"Extracto de Defensa de Tesis en Amiens***", de Louis Althusser
Se presenta el texto en el blog Marx desde cero: extracto de la Defensa de tesis en Amiens de esta filósofo marxista recientemente fallecido [N. de C.: 1990]. Pura polémica… Creativa. Posiblemente son algunas de las páginas más duras de la Defensa de tesis, dentro de lo que es un notorio resumen de las posiciones de Althusser en Filosofía. Leed el texto (escrito por Althusser el filósofo, el comunista) y olvidaos del pobre hombre Althusser, por favor; nos interesa la teoría, no el cotilleo.
***Presentación de Montesquieu, la politique el L'histoire, de los Manifestes phiosophiques de Fueurbach, de Pour Marx y Lire le Capital ante un jurado de la Universidad de Picardía en junio de 1975. La Pensée No. 183 (octubre de 1975).
versión castellana de Marcelo Pasternac - publicado en el Foro en dos mensajes
En todo este asunto me apoyé tan cercanamente como era posible sobre la Introducción de Marx de 1857, y, si bien extraje de ella algunos efectos de provocación teórica necesarios, creo que le permanecí fiel.
Me inspiré directamente de la letra misma de Marx, quien emplea varias veces el concepto de producción* de los conocimientos, para adelantar mi tesis central: la idea del conocimiento como producción. Tenía yo evidentemente también en mente el eco de la “producción” spinozista y obtenía ventajas del doble sentido de una palabra que aludía a la vez al trabajo, a la práctica y a la exhibición de lo verdadero. Pero en lo esencial y para provocar al lector, me mantuve lo más cercano, diría que mecánicamente, del concepto marxista de producción que, a la letra, sugiere un proceso y el trabajo de instrumentos sobre una materia prima. Entré incluso en una puja sobre el tema de la generalidad en Marx al exponer un concepto general de “la práctica” que reproducía el concepto de proceso de trabajo de El Capital y, volviendo a la práctica teórica, utilicé y, sin duda forcé un poco el texto de Marx para llegar a la distinción de las tres generalidades, jugando la primera el papel de la materia prima teórica, la segunda el del instrumental de trabajo teórico y la tercera del concepto concreto (concreto-de-pensamiento) o conocimiento. Confieso que Spinoza se encontraba de este modo implicado en este asunto, a causa de sus “tres géneros” y por el papel central del segundo: las abstracciones científicas. Lo que más me interesaba en el texto de Marx era la doble oposición radical de Marx al empirismo y a Hegel. Contra el empirismo Marx sostenía que el conocimiento no va de lo concreto a lo abstracto sino de lo abstracto a lo concreto y todo esto ocurre —y cito— en el pensamiento mientras que el objeto real, que da lugar a todo este proceso existe fuera del pensamiento. Contra Hegel, Marx sostenía que este proceso de lo abstracto a lo concreto no era producción de lo real sino sólo de su conocimiento. Y en toda esta exposición lo que me fascinaba era que comenzaba por lo abstracto. Ahora bien como Marx escribía: “El conocimiento es… un producto del pensar, del concebir… es un producto de la elaboración (ein produkt der Verar beitung) de conceptos a partir de la intuición y de la representación”, y como por otra parte él había escrito “Me parece que el buen método es comenzar por lo real y lo concreto... por ejemplo en economía política por la población… Sin embargo viendo de más cerca, se percibe que eso es un error. La población es una abstracción”. Yo concluí de ello que la intuición y la representación eran tratadas por Marx como abstracciones. Y di a esta abstracción el estatuto de lo concreto o de lo vivido que se encuentra en el primer género de conocimiento spinozista, es decir según mi lenguaje, el estatuto de lo ideológico. Por supuesto no he dicho que las Generalidades II, trabajando sobré las Generalidades I, sólo trabajasen sobre lo ideológico puesto que ellas podían trabajar también sobre abstracciones ya elaboradas científicamente o sobre las dos. Pero quedaba, con todo, ese caso límite de una materia prima puramente ideológica cuya hipótesis me permitió establecer la pareja ciencia-ideología y el corte epistemológico que Spinoza designaba entre el primer género y el segundo, mucho antes que Bachelard, y obtener de ello cierto número de efectos ideológicos que, como lo indiqué en mis Elementos de Autocrítica, no estaban exentos de un cierto teoricismo.
Pero naturalmente, teniendo, como dice más o menos Rousseau, “la debilidad de creer en la fuerza de las consecuencias” no me quedé allí y, tomando siempre apoyo sobre el texto de Marx, extraje de él una distinción importante: aquella de el objeto real y del objeto de conocimiento. Esta distinción está inscrita en las frases mismas en que Marx trata del proceso del conocimiento. Como materialista, él sostiene que el conocimiento es el conocimiento de un objeto real (Marx dice: sujeto real) que —cito— “Antes así como después subsiste en su independencia fuera del espíritu”. Y más abajo, a. propósito de la sociedad que se estudia inscribe —cito— “que ella permanece constantemente en el espíritu como presuposición”. Marx plantea entonces, como presuposición de todo proceso de conocimiento de un objeto real, la existencia de ese objeto real, fuera del pensamiento. Pero esta exterioridad del objeto real es afirmada al mismo tiempo que se afirma el carácter propio del proceso de conocimiento que produce, por un trabajo de elaboración, conceptos a partir de la intuición y de la representación. Y al fin del proceso, el concreto-de-pensamiento, la totalidad-de-pensamiento, que es su resultado, se presenta como el pensamiento del concreto-real, del objeto real. La distinción entre el objeto real y el proceso de conocimiento es incuestionable en el texto de Marx, así como es incuestionable la mención del trabajo de elaboración, y la diversidad de sus momentos, como es incuestionable la distinción del concreto-de-pensamiento y del objeto real cuyo conocimiento él da.
