El carácter enigmático de las tesis sobre Feuerbach y su secreto
publicado en el blog Marx desde cero en agosto de 2014 - Publicado originalmente en ISEGORÍA. Revista de Filosofía Moral y Política N.º 50, enero-junio, 2014
en el foro se publica en 4 mensajes
Hoy nos ocupamos del Marx filósofo y de dos obras importantes, polémicas: las tesis sobre Feuerbach y La Ideología Alemana. De las teclas del profesor de la Universidad Pompeu Fabra, Miguel Candiotti, difundimos otra píldora de conocimiento. ¿Sabían que Las Tesis guardan un secreto?. Si quieres descubrirlo…
EL CARÁCTER ENIGMÁTICO DE LAS TESIS SOBRE FEUERBACH Y SU SECRETO - Miguel Candiotti
Los breves rayos de luz que se encuentran en las Tesis sobre Feuerbach
encandilan a todos los filósofos que se le acercan, pero todos sabemos que un
rayo enceguece en lugar de iluminar, y que nada es más difícil de situar
en el espacio de la noche que un estallido de luz que la rompe. Será sin duda
necesario hacer visible, algún día, lo enigmático de esas once
tesis falsamente transparentes. - LOUIS ALTHUSSER (1967, 29).
Como se sabe, Marx no escribió las Tesis sobre Feuerbach (TF) con la idea de publicarlas, sino más bien como un material preparatorio para la redacción de La ideología alemana (IA), que iniciaría más tarde durante el mismo año –1845– junto a Engels. Sin embargo, esta voluminosa obra no pudo ser editada en esos tiempos, y sus autores, conformes con haber logrado a través de ella esclarecer sus propias ideas, abandonaron la pretensión de publicarla (cf. Marx, 1981a, 519). Paradójicamente, en 1888, más de cuarenta años más tarde, el viejo Engels se decidió a dar a conocer las TF, pero silenciosamente retocadas por su pluma y completamente aisladas de IA, cuya publicación desestimó alegando que “en el manuscrito no figura la crítica de la doctrina feuerbachiana”. Hoy sabemos que esto último es falso, aunque sea cierto, en efecto, que “la parte dedicada a Feuerbach no está terminada” (Engels, 1981, 354). Debieron pasar otros cuarenta años hasta que por fin se publicaron –entre 1924 y 1926– tanto la versión original de las TF redactada por Marx como la parte de IA que contiene las críticas a Feuerbach 1. Esto significa que durante unos ochenta años –que es casi la mitad del tiempo que lleva vivo el materialismo histórico– tanto sus seguidores como sus detractores se vieron privados de la lectura y la confrontación de estos dos textos mellizos, en los que nuestros autores llevaron a cabo nada menos que su “ajuste de cuentas” con la “conciencia filosófica anterior” (Marx, 1981a, 519). Y también significa que durante casi cuatro décadas se accedió únicamente a las TF –y en la versión publicada por Engels–, lo cual trajo como consecuencia algunas serias confusiones. Porque si bien Engels acierta al señalar que este escrito posee “un valor inapreciable, por ser el primer documento en que se contiene el germen genial de la nueva concepción del mundo”, también atina al advertir que se trata de “notas tomadas para desarrollarlas más tarde, notas escritas a vuelapluma y no destinadas en modo alguno a la publicación” (1981, 354). Ahora bien, precisamente por esto último, resulta lamentable que él no pudiera prever los malentendidos que tales notas generarían mientras no pudieran ser cotejadas con la sección dedicada a Feuerbach de IA 2.
Probablemente el mayor de estos equívocos es el que se ha producido en torno a la definición marxiana de la práctica (Praxis) como “actividad sensible” (sinnliche Tätigkeit), en la primera, la quinta y la novena de las TF. Una actividad sensible que, de acuerdo con la primera tesis, es también una “actividad objetiva” (gegenständliche Tätigkeit) que debe ser captada “de manera subjetiva” (subjektiv) (cf. Marx, 1958a, 5–7). ¿Qué significa todo esto? ¿En qué sentido debe entenderse que esta actividad es sensible (sinnliche)? ¿En tanto una actividad que puede ser percibida por medio de los sentidos, o en tanto la actividad perceptiva propia de los sentidos mismos? ¿Es ella “objetiva” en el sentido gnoseológico o en el sentido ontológico del término? Y, finalmente, ¿por qué se dice, al mismo tiempo, que es “subjetiva”?
