[...]
34
El cristiano y el anarquista. Cuando el anarquista, como portavoz de las capas
sociales decadentes, reclama con hermosa indignación «derechos», «justicia» e
«igualdad de derechos», habla sólo bajo el peso de su propia incultura que le impide
saber por qué sufre realmente, de qué es pobre: es decir, de vida. Su instinto dominante
es el de causalidad: alguien tiene que tener la culpa de que él esté tan mal... Por otra
parte, su «hermosa indignación» le hace bien por sí sola; cualquier pobre diablo siente
placer injuriando, porque esto le produce una pequeña borrachera de poder.
La simple queja, el mero hecho de quejarse, puede darle un encanto a la vida y hacerla soportable.
En toda queja hay una pequeña dosis de venganza: a quienes son de otro modo se les
reprocha, como una injusticia, como un privilegio ilegítimo, el malestar e incluso la
mala condición de quien se lamenta. «Si yo pertenezco a la canalla y soy un canalla, tú
deberías pertenecer a ella y serlo también»: con esta lógica se hace la revolución.
El quejarse no sirve absolutamente para nada: es algo que procede de la
debilidad. No hay una gran diferencia entre atribuir nuestro malestar a otros como hace
el socialista, o atribuírnoslo a nosotros mismos, como hace el cristiano. Lo que en
ambos hay de común —y habría que añadir de indigno— es que alguien debe ser
culpable de que se sufra; con pocas palabras, el que sufre se receta, como medio de
combatir su dolor, la miel de la venganza. Los objetos de esa necesidad de venganza,
que es una necesidad de placer, son causas ocasionales: el que sufre encuentra por todas
partes causas para saciar su pequeña venganza. Si es cristiano, digámoslo otra vez, las
encuentra dentro de él... Tanto el cristiano como el anarquista son decadentes.
Pero incluso cuando el cristiano condena, calumnia y ensucia el «mundo», lo
hace movido por el mismo instinto que impulsa al obrero socialista a condenar,
calumniar y ensuciar la sociedad. El propio «juicio final» es, igualmente, el dulce
consuelo de la venganza, la revolución que también espera el obrero socialista, sólo que
concebida como algo más lejano. El propio «más allá»... ¿para qué serviría ese más allá
si no fuera para ensuciar el más acá?...
[...]
"El Ocaso de los Ídolos" Friedrich Nietzsche