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    Jaime Pardo Leal

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    Mensaje por Manuel Pérez Vie Oct 12, 2012 1:07 am

    Abro este hilo en conmemoración a los 25 años de muerte del doctor Jaime Pardo Leal de su vil asesinato en la carrera por destruir la UP por la extrema derecha en complicidad como siempre de los paramilitares y agentes del estado



    Jaime Pardo Leal (28 de marzo de 1941 -11 de octubre de 1987)

    A los 25 años de su asesinato. "Si la muerte me sorprende, no le tengo miedo; soy un hombre dialéctico. El día que muera vendrán otros mejores a reemplazarme": Jaime Pardo Leal.

    ¿Porque mataron a Jaime? “Por el temor que mi papá representaba para el establecimiento nacional y para las clases dirigentes, por la capacidad que tenia de denunciar a los criminales, por sus deseos de cambio y por su voluntad de soñar con un país en paz…”: Fernando Pardo Flores

    Jaime nació en el municipio de Ubaque, Cundinamarca. Fue un hombre sencillo, honesto, leal, transparente, irritantemente modesto, con mucho carisma y un optimismo a prueba de todo; incluso en los momentos de mayor dificultad, siempre tenía una respuesta positiva y era capaz de reír a carcajadas. Amaba la vida, y siempre trató de hacer de la suya un canto de amor y libertad. Se caracterizaba por su fino sentido del humor y su carácter jovial y extrovertido. "Yo siempre le tomo el pelo a la vida", solía repetir con frecuencia. Para algunos, el principal defecto de Jaime era su ingenuidad, pues siempre prefirió creer en la bondad de la gente y en el diálogo como única alternativa viable para dirimir las diferencias.

    Fundador de Asonal judicial (Asociación Nacional de Empleados y Funcionarios de la Rama Judicial), de la cual fue su Presidente, la carrera judicial fue su vida. Desde muy joven militó en la JUCO y después en el PCC. En la Universidad Nacional de Colombia, donde estudió derecho y luego se especializó en ciencias penales y penitenciarias, fue un fogoso activista y dirigente estudiantil. Una vez graduado, se vinculó a la defensa de las causas sindicales e ingresó a la Rama Judicial como Juez Penal. Una de sus pasiones académicas fue el derecho penal, y lo ejerció como profesor de cátedra en varias universidades de Bogotá. De Juez Penal, trabajo que desempeño durante 23 años, pasó a ser magistrado del Tribunal Superior de Bogotá. Además, fue candidato para integrar la Corte Suprema de Justicia. En 1986, ante la imposibilidad de mantener la candidatura presidencial de Jacobo Arenas por la UP, según lo previsto en los Acuerdos de La Uribe, debido a las múltiples amenazas y falta de garantías para su seguridad personal, el Pleno de la Dirección Nacional de la UP propuso el nombre del ex magistrado Jaime Pardo Leal, el cual fue acogido con gran entusiasmo por su carisma y trayectoria dentro del PCC y el Sector Judicial. Jaime Pardo, quien acababa de ser destituido del cargo de Magistrado del Tribunal Superior de Bogotá por dirigir un paro de jueces y empleados de dicho gremio en medio de toda suerte de amenazas e improperios, aún sabiendo que con ello se incrementaban los riesgos contra su vida, aceptó la propuesta sin vacilar.


    Para las elecciones de 1986, Jaime Pardo Leal como candidato a la Presidencia de la República por la UP, obtuvo una altísima votación en un tiempo muy corto de campaña electoral, y en medio de un ambiente de violencia generalizado marcado por las intimidaciones, las falsas judicializaciones y la estigmatización política y social. “Su éxito electoral prendió el entusiasmo popular, porque por vez primera desde el trágico asesinato del líder popular Jorge Eliécer Gaitán en 1948, ningún candidato de la izquierda había despertado tanto fervor, esperanza y fe de que ahora si, por la vía electoral, era posible alcanzar el poder”[1]. Las amenazas no se hicieron esperar. El gobierno, la Iglesia Católica y los gremios empresariales del país guardaron cómplice silencio, Jaime no cesó en denunciar la existencia de una peligrosa alianza entre efectivos de la fuerza pública con grupos narcoparamilitares bajo el mando de oscuros personajes de la vida nacional. Las llamadas para insultarlo a él y a su familia, el envío de coronas y sufragios donde invitaban a su sepelio, la interceptación de los teléfonos de su casa y oficina, atentados, vigilancia, seguimientos, fueron una constante en la vida Jaime Pardo. Sin embargo, nunca expresó temor ni angustia aunque sabía, siempre supo, que lo iban a matar y así lo confesaba a sus amigos más cercanos o cuando salía de casa para acudir a su oficina o alguna gira política, se despedía de su esposa Gloria Flores diciéndole: “chatita, no sé si nos volvamos a ver”.
    “Algunos estamos amenazados de muerte, por nuestra fidelidad desde cuando éramos jóvenes, a la patria, al pueblo, a los trabajadores, y a la causa del socialismo. […] el enemigo no olvida ni perdona, pero nuestra vida se la hemos entregado a los trabajadores, ellos son sus dueños; pero en el evento de que el enemigo lograra arrebatarnos nuestra vida, bienvenida la muerte porque sabemos que indiscutiblemente, al caer nosotros, de la unión de jóvenes patriotas saldrán los que nos deban representar, los que nos deban reemplazar, los que sigan dirigiendo lo que el pueblo quiere: una Colombia en paz, con justicia y esperanza”[2]
    Jaime Pardo siempre denunció con valor y mucha claridad las alianzas entre la clase política, el narcotráfico y el paramilitarismo, y la responsabilidad del Estado en las persecuciones y asesinatos de que eran objeto los militantes de la UP. Pero fue más allá. Se atrevió a denunciar, varias veces con nombre propio, el pacto criminal entre gamonales regionales, terratenientes, buena parte de la élite política liberal-conservadora y narcoparamilitares con el apoyo de agentes de la Fuerza Pública del Estado, incluso altos mandos militares.