He extraído de ello argumentos, no para fabricar una “teoría del conocimiento” sino para hacer mover algo en las evidencias ciegas con las que cierta filosofía marxista cree demasiado a menudo protegerse de sus adversarios. He sugerido que, si todo conocimiento, cuando es adquirido, es en efecto el conocimiento de un objeto real que permanece antes así como después independiente del espíritu, no era posiblemente inútil interrogarse sobre el intervalo que separa este “antes” de este “después” que es el proceso del conocimiento mismo, y reconocer que ese proceso, definido por el “trabajo de elaboración” de formas sucesivas, se inscribía justamente, desde su comienzo hasta su término, en una transformación que no se hace sobre el objeto real (1) sino sobre sus lugartenientes, sobre las intuiciones y representaciones iniciales, luego sobre los conceptos ulteriores. De allí mi tesis: si el proceso de conocimiento no transforma el objeto real sino solamente su intuición en conceptos y luego en concreto-de-pensamiento y si todo ese proceso ocurre, como lo repite Marx, “en el pensamiento” y no en el objeto real, es entonces que con ocasión del objeto real, y para conocerlo, el “pensamiento” trabaja sobre otra “materia” distinta del objeto real: trabaja sobre las formas transitorias que lo designan en el proceso de transformación, para producir finalmente, su concepto, el concreto-de-pensamiento. He designado el conjunto de esas formas, incluida la última, producidas por ese trabajo, con la categoría de objeto de conocimiento. En el movimiento que hace pasar el pensamiento de la intuición y la representación espontáneas al concepto del objeto real, cada forma apunta efectivamente al objeto real, pero sin confundirse con él, así como al fin el concreto-de-pensamiento no se confunde, como quería Hegel quien es cuestionado por Marx por esta razón, con el concreto real. Era volver a encontrar una vez más, evidentemente, a Spinoza, cuyas palabras azotan la memoria: la idea de círculo no es un círculo, el concepto de perro no ladra, en pocas palabras no hay que confundir lo real y su concepto.
Por supuesto que si esta distinción necesaria no es sólidamente apuntalada puede conducir al nominalismo e incluso al idealismo. Se estima generalmente que Spinoza cedió al nominalismo. En todo caso él tomó disposiciones para cuidarse del idealismo con su teoría de una substancia con atributos y por el paralelismo de los dos atributos extensión y pensamiento.
Marx se cuidó de ello de otro modo y con más seguridad por la tesis de la primacía del objeto real sobre el objeto de conocimiento y por la primacía de esta primera tesis sobre la segunda: la distinción entre el objeto real y el objeto de conocimiento. Permanecemos con ello en ese mínimo de generalidad es decir, en la ocasión, de tesis materialistas que, demarcándose del idealismo, abren un espacio libre a la investigación de los procesos concretos de la producción de los conocimientos. Y finalmente, para quien quiera hacer la comparación, esta tesis de la distinción entre el objeto real y el objeto de conocimiento “funciona”, salvo pocas cosas, como la distinción de Lenin entre verdad absoluta y verdad relativa, y con fines muy cercanos.
Lenin escribía: “Esta distinción entre la verdad absoluta y la verdad relativa, dirán ustedes, es vaga. Yo les responderé: es justamente bastante “vaga” para impedir a la ciencia el volverse un dogma en el peor sentido de esa palabra, cosa muerta, fijada, osificada; pero es bastante precisa para trazar entre nosotros y el fideísmo, el agnosticismo, el idealismo filosófico, la sofística de los adeptos de Hume y de Kant una línea de demarcación decisiva e imborrable”. Lo que en claro, quiere decir: nuestra tesis es bastante precisa para no caer en el idealismo, bastante precisa para demarcarse del idealismo, pero bastante “vaga” es decir bastante justa en su generalidad, para defender la libertad viviente de la ciencia contra su entierro en sus resultados.
