LA ESENCIA REACCIONARIA DE LA TEORÍA REVISIONISTA SOVIÉTICA DE LA «ORIENTACIÓN SOCIALISTA»
Publicado en la revista “Albania Hoy”
Nro. 3 del año 1984
Páginas 58 a 64
En su importante obra «El Imperialismo y la Revolución», al desenmascarar la estrategia de los revisionistas y social imperialistas soviéticos como la estrategia de un estado saqueador que busca extender su hegemonía y dominación a escala mundial, el camarada Enver Hoxha subraya entre otras, que “la Unión Soviética revisionista intenta abrirse paso para realizar sus planes expansioncitas neocolonialistas, presentándose como aliado, amigo y defensor de los nuevos Estados nacionales de los países poco desarrollados.
Los revisionistas soviéticos preconizan que estos países, al ligarse a la Unión Soviética y a la llamada «comunidad socialista», presentada como la «principal fuerza motriz de la actual evolución mundial», pueden avanzar con éxito por el camino de la libertad y la independencia, e incluso del socialismo. A tal efecto han inventado asimismo las teorías de la «vía no capitalista de desarrollo», de la «orientación socialista», etc. (Enver Hoxha. El Imperialismo y la Revolución, ed. en español, pág. 39).
Son innumerables los hechos que arrojan luz sobre la esencia reaccionaría antimarxista, oportunista y contrarrevolucionaria de estas teorías, que reflejadas de manera sintética en los principales documentos del Partido revisionista de la Unión Soviética y de manera particular de su Congreso, ocupan un lugar especial entre las publicaciones filosóficas revisionistas y en la actual propaganda social imperialista soviética. Se trata de principio a fin de un cúmulo de tesis que tienden a perpetuar el régimen económico, social y político capitalista en una serie de países ex-coloniales y poco desarrollados, embelleciéndolos con el calificativo de «vía no capitalista de desarrollo», incluso de «orientación socialista», por la que supuestamente habrían penetrado y avanzan algunos de estos países y a la que tenderían a penetrar y avanzar otros. Estas teorías preconizan la conciliación de clases y la vía reformista de transición al socialismo, lo que sería factible -según ellas- dentro del marco del propio Estado capitalista, en el marco de las estructuras y de la superestructura existentes, sin necesidad de revolución, de destruir la vieja máquina del Estado burgués ni de instaurar la dictadura del proletariado. En lo que se refiere a las fuerzas motrices, niegan la misión histórica y el papel hegemónico del proletariado y de su partido marxista leninista, llegando al absurdo de conceder este papel a la burguesía y a sus partidos políticos. Simultáneamente, el apoyo de estos países en la experiencia y en la llamada «ayuda» de la Unión Soviética revisionista y social imperialista y de la «comunidad socialista», así como la supeditación de su política a la de la Unión Soviética, es considerada una necesidad y la piedra de toque que determina el que estos países hayan entrado o no en «la vía no capitalista de desarrollo» y de «orientación socialista».
APOLOGISTAS Y DEFENSORES DEL REGIMEN EXPLOTADOR
La teoría marxista-leninista argumenta y la práctica ha probado que las transformaciones revolucionarias socialistas en la base económica, es decir en las relaciones de producción, y en numerosos campos de la superestructura, comienzan a operarse únicamente con la instauración de la dictadura del proletariado. Esta, de manera consciente y organizada, bajo la dirección del auténtico partido marxista-leninista de la clase obrera y apoyada en las leyes objetivas del desarrollo social, aplica profundas y amplias medidas revolucionarías para la liquidación del viejo régimen económico-social opresor y explotador y para la construcción de la sociedad socialista sin clases explotadoras, como primera fase de la construcción de la sociedad sin clases, el comunismo.
En oposición a estas enseñanzas sobre la dictadura del proletariado, como primer e imprescindible acto de la revolución socialista, así como sobre su papel determinante para la realización de transformaciones socialistas en la base económica y en la superestructura, los revisionistas soviéticos, en sus teorías sobre la «vía no capitalista de desarrollo» y de «orientación socialista» hacen hincapié principalmente en las reformas económicas.
Con la pretensión de que supuestamente «la lucha de los pueblos por la verdadera liberación social pasa cada vez más por la esfera de la economía», los revisionistas soviéticos tratan de crear una idea de que para pasar al socialismo debemos comenzar no con la instauración de la dictadura del proletariado, sino con transformaciones en el terreno económico, que realizaría gradualmente el Estado existente, a través de una infinita serie de fases o etapas de transición. Este Estado, al que califican de democrático revolucionario y en el que el poder está supuestamente en manos del pueblo trabajador, estaría dispuesto y en condiciones de realizar, según ellos, profundas transformaciones en todos los terrenos de la vida y de crear las premisas imprescindibles para realizar también la «transición al socialismo».
