Genocidio de los pilagá durante el gobierno de Perón en 1947
(El mayor muro de silencio de la historia argentina reciente)
por Alberto a. Arias
[La fuente principal de la siguiente y abreviada nota es “La matanza de Rincón Bomba”, del Dr. Carlos A. Díaz, que puede verse en numerosas páginas de la web. Díaz es —junto con el Dr. Julio C. García— uno de los actuales abogados de la comunidad pilagá de Formosa. En su escrito se citan los diarios de la época y el testimonio del gendarme Teófilo Cruz publicado como artículo ¡en 1991! en la revista de la Gendarmería Nacional. Recomendamos asimismo la interesante nota “La masacre de los pilagá" (también publicada en varios sitios de la web), realizada por Sebastián Hacher tras su viaje a Formosa en 2006 y en donde se puede oír a algunos sobrevivientes del genocidio. Cuando en diciembre escribimos la nota que continúa, se hablaba de 750 asesinados; hoy —en marzo de 2007— debemos hacer constar esta reciente declaración del Dr. Carlos A. Díaz: ‘No hay dudas ya que fue autoría de la Gendarmería Nacional Argentina la que realizó dicha matanza. Cuando nosotros iniciamos la demanda estábamos en un número aproximado de entre 600 y 700 aborígenes. Hoy las investigaciones judiciales nos llevan a afirmar que superaron las 1.500 víctimas’ (Corrientes noticias, 28 febrero 2007).]
Corresponde empezar por la conclusión: El gobierno más popular de la historia de los argentinos es responsable de genocidio, y “en estado agravado”, si cabe decirlo así, porque es también responsable de su criminal ocultamiento y, obviamente, portador de un inexistente e imposible arrepentimiento.
Quienes escuchen por primera vez esta historia se dirán: «¿Puede ser? ¡Acá tiene que haber algún error!». No, lector, acá el único «error» es que durante generaciones la cobardía de unos y el miedo aterrorizado y aterrorizante de otros, la asqueante complicidad de muchos y, en definitiva, la barbarie capitalista han hecho de las suyas, ¡por enésima vez!, ante nuestras narices, apenas treinta años antes del genocidio iniciado en marzo de 1976.
Ocurrió en la provincia de Formosa, entre el 10 y el 30 de octubre de 1947 (no, lector, no está mal el dato), durante el primer gobierno de Perón. Los ejecutores de la masacre fueron la Gendarmería nacional y cómplices civiles de la zona. Los “incitadores-artífices” debieron de ser, quién puede dudarlo, los terratenientes y capitalistas con intereses en la región. ¿Por qué “genocidio”? Las víctimas fueron los niños, mujeres y hombres de la población pilagá de Formosa, pueblo originario y milenario (famoso por su hospitalidad), al que se le aplicó, desarmado e inerme, la «solución final» hitlerista: unos 750 (no, lector, no hay error en la cifra) hermanos nuestros fusilados (los niños, sus madres, los viejos, todos), cientos de desaparecidos, centenares de huérfanos, cientos de heridos y vejados en su más elemental dignidad... en apenas unos pocos días, por el método del fusilamiento masivo, la persecución a campo traviesa, la quema colectiva de cadáveres y las fosas comunes (sin duda con muchos de ellos aún vivos) sin identificación y con el declarado propósito de que no quedasen testigos, intentando ocultar todas las huellas del crimen. ¿Castigo a los culpables? Sí, «un» culpable. ¡Fue echado de su puesto un empleado ministerial de segunda, señalado como el “iniciador del conflicto”! ¿Investigación? Hasta donde sabemos, ninguna. Y si la hubo, peor: sólo sirvió para ocultarlo todo por casi 60 años. De uno y otro lado (víctimas y victimarios) hay testigos que aún viven.
Abogados y antropólogos están en la actualidad trabajando en la zona con el propósito de sacar a la luz esta matanza inconmensurable: ya hay restos óseos de cientos de cadáveres descubiertos en el lugar de los hechos, hoy terrenos de… ¡la masacradora Gendarmería nacional!
Los hechos. La masacre de un pueblo milenario
[Las comillas indican el texto de los principales testimonios escritos y grabados, de hoy y de aquellos años.]