Eso está guardando las proporciones, en mi tesis sobre la diferencia entre el objeto real y el objeto de conocimiento. Lo que en ella estaba en juego no era desdeñable. Se trataba de impedir que se considerase la ciencia producida por Marx como un dogma en el peor sentido de la palabra. Se trataba de volver viviente el prodigioso trabajo de crítica y de elaboración efectuado por Marx sin el cual él no hubiese podido —hablo aquí su lenguaje que sigue siendo clásico— descubrir bajo la apariencia de las cosas, y en sus antípodas, la esencia desconocible de “sus relaciones íntimas”. Se trataba de hacer comprender y sentir qué ruptura inaudita debió efectuar Marx con esas apariencias recibidas, es decir con las evidencias masivas de la ideología burguesa dominante. Y, puesto que nosotros mismos estábamos puestos en cuestión, se trataba de volvernos vivientes y activa esta verdad, que nosotros teníamos que romper con otras evidencias, a veces recubiertas con el vocabulario mismo de Marx, que la ideología dominante o las desviaciones del movimiento obrero había podido apartar de su sentido. Se trataba de recordar que si, como dice Lenin, “el alma viviente del marxismo es el análisis concreto de una situación concreta”, el conocimiento del concreto no está en el comienzo sino al fin del análisis, y el análisis sólo es posible sobre la base de los conceptos de Marx, y no de las evidencias inmediatas de lo concreto, de las que no podemos prescindir, pero que no llevan su conocimiento a la vista.
Se trataba, en fin, y ésta no es la menor apuesta, de recordar, con Marx, que el conocimiento de lo real “cambia” algo en lo real, puesto que le agrega justamente su conocimiento, pero que todo ocurre como si esta adición se anulase por sí misma en su resultado. Como su conocimiento pertenece por adelantado a lo real, pues sólo es su conocimiento no le agrega algo sino con la condición paradójica de no agregarle nada (2), una vez producido vuelve a él con pleno derecho y desaparece en él. El proceso del conocimiento agrega a cada paso a lo real su propio conocimiento, pero a cada paso lo real lo embolsa porque es el suyo, La distinción entre objeto de conocimiento y objeto real presenta así esta paradoja: sólo es planteada para ser anulada. Pero ella no es nula pues para ser anulada debe ser constantemente planteada. Es normal: es el ciclo infinito de todo conocimiento que sólo agrega a lo real su conocimiento para dárselo, y este ciclo es ciclo y por lo tanto viviente sólo si se reproduce, porque solamente la producción de nuevos conocimientos mantiene los antiguos con vida. Las cosas ocurren poco más o menos como en Marx quien dice: es necesario que el trabajo viviente “agregue un valor nuevo a las materias” para que el valor del “trabajo muerto” contenido en los medios de producción, sea conservado y transmitido al producto —cito—“es por la simple adición de un nuevo valor como él mantiene el antiguo” (El Capital, Editions Sociales, t. 1. p. 199.
¿Qué está en juego en estas tesis? Tomemos la ciencia marxista y supongamos que las condiciones políticas sean tales que no se trabaje más en ellas, que no se les agregue más nuevo conocimiento. Entonces los conocimientos antiguos que lo real ha embolsado están allí, en él, bajo la forma de evidencias enormes y muertas, como máquinas sin trabajadores, incluso no como máquinas sino como cosas.
No estamos más seguros, entonces, de poder “impedir”, como dice Lenin, que la ciencia se vuelva un dogma, en el peor sentido de esa palabra, “cosa muerta, fijada, osificada”. Forma ésta de decir que el marxismo mismo corre el riesgo de repetir verdades que no son más que el nombre de las cosas cuando el mundo exige nuestros conocimientos sobre el imperialismo y sobre el Estado y sobre las ideologías y sobre el socialismo y sobre el movimiento obrero mismo. Manera de recordar la asombrosa frase de Lenin: Marx no ha hecho sino colocar las piedras angulares de una teoría que nosotros debemos, a todo precio, desarrollar en todos los sentidos. Manera de decir: la teoría marxista puede colocarse en retraso con la historia y en retraso consigo mismo si en alguna ocasión cree que ha llegado.
MARX Y EL HUMANISMO TEÓRICO
Un último atajo, muy breve, para poner a prueba otra tesis provocadora: la del antihumanismo teórico de Marx. Aunque fuese sólo por el placer del concierto de fanfarrias ideológicas con el que he sido pagado, diría que si yo no hubiese sostenido esta tesis, hubiera debido inventarla.
Es una tesis seria, con la condición de leerla con seriedad, y ante todo, de tener en cuenta seriamente una de las dos palabras que comporta, que no es al fin de cuentas el diablo: la palabra teórico. He dicho, he repetido que el concepto o la categoría de hombre no juega en Marx un papel teórico. Pero es necesario creer que la palabra teórico no quería decir nada para aquellos que no querían oírla.
Intentemos oírla.
Y para esto, primero, unas palabras sobre Feuerbach del que he traducido algunos textos. Nadie cuestionaría que la filosofía de Fueurbach sea abiertamente humanista teórica. Feuerbach dice: toda filosofía nueva se anuncia por una palabra nueva. La filosofía de los tiempos modernos, mi filosofía, se anuncia por la palabra hombre. De hecho el hombre, la esencia humana, es el principio central de toda la filosofía de Feuerbach. No es que Feuerbach se desinterese de la naturaleza puesto que habla del sol, y de los planetas, y también de las plantas, de las libélulas y de los perros, e incluso de los elefantes para decir que no tienen religión. Pero él se hace la mano, si puedo decir así con la naturaleza, exponiéndonos serenamente que cada especie tiene un mundo para ella, y que no es sino la manifestación de su esencia… Ese mundo está constituido de objetos, y entre ellos existe un objeto por excelencia en el que se realiza y se satisface la esencia de la especie: su objeto esencial.
Así cada planeta tiene por objeto esencial el sol, que es también el objeto esencial del planeta, etc.
