Marx y la historia
texto de Eric Hobsbawm
publicado en marzo de 2013 en el blog Marx desde cero
publicado en dos mensajes en el Foro
Se presenta en Marx desde cero: Sabemos que Marx tocaba bastantes palos: economía política, filosofía, periodismo, historia… y de esta última es de la que vamos a tratar. De la mano de unos de los grandes marxistas británicos de todos los tiempos: Eric Hobsbawm. Si el Reino Unido siempre ha presentado diferencias por su idiosincrasia frente al continente no es de extrañar como un territorio donde el marxismo ha sido periférico y de poca influencia haya podido generar figuras como Gordon Childe, Maurice Dobb, Eaton, el grupo de “Past and Present”… etc.
El presente trabajo de hoy se publicó en la New Left Review, n. 143, Londres, 1984 y os recomendamos su lectura. Salud.
Estamos aquí para discutir temas y problemas de la concepción marxista de la historia, cien años después de la muerte de Marx. Éste no es un ritual de celebración de su centenario, pero sí es importante que comencemos por recordar el papel único de Marx dentro de la historiografía. Lo haré sencillamente por medio de tres ilustraciones. La primera es autobiográfica. Cuando yo era estudiante en Cambridge en los años treinta, muchos de los hombres y mujeres más aptos se afiliaron al Partido Comunista. Pero como ésta era una época muy brillante en la historia de una universidad muy distinguida, muchos de ellos estaban profundamente influidos por los grandes nombres a cuyos pies nos sentábamos. Allí, entre los jóvenes comunistas, solíamos decir en broma que los filósofos comunistas eran wittgensteinianos, los economistas comunistas eran keynesianos, los estudiantes comunistas de la literatura eran discípulos de F. R. Leavis. ¿Y los historiadores? Eran marxistas, porque no había ningún historiador que conociéramos en Cambridge ni en ninguna otra parte ―y conocíamos a algunos grandes, como Marc Bloch― que pudiera competir con Marx como maestro y como inspiración. Mi segundo ejemplo es similar. Treinta años después, en 1969, Sir John Hicks, ganador del premio Nobel, publicó su Teoría de la Historia Económica.
Escribió: “La mayoría de aquellos [que deseen otorgar un lugar al curso general de la historia] usarían las categorías marxianas, o alguna versión modificada de ellas, ya que no hay muchas versiones alternativas disponibles. Sin embargo, sigue siendo extraordinario que cien años después de Das Kapital [...] no haya surgido mucho más”.[1] Mi tercera ilustración proviene del espléndido libro de Fernand Braudel El capitalismo y la vida material, un libro cuyo título mismo indica un vínculo con Marx. En ese ilustre trabajo se alude a Marx más que a ningún otro autor, más aún que a cualquier otro autor francés. Un tributo de esta naturaleza de un país no muy dado a subestimar a sus pensadores nacionales, es en sí impresionante.
Escritos históricos
Esta influencia de Marx en la escritura de la historia no es un desarrollo evidente. Aunque el concepto materialista de la historia es el fundamento del marxismo, y aunque todo lo que Marx escribió está impregnado de historia, Marx mismo no escribió mucha historia en el sentido en el que los historiadores la entienden. En este respecto Engels fue más historiador, pues escribió más trabajos que razonablemente podrían clasificarse como “historia” en las bibliotecas. Desde luego Marx estudió historia y era erudito en extremo. Pero no escribió ningún trabajo que dijera “Historia” en el título, a excepción de una serie de artículos polémicos antizaristas que después se publicó bajo el título La historia secreta de la diplomacia en el siglo XVIII y que es uno de sus trabajos menos valiosos. Lo que llamamos criterios históricos de Marx consisten casi exclusivamente de análisis políticos de acontecimientos actuales y comentarios periodísticos, combinados con cierto trasfondo histórico. Sus análisis políticos, como La lucha de clases en Francia y El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, son realmente notables. Sus voluminosos escritos periodísticos, aunque no todos son de igual interés, contienen análisis de la mayor relevancia ―uno piensa en sus artículos sobre la India― y son, en todo caso, ejemplos de cómo Marx aplicó su método a problemas concretos tanto de historia como de un periodo que desde entonces se ha convertido en historia.