Nadie que haya podido leer otros textos escritos por Marx en la misma época –y sobre todo IA– debería dudar de que con esta calificación de la práctica como la “actividad sensible” que, en tanto tal, es a un tiempo “objetiva” y “subjetiva”, él no se estaba refiriendo a ninguna actividad cognitiva o interior –que, como veremos, es lo que muchos han creído–, sino simplemente al conjunto de la práctica social humana en tanto actividad tangiblemente transformadora del “mundo exterior sensible” (sinnliche Außenwelt) (Marx, 1978, 350; cf. 1968, 512). Lejos de pretender destacar allí una determinada forma de actividad intelectual-cognoscente, lo que hace Marx es, por el contrario, anteponer a todo acto de conocimiento la actividad material humana que lo hace posible y lo condiciona desde el principio. Tomemos como ejemplo el siguiente pasaje de IA:
Feuerbach habla especialmente de la contemplación [Anschauung] de la naturaleza por la ciencia, cita misterios que sólo se revelan a los ojos del físico y del químico, pero ¿qué sería de las ciencias naturales, a no ser por la industria y el comercio? Incluso estas ciencias naturales «puras» sólo adquieren su fin como su material solamente gracias al comercio y a la industria, gracias a la actividad sensible de los hombres [sinnliche Tätigkeit der Menschen]. Y hasta tal punto es esta actividad [Tätigkeit], este continuo laborar y crear sensibles [sinnliche Arbeiten und Schaffen], esta producción, la base de todo el mundo sensible [sinnlichen Welt] tal y como ahora existe, que si se interrumpiera aunque sólo fuese durante un año, Feuerbach no sólo se encontraría con enormes cambios en el mundo natural, sino que pronto echaría de menos todo el mundo humano y su propia capacidad de contemplación [Anschauungsvermögen] y hasta su propia existencia. (Marx y Engels, 1981, 25 [trad. rev.]; cf. 1958, 44)
La profunda “revolución teórica” de la que parte Marx consiste precisamente en el reconocimiento de que, al contrario de lo que se había creído hasta entonces, la actividad intelectual humana siempre está precedida, desbordada y condicionada por la actividad práctica, aun cuando el conocimiento pueda a su vez orientar parcialmente a esa acción que tiene lugar fuera de él mismo. En efecto, es innegable la existencia de este momento de influjo de la actividad intelectual sobre la material, pero la lección de Marx es que no se trata en absoluto del momento primario o fundamental, como se había creído hasta él. El pensamiento tradicional sólo había considerado la práctica como subordinada a la teoría, como una mera aplicación o realización –más o menos imperfecta– de ésta; y tal teoricismo (o intelectualismo) le impedía por completo concebir la acción material-sensible como lo que es: una actividad enteramente diferente y prioritaria frente al conocimiento.
Sin embargo, Marx no plantea de ningún modo que exista una separación de hecho entre la vida espiritual-intelectual y la vida material-práctica, entre el hacer interior y el hacer exterior, puesto que la actividad humana concreta es siempre la unidad inescindible de ambos géneros de actividad; lo que él demuestra es más bien la posibilidad y la pertinencia de distinguirlos analíticamente reconociendo la especificidad y la importancia propias de cada uno de ellos. Dicho de otro modo, el planteamiento marxiano no supone en absoluto un nuevo dualismo entre “cuerpo” y “alma”, o entre “materia” y “espíritu”, etc., sino más bien la afirmación de una única realidad natural e histórica, dentro de la cual los seres humanos desarrollan su actividad que es práctica por fuera de su cabeza, e intelectual por dentro de ella. La actividad humana total no se reduce, pues, ni a la práctica (exterior) ni al conocimiento (interior): es la unidad permanente de ambos momentos, que se acompañan e interactúan sin perder su diferencia, y siempre bajo la primacía de la práctica, o sea, de la actividad humana material, sensible, exterior, objetiva y… subjetiva. Ha llegado ahora el momento de detenernos a considerar el carácter ambiguo de cada uno de estos calificativos de la Praxis.