«En el mes de abril de 1947 miles de braceros Pilagás, Tobas y Wichís son despedidos sin indemnización alguna del Ingenio San Martín de El Tabacal. Un mes antes habían sido traídos, desde el Territorio Nacional de Formosa, caminando cientos de kilómetros, cargando al hombro sus pobres enseres, sus mujeres y sus niños con la promesa que se les pagaría $6 [seis pesos] por día. Una vez en El Tabacal se les quiso abonar la suma de $ 2,50 [pesos] por día.» (Díaz, 2004)
«...Considerándose defraudados recurrieron ante las autoridades respectivas de El Tabacal y no pudieron obtener justicia, por el contrario, cuando insistieron en sus reclamaciones fueron despedidos inhumanamente. El pueblo condolido les ayudó dentro de sus posibilidades. Por su parte la comuna está dispuesta a que se les adjudiquen unos trabajos para que puedan obtener lo indispensable para costear su alimentación. Del Tabacal volvieron a pie hasta Las Lomitas porque carecían de medios para hacerlo por ferrocarril...». (Diario «Norte», Formosa 13-5-47).
«Allí se reúnen entre 7.000 a 8.000 indígenas» (T. R. Cruz, Revista Gendarmería Nacional, ed.120-3-1.991.
«Las primeras víctimas de la hambruna y las enfermedades comenzaron a ser los niños y los ancianos. Luego los hombres y las mujeres. La situación expulsa a esta población a salir de su ámbito natural y buscar ayuda en las poblaciones cercanas, ubicándose en el paraje conocido como ‘Rincón Bomba’. Una delegación encabezada por el Cacique Nola Lagadick y Luciano Córdoba piden ayuda a la Comisión de Fomento de Las Lomitas y al Jefe del Escuadrón 18 Lomitas de Gendarmería Nacional, Comandante Emilio Fernández Castellanos. Se trasladan hasta un descampado, ubicado a 500 metros, aproximadamente, del pueblo ‘para que se vean nuestras miserias...’. Comienzan a mendigar las madres con sus hijos en brazos, puerta por puerta, pidiendo tan sólo un poco de pan. Al principio algunos se solidarizan, inclusive el Jefe del Escuadrón de Gendarmería, como algunos de sus hombres a su mando, se preocupan por la desesperante situación, les dan yerba, azúcar y ropas. Pero al transcurrir de los días las puertas ya no se abren y no se les recibe más en el Escuadrón. [subr. nuestro] (...)
El Presidente de la Comisión de Fomento, telegráficamente, lo impone de la situación al Gobernador Federal [Rolando de Hertelendy, quien administraba ¡negocios familiares en la ciudad de Clorinda!] solicitándole el urgente envío de ayuda humanitaria. También se entrevista varias veces con el Jefe del Escuadrón de Gendarmería, transmitiéndole la preocupación de los vecinos que temen ser atacados por los indígenas hambrientos.
El Gobernador se comunica diligentemente con el Ministro del Interior de la Nación haciéndole saber la gravedad de la situación y la falta de recursos en el territorio para afrontarla (sic). [Sic nuestro]. Este a su vez le hace saber al Presidente Juan Domingo Perón [con quien –según testimonios– en algún momento incluso se pacta una entrevista] quien ordena inmediatamente, como parte de una ayuda mayor y planes de desarrollo social, el envío de tres vagones (...) con alimentos, ropas y medicinas. La carga llega a la Ciudad de Formosa en la segunda quincena del mes de septiembre consignada al Delegado de la entonces Dirección Nacional del Aborigen Miguel Ortiz. Permanece en la estación, a la intemperie, diez días aproximadamente. (...) A la estación de Las Lomitas, llega un solo vagón lleno, dos semivacíos, los primeros días de octubre de 1947, sólo con alimentos, la mayoría en mal estado por el tiempo transcurrido (...): harina con gorgojos y moho; grasa para cocinar derretida por el calor; azúcar; yerba, galletas ya verdes en bolsas. Se sabe de algunas ropas y nada de las medicinas. Son distribuidos y consumidos rápidamente por los miles de famélicos, hambrientos, enfermos, semidesnudos y debilitados seres humanos. A las pocas horas comienzan a sentir los síntomas de una intoxicación masiva. Fuertes dolores intestinales, vómitos, diarreas, desvanecimientos, temblores y nuevamente la muerte... primeramente de los que se encontraban más débiles, que llegó a más de cincuenta, mayormente niños y ancianos. Los gritos y quejidos de dolor en las noches de las madres que aún sostienen en sus brazos a sus bebes muertos retumbaban en la noche formoseña. No tenían consuelo. Los primeros son enterrados en el cementerio ‘cristiano’ de Las Lomitas. Al ser tantos se les niega que lo sigan haciendo en el mismo [subr. nuestro] (...). No les queda otra posibilidad que hacerlo en el monte. Las ceremonias mortuorias, con sus danzas rituales marcadas con el ritmo de instrumentos milenarios, retumban noche tras noche.