Pero no fueron escritos en tanto que historia, como la entienden las personas que se dedican al estudio del pasado. Finalmente, el estudio que Marx hizo del capitalismo contiene una enorme cantidad de material histórico, ilustraciones históricas y otros elementos importantes para el historiador.
Así, el grueso del trabajo histórico de Marx está integrado a sus escritos teóricos y políticos.
Todos ellos consideran el desarrollo histórico dentro de un marco más o menos a largo plazo, que abarca todo el lapso del desarrollo humano. Deben leerse en conjunto con los escritos que se centran en periodos cortos o en problemas y temas particulares, o en la historia detallada de acontecimientos concretos. Sin embargo, no puede encontrarse en Marx ninguna síntesis completa del proceso del desarrollo histórico; ni tampoco puede tratarse a El Capital como una “historia del capitalismo hasta 1867”.
Existen tres razones, dos menores y una fundamental, por lo cual esto es así; y por qué los historiadores marxistas no se limitan meramente a comentar a Marx sino que llevan a cabo lo que él mismo no hizo. Primero, como sabemos, Marx tuvo una gran dificultad para terminar sus proyectos literarios. Segundo, sus puntos de vista continuaron evolucionando hasta su muerte, aunque sujetos a un marco establecido “a mediados de los 1840”. Tercero, y más importante, en sus trabajos más maduros Marx deliberadamente estudió la historia en un orden inverso, tomando al capitalismo desarrollado como su punto de partida. “El hombre” era la clave para la anatomía del “simio”. Desde luego, esto no es un procedimiento antihistórico. Implica que el pasado no puede ser entendido exclusiva o primariamente en sus propios términos: no sólo porque forma parte de un proceso histórico, sino porque también sólo ese proceso histórico nos ha permitido analizar y entender cosas sobre ese proceso y sobre el pasado. Tomemos el concepto de trabajo, fundamental para el concepto materialista de la historia. Antes del capitalismo ―o antes de Adam Smith, como Marx lo dice más específicamente― el concepto de trabajo-en-general, a diferencia de las clases particulares del trabajo que son cualitativamente diferentes y no comparables, no existía. Mas si hemos de entender la historia de la humanidad, en un sentido global, a largo plazo, como la utilización progresiva y efectiva de la naturaleza por el hombre, entonces el concepto del trabajo social en general resulta esencial. La posición de Marx aún es debatible, en el sentido de que no puede decimos si un análisis futuro, basado en el desarrollo histórico futuro, será capaz de hacer descubrimientos analíticos comparables que permitan a los pensadores reinterpretar la historia de la humanidad en términos de algún otro concepto analítico central. Éste es un hueco potencial en el análisis, aun cuando no pensamos que tal futuro desarrollo hipotético pueda abandonar la centralidad del análisis marxista del trabajo, al menos respecto a ciertos aspectos obviamente cruciales de la historia humana. No intento cuestionar a Marx, sino sencillamente mostrar que su postura debe excluir mucho de lo que a los historiadores les interesa saber ―como algo de no inmediata relevancia para su propósito―; por ejemplo, muchos aspectos de la transición del feudalismo al capitalismo. Éstos fueron dejados a los marxistas posteriores, aunque es cierto que Federico Engels, siempre más interesado en “lo que sucedió realmente”, se ocupó más de tales asuntos.
