Darwin, las ideas dominantes y los que dominan
texto de Máximo Sandín - septiembre de 2009
tomado del blog El camino de hierro en octubre de 2012
tomado a su vez de la web Evolución y Ambiente
se publica en el Foro en tres mensajes
---mensaje nº 1---
"Los maestros calumnian a la Naturaleza: La injusticia, dicen, es Ley Natural.... Por Ley Natural, comprueban Richard Herrnstein y Charles Murray, los negros están en los más bajos peldaños de la escala social. Para explicar el éxito de sus negocios, John D. Rockefeller solía decir que la Naturaleza recompensa a los más aptos y castiga a los inútiles; y más de un siglo después, muchos dueños del Mundo siguen creyendo que Charles Darwin escribió sus obras para anunciarles la gloria." (Eduardo Galeano, "Escuela del Mundo al revés" 1998).
El 24 de Noviembre de 2009 se cumplirán ciento cincuenta años de lo que algún día que, lamentablemente, no parece próximo, se calificará como el nacimiento del mayor y más nefasto fraude, la más hipócrita manipulación que ningún poder haya cometido en la historia: convertir los intereses de los poderosos en “leyes científicas”.
Este año nos vamos a cansar de leer en las principales revistas científicas y en los grandes medios de comunicación narraciones como ésta: Se cumplen doscientos años del nacimiento de Charles Darwin, el gran científico al que su estancia en las Islas Galápagos durante su viaje alrededor del Mundo como naturalista a bordo del Beagle le dio la clave de su gran creación: La teoría de la evolución mediante la selección natural. Quizás les sorprenda saber que si nos molestamos en documentarnos descubriremos que, a excepción de la fecha, ni una sola de las palabras de esta narración es verdadera. Pero los datos históricos siempre han resultado muy molestos para las religiones; por cierto, ¿se han detenido a pensar a qué se parece una fuerza abstracta capaz de crear la vida, premiar y castigar y dirigir los destinos de todos los seres vivos, especialmente del Hombre? Les daré una pista con las palabras que figuran en las últimas páginas de “Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural o el mantenimiento de las razas favorecidas en la lucha por la existencia”: Y como la selección natural actúa por y para el bien de cada ser, todos los atributos corpóreos y metales tenderán a progresar hacia la perfección.
Pero la conversión de la selección natural en poder omnímodo capaz de explicar la increíble complejidad de la Naturaleza, no fue una “creación” de Darwin. Era un rico victoriano cuyos estudios se limitaron a la titulación de “subgraduado en teología”, y al que su desocupada vida (su única actividad “laboral” era la de prestamista) le llevó, mediante la observación de ganaderos y criadores de palomas de su entorno, a la “genial idea” de que, al igual que los ganaderos seleccionan características generalmente anormales, producidas “al azar” en sus animales, en función de sus intereses, la Naturaleza seleccionaría a los seres vivos “más adecuados”. Él sólo pretendía explicarse, de una manera bastante simple, cómo una especie se podría convertir en otra. La clave de la coronación de semejante simpleza en poder universal, del “azar” y la competencia como entes rectores de la Naturaleza, está en los textos de dos de los padres de la economía liberal clásica, Herbert Spencer y Robert Malthus, cuyas respectivas máximas supervivencia del más “adecuado” y lucha por la existencia aplicadas a “sus” conceptos de la sociedad, constituyen los fundamentos “científicos” de la obra de Darwin. Tal como él mismo explica sobre su “teoría”: Es la doctrina de Malthus aplicada con multiplicada fuerza al conjunto de los reinos animal y vegetal.
No es extraño que el libro de Darwin se haya convertido en la Biblia de los poderosos. Disculpen la “espesura” de la cita textual que sigue para justificar este argumento, pero tengo que decir que la totalidad de su libro es así: “brillante”. No puede nombrarse un país en el cual todos los habitantes naturales estén ahora tan perfectamente adaptados entre sí y a las condiciones físicas en que viven, que no pudiesen todavía, algunos de ellos, estar mejor adaptados o mejorar; porque en todos los países los naturales han sido conquistados hasta tal punto por los que han tomado carta de naturaleza, que han permitido a los extranjeros tomar firme posesión de la tierra. (Capítulo IV, Selección natural, o supervivencia de los más aptos, Pág. 96).
Y esto es lo que en realidad importa. No importa el lastre científico que supone dar por explicado cualquier proceso, por complejo que sea, mediante la omnipotente selección natural. No importan las peligrosas manipulaciones (los peligrosos negocios) de los procesos biológicos con la coartada tan poco científica de que se han producido “al azar” y, por tanto, se pueden interferir también “al azar”. Lo importante es que ya no es necesaria una religión para controlar, al menos con un triste consuelo, a los pueblos. Ya ni siquiera eso; el objetivo es convencer a los desheredados de la Tierra de que la Naturaleza, la vida es un infierno, y que el Mundo es para “los más aptos”. Lasciate ogne speranza.
Algunas preguntas que algún día se habrán de responder
La oleada, el tsunami, en la terminología de un colega, ferviente darvinista, comenzó a dar señales de alarma el pasado año, pero en 2009 se va a manifestar con toda su fuerza arrolladora, ante la que no hay tiempo para detenerse a pensar. Prácticamente, no transcurre un día del primer mes del año en el que alguno o todos los grandes medios de comunicación no publique alguna elegía a Charles Darwin “el gran científico y naturalista que, con su gran obra, la teoría de la evolución, sentó las bases de la sociedad y la ciencia moderna”. La inundación de homenajes, conferencias, actos universitarios, exposiciones, libros y hasta una película de Hollywood nos va a obligar a los biólogos que no compartimos esta veneración por el hombre providencial que nos trajo “la verdad”, a buscar un promontorio donde poder encontrar algo de aire fresco; pero también, desde el que podamos continuar enviando desesperados mensajes en una botella.
Esto es lo que pretendo hacer, con tanta obstinación como desesperanza, a lo largo de este año: enfrentarme al tsunami firmemente aferrado al bolígrafo y al mazo de folios (cuyas condiciones de flotabilidad son escasas). Pero no es mi intención convertir esta supuesta serie de escritos en sesudas demostraciones de erudición y menos predicar verdades incuestionables (eso lo hacen los predicadores). Mi intención es compartir con los (supuestos) lectores, en la medida de mis posibilidades, o de mis capacidades, el aspecto fundamental del verdadero trabajo de los científicos: la duda metódica, es decir, “someter las teorías vigentes a un constante análisis crítico” (Declaración de la UNESCO y La Asociación Científica Internacional, 1999), un mandato seguido con tanto entusiasmo como abundantes frutos por disciplinas como la Física, la Química y las Matemáticas pero que, por algún extraño motivo (pero alguno habrá), en el campo de la Biología no sólo parece olvidado, sino que su práctica es perseguida de una forma implacable.
