El mito de las colectividades anarquistas
artículo publicado en el nº 15 de la Revista Internacional (órgano internacional de la CCI) - junio de 1978
publicado en la web de la Corriente Comunista Internacional en febrero de 2006
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Las colectividades españolas de 1936 han sido presentadas como el modelo perfecto de la revolución. Al decir de anarquistas, trotskistas y también de muchos intelectuales biempensantes en ellas se vivió la autogestión obrera de la economía, eliminaron la burocracia, aumentaron el rendimiento del trabajo y - maravilla de maravillas - fueron “obra de los obreros mismos”, ...«dirigidos y orientados en todo momento por los libertarios» (en palabras de Gastón Leval, anarquista autor de un libro sobre las Colectividades del 36).
Pero no sólo los radicales nos ofrecen el “paraíso” de las colectividades. Heribert Barrera - en 1936 republicano catalanista y hoy diputado a Cortes -, las elogia como «un ejemplo de economía mixta respetuosa de la libertad y la iniciativa humana», mientras los trotskistas y el POUM nos enseñan que «la obra de las colectividades dio un carácter más profundo a la revolución española que a la revolución rusa». También G. Munis y los compañeros del FOR, se hacen ilusiones sobre el carácter “revolucionario” y “profundo” de las colectividades.
Por nuestra parte nos vemos obligados, una vez más, a hacer de aguafiestas: las colectividades de 1936 no fueron un medio de la revolución proletaria sino un instrumento de la contrarrevolución burguesa; no fueron la organización de la nueva sociedad sino la tabla de salvación de la vieja, que se mantuvo con todo su salvajismo.
Y con esto no pretendemos desmoralizar a nuestra clase. Al contrario: la mejor manera de desmoralizarla es hacerla luchar por falsos modelos de revolución. La condición de su liberación y la de toda la humanidad es liberarse completamente de todo falso modelo, de todo falso paraíso,...
¿Qué fueron las colectividades?
En 1936 España, cogida de lleno por la crisis económica que desde 1929 sacude el capitalismo mundial, vive convulsiones particularmente graves.
Todo capital nacional sufre tres tipos de convulsiones sociales:
- la derivada de la contradicción fundamental entre burguesía y proletariado.
- la proveniente de los conflictos internos entre las distintas fracciones de la propia burguesía.
- la que ocasiona el enfrentamiento entre bloques imperialistas que toman cada país como escenario de su reparto de influencias y de mercados.
En la España de 1936 esas tres convulsiones confluyeron con una intensidad bestial, llevando al capitalismo español a una situación extrema.
En primer lugar, el proletariado español - todavía sin derrotar, al contrario de lo que ocurría con sus hermanos europeos -, presentó una enérgica batalla contra la explotación, jalonada por una extraordinaria escalada de huelgas generales, revueltas, e insurrecciones que causan la alarma de la clase dominante.
En segundo lugar, los conflictos internos de ésta se agravan por momentos. Una economía atrasada, desgarrada por formidables desequilibrios y devorada por ello con más intensidad por la crisis mundial, es el mejor caldo de cultivo para el estallido de conflictos entre la burguesía de derechas (terratenientes, financieros, militares, iglesia,... comandados por Franco) y la burguesía de izquierdas (industriales, clases medias urbanas, sindicatos, etc., dirigidos por la República y el Frente Popular).
Finalmente, la inestabilidad del capitalismo español, lo hace presa fácil de las apetencias imperialistas del momento, que espoleadas por la crisis, necesitan nuevos mercados y nuevas posiciones estratégicas, en su carrera de dominio. Alemania e Italia tienen su peón en Franco, disimulado bajo las caretas de la “tradición” y la “cruzada contra el comunismo ateo”, mientras que las potencias occidentales y Rusia - entonces aliadas -, encuentran en la República y el Frente Popular su bastión, parapetados tras las cortinas del “antifascismo” y la “lucha por la revolución”.
En este contexto surge la sublevación de Franco el 18 de Julio de 1936, la cual significa para la clase obrera, la culminación de la sobrexplotación y la represión iniciadas por la república desde 1931. Pero su respuesta es inmediata y fulminante: la huelga general, la insurrección, el armamento de masas y la expropiación y ocupación de las empresas.
Desde el primer momento todas las fuerzas de la burguesía de izquierdas, que van desde los partidos republicanos hasta la CNT, tratan de encerrar a los obreros en la trampa de la “lucha antifascista” y, dentro de ella, de convertir las expropiaciones de empresas en un fin en sí mismo, para hacer volver al trabajo a los obreros con la ilusión de que las empresas son suyas, pues están “colectivizadas”.
Las jornadas de julio no iban solo contra Franco, sino a la vez, contra el Estado republicano: los obreros, si no quieren verse derrotados, deben concebir la huelga, la expropiación de empresas y el armamento como inicio de una ofensiva contra todo el Estado capitalista, tanto el franquista como el republicano. Por ello, para rematar con éxito la huelga insurreccional, los obreros no podían conformarse con la expropiación de empresas y la formación de milicias, sino que debían destruir al mismo tiempo que al ejército franquista, a todas las fuerzas políticas republicanas. (Los Azaña, Companys, PC, CNT, etc) y, en segundo lugar, destruir totalmente el Estado capitalista, levantando sobre sus escombros, el poder de los Consejos Obreros.