    “Landazabal Reyes y Camacho Leyva son los instigadores públicos de los atentados contra la dirección del movimiento democrático. Yo quiero citar un ejemplo claro. Landazabal Reyes manifestó, razón por la cual lo denuncié penalmente, que yo era el jefe de los secuestros, de la extorsión de la guerrilla y de los asesinatos en este país. Hacer esa afirmación Landazabal Reyes, es lanzar a todos los sicarios contra mi humilde humanidad”[3]

    El 18 de marzo de 1987, Pardo denunció ante los medios masivos de comunicación con “pruebas en mano”, nombres y grados, que oficiales y suboficiales de las Fuerzas Armadas - Ejército y Policía- estarían implicados en graves violaciones de los derechos humanos cometidas contra su movimiento político. También acusó a la policía de los municipios de Segovia y Remedios (nordeste de Antioquia) de pertenecer al grupo paramilitar Muerte a Revolucionarios del Nordeste (MRN). “Estos agentes se movilizaron en el vehículo de placas PT-0080 para realizar inscripciones en los muros amenazando a la población. Además, participaron en un intento de atraco frustrado el pasado 7 de marzo a una entidad bancaria de Segovia, resultando muerto uno de los integrantes del grupo paramilitar, identificado como un agente activo de la policía de apellido Sánchez”. Pardo exigió la destitución del Mayor General de las Fuerzas Armadas que hasta entonces ocupaba el cargo de Procurador Delegado para las Fuerzas Militares por un civil. Días después, el Procurador General de la Nación, Carlos Mauro Hoyos, (asesinado por la mafia, el 25 de enero de 1988), admitía su petición y nombraba al primer civil en ese puesto.

    El ministro de Defensa, general Rafael Samudio Molina, dos meses después de la denuncia pública de Pardo, trató de desmentir las acusaciones: “el vehículo citado no era de la Policía aunque sí pertenecía a uno de sus agentes; el policía Sánchez había formado parte de la institución, pero en el momento del asalto era integrante del grupo guerrillero Ejército de Liberación Nacional y habría sido muerto el 3 de julio de 1987”. Inexplicablemente, el general anunció la supuesta muerte de Sánchez casi mes y medio antes de que presuntamente se produjera”[4]. El general Samudio Molina, enconado enemigo de paz y de la celebración de acuerdos con la insurgencia, fue un instigador permanente del genocidio contra la UP. Públicamente dio muestras de su desprecio por este movimiento político y por toda expresión de lucha popular. Cuando se produjo un atentado dinamitero contra la "Casa del Pueblo", sede de la UP en el municipio de Apartadó en el Urabá antioqueño, el 27 de octubre de 1988, el general Samudio declaró ante los medios de comunicación: "Pues sería que tenían explosivos en su sede".[5]

    Jaime reveló el plan sistemático de exterminio que se estaba consolidando en Colombia con la aquiescencia del Estado colombiano, que producía miles de asesinatos, desplazamientos masivos de campesinos, desapariciones forzadas, arrestos arbitrarios, estigmatizaciones políticas y sociales, bajo la inoperancia de una justicia que incluso desde antes de fraguarse el exterminio, manipulada y atemorizada, se había resistido a investigar y castigar a los responsables, pese al material probatorio allegado a los despachos de jueces y fiscales y a los testimonios de testigos, que en su mayoría, eran calificados de locos, o terminaban muertos o con algo de suerte, en el exilio.

    “Se han masacrado de la manera más salvaje a varios dirigentes y militantes de nuestro movimiento político, en consecuencia le hemos dicho al gobierno nacional que nos defina si tenemos derecho a vivir o no en nuestro país” declaró Jaime Pardo a través de los medios masivos de comunicación.

    Era consciente de que fortalecimiento de las alianzas regionales entre los paramilitares y el binomio Ejército-Policía con sectores representativos de la dirigencia política del país, era posible debido a la impunidad garantizada a los victimarios. Todos los planes nacionales y regionales de exterminio dirigidos a lograr la desaparición de la Unión Patriótica, podían ser fácilmente ejecutados mientras la justicia se resistiera a actuar y a sancionar ejemplarmente a sus responsables y patrocinadores.

    Las amenazas, así como sus más altivas convicciones que le impedían el silencio o ignorar el crimen fueron características determinantes en la vida política de Jaime Pardo Leal.

