La cultura del debate: un arma de la lucha de la clase
publicado por Revista Internacional en noviembre de 2007 - Corriente Comunista Internacional - CCI
se publica en el Foro en 3 mensajes
---mensaje nº 1---
La cultura del debate: un arma de la lucha de la clase
La "cultura del debate" no es una novedad, ni para el movimiento obrero, ni para la CCI. Sin embargo, la evolución histórica obliga a nuestra organización - desde el cambio de siglo - a volver a esa cuestión y examinarla con mayor atención. Dos evoluciones principales nos han obligado a hacerlo: la primera es la aparición de una nueva generación de revolucionarios y, la segunda, la crisis interna que atravesamos a principios de este nuevo siglo.
La nueva generación y el diálogo político
Ha sido, ante todo, el contacto con una nueva generación de revolucionarios lo que ha obligado a la CCI a desarrollar y cultivar más conscientemente su apertura hacia el exterior y su capacidad de diálogo político.
Cada generación es un eslabón en la historia de la humanidad. Cada una de ellas se enfrenta a tres tareas fundamentales: recoger la herencia colectiva de la precedente, enriquecer esa herencia sobre la base de su propia experiencia, trasmitirla a la generación siguiente para que esta vaya más lejos que la anterior.
No son nada fáciles de llevar acabo esas tareas, son un difícil reto. Y esto es igualmente válido para el movimiento obrero. La vieja generación debe hacer entrega de su experiencia, pero también lleva en sí las heridas y los traumatismos de sus luchas; ha conocido derrotas, decepciones, ha tenido que encarar y tomar conciencia de que una vida no es a menudo suficiente para construir adquisiciones duraderas de la lucha colectiva ([1]). Esto requiere el ímpetu y la energía de la generación siguiente, pero también a ésta se le plantean los nuevos problemas y su capacidad para ver el mundo con nuevos ojos.
Pero incluso si las generaciones se necesitan mutuamente, su capacidad para forjar la unidad necesaria entre sí no es algo dado automáticamente. Cuanto más se ha ido alejando la sociedad de una economía tradicional natural, cuanto más constante y rápidamente ha ido "revolucionando" el capitalismo las fuerzas productivas y la sociedad entera, tanto más difiere la experiencia de una generación y la de la siguiente. El capitalismo, sistema de la competencia por excelencia, también solivianta a una contra la otra a las generaciones en la lucha de todos contra todos.
En ese marco, nuestra organización se empezó a preparar para la tarea de forjar ese vínculo intergeneracional. Pero lo que dio a la cultura del debate un significado especial para nosotros más que esa preparación fue el encuentro con la nueva generación en la vida real. Nos encontramos ante una generación que da a esta cuestión mucha más importancia que la que le dio la generación de "1968". El primer indicio de importancia de ese cambio, a nivel de la clase obrera en su conjunto, nos lo dio el movimiento masivo de estudiantes en Francia contra la "precarización" del empleo en la primavera de 2006. Era de notar la insistencia, especialmente en las asambleas generales, en que el debate fuera lo más libre y amplio posible, al contrario del movimiento estudiantil de finales de los años 1960, marcado a menudo por la incapacidad de llevar a cabo un diálogo político. La diferencia procede ante todo de que el medio estudiantil está hoy mucho más proletarizado que el de hace 40 años. El debate intenso, a una escala más amplia, siempre fue una marca importante de los movimientos proletarios de masas y fue también característico de las asambleas obreras de la Francia de 1968 o de la Italia de 1969. Pero lo nuevo de 2006 era la mentalidad abierta de la juventud en lucha, hacia las generaciones mayores y su avidez por aprender de la experiencia de éstas. Esta actitud es muy diferente de la del movimiento estudiantil de finales de los años 60, especialmente en Alemania (quizás la expresión más caricaturesca de la mentalidad de entonces), donde uno de los esloganes era: "¡Los mayores de 30 años a los campos de concentración!" Esa idea se concretaba en la práctica con el abucheo mutuo, la interrupción violenta de las reuniones "rivales", etc. La ruptura de la continuidad entre las generaciones de la clase obrera es una de las raíces del problema, pues las relaciones entre generaciones son el terreno privilegiado, desde siempre, para forjar la actitud para el diálogo. Los militantes de 1968 consideraban a la generación de sus padres o como una generación que "se había vendido" al capitalismo, o (en Alemania o Italia, por ejemplo) como una generación de fascistas y criminales de guerra. Para los obreros que habían soportado la horrible explotación de la fase que siguió a 1945 con la esperanza de que sus hijos vivieran mejor que ellos, era una decepción amarga oír cómo sus hijos los acusaban de "parásitos" que vivían de la explotación del Tercer Mundo. Pero también es verdad que la generación de los padres de aquella época había perdido, o no había logrado adquirir, la aptitud para el diálogo. Aquella generación fue brutalmente mortificada y traumatizada por la Segunda Guerra mundial y la Guerra fría, por la contrarrevolución fascista, estalinista y socialdemócrata.