Sin embargo la clave del fracaso proletario, de su aislamiento, y de su alistamiento en la barbarie de la guerra civil, estuvo en que las fuerzas republicanas, y sobre todo la CNT y el POUM, consiguieron impedir a los obreros dar el paso decisivo - destruir el Estado capitalista -, y encerrarlos en la “colectivización de la economía” y la “lucha antifascista”.
Catalanistas, Frente Popular, POUM y sobre todo CNT, logran encerrar a los obreros en la simple expropiación de las empresas, convirtiéndolas en “COLECTIVIDADES REVOLUCIONARIAS”, las cuales, al mantenerse dentro del Estado capitalista, dejándolo intacto, no sólo se vuelven inútiles para los obreros, sino que se convierten en un medio de sobrexplotación y control por el Capital:
«Como el poder del Estado quedó en pie, la Generalitat de Cataluña podía legalizar tranquilamente las expropiaciones obreras y formar corro con todas las corrientes “obreras” que engañaban a los trabajadores con las expropiaciones, el control obrero, el reparto de la tierra, las depuraciones,... pero que guardaban un silencio criminal respecto a la realidad terriblemente efectiva y poco aparente, de la existencia del Estado Capitalista. Por ello las expropiaciones obreras quedaban integradas en el marco del Capitalismo de Estado.» (BILAN).
Y así vemos como la CNT, que nunca había convocado la huelga espontánea de los obreros del 19 de Julio, ni nunca había llamado a tomar las armas, llama enseguida a volver al trabajo, a terminar la huelga, o sea a impedir el asalto obrero al Estado capitalista, con la excusa de que las empresas “están colectivizadas”. Gastón Leval en su libro «Colectividades libertarias en España», razona así: «Al producirse el ataque fascista, la lucha y el estado de alerta movilizaron a la población durante cinco o seis días, al cabo de los cuales la CNT dió orden de reanudar el trabajo. Prolongar la huelga habría sido contra los intereses de los mismos trabajadores que asumían la responsabilidad de la situación».
Estas colectividades que según el POUM eran «una revolución más profunda que la revolución rusa», sirvieron para justificar la vuelta al trabajo y someter a los obreros a la producción para la guerra. En las condiciones de entonces, de convulsión y disgregación extrema del edificio capitalista, la fachada radical de las colectividades era el último recurso para hacer trabajar a los obreros y salvar el orden explotador, como reconoció francamente Osorio y Gallardo, político de derechas: «Enjuiciemos imparcialmente. Las colectividades fueron una necesidad. El capitalismo había perdido toda su autoridad moral y ni los dueños podían mandar, ni los obreros querían obedecer. En tan acongojante situación o la industria quedaba abandonada o se incautaba de ella la Generalitat estableciendo un comunismo soviético».
Al servicio de la economía capitalista
Cuando nos dicen que las colectividades fueron un modelo de “comunismo”, de “poder obrero”, que “fueron una revolución más profunda que la rusa”,... hay que echarse a reír. La cantidad de datos, hechos y testimonios que demuestran lo contrario es abrumadora. Veamos:
Primero. Gran número de colectivizaciones se hicieron de acuerdo con los propios patronos. A propósito de la colectividad de la industria chocolatera de Torrente (Valencia), Gastón Leval en el libro antes citado, nos dice: «Motivados por el deseo de modernizar la producción tanto como de suprimir la explotación del hombre por el hombre, la CNT convocó una asamblea el 1º de Septiembre de 1936. Los patronos fueron invitados a participar en la colectividad lo mismo que los obreros. Y todos aceptaron asociarse para organizar la producción y la vida sobre bases inéditas».
Las “bases inéditas” de la vida se hacían respetando todos los pilares del régimen capitalista. Así la Colectividad de Tranvías de Barcelona,... «no sólo aceptó pagar a los acreedores de la compañía las deudas contraídas, sino que también trató con los accionistas que fueron convocados a una asamblea general» (Gastón Leval, libro citado).
¡Profunda “revolución” ésta que asume las deudas adquiridas y respeta los intereses de los rentistas! ¡Extraña manera de organizar la producción y la vida sobre bases inéditas!
Segundo. Las colectividades sirvieron, en manos de los sindicatos y partidos burgueses, para reconstruir la economía capitalista:
a) para concentrar empresas: «Nos hemos hecho cargo de talleres microscópicos con un número insignificante de trabajadores, sin esbozo de actividad sindical, cuya inactividad perjudicaba a la economía» (Informe del sindicato de la madera de la CNT de Barcelona).
b) para racionalizar la economía: «Como primer paso hemos establecido la solidaridad financiera de las industrias, organizando un Consejo General de Economía, donde cada ramo tiene dos delegados. Los recursos excedentes servirán para ayudar a las industrias deficitarias para que reciban la materia prima y demás elementos de la producción» (CNT de Barcelona, 1936).
c) para centralizar la plusvalía y el crédito canalizándolos según las necesidades de la economía de guerra: «En toda empresa colectivizada el 50% de los beneficios se destinará a la conservación de los recursos propios y el otro 50% pasará a poder del Consejo Económico local o comarcal, según corresponda» (Ponencia de la CNT sobre colectividades, diciembre de 1936).
Como se ve, ni un céntimo de los beneficios para los trabajadores. Pero ¡no pasa nada!, Gastón Leval lo justifica con el mayor cinismo: «Puede con razón preguntarse por qué los beneficios no son repartidos entre los trabajadores a cuyo esfuerzo son debidos. Respondemos: porque son reservados para fines de solidaridad social»
¡”Solidaridad social” con la explotación, con el esfuerzo de guerra, con la miseria más terrible!