    “Lo que denunciamos es que sean utilizadas desde afuera y desde adentro las Fuerzas Armadas para cumplir una función desestabilizadora, antidemocrática, y de incitación contra el derecho político que tenemos todos los colombianos de expresar nuestra opinión”, afirmó Pardo Leal. Este derecho le fue truncado el domingo 11 de octubre de 1987.
    “Veníamos de la finca, de una finquita que teníamos en Mesa, Cundinamarca, él estaba feliz, le gustaba mucho ir a la finca. Salimos a las tres y media de la tarde con un clima muy lindo, y faltando un cuarto para los cuatro, nos igualó un carro en la carretera...” recuerda Gloria Flores, su viuda.

    El vehículo en el que viajaba la familia Pardo Flores, era conducido por Jaime. Llevaban quince minutos de haber salido de la finca, cuando el auto fue sobrepasado por otro vehículo del que se asomó un individuo lanzando insultos. -“Jaime no pensó que se trataba de sus asesinos, sino que probablemente se debía a alguna imprudencia que había cometido como chofer -cuenta Gloria- Minutos más adelante, el carro fue nuevamente alcanzado por otro vehículo que le pitaba en forma insistente. “Nos sobrepasaron- cuenta Fernando, uno de los hijos de Jaime – y en el momento en el que estaban a la misma altura de nosotros, le dispararon a mi papá. Yo venía recostado en las piernas de mi mama… y…lo otro… es muy doloroso”

    Jaime, al recibir los impactos de bala en la cabeza, se desgonzó sobre el timón, y el carro quedó a la deriva. Los sicarios los adelantaron y siguieron disparando contra el vidrio panorámico haciendo blanco nuevamente en el cuerpo de Jaime. Gloria, al verlo que sangraba por boca, nariz y oídos, frenó el carro, dejó a Jaime recostado sobre la silla y se bajó ensangrentada a pedir auxilio, pero ninguno de los carros que pasaban por la vía paró a socorrerlos. Por el contrario, la gente le gritaba que se volviera a subir al carro porque de pronto regresaban y los remataban. Un amigo de Jaime, miembro también de la UP que viajaba con ellos, con la ayuda de Gloria bajaron a Jaime del carro y lo pasaron a la parte trasera. Todavía estaba con vida. La señora Pardo encendió nuevamente el carro, echó reversa y a toda velocidad se dirigió al municipio más cercano, el mismo que habían dejado apenas media hora atrás. En medio de la prisa y el nerviosismo, perdió el control del vehículo, se estrelló y fue a parar a una cuneta, resultando heridos ella y los niños. Instantes después, pasó por allí un bus en la misma dirección. El chofer, al darse cuenta de la emergencia, se detuvo y dos hombres se bajaron para ayudar a la familia y subir el cuerpo de Jaime al bus. De inmediato se dirigieron al Hospital de La Mesa, pero cuando llegaron ya era demasiado tarde. Según informó el médico que los atendió, Jaime llegó descerebrado y minutos después, falleció.

    “Hay personajes que expresan los intereses de los sectores sociales en abstracto; al hacerlo así, la función social que desarrollan es general y muy pocos enemigos políticos tienen. Pero cuando se expresan intereses concretos de sectores sociales en pugna, estos personajes radicalizan esa lucha y ésta se convierte en mortal. Es lo que sucedió con Jaime Pardo Leal”- escribió Ulises Casas Jerez en un artículo titulado “La Muerte de Jaime Pardo Leal: Un mártir de los comunistas colombianos”[6]
    Con el asesinato de Pardo Leal se llegó al temible número de 471 miembros de la Unión Patriótica asesinados impunemente desde 1985. Hoy, 24 años después, son más de 6 mil valientes luchadores los que han corrido con la misma suerte.

    Durante el masivo y sentido entierro de Pardo Leal, se vivieron momentos de caos en el barrio Policarpa Salavarrieta, al sur de Bogotá, donde hubo un verdadero descontento popular por su muerte. Durante las protestas murieron tres personas y un gran número de seguidores del líder de la UP resultaron heridos [7].

    Frente al féretro de Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo, quien sería su sucesor como presidente de la UP, pronunció su primer discurso público:

    “El mejor homenaje que hoy podemos rendirle a Jaime Pardo Leal es deponer la actitud sectaria que muchos compañeros creen que puede producir buenos frutos o puede abrir el camino para aislar a quienes desangran a Colombia. Hoy se han confundido en las calles de Bogotá los brazos, los puños y las gargantas de comunistas, socialistas, liberales, conservadores y todas las corrientes de la patria […] para iniciar una nueva marcha […] para que no haya más Jaime Pardo muertos […]. Por eso yo quiero hoy aquí, en nombre de la UP, convocar a un gran frente de salvación nacional, donde todas las fuerzas democráticas de la patria nos unamos en un sola voz”[8]

    El proceso Penal que se siguió por la muerte de Pardo Leal, permitió que fueran condenadas cuatro personas señaladas de ser los autores materiales del magnicidio: William Infante, quien recibió 25 años de prisión fue dejado en libertad antes de cumplir su condena, y posteriormente fue sentenciado a cadena perpetua en Estados Unidos por narcotráfico. Beyer Yesid Barrera, fue condenado a 24 años de prisión en Colombia. Olivera Acuña Infante, hermana media de William Infante, fue quien prestó la casa donde se fraguó el asesinato, fue condenada a 9 años, al igual que Dora Libey Peñalosa Rodríguez como cómplice del magnicidio. Aunque los nombres de los autores intelectuales nunca fueron revelados, las investigaciones de la época concluyeron que entre ellos se encontraba, Gonzalo Rodríguez Gacha, alias “el Mexicano”. Al parecer habría pagado 30 millones de pesos a los sicarios que ejecutaron el crimen. Uno de los abogados encargados de llevar el caso ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), asegura que aún no se han esclarecido los presuntos vínculos que tuvieron algunos miembros de las Fuerzas Militares en el asesinato del dirigente político

    La familia de Pardo presentó una demanda de reparación, que se perdió en primera instancia, pero que finalmente fue ganada ante el Consejo de Estado.