Al contrario, 2006 en Francia ha anunciado algo nuevo y muy fecundo ([2]). Pero ya unos años antes, esa preocupación de la nueva generación venía anunciada por minorías revolucionarias de la clase obrera. Esas minorías, en cuanto aparecieron en el ruedo de la vida política, ya llegaron armadas con sus propias críticas al sectarismo y al rechazo del debate. Entre las primeras exigencias que esas minorías expresaron estaba la necesidad de debatir, no como un lujo sino como requisito ineludible, la necesidad de que quienes participan tomen en serio a los demás, y aprendan a escuchar; la necesidad, también, de que en la discusión las armas sean los argumentos y no la fuerza bruta, ni apelar a la moral o a la autoridad de los "teóricos". Respecto al medio proletario internacionalista, aquellos camaradas han criticado, en general y con toda la razón, la ausencia de debate fraterno entre los grupos existentes, lo cual les ha chocado enormemente. De entrada rechazaron el concepto del que el marxismo sería un dogma que la nueva generación debería adoptar sin espíritu crítico ([3]).
A nosotros, por nuestra parte, nos sorprendió la reacción de la nueva generación hacia la CCI. Los nuevos camaradas que acudían a nuestras reuniones públicas, los contactos del mundo entero que iniciaron una correspondencia con nosotros, los diferentes grupos y círculos políticos con los que hemos discutido, nos han dicho repetidamente, que habían comprobado la naturaleza proletaria de la CCI tanto en nuestro comportamiento, especialmente en nuestro modo de llevar las discusiones, como en nuestras posiciones programáticas.
¿Cuál es el origen de esa preocupación en la nueva generación? A nuestro parecer, es el resultado de la crisis histórica del capitalismo, hoy mucho más grave y más profunda que en 1968. Esta situación exige la crítica más radical posible del capitalismo, la necesidad de ir a la raíz más profunda de los problemas. Uno de los efectos más corrosivos del individualismo burgués es la manera con la que destruye la capacidad de discutir y, especialmente, de escucharse y aprender unos de otros. Al diálogo se le sustituye el "parloteo", donde el que gana es el que más vocifera (como en las campañas electorales burguesas). La cultura del debate es el medio principal de desarrollar, gracias al lenguaje humano, la conciencia, arma principal del combate de la única clase portadora de un porvenir para la humanidad. Para el proletariado es el único medio de superar su aislamiento y su impaciencia y de encaminarse hacia la unificación de sus luchas.
Otra preocupación actual estriba en la voluntad de superar la pesadilla del estalinismo. En efecto, muchos militantes que hoy están en busca de posiciones internacionalistas proceden de un medio influido por el izquierdismo o directamente procedente de sus filas; presentar caricaturas de la ideología y del comportamiento burgués decadentes como si fueran "socialismo" es el objetivo del izquierdismo. Esos militantes han tenido una educación política que les ha hecho creer que intercambiar argumentos es "liberalismo burgués" y que "un buen comunista" es alguien que "cierra el pico" y hace acallar su conciencia y sus emociones. Los camaradas que están hoy decididos a rechazar los efectos de ese producto moribundo de la contrarrevolución comprenden cada día mejor que, para ello, no solo hay que rechazar las posiciones de ese producto sino también su mentalidad. Y así contribuirán a restablecer una tradición del movimiento obrero que podía haber acabado por desaparecer a causa de la ruptura orgánica provocada por la contrarrevolución ([4]).