El concepto materialista de la historia
La influencia de Marx en los historiadores, y no sólo en los historiadores marxistas, está, sin embargo, basada tanto en su teoría general (el concepto materialista de la historia), con sus alusiones y esbozos de la configuración general del desarrollo histórico de la humanidad desde el comunalismo primitivo hasta el capitalismo, cuanto en sus observaciones concretas en relación a aspectos particulares, periodos y problemas del pasado. No quiero decir mucho acerca de estas últimas, aun cuando han sido extremadamente influyentes y aún pueden ser muy estimulantes e iluminadoras. El primer volumen de El Capital contiene tres o cuatro referencias más o menos marginales acerca del protestantismo, pero el debate acerca de la religión en general y el protestantismo en particular, así como sobre el modo de producción capitalista, se deriva de ellas. De manera similar, El Capital tiene una nota al pie de página sobre Descartes en que vincula sus puntos de vista (animales como máquinas, lo real en oposición a lo especulativo, la filosofía como medio para dominar la naturaleza y perfeccionar la vida humana) con el “periodo de la manufactura” y plantea la pregunta de por qué los primeros economistas preferían a Hobbes y a Bacon como filósofos, y los posteriores a Locke. (Por su parte, Dudley North creía que el método cartesiano había “comenzado a liberar a la política económica de sus antiguas supersticiones”.)[2] Hacia el año de 1890 los no-marxistas ya estaban utilizando esto para ejemplificar la notable originalidad de Marx, y todavía hoy puede proporcionar material para un seminario de al menos seis meses de duración. Sin embargo, no será necesario convencer a ninguno de los asistentes a esta reunión de la genialidad de Marx o de la gama de sus conocimientos e intereses; y debe apreciarse que muchos de sus escritos acerca de aspectos particulares del pasado reflejan inevitablemente el conocimiento histórico disponible en su tiempo.
Vale la pena discutir más la concepción materialista de la historia porque hoy es punto de controversia o de crítica no sólo de los no-marxistas y los antimarxistas, sino también dentro del marxismo. Por generaciones fue la parte menos cuestionada del marxismo y se le consideraba, correctamente creo yo, como su meollo. Desarrollada en el transcurso de la crítica que Marx y Engels hicieron de la filosofía e ideología alemanas, la concepción materialista de la historia apunta esencialmente contra la creencia de que “las ideas, pensamientos y conceptos producen, determinan y dominan al hombre, sus condiciones materiales y su vida real”.[3] A partir de 1846 este concepto permaneció casi inalterado. Puede resumírse en una sola frase, repetida con variantes: “No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia”.[4] Ya está elaborada en La ideología alemana:
Esta concepción de la historia por tanto se basa en explicar el proceso real de producción empezando por la producción material de la vida misma- y en comprender la forma de relación conectada con y creada por este modo de producción, por ejemplo, la sociedad civil en sus varias etapas, como la base de toda la historia; describiéndola en su acción como Estado, y también explicando cómo todos los distintos productos teóricos y formas de la conciencia, la religión, la filosofía, la moralidad, etcétera, etcétera, surgen de ella, y rastreando el proceso de su formación desde esa base; es así como todo el conjunto puede, por supuesto, ser representado en su totalidad (y por lo tanto también las acciones recíprocas de estos diferentes aspectos entre sí).[5]
Debemos notar de paso que para Marx y para Engels el “verdadero proceso de producción” no es simplemente “la producción material de la vida misma”, sino algo más amplio. Para utilizar la justa formulación de Eric Wolf, es “el complejo conjunto establecido de relaciones mutuamente dependientes entre naturaleza, trabajo, labor y organización social”.[6] También debemos notar que los humanos producen tanto con las manos como con la cabeza.[7] Esta concepción no es historia sino una guía para ella y un programa de investigación. Citemos nuevamente La ideología alemana:
Ahí donde termina la especulación, donde comienza la vida real, ahí por consiguiente empieza la verdadera ciencia positiva, la explicación de la actividad práctica, del proceso práctico del desarrollo humano [...] Cuando se describe la realidad, la filosofía autosuficiente [die selbstiindinge Philosophie] pierde su medio de existencia. En el mejor de los casos su lugar sólo puede ocuparlo una suma de los resultados más generales, abstracciones que se derivan de la observación del desarrollo histórico de los hombres. Estas abstracciones, divorciadas de la historia real, no tienen valor alguno en sí mismas. Sólo pueden servir para facilitar el acomodo del material histórico, para indicar la secuencia de sus estratos independientes. Pero de ninguna manera proporcionar una receta o un esquema, como lo hace la filosofía, para recortar nítidamente las épocas de la historia.[8]
La formulación más completa viene en el Prefacio de 1859 a la Contribución a la crítica de la economía política. Debe preguntarse, desde luego, si uno puede rechazarlo y seguir siendo marxista. Sin embargo, es perfectamente claro que esta formulación ultraconcisa requiere de una elaboración: la ambigüedad de sus términos ha suscitado un debate acerca del significado preciso de “fuerzas” y “relaciones sociales” de producción, lo que constituye la “base económica”, .la “superestructura”, etcétera. También está perfectamente claro el principio que, debido a que los seres humanos tienen conciencia, el concepto materialista de la historia es la base de la explicación histórica, pero no la explicación histórica en sí. La historia no es como la ecología: los seres humanos deciden y piensan acerca de lo que sucede. Lo que no queda tan claro es si es determinista en el sentido de que nos permite descubrir lo que sucederá inevitablemente, a diferencia de los procedimientos generales de la transformación histórica. La cuestión de la inevitabilidad histórica sólo puede resolverse de manera firme en retrospectiva, y aun así sólo como una tautología: lo que sucedió era inevitable porque no pasó otra cosa; por lo tanto, cualquier cosa que hubiera podido ocurrir es de interés académico. Marx quería probar a priori que un cierto resultado histórico, el comunismo, era el producto inevitable del desarrollo histórico. Pero de ninguna manera parece claro que esto pueda demostrarse a través de un análisis histórico científico. Lo que era patente desde un principio es que el materialismo histórico no era determinismo económico: no todos los fenómenos no-económicos de la historia pueden derivarse de fenómenos económicos específicos, y los acontecimientos y las fechas particulares no están determinados en este sentido. Aun los más rígidos proponentes del materialismo histórico dedicaron largas discusiones al papel del accidente y del individuo en la historia (Plejánov); y pese a todas las críticas filosóficas que puedan hacerse a las formulaciones de Engels, éste fue bastante poco ambiguo en este punto en sus últimas cartas a Bloch, Schmidt, Starkenburg y otros. Marx mismo, en textos tan específicos como El dieciocho brumario y en textos periodísticos de los años cincuenta, no deja duda alguna de que su punto de vista era básicamente el mismo.
El ser y la conciencia
En realidad, el argumento crucial acerca de la concepción materialista de la historia ha tenido que ver con la relación fundamental entre el ser social y la conciencia. Esto se ha centrado no tanto en consideraciones filosóficas (por ejemplo “idealismo” contra “materialismo”) o en cuestiones morales (“¿cuál es el papel del libre albedrío y de la acción humana consciente?”, “si la situación no está madura, ¿cómo podemos actuar?”), cuanto en problemas empíricos de historia comparativa y antropología social. Un argumento típico sería que es imposible distinguir las relaciones sociales de producción de las ideas y los conceptos (por ejemplo, distinguir la base de la superestructura), en parte porque ésta es, en sí, una distinción histórica retrospectiva, y en parte porque las relaciones sociales de producción están estructuradas por la cultura y por conceptos que no pueden ser reducidos a ellas. Otra objeción sería que ya que un cierto modo de producción es compatible con n tipo de conceptos, éstos no pueden explicarse mediante la reducción a la “base”. Así, sabemos de sociedades que tienen la misma base material pero con diferentes maneras de estructurar las relaciones sociales, la ideología y otros rasgos superestructurales. Hasta este grado la visión que tienen los hombres del universo determina las formas de su existencia social, al menos en la medida en que éstas determinan a aquélla. Lo que designan estos puntos de vista debe entonces analizarse de modo distinto: por ejemplo, siguiendo a Lévi-Strauss, como un conjunto de variaciones sobre un número ilimitado de conceptos intelectuales.