    ¿Porque mataron a Jaime? “Por el temor que mi papá representaba para el establecimiento nacional y para las clases dirigentes, por la capacidad que tenia de denunciar a los criminales, por sus deseos de cambio y por su voluntad de soñar con un país en paz…”

    PCCol

    No me tome el tiempo de copiar las citas por eso recomiendo ver el link donde se encuentran todas las citas que el texto menciona
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    Mensaje por Manuel Pérez Vie Oct 12, 2012 1:13 am

    Así fue el asesinato de Jaime Pardo Leal

    En estos últimos siete años, muchos crímenes políticos se han presentado en Colombia. Pero pocos han tenido la trascendencia y el impacto del asesinato del excandidato presidencial y jefe de la Unión Patriótica, Jaime Pardo Leal, en octubre de 1987. Con su muerte, la guerra sucia, a nivel de asesinatos selectivos, llegó a un punto que años antes hubiera resultado inimaginable. Pero lejos de ser el final de esa historia de muertes, fue el preámbulo de una etapa aún más sangrienta caracterizada por asesinatos colectivos y la consolidación del paramilitarismo.

    Jaime Pardo Leal sabía que lo iban matar. Su familia sabía que lo iban a matar. La Unión Patriótica sabía que lo iban a matar. Los periodistas sabían que lo iban a matar. El país entero sabía que lo iban a matar. Y finalmente lo mataron. Eran las 3:45 de la tarde del domingo 11 de octubre.

    Como Jaime Pardo sabía que lo iban a matar, se había preocupado por comprar varios seguros de vida, y por abrir una cuenta a nombre de su señora, Gloria de Pardo, en la que ya tenía ahorrado lo suficiente para un año de mercado de su familia, según sus propias instrucciones.

    Como su familia sabía que lo iban a matar, le seguían los pasos las 24 horas del día, lo regañaban cuando no se reportaba y hasta le habían hecho trasladar la oficina a la casa, donde su propia esposa le mecanografiaba sus memoriales.

    Como la UP sabía que lo iban a matar, desde julio de este año le habían conseguido pasajes para que viajara por un tiempo a Cuba en compañía de su esposa y de su hijo más pequeño. Este viaje lo había aplazado ya varias veces, con la disculpa, frente a su familia, de que quería esperar a que sus dos hijos mayores salieran de la universidad. Pero a Carlos Ossa, el consejero presidencial, le confesó en alguna oportunidad que él no tenía intención de salir de Colombia, porque no quería abandonar su lucha política.

    Como el gobierno sabía que lo iban a matar, desde que el 11 de julio de 1984 el sindicato de trabajadores de la Caja Agraria de Antioquia y Chocó reclamó protección para Pardo Leal, el DAS, el 24 de julio de ese mismo año, le ofreció sus servicios. Él quedó de ir al DAS, pero jamás fue. Para dejar constancia de su propósito, en oficio 1622 del 9 de agosto de 1984, el DAS le insistió en la escolta. Pardo no contestó el oficio. El 16 de agosto, el entonces jefe del DAS, general Álvaro Arenas, envió al jefe de escoltas de la institución, Nelson Napoleón Gutiérrez, para que convenciera a Pardo. Pero este le dijo: "Por ahora considero que no es del caso contar con la escolta. Si la situación se agrava, la pido". En cambio de la escolta pidió un arma, y así fue como se le expidió un salvoconducto para portar una pistola 7.35 mm que solo se atrevió a disparar, irónicamente, tres años después, el mismo día en el que lo mataron.

    El 16 de marzo de 1986 el DAS le ofreció nuevamente a Pardo Leal servicios de seguridad como lo había hecho con los otros dos candidatos a la Presidencia de la República. Esta vez sí aceptó. Se le asignó entonces una escolta de 4 personas dotadas de una subametralladora, 4 revólveres, un radio y un vehículo. Esta escolta fue aumentada en mayo de este año con 5 guardaespaldas más de la Policía Judicial de la Procuraduría, a raíz de las denuncias de Pardo sobre la existencia de grupos paramilitares.

    Pero además, contaba con gente de su propio movimiento político. Dos miembros de la UP habían sido asignados a su guardia personal. Así como Pardo Leal era uno de los hombres más amenazados del país, también era uno de los más custodiados.

    Como los periodistas también sabían que lo iban a matar, no había entrevista en la que no le preguntaran sobre la muerte. Tanto es así, que muchos reporteros habían ya "saqueado" sus álbumes familiares, y venían recogiendo cuidadosamente toda su hoja de vida.

    El país entero sabía que iban a matar a Jaime Pardo Leal. Por eso, cuando la cadena Todelar interrumpió su programación dominical para anunciar que había sido herido, los colombianos, aunque horrorizados, supieron que finalmente había cumplido su cita con la muerte.