Crisis organizativas y tendencias al monolitismo
La segunda razón esencial que llevó a la CCI a replantearse la cuestión de la cultura del debate fue nuestra propia crisis interna, a principios de este siglo, caracterizada por el comportamiento más ignominioso nunca antes visto en nuestras filas. Por vez primera desde su fundación, la CCI tuvo que excluir no a uno sino a varios de sus miembros ([5]). Al principio de esa crisis interna, aparecieron dificultades en nuestra sección en Francia, expresándose divergencias de opinión sobre nuestros principios organizativos de centralización. No hay razón para que divergencias como esas, por sí mismas, causen una crisis organizativa. Y no era ésa la razón. Lo que provocó la crisis fue la negativa a debatir y, sobre todo, las maniobras para aislar y calumniar - o sea atacar personalmente - a los militantes con quienes no se estaba de acuerdo.
Tras esa crisis, nuestra organización se comprometió a ir al fondo de las cosas, a las raíces más profundas de la historia de sus crisis y escisiones. Ya hemos publicado contribuciones sobre algunos aspectos ([6]). Una de las conclusiones a la que hemos llegado es que cierta tendencia al monolitismo había desempeñado un papel de primera importancia en todas las escisiones que hemos vivido. En cuanto aparecían divergencias ya había algunos militantes que afirmaban que les era imposible trabajar con los demás, que la CCI se había vuelto una organización estaliniana, o que estaba ya degenerando. Esas crisis surgían, pues, ante unas divergencias que, en su mayoría, podían existir perfectamente en el seno de una organización no monolítica y, en todo caso, debían ser discutidas y clarificadas antes de que una escisión fuera necesaria.
La repetición de procedimientos monolíticos es sorprendente en una organización que se basa específicamente en las tradiciones de la Fracción italiana, la cual siempre defendió que, fueran cuales fueran las divergencias sobre los principios fundamentales, la clarificación más profunda y colectiva debía preceder cualquier separación organizativa.
La CCI es la única corriente de la Izquierda comunista de hoy que se sitúa específicamente en la tradición organizativa de la Fracción italiana (Bilan) y de la Izquierda comunista de Francia (GCF). Contrariamente a los grupos procedentes del Partido comunista internacionalista fundado en Italia a finales de la Segunda Guerra mundial, la Fracción italiana reconoció el carácter profundamente proletario de las demás corrientes internacionales de la Izquierda comunista que surgieron contra la contrarrevolución estalinista, especialmente las Izquierdas alemana y holandesa. Nunca rechazó a esas corrientes como "anarco-espontaneistas" o "sindicalistas revolucionarios", sino que aprendió de ellas todo lo que pudo. De hecho, la crítica principal que la Fracción italiana hizo contra lo que acabaría siendo la corriente "consejista", era el sectarismo expresado en el rechazo de ésta a las contribuciones de la IIª Internacional y del bolchevismo ([7]). Y fue así cómo la Fracción italiana mantuvo, en plena contrarrevolución, la comprensión marxista según la cual la conciencia de clase se desarrolla colectivamente y ningún partido, ni ninguna tradición pueden proclamar la posesión de su monopolio. De ello se deduce que la conciencia no puede desarrollarse sin un debate fraterno, público e internacional ([8]).
Esa comprensión esencial, aún formando parte de la herencia principal de la CCI, no es, sin embargo, fácil de llevar a la práctica. La cultura del debate sólo puede desarrollarse a contracorriente de la sociedad burguesa. Como la tendencia espontánea en el capitalismo no es, ni mucho menos, el esclarecimiento de las ideas, sino la violencia, la manipulación y la lucha por obtener una mayoría (cuyo mejor ejemplo es el circo electoral de la democracia burguesa), la infiltración de esa ideología en las organizaciones proletarias siempre lleva gérmenes de crisis y de degeneración. La historia del Partido bolchevique lo ilustra perfectamente. Mientras el partido fue la punta de lanza de la revolución, los debates más vivos y dinámicos eran una de sus fuerzas principales. En cambio, la prohibición de verdaderas fracciones (tras el aplastamiento de Cronstadt en 1921) fue señal y factor activo de su degeneración. De igual modo, la práctica de una "coexistencia pacífica" (o sea de ausencia total de debate) entre las posiciones conflictivas que ya había sido una característica en el proceso de fundación del Partido comunista internacionalista, o la teoría de Bordiga y sus adeptos sobre las virtudes del monolitismo sólo pueden entenderse en el contexto de derrota histórica del proletariado a mediados del siglo xx.
Si las organizaciones revolucionarias quieren cumplir su papel fundamental de desarrollo y la extensión de la conciencia de clase, la cultura de la discusión colectiva, internacional, fraterna y pública es absolutamente esencial. Es cierto que eso requiere un elevado nivel de madurez política (y, más en general, de madurez humana). La historia de la CCI ilustra el hecho de que esa madurez no se adquiere en un día, sino que es el producto del desarrollo histórico. La nueva generación de hoy tiene un papel esencial que desempeñar en ese proceso que está madurando.