Así puesto en condición, podemos pasar al hombre.
Él es el centro de su mundo, como en el centro de su horizonte absoluto, de su Umwelt. No hay nada en su mundo que no sea de él: o más bien nada en su mundo que no sea él, pues todos los objetos de su mundo no son sus objetos sino en la medida en que son la realización y la proyección de su esencia.
Los objetos de su percepción no son sino su modo de percibirlos, los objetos de su pensamiento sino su modo de pensarlos, los objetos de su afección sino su modo de ser afectado. Todos sus objetos son esenciales en la medida en que lo que le dan, no es nunca sino su propia esencia, proyectada en ellos.
El hombre es así sujeto, y sus atributos esenciales, objetivados bajo forma de objetos, no le remiten nunca sino su propia esencia. El hombre está siempre en el hombre, el hombre no sale nunca del hombre, porque —frasecita sin misterio que el joven Marx copió de Feuerbach, y sobre la cual los participantes del Congreso Hegel del verano último en Moscú han discutido doctamente— el mundo es el mundo del hombre.
El sol y las estrellas, las libélulas, la percepción, la inteligencia, la pasión sólo están allí como otras tantas transiciones para conducirnos al umbral de las verdades decisivas: lo propio del hombre a diferencia de las estrellas y los bichitos, es tener su propia especie, la esencia de su espíritu toda entera por objeto y en un objeto que no debe nada a la naturaleza, la religión. Por el mecanismo de la objetivación y de la inversión la esencia genérica del hombre se da al hombre, desconocible en persona, bajo la forma de un objeto exterior, de otro mundo, en la religión. En la religión, el hombre contempla sus propias potencias, sus fuerzas productivas como las potencias de un otro absoluto ante el cual tiembla y se arrodilla para implorar piedad. Y esto es perfectamente práctico puesto que resultan de ello todos los rituales del culto y hasta la existencia objetiva de los milagros, que tienen lugar, pura y simplemente, en ese mundo imaginario puesto que no son, según la frase de Feuerbach —cito— sino “la realización de un deseo” (Wunscherfüllung). El Sujeto absoluto que es el hombre encuentra así el absoluto en Dios, pero no sabe que lo que él encuentra es él. Toda esta filosofía que no se limita a la religión sino que se extiende al arte, a la ideología, a la filosofía y también -—lo sabemos demasiado poco— a la política, a la sociedad, e incluso a la historia, reposa así sobre la identidad de esencia entre el Sujeto y el objeto, y esta identidad se explica por el todopoderío de la esencia del hombre al proyectarse en la realización de sí que son sus objetos y en la alienación que separa el objeto del sujeto, hace al objeto exterior al sujeto, lo reifica e invierte la relación de esencia puesto que, escandalosamente, el Sujeto se ve dominado por sí mismo, bajo la forma de un objeto, dios o Estado, etc., que no es, sin embargo, sino él.
No hay que olvidar que este discurso, del que no doy aquí sino las premisas, tenía su grandeza, pues llamaba a echar abajo la inversión producida por la alienación religiosa o política; en otras palabras llamaba a echar abajo la dominación imaginaria de los atributos humanos sobre el sujeto humano, llamaba al hombre a entrar, en fin, en posesión de su esencia, alienada en la dominación de Dios o del Estado; llamaba al hombre a realizar, en fin, no ya en lo imaginario de la religión, en el “cielo del Estado” o en la abstracción alienada de la filosofía hegeliana; sino sobre la tierra, aquí y ahora, en la sociedad real, su esencia humana verdadera, que es la comunidad humana, el “Comunismo”.
El hombre centro de su mundo, en el sentido filosófico del término, esencia originaria y fin de su mundo, he aquí lo que se puede llamar un humanismo teórico, en sentido fuerte.
Se me recordará que después de haber adoptado muy profundamente la problemática de la esencia genérica del hombre y de la alienación de Feuerbach, Marx rompió con él y que esta ruptura con el humanismo teórico de Feuerbach marca de manera radical la historia del pensamiento de Marx.
Pero yo quisiera ir más lejos. Pues Feuerbach es un extraño personaje filosófico, que presenta la particularidad, se me perdonará la expresión, de hablar demasiado “claro”. Feuerbach es un humanista teórico declarado. Pero tiene tras de sí una larga herencia de filósofos que, no por no haberse declarado como él, trabajaban menos, filosóficamente, en el hombre, aunque fuese de una manera menos abierta. Lejos de mí la idea de denigrar esta gran tradición humanista cuyo mérito histórico es el de haber luchado contra la feudalidad, contra la Iglesia y sus ideólogos y haber dado al hombre unos títulos y una dignidad. Pero también lejos de nosotros, pienso, la idea de cuestionar que esta ideología humanista que ha producido grandes obras y grandes pensadores, sea separable de la burguesía en ascenso cuyas aspiraciones expresaba, traduciendo y trasponiendo las exigencias de una economía mercantil y capitalista sancionada por un nuevo derecho, el antiguo derecho romano corregido como derecho mercantil burgués. El hombre sujeto libre, el hombre libre sujeto de sus actos y de sus pensamientos, es, primero, el hombre libre de poseer, de vender y de comprar, el sujeto de derecho.