    El doctor Pardito

    El sábado de ese fin de semana trágico, Jaime Pardo no hizo lo que usualmente hacía todos los sábados: reunirse con sus amigos a "echar carreta". Esa tarde, muy temprano, había recibido como parte de pago en un negocio judicial un televisor con control remoto. Eso después de haber sostenido una larguísima discusión sobre el electrodoméstico con su señora, porque mientras ella estaba loca de ganas por el televisor, a él no le parecía bien recibir honorario en especie.

    Al medio día, Pardo recibió la llamada de rigor del jefe de escoltas del DAS, para preguntarle sobre los planes para el fin de semana. Eran las 12:15, y según el guardaespaldas se lo relató a SEMANA, "estaba comiendo, porque lo escuché como masticar. ¿Algo para estos días, doctor?, le pregunté. Él me contestó: no señor. Entonces lo estoy llamando, le dije. No era extraño que muchos fines de semana Pardo prefiriera despachar a su escolta y quedarse solo. Consideraba que los guardaespaldas también tenían derecho a su vida familiar y, además, no se sentía cómodo con ellos. Esto lo confirma uno de los detectives del DAS que lo acompañó durante 18 meses: "El doctor no estaba acostumbrado al servicio del escolta. Me decía que había perdido su libertad. A ratos se nos perdía y teníamos que buscarlo; de pronto nos citaba a cierta hora y no aparecía por ningún lado. Yo creo que además de querer resguardar su vida privada, ellos tenían sus reuniones y contactos políticos a los que el doctor Pardo no le gustaba llevarlos".

    Pero Pardo sí tenía planes para el fin de semana. Pensaba viajar temprano en la mañana del domingo, para estar de regreso antes de las cinco de la tarde, pues quería asistir al compromiso matrimonial de Álvaro Salazar, el tercero de la coordinadora de la UP.

    A las 7:30 de la mañana del domingo, llegó William, el escolta personal que le había puesto la UP, al apartamento de Colseguros. Todos excepto Fernando, el hijo menor de 11 años, estaban listos para el viaje. Le ofrecieron un café con leche, y mientras convencían a Fernando de que se bañara, les dieron las 8:30. A los hijos les daba "jartera" el paseo, pero Jaime Pardo, que por lo general sólo viajaba en compañía de su esposa, los obligó a acompañarlos. Fue una especie de castigo, porque se había negado a visitar a su abuela en Ubaque.

    Finalmente se montaron en el jeep Nissan,. placas FS 1182, metieron montones de periódicos viejos para vender en La Mesa, el viejo televisor en blanco y negro, y arrancaron. En la mitad del viaje hicieron una parada para comprar las provisiones del asado del almuerzo. Cerca de las 10 llegaron a la finca, un predio de 10 fanegadas sembradas de café, plátano, caña de azúcar y árboles frutales: "Villa Lenor". Tiene una piscina abandonada, una yegua vieja y sin nombre, 4 vacas bien cuidadas y una casa tan estrecha como la de los cuidanderos.

    Una construcción en obra negra que no guarda armonía con el paisaje rural, emerge un lado de la casa y la piscina como único indicio de mejoras locativas.

    Según le contó a SEMANA Jairo Ramírez, el administrador de la finca, Pardo, como siempre, se puso las botas y machete en mano se internó en el cafetal. Cerca de la 1:30 almorzaron y después jugaron fútbol. Lo único extraño que hizo Jaime Pardo esa tarde fue disparar con la pistola 7.35. Fue el primer y último disparo que hizo en su vida. De ello fue testigo William, su escolta de la UP, que le relató a SEMANA: "El cogió la pistola, cerró los ojos, y aunque le parecía terrible, disparó al aire. Después le dijo a su esposa en el camino de regreso: Chatica, voy muy contento, porque hice mi primer tiro".

    Después de una leve discusión sobre quedarse en la finca o cumplir el compromiso social, resolvieron emprender el regreso. Eran las 3:30 de la tarde. Ya al volante, Pardo le dijo al cuidandero: "Jairo, usted haga de cuenta que es el dueño y por la plata no se preocupe que yo regreso e jueves o viernes".

    Pocos minutos más tarde paró en la tienda donde vive el fontanero del municipio, Jorge Amaya, y le dejó dicho que revisara la tubería, porque no le estaba llegando agua suficiente a la finca.

    En ese momento, sus asesinos, ubicados a 150 metros del lugar en una tienda del camino, acababan de pedir su quinta ronda de cervezas. Al contrario de lo que se ha dicho, no eran sólo tres. Estaba con ellos, en lo que hubiera parecido un paseo familiar, una pareja con un niño de brazos. Según cuentan los de la tienda, tan pronto pasó el jeep de la familia Pardo, los sicarios pagaron precipitadamente la cuenta y se subieron en los dos vehículos en los que se movilizaban: un Renault 18 azul de placas AS 1015 y un taxi grande, negro y amarillo, que arrancó detrás del Renault a menor velocidad con la pareja y el niño. A los 15 minutos y detrás de un bus de la Flota San Vicente, la señora de Pardo en un carro amarillo llegó gritando a la tienda: "Mataron a Jaime, mataron a Jaime".