La cultura del debate en la historia
La capacidad de debatir es una característica esencial del movimiento obrero. Pero no la ha inventado él. En ese ámbito, como en tantos otros tan fundamentales, la lucha por el socialismo ha sido capaz de asimilar lo mejor de lo adquirido por la humanidad, y adaptarlo a sus propias necesidades. Y así, esa lucha transformó esas cualidades llevándolas a un nivel superior.
Fundamentalmente, la cultura del debate es una expresión del carácter social de la humanidad. Es la emanación del uso específicamente humano del lenguaje. El uso del lenguaje como medio de intercambiar informaciones es algo que la humanidad comparte con muchos animales. Lo que la distingue del resto de la naturaleza en ese plano, es su capacidad de cultivar e intercambiar una argumentación (vinculado al desarrollo de la lógica y de la ciencia) y alcanzar el conocimiento de los demás, desarrollándose la empatía, vinculada, entre otras cosas, al desarrollo del arte.
Por consiguiente, esa cualidad no es nueva, ni mucho menos. Es anterior a la sociedad de clases y, sin duda, desempeñó un papel decisivo en el desarrollo de la especie humana. Engels, por ejemplo, menciona el papel de las asambleas generales entre los griegos en la época de Homero, en las tribus germánicas o los iroqueses de Norteamérica, haciendo un elogio especial a la cultura del debate de éstos ([9]). Por desgracia, a pesar de los trabajos de Morgan en esa época y de sus colegas del siglo xix y de sus sucesores, no poseemos datos suficientes sobre los primeros pasos, quizás los más decisivos, en ese ámbito.
Lo que sí sabemos, en cambio, es que la filosofía y los inicios del pensamiento científico empezaron a prosperar allí donde la mitología y el realismo ingenuo - dúo antiguo a la vez contradictorio e inseparable - fueron puestos en entredicho. Esos dos modos de comprensión son prisioneros de la incapacidad de comprender más profundamente la experiencia inmediata. Los pensamientos que los primeros hombres formaron basándose en su experiencia práctica eran necesariamente religiosos.
"Desde los tiempos remotísimos, en que el hombre, sumido todavía en la mayor ignorancia acerca de la estructura de su organismo y excitado por las imágenes de los sueños, dio en creer que sus pensamientos y sus sensaciones no eran funciones de su cuerpo, sino de un alma especial, que moraba en ese cuerpo y lo abandonaba al morir; desde aquellos tiempos, el hombre tuvo forzosamente que reflexionar acerca de las relaciones de esta alma con el mundo exterior. Si el alma se separaba del cuerpo al morir éste y sobrevivía, no había razón para asignarle a ella una muerte propia; así surgió la idea de la inmortalidad del alma, idea que en aquella fase de desarrollo no se concebía, ni mucho menos, como un consuelo, sino como una fatalidad ineluctable, y no pocas veces, cual entre los griegos, como un infortunio verdadero" ([10]).
Fue en el marco de un realismo ingenuo en el que se dieron los primeros pasos de un desarrollo lentísimo de la cultura y de las fuerzas productivas. Por su parte, la tarea del pensamiento mágico, aun conteniendo cierto grado de sabiduría psicológica, era dar un sentido a lo inexplicable y, por lo tanto, encauzar los miedos. Ambos fueron unas contribuciones importantes en el avance del género humano. La idea según la cual el realismo ingenuo tendría una afinidad particular con la filosofía materialista, o que ésta se habría desarrollado directamente a partir de aquél, es una idea sin base alguna.
"Los extremos se tocan, reza un viejo dicho de la sabiduría popular, impregnado de dialéctica. Difícilmente nos equivocaremos, pues, si buscamos el grado más alto de la quimera, la credulidad y la superstición, no precisamente en la tendencia de las ciencias naturales que, como la filosofía alemana de la naturaleza, trata de encuadrar a la fuerza el mundo objetivo en los marcos de su pensamiento subjetivo, sino, por el contrario, en la tendencia opuesta, que, haciendo hincapié en la simple experiencia, trata al pensamiento con soberano desprecio y llega realmente más allá que ninguna otra en la ausencia de pensamiento. Es ésa la escuela que reina en Inglaterra" ([11]).