El modo en que tratan el problema del Estado los revisionistas soviéticos es enteramente antimarxista y burgués, tanto en la teoría, como en política. Son numerosos los hechos que demuestran que, independientemente de ciertas reformas de carácter democrático general realizadas en los países ex-coloniales y en vías de desarrollo, en ellos predomina la propiedad privada sobre los medios de producción, tanto bajo la forma de propiedad de capitalistas particulares o de grupos de capitalistas, como bajo la forma del capitalismo monopolista de Estado. El poder político en estos países se halla en manos de las clases burguesas y feudales y en muchos de ellos incluso en las de las camarillas más reaccionarias, antes asociadas a los imperialistas, que oprimen y explotan al proletariado y a las masas trabajadoras. Las clases dominantes, en general, están estrechamente ligadas al imperialismo americano, al social imperialismo soviético o a otros imperialismos, cuyo capital, como evidencian los hechos, mantienen aún importantes posiciones en la economía de dichos países, y, de una u otra forma, se imponen incluso en su política. Es natural que este Estado y toda la superestructura erigida sobre la base económica y que es reflejo de ella, independientemente de los calificativos que puedan merecer, protegen la propiedad privada sobre los medios de producción, las relaciones económicas levantadas sobre aquéllas y está al completo servicio de las clases dominantes.
Es sabido que el Estado, mientras exista, tendrá siempre un acentuado carácter de clase. Naturalmente que entre los nuevos Estados nacionales de los países ex-coloniales y poco desarrollados existen algunos que son más progresistas y democráticos que los que han venido a sustituir de la época de la dominación colonial. Pero esto no significa que estos Estados se hayan convertido en Estados por encima de las clases o al margen de ellas. Ellos, como cualquier Estado, son Estados de una clase determinada y no en general del «pueblo trabajador», como pretenden los revisionistas soviéticos.
Los revisionistas soviéticos afirman que, en estos países simultáneamente a la realización de reformas en el terreno económico, habría cambiado también gradualmente el propio Estado y que, por tanto, se podría pasar de la dictadura democrático-revolucionaria a un Estado de tipo socialista mediante las reformas que deberían hacerse en el marco del régimen económico-social y político existente, como la creación de «nuevas instituciones democrático revolucionarias de poder», con la redacción de una «legislación que exprese los intereses de las masas», con el desarrollo de la lucha contra «el burocratismo en el aparato administrativo estatal» (Nauchniy komunizm, Nro. 3, 1980, Pág. 104), con el reforzamiento «gradual del aparato de Estado con cuadros autóctonos fieles al pueblo» (Informe ante el XXVI Congreso del PCUS, Pravda, 24 de febrero de 1981), mediante la profundización de la democratización del poder y del ejército (Voprosi fillozofi, Nro. 2, 1983, Pág. 79) Y otras. Sería, según ellos este Estado reformado el que permitirá, supuestamente de manera consciente, la transición al socialismo.
Puntos de vista semejantes al de los revisionistas soviéticos y pretensiones sobre la reforma del viejo Estado opresor y explotador, los predicaron ya en el pasado los Bernstein, los Kautsky, y demás oportunistas. Pero es sabido que Lenin, al desenmascararlos y demolerlos argumentó que las reformas que puedan hacerse al Estado opresor y explotador burgués no son de tal magnitud que expresen los intereses de las masas, sino que no afectan en absoluto la naturaleza de clase, el régimen económico-social y la dominación de las clases explotadoras. «Cambios» en el viejo aparato de Estado burgués se realizan continuamente, a fin de que el Estado se adecue mejor a las nuevas situaciones, sobre todo para hacer frente a los movimientos y luchas revolucionarias crecientes que desarrollan el proletariado y los pueblos contra sus opresores. Pero los «cambios» de esta naturaleza en el aparato de Estado no tienen por objetivo crear las premisas para llevar a los países ex-coloniales ni a los demás países capitalistas al socialismo, como pretenden los revisionistas soviéticos, sino que se realizan en función del continuo fortalecimiento de la dictadura burguesa o feudal-burguesa, para defender lo mejor posible los intereses y la posición de clase de las clases poseedoras de la sociedad.
Profundizando en sus prédicas antimarxistas sobre el Estado de «orientación socialista» de los países ex-coloniales, Estado que supuestamente estaría en condiciones de llevar a cabo profundas reformas económicas y de conducir gradualmente a estos países al socialismo, que estaría supuestamente en condiciones de reformarse y transformarse gradualmente en «Estado de tipo socialista», los revisionistas soviéticos llegan, por consiguiente, a otra conclusión político-teórica: dejan entrever que para pasar al socialismo en tales países no hace falta ni la revolución proletaria, ni la destrucción del viejo Estado burgués, sino que por el contrario sería, necesario conservar y fortalecer el Estado existente. Esta conclusión se halla en flagrante contradicción con lo argumentado por los clásicos del marxismo-leninismo y que ha probado plenamente la práctica revolucionaria, el que para pasar al socialismo es imprescindible la revolución y como su primer acto y victoria la destrucción completa y hasta los cimientos del viejo Estado opresor y explotador.