Dejemos de lado la cuestión de si Marx abstrae de la cultura. (Mi propio punto de vista es que en sus escritos históricos es todo lo contrario de un reduccionista económico.) El hecho fundamental sigue siendo que el análisis de cualquier sociedad, en cualquier momento de su desarrollo histórico, debe comenzar con el análisis de su modo de producción: esto es decir, de a] la forma técnico-económica del “metabolismo entre el hombre y la naturaleza” (Marx), la manera en que el hombre se adapta a la naturaleza y la transforma a través del trabajo: y b] los arreglos sociales por medio de los cuales el trabajo es movilizado, organizado, distribuido. Hoy esto es así: si deseamos comprender lo que sea acerca de Gran Bretaña o Italia a finales del siglo XX, obviamente debemos comenzar por las transformaciones masivas de los métodos de producción que se llevaron a cabo en los años cincuenta y sesenta. En el caso de las sociedades más primitivas, la organización basada en el parentesco y en el sistema de ideas (del cual la organización por parentesco es, entre otras cosas un aspecto) dependerá de si estamos tratando con una economía basada en la recolección o en la producción de alimentos. Por ejemplo, como lo ha señalado Wolf,[9] en una economía basada en la recolección de alimentos los recursos están ampliamente disponibles para cualquiera con la habilidad de obtenerlos, y en la economía basada en la producción de alimentos (agrícola o pastoral) el acceso a estos recursos es restringido. Debe ser definido, no sólo aquí y ahora sino a lo largo de generaciones.
Ahora bien, aunque el concepto de base y superestructura es esencial para definir una serie de prioridades analíticas, la concepción materialista de la historia se enfrenta a otra crítica más seria. Marx sostiene no sólo que el método de producción es primario y que la superestructura debe de alguna manera conformarse a “las distinciones esenciales entre los seres humanos” que implica (es decir, las relaciones sociales de producción), sino también que hay una inevitable tendencia evolutiva al desarrollo de las fuerzas productivas materiales de la sociedad y, merced a ella, a que entren en contradicción con las relaciones de producción existentes y sus expresiones superestructurales relativamente inflexibles, las cuales entonces tienen que ceder. Como G.A. Cohen ha sostenido, esta tendencia evolutiva es, entonces, en el sentido más amplio, tecnológica.
El problema no es tanto por qué debería existir esta tendencia, ya que, a través de la historia del mundo entero, sin lugar a dudas ha existido hasta nuestros días. El verdadero problema está en que, evidentemente, esta tendencia no es universal. Aunque podemos dar explicaciones sobre muchos casos de sociedades en que no se presenta, o parece detenerse en cierto punto, esto no es suficiente. Bien podemos postular una tendencia general a progresar de la recolección a la producción de alimentos (donde esto no sea imposible o innecesario por razones ecológicas), pero no podemos hacer lo mismo para los desarrollos modernos de la tecnología y la industrialización, los cuales han conquistado el mundo desde una, y una sola, base regional. Esto parece crear una trampa sin salida: o bien no hay una tendencia general de desarrollo de las fuerzas materiales de la producción de una sociedad, o a desarrollarse más allá de cierto punto; en cuyo caso el desarrollo del capitalismo occidental debe ser explicado sin una referencia primaria a una tendencia tan general, y la concepción materialista de la historia sólo puede en el mejor de los casos utilizarse para explicar un caso en especial. (Apunto de pasada que abandonar la opinión de que los hombres están actuando constantemente de una manera que tiende a aumentar su control sobre la naturaleza no es realista y produce considerables complicaciones históricas y de otros tipos.) O bien existe tal tendencia histórica general; en cuyo caso debemos explicar por qué no ha funcionado en todas partes, o por qué en muchos casos (por ejemplo en China) ha sido efectivamente contrarrestada con toda claridad. Parecería que tan sólo la fuerza, la inercia o algún otro poder de la estructura social y de la superestructura sobre la base material pudieron haber detenido el movimiento de esa base material.
texto de Eric Hobsbawm
publicado en marzo de 2013 en el blog Marx desde cero
publicado en dos mensajes en el Foro
Se presenta en Marx desde cero: Sabemos que Marx tocaba bastantes palos: economía política, filosofía, periodismo, historia… y de esta última es de la que vamos a tratar. De la mano de unos de los grandes marxistas británicos de todos los tiempos: Eric Hobsbawm. Si el Reino Unido siempre ha presentado diferencias por su idiosincrasia frente al continente no es de extrañar como un territorio donde el marxismo ha sido periférico y de poca influencia haya podido generar figuras como Gordon Childe, Maurice Dobb, Eaton, el grupo de “Past and Present”… etc.