(...) Comienza a circular el rumor, lanzado a rodar por no se sabe quién que aquellas sombras de seres humanos no sólo ahora hambrientos, desarmados, indefensos, sino también enfermos [subr. nuestro], estarían por atacar a no se sabe quién. Las danzas, los cánticos en una lengua desconocida y la música interpretada no dejan dormir en las noches calurosas a los habitantes del pueblo como a los hombres y las familias de la Gendarmería Nacional, que viven en el lugar. Se realizan reuniones de vecinos en la sede de la Comisión de Fomento desde donde se les trasmite nuevamente preocupación a las autoridades de Gendarmería Nacional y nuevos telegramas al Gobernador. Comienza a hablarse del ‘peligro indio’.
Gendarmería Nacional forma un ‘cordón de seguridad’ alrededor del campamento aborigen. No se les permite traspasarlo ni ingresar al pueblo a los Pilagás. Se colocan ametralladoras en ‘nidos’, en distintos sitios ‘estratégicos’. Ya son más de 100 los gendarmes, armados con pistolas automáticas y fusiles a repetición que día y noche custodian el ‘ghetto’.
Hasta que sucede lo inexorablemente esperado. En el atardecer del 10 de octubre ‘...el cacique Pablito pidió hablar con el Jefe (del escuadrón), por lo que concerté una entregista (sic) [Sic nuestro] a campo abierto. Los indios, ubicados detrás de un madrejón, nos enfrentaban a su vez, hallándonos con dos ametralladoras pesadas, apuntando hacia arriba. En los aborígenes (más de 1.000) se notaba la existencia de gran cantidad de mujeres y niños, quienes portando grandes retratos de Perón y Evita avanzaban desplegados en dirección nuestra’. [Testimonio del gendarme T. Cruz]
En tales instantes se escucharon descargas cerradas de disparos de fusil ametralladora, carabinas y pistolas, origen de un intenso tiroteo del que el Cte. Fernández Castellanos ordenó un alto de fuego, pensando procedía de sus dos ametralladoras, lo que no fue así: el 2º Cte. Aliaga Pueyrredón, sin que nadie lo supiera, hizo desplegar varias ametralladoras en diferentes lugares del otro lado del madrejón, o sea unos 200 metros de nuestra posición y en medio del monte...».
»Contó Orlando (yerno del gran cacique y «pi’ogonaq» (médico indígena) de Soledad) que él trabajaba para la gendarmería a los 16 años, cortando leña. Según él, un cabo de la gendarmería amigo le avisó que iban a atacar el asentamiento indígena [subr. nuestro], vecino a Las Lomitas. Orlando avisó a los ancianos pero no le creyeron porque creían en el poder de Luciano. Él no fue, porque tenía miedo y sí creía en las balas de la gendarmería... Según Castorina, la mujer de H. González, de La Línea, hubo una gran matanza en el lugar de la Bomba, que provocó una huida desorganizada. Ella y su madre pasaron la noche escondidas y al día siguiente huyeron por el monte hasta Pozo Molina». (Idoyaga Molia, citado por Patricia Vuoto y Pablo Wright).
Se lanzan bengalas para iluminar la dantesta escena y determinar mejor los blancos a tirar. Cientos de mujeres con sus niños en brazos, ancianos y hombres comienzan a huir hacia ninguna parte que los lleva fatalmente a la muerte. Con las primeras luces del alba la imagen es dantesca. Más de 300 cadáveres yacen. Los heridos son rematados. Niños de corta edad, desnudos, caminan o gatean, sucios, entre los cadáveres, envueltos en llanto.
Luego del ametrallamiento «... pensando que al llegar la noche atacarían avanzando sobre Las Lomitas, efectuamos tiros al aire desde todos lados para dispersarlos. El tableteo de la ametralladora, en la oscuridad, debemos recordarlo, impresiona bastante. Muchos huyeron escondíéndose en el monte, al que obviamente conocían palmo a palmo...» (Comandante Mayor (R) Teófilo Ramón Cruz).