Tanto para Feuerbach como Marx, “material” significa en general lo que no es algo meramente pensado, interior o espiritual, sino además algo real, sensible, exterior y objetivo 3. Tampoco en el caso de Feuerbach esto equivale a sostener un dualismo ontológico según el cual el pensamiento humano constituye una realidad espiritual paralela a la realidad material. Para ambos autores la sociedad forma parte activa de una única naturaleza que es toda ella material (e histórica, añadirá Marx), incluidos los procesos psíquicos imperceptibles que tienen lugar en el interior de los cuerpos humanos: “Porque la única ‘propiedad’ de la materia con cuya admisión está ligado el materialismo filosófico, es la propiedad de ser una realidad objetiva, de existir fuera de nuestra conciencia [individual – MC]” (Lenin, 1974, 335). Sin embargo, lo que puede llevar a confusión es que en realidad hay dos acepciones materialistas de lo “material” que suelen aparecer entremezcladas. Desde el punto de vista gnoseológico, lo “material” significa sólo lo real sensible, lo que no es puro pensamiento. Pero desde el más amplio punto de vista ontológico, toda la realidad, incluso la actividad intelectual, inmediatamente velada a los sentidos, es material (e histórica). Ahora bien, el hecho de que esta última sea también real y material no equivale a afirmar que su contenido lo sea. En efecto, hay aquí otra ambigüedad frente a la que es preciso estar alerta: mientras que el “pensamiento” entendido como la actividad misma del pensar siempre es real, en cambio, el “pensamiento” entendido como aquello que se piensa nunca es real en sí mismo. El contenido del pensamiento sólo puede ser verdadero, en la medida en que represente correctamente algún aspecto de un fenómeno material (en sentido amplio, ontológico), es decir, algo real en tanto exterior al pensamiento mismo. Éste es precisamente el uso que Marx hace del término Denken en la segunda de las TF: “La cuestión de si puede atribuirse al pensamiento humano una verdad objetiva no es una cuestión teórica, sino una cuestión práctica. Es en la práctica donde el hombre debe demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poder, la terrenalidad de su pensamiento. La disputa en torno a la realidad o irrealidad del pensamiento —aislado de la práctica— es una cuestión puramente escolástica“ (Marx, 1958a, 5). De este modo, Marx completa la vieja idea de la “comprobación empírica”. No basta con superar prejuicios y excesos especulativos yendo a observar lo que ocurre en la realidad: además es preciso advertir que eso que ocurre “no es algo directamente dado desde toda una eternidad y constantemente igual a sí mismo” (Marx y Engels, 1970, 47), sino el producto de la práctica histórica humana (y de las luchas que ésta conlleva).
La problemática palabra alemana sinnlich, o alguna de sus declinaciones, aparece en las TF siete veces en total (ocho en la versión de Engels) 4. Cuando este término cumple la función de adjetivo es susceptible de ser comprendido y traducido al castellano de dos maneras muy diferentes. Por un lado, como “sensible”, es decir, que puede ser captado por los sentidos. Por otro, como “sensorial”, esto es, propio de los sentidos mismos y su actividad perceptora. Y lo mismo vale para los casos en los que sinnlich funciona como adverbio: puede leerse como “sensiblemente” o como “sensorialmente”. En cambio, la forma sustantivada, Sinnlichkeit, presenta una ulterior dificultad. Para su traducción al castellano podemos optar simplemente por colocar el artículo neutro “lo” delante de “sensible” o de “sensorial”, con lo cual el único obstáculo que nos queda por superar sigue siendo la necesidad de decidirnos por uno de esos dos significados. Pero si, en cambio, pretendemos traducirla utilizando un sustantivo propiamente dicho, nos veremos ahora ante una palabra castellana que presenta la misma ambigüedad que el término alemán. En efecto, si descartamos formas forzadas, como “sensoriedad” o “sensorialidad”, y nos limitamos a utilizar “sensibilidad”, notaremos que se trata de un término equívoco que puede significar ya la capacidad de sentir, ya las cosas sensibles en cuanto tales (cf. Althusser, 1960, 6). Y aunque tal vez esta segunda acepción nos pueda resultar un poco inusual en castellano, el caso es que Feuerbach y Marx utilizan habitualmente Sinnlichkeit para aludir precisamente al “mundo sensible” (sinnliche Welt) (cf. Althusser, 1960, en contraposición con el imaginario orden suprasensible de la religión tradicional, de la metafísica, del pensamiento especulativo y del idealismo filosófico en general.