El presente trabajo de hoy se publicó en la New Left Review, n. 143, Londres, 1984 y os recomendamos su lectura. Salud.
Estamos aquí para discutir temas y problemas de la concepción marxista de la historia, cien años después de la muerte de Marx. Éste no es un ritual de celebración de su centenario, pero sí es importante que comencemos por recordar el papel único de Marx dentro de la historiografía. Lo haré sencillamente por medio de tres ilustraciones. La primera es autobiográfica. Cuando yo era estudiante en Cambridge en los años treinta, muchos de los hombres y mujeres más aptos se afiliaron al Partido Comunista. Pero como ésta era una época muy brillante en la historia de una universidad muy distinguida, muchos de ellos estaban profundamente influidos por los grandes nombres a cuyos pies nos sentábamos. Allí, entre los jóvenes comunistas, solíamos decir en broma que los filósofos comunistas eran wittgensteinianos, los economistas comunistas eran keynesianos, los estudiantes comunistas de la literatura eran discípulos de F. R. Leavis. ¿Y los historiadores? Eran marxistas, porque no había ningún historiador que conociéramos en Cambridge ni en ninguna otra parte ―y conocíamos a algunos grandes, como Marc Bloch― que pudiera competir con Marx como maestro y como inspiración. Mi segundo ejemplo es similar. Treinta años después, en 1969, Sir John Hicks, ganador del premio Nobel, publicó su Teoría de la Historia Económica.
Escribió: “La mayoría de aquellos [que deseen otorgar un lugar al curso general de la historia] usarían las categorías marxianas, o alguna versión modificada de ellas, ya que no hay muchas versiones alternativas disponibles. Sin embargo, sigue siendo extraordinario que cien años después de Das Kapital [...] no haya surgido mucho más”.[1] Mi tercera ilustración proviene del espléndido libro de Fernand Braudel El capitalismo y la vida material, un libro cuyo título mismo indica un vínculo con Marx. En ese ilustre trabajo se alude a Marx más que a ningún otro autor, más aún que a cualquier otro autor francés. Un tributo de esta naturaleza de un país no muy dado a subestimar a sus pensadores nacionales, es en sí impresionante.
Escritos históricos
Esta influencia de Marx en la escritura de la historia no es un desarrollo evidente. Aunque el concepto materialista de la historia es el fundamento del marxismo, y aunque todo lo que Marx escribió está impregnado de historia, Marx mismo no escribió mucha historia en el sentido en el que los historiadores la entienden. En este respecto Engels fue más historiador, pues escribió más trabajos que razonablemente podrían clasificarse como “historia” en las bibliotecas. Desde luego Marx estudió historia y era erudito en extremo. Pero no escribió ningún trabajo que dijera “Historia” en el título, a excepción de una serie de artículos polémicos antizaristas que después se publicó bajo el título La historia secreta de la diplomacia en el siglo XVIII y que es uno de sus trabajos menos valiosos. Lo que llamamos criterios históricos de Marx consisten casi exclusivamente de análisis políticos de acontecimientos actuales y comentarios periodísticos, combinados con cierto trasfondo histórico. Sus análisis políticos, como La lucha de clases en Francia y El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, son realmente notables. Sus voluminosos escritos periodísticos, aunque no todos son de igual interés, contienen análisis de la mayor relevancia ―uno piensa en sus artículos sobre la India― y son, en todo caso, ejemplos de cómo Marx aplicó su método a problemas concretos tanto de historia como de un periodo que desde entonces se ha convertido en historia.
Pero no fueron escritos en tanto que historia, como la entienden las personas que se dedican al estudio del pasado. Finalmente, el estudio que Marx hizo del capitalismo contiene una enorme cantidad de material histórico, ilustraciones históricas y otros elementos importantes para el historiador.