    La recta final

    ¿Qué había pasado? Según versiones de la familia y del guardaespaldas de Pardo, a eso de las 3:45 un carro azul que se desplazaba a gran velocidad, parecía pedir paso. Como de costumbre, el doctor Pardo, regular chofer, manejaba por el centro de la vía. Edison, su hijo de 16 años, le dijo: "Papá; déjalos pasar que parecen borrachos". Estaban llegando al final de la única recta prolongada de la carretera. Desde el carro, los hijos y el escolta vieron algo raro, como escopetas largas. Era demasiado tarde. Supieron que los iban a matar. En fracción de segundos, todo estaba consumado. "Sentí un ruido como de lluvia", dijo doña Gloria. Pardo Leal cayó baleado sobre el hombro de su mujer. William, el escolta, desde atrás lo corrió a la derecha y cogió el timón. Ya había hecho, sin embargo, varios tiros que hicieron impacto en el Renault y que presumiblemente hirieron a uno de los sicarios.

    Ciento cincuenta metros más adelante, y ante la posibilidad de estrellarse con un vehículo que venía en sentido contrario, el escolta, ayudado por doña Gloria que alcanzó a poner el pie en el freno, logró detener el jeep. Desesperados, todos gritaron pidiendo ayuda. Pasaron varios vehículos que no se detuvieron. Era difícil que lo hicieran. Lo que se veía desde la carretera era un hombre armado.

    Era William que, aún con las armas en la mano, pedía ayuda. Luego un bus de la Flota San Vicente se detuvo momentáneamente. Uno de los pasajeros que no quiso revelar su identidad, le contó a SEMANA lo que sucedió: "Veníamos con 10 personas de pie. El viaje había sido normal hasta Patio Bonito. De pronto, vimos al frente algo que parecía un accidente. El conductor paró 30 ó 40 metros más allá. Alguien en el bus gritó: ¡están disparando! Cuando volteé a mirar, vi un Nissan blanco parado contra un barranco. Una señora de vestido amarillo pedía auxilio arrodillada en la carretera. Un hombre trataba con gran esfuerzo de sacar al herido del carro. Mientras tanto un jeep rojo había parado, pero finalmente volvió a arrancar sin llevarse al herido. El chofer del bus tampoco quiso meterse en el lío y arrancó. Metros mas adelante la gente gritó: déle paso, déle paso, Entonces me di cuenta de que era el mismo Nissan blanco. A los pocos segundos vimos como se encunetaba violentamente. Ahí fue cuando resolví que había que hacer algo y le grite al chofer que parara. Entonces supimos que se trataba del doctor Pardo Leal" .

    A Pardo lo acomodaron difícilmente en el piso del bus, dos de sus hijos iban con el. Iván de 20 años y el pequeño Fernando, ambos con heridas leves, producto del impacto de la encunetada. Hubo histeria en el bus.

    Inclusive, el chofer tuvo que parar, para que se bajara una familia. Quince minutos mas tarde, apenas pasadas las 4 de la tarde, el doctor Diego García Morales del Hospital Pedro León Álvarez Díaz de La Mesa, recibió a Pardo Leal agonizante. Después de una hora de intensos esfuerzos para salvarle la vida, los médicos se rindieron ante la evidencia de que Pardo había muerto. Eran las 5:45 de la tarde. Comenzaban las 48 horas más difíciles de los últimos años.

    Puente trunco

    Mientras todo esto sucedía, en Bogotá las versiones continuaban siendo confusas. A las 4:30 el presidente Barco se comunicó con el general Maza Márquez, que se encontraba descansando en su casa, y acababa de escuchar la noticia por el radio. General, le dijo, Pardo Leal está herido. No se sabe si en un accidente de transito, o por un atentado. Las informaciones son confusas. Cuando Maza Márquez se dirigió a sus oficinas del DAS, y comenzó hacer las primeras investigaciones, en Anapoima, el alcalde de Bogotá, Julio Cesar Sánchez, se vio obligado a interrumpir la lectura de "De ciertas damas", de Carlos Lleras, para responder una llamada del Presidente. "Acaban de herir a Pardo Leal" le dijo. Y agregó: "Aquí en Bogotá no hay ningún ministro. Creo que tu eres el más indicado para manejar el asunto. Vete para La Mesa, y averigua qué fue lo que pasó".

    Otras tres personas claves en los últimos días de Jaime Pardo Leal también se enteraron a esa misma hora de la noticia. Carlos Ossa, con quien Pardo tenía una cita el miércoles 14, como la hacian cada 14 dias, se encontraba en su casa aprovechando uno de los pocos momentos de descanso que le dejan sus interminables "correras pacificadoras" por el territorio nacional. Una llamada telefónica del secretario de Integración de la Presidencia, Rafael Pardo, le comunicó la noticia, de inmediato se dirigió a la Casa de Nariño, donde solamente se encontraba el Presidente de la Republica. Los ministros estaban todos fuera de Bogota: Defensa y Relaciones en Melgar, de donde fueron llamados por el Presidente; Gobierno en Pereira y Justicia en el Llano, en donde son localizados y citados para un mini-consejo de ministros el día siguiente.

    En un bus urbano, en dirección sur-norte, el jefe de la escolta de Jaime Pardo, que en los últimos 18 meses se había convertido en su sombra, seguía los pormenores del partido Santa Fe-Cali. Una interrupción de la transmisión radial con un boletín de ultima hora, dio la información: Jaime Pardo está herido "Me sentí muy mal", le dijo a SEMANA. Y recordó que inmediatamente se dirigió a las oficinas del DAS, donde ya Maza Márquez estaba impartiendo vigorosas instrucciones.