publicado por Revista Internacional en noviembre de 2007 - Corriente Comunista Internacional - CCI
se publica en el Foro en 3 mensajes
---mensaje nº 1---
La cultura del debate: un arma de la lucha de la clase
La "cultura del debate" no es una novedad, ni para el movimiento obrero, ni para la CCI. Sin embargo, la evolución histórica obliga a nuestra organización - desde el cambio de siglo - a volver a esa cuestión y examinarla con mayor atención. Dos evoluciones principales nos han obligado a hacerlo: la primera es la aparición de una nueva generación de revolucionarios y, la segunda, la crisis interna que atravesamos a principios de este nuevo siglo.
La nueva generación y el diálogo político
Ha sido, ante todo, el contacto con una nueva generación de revolucionarios lo que ha obligado a la CCI a desarrollar y cultivar más conscientemente su apertura hacia el exterior y su capacidad de diálogo político.
Cada generación es un eslabón en la historia de la humanidad. Cada una de ellas se enfrenta a tres tareas fundamentales: recoger la herencia colectiva de la precedente, enriquecer esa herencia sobre la base de su propia experiencia, trasmitirla a la generación siguiente para que esta vaya más lejos que la anterior.
No son nada fáciles de llevar acabo esas tareas, son un difícil reto. Y esto es igualmente válido para el movimiento obrero. La vieja generación debe hacer entrega de su experiencia, pero también lleva en sí las heridas y los traumatismos de sus luchas; ha conocido derrotas, decepciones, ha tenido que encarar y tomar conciencia de que una vida no es a menudo suficiente para construir adquisiciones duraderas de la lucha colectiva ([1]). Esto requiere el ímpetu y la energía de la generación siguiente, pero también a ésta se le plantean los nuevos problemas y su capacidad para ver el mundo con nuevos ojos.
Pero incluso si las generaciones se necesitan mutuamente, su capacidad para forjar la unidad necesaria entre sí no es algo dado automáticamente. Cuanto más se ha ido alejando la sociedad de una economía tradicional natural, cuanto más constante y rápidamente ha ido "revolucionando" el capitalismo las fuerzas productivas y la sociedad entera, tanto más difiere la experiencia de una generación y la de la siguiente. El capitalismo, sistema de la competencia por excelencia, también solivianta a una contra la otra a las generaciones en la lucha de todos contra todos.
En ese marco, nuestra organización se empezó a preparar para la tarea de forjar ese vínculo intergeneracional. Pero lo que dio a la cultura del debate un significado especial para nosotros más que esa preparación fue el encuentro con la nueva generación en la vida real. Nos encontramos ante una generación que da a esta cuestión mucha más importancia que la que le dio la generación de "1968". El primer indicio de importancia de ese cambio, a nivel de la clase obrera en su conjunto, nos lo dio el movimiento masivo de estudiantes en Francia contra la "precarización" del empleo en la primavera de 2006. Era de notar la insistencia, especialmente en las asambleas generales, en que el debate fuera lo más libre y amplio posible, al contrario del movimiento estudiantil de finales de los años 1960, marcado a menudo por la incapacidad de llevar a cabo un diálogo político. La diferencia procede ante todo de que el medio estudiantil está hoy mucho más proletarizado que el de hace 40 años. El debate intenso, a una escala más amplia, siempre fue una marca importante de los movimientos proletarios de masas y fue también característico de las asambleas obreras de la Francia de 1968 o de la Italia de 1969. Pero lo nuevo de 2006 era la mentalidad abierta de la juventud en lucha, hacia las generaciones mayores y su avidez por aprender de la experiencia de éstas. Esta actitud es muy diferente de la del movimiento estudiantil de finales de los años 60, especialmente en Alemania (quizás la expresión más caricaturesca de la mentalidad de entonces), donde uno de los esloganes era: "¡Los mayores de 30 años a los campos de concentración!" Esa idea se concretaba en la práctica con el abucheo mutuo, la interrupción violenta de las reuniones "rivales", etc. La ruptura de la continuidad entre las generaciones de la clase obrera es una de las raíces del problema, pues las relaciones entre generaciones son el terreno privilegiado, desde siempre, para forjar la actitud para el diálogo. Los militantes de 1968 consideraban a la generación de sus padres o como una generación que "se había vendido" al capitalismo, o (en Alemania o Italia, por ejemplo) como una generación de fascistas y criminales de guerra. Para los obreros que habían soportado la horrible explotación de la fase que siguió a 1945 con la esperanza de que sus hijos vivieran mejor que ellos, era una decepción amarga oír cómo sus hijos los acusaban de "parásitos" que vivían de la explotación del Tercer Mundo. Pero también es verdad que la generación de los padres de aquella época había perdido, o no había logrado adquirir, la aptitud para el diálogo. Aquella generación fue brutalmente mortificada y traumatizada por la Segunda Guerra mundial y la Guerra fría, por la contrarrevolución fascista, estalinista y socialdemócrata.