Así, el grueso del trabajo histórico de Marx está integrado a sus escritos teóricos y políticos.
Todos ellos consideran el desarrollo histórico dentro de un marco más o menos a largo plazo, que abarca todo el lapso del desarrollo humano. Deben leerse en conjunto con los escritos que se centran en periodos cortos o en problemas y temas particulares, o en la historia detallada de acontecimientos concretos. Sin embargo, no puede encontrarse en Marx ninguna síntesis completa del proceso del desarrollo histórico; ni tampoco puede tratarse a El Capital como una “historia del capitalismo hasta 1867”.
Existen tres razones, dos menores y una fundamental, por lo cual esto es así; y por qué los historiadores marxistas no se limitan meramente a comentar a Marx sino que llevan a cabo lo que él mismo no hizo. Primero, como sabemos, Marx tuvo una gran dificultad para terminar sus proyectos literarios. Segundo, sus puntos de vista continuaron evolucionando hasta su muerte, aunque sujetos a un marco establecido “a mediados de los 1840”. Tercero, y más importante, en sus trabajos más maduros Marx deliberadamente estudió la historia en un orden inverso, tomando al capitalismo desarrollado como su punto de partida. “El hombre” era la clave para la anatomía del “simio”. Desde luego, esto no es un procedimiento antihistórico. Implica que el pasado no puede ser entendido exclusiva o primariamente en sus propios términos: no sólo porque forma parte de un proceso histórico, sino porque también sólo ese proceso histórico nos ha permitido analizar y entender cosas sobre ese proceso y sobre el pasado. Tomemos el concepto de trabajo, fundamental para el concepto materialista de la historia. Antes del capitalismo ―o antes de Adam Smith, como Marx lo dice más específicamente― el concepto de trabajo-en-general, a diferencia de las clases particulares del trabajo que son cualitativamente diferentes y no comparables, no existía. Mas si hemos de entender la historia de la humanidad, en un sentido global, a largo plazo, como la utilización progresiva y efectiva de la naturaleza por el hombre, entonces el concepto del trabajo social en general resulta esencial. La posición de Marx aún es debatible, en el sentido de que no puede decimos si un análisis futuro, basado en el desarrollo histórico futuro, será capaz de hacer descubrimientos analíticos comparables que permitan a los pensadores reinterpretar la historia de la humanidad en términos de algún otro concepto analítico central. Éste es un hueco potencial en el análisis, aun cuando no pensamos que tal futuro desarrollo hipotético pueda abandonar la centralidad del análisis marxista del trabajo, al menos respecto a ciertos aspectos obviamente cruciales de la historia humana. No intento cuestionar a Marx, sino sencillamente mostrar que su postura debe excluir mucho de lo que a los historiadores les interesa saber ―como algo de no inmediata relevancia para su propósito―; por ejemplo, muchos aspectos de la transición del feudalismo al capitalismo. Éstos fueron dejados a los marxistas posteriores, aunque es cierto que Federico Engels, siempre más interesado en “lo que sucedió realmente”, se ocupó más de tales asuntos.
El concepto materialista de la historia
La influencia de Marx en los historiadores, y no sólo en los historiadores marxistas, está, sin embargo, basada tanto en su teoría general (el concepto materialista de la historia), con sus alusiones y esbozos de la configuración general del desarrollo histórico de la humanidad desde el comunalismo primitivo hasta el capitalismo, cuanto en sus observaciones concretas en relación a aspectos particulares, periodos y problemas del pasado. No quiero decir mucho acerca de estas últimas, aun cuando han sido extremadamente influyentes y aún pueden ser muy estimulantes e iluminadoras. El primer volumen de El Capital contiene tres o cuatro referencias más o menos marginales acerca del protestantismo, pero el debate acerca de la religión en general y el protestantismo en particular, así como sobre el modo de producción capitalista, se deriva de ellas. De manera similar, El Capital tiene una nota al pie de página sobre Descartes en que vincula sus puntos de vista (animales como máquinas, lo real en oposición a lo especulativo, la filosofía como medio para dominar la naturaleza y perfeccionar la vida humana) con el “periodo de la manufactura” y plantea la pregunta de por qué los primeros economistas preferían a Hobbes y a Bacon como filósofos, y los posteriores a Locke. (Por su parte, Dudley North creía que el método cartesiano había “comenzado a liberar a la política económica de sus antiguas supersticiones”.)[2] Hacia el año de 1890 los no-marxistas ya estaban utilizando esto para ejemplificar la notable originalidad de Marx, y todavía hoy puede proporcionar material para un seminario de al menos seis meses de duración. Sin embargo, no será necesario convencer a ninguno de los asistentes a esta reunión de la genialidad de Marx o de la gama de sus conocimientos e intereses; y debe apreciarse que muchos de sus escritos acerca de aspectos particulares del pasado reflejan inevitablemente el conocimiento histórico disponible en su tiempo.