    A las 6 de la tarde, Álvaro Salazar, el amigo por cuyo compromiso matrimonial Jaime Pardo había decidido regresar a Bogotá, llegó al Cinep en compañía de su novia. Allí los esperaba Francisco De Roux, el jesuita que iba a bendecir las argollas. "Lo siento mucho", le dijo, sin que Salazar entendiera de que se trataba. ¿Por qué me da ese pesame, si yo lo que me voy es a casar? le preguntó al sacerdote.

    ¿Acaso no sabe? le dijo De Roux. "Es que mataron a Jaime Pardo "La misa de compromiso se transformó entonces, en una misa de réquiem.

    Dos horas después, Salazar se convirtió en el coordinador de todos los preparativos de las honras fúnebres de Pardo.

    El alcalde a cargo

    A su llegada al hospital de La Mesa, el alcalde de Bogotá, Julio César Sánchez, encontró un escenario macabro. Según se lo relató a SEMANA, la viuda se encontraba en una esquina de la sala de urgencias, musitando frases incoherentes. Los hijos estaban con sus ropas todas ensangrentadas, y el más pequeño se revolcaba del dolor de estómago. El cadáver de Jaime Pardo estaba desnudo, sobre una tarima de baldosín. Nadie sabía exactamente qué hacer.

    Al frente del hospital ya había gente arremolinada, y el alcalde Sánchez fue informado de que aparentemente ya estaban en camino marchas desde Viotá y Mesitas. Comenzaban a oírse consignas, y algunos exigían que el cadáver fuera velado en la plaza pública de La Mesa.

    Julio César Sánchez tuvo que pensarlo muy rápido. De su propio bolsillo compró el ataud de Pardo. También ropa para los tres hijos, para remplazar su ropa ensangrentada. De Bogotá, el Presidente había enviado un helicóptero que, cuando las versiones tan solo indicaban que Pardo estaba herido, iba a transportarlo a la capital. El aparato, en cambio, sirvió par trasladar hasta la clínica Santa Fe, donde Barco personalmente había reservado habitaciones, a dos de los hijos de Pardo, heridos. Para su aterrizaje nocturno, el alcalde Sánchez ordenó encender fogatas y las luces de docenas de vehículos en el estadio del colegio de La Mesa. También por iniciativa suya se organizó una caravana de ambulancias, en una de las cuales el cadáver de Pardo fue trasladado a Bogotá.

    Durante la noche, en Palacio, el presidente Barco, Ossa y los ministros de Defensa y Relaciones, que habían regresado de Melgar, seguían paso a paso el desarrollo de los acontecimientos de orden público en el país, y recibían información permanente del alcalde Sánchez desde La Mesa. Las noticias sobre alteraciones de orden público en los barrios periféricos de la capital, en los municipios de Bosa y Soacha, y en Barrancabermeja aumentaron la tensión. Todo podía suceder.

    El cadáver de Jaime Pardo llegó a las 11 de la noche a la sede de la UP.

    No se le había hecho autopsia, y los militantes de la UP insistieron en que se le realizara en la sede del movimiento. Como los médicos legistas consideraron absurda esta posibilidad, la UP accedió a entregar el cadáver, con la condición de que el consejero Carlos Ossa lo acompañara a Medicina Legal. Ese fue el motivo por el cual Carlos Ossa llegó a la sede de la UP a las tres de la mañana. Su entrada solitaria y su figura patética fueron captadas por las cámaras de la televisión, como un testimonio mudo de la tragedia que vivía el país.

    Esa noche los disturbios más graves de orden publico se presentaron en el barrio Policarpa Salavarrieta, uno de los más politizados al sur de la capital, con un saldo de un policía y tres civiles muertos.

    El lunes, a las 11 de la mañana, el cadáver de Pardo llegó a la Plaza de Bolívar donde, bajó un toldo y en medio de cuatro sirios, comenzaron a velarlo. Previendo que el amplio y significativo escenario de la Plaza de Bolívar pudiera presentarse para encender los ánimos oratorios de los militantes de la UP, el alcalde los convenció de que la velación debía hacerse mas bien en el interior del Capitolio. En compensación les ofreció sacar el Ejército del edifico del Congreso, y permitir que los propios miembros de la UP requisaran a los visitantes.

    La romería de gente que ingresó al Capitolio se hizo pacíficamente. Pero en otro punto de la ciudad había otros cinco muertos: cuatro jóvenes de la UP, victimas de una explosión provocada por las bombas que fabricaban, y una vecina de la casa donde ocurrió la tragedia. Esa noche los colombianos se acostaron con la sensación de que el día siguiente seria un trágico martes 13. En nada contribuyó a borrar esta idea el lánguido y lacónico comunicado que el gobierno dio a conocer por televisión, a través del ministro de Gobierno.

    En las primeras horas del martes mientras en el ministerio de Defensa se realizaba un rutinario Consejo de Seguridad, en la Alcaldía, en pleno corazón de Bogotá, Julio César Sánchez, en compañía de los comandantes del Ejército y la Policía de Bogotá, planeó con la precisión de un relojero suizo, el operativo de seguridad.