Se presenta el texto en el blog Marx desde cero: extracto de la Defensa de tesis en Amiens de esta filósofo marxista recientemente fallecido [N. de C.: 1990]. Pura polémica… Creativa. Posiblemente son algunas de las páginas más duras de la Defensa de tesis, dentro de lo que es un notorio resumen de las posiciones de Althusser en Filosofía. Leed el texto (escrito por Althusser el filósofo, el comunista) y olvidaos del pobre hombre Althusser, por favor; nos interesa la teoría, no el cotilleo.
***Presentación de Montesquieu, la politique el L'histoire, de los Manifestes phiosophiques de Fueurbach, de Pour Marx y Lire le Capital ante un jurado de la Universidad de Picardía en junio de 1975. La Pensée No. 183 (octubre de 1975).
versión castellana de Marcelo Pasternac - publicado en el Foro en dos mensajes
En todo este asunto me apoyé tan cercanamente como era posible sobre la Introducción de Marx de 1857, y, si bien extraje de ella algunos efectos de provocación teórica necesarios, creo que le permanecí fiel.
Me inspiré directamente de la letra misma de Marx, quien emplea varias veces el concepto de producción* de los conocimientos, para adelantar mi tesis central: la idea del conocimiento como producción. Tenía yo evidentemente también en mente el eco de la “producción” spinozista y obtenía ventajas del doble sentido de una palabra que aludía a la vez al trabajo, a la práctica y a la exhibición de lo verdadero. Pero en lo esencial y para provocar al lector, me mantuve lo más cercano, diría que mecánicamente, del concepto marxista de producción que, a la letra, sugiere un proceso y el trabajo de instrumentos sobre una materia prima. Entré incluso en una puja sobre el tema de la generalidad en Marx al exponer un concepto general de “la práctica” que reproducía el concepto de proceso de trabajo de El Capital y, volviendo a la práctica teórica, utilicé y, sin duda forcé un poco el texto de Marx para llegar a la distinción de las tres generalidades, jugando la primera el papel de la materia prima teórica, la segunda el del instrumental de trabajo teórico y la tercera del concepto concreto (concreto-de-pensamiento) o conocimiento. Confieso que Spinoza se encontraba de este modo implicado en este asunto, a causa de sus “tres géneros” y por el papel central del segundo: las abstracciones científicas. Lo que más me interesaba en el texto de Marx era la doble oposición radical de Marx al empirismo y a Hegel. Contra el empirismo Marx sostenía que el conocimiento no va de lo concreto a lo abstracto sino de lo abstracto a lo concreto y todo esto ocurre —y cito— en el pensamiento mientras que el objeto real, que da lugar a todo este proceso existe fuera del pensamiento. Contra Hegel, Marx sostenía que este proceso de lo abstracto a lo concreto no era producción de lo real sino sólo de su conocimiento. Y en toda esta exposición lo que me fascinaba era que comenzaba por lo abstracto. Ahora bien como Marx escribía: “El conocimiento es… un producto del pensar, del concebir… es un producto de la elaboración (ein produkt der Verar beitung) de conceptos a partir de la intuición y de la representación”, y como por otra parte él había escrito “Me parece que el buen método es comenzar por lo real y lo concreto... por ejemplo en economía política por la población… Sin embargo viendo de más cerca, se percibe que eso es un error. La población es una abstracción”. Yo concluí de ello que la intuición y la representación eran tratadas por Marx como abstracciones. Y di a esta abstracción el estatuto de lo concreto o de lo vivido que se encuentra en el primer género de conocimiento spinozista, es decir según mi lenguaje, el estatuto de lo ideológico. Por supuesto no he dicho que las Generalidades II, trabajando sobré las Generalidades I, sólo trabajasen sobre lo ideológico puesto que ellas podían trabajar también sobre abstracciones ya elaboradas científicamente o sobre las dos. Pero quedaba, con todo, ese caso límite de una materia prima puramente ideológica cuya hipótesis me permitió establecer la pareja ciencia-ideología y el corte epistemológico que Spinoza designaba entre el primer género y el segundo, mucho antes que Bachelard, y obtener de ello cierto número de efectos ideológicos que, como lo indiqué en mis Elementos de Autocrítica, no estaban exentos de un cierto teoricismo.
Pero naturalmente, teniendo, como dice más o menos Rousseau, “la debilidad de creer en la fuerza de las consecuencias” no me quedé allí y, tomando siempre apoyo sobre el texto de Marx, extraje de él una distinción importante: aquella de el objeto real y del objeto de conocimiento. Esta distinción está inscrita en las frases mismas en que Marx trata del proceso del conocimiento. Como materialista, él sostiene que el conocimiento es el conocimiento de un objeto real (Marx dice: sujeto real) que —cito— “Antes así como después subsiste en su independencia fuera del espíritu”. Y más abajo, a. propósito de la sociedad que se estudia inscribe —cito— “que ella permanece constantemente en el espíritu como presuposición”. Marx plantea entonces, como presuposición de todo proceso de conocimiento de un objeto real, la existencia de ese objeto real, fuera del pensamiento. Pero esta exterioridad del objeto real es afirmada al mismo tiempo que se afirma el carácter propio del proceso de conocimiento que produce, por un trabajo de elaboración, conceptos a partir de la intuición y de la representación. Y al fin del proceso, el concreto-de-pensamiento, la totalidad-de-pensamiento, que es su resultado, se presenta como el pensamiento del concreto-real, del objeto real. La distinción entre el objeto real y el proceso de conocimiento es incuestionable en el texto de Marx, así como es incuestionable la mención del trabajo de elaboración, y la diversidad de sus momentos, como es incuestionable la distinción del concreto-de-pensamiento y del objeto real cuyo conocimiento él da.