Pero no se sientan abrumados por la labor “científica” que les propongo. Los científicos somos gente bastante normal. Se trata de algo que está al alcance de cualquier persona que disponga de algo de tiempo y una mínima capacidad de reflexión, y más cuando la teoría vigente es tan “sencilla”. Simplemente consiste en observar los hechos y hacerse preguntas. Por ejemplo:
¿No resulta, cuanto menos, intrigante, tan desproporcionado despliegue en los grandes medios de comunicación de alabanzas y homenajes, jamás concedido a ninguno de los grandes pensadores y científicos de la Historia, y más cuando el personaje en cuestión se trata de un naturalista aficionado del Siglo XIX?
¿No parece extraño que en el Siglo XXI, existiendo progresos en la profundización del conocimiento como los aportados por la Mecánica cuántica y la Relatividad todavía existan debates y discrepancias entre los científicos y se busque una teoría unificadora con la (para muchos, incomprensible) Teoría de las Supercuerdas, mientras que en la Biología está todo explicado desde el siglo XIX mediante el poder omnímodo de algo tan simple como el concepto de selección natural?
¿No es difícil de asumir desde una mínima racionalidad que la increíble complejidad de los fenómenos biológicos que comprenden (que deben cumplir) las “leyes” de la Física, la Química y las Matemáticas pero que, además tienen capacidades de autoorganización y reproducción se hayan tenido que producir, obligatoriamente, “al azar”?
¿Se puede encontrar alguna afinidad entre el azar y la competencia gobernados por la selección natural como motor de la Naturaleza y la libre iniciativa y la competencia gobernadas por “la mano invisible del mercado” como rectora de la sociedad? Es decir: ¿Existe algo en común entre “el pensamiento único” económico y “el pensamiento único” biológico?
Y, finalmente (por el momento), si tenemos en cuenta que los descubrimientos recientes (porque han habido más descubrimientos en Biología que en las otras tres disciplinas juntas) han puesto de manifiesto el carácter fragmentario y combinatorio de la información genética (es decir no existe “el gen de” sino secuencias génicas que se combinan, interactúan y se autorregulan), la complejidad indescifrable de los mecanismos que controlan esta información y su interacción con factores ambientales. Si existen decenas (probablemente centenas) de miles de secuencias pertenecientes a virus insertados en nuestros genomas. Si tememos en cuenta que vivimos literalmente inmersos en una inconcebible cantidad de virus y bacterias que cumplen una imprescindible labor de información y control en los ecosistemas… ¿Porqué se mantiene la obsoleta concepción del “gen” como una unidad de información independiente? ¿Porqué se siguen “descubriendo” genes de la obesidad, o de la calvicie, o de la inteligencia o “la proteína del amor”? ¿Porqué las grandes multinacionales farmacéuticas patentan “genes” y proteínas implicados en patologías? ¿Porqué las multinacionales de la “biotecnología” siguen produciendo animales y plantas “transgénicos” introduciendo en sus genomas secuencias ajenas mediante virus y plásmidos? ¿Por qué sigue la lucha implacable, la desestabilización de sus funciones, contra las bacterias y los virus? ¿Por qué el empeño en transmitir a la sociedad que la Naturaleza es un campo de batalla en el que sólo hay sitio para los “más aptos”?
Aquí termina la tarea por hoy. Dejo que el lector (espero que, al menos, uno) extraiga sus propias conclusiones, pero no puedo evitar permitirme adelantarle el trabajo con una pequeña pista: Esta marea de mitologías y verdades reveladas, toda esta enorme confusión ¿a quién beneficia?
Ficción: entre "Un mundo feliz" y "La conjura de los necios"
Para la tarea de hoy, partiremos de algunos datos de la entrega anterior, pero analizándolos desde otra perspectiva (también es un mandato de la UNESCO, que parece razonable tener en cuenta) y, para no levantar sospechas sobre la auntenticidad de dichos datos, transcribiré literalmente los comentarios de Roderic Guigo, uno de los participantes en la investigación que ha llevado a cabo el estudio de la máxima resolución obtenida hasta la fecha sobre el control de la información genética, el proyecto ENCODE: “Los genes tienen muchas formas alternativas y un mismo gen puede dar lugar a proteínas distintas dependiendo de cómo se combinen las distintas regiones. Estas regiones del genoma analizadas están muy interconectadas unas con otras, mientras que la idea que tenían hasta el momento los científicos era que los genes estaban claramente delimitados. En el genoma, todo un conjunto de instrucciones dictan cómo son las características de los seres vivos. Los científicos no sabemos muy bien cómo leer esas instrucciones y qué regiones del genoma son las que realmente codifican esas instrucciones”.
Estos son los datos reales de que disponemos. Y ahora, reclamo la atención de mi amigo lector, el científico “freelance”, para que analice conmigo la relación de estos datos con “la verdad revelada”: el darwinismo. La base teórica actual para la explicación de la evolución, la que se enseña en las universidades, es el llamado neodarwinismo o “Síntesis moderna”. El término “moderna” se refiere a los años 30, lo que resulta una denominación muy adecuada, porque este era el espíritu de “las alegres chicas del can-can”. Los conocimientos que, en aquella época, existían sobre genética se basaban en “las leyes de Mendel”, elaboradas sobre deducciones de lo que se podía observar en el aspecto externo de los individuos, ya fuera la piel de los guisantes, el pelo de los ratones o “el pico de viuda” en el Hombre. Se llegó a la conclusión de que cada “gen” era una entidad delimitada situada en los cromosomas como las cuentas de un collar y que producía directamente un carácter con dos alternativas (dominante y recesiva). Unos matemáticos se inventaron (pero eso será otra historia) unas fórmulas basadas en las probabilidades de obtener cara o cruz en una moneda lanzada al aire (infinitas veces, por cierto). Si también te inventas una ligera ventaja para una de las caras (uno de los “alelos”) ¡hop!, con el tiempo ese alelo será único. Habrá sido “seleccionado”. El resto de la evolución sería “cuestión de tiempo”, como afirma F. J. Ayala, el más prestigioso y galardonado estudioso y docente vivo de la “Genética de poblaciones”.
Pero hay otra versión mas “moderna” y fantasiosa del darwinismo (porque los darwinistas utilizan distintas versiones adecuadas para explicar cada caso, y cuando no se encuentra una explicación es, simplemente, “porque ha sido seleccionado”). Me refiero a la “teoría” del “Gen egoísta”, del también prestigioso zoólogo Richard Dawkins, que ahora ocupa en Oxford la “Cátedra Simony para la comprensión pública de la Ciencia”, un puesto creado ex profeso para él. Según ésta, la unidad de evolución es “el gen”, y los organismos somos “máquinas de supervivencia” creadas por nuestros genes para competir con otros genes y propagarse debido a su carácter “egoísta”. Según la sentencia de Dawkins “Toda máquina de supervivencia es para otra máquina de supervivencia un obstáculo que vencer o una fuente que explotar”.