Engels ha dicho que el Estado burgués es una fuerza especial de represión del proletariado por la burguesía. Por eso, para pasar a la sociedad sin clases, es preciso que esta fuerza particular sea reemplazada por otra fuerza especial, por el Estado proletario, como arma con la que el proletariado y sus aliados aplastarán la resistencia de la burguesía y de las clases explotadoras. Pero esta substitución, ha argumentado posteriormente Lenin, no puede ser realizada con «arreglos» ni «reajustes» del viejo aparato de Estado. Esto es posible únicamente rompiendo y destruyendo este aparato desde los cimientos, lo que sólo es posible mediante la revolución proletaria violenta. «La dictadura del proletariado -ha explicado Stalin- no puede surgir como resultado del desarrollo pacífico de la sociedad burguesa ni de la democracia burguesa, sólo puede surgir como resultado de la demolición de la máquina del Estado burgués, del ejército burgués, del aparato burocrático burgués, de la policía burguesa». (J. Stalin, Obras, ed. albanesa, tomo 6, Pág. 119).
Atribuyendo arbitrariamente y con fines especulativos al Estado burgués de los países calificados de «orientación socialista» características socialistas, que ni tiene ni puede tener ni en la teoría ni en la practica, los revisionistas soviéticos le atribuyen al mismo tiempo actos supuestamente consecuentes y socialistas. Afirman que este Estado, después de «liquidar la pobreza» y «superar el atraso socio-económico» del país, adopta medidas y «pone conscientemente obstáculos para que el capitalismo no se desarrolle» (Voprosi fillozofíi, Nro. 10, 1978, Pág. 100) liquidando gradualmente las «posiciones de los monopolios imperialistas, de la burguesía y de los grandes feudales nativos», «limitando la actividad del capital extranjero» (Informe ante el XXVI Congreso del PCUS, Pravda, 24 de febrero de 1981) y creando y fortaleciendo el sector estatal de la economía. Según ellos, en los países de «orientación socialista» se sigue «la línea de creación planificada de los premisas materiales y técnicas de desarrollo socialista» (Voprosi fillozofíi, Nro. 3, 1983, Pág. 102).
Basta únicamente con analizar por poco que sea estas declaraciones oficiales de los políticos y de los teóricos revisionistas soviéticos para descubrir su posición antimarxista, antiproletaria, pro burguesa y reaccionaria.
En primer lugar, la creación del sector estatal de la economía en los nuevos Estados nacionales, que los revisionistas soviéticos consideran como el factor más importante para la «limitación consecuente» de las relaciones capitalistas y para el surgimiento de las relaciones socialistas de producción, tal como ha demostrado con innumerables hechos la práctica no aporta ni puede aportar ningún elemento de carácter socialista al terreno de las relaciones de producción. Engels ha subrayado que en los países capitalistas la transformación de la propiedad en propiedad del Estado no suprime el carácter capitalista de las fuerzas productivas ni las relaciones capitalistas, por el contrario, lejos de ser abolidas llegan al límite, a la cúspide. (Marx-Engels, Obras Escogidas, ed. albanesa, tomo II, Pág. 137-138, 1958). También Lenin desenmascaró a todos los oportunistas y revisionistas que para evitar la revolución, intentaban embellecer al capitalismo presentando al capitalismo monopolista de Estado como un régimen no capitalista. La creación del sector estatal por la vía de las nacionalizaciones en las condiciones en que la burguesía mantiene el poder político e impone su dictadura, representa una forma particular de la propiedad burguesa, un capitalismo colectivo. Este capitalismo estatal no cambia de ningún modo la naturaleza del régimen explotador existente, no suprime la explotación del hombre por el hombre, ni el paro forzoso ni la pobreza. La posición y la situación de los obreros en las empresas estatales capitalistas es semejante, que la de los obreros de las empresas privadas capitalistas. «El capitalismo de Estado, tal como ha probado una larguísima experiencia, -ha puntualizado el camarada Enver Hoxha- es mantenido e impulsado por la burguesía, no para crear las bases de la sociedad socialista, contrariamente a lo que sostienen los revisionistas, sino para reforzar las bases de la sociedad capitalista, de su Estado burgués, para explotar y oprimir aún más a los trabajadores» (Enver Hoxha. Eurocomunismo es anticomunismo ed. en español, Pág. 151).