He extraído de ello argumentos, no para fabricar una “teoría del conocimiento” sino para hacer mover algo en las evidencias ciegas con las que cierta filosofía marxista cree demasiado a menudo protegerse de sus adversarios. He sugerido que, si todo conocimiento, cuando es adquirido, es en efecto el conocimiento de un objeto real que permanece antes así como después independiente del espíritu, no era posiblemente inútil interrogarse sobre el intervalo que separa este “antes” de este “después” que es el proceso del conocimiento mismo, y reconocer que ese proceso, definido por el “trabajo de elaboración” de formas sucesivas, se inscribía justamente, desde su comienzo hasta su término, en una transformación que no se hace sobre el objeto real (1) sino sobre sus lugartenientes, sobre las intuiciones y representaciones iniciales, luego sobre los conceptos ulteriores. De allí mi tesis: si el proceso de conocimiento no transforma el objeto real sino solamente su intuición en conceptos y luego en concreto-de-pensamiento y si todo ese proceso ocurre, como lo repite Marx, “en el pensamiento” y no en el objeto real, es entonces que con ocasión del objeto real, y para conocerlo, el “pensamiento” trabaja sobre otra “materia” distinta del objeto real: trabaja sobre las formas transitorias que lo designan en el proceso de transformación, para producir finalmente, su concepto, el concreto-de-pensamiento. He designado el conjunto de esas formas, incluida la última, producidas por ese trabajo, con la categoría de objeto de conocimiento. En el movimiento que hace pasar el pensamiento de la intuición y la representación espontáneas al concepto del objeto real, cada forma apunta efectivamente al objeto real, pero sin confundirse con él, así como al fin el concreto-de-pensamiento no se confunde, como quería Hegel quien es cuestionado por Marx por esta razón, con el concreto real. Era volver a encontrar una vez más, evidentemente, a Spinoza, cuyas palabras azotan la memoria: la idea de círculo no es un círculo, el concepto de perro no ladra, en pocas palabras no hay que confundir lo real y su concepto.
Por supuesto que si esta distinción necesaria no es sólidamente apuntalada puede conducir al nominalismo e incluso al idealismo. Se estima generalmente que Spinoza cedió al nominalismo. En todo caso él tomó disposiciones para cuidarse del idealismo con su teoría de una substancia con atributos y por el paralelismo de los dos atributos extensión y pensamiento.
Marx se cuidó de ello de otro modo y con más seguridad por la tesis de la primacía del objeto real sobre el objeto de conocimiento y por la primacía de esta primera tesis sobre la segunda: la distinción entre el objeto real y el objeto de conocimiento. Permanecemos con ello en ese mínimo de generalidad es decir, en la ocasión, de tesis materialistas que, demarcándose del idealismo, abren un espacio libre a la investigación de los procesos concretos de la producción de los conocimientos. Y finalmente, para quien quiera hacer la comparación, esta tesis de la distinción entre el objeto real y el objeto de conocimiento “funciona”, salvo pocas cosas, como la distinción de Lenin entre verdad absoluta y verdad relativa, y con fines muy cercanos.
Lenin escribía: “Esta distinción entre la verdad absoluta y la verdad relativa, dirán ustedes, es vaga. Yo les responderé: es justamente bastante “vaga” para impedir a la ciencia el volverse un dogma en el peor sentido de esa palabra, cosa muerta, fijada, osificada; pero es bastante precisa para trazar entre nosotros y el fideísmo, el agnosticismo, el idealismo filosófico, la sofística de los adeptos de Hume y de Kant una línea de demarcación decisiva e imborrable”. Lo que en claro, quiere decir: nuestra tesis es bastante precisa para no caer en el idealismo, bastante precisa para demarcarse del idealismo, pero bastante “vaga” es decir bastante justa en su generalidad, para defender la libertad viviente de la ciencia contra su entierro en sus resultados.
Eso está guardando las proporciones, en mi tesis sobre la diferencia entre el objeto real y el objeto de conocimiento. Lo que en ella estaba en juego no era desdeñable. Se trataba de impedir que se considerase la ciencia producida por Marx como un dogma en el peor sentido de la palabra. Se trataba de volver viviente el prodigioso trabajo de crítica y de elaboración efectuado por Marx sin el cual él no hubiese podido —hablo aquí su lenguaje que sigue siendo clásico— descubrir bajo la apariencia de las cosas, y en sus antípodas, la esencia desconocible de “sus relaciones íntimas”. Se trataba de hacer comprender y sentir qué ruptura inaudita debió efectuar Marx con esas apariencias recibidas, es decir con las evidencias masivas de la ideología burguesa dominante. Y, puesto que nosotros mismos estábamos puestos en cuestión, se trataba de volvernos vivientes y activa esta verdad, que nosotros teníamos que romper con otras evidencias, a veces recubiertas con el vocabulario mismo de Marx, que la ideología dominante o las desviaciones del movimiento obrero había podido apartar de su sentido. Se trataba de recordar que si, como dice Lenin, “el alma viviente del marxismo es el análisis concreto de una situación concreta”, el conocimiento del concreto no está en el comienzo sino al fin del análisis, y el análisis sólo es posible sobre la base de los conceptos de Marx, y no de las evidencias inmediatas de lo concreto, de las que no podemos prescindir, pero que no llevan su conocimiento a la vista.
