femenina de 1900 a 1920 progresa lentamente. 30.900 sindicalizadas en 1900 sobre un total de 588.000 hombres, 89.300 en 1914 y 239.000 en 1920 (por 1.355.000 hombres).”10
Algunos sindicatos, como el del libro, sólo en 1919 aceptan el ingreso de mujeres a su Federación. Otros, como el metalúrgico, no permiten representación de la mujer sino hasta 1936. En 1921 una mujer alcanza a ser elegida en el puesto de secretaria federal de la CGTU de la alimentación. Veinte años después accedía a un cargo de la CGT una mujer: Marie Couette.
Héléne Brion fue una de las primeras en señalar la relación entre la explotación de la mujer en la fábrica y en el hogar: “el sindicalismo se ocupa únicamente de las cuestiones de trabajo. Nosotros no le reprochamos, pero él nos critica por ocuparnos de estas cuestiones que existen para nosotras al menos con la misma importancia que los conflictos del trabajo (...). Ni el sindicalismo ni el socialismo nos salvarán de nuestros sufrimientos. Es necesario continuar el combate feminista al lado y al margen de ellos”.11
Fue el período de auge de la prensa de mujeres: en 1900 circulaban 35 diarios y revistas. La Fronde, primer cotidiano feminista, redactado, administrado e impreso por mujeres, llegó a vender 200.000 ejemplares; republicano y laico, este diario, dirigido por Marguerite Durand, pretendía conciliar capitalismo con socialismo. Transformado en mensual en 1926, se convierte en abanderado del derecho al voto, al igual que otras publicaciones feministas, como La Française y L’Union nationale des femmes.
La lucha por el derecho al voto babia recrudecido desde principios de siglo a raíz de la resolución adoptada por el Congreso Internacional de la Condición y del Derecho de las Mujeres. En 1904 un grupo feminista quemó el Código Civil a los pies de la columna Vendóme. Dos años después se concretó una huelga de pago de impuestos. “En 1908, Mlle. Laloé se presenta a las elecciones municipales en el IV arrondíssement de París, obteniendo 900 votas. En 1910, Marguerite Durand y Hubertine Auclert se presentan a las elecciones legislativas; sus can-didaturas son rechazadas (...)En 1914 Jaurès defiende el derecho de las mujeres a ser miembros de la Cámara”12 En definitiva, los proyectos de ley a favor de otorgar el voto a la mujer (1919, 1925 y 1932) son aprobados en 1935.
Nelly Roussel, una de las primeras feministas integrales del siglo XX, focaliza su acción sobre el derecho de la mujer a hacer libre uso de su cuerpo. Diferenciándose del neomalthusianismo, recomienda la esterilidad voluntaria desde 1896; prosigue mi campaña en 1920 a través de la Voix des femmes, órgano feminista, socialista, pacifista e internacionalista. Una de sus consignas más agitadas fue “la huelga de vientres”: Sí, “pongamos nuestras con-diciones. Y si ellas no son aceptadas, hagamos lo que hacen todos los trabajadores conscientes y dignos cuando se los explota y se los maltrata: ¡hagamos la huelga!”.13 En el número del 6 de mayo de 1920 de la Voix des fem mes insistía: “Hagamos la huelga, camaradas, la huelga de los vientres”.14
Maité Allbistur yDaniel Armogathe comentan: “no se encontrará sino hasta el feminismo más reciente una pasión y una agresividad semejantes”.15
Nelly Roussel tenía asimismo una actitud crítica hacia los partidos que, autocalificéndose de izquierdistas, reafirmaban el régimen patriarcal de dominación. En la edición del 29 de septiembre de 1921 de la Voix des femmes señalaba que “si la propaganda revolucionaria sobre las mujeres es necesaria, es más necesaria aún la propaganda feminista en los medios revolucionarios”.16 En otro artículo, les decía a los hombres de izquierda: “no han comprendido que la cuestión social no se plantea para nosotras de la misma manera que para ellos, y que es infinitamente más compleja, puesto que al adversario común que combatimos conjuntamente, el orden capitalista y burgués, se agregan las injusticias, las vejáciones, los prejuicios, que sólo sufrimos nosotras y que no desaparecerán forzosamente con este orden burgués y capitalista, porque provienen de la propia mentalidad de los hombres, de todas las clases y de todos los partidos”17 Conciente de que el patriarcado supervive bajo la fase de transicnión al socialismo —hecho que comprobó con los testimonios de mujeres que viajaron a la Unión Soviética— manifestó: “Sin duda el mejoramiento de nuestros compañeros repercutirá sobre nosotras. Pero esto no basta pm las mujeres conscientes, las mujeres rebeldes. Lo que nos hace falta es la independencia completa (...)es una concepción absolutamente nueva de las relaciones entre los sexos, del papel creador de la vida”.18
Las aprensiones de Neily Rousssel y de otras feministas consecuentes eran justificadas, por cuanto los partidos socialistas aceptaban en palabras las reivindicaciones de la mujer, pero en los hechos las saboteaban. Mientras algunos partidos, como el PSOE español, argumentaban que el voto de las mujeres iba a favorecer a la derecha reaccionaria, los sindicatos se oponían al trabajo de las mujeres diciendo que ellas iban a sufrir una mayor explotació’19, racionalizando de ese modo su temor a ser desplazados de los trabajos.