Aquí, podría continuar: “Analicemos la frase”, pero no creo que merezca la pena, porque tenemos otra tarea: ¿Cómo encajan los datos reales con las concepciones darvinistas sobre “el gen”? ¿Porqué en los grandes medios de comunicación y en las revistas científicas se anuncian constantemente las grandes ventajas que nos van a proporcionar las manipulaciones y cambios de genes y los grandes avances de la industria biotecnológica? ¿Porqué nuestros científicos más prestigiosos afirman que cambiar genes “es algo trivial” o que cambiando nuestros genes conseguiremos vivir 200 años, o que podremos seleccionar las características de nuestros hijos, o que conseguiremos crear “gente más inteligente y productiva? ¿A quienes se los pretendían cambiar? ¿A toda la Humanidad o a los que pudieran pagarlo?
Una vez respondidas las preguntas, pasemos al desarrollo del siguiente tema (disculpe el lector, pero no puedo evitarlo. Son muchos años): Los periodistas científicos (o los científicos periodistas) que trabajan para los grandes medios de comunicación no se cansan, durante lo que llevamos de año, de exaltar la fecha histórica para la Humanidad del aniversario de Darwin con valoraciones de sus aportaciones científicas, datos biográficos y titulaciones, digamos que “poco precisas”. Pero tampoco de transmitir al público la idea de que no existe debate científico en torno al darwinismo y que el único debate existente es contra los creacionistas, por lo que cualquier crítica al darwinismo (que identifican torticeramente con “la evolución”) es sospechoso de estar dirigido por unas ideas creacionistas más o menos encubiertas. Tampoco se cansan de seguir alabando los grandes logros de la iniciativa privada en los progresos de la biotecnología y nos auguran grandes beneficios futuros. Las preguntas de este tema son: ¿Se trata de una falta de actualización sobre los conocimientos científicos? ¿Desconocen los datos reales más recientes? Si no es así ¿Cuál puede ser el motivo de estas “informaciones”?
Pregunta para nota: Sin recurrir a documentación, deducir a qué se dedican últimamente de modo exclusivo las actividades y conferencias relacionadas con la evolución de Dawkins y Ayala.
La propaganda como método científico
“Una mentira es como una bola de nieve; cuanto más rueda, más grande se hace". Martin Luther King
Repetida adecuadamente, una mentira, por grande que sea, acaba por convertirse en verdad, como bien sabían Goebbels y su jefe, por cierto, ferviente darwinista. Y, precisamente, es difícil encontrar un personaje histórico sobre el que, en tan sólo ciento cincuenta años, se haya tejido una red de mitificaciones, medias verdades y mentiras completas mediante el método de repeticiones de frases hechas a modo de “jaculatorias”, como el de Charles Darwin.
Pero vayamos por partes, como decía “Jack el destripador”. Para compartir con el lector, a partir de ahora, una mínima base para saber de qué estamos hablando, va a ser conveniente aplazar por un tiempo la labor “científica” para hacer unas pequeñas incursiones en la Historia, una disciplina que tiene mucho que aportar a los científicos, especialmente en lo que respecta al concepto de interpretaciones “objetivas”. Por ejemplo, entre la historia de Felipe II escrita por un inglés y la escrita por un español, es probable que existan distintas “objetividades”. Pues bien, vamos a ver algunos datos históricos sobre “la teoría de la evolución” elaborada desde “el continente”, que no es mejor ni peor que la elaborada en “La isla”, pero sí algo diferente.
Aunque las ideas y las investigaciones sobre la evolución son antiguas, el primer tratado dedicado íntegramente a la evolución, en este caso con la idea explícita de que una teoría evolutiva es la base teórica de la Biología, fue “Filosofía (teoría) zoológica” (1809) del científico francés Jean Baptiste de Monet, Caballero de Lamarck, profesor de la Sorbona. Sus ideas, (sobre las que habrá que volver), expuestas en su libro de una manera estructurada y metódica, eran asombrosamente avanzadas para su época, pero su concepción más general, que nuestros “maestros” se han encargado de satirizar con el manido ejemplo del cuello de la jirafa, era la de la capacidad de respuesta de los organismos al ambiente (algo sobre lo que también habremos de volver). En la primera mitad del siglo XIX, las investigaciones sobre la evolución proliferaron, especialmente en Francia y Alemania. Cuvier y su “Recherches sur les ossements fósiles de cuadrúpedes” (1812), en el que ponía de manifiesto la discontinuidad del registro fósil (no por “creaciones divinas, como se le suele atribuir). Geoffroy Saint-Hilaire con el “Cours de l’Histoire Naturelle des Mammiferes” (1829), con sus experimentos sobre cambios inducidos en el desarrollo mediante embriones de pollo, Fréderic Gérard con su “Theorie de l’evolution des formes organiques”, publicada en el Diccionario Universal de Historia Natural (París, 1841-49), en la que hacía una perfecta distinción entre los cambios “microevolutivos” y la “macroevolución”. Incluso, desde 1850 se convocaban concursos sobre estudios paleontológicos: en 1856, la Academia de las Ciencias de París otorgó el premio al paleontólogo alemán Henrich-Georg Bronn por su informe “Investigaciones sobre las leyes de la evolución del mundo orgánico durante la formación de la corteza terrestre”. Todas estas investigaciones estaban muy bien encaminadas científicamente, pero estaban circunscritas al ámbito académico.
El 24 de Noviembre de 1859 se publicó en Londres el que ha sido calificado como “el primer best seller de la literatura científica”. Su autor, un victoriano acomodado aficionado a la naturaleza, Charles Robert Darwin (sobre cuya biografía épica volveremos más adelante). El día de su publicación se vendió la edición completa de 1250 ejemplares y una segunda edición de 3000 se agotó en una semana. En pleno auge de la revolución industrial y la expansión colonial británica, con duras repercusiones sobre sus víctimas, quizás su título nos pueda orientar sobre semejante éxito social: “Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural o el mantenimiento de las razas favorecidas en la lucha por la existencia”. Pero también pueden ser muy ilustrativos en este sentido los dos conceptos que según él, constituían la base fundamental de sus argumentos “científicos”; especialmente, la “lucha por la vida” que el pastor anglicano Robert Malthus, discípulo de Adam Smith, aplicaba a la sociedad inglesa en su poco filantrópico libro “Estudio sobre el principio de población”. De hecho, Darwin afirma en su libro que su teoría “es la doctrina de Malthus aplicada con multiplicada fuerza al reino animal y vegetal”. El otro pilar fundador pertenecía al libro “La estática social” del filósofo social y economista Herbert Spencer, según el cual “Las civilizaciones, sociedades e instituciones compiten entre sí, y sólo resultan vencedores aquellos que son biológicamente más eficaces”. La aplicación de esta concepción a la Naturaleza, la explica Darwin de la siguiente manera: “He llamado a este principio por el cual se conserva toda variación pequeña, cuando es útil, selección natural para marcar su relación con la facultad de selección del hombre. Pero la expresión usada a menudo por Mr. Herbert Spencer, de que sobreviven los más idóneos es más exacta, y algunas veces igualmente conveniente”
En cuanto a la única creación de su propia cosecha, la selección natural, dejemos que él mismo nos explique en su autobiografía la gestación de este “descubrimiento”: consistió en la lectura, durante lo que describe como el período de trabajo más intenso de mi vida (“Autobiografía”, pág. 66) de textos especialmente en relación con productos domesticados, a través de estudios publicados, de conversaciones con expertos ganaderos y jardineros y de abundantes lecturas.