Ahora bien, ¿por qué debemos saber distinguir entre lo sensorial y lo sensible, entre los propios sentidos y lo que ellos captan? ¿No es esto acaso poco dialéctico? Pues no, o al menos no desde el punto de vista materialista, el cual acepta que la realidad conocida a través de los sentidos no es una mera producción de éstos: los excede. Si de veras admitimos que en la percepción nuestros sentidos captan algo que está más allá de ellos mismos, necesitamos empezar por reconocer resueltamente que hay dos lados diferentes implicados en esa unidad –aunque ésta sea de hecho inescindible–, y no hacer de ella una mera confusión entre lo sensorial y lo sensible. No se trata de que sea posible distinguir acabadamente entre lo que aportan a nuestra experiencia los sentidos y lo que ofrece la realidad exterior, sino simplemente de tener presente que el contenido de esa experiencia sensible es siempre una compleja relación entre mundo interior y mundo exterior. Desconocer esa relación como tal conduce a absolutizar uno de sus términos negando el otro. El hecho de que nuestra actividad cognoscente se halle inevitablemente situada en el extremo interior no le impide reconocer elementos que sólo pueden ser aportados por un extremo exterior. Y el hecho de que aceptemos una parte de exterioridad en lo que percibimos no debe llevarnos a olvidar nuestra propia intervención cognoscente, esto es, la mediación que establece nuestra actividad cognitiva, que vuelve imposible todo acceso puro o absoluto al mundo exterior.
Para acabar de mostrar que la distinción entre “sensible” y “sensorial” no constituye ninguna perogrullada, basta con añadir un nuevo elemento: el concepto de actividad humana. Resulta entonces evidente que hay una enorme diferencia entre la actividad sensorial humana, propia de los sentidos, y la actividad sensible humana, sólo perceptible por los sentidos. Pues bien, de estas dos formas de actividad humana, en las TF Marx no se refiere en absoluto a la primera –que pertenece al ámbito de la mera actividad intelectual-cognoscente estudiada por la filosofía tradicional–, sino únicamente a la segunda, que no es otra que la práctica en tanto acción material, exterior, objetiva, que precisamente desborda y condiciona a todo conocimiento. Es sólo ésta la actividad humana que, como bien denuncia la primera tesis, el materialismo anterior (incluido el de Feuerbach) no ha sabido reconocer en su carácter específico y fundamental, mientras que el idealismo (hegeliano) sólo ha sido capaz de concebirla de una manera abstracta, distorsionada, como algo completamente subordinado al pensamiento, puramente espiritual 5.
En lo que respecta a los términos “exterior” y “objetivo” (gegenständlich, y no objektiv), Feuerbach y Marx los utilizan en el sentido de “material” y “sensible”, esto es, de “independiente de la abstracción y del pensamiento” (Feuerbach, 1976b, 41), “pues la característica esencial de una existencia objetiva, de una existencia exterior al pensamiento o la representación, es la sensibilidad.” (Feuerbach, 1976b, 35–36). Objetivo o exterior es, pues, aquello que no es mero producto del sujeto cognoscente, es decir, aquello que no puede ser reducido a lo subjetivo-interior, por más esfuerzos que en tal sentido haya hecho el idealismo6. Ahora bien, Marx completa, enriquece y también descentra este esquema materialista básico. En efecto, para él ya no se trata sólo de discernir entre lo pensado de lo percibido, sino ante todo de diferenciar entre el conocimiento en su conjunto y la práctica que lo precede, excede y condiciona. Ya no se trata sólo de superar el idealismo con el materialismo, sino de superar todo el teoricismo filosófico tradicional con un inédito materialismo centrado en la práctica, esto es, un pensamiento que se reconoce condicionado por la actividad humana exterior y que, en consecuencia, se pone al servicio de una transformación material emancipadora. Desde el interior del sujeto cognoscente, la especificidad de la práctica sólo puede ser percibida como una actividad humana material, sensible, exterior y objetiva que transforma de manera profunda y constante el mundo social-natural. Sólo a partir de ese primer momento en que el conocimiento comprueba empíricamente el poder de la práctica y su propia dependencia respecto de ella –comprobación que Feuerbach no logró hacer–, sólo entonces el conocimiento puede intentar convertirse a su vez en una guía consciente de esa práctica en un sentido revolucionario.
Todo materialismo acepta, pues, la existencia de una realidad que es objetiva en tanto es exterior a la conciencia. Ahora bien, el materialismo práctico-histórico fundado por Marx va mucho más allá porque reconoce que si bien la realidad material es exterior a la conciencia, de ningún modo es exterior a la práctica. En efecto, la práctica es precisamente la actividad humana material, sensible y objetiva que habita ese mundo externo transformándolo profundamente. Hablar de una realidad exterior a la práctica humana constituye, pues, un auténtico absurdo. Mientras que, en cambio, continúa siendo esencial a toda concepción materialista el reconocimiento de que hay un mundo externo con relación a nuestra actividad meramente cognitiva. Por lo tanto, debería evitarse caer en la trampa que supone el uso de fórmulas ambiguas como “exterior al hombre” o “independiente del ser humano”, puesto que no distinguen entre un caso y el otro.