En segundo lugar, los revisionistas soviéticos hablan de una supuesta liquidación de las «posiciones de los monopolios imperialistas, de la burguesía y de los grandes feudales nativos», pero no mencionan en absoluto ni a la burguesía media ni a la pequeña burguesía, sobre todo a la pequeña burguesía urbana. Hablan, al mismo tiempo, de la «limitación de la actividad del capital extranjero», pero no de su liquidación. Según parece, tanto la burguesía media, y la pequeña burguesía nacional, como el capital extranjero, aunque un tanto «limitado», estarían presentes en el futuro régimen «socialista». De este modo -siempre según los soviéticos- los países de «orientación socialista» pasarían gradualmente al «socialismo» junto con la propiedad capitalista de Estado, con la propiedad privada capitalista media y pequeña e incluso con el capitalismo extranjero, es decir, de hecho sin ninguna modificación radical en el terreno de las relaciones de propiedad, con todo capitalista y con nada socialista.
En tercer lugar, los revisionistas soviéticos pretendiendo que desde el triunfo de la revolución antiimperialista de liberación y la proclamación de la independencia nacional en los países ex-coloniales y hasta que se produzcan en ellos las premisas que den inicio a las transformaciones para pasar al socialismo, se precisa un período prolongado, niegan de hecho la necesidad de la revolución socialista y sus preparativos, dejando el socialismo para un futuro incierto y lejano. Afirman que el llamado curso consciente y gradual de la orientación socialista «determina el proceso de desarrollo no capitalista, como prolongación en el tiempo del proceso revolucionario». (Leninskaya Teoriya socialisticheskoy revoljucii i sovremyenost, Moskva 1980, Pág. 474) La prolongación en el tiempo de este proceso, según ellos, plantearía supuestamente la necesidad de que el «avance» se efectúe gradualmente, a través de numerosas etapas de transición que permitan evitar que se «fuercen artificialmente las transformaciones sociales» (Mezhdunarodnaya zhisny, Nro. 3, 1981, Pág. 39), Y esto hasta que alcancen un nivel que se acomode al socialismo y el proletariado crezca y se desarrolle al punto de constituir la mayoría de la población.
No es difícil comprender que estas concepciones son idénticas a la teoría oportunista de las «fuerzas productivas» de Kautsky y de otros oportunistas que en el pasado desenmascaró Lenin. Son semejantes a las teorizaciones y deformaciones antimarxistas de los revisionistas yugoslavos en lo referente a las etapas de la revolución, a los momentos y las vías de transición de una etapa a otra, que trataban de imponer a nuestro Partido a fin de que fueran aplicadas en Albania. Para no quemar las etapas de la revolución «aconsejaban» que no se hiciera de manera inmediata el paso de la primera etapa democrática a la segunda etapa socialista de la revolución; defendían la idea antimarxista, según al cual, puesto que éramos una democracia popular, la burguesía no debería ser tocada, ya que de lo contrario, según los títístas, se quemarían las etapas; proclamaban como camino de transición de la primera etapa de la revolución a la segunda la vía de las reformas y sacaban la conclusión de que la transición de una a otra etapa debe prolongarse en el tiempo. Es sabido como Lenin desenmascaró y refutó la teoría de las «fuerzas productivas» y como, al descubrir la ley objetiva del desarrollo económico y político desigual de los países capitalistas en la época del imperialismo, llegó a la conclusión y argumentó qué la revolución puede estallar y triunfar también en algunos países, e incluso en uno solo, allí donde el eslabón de la cadena imperialista sea más débil, independientemente de si este país no se halla entre los más desarrollados en lo que se refiere a las fuerzas productivas. El eslabón más débil de la cadena imperialista será el país donde se exacerben todas las contradicciones sociales y de clase y se cree una situación revolucionaria, allí donde el proletariado haya creado su propio partido marxista-leninista y esté preparado para las grandes batallas revolucionarias. Lenin argumentó asimismo que el triunfo de la revolución democrática de liberación puede y debe servir como etapa preliminar de transición al socialismo, porque en el imperialismo se crean condiciones tales que la revolución, teniendo a la cabeza al proletariado y a su partido marxista-leninista, puede desarrollarse de manera que pueda pasar lo más rápidamente posible de la etapa de la revolución democrático-burguesa a la etapa de la revolución socialista, instaurar la dictadura del proletariado y construir el socialismo y el comunismo.
Estas enseñanzas de Lenin las confirmó la práctica de la Revolución de Octubre en Rusia y la construcción del socialismo en la Unión Soviética en su época y en la de Stalin. Esto lo confirma asimismo la revolución y la construcción del socialismo en Albania. Es sabido que la Albania de antes de la liberación era un país relativamente atrasado desde el punto de vista económico-social y cultural. Era un país esencialmente agrario, con una industria casi inexistente y con un bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. La clase obrera era poco numerosa, dispersa, y no formada como proletariado industrial, aún no había alcanzado madurez organizativa ni política. Pero sin embargo este estado de cosas no impidió al Partido Comunista de Albania, organizar y llevar a la victoria la Lucha de Liberación Nacional, preparar las condiciones, organizar y dirigir, simultáneamente la lucha por la liberación nacional, la lucha por el progreso social, instaurando en primer lugar el poder popular, como dictadura de las fuerzas democrático-revolucionarias, pero que cumplía al mismo tiempo las funciones de dictadura del proletariado y que introdujo rápidamente al país por el camino de la construcción socialista.