En Alemania, Clara Zetkin trató de cambiar la mentalidad de los hombres de su partido socialdemócrata. A través del periódico quincenal Die Gleichheit se propuso crear núcleos de mujeres en el partido. “El número de lectoras pasó de 4000 en 1900 a 112.000 en 1913 [...]. El levantamiento de las leyes prohibiendo la actividad política de las mujeres en 1908 está, sin duda, en el origen de su entrada masiva al partido, ya que su número se triplicó en dos años; pero esto no implica, sin embargo, que fueran realmente integradas, ni que sus reivindicaciones se vieran colocadas en un lugar destacado en la propaganda de los socialistas”.20 En 1919, las alemanas conquistaban el derecho al voto. En Rusia, Alejandra Kollontai empezó en 1906 a organizar a las mujeres a través de los clubes de San Petersburgo.
En su autobiografía recuerda: “Fui una de las primeras socialistas rusas en exponer los fundamentos de una organización de mujeres obreras, organizando mitines especiales con esta intención. A partir de 1906, defendí la idea de que la organización de las obreras no debía ser autónoma, pero que debía existir en el Partido un buró especial o una comisión para defender y representar sus intereses”.21 Las huelgas de mujeres de 1910 obligaron a los bolcheviques a prestar más atención a la cuestion femenina; en 1913, su periódico Pravda dedicaba una página especial al tema, posición consolidada luego con la edición de Rabotnjtsa (Trabajadora), órgano al servicio de las reivindicaciones de la mujer. Empero, los bolcheviques seguían considerando a las mujeres sólo como factor de movilización contra el capitalismo y oponiéndose a las organizaciones autónomas por temor a que, influidas por el “feminismo burgués”, desviaran la atención de los problemas de la lucha de clases.
La Kollontai —una de las primeras en plantear derechamente el amor libre— respaldó la publicación de Rabotnztsa, al igual que la hermana de Lenin, Anna Elizarova, quien manifestó en un artículo publicado en 1923: “Esta militancia obrera despertó a los sectores más retrasados del proletariado femenino, que hasta 1913 no celebró por primera vez el Día de la Mujer (...). Despertó también entre las mujeres un deseo irreprimible de tener una publicación destinada exclusivamente a discutir sus problemas y necesidades. Pravda no podía dar cabida en sus páginas al enorme volumen de correspondencia que las trabajadoras le dirigían.
Por otra parte, las mujeres deseaban tener un periódico propio en el que pudieran volcar su espíritu de iniciativa”.22 Esta opinión de la hermana de Lenin se iba a reflejar en la resolución del partido bolchevique de crear en 1917 una Comisión Femenina en el seno del Comité de Petrogrado.
Estos avances fueron el resultado tanto de la participación activa de las mujeres en las huelgas de los primeros tres lustros del presente siglo como de la incorporación masiva de la mujer al trabajo durante la Primera Guerra Mundial en reemplazo de los hombres que partían al frente de batalla. Se calcula que en 1917 las mujeres representaban el 40 % de la fuerza laboral23 Poco después del estallido de la revolución de febrero de 1917, 35.000 mujeres exigieron el derecho al voto y la participación plena en la Asamblea Constituyente.
El triunfo de la primera revolución socialista el 7 de noviembre de 1917 y el inicio de la fase histórica de transición al socialismo conllevó una significativa participación de la mujer. Alejandra Kollontai fue una de las primeras en comprender la necesidad de crear organizaciones autónomas de mujeres que, junto con otros movimientos sociales y el partido bolchevique, contribuyeran a la construcción del socialismo, como dice en su proposición al VII Congreso de su partido efectuado en 1919: debe ayudarse a las mujeres a las tareas dd hogmr porque éstas “ocupan todo su tiempo, agotan mas energías y le impiden entregarse a la participación directa y activa en la lucha por el comunismo”.24
No obstante haber sido aprobada esta proposición, los hombres de los partidos, sindicatos y otros organismos sociales siguieron controlando las resoluciones y las actividades de las organizaciones de mujeres. La Krupskaia, Inessa Armand y Elena Rozmirovich y, en menor medida, Angélica Balabanov y Alejandra Kollontai tuvieron que someterse a esta forma de hacer política de los hombres.
Mientras tanto, otra mujer de origen ruso, Emma Goidman, nacida en 1869, y fugada muy joven a Estados Unidos ante la imposición de su padre de casarla con un hombre que no amaba, desarrollaba una campaña feminista en su país de adopción. Allí siguió las huellas del líder anarquista Johann Most, pero pronto rompió con el autoritarismo machista que también reinaba en ese movinnento. Se convirtió en la abanderada del combate contra el matrimonio burgués, aunque fue remisa a luchar por el derecho al voto femenino. En 1915 explicó en público cómo debían usarse los anticonceptivos femeninos. Tantas veces fue encarcelada que en cada conferencia o acto al cual asistía llevaba en previsión un libro para entretenerse en los lugares donde suponía iba a ser detenida. Deportada de Estados Unidos durante la Primera Guerra Mundial, murió en 1940 en Canadá. Emma Goidman ejerció influencia sobre el naciente movimiento de mujeres de América Latina, al igual que otras luchadoras norteamericanas, como Charlotte Perkins Gilman.