El afianzamiento de semejante explicación “científica” de la Naturaleza, las narraciones épicas sobre el personaje, el ocultamiento y la tergiversación de los verdaderos precursores, instauradas sobre la hegemonía científica y cultural anglosajona, resultarían largos de argumentar y documentar aquí (tiempo habrá), pero podemos adelantar une especie de resumen con la recomendación, con todo el aspecto de una orden que George Gaylord Simpson escribía en la revista Science en 1966 sobre la actitud que debían adoptar los científicos sobre los precursores del estudio de la evolución: “Deseo insistir ahora en que todos los intentos efectuados para responder a este interrogante antes de 1859 carecen de valor, y en que asumiremos una posición más correcta si ignoramos dichas respuestas por completo”. Y la orden ha sido cumplida hasta el extremo de “borrar” la Historia. Así comienza F. J. Ayala un reciente artículo en PNAS: “La gran contribución de Darwin a la ciencia es que completó la Revolución Copernicana al llevar a la biología la noción de la naturaleza como un sistema de materia en movimiento gobernada por leyes naturales”.
Y esta es la formación que los biólogos recibimos de nuestros “maestros”. Porque los libros en que adquirimos nuestra formación son en inglés. Las revistas en que hemos de publicar nuestros trabajos han de ser en inglés, si queremos que sean valorados. Incluso la forma de analizar los datos, la forma de ver la realidad, la forma de pensar, ha de ser “en inglés”. Porque tanto las bases conceptuales del darwinismo, como la “inexistencia” de lo ajeno son la más pura manifestación de muy arraigados principios y valores culturales.
Creo sinceramente que no se puede culpar a los biólogos de esta confusión. Hemos sido formados así. La actividad investigadora es, siguiendo los cánones anglosajones, de una competencia feroz. Cada especialista está encerrado en su tema sin tiempo para documentarse. Sólo para aplicar a sus investigaciones lo que les han enseñado.
Lo que sí resulta algo molesto para los que hemos renunciado a la competencia para dedicarnos a intentar comprender el origen de esta enorme confusión, es cuando pontifican sobre su doctrina, repitiendo como un mantra lo que sus “maestros” les han enseñado.
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“Recién graduado en Cambridge, con 22 años, un jovencísimo Charles Darwin se embarcó como naturalista sin sueldo a bordo del bergantín HMS Beagle, en un viaje que duraría cinco años (1831-1836). La obra científica de Darwin tiene como punto esencial su visita a las islas Galápagos. Su estancia en 1835, cumplió con un papel fundamental en la gestación de la teoría de la evolución”.
Este párrafo se podría considerar una “frase publicitaria-tipo” de las típicas introducciones a las “hagiografías” de Darwin que aparecen en toda clase de artículos periodísticos, presentaciones de congresos y homenajes e introducciones a “la Teoría de la evolución”, aunque si repasamos la totalidad de estas narraciones lo que nos encontramos es con una especie de enorme “slogan”. La coincidencia de las narraciones (aunque a veces se escapa algún “gazapo”) y, muchas veces, el prestigio de los firmantes de estos escritos resulta muy convincente para el lector profano en la materia, que no es consciente de que se trata de una historia acrisolada por copias de copias que se remontan a la creación “oficial” de la figura mitológica que trajo “la verdad” al Mundo. La tarea de desvelar la farsa resulta algo desalentadora frente a tan enorme capacidad de adoctrinamiento. Por eso resulta tan gratificante compartirla con el lector. Comencemos por el principio:
Darwin se graduó, efectivamente, en Cambridge, pero en Teología (concretamente “subgraduado” en Teología con el número diez de su promoción), con la idea de ejercer de pastor de la Iglesia anglicana. La calificación de “naturalista sin sueldo” hace pensar en una especie de “joven becario”, pero lo cierto es que la propuesta del viaje partió de su mentor en Cambridge, el reverendo J. S. Henslow, que escribió a Darwin: “El Cap. F. busca un hombre (por lo que tengo entendido) más para compañero de viaje que como simple coleccionista”. Porque el naturalista titular del Beagle se llamaba Robert Mc Cormick. Darwin se embarcó con un criado, abundante dinero y cuentas abiertas en las principales ciudades en las que se hizo escala. La competencia de Darwin, que podía reclutar a un considerable número de “nativos” para sus recolecciones de “especímenes” y los desprecios del capitán, por la condición plebeya de Mc Cormick, exasperaron al naturalista oficial del Beagle, que abandonó el barco en Río de Janeiro.
En cuanto a la “gestación de la teoría de la evolución”, también tiene otra historia: Darwin no volvió del viaje del Beagle con ninguna idea formada sobre evolución, a pesar de que leyó el libro de Lamarck, según nos cuenta en su autobiografía. Los famosos “pinzones de Darwin”, “la clave del descubrimiento de la evolución”, pasaron desapercibidos para él, que los consideró gorriones, entre su desordenada colección de pájaros y mamíferos hasta que los estudió el taxonomista de la Sociedad Zoológica de Londres, John Gould, que tuvo que recurrir para ello a la mejor ordenada colección del capitán Fitzroy. La verdadera clave de su concepción “evolutiva” la narra él mismo en su autobiografía: “En Octubre de 1838, esto es, quince meses después de haber comenzado mi estudio sistemático, se me ocurrió leer por entretenimiento el ensayo de Malthus sobre la población y, como estaba bien preparado para apreciar la lucha por la existencia que por doquier se deduce de una observación larga y constante de los hábitos de animales y plantas, descubrí enseguida que bajo estas condiciones las variaciones favorables tenderían a preservarse, y las desfavorables a ser destruidas. El resultado de ello sería la formación de especies nuevas. Aquí había conseguido por fin una teoría sobre lo "que trabajar”. Porque también hay que aclarar que lo que realmente estaba “descubriendo” Darwin no era “la evolución” (estudiada hacía un siglo por los científicos en distintas universidades), sino el origen de las especies, es decir, que una especie se puede transformar en otra. El término “evolución” no aparece hasta la sexta edición de su libro, a sugerencia de Huxley, que estaba mejor informado. Pero aún tardó un tiempo en convencerse, y así se lo confiesa a su protector J. Hooker en una carta fechada el 11 de Enero de 1844 (ocho años después de su regreso del famoso viaje del “Beagle”): Por fin ha surgido un rayo de luz, y estoy casi convencido (totalmente en contra de la opinión de que partí) de que las especies no son (es como confesar un asesinato) inmutables.
texto de Máximo Sandín - septiembre de 2009
tomado del blog El camino de hierro en octubre de 2012
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"Los maestros calumnian a la Naturaleza: La injusticia, dicen, es Ley Natural.... Por Ley Natural, comprueban Richard Herrnstein y Charles Murray, los negros están en los más bajos peldaños de la escala social. Para explicar el éxito de sus negocios, John D. Rockefeller solía decir que la Naturaleza recompensa a los más aptos y castiga a los inútiles; y más de un siglo después, muchos dueños del Mundo siguen creyendo que Charles Darwin escribió sus obras para anunciarles la gloria." (Eduardo Galeano, "Escuela del Mundo al revés" 1998).