LA NEGACION DEL PAPEL Y DE LA MISION HISTORICA DEL PROLETARIADO Y DE SU PARTIDO MARXISTA-LENINISTA
Marx y Lenin han afirmado que entre todas las clases que hoy se enfrentan a la burguesía, sólo el proletariado, en tanto que clase más progresista y consecuentemente revolucionaria, puede y debe desempeñar sin titubeos su papel hegemónico en todos los actuales procesos revolucionarios que contribuyen a la destrucción del viejo régimen de opresión y explotación y a la transición de la sociedad al socialismo.
Los revisionistas soviéticos, en oposición al marxismo-leninismo y a la experiencia del desarrollo práctico de la revolución, por un lado tergiversan la realidad pretendiendo que en muchos países que acaban de proclamar la independencia nacional aún «no se ha creado la clase obrera nacional» (Voprosi fillosofi, Nro3, 1983, Pág. 94), lo que no es en absoluto verdad, mientras por otro, especulando con el hecho de que en muchos otros países como estos existe un proletariado poco numeroso y no organizado, extraen la conclusión antileninista de que el proletariado no puede «asumir la misión hegemónica en la revolución democrático nacional» (Mezhdunarodnova zhizny, Nro. 3, 1981, Pág. 39) Al mismo tiempo tratan de «probar» que la preparación de las premisas y la «transición gradual al socialismo» de los países, calificados de «orientación socialista» será obra no del proletariado y bajo su dirección, sino de aquellas fuerzas (frentes) que dirigieron la lucha por la liberación y la independencia nacionales, o de aquellas fuerzas que actualmente se encuentran en el poder, sin que sea necesario un nuevo alineamiento de las fuerzas de clase y sin dirigir el rigor del combate y los golpes revolucionarios contra la burguesía, porque, según los revisionistas soviéticos, una parte considerable de la burguesía de estos países habría asumido tendencias socialistas, habría abrazado la «vía del desarrollo socialista» y tendría la posibilidad de desempeñar también el papel dirigente en este importante proceso de desarrollo y progreso. A la par, los revisionistas soviéticos hacen hincapié en su propaganda de que la llamada «orientación socialista» no puede realizarse sin la «ayuda» ni la «experiencia» del social imperialismo soviético. Afirman que la «orientación socialista» sólo es real en aquellos países «que aceptan y aprovechan la ayuda y la experiencia de los «Países socialistas» (léase: de los países revisionistas (Voprosi fillozofií, Nro. 10, 1981, Pág. 100) De donde resulta que si no reciben esta «ayuda» y esta «experiencia» los países no podrían marchar hacia el «socialismo». Así pues, la primera condición fundamental para que los países vayan al socialismo, según los revisionistas soviéticos, sería el factor externo.
También en estas prédicas relacionadas con una de las cuestiones más cardinales de la estrategia y de la táctica, de la teoría y de la práctica de la revolución, como es la de las fuerzas motrices de la revolución, de su situación, alineamiento y de su papel en ella, se descubren abiertamente las posiciones antimarxistas y neocolonialistas, enmascarando con palabrería pseudo marxista una nueva campaña «civilizatoria» sobre los pueblos subdesarrollados como hacían los colonialistas de antaño y el imperialismo occidental hoy.
El marxismo-leninismo nos enseña y la práctica ha confirmado plenamente que la burguesía, al estar relacionada con la explotación capitalista y siendo la protagonista de esta explotación, no sólo no puede tener ni tiene tendencia socialista alguna, por lo que no puede ser tratada como fuerza motriz del proceso de transición al socialismo y mucho menos como fuerza dirigente de este proceso, sino que además, objetivamente se alinea al frente de los enemigos de la revolución y del socialismo, inclusive a lo largo del desarrollo de la revolución de liberación, democrática y antiimperialista, debido a sus propias posiciones económicas y de clase. Se caracteriza por sus vacilaciones y sus compromisos con el imperialismo y la reacción interna, y por lo tanto no está en condiciones de llevarla hasta el fin. Tampoco pueden jugar el papel dirigente de la revolución las capas de la pequeña burguesía, puesto que tienen exigencias limitadas, individualistas, están bajo la influencia de la ideología anticientífica y dan bandazos ora a la «derecha», ora a la «izquierda», deslizándose hacia el oportunismo y el aventurerismo. Tampoco las capas de la intelectualidad pueden ser una fuerza independiente, porque proceden de diversas clases, por naturaleza son vacilantes políticas e ideológicamente y tampoco pueden desempeñar un papel dirigente en la revolución.