    La consigna fue corta y clara: ninguna ostentación de fuerza publica en las calles. Con base en ella se desmilitarizó el Policarpa y se dejó en libertad a 30 militantes de la UP y del PC capturados cuando tiraban piedra e incitaban al desorden.

    Los primeros disturbios graves en la Plaza de Bolívar fueron protagonizados por un grupo de muchachos no mayores de 15 años. Rompieron la puerta del destruido Palacio de Justicia y entraron al edificio, desde donde arrojaron piedras a un grupo de policías que se encontraban apostados en un costado de la Plaza. Otros tomaron un tanque de gas, lo colocaron bajo un vehículo de la Policía e intentaron prenderle fuego. En ese momento, recuerda el alcalde, se vino el aguacero. Yo le di gracias al cielo.

    A un suboficial que intentó penetrar al Palacio de Justicia le dieron un ladrillazo en la cabeza que le hizo perder los estribos y, olvidándose de la consigna, arrojó una bomba de gas lacrimógeno que produjo pánico y estampida. Incluso alcanzó a arrancar algunas lágrimas del ministro de Gobierno, César Gaviria, que en ese momento se dirigía al Capitolio. En medio de la confusión explotó una bomba de humo que cubrió toda la Plaza de Bolívar. El alcalde, entonces, tomó la decisión de adelantar las exequias de Pardo. Llamó de inmediato a Carlos Romero y transaron para las 4 de la tarde la realización de las honras fúnebres.

    A las 3 :45 comenzó la ceremonia en la Catedral. La misa debía ser concelebrada por el párroco y uno jesuitas del Cinep, pero el alcalde se hizo el de la vista gorda. Tuvieron que quedarse con la homilía entre el bolsillo, por que llegaron a la Catedral cuando la procesión salía hacia el cementerio. A la misa, en representación del gobierno, asistieron únicamente los ministros de Gobierno, Relaciones y Justicia, y el consejero Carlos Ossa, quienes se vieron obligados a entrar por la puerta lateral. Tomaron la decisión de no ir hasta el cementerio porque el ambiente estaba muy caldeado.

    Los que si se atrevieron, porque fueron expresamente invitados por la Unión Patriótica, fueron algunos representantes de los partidos tradicionales: Ernesto Samper, Alvaro Leyva, Eduardo Mestre, Jaime Niño Diez. Durante todo el trayecto fueron insultados, cuando eran reconocidos por los manifestantes.

    El alcalde había desmilitarizado toda la carrera séptima, y su organización se la entregó a los policías de transito, porque, según el, los enemigos de los motos son los conductores, y no los peatones.

    Los gritos de consignas como "Si señor, como no, el gobierno lo mató" y "Samudio asesino", fueron ahogados por la ovación de la gente, cuando una gigantesca pancarta de la Coordinadora Guerrillera fue desplegada a la entrada del cementerio.

    En el cementerio, el alcalde Julio César Sánchez había ordenado a la empresa de energía iluminar profusamente el escenario. La tumba de Pardo la había escogido él mismo, y era la mejor de las que quedaban disponibles, muy cerca de las de otros destacados lideres políticos. A cargo de la administración distrital, se pagó un millón de pesos por ella.

    Junto a su tumba, esperaba a la manifestación otro grupo de políticos de los partidos tradicionales: Luis Carlos Galán, Jota Emilio Valderrama y Clara López Obregón. Todos ellos tuvieron que salir corriendo en un momento dado, cuando la hostilidad de los manifestantes se hizo insostenible. La evacuación afanosa se produjo por la puerta lateral de la 24 que, nuevamente, gracias a la previsión del alcalde, se había abierto después de muchos años de desuso. Los políticos tuvieron que contentarse con enviar sus discursos vírgenes a los medios de comunicación.

    A la agresividad de los manifestantes contribuyó una hojita volante que la Coordinadora Gaitanista hizo circular entre los presentes. Una de sus frases decía: Cuando mataron a Gaitán fue Carlos Lleras el que habló en el entierro. Y desde ese momento la oligarquía liberal se robó la imagen del líder. Hoy asesinan a Pardo Leal, y va a ser el hijo político de Lleras, Luis Carlos Galán, quien hablará en el cementerio. La historia se repite. "No vamos a dejar robar nuevamente a nuestros mártires".

    Ni siquiera los mismos representantes de los manifestantes se salvaron de la anarquía. Los discursos de Gilberto Viera y de Bernardo Jaramillo, el sucesor de Pardo en la UP, también fueron saboteados. Lo único que pareció conmover a la masa de enardecida fue la oración de la esposa de Pardo Leal, que pronunció la frase más estremecedora de la jornada: "Quedamos desolados. No sabemos donde albergar tanto dolor".

    A la salida del cementerio unos encapuchados izaron la bandera del M-19 y de la Coordinadora Nacional Guerrillera, y dispararon ráfagas de metralleta al aire, produciendo la estampida final. Alrededor de cien manifestantes se quedaron en el cementerio, y anunciaron su decisión de desenterrar a Pardo para darle una última vuelta. Ya la paciencia del alcalde no dio más. Anuncio que en 15 minutos apagaría la luz y los dejaría encerrados con los muertos. Al fin, pasado este tiempo, Jaime Pardo Leal pudo descansar en paz. Eran las 7:30 de la noche del martes 13.



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    Mensaje por Manuel Pérez Vie Oct 12, 2012 1:19 am


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