Se trataba, en fin, y ésta no es la menor apuesta, de recordar, con Marx, que el conocimiento de lo real “cambia” algo en lo real, puesto que le agrega justamente su conocimiento, pero que todo ocurre como si esta adición se anulase por sí misma en su resultado. Como su conocimiento pertenece por adelantado a lo real, pues sólo es su conocimiento no le agrega algo sino con la condición paradójica de no agregarle nada (2), una vez producido vuelve a él con pleno derecho y desaparece en él. El proceso del conocimiento agrega a cada paso a lo real su propio conocimiento, pero a cada paso lo real lo embolsa porque es el suyo, La distinción entre objeto de conocimiento y objeto real presenta así esta paradoja: sólo es planteada para ser anulada. Pero ella no es nula pues para ser anulada debe ser constantemente planteada. Es normal: es el ciclo infinito de todo conocimiento que sólo agrega a lo real su conocimiento para dárselo, y este ciclo es ciclo y por lo tanto viviente sólo si se reproduce, porque solamente la producción de nuevos conocimientos mantiene los antiguos con vida. Las cosas ocurren poco más o menos como en Marx quien dice: es necesario que el trabajo viviente “agregue un valor nuevo a las materias” para que el valor del “trabajo muerto” contenido en los medios de producción, sea conservado y transmitido al producto —cito—“es por la simple adición de un nuevo valor como él mantiene el antiguo” (El Capital, Editions Sociales, t. 1. p. 199.
¿Qué está en juego en estas tesis? Tomemos la ciencia marxista y supongamos que las condiciones políticas sean tales que no se trabaje más en ellas, que no se les agregue más nuevo conocimiento. Entonces los conocimientos antiguos que lo real ha embolsado están allí, en él, bajo la forma de evidencias enormes y muertas, como máquinas sin trabajadores, incluso no como máquinas sino como cosas.
No estamos más seguros, entonces, de poder “impedir”, como dice Lenin, que la ciencia se vuelva un dogma, en el peor sentido de esa palabra, “cosa muerta, fijada, osificada”. Forma ésta de decir que el marxismo mismo corre el riesgo de repetir verdades que no son más que el nombre de las cosas cuando el mundo exige nuestros conocimientos sobre el imperialismo y sobre el Estado y sobre las ideologías y sobre el socialismo y sobre el movimiento obrero mismo. Manera de recordar la asombrosa frase de Lenin: Marx no ha hecho sino colocar las piedras angulares de una teoría que nosotros debemos, a todo precio, desarrollar en todos los sentidos. Manera de decir: la teoría marxista puede colocarse en retraso con la historia y en retraso consigo mismo si en alguna ocasión cree que ha llegado.
MARX Y EL HUMANISMO TEÓRICO
Un último atajo, muy breve, para poner a prueba otra tesis provocadora: la del antihumanismo teórico de Marx. Aunque fuese sólo por el placer del concierto de fanfarrias ideológicas con el que he sido pagado, diría que si yo no hubiese sostenido esta tesis, hubiera debido inventarla.
Es una tesis seria, con la condición de leerla con seriedad, y ante todo, de tener en cuenta seriamente una de las dos palabras que comporta, que no es al fin de cuentas el diablo: la palabra teórico. He dicho, he repetido que el concepto o la categoría de hombre no juega en Marx un papel teórico. Pero es necesario creer que la palabra teórico no quería decir nada para aquellos que no querían oírla.
Intentemos oírla.
Y para esto, primero, unas palabras sobre Feuerbach del que he traducido algunos textos. Nadie cuestionaría que la filosofía de Fueurbach sea abiertamente humanista teórica. Feuerbach dice: toda filosofía nueva se anuncia por una palabra nueva. La filosofía de los tiempos modernos, mi filosofía, se anuncia por la palabra hombre. De hecho el hombre, la esencia humana, es el principio central de toda la filosofía de Feuerbach. No es que Feuerbach se desinterese de la naturaleza puesto que habla del sol, y de los planetas, y también de las plantas, de las libélulas y de los perros, e incluso de los elefantes para decir que no tienen religión. Pero él se hace la mano, si puedo decir así con la naturaleza, exponiéndonos serenamente que cada especie tiene un mundo para ella, y que no es sino la manifestación de su esencia… Ese mundo está constituido de objetos, y entre ellos existe un objeto por excelencia en el que se realiza y se satisface la esencia de la especie: su objeto esencial.
Así cada planeta tiene por objeto esencial el sol, que es también el objeto esencial del planeta, etc.