El papel hegemónico del proletariado en la revolución es insustituible, porque de todas las clases, capas y grupos sociales, en el capitalismo, es la, clase más progresista y consecuentemente revolucionaria. Y lo es porque no dispone de nada, excepto de su fuerza de trabajo, que para no morir de hambre se ve obligada a venderla a los patrones capitalistas, dueños de los medios de producción, siendo salvajemente explotada. La clase obrera realiza la producción material, soporta el peso de la existencia y del desarrollo social, pero sin embargo no goza de los frutos de su trabajo. De este modo, su situación material, política y la posición que ocupa en la sociedad burguesa la obligan a organizarse y a lanzarse a la resuelta lucha revolucionaría para destruir el viejo régimen y construir la sociedad socialista, El proletariado trabaja y está ligado al sector más avanzado de la economía, a la gran producción industrial y al estar concentrado por centenares y decenas de miles de personas, se convierte no sólo en la clase más progresista que aspira y lucha por establecer el modo más avanzado de producción, el modo socialista, sino que dispone de grandes posibilidades y de mejor organización para emprender acciones revolucionarias. La conciencia para organizarse y realizar tales acciones se la da su teoría científica, el marxismo-leninismo que le aclara las condiciones de la lucha y de la victoria. Crea asimismo su estado mayor dirigente, su partido combativo marxista-leninista, que le inspira le organiza y le dirige en la realización de su gran misión histórica.
Debido a todas estas circunstancias tomadas en su conjunto, es al proletariado al que le corresponde desempeñar su papel hegemónico en la revolución, y no sólo en la etapa socialista, donde es indiscutible, sino también en la democrática de liberación. Lenin, refiriéndose a la revolución democrático-burguesa de Rusia de 1905-1907 subrayaba que sobre la base del contenido burgués de esta revolución no se puede extraer «la conclusión trivial de que la burguesía es el motor de la revolución» y que «no es posible que la revolución la dirija el proletariado» (V. I. Lenin. Obras Escogidas, ed. albanesa, tomo I, Págs. 692-693, Tirana, 1973). Demostró que el proletariado tiene la posibilidad y debe ser hegemónico en la revolución democrático popular, de carácter general antiimperialista y antifeudal, porque más que cualquier otra fuerza social está interesado y es capaz de llevarla hasta sus últimas consecuencias, a su triunfo definitivo y de crear las posibilidades para su transformación interrumpida y en un tiempo relativamente breve en revolución socialista. La fuerza y las posibilidades del proletariado para desempeñar su papel hegemónico y dirigente en la revolución y para cumplir su misión histórica no depende de su número. El camarada Enver Hoxha ha subrayado que «El papel dirigente de la clase obrera lo desempeña a través de su Partido, que, tal como demuestra también el ejemplo de nuestro país, puede ser creado y encabezar la lucha revolucionaria incluso siendo la clase obrera poco numerosa y no estando organizada» (Enver Hoxha. Cuestiones de la revolución y de la construcción socialista, ed. albanesa, tomo III, Pág. 22, Tirana, 1979).
La dirección exclusiva e incompartible del partido marxista-leninista en la dura lucha de clases contra la burguesía y la reacción, el la lucha de liberación nacional, en la revolución y en la construcción del socialismo, es una necesidad objetiva, de la que no puede ser excluido ningún país, desarrollado o no desde el punto de vista económico y cultural. Esta exigencia adquiere una importancia particular en nuestros días, cuando en diversos países del mundo han aparecido y aparecen situaciones revolucionarias. El partido marxista-leninista debe necesariamente hacer consciente al proletariado de su misión histórica, aclararle los objetivos de la lucha, así como las vías para su consecución. La revolución y la construcción del socialismo son procesos conscientes, que se realizan sobre la base de la ideología científica marxista-leninista, y es el partido proletario el que porta, elabora y transmite esta ideología a la clase obrera y a las masas trabajadoras. En la dura lucha de clases y en la revolución, el proletariado se enfrenta a numerosos y poderosos enemigos, a la burguesía y a las clases explotadoras, a la reacción y a los oportunistas y revisionistas, que están organizados en Estado y en partidos y que tienen experiencia de dominación y de represión de los movimientos revolucionarios. El proletariado no puede oponérseles, vencerlos y salir victorioso sobre ellos sino actúa como una clase compacta, con su propio partido, en sólida unidad de pensamiento y acción. La lucha del proletariado contra sus enemigos es compleja y multilateral. En esta lucha contrae alianzas con otras fuerzas sociales y arrastra tras de sí a éstas. Pero para el éxito de la revolución es necesario que todos los hilos del movimiento revolucionario se concentren en un único e incompartible centro dirigente, orientador y coordinador. Este único centro y fuerza lo es únicamente el partido marxista-leninista de la clase obrera, porque como ha señalado Stalin, sólo él es el destacamento de vanguardia y organizado de la clase obrera, la más alta forma de organización de clase del proletariado y arma en manos de la clase obrera para la instauración de la dictadura del proletariado, para su continua consolidación y perfeccionamiento, es una unidad de voluntades incompatibles con la existencia de fracciones y que se fortalece depurándose de los elementos oportunistas, revisionistas y desviacionistas.