--fin del mensaje nº 1--
publicado en el blog Marx desde cero en agosto de 2014 - Publicado originalmente en ISEGORÍA. Revista de Filosofía Moral y Política N.º 50, enero-junio, 2014
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Hoy nos ocupamos del Marx filósofo y de dos obras importantes, polémicas: las tesis sobre Feuerbach y La Ideología Alemana. De las teclas del profesor de la Universidad Pompeu Fabra, Miguel Candiotti, difundimos otra píldora de conocimiento. ¿Sabían que Las Tesis guardan un secreto?. Si quieres descubrirlo…
EL CARÁCTER ENIGMÁTICO DE LAS TESIS SOBRE FEUERBACH Y SU SECRETO - Miguel Candiotti
Los breves rayos de luz que se encuentran en las Tesis sobre Feuerbach
encandilan a todos los filósofos que se le acercan, pero todos sabemos que un
rayo enceguece en lugar de iluminar, y que nada es más difícil de situar
en el espacio de la noche que un estallido de luz que la rompe. Será sin duda
necesario hacer visible, algún día, lo enigmático de esas once
tesis falsamente transparentes. - LOUIS ALTHUSSER (1967, 29).
Como se sabe, Marx no escribió las Tesis sobre Feuerbach (TF) con la idea de publicarlas, sino más bien como un material preparatorio para la redacción de La ideología alemana (IA), que iniciaría más tarde durante el mismo año –1845– junto a Engels. Sin embargo, esta voluminosa obra no pudo ser editada en esos tiempos, y sus autores, conformes con haber logrado a través de ella esclarecer sus propias ideas, abandonaron la pretensión de publicarla (cf. Marx, 1981a, 519). Paradójicamente, en 1888, más de cuarenta años más tarde, el viejo Engels se decidió a dar a conocer las TF, pero silenciosamente retocadas por su pluma y completamente aisladas de IA, cuya publicación desestimó alegando que “en el manuscrito no figura la crítica de la doctrina feuerbachiana”. Hoy sabemos que esto último es falso, aunque sea cierto, en efecto, que “la parte dedicada a Feuerbach no está terminada” (Engels, 1981, 354). Debieron pasar otros cuarenta años hasta que por fin se publicaron –entre 1924 y 1926– tanto la versión original de las TF redactada por Marx como la parte de IA que contiene las críticas a Feuerbach 1. Esto significa que durante unos ochenta años –que es casi la mitad del tiempo que lleva vivo el materialismo histórico– tanto sus seguidores como sus detractores se vieron privados de la lectura y la confrontación de estos dos textos mellizos, en los que nuestros autores llevaron a cabo nada menos que su “ajuste de cuentas” con la “conciencia filosófica anterior” (Marx, 1981a, 519). Y también significa que durante casi cuatro décadas se accedió únicamente a las TF –y en la versión publicada por Engels–, lo cual trajo como consecuencia algunas serias confusiones. Porque si bien Engels acierta al señalar que este escrito posee “un valor inapreciable, por ser el primer documento en que se contiene el germen genial de la nueva concepción del mundo”, también atina al advertir que se trata de “notas tomadas para desarrollarlas más tarde, notas escritas a vuelapluma y no destinadas en modo alguno a la publicación” (1981, 354). Ahora bien, precisamente por esto último, resulta lamentable que él no pudiera prever los malentendidos que tales notas generarían mientras no pudieran ser cotejadas con la sección dedicada a Feuerbach de IA 2.
Probablemente el mayor de estos equívocos es el que se ha producido en torno a la definición marxiana de la práctica (Praxis) como “actividad sensible” (sinnliche Tätigkeit), en la primera, la quinta y la novena de las TF. Una actividad sensible que, de acuerdo con la primera tesis, es también una “actividad objetiva” (gegenständliche Tätigkeit) que debe ser captada “de manera subjetiva” (subjektiv) (cf. Marx, 1958a, 5–7). ¿Qué significa todo esto? ¿En qué sentido debe entenderse que esta actividad es sensible (sinnliche)? ¿En tanto una actividad que puede ser percibida por medio de los sentidos, o en tanto la actividad perceptiva propia de los sentidos mismos? ¿Es ella “objetiva” en el sentido gnoseológico o en el sentido ontológico del término? Y, finalmente, ¿por qué se dice, al mismo tiempo, que es “subjetiva”?