Al contrario, 2006 en Francia ha anunciado algo nuevo y muy fecundo ([2]). Pero ya unos años antes, esa preocupación de la nueva generación venía anunciada por minorías revolucionarias de la clase obrera. Esas minorías, en cuanto aparecieron en el ruedo de la vida política, ya llegaron armadas con sus propias críticas al sectarismo y al rechazo del debate. Entre las primeras exigencias que esas minorías expresaron estaba la necesidad de debatir, no como un lujo sino como requisito ineludible, la necesidad de que quienes participan tomen en serio a los demás, y aprendan a escuchar; la necesidad, también, de que en la discusión las armas sean los argumentos y no la fuerza bruta, ni apelar a la moral o a la autoridad de los "teóricos". Respecto al medio proletario internacionalista, aquellos camaradas han criticado, en general y con toda la razón, la ausencia de debate fraterno entre los grupos existentes, lo cual les ha chocado enormemente. De entrada rechazaron el concepto del que el marxismo sería un dogma que la nueva generación debería adoptar sin espíritu crítico ([3]).
A nosotros, por nuestra parte, nos sorprendió la reacción de la nueva generación hacia la CCI. Los nuevos camaradas que acudían a nuestras reuniones públicas, los contactos del mundo entero que iniciaron una correspondencia con nosotros, los diferentes grupos y círculos políticos con los que hemos discutido, nos han dicho repetidamente, que habían comprobado la naturaleza proletaria de la CCI tanto en nuestro comportamiento, especialmente en nuestro modo de llevar las discusiones, como en nuestras posiciones programáticas.
¿Cuál es el origen de esa preocupación en la nueva generación? A nuestro parecer, es el resultado de la crisis histórica del capitalismo, hoy mucho más grave y más profunda que en 1968. Esta situación exige la crítica más radical posible del capitalismo, la necesidad de ir a la raíz más profunda de los problemas. Uno de los efectos más corrosivos del individualismo burgués es la manera con la que destruye la capacidad de discutir y, especialmente, de escucharse y aprender unos de otros. Al diálogo se le sustituye el "parloteo", donde el que gana es el que más vocifera (como en las campañas electorales burguesas). La cultura del debate es el medio principal de desarrollar, gracias al lenguaje humano, la conciencia, arma principal del combate de la única clase portadora de un porvenir para la humanidad. Para el proletariado es el único medio de superar su aislamiento y su impaciencia y de encaminarse hacia la unificación de sus luchas.
Otra preocupación actual estriba en la voluntad de superar la pesadilla del estalinismo. En efecto, muchos militantes que hoy están en busca de posiciones internacionalistas proceden de un medio influido por el izquierdismo o directamente procedente de sus filas; presentar caricaturas de la ideología y del comportamiento burgués decadentes como si fueran "socialismo" es el objetivo del izquierdismo. Esos militantes han tenido una educación política que les ha hecho creer que intercambiar argumentos es "liberalismo burgués" y que "un buen comunista" es alguien que "cierra el pico" y hace acallar su conciencia y sus emociones. Los camaradas que están hoy decididos a rechazar los efectos de ese producto moribundo de la contrarrevolución comprenden cada día mejor que, para ello, no solo hay que rechazar las posiciones de ese producto sino también su mentalidad. Y así contribuirán a restablecer una tradición del movimiento obrero que podía haber acabado por desaparecer a causa de la ruptura orgánica provocada por la contrarrevolución ([4]).