El 24 de Noviembre de 2009 se cumplirán ciento cincuenta años de lo que algún día que, lamentablemente, no parece próximo, se calificará como el nacimiento del mayor y más nefasto fraude, la más hipócrita manipulación que ningún poder haya cometido en la historia: convertir los intereses de los poderosos en “leyes científicas”.
Este año nos vamos a cansar de leer en las principales revistas científicas y en los grandes medios de comunicación narraciones como ésta: Se cumplen doscientos años del nacimiento de Charles Darwin, el gran científico al que su estancia en las Islas Galápagos durante su viaje alrededor del Mundo como naturalista a bordo del Beagle le dio la clave de su gran creación: La teoría de la evolución mediante la selección natural. Quizás les sorprenda saber que si nos molestamos en documentarnos descubriremos que, a excepción de la fecha, ni una sola de las palabras de esta narración es verdadera. Pero los datos históricos siempre han resultado muy molestos para las religiones; por cierto, ¿se han detenido a pensar a qué se parece una fuerza abstracta capaz de crear la vida, premiar y castigar y dirigir los destinos de todos los seres vivos, especialmente del Hombre? Les daré una pista con las palabras que figuran en las últimas páginas de “Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural o el mantenimiento de las razas favorecidas en la lucha por la existencia”: Y como la selección natural actúa por y para el bien de cada ser, todos los atributos corpóreos y metales tenderán a progresar hacia la perfección.
Pero la conversión de la selección natural en poder omnímodo capaz de explicar la increíble complejidad de la Naturaleza, no fue una “creación” de Darwin. Era un rico victoriano cuyos estudios se limitaron a la titulación de “subgraduado en teología”, y al que su desocupada vida (su única actividad “laboral” era la de prestamista) le llevó, mediante la observación de ganaderos y criadores de palomas de su entorno, a la “genial idea” de que, al igual que los ganaderos seleccionan características generalmente anormales, producidas “al azar” en sus animales, en función de sus intereses, la Naturaleza seleccionaría a los seres vivos “más adecuados”. Él sólo pretendía explicarse, de una manera bastante simple, cómo una especie se podría convertir en otra. La clave de la coronación de semejante simpleza en poder universal, del “azar” y la competencia como entes rectores de la Naturaleza, está en los textos de dos de los padres de la economía liberal clásica, Herbert Spencer y Robert Malthus, cuyas respectivas máximas supervivencia del más “adecuado” y lucha por la existencia aplicadas a “sus” conceptos de la sociedad, constituyen los fundamentos “científicos” de la obra de Darwin. Tal como él mismo explica sobre su “teoría”: Es la doctrina de Malthus aplicada con multiplicada fuerza al conjunto de los reinos animal y vegetal.
No es extraño que el libro de Darwin se haya convertido en la Biblia de los poderosos. Disculpen la “espesura” de la cita textual que sigue para justificar este argumento, pero tengo que decir que la totalidad de su libro es así: “brillante”. No puede nombrarse un país en el cual todos los habitantes naturales estén ahora tan perfectamente adaptados entre sí y a las condiciones físicas en que viven, que no pudiesen todavía, algunos de ellos, estar mejor adaptados o mejorar; porque en todos los países los naturales han sido conquistados hasta tal punto por los que han tomado carta de naturaleza, que han permitido a los extranjeros tomar firme posesión de la tierra. (Capítulo IV, Selección natural, o supervivencia de los más aptos, Pág. 96).
Y esto es lo que en realidad importa. No importa el lastre científico que supone dar por explicado cualquier proceso, por complejo que sea, mediante la omnipotente selección natural. No importan las peligrosas manipulaciones (los peligrosos negocios) de los procesos biológicos con la coartada tan poco científica de que se han producido “al azar” y, por tanto, se pueden interferir también “al azar”. Lo importante es que ya no es necesaria una religión para controlar, al menos con un triste consuelo, a los pueblos. Ya ni siquiera eso; el objetivo es convencer a los desheredados de la Tierra de que la Naturaleza, la vida es un infierno, y que el Mundo es para “los más aptos”. Lasciate ogne speranza.
Algunas preguntas que algún día se habrán de responder
La oleada, el tsunami, en la terminología de un colega, ferviente darvinista, comenzó a dar señales de alarma el pasado año, pero en 2009 se va a manifestar con toda su fuerza arrolladora, ante la que no hay tiempo para detenerse a pensar. Prácticamente, no transcurre un día del primer mes del año en el que alguno o todos los grandes medios de comunicación no publique alguna elegía a Charles Darwin “el gran científico y naturalista que, con su gran obra, la teoría de la evolución, sentó las bases de la sociedad y la ciencia moderna”. La inundación de homenajes, conferencias, actos universitarios, exposiciones, libros y hasta una película de Hollywood nos va a obligar a los biólogos que no compartimos esta veneración por el hombre providencial que nos trajo “la verdad”, a buscar un promontorio donde poder encontrar algo de aire fresco; pero también, desde el que podamos continuar enviando desesperados mensajes en una botella.
Esto es lo que pretendo hacer, con tanta obstinación como desesperanza, a lo largo de este año: enfrentarme al tsunami firmemente aferrado al bolígrafo y al mazo de folios (cuyas condiciones de flotabilidad son escasas). Pero no es mi intención convertir esta supuesta serie de escritos en sesudas demostraciones de erudición y menos predicar verdades incuestionables (eso lo hacen los predicadores). Mi intención es compartir con los (supuestos) lectores, en la medida de mis posibilidades, o de mis capacidades, el aspecto fundamental del verdadero trabajo de los científicos: la duda metódica, es decir, “someter las teorías vigentes a un constante análisis crítico” (Declaración de la UNESCO y La Asociación Científica Internacional, 1999), un mandato seguido con tanto entusiasmo como abundantes frutos por disciplinas como la Física, la Química y las Matemáticas pero que, por algún extraño motivo (pero alguno habrá), en el campo de la Biología no sólo parece olvidado, sino que su práctica es perseguida de una forma implacable.