Los revisionistas soviéticos, a fin de sabotear la organización y el desarrollo revolucionario, niegan la dirección del partido marxista-leninista de la clase obrera y atribuyen este papel a las fuerzas políticas no proletarias, como los partidos de la burguesía nacional o de la pequeña burguesía, que actualmente están en el poder en los países que denominan de «orientación socialista». Con su sofística habitual pseudo marxista, considerando éstos como «partidos de vanguardia de nuevo tipo, partidos de plataforma marxista-leninista» (Leninskaya teoriya socialisticheskoy revolucii i sovremyenost, Pág. 476, Moskva 1980), como «vanguardia marxista leninista» (Mezhdunarodnaya zhizny, Nro. 3, 1981, Pág. 3'7) como partidos del «socialismo científico» (Vaprosí tiüosofí, Nro. 2, 1983, Pág. 73) Y «que expresan los intereses de las amplias masas trabajadoras» (Vaprosí fillosofí, Nro. 4, 1981, Pág. 116), colocan a estos partidos no sólo a la cabeza de la revolución democrática, sino que les encomiendan además la misión de conducir estas revoluciones hasta el fin, a la llamada transición gradual al socialismo.
¿Pero son realmente estos partidos marxista-leninistas y expresan los intereses de las amplias masas trabajadoras? Ni lo son, ni podrían serlo. Es sabido que los partidos expresan y defienden los intereses de determinadas clases y que son creados para dirigir su lucha. Son uniones conscientes de los hombres más leales de estas clases. No puede haber partidos políticos que se hallen al margen y por encima de las clases. Es imposible asimismo que un partido de una clase determinada represente al mismo tiempo los intereses de la clase adversaria.
Entonces ¿cómo es posible que los partidos políticos de la burguesía nacional, que detentan el poder en una serie de nuevos Estados nacionales, estén al mismo tiempo «a la vanguardia de los trabajadores» y representen los «intereses de las amplias masas trabajadoras»? ¿Cómo es posible, pues, que organizaciones o partidos políticos que representan a fuerzas sociales no proletarias, como la burguesía nacional o la pequeña burguesía, estén pertrechados con las «ideas del socialismo científico», tengan una «plataforma marxista-leninista»? Se trata de tentativas inútiles de los revisionistas soviéticos para ocultar la procedencia de clase de los partidos en el poder en los países llamados de «orientación socialista». Lenin ha puesto en claro que los partidos políticos no deben ser juzgados por los nombres o las etiquetas que lleven, sino por las obras, por los intereses de clase que representan o defienden.
Además, algunos partidos políticos de «orientación socialista» se han formado como resultado de la reorganización interna de los frentes antiimperialistas, otros sobre la base de la colaboración y los acuerdos entre los demócratas revolucionarios y los llamados comunistas, es decir que estos partidos se han formado como resultado de la transformación de los frentes antiimperialistas en partidos, o como resultado de la coalición de diversas corrientes. Es evidente, según esto, que ninguno de ellos se ha formado, constituido ni funciona sobre bases ideológicas y organizativas marxista-leninsitas. Estos partidos como antes el frente antiimperialista, están integrados por individuos de diversas ideologías y que representan fuerzas políticas y sociales distintas.
El partido político no puede nacer en un comienzo como partido no proletarioa y después transformarse en partido marxista-leninista. Lenin ha explicado, y la experiencia demuestra que el auténtico partido proletario se crea desde un comienzo como tal. Si no se crea en un principio como verdadero partido marxista-leninista y si no se mantiene consecuentemente en las posiciones del marxismo-leninismo, no puede ser el partido de la clase obrera. En realidad, los partidos políticos que están en el poder en los países calificados de «orientación socialista» representan a otras clases y capas sociales pero no al proletariado y como tales no son marxista-leninistas.