Crisis organizativas y tendencias al monolitismo
La segunda razón esencial que llevó a la CCI a replantearse la cuestión de la cultura del debate fue nuestra propia crisis interna, a principios de este siglo, caracterizada por el comportamiento más ignominioso nunca antes visto en nuestras filas. Por vez primera desde su fundación, la CCI tuvo que excluir no a uno sino a varios de sus miembros ([5]). Al principio de esa crisis interna, aparecieron dificultades en nuestra sección en Francia, expresándose divergencias de opinión sobre nuestros principios organizativos de centralización. No hay razón para que divergencias como esas, por sí mismas, causen una crisis organizativa. Y no era ésa la razón. Lo que provocó la crisis fue la negativa a debatir y, sobre todo, las maniobras para aislar y calumniar - o sea atacar personalmente - a los militantes con quienes no se estaba de acuerdo.
Tras esa crisis, nuestra organización se comprometió a ir al fondo de las cosas, a las raíces más profundas de la historia de sus crisis y escisiones. Ya hemos publicado contribuciones sobre algunos aspectos ([6]). Una de las conclusiones a la que hemos llegado es que cierta tendencia al monolitismo había desempeñado un papel de primera importancia en todas las escisiones que hemos vivido. En cuanto aparecían divergencias ya había algunos militantes que afirmaban que les era imposible trabajar con los demás, que la CCI se había vuelto una organización estaliniana, o que estaba ya degenerando. Esas crisis surgían, pues, ante unas divergencias que, en su mayoría, podían existir perfectamente en el seno de una organización no monolítica y, en todo caso, debían ser discutidas y clarificadas antes de que una escisión fuera necesaria.
La repetición de procedimientos monolíticos es sorprendente en una organización que se basa específicamente en las tradiciones de la Fracción italiana, la cual siempre defendió que, fueran cuales fueran las divergencias sobre los principios fundamentales, la clarificación más profunda y colectiva debía preceder cualquier separación organizativa.
La CCI es la única corriente de la Izquierda comunista de hoy que se sitúa específicamente en la tradición organizativa de la Fracción italiana (Bilan) y de la Izquierda comunista de Francia (GCF). Contrariamente a los grupos procedentes del Partido comunista internacionalista fundado en Italia a finales de la Segunda Guerra mundial, la Fracción italiana reconoció el carácter profundamente proletario de las demás corrientes internacionales de la Izquierda comunista que surgieron contra la contrarrevolución estalinista, especialmente las Izquierdas alemana y holandesa. Nunca rechazó a esas corrientes como "anarco-espontaneistas" o "sindicalistas revolucionarios", sino que aprendió de ellas todo lo que pudo. De hecho, la crítica principal que la Fracción italiana hizo contra lo que acabaría siendo la corriente "consejista", era el sectarismo expresado en el rechazo de ésta a las contribuciones de la IIª Internacional y del bolchevismo ([7]). Y fue así cómo la Fracción italiana mantuvo, en plena contrarrevolución, la comprensión marxista según la cual la conciencia de clase se desarrolla colectivamente y ningún partido, ni ninguna tradición pueden proclamar la posesión de su monopolio. De ello se deduce que la conciencia no puede desarrollarse sin un debate fraterno, público e internacional ([8]).
Esa comprensión esencial, aún formando parte de la herencia principal de la CCI, no es, sin embargo, fácil de llevar a la práctica. La cultura del debate sólo puede desarrollarse a contracorriente de la sociedad burguesa. Como la tendencia espontánea en el capitalismo no es, ni mucho menos, el esclarecimiento de las ideas, sino la violencia, la manipulación y la lucha por obtener una mayoría (cuyo mejor ejemplo es el circo electoral de la democracia burguesa), la infiltración de esa ideología en las organizaciones proletarias siempre lleva gérmenes de crisis y de degeneración. La historia del Partido bolchevique lo ilustra perfectamente. Mientras el partido fue la punta de lanza de la revolución, los debates más vivos y dinámicos eran una de sus fuerzas principales. En cambio, la prohibición de verdaderas fracciones (tras el aplastamiento de Cronstadt en 1921) fue señal y factor activo de su degeneración. De igual modo, la práctica de una "coexistencia pacífica" (o sea de ausencia total de debate) entre las posiciones conflictivas que ya había sido una característica en el proceso de fundación del Partido comunista internacionalista, o la teoría de Bordiga y sus adeptos sobre las virtudes del monolitismo sólo pueden entenderse en el contexto de derrota histórica del proletariado a mediados del siglo xx.
Si las organizaciones revolucionarias quieren cumplir su papel fundamental de desarrollo y la extensión de la conciencia de clase, la cultura de la discusión colectiva, internacional, fraterna y pública es absolutamente esencial. Es cierto que eso requiere un elevado nivel de madurez política (y, más en general, de madurez humana). La historia de la CCI ilustra el hecho de que esa madurez no se adquiere en un día, sino que es el producto del desarrollo histórico. La nueva generación de hoy tiene un papel esencial que desempeñar en ese proceso que está madurando.