Además de la Asociación Estadounidense de Mujeres Universitarias, creada en 1881, y de la Asociación Nacional de Mujeres Decanas, fundada en 1891, a principios del siglo XX existían en Estados Unidos la Liga Sindical Nacional de Mujeres (1903) y la Federación General de Clubes Femeninos, cuya presidenta, Sarah Decker, manifestó en 1904: “Señoras, Dante ha muerto, y creo que ya va siendo hora de que nos alejemos del estudio de su infierno y dediquemos la atención al nuestro”.25 En 1914, esta Federación tenía un millón de afiliadas, un poco más que la Unión Antialcohólica Cristiana de Mujeres (WCTU), liderada por Francis Willard, cuya campaña estaba orientada a preparar a la mujer “en los asuntos sociales y en pos de la necesidad de la reforma social.
La WCTU puso todo su poder en el apoyo a los movimientos de protección de las mujeres trabajadoras”.26 Después de una larga lucha las mujeres norteamericanas conquistaron el derecho al voto en 1920. Otra norteamericana que colaboró con los movimientos feministas latinoamericanos fue Carrie Chapman Catt, promotora de varios congresos internacionales de mujeres. En dichos eventos no sólo plan. teó las reivindicaciones específicas de la mujer sino también acertadas críticas a la Doctrina Monroe y a la intromisión yanqui en los asuntos latinoamericanos, especialmente en la Primera Conferencia Panamericana de mujeres realizada en Baltimore en 1922.
Estos congresos venían realizándose desde principios de siglo, especialmente en Francia, como el de 1900 convocado por las instituciones femeninas presididas por Sarah Monod. Ese mismo año se efectué en París el Congreso Internacional de la Condición y el Derecho de las Mujeres, convocado por María Deraiftmes, Clemence Royer y Marguerite Durand, donde se puso el acento en la sindicalización de las mujeres y en sus problemas laborales para enfrentar la discriminación de los hombres. Esta temática volvió a replantearse en 1907 en el Congreso del Trabajo Femenino. Al silo siguiente se realizó el Congreso de los Derechos Civiles y del Sufragio de las Mujeres, donde participaron oficialmente varios sindicatos.
Las mujeres anarquistas y marxistas hicieron fuertes críticas en estos congresos al feminismo de orientación burguesa liberal. Una delegada obrera, Mme. Roques, cuestionó la intervención de la presidenta del Congreso del Trabajo Femenino (1907), Marguerite Durand, al decir que ésta “trataba a las congresistas de domésticas del Capital”.27
En síntesis, podríamos decir que el movimiento feminista europeo y norteamericano comienza con mucha combatividad y con planteamientos que rebasan las meras reivindicaciones jurídicas y ciudadanas, pero a medida que visualiza la posibilidad de obtener algunas de estas conquistas, como el derecho al voto, se va convirtiendo hacia los años 20 en reivindicativista, reemplazando las acciones directas por métodos de lucha adaptados a la institucionalidad burguesa.
No quisiéramos cerrar este acápite sobre la influencia del feminismo europeo en América Latina sin mencionar a una de las mujeres más notables de esa época: Bilén de Sárraga. Nacida en España, donde muy joven hichó por los derechos políticos de la mujer bajo Alfonso XIII, viajó a la Argentina con ocasión del Congreso Internacional del Libre Pensamiento, efectuado en Buenos Aires en 1906. Dijo entonces en un reportaje hecho por el periódico socialista La Vanguardia: “Soy republicana federal, pero mis ideas van más lejos en el orden social, político y económico (...). Mi actuación se vincula al movimiento obrero, para la obtención de sus conquistas: organización del trabajo, protección del trabajo de la mujer y del niño(...).. Preconizo la paz mundial, y como medio de llegar a ella la supresión de los ejércitos (...). Toda propaganda anti-militarista es noble”.28 Esta encendida oradora de barricada continuó su viaje a Chile, donde sembró con tal enjundia sus ideas que las mujeres de Iquique, Antofagasta, Copiapó y Coquimbo crearon numerosos centros con el nombre de “Belén de Sérraga”. Tan relevante fue su influencia que Luis Emilio Recabarren, precursor del marxismo chileno, respaldó estos “centros” que llevaban el nombre de una mujer con una ideología en parte distinta de la suya, pues Belén fue profundizando su ideario anarquista a medida que recorría nuestra América, pasando por Ecuador y Cuba.
---fin del mensaje nº 1---
Última edición por pedrocasca el Miér Mar 14, 2012 8:26 pm, editado 1 vez