Pero allí no termina la matanza. Comienza la persecución de los que pudieron escapar, «para que no queden testigos», contando la Gendarmería Nacional con la «colaboración» de algunos civiles. Van en dirección a Pozo del Tigre la mayoría, otros para Campo del Cielo, miles se guarecen en la espesura de los pocos montes que quedan. En los días subsiguientes son rodeados por las partidas. Y allí nuevamente son masacrados en distintos lugares (Campo del Cielo, Pozo del Tigre, etc.) más de 200 personas. Entre los represores ninguna víctima. Se hubiera podido seguir la trayectoria de las tropas por las piras de cadáveres humanos que se quemaban, porque «no había tiempo para enterrarlos», a medida que avanzaban.
En total son asesinados en la «campaña» entre 400 a 500 argentinos de etnia Pilagá, aproximadamente, además de los heridos y más de 200 «desaparecidos». Ello sumado a los más de 50 muertos por intoxicación, hambre y falta de atención médica y la desaparición de un número indeterminado de niños, elevan las bajas a más de 750, entre niños, ancianos, mujeres y hombres. La locura llega al extremo de solicitar la intervención de dos aviones caza-bombardeos.” (C. A. Díaz, 2004).
Consecuencias e inconsecuencias
Carlos Alberto Díaz, uno de los abogados actuales de la comunidad pilagá, agrega en su testimonio: “El corresponsal del diario La Razón de Buenos Aires, Federico Gutiérrez, ya escribía a principios de 1924: «Muchas hectáreas de tierra flor están en poder de los pobres aborígenes, quitarles esas tierras es la ilusión que muchos desean en secreto».”.
“Las consecuencias sociales, culturales y económicas producidas por «La Matanza de Rincón Bomba» es uno, entre numerosos acontecimientos trágicos, que han vivido los indígenas Formoseños en particular y argentinos en general. El genocidio se extendió en el tiempo, por diversos medios, a veces brutales, otros sutiles, pero no por ello menos criminales. Antes y durante los 58 años que siguieron desde el año 1.947, se produjeron más daño y más muertes que los fusilamientos o el «remate» de los heridos en aquellos fatídicos días. Cundió el terror a defender sus reivindicaciones que se transmitió oralmente por los «antiguos», de generación en generación. La memoria de este pueblo aún perdura. El temor por ejercer sus derechos hoy también perdura.»
Se puede agregar el comentario del diario «El Territorio» de Resistencia, en aquella época: «Los indios que animaron el levantamiento lo hicieron después de aguardar en vano el cumplimiento de las promesas formuladas en el sentido de que se les facilitarían tierras para que se arraigaran en ellas mediante la explotación de pequeñas chacras. En los últimos tiempos, estos indígenas carecían de lo más indispensable para el sustento diario, viéndose precisados no pocas veces a incurrir en hechos delictuosos para proveerse de alimentos. Las tierras prometidas y la creación en el lugar de escuelas, como así la entrega de elementos de trabajo, semillas, etc., nunca se concretaron, mientras que las gestiones por el logro de esa ayuda eran recibidas de manera violenta, tal si existiera el propósito de condenar a millares de seres humanos a la inanición...».
Las preguntas caen como peras podridas: ¿quién/es difundieron la falsa alarma de que los pilagá atacarían? ¿por qué el “buen” comandante Fernández Castellanos, aunque dicen se enfrentó a su subalterno Aliaga Pueyrredón, siguió o permitió durante muchos días la posterior cacería a campo traviesa, la aniquilación y el posterior ocultamiento? ¿Por qué Aliaga Pueyrredón «se enfrenta» a Fernández Castellanos? ¿Quiénes son? ¿A qué intereses responden ambos? ¿A quién/es interesaban en particular las tierras del centro-oeste de Formosa, residencia de los pilagá? ¿Por qué Perón y su gobierno, enterados de lo sucedido, jamás castigaron a nadie? ¿Por qué todos los sectores políticos pasaron décadas ocultándolo? ¿Por qué los historiadores (de cualquier ideología) que conocían estos hechos no los dieron a la luz pública?
En las respuestas que se vayan dando a estos interrogantes, y en los hechos consecuentes, empezará a asomar la auténtica “reparación” que las comunidades originarias de este territorio del sur de América esperan. Hay mucho que hacer hoy mismo para que esta verdad salga a plena luz y se complete en todas sus aristas.
Se debate por ahí si la palabra «formosa» proviene o no del castellano «fermosa». Eso no lo sabemos, lo que sí sabemos es que sólo la más grandiosa, la más «fermosa» revolución socialista DEBE SER CAPAZ de vengar o “reparar” estos crímenes de lesa humanidad cometidos contra nosotros.
(diciembre 2006)
Alberto a. Arias
http://www.signosdeltopo.com.ar/genocidiopilaga.htm