Así puesto en condición, podemos pasar al hombre.
Él es el centro de su mundo, como en el centro de su horizonte absoluto, de su Umwelt. No hay nada en su mundo que no sea de él: o más bien nada en su mundo que no sea él, pues todos los objetos de su mundo no son sus objetos sino en la medida en que son la realización y la proyección de su esencia.
Los objetos de su percepción no son sino su modo de percibirlos, los objetos de su pensamiento sino su modo de pensarlos, los objetos de su afección sino su modo de ser afectado. Todos sus objetos son esenciales en la medida en que lo que le dan, no es nunca sino su propia esencia, proyectada en ellos.
El hombre es así sujeto, y sus atributos esenciales, objetivados bajo forma de objetos, no le remiten nunca sino su propia esencia. El hombre está siempre en el hombre, el hombre no sale nunca del hombre, porque —frasecita sin misterio que el joven Marx copió de Feuerbach, y sobre la cual los participantes del Congreso Hegel del verano último en Moscú han discutido doctamente— el mundo es el mundo del hombre.
El sol y las estrellas, las libélulas, la percepción, la inteligencia, la pasión sólo están allí como otras tantas transiciones para conducirnos al umbral de las verdades decisivas: lo propio del hombre a diferencia de las estrellas y los bichitos, es tener su propia especie, la esencia de su espíritu toda entera por objeto y en un objeto que no debe nada a la naturaleza, la religión. Por el mecanismo de la objetivación y de la inversión la esencia genérica del hombre se da al hombre, desconocible en persona, bajo la forma de un objeto exterior, de otro mundo, en la religión. En la religión, el hombre contempla sus propias potencias, sus fuerzas productivas como las potencias de un otro absoluto ante el cual tiembla y se arrodilla para implorar piedad. Y esto es perfectamente práctico puesto que resultan de ello todos los rituales del culto y hasta la existencia objetiva de los milagros, que tienen lugar, pura y simplemente, en ese mundo imaginario puesto que no son, según la frase de Feuerbach —cito— sino “la realización de un deseo” (Wunscherfüllung). El Sujeto absoluto que es el hombre encuentra así el absoluto en Dios, pero no sabe que lo que él encuentra es él. Toda esta filosofía que no se limita a la religión sino que se extiende al arte, a la ideología, a la filosofía y también -—lo sabemos demasiado poco— a la política, a la sociedad, e incluso a la historia, reposa así sobre la identidad de esencia entre el Sujeto y el objeto, y esta identidad se explica por el todopoderío de la esencia del hombre al proyectarse en la realización de sí que son sus objetos y en la alienación que separa el objeto del sujeto, hace al objeto exterior al sujeto, lo reifica e invierte la relación de esencia puesto que, escandalosamente, el Sujeto se ve dominado por sí mismo, bajo la forma de un objeto, dios o Estado, etc., que no es, sin embargo, sino él.
No hay que olvidar que este discurso, del que no doy aquí sino las premisas, tenía su grandeza, pues llamaba a echar abajo la inversión producida por la alienación religiosa o política; en otras palabras llamaba a echar abajo la dominación imaginaria de los atributos humanos sobre el sujeto humano, llamaba al hombre a entrar, en fin, en posesión de su esencia, alienada en la dominación de Dios o del Estado; llamaba al hombre a realizar, en fin, no ya en lo imaginario de la religión, en el “cielo del Estado” o en la abstracción alienada de la filosofía hegeliana; sino sobre la tierra, aquí y ahora, en la sociedad real, su esencia humana verdadera, que es la comunidad humana, el “Comunismo”.
El hombre centro de su mundo, en el sentido filosófico del término, esencia originaria y fin de su mundo, he aquí lo que se puede llamar un humanismo teórico, en sentido fuerte.
Se me recordará que después de haber adoptado muy profundamente la problemática de la esencia genérica del hombre y de la alienación de Feuerbach, Marx rompió con él y que esta ruptura con el humanismo teórico de Feuerbach marca de manera radical la historia del pensamiento de Marx.
Pero yo quisiera ir más lejos. Pues Feuerbach es un extraño personaje filosófico, que presenta la particularidad, se me perdonará la expresión, de hablar demasiado “claro”. Feuerbach es un humanista teórico declarado. Pero tiene tras de sí una larga herencia de filósofos que, no por no haberse declarado como él, trabajaban menos, filosóficamente, en el hombre, aunque fuese de una manera menos abierta. Lejos de mí la idea de denigrar esta gran tradición humanista cuyo mérito histórico es el de haber luchado contra la feudalidad, contra la Iglesia y sus ideólogos y haber dado al hombre unos títulos y una dignidad. Pero también lejos de nosotros, pienso, la idea de cuestionar que esta ideología humanista que ha producido grandes obras y grandes pensadores, sea separable de la burguesía en ascenso cuyas aspiraciones expresaba, traduciendo y trasponiendo las exigencias de una economía mercantil y capitalista sancionada por un nuevo derecho, el antiguo derecho romano corregido como derecho mercantil burgués. El hombre sujeto libre, el hombre libre sujeto de sus actos y de sus pensamientos, es, primero, el hombre libre de poseer, de vender y de comprar, el sujeto de derecho.
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