Nadie que haya podido leer otros textos escritos por Marx en la misma época –y sobre todo IA– debería dudar de que con esta calificación de la práctica como la “actividad sensible” que, en tanto tal, es a un tiempo “objetiva” y “subjetiva”, él no se estaba refiriendo a ninguna actividad cognitiva o interior –que, como veremos, es lo que muchos han creído–, sino simplemente al conjunto de la práctica social humana en tanto actividad tangiblemente transformadora del “mundo exterior sensible” (sinnliche Außenwelt) (Marx, 1978, 350; cf. 1968, 512). Lejos de pretender destacar allí una determinada forma de actividad intelectual-cognoscente, lo que hace Marx es, por el contrario, anteponer a todo acto de conocimiento la actividad material humana que lo hace posible y lo condiciona desde el principio. Tomemos como ejemplo el siguiente pasaje de IA:
Feuerbach habla especialmente de la contemplación [Anschauung] de la naturaleza por la ciencia, cita misterios que sólo se revelan a los ojos del físico y del químico, pero ¿qué sería de las ciencias naturales, a no ser por la industria y el comercio? Incluso estas ciencias naturales «puras» sólo adquieren su fin como su material solamente gracias al comercio y a la industria, gracias a la actividad sensible de los hombres [sinnliche Tätigkeit der Menschen]. Y hasta tal punto es esta actividad [Tätigkeit], este continuo laborar y crear sensibles [sinnliche Arbeiten und Schaffen], esta producción, la base de todo el mundo sensible [sinnlichen Welt] tal y como ahora existe, que si se interrumpiera aunque sólo fuese durante un año, Feuerbach no sólo se encontraría con enormes cambios en el mundo natural, sino que pronto echaría de menos todo el mundo humano y su propia capacidad de contemplación [Anschauungsvermögen] y hasta su propia existencia. (Marx y Engels, 1981, 25 [trad. rev.]; cf. 1958, 44)
La profunda “revolución teórica” de la que parte Marx consiste precisamente en el reconocimiento de que, al contrario de lo que se había creído hasta entonces, la actividad intelectual humana siempre está precedida, desbordada y condicionada por la actividad práctica, aun cuando el conocimiento pueda a su vez orientar parcialmente a esa acción que tiene lugar fuera de él mismo. En efecto, es innegable la existencia de este momento de influjo de la actividad intelectual sobre la material, pero la lección de Marx es que no se trata en absoluto del momento primario o fundamental, como se había creído hasta él. El pensamiento tradicional sólo había considerado la práctica como subordinada a la teoría, como una mera aplicación o realización –más o menos imperfecta– de ésta; y tal teoricismo (o intelectualismo) le impedía por completo concebir la acción material-sensible como lo que es: una actividad enteramente diferente y prioritaria frente al conocimiento.
Sin embargo, Marx no plantea de ningún modo que exista una separación de hecho entre la vida espiritual-intelectual y la vida material-práctica, entre el hacer interior y el hacer exterior, puesto que la actividad humana concreta es siempre la unidad inescindible de ambos géneros de actividad; lo que él demuestra es más bien la posibilidad y la pertinencia de distinguirlos analíticamente reconociendo la especificidad y la importancia propias de cada uno de ellos. Dicho de otro modo, el planteamiento marxiano no supone en absoluto un nuevo dualismo entre “cuerpo” y “alma”, o entre “materia” y “espíritu”, etc., sino más bien la afirmación de una única realidad natural e histórica, dentro de la cual los seres humanos desarrollan su actividad que es práctica por fuera de su cabeza, e intelectual por dentro de ella. La actividad humana total no se reduce, pues, ni a la práctica (exterior) ni al conocimiento (interior): es la unidad permanente de ambos momentos, que se acompañan e interactúan sin perder su diferencia, y siempre bajo la primacía de la práctica, o sea, de la actividad humana material, sensible, exterior, objetiva y… subjetiva. Ha llegado ahora el momento de detenernos a considerar el carácter ambiguo de cada uno de estos calificativos de la Praxis.