Pero no se sientan abrumados por la labor “científica” que les propongo. Los científicos somos gente bastante normal. Se trata de algo que está al alcance de cualquier persona que disponga de algo de tiempo y una mínima capacidad de reflexión, y más cuando la teoría vigente es tan “sencilla”. Simplemente consiste en observar los hechos y hacerse preguntas. Por ejemplo:
¿No resulta, cuanto menos, intrigante, tan desproporcionado despliegue en los grandes medios de comunicación de alabanzas y homenajes, jamás concedido a ninguno de los grandes pensadores y científicos de la Historia, y más cuando el personaje en cuestión se trata de un naturalista aficionado del Siglo XIX?
¿No parece extraño que en el Siglo XXI, existiendo progresos en la profundización del conocimiento como los aportados por la Mecánica cuántica y la Relatividad todavía existan debates y discrepancias entre los científicos y se busque una teoría unificadora con la (para muchos, incomprensible) Teoría de las Supercuerdas, mientras que en la Biología está todo explicado desde el siglo XIX mediante el poder omnímodo de algo tan simple como el concepto de selección natural?
¿No es difícil de asumir desde una mínima racionalidad que la increíble complejidad de los fenómenos biológicos que comprenden (que deben cumplir) las “leyes” de la Física, la Química y las Matemáticas pero que, además tienen capacidades de autoorganización y reproducción se hayan tenido que producir, obligatoriamente, “al azar”?
¿Se puede encontrar alguna afinidad entre el azar y la competencia gobernados por la selección natural como motor de la Naturaleza y la libre iniciativa y la competencia gobernadas por “la mano invisible del mercado” como rectora de la sociedad? Es decir: ¿Existe algo en común entre “el pensamiento único” económico y “el pensamiento único” biológico?
Y, finalmente (por el momento), si tenemos en cuenta que los descubrimientos recientes (porque han habido más descubrimientos en Biología que en las otras tres disciplinas juntas) han puesto de manifiesto el carácter fragmentario y combinatorio de la información genética (es decir no existe “el gen de” sino secuencias génicas que se combinan, interactúan y se autorregulan), la complejidad indescifrable de los mecanismos que controlan esta información y su interacción con factores ambientales. Si existen decenas (probablemente centenas) de miles de secuencias pertenecientes a virus insertados en nuestros genomas. Si tememos en cuenta que vivimos literalmente inmersos en una inconcebible cantidad de virus y bacterias que cumplen una imprescindible labor de información y control en los ecosistemas… ¿Porqué se mantiene la obsoleta concepción del “gen” como una unidad de información independiente? ¿Porqué se siguen “descubriendo” genes de la obesidad, o de la calvicie, o de la inteligencia o “la proteína del amor”? ¿Porqué las grandes multinacionales farmacéuticas patentan “genes” y proteínas implicados en patologías? ¿Porqué las multinacionales de la “biotecnología” siguen produciendo animales y plantas “transgénicos” introduciendo en sus genomas secuencias ajenas mediante virus y plásmidos? ¿Por qué sigue la lucha implacable, la desestabilización de sus funciones, contra las bacterias y los virus? ¿Por qué el empeño en transmitir a la sociedad que la Naturaleza es un campo de batalla en el que sólo hay sitio para los “más aptos”?
Aquí termina la tarea por hoy. Dejo que el lector (espero que, al menos, uno) extraiga sus propias conclusiones, pero no puedo evitar permitirme adelantarle el trabajo con una pequeña pista: Esta marea de mitologías y verdades reveladas, toda esta enorme confusión ¿a quién beneficia?
Ficción: entre "Un mundo feliz" y "La conjura de los necios"
Para la tarea de hoy, partiremos de algunos datos de la entrega anterior, pero analizándolos desde otra perspectiva (también es un mandato de la UNESCO, que parece razonable tener en cuenta) y, para no levantar sospechas sobre la auntenticidad de dichos datos, transcribiré literalmente los comentarios de Roderic Guigo, uno de los participantes en la investigación que ha llevado a cabo el estudio de la máxima resolución obtenida hasta la fecha sobre el control de la información genética, el proyecto ENCODE: “Los genes tienen muchas formas alternativas y un mismo gen puede dar lugar a proteínas distintas dependiendo de cómo se combinen las distintas regiones. Estas regiones del genoma analizadas están muy interconectadas unas con otras, mientras que la idea que tenían hasta el momento los científicos era que los genes estaban claramente delimitados. En el genoma, todo un conjunto de instrucciones dictan cómo son las características de los seres vivos. Los científicos no sabemos muy bien cómo leer esas instrucciones y qué regiones del genoma son las que realmente codifican esas instrucciones”.
Estos son los datos reales de que disponemos. Y ahora, reclamo la atención de mi amigo lector, el científico “freelance”, para que analice conmigo la relación de estos datos con “la verdad revelada”: el darwinismo. La base teórica actual para la explicación de la evolución, la que se enseña en las universidades, es el llamado neodarwinismo o “Síntesis moderna”. El término “moderna” se refiere a los años 30, lo que resulta una denominación muy adecuada, porque este era el espíritu de “las alegres chicas del can-can”. Los conocimientos que, en aquella época, existían sobre genética se basaban en “las leyes de Mendel”, elaboradas sobre deducciones de lo que se podía observar en el aspecto externo de los individuos, ya fuera la piel de los guisantes, el pelo de los ratones o “el pico de viuda” en el Hombre. Se llegó a la conclusión de que cada “gen” era una entidad delimitada situada en los cromosomas como las cuentas de un collar y que producía directamente un carácter con dos alternativas (dominante y recesiva). Unos matemáticos se inventaron (pero eso será otra historia) unas fórmulas basadas en las probabilidades de obtener cara o cruz en una moneda lanzada al aire (infinitas veces, por cierto). Si también te inventas una ligera ventaja para una de las caras (uno de los “alelos”) ¡hop!, con el tiempo ese alelo será único. Habrá sido “seleccionado”. El resto de la evolución sería “cuestión de tiempo”, como afirma F. J. Ayala, el más prestigioso y galardonado estudioso y docente vivo de la “Genética de poblaciones”.
Pero hay otra versión mas “moderna” y fantasiosa del darwinismo (porque los darwinistas utilizan distintas versiones adecuadas para explicar cada caso, y cuando no se encuentra una explicación es, simplemente, “porque ha sido seleccionado”). Me refiero a la “teoría” del “Gen egoísta”, del también prestigioso zoólogo Richard Dawkins, que ahora ocupa en Oxford la “Cátedra Simony para la comprensión pública de la Ciencia”, un puesto creado ex profeso para él. Según ésta, la unidad de evolución es “el gen”, y los organismos somos “máquinas de supervivencia” creadas por nuestros genes para competir con otros genes y propagarse debido a su carácter “egoísta”. Según la sentencia de Dawkins “Toda máquina de supervivencia es para otra máquina de supervivencia un obstáculo que vencer o una fuente que explotar”.