La cultura del debate en la historia
La capacidad de debatir es una característica esencial del movimiento obrero. Pero no la ha inventado él. En ese ámbito, como en tantos otros tan fundamentales, la lucha por el socialismo ha sido capaz de asimilar lo mejor de lo adquirido por la humanidad, y adaptarlo a sus propias necesidades. Y así, esa lucha transformó esas cualidades llevándolas a un nivel superior.
Fundamentalmente, la cultura del debate es una expresión del carácter social de la humanidad. Es la emanación del uso específicamente humano del lenguaje. El uso del lenguaje como medio de intercambiar informaciones es algo que la humanidad comparte con muchos animales. Lo que la distingue del resto de la naturaleza en ese plano, es su capacidad de cultivar e intercambiar una argumentación (vinculado al desarrollo de la lógica y de la ciencia) y alcanzar el conocimiento de los demás, desarrollándose la empatía, vinculada, entre otras cosas, al desarrollo del arte.
Por consiguiente, esa cualidad no es nueva, ni mucho menos. Es anterior a la sociedad de clases y, sin duda, desempeñó un papel decisivo en el desarrollo de la especie humana. Engels, por ejemplo, menciona el papel de las asambleas generales entre los griegos en la época de Homero, en las tribus germánicas o los iroqueses de Norteamérica, haciendo un elogio especial a la cultura del debate de éstos ([9]). Por desgracia, a pesar de los trabajos de Morgan en esa época y de sus colegas del siglo xix y de sus sucesores, no poseemos datos suficientes sobre los primeros pasos, quizás los más decisivos, en ese ámbito.
Lo que sí sabemos, en cambio, es que la filosofía y los inicios del pensamiento científico empezaron a prosperar allí donde la mitología y el realismo ingenuo - dúo antiguo a la vez contradictorio e inseparable - fueron puestos en entredicho. Esos dos modos de comprensión son prisioneros de la incapacidad de comprender más profundamente la experiencia inmediata. Los pensamientos que los primeros hombres formaron basándose en su experiencia práctica eran necesariamente religiosos.
"Desde los tiempos remotísimos, en que el hombre, sumido todavía en la mayor ignorancia acerca de la estructura de su organismo y excitado por las imágenes de los sueños, dio en creer que sus pensamientos y sus sensaciones no eran funciones de su cuerpo, sino de un alma especial, que moraba en ese cuerpo y lo abandonaba al morir; desde aquellos tiempos, el hombre tuvo forzosamente que reflexionar acerca de las relaciones de esta alma con el mundo exterior. Si el alma se separaba del cuerpo al morir éste y sobrevivía, no había razón para asignarle a ella una muerte propia; así surgió la idea de la inmortalidad del alma, idea que en aquella fase de desarrollo no se concebía, ni mucho menos, como un consuelo, sino como una fatalidad ineluctable, y no pocas veces, cual entre los griegos, como un infortunio verdadero" ([10]).
Fue en el marco de un realismo ingenuo en el que se dieron los primeros pasos de un desarrollo lentísimo de la cultura y de las fuerzas productivas. Por su parte, la tarea del pensamiento mágico, aun conteniendo cierto grado de sabiduría psicológica, era dar un sentido a lo inexplicable y, por lo tanto, encauzar los miedos. Ambos fueron unas contribuciones importantes en el avance del género humano. La idea según la cual el realismo ingenuo tendría una afinidad particular con la filosofía materialista, o que ésta se habría desarrollado directamente a partir de aquél, es una idea sin base alguna.
"Los extremos se tocan, reza un viejo dicho de la sabiduría popular, impregnado de dialéctica. Difícilmente nos equivocaremos, pues, si buscamos el grado más alto de la quimera, la credulidad y la superstición, no precisamente en la tendencia de las ciencias naturales que, como la filosofía alemana de la naturaleza, trata de encuadrar a la fuerza el mundo objetivo en los marcos de su pensamiento subjetivo, sino, por el contrario, en la tendencia opuesta, que, haciendo hincapié en la simple experiencia, trata al pensamiento con soberano desprecio y llega realmente más allá que ninguna otra en la ausencia de pensamiento. Es ésa la escuela que reina en Inglaterra" ([11]).
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