SUBESTIMACION DE LOS FACTORES INTERNOS Y SOBREESTIMACION
DE LOS FACTORES EXTERNOS
Los revisionistas soviéticos, con la pretensión de que la «orientación socialista» es factible únicamente con la «ayuda» de la Unión Soviética, pretenden afirmar que el papel decisivo en los procesos de transición al socialismo lo desempeña el factor externo. Es este un punto de vista idealista y subjetivo que confiere un carácter absoluto a los factores externos y subestima el papel de los factores objetivos internos en la revolución y en la construcción del socialismo, Pero Marx y Lenin han demostrado que lo determinante y esencial para el triunfo de la revolución y la construcción del socialismo son siempre los factores internos, porque la causa del propio movimiento y desarrollo de las cosas y de los fenómenos sociales son las contradicciones internas. Estas desempeñan el papel determinante y decisivo en los procesos de desarrollo. La correcta solución de los problemas del desarrollo social es resultado de la acción de los factores internos sociales progresivos, de la lucha revolucionaria y de la actividad creadora de la clase obrera y de las masas trabajadoras de cada país. Indudablemente, en este sentido, desempeñan un papel también los factores externos progresivos. Pero este papel no es ni puede ser determinante ni principal. Los factores externos, como regla, juegan un papel auxiliar y favorecedor o no y pueden influir, pero no directamente, sino únicamente a través de los factores internos. Por eso por más propicias que sean las condiciones internacionales y por grande que sea la ayuda de las fuerzas verdaderamente revolucionarias de los demás países, en el caso de que no hayan madurado las condiciones internas objetivas, si faltan o no están preparadas las fuerzas revolucionarias internas debidamente y en la medida necesaria no podrán realizarse las tareas que plantea el desarrollo social. Por otro lado, incluso en una situación internacional compleja, si en cada país se crean las condiciones objetivas y se preparan y actúan debidamente los factores subjetivos revolucionarios, apoyándose sólidamente en las propias fuerzas, se pueden y se deben alcanzar resultados positivos en la realización de las tareas del desarrollo objetivo de la sociedad.
En la actualidad es claro que el socialismo en la Unión Soviética y en los demás países del llamado campo socialista ha degenerado por completo. En ellos ha resurgido en todas las direcciones y terrenos el régimen capitalista. El que los revisionistas soviéticos presenten la «ayuda» soviética como el principal factor de la llamada «orientación socialista» tiene por objeto respaldar a la burguesía, desmovilizar y apartar al proletariado de la lucha de clases y de la revolución, abrir el camino a sus intervenciones y a su actividad hegemonista y neocolonialista, incluso a la intervención armada cuando lo requiere su propio interés, tal como ocurrió en Afganistán, Angola y otros países.
Los revisionistas soviéticos abundan tanto en su «ayuda» a los países atrasados que excede las más elementales normas de modestia. En su literatura, y no se trata sólo de unos cuantos artículos, sino de toda una serie de libros, se habla ampliamente de los intercambios comerciales, de los créditos otorgados, de los estudiantes de dichos países que han cursado estudios en la Unión Soviética. Esto, se hace naturalmente para presentar la Unión Soviética como amiga y aliada de los países atrasados, como país que sigue supuestamente una política Internacionalista, a fin de atraer también a otros a su órbita.
De hecho, las denominadas «ayudas» y créditos que otorga la Unión Soviética a algunos de estos países ex coloniales son una forma de exportación de capitales, que les asegura grandes ventajas económicas y políticas, además de servir a fines propagandísticos, Mediante estas «ayudas» y créditos, y por otras vías, los neocolonialistas soviéticos se esfuerzan por suplantar en esos países a los monopolios de otros Estados imperialistas, apoderarse de los mercados y ocupar posiciones estratégicas, expoliar las riquezas de estos países e imponerles su política. Los hegemonistas soviéticos no escatiman los elogios más desenfrenados a los gobernantes de los nuevos Estados nacionales que de una u otra forma están atados al carro de la política de la Unión Soviética. Llegan al extremo de considerar a estos gobernantes corno «revolucionarios destacados» que «se esfuerzan por asimilar la teoría del socialismo científico» ¡Como si la revolución pasara por enseñar el marxismo leninismo a su líder!; y que sus países «pueden integrarse en el sistema socialista mundial» (Vaprosi fillosoti, Nro. 2, 1983, Pág. 73).
La vida se ha encargado de probar que las presiones, la corrupción, las intervenciones y otras actividades del mismo estilo, a las que recurren los social imperialistas soviéticos tienen por objetivo realizar sus fines neocolonialistas, hegernonistas y contrarrevolucionarios, en cualquier parte y en los países de pretendida «orientación socialista». Tratan de pasar por amigos y aliados de los pueblos, pero fraguan continuos complots a espaldas suyas. Cuando estos complots de los social imperialistas soviéticos son descubiertos y desenmascarados y no se acepta su tutela, como ha ocurrido en algunos países africanos, acusan a estos países de desviarse del camino de la «orientación socialista» y a sus dirigentes de tomar decisiones apresuradas, de carácter subjetivo. Este hecho evidencia que tanto la teoría de la «vía no capitalista de desarrollo» como la de «orientación socialista» han sido inventadas y son propagadas por los revisionistas soviéticos en función de sus fines neocolonialistas y hegemonistas.
Nesti Karaguni
Profeso de filosofía de la Universidad de Tirana “Enver Hoxha”