Aquí, podría continuar: “Analicemos la frase”, pero no creo que merezca la pena, porque tenemos otra tarea: ¿Cómo encajan los datos reales con las concepciones darvinistas sobre “el gen”? ¿Porqué en los grandes medios de comunicación y en las revistas científicas se anuncian constantemente las grandes ventajas que nos van a proporcionar las manipulaciones y cambios de genes y los grandes avances de la industria biotecnológica? ¿Porqué nuestros científicos más prestigiosos afirman que cambiar genes “es algo trivial” o que cambiando nuestros genes conseguiremos vivir 200 años, o que podremos seleccionar las características de nuestros hijos, o que conseguiremos crear “gente más inteligente y productiva? ¿A quienes se los pretendían cambiar? ¿A toda la Humanidad o a los que pudieran pagarlo?
Una vez respondidas las preguntas, pasemos al desarrollo del siguiente tema (disculpe el lector, pero no puedo evitarlo. Son muchos años): Los periodistas científicos (o los científicos periodistas) que trabajan para los grandes medios de comunicación no se cansan, durante lo que llevamos de año, de exaltar la fecha histórica para la Humanidad del aniversario de Darwin con valoraciones de sus aportaciones científicas, datos biográficos y titulaciones, digamos que “poco precisas”. Pero tampoco de transmitir al público la idea de que no existe debate científico en torno al darwinismo y que el único debate existente es contra los creacionistas, por lo que cualquier crítica al darwinismo (que identifican torticeramente con “la evolución”) es sospechoso de estar dirigido por unas ideas creacionistas más o menos encubiertas. Tampoco se cansan de seguir alabando los grandes logros de la iniciativa privada en los progresos de la biotecnología y nos auguran grandes beneficios futuros. Las preguntas de este tema son: ¿Se trata de una falta de actualización sobre los conocimientos científicos? ¿Desconocen los datos reales más recientes? Si no es así ¿Cuál puede ser el motivo de estas “informaciones”?
Pregunta para nota: Sin recurrir a documentación, deducir a qué se dedican últimamente de modo exclusivo las actividades y conferencias relacionadas con la evolución de Dawkins y Ayala.
La propaganda como método científico
“Una mentira es como una bola de nieve; cuanto más rueda, más grande se hace". Martin Luther King
Repetida adecuadamente, una mentira, por grande que sea, acaba por convertirse en verdad, como bien sabían Goebbels y su jefe, por cierto, ferviente darwinista. Y, precisamente, es difícil encontrar un personaje histórico sobre el que, en tan sólo ciento cincuenta años, se haya tejido una red de mitificaciones, medias verdades y mentiras completas mediante el método de repeticiones de frases hechas a modo de “jaculatorias”, como el de Charles Darwin.
Pero vayamos por partes, como decía “Jack el destripador”. Para compartir con el lector, a partir de ahora, una mínima base para saber de qué estamos hablando, va a ser conveniente aplazar por un tiempo la labor “científica” para hacer unas pequeñas incursiones en la Historia, una disciplina que tiene mucho que aportar a los científicos, especialmente en lo que respecta al concepto de interpretaciones “objetivas”. Por ejemplo, entre la historia de Felipe II escrita por un inglés y la escrita por un español, es probable que existan distintas “objetividades”. Pues bien, vamos a ver algunos datos históricos sobre “la teoría de la evolución” elaborada desde “el continente”, que no es mejor ni peor que la elaborada en “La isla”, pero sí algo diferente.
Aunque las ideas y las investigaciones sobre la evolución son antiguas, el primer tratado dedicado íntegramente a la evolución, en este caso con la idea explícita de que una teoría evolutiva es la base teórica de la Biología, fue “Filosofía (teoría) zoológica” (1809) del científico francés Jean Baptiste de Monet, Caballero de Lamarck, profesor de la Sorbona. Sus ideas, (sobre las que habrá que volver), expuestas en su libro de una manera estructurada y metódica, eran asombrosamente avanzadas para su época, pero su concepción más general, que nuestros “maestros” se han encargado de satirizar con el manido ejemplo del cuello de la jirafa, era la de la capacidad de respuesta de los organismos al ambiente (algo sobre lo que también habremos de volver). En la primera mitad del siglo XIX, las investigaciones sobre la evolución proliferaron, especialmente en Francia y Alemania. Cuvier y su “Recherches sur les ossements fósiles de cuadrúpedes” (1812), en el que ponía de manifiesto la discontinuidad del registro fósil (no por “creaciones divinas, como se le suele atribuir). Geoffroy Saint-Hilaire con el “Cours de l’Histoire Naturelle des Mammiferes” (1829), con sus experimentos sobre cambios inducidos en el desarrollo mediante embriones de pollo, Fréderic Gérard con su “Theorie de l’evolution des formes organiques”, publicada en el Diccionario Universal de Historia Natural (París, 1841-49), en la que hacía una perfecta distinción entre los cambios “microevolutivos” y la “macroevolución”. Incluso, desde 1850 se convocaban concursos sobre estudios paleontológicos: en 1856, la Academia de las Ciencias de París otorgó el premio al paleontólogo alemán Henrich-Georg Bronn por su informe “Investigaciones sobre las leyes de la evolución del mundo orgánico durante la formación de la corteza terrestre”. Todas estas investigaciones estaban muy bien encaminadas científicamente, pero estaban circunscritas al ámbito académico.
El 24 de Noviembre de 1859 se publicó en Londres el que ha sido calificado como “el primer best seller de la literatura científica”. Su autor, un victoriano acomodado aficionado a la naturaleza, Charles Robert Darwin (sobre cuya biografía épica volveremos más adelante). El día de su publicación se vendió la edición completa de 1250 ejemplares y una segunda edición de 3000 se agotó en una semana. En pleno auge de la revolución industrial y la expansión colonial británica, con duras repercusiones sobre sus víctimas, quizás su título nos pueda orientar sobre semejante éxito social: “Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural o el mantenimiento de las razas favorecidas en la lucha por la existencia”. Pero también pueden ser muy ilustrativos en este sentido los dos conceptos que según él, constituían la base fundamental de sus argumentos “científicos”; especialmente, la “lucha por la vida” que el pastor anglicano Robert Malthus, discípulo de Adam Smith, aplicaba a la sociedad inglesa en su poco filantrópico libro “Estudio sobre el principio de población”. De hecho, Darwin afirma en su libro que su teoría “es la doctrina de Malthus aplicada con multiplicada fuerza al reino animal y vegetal”. El otro pilar fundador pertenecía al libro “La estática social” del filósofo social y economista Herbert Spencer, según el cual “Las civilizaciones, sociedades e instituciones compiten entre sí, y sólo resultan vencedores aquellos que son biológicamente más eficaces”. La aplicación de esta concepción a la Naturaleza, la explica Darwin de la siguiente manera: “He llamado a este principio por el cual se conserva toda variación pequeña, cuando es útil, selección natural para marcar su relación con la facultad de selección del hombre. Pero la expresión usada a menudo por Mr. Herbert Spencer, de que sobreviven los más idóneos es más exacta, y algunas veces igualmente conveniente”
En cuanto a la única creación de su propia cosecha, la selección natural, dejemos que él mismo nos explique en su autobiografía la gestación de este “descubrimiento”: consistió en la lectura, durante lo que describe como el período de trabajo más intenso de mi vida (“Autobiografía”, pág. 66) de textos especialmente en relación con productos domesticados, a través de estudios publicados, de conversaciones con expertos ganaderos y jardineros y de abundantes lecturas.