Tanto para Feuerbach como Marx, “material” significa en general lo que no es algo meramente pensado, interior o espiritual, sino además algo real, sensible, exterior y objetivo 3. Tampoco en el caso de Feuerbach esto equivale a sostener un dualismo ontológico según el cual el pensamiento humano constituye una realidad espiritual paralela a la realidad material. Para ambos autores la sociedad forma parte activa de una única naturaleza que es toda ella material (e histórica, añadirá Marx), incluidos los procesos psíquicos imperceptibles que tienen lugar en el interior de los cuerpos humanos: “Porque la única ‘propiedad’ de la materia con cuya admisión está ligado el materialismo filosófico, es la propiedad de ser una realidad objetiva, de existir fuera de nuestra conciencia [individual – MC]” (Lenin, 1974, 335). Sin embargo, lo que puede llevar a confusión es que en realidad hay dos acepciones materialistas de lo “material” que suelen aparecer entremezcladas. Desde el punto de vista gnoseológico, lo “material” significa sólo lo real sensible, lo que no es puro pensamiento. Pero desde el más amplio punto de vista ontológico, toda la realidad, incluso la actividad intelectual, inmediatamente velada a los sentidos, es material (e histórica). Ahora bien, el hecho de que esta última sea también real y material no equivale a afirmar que su contenido lo sea. En efecto, hay aquí otra ambigüedad frente a la que es preciso estar alerta: mientras que el “pensamiento” entendido como la actividad misma del pensar siempre es real, en cambio, el “pensamiento” entendido como aquello que se piensa nunca es real en sí mismo. El contenido del pensamiento sólo puede ser verdadero, en la medida en que represente correctamente algún aspecto de un fenómeno material (en sentido amplio, ontológico), es decir, algo real en tanto exterior al pensamiento mismo. Éste es precisamente el uso que Marx hace del término Denken en la segunda de las TF: “La cuestión de si puede atribuirse al pensamiento humano una verdad objetiva no es una cuestión teórica, sino una cuestión práctica. Es en la práctica donde el hombre debe demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poder, la terrenalidad de su pensamiento. La disputa en torno a la realidad o irrealidad del pensamiento —aislado de la práctica— es una cuestión puramente escolástica“ (Marx, 1958a, 5). De este modo, Marx completa la vieja idea de la “comprobación empírica”. No basta con superar prejuicios y excesos especulativos yendo a observar lo que ocurre en la realidad: además es preciso advertir que eso que ocurre “no es algo directamente dado desde toda una eternidad y constantemente igual a sí mismo” (Marx y Engels, 1970, 47), sino el producto de la práctica histórica humana (y de las luchas que ésta conlleva).
La problemática palabra alemana sinnlich, o alguna de sus declinaciones, aparece en las TF siete veces en total (ocho en la versión de Engels) 4. Cuando este término cumple la función de adjetivo es susceptible de ser comprendido y traducido al castellano de dos maneras muy diferentes. Por un lado, como “sensible”, es decir, que puede ser captado por los sentidos. Por otro, como “sensorial”, esto es, propio de los sentidos mismos y su actividad perceptora. Y lo mismo vale para los casos en los que sinnlich funciona como adverbio: puede leerse como “sensiblemente” o como “sensorialmente”. En cambio, la forma sustantivada, Sinnlichkeit, presenta una ulterior dificultad. Para su traducción al castellano podemos optar simplemente por colocar el artículo neutro “lo” delante de “sensible” o de “sensorial”, con lo cual el único obstáculo que nos queda por superar sigue siendo la necesidad de decidirnos por uno de esos dos significados. Pero si, en cambio, pretendemos traducirla utilizando un sustantivo propiamente dicho, nos veremos ahora ante una palabra castellana que presenta la misma ambigüedad que el término alemán. En efecto, si descartamos formas forzadas, como “sensoriedad” o “sensorialidad”, y nos limitamos a utilizar “sensibilidad”, notaremos que se trata de un término equívoco que puede significar ya la capacidad de sentir, ya las cosas sensibles en cuanto tales (cf. Althusser, 1960, 6). Y aunque tal vez esta segunda acepción nos pueda resultar un poco inusual en castellano, el caso es que Feuerbach y Marx utilizan habitualmente Sinnlichkeit para aludir precisamente al “mundo sensible” (sinnliche Welt) (cf. Althusser, 1960, en contraposición con el imaginario orden suprasensible de la religión tradicional, de la metafísica, del pensamiento especulativo y del idealismo filosófico en general.
Ahora bien, ¿por qué debemos saber distinguir entre lo sensorial y lo sensible, entre los propios sentidos y lo que ellos captan? ¿No es esto acaso poco dialéctico? Pues no, o al menos no desde el punto de vista materialista, el cual acepta que la realidad conocida a través de los sentidos no es una mera producción de éstos: los excede. Si de veras admitimos que en la percepción nuestros sentidos captan algo que está más allá de ellos mismos, necesitamos empezar por reconocer resueltamente que hay dos lados diferentes implicados en esa unidad –aunque ésta sea de hecho inescindible–, y no hacer de ella una mera confusión entre lo sensorial y lo sensible. No se trata de que sea posible distinguir acabadamente entre lo que aportan a nuestra experiencia los sentidos y lo que ofrece la realidad exterior, sino simplemente de tener presente que el contenido de esa experiencia sensible es siempre una compleja relación entre mundo interior y mundo exterior. Desconocer esa relación como tal conduce a absolutizar uno de sus términos negando el otro. El hecho de que nuestra actividad cognoscente se halle inevitablemente situada en el extremo interior no le impide reconocer elementos que sólo pueden ser aportados por un extremo exterior. Y el hecho de que aceptemos una parte de exterioridad en lo que percibimos no debe llevarnos a olvidar nuestra propia intervención cognoscente, esto es, la mediación que establece nuestra actividad cognitiva, que vuelve imposible todo acceso puro o absoluto al mundo exterior.