El afianzamiento de semejante explicación “científica” de la Naturaleza, las narraciones épicas sobre el personaje, el ocultamiento y la tergiversación de los verdaderos precursores, instauradas sobre la hegemonía científica y cultural anglosajona, resultarían largos de argumentar y documentar aquí (tiempo habrá), pero podemos adelantar une especie de resumen con la recomendación, con todo el aspecto de una orden que George Gaylord Simpson escribía en la revista Science en 1966 sobre la actitud que debían adoptar los científicos sobre los precursores del estudio de la evolución: “Deseo insistir ahora en que todos los intentos efectuados para responder a este interrogante antes de 1859 carecen de valor, y en que asumiremos una posición más correcta si ignoramos dichas respuestas por completo”. Y la orden ha sido cumplida hasta el extremo de “borrar” la Historia. Así comienza F. J. Ayala un reciente artículo en PNAS: “La gran contribución de Darwin a la ciencia es que completó la Revolución Copernicana al llevar a la biología la noción de la naturaleza como un sistema de materia en movimiento gobernada por leyes naturales”.
Y esta es la formación que los biólogos recibimos de nuestros “maestros”. Porque los libros en que adquirimos nuestra formación son en inglés. Las revistas en que hemos de publicar nuestros trabajos han de ser en inglés, si queremos que sean valorados. Incluso la forma de analizar los datos, la forma de ver la realidad, la forma de pensar, ha de ser “en inglés”. Porque tanto las bases conceptuales del darwinismo, como la “inexistencia” de lo ajeno son la más pura manifestación de muy arraigados principios y valores culturales.
Creo sinceramente que no se puede culpar a los biólogos de esta confusión. Hemos sido formados así. La actividad investigadora es, siguiendo los cánones anglosajones, de una competencia feroz. Cada especialista está encerrado en su tema sin tiempo para documentarse. Sólo para aplicar a sus investigaciones lo que les han enseñado.
Lo que sí resulta algo molesto para los que hemos renunciado a la competencia para dedicarnos a intentar comprender el origen de esta enorme confusión, es cuando pontifican sobre su doctrina, repitiendo como un mantra lo que sus “maestros” les han enseñado.
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“Recién graduado en Cambridge, con 22 años, un jovencísimo Charles Darwin se embarcó como naturalista sin sueldo a bordo del bergantín HMS Beagle, en un viaje que duraría cinco años (1831-1836). La obra científica de Darwin tiene como punto esencial su visita a las islas Galápagos. Su estancia en 1835, cumplió con un papel fundamental en la gestación de la teoría de la evolución”.
Este párrafo se podría considerar una “frase publicitaria-tipo” de las típicas introducciones a las “hagiografías” de Darwin que aparecen en toda clase de artículos periodísticos, presentaciones de congresos y homenajes e introducciones a “la Teoría de la evolución”, aunque si repasamos la totalidad de estas narraciones lo que nos encontramos es con una especie de enorme “slogan”. La coincidencia de las narraciones (aunque a veces se escapa algún “gazapo”) y, muchas veces, el prestigio de los firmantes de estos escritos resulta muy convincente para el lector profano en la materia, que no es consciente de que se trata de una historia acrisolada por copias de copias que se remontan a la creación “oficial” de la figura mitológica que trajo “la verdad” al Mundo. La tarea de desvelar la farsa resulta algo desalentadora frente a tan enorme capacidad de adoctrinamiento. Por eso resulta tan gratificante compartirla con el lector. Comencemos por el principio:
Darwin se graduó, efectivamente, en Cambridge, pero en Teología (concretamente “subgraduado” en Teología con el número diez de su promoción), con la idea de ejercer de pastor de la Iglesia anglicana. La calificación de “naturalista sin sueldo” hace pensar en una especie de “joven becario”, pero lo cierto es que la propuesta del viaje partió de su mentor en Cambridge, el reverendo J. S. Henslow, que escribió a Darwin: “El Cap. F. busca un hombre (por lo que tengo entendido) más para compañero de viaje que como simple coleccionista”. Porque el naturalista titular del Beagle se llamaba Robert Mc Cormick. Darwin se embarcó con un criado, abundante dinero y cuentas abiertas en las principales ciudades en las que se hizo escala. La competencia de Darwin, que podía reclutar a un considerable número de “nativos” para sus recolecciones de “especímenes” y los desprecios del capitán, por la condición plebeya de Mc Cormick, exasperaron al naturalista oficial del Beagle, que abandonó el barco en Río de Janeiro.
En cuanto a la “gestación de la teoría de la evolución”, también tiene otra historia: Darwin no volvió del viaje del Beagle con ninguna idea formada sobre evolución, a pesar de que leyó el libro de Lamarck, según nos cuenta en su autobiografía. Los famosos “pinzones de Darwin”, “la clave del descubrimiento de la evolución”, pasaron desapercibidos para él, que los consideró gorriones, entre su desordenada colección de pájaros y mamíferos hasta que los estudió el taxonomista de la Sociedad Zoológica de Londres, John Gould, que tuvo que recurrir para ello a la mejor ordenada colección del capitán Fitzroy. La verdadera clave de su concepción “evolutiva” la narra él mismo en su autobiografía: “En Octubre de 1838, esto es, quince meses después de haber comenzado mi estudio sistemático, se me ocurrió leer por entretenimiento el ensayo de Malthus sobre la población y, como estaba bien preparado para apreciar la lucha por la existencia que por doquier se deduce de una observación larga y constante de los hábitos de animales y plantas, descubrí enseguida que bajo estas condiciones las variaciones favorables tenderían a preservarse, y las desfavorables a ser destruidas. El resultado de ello sería la formación de especies nuevas. Aquí había conseguido por fin una teoría sobre lo "que trabajar”. Porque también hay que aclarar que lo que realmente estaba “descubriendo” Darwin no era “la evolución” (estudiada hacía un siglo por los científicos en distintas universidades), sino el origen de las especies, es decir, que una especie se puede transformar en otra. El término “evolución” no aparece hasta la sexta edición de su libro, a sugerencia de Huxley, que estaba mejor informado. Pero aún tardó un tiempo en convencerse, y así se lo confiesa a su protector J. Hooker en una carta fechada el 11 de Enero de 1844 (ocho años después de su regreso del famoso viaje del “Beagle”): Por fin ha surgido un rayo de luz, y estoy casi convencido (totalmente en contra de la opinión de que partí) de que las especies no son (es como confesar un asesinato) inmutables.
---fin del mensaje nº 1---
Última edición por pedrocasca el Sáb Oct 13, 2012 10:28 pm, editado 3 veces