Para acabar de mostrar que la distinción entre “sensible” y “sensorial” no constituye ninguna perogrullada, basta con añadir un nuevo elemento: el concepto de actividad humana. Resulta entonces evidente que hay una enorme diferencia entre la actividad sensorial humana, propia de los sentidos, y la actividad sensible humana, sólo perceptible por los sentidos. Pues bien, de estas dos formas de actividad humana, en las TF Marx no se refiere en absoluto a la primera –que pertenece al ámbito de la mera actividad intelectual-cognoscente estudiada por la filosofía tradicional–, sino únicamente a la segunda, que no es otra que la práctica en tanto acción material, exterior, objetiva, que precisamente desborda y condiciona a todo conocimiento. Es sólo ésta la actividad humana que, como bien denuncia la primera tesis, el materialismo anterior (incluido el de Feuerbach) no ha sabido reconocer en su carácter específico y fundamental, mientras que el idealismo (hegeliano) sólo ha sido capaz de concebirla de una manera abstracta, distorsionada, como algo completamente subordinado al pensamiento, puramente espiritual 5.
En lo que respecta a los términos “exterior” y “objetivo” (gegenständlich, y no objektiv), Feuerbach y Marx los utilizan en el sentido de “material” y “sensible”, esto es, de “independiente de la abstracción y del pensamiento” (Feuerbach, 1976b, 41), “pues la característica esencial de una existencia objetiva, de una existencia exterior al pensamiento o la representación, es la sensibilidad.” (Feuerbach, 1976b, 35–36). Objetivo o exterior es, pues, aquello que no es mero producto del sujeto cognoscente, es decir, aquello que no puede ser reducido a lo subjetivo-interior, por más esfuerzos que en tal sentido haya hecho el idealismo6. Ahora bien, Marx completa, enriquece y también descentra este esquema materialista básico. En efecto, para él ya no se trata sólo de discernir entre lo pensado de lo percibido, sino ante todo de diferenciar entre el conocimiento en su conjunto y la práctica que lo precede, excede y condiciona. Ya no se trata sólo de superar el idealismo con el materialismo, sino de superar todo el teoricismo filosófico tradicional con un inédito materialismo centrado en la práctica, esto es, un pensamiento que se reconoce condicionado por la actividad humana exterior y que, en consecuencia, se pone al servicio de una transformación material emancipadora. Desde el interior del sujeto cognoscente, la especificidad de la práctica sólo puede ser percibida como una actividad humana material, sensible, exterior y objetiva que transforma de manera profunda y constante el mundo social-natural. Sólo a partir de ese primer momento en que el conocimiento comprueba empíricamente el poder de la práctica y su propia dependencia respecto de ella –comprobación que Feuerbach no logró hacer–, sólo entonces el conocimiento puede intentar convertirse a su vez en una guía consciente de esa práctica en un sentido revolucionario.
Todo materialismo acepta, pues, la existencia de una realidad que es objetiva en tanto es exterior a la conciencia. Ahora bien, el materialismo práctico-histórico fundado por Marx va mucho más allá porque reconoce que si bien la realidad material es exterior a la conciencia, de ningún modo es exterior a la práctica. En efecto, la práctica es precisamente la actividad humana material, sensible y objetiva que habita ese mundo externo transformándolo profundamente. Hablar de una realidad exterior a la práctica humana constituye, pues, un auténtico absurdo. Mientras que, en cambio, continúa siendo esencial a toda concepción materialista el reconocimiento de que hay un mundo externo con relación a nuestra actividad meramente cognitiva. Por lo tanto, debería evitarse caer en la trampa que supone el uso de fórmulas ambiguas como “exterior al hombre” o “independiente del ser humano”, puesto que no distinguen entre un caso y el otro.
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Última edición por RioLena el Lun Sep 01, 2014 10:12 pm, editado 2 veces