Vale la pena discutir más la concepción materialista de la historia porque hoy es punto de controversia o de crítica no sólo de los no-marxistas y los antimarxistas, sino también dentro del marxismo. Por generaciones fue la parte menos cuestionada del marxismo y se le consideraba, correctamente creo yo, como su meollo. Desarrollada en el transcurso de la crítica que Marx y Engels hicieron de la filosofía e ideología alemanas, la concepción materialista de la historia apunta esencialmente contra la creencia de que “las ideas, pensamientos y conceptos producen, determinan y dominan al hombre, sus condiciones materiales y su vida real”.[3] A partir de 1846 este concepto permaneció casi inalterado. Puede resumírse en una sola frase, repetida con variantes: “No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia”.[4] Ya está elaborada en La ideología alemana:
Esta concepción de la historia por tanto se basa en explicar el proceso real de producción empezando por la producción material de la vida misma- y en comprender la forma de relación conectada con y creada por este modo de producción, por ejemplo, la sociedad civil en sus varias etapas, como la base de toda la historia; describiéndola en su acción como Estado, y también explicando cómo todos los distintos productos teóricos y formas de la conciencia, la religión, la filosofía, la moralidad, etcétera, etcétera, surgen de ella, y rastreando el proceso de su formación desde esa base; es así como todo el conjunto puede, por supuesto, ser representado en su totalidad (y por lo tanto también las acciones recíprocas de estos diferentes aspectos entre sí).[5]
Debemos notar de paso que para Marx y para Engels el “verdadero proceso de producción” no es simplemente “la producción material de la vida misma”, sino algo más amplio. Para utilizar la justa formulación de Eric Wolf, es “el complejo conjunto establecido de relaciones mutuamente dependientes entre naturaleza, trabajo, labor y organización social”.[6] También debemos notar que los humanos producen tanto con las manos como con la cabeza.[7] Esta concepción no es historia sino una guía para ella y un programa de investigación. Citemos nuevamente La ideología alemana:
Ahí donde termina la especulación, donde comienza la vida real, ahí por consiguiente empieza la verdadera ciencia positiva, la explicación de la actividad práctica, del proceso práctico del desarrollo humano [...] Cuando se describe la realidad, la filosofía autosuficiente [die selbstiindinge Philosophie] pierde su medio de existencia. En el mejor de los casos su lugar sólo puede ocuparlo una suma de los resultados más generales, abstracciones que se derivan de la observación del desarrollo histórico de los hombres. Estas abstracciones, divorciadas de la historia real, no tienen valor alguno en sí mismas. Sólo pueden servir para facilitar el acomodo del material histórico, para indicar la secuencia de sus estratos independientes. Pero de ninguna manera proporcionar una receta o un esquema, como lo hace la filosofía, para recortar nítidamente las épocas de la historia.[8]
La formulación más completa viene en el Prefacio de 1859 a la Contribución a la crítica de la economía política. Debe preguntarse, desde luego, si uno puede rechazarlo y seguir siendo marxista. Sin embargo, es perfectamente claro que esta formulación ultraconcisa requiere de una elaboración: la ambigüedad de sus términos ha suscitado un debate acerca del significado preciso de “fuerzas” y “relaciones sociales” de producción, lo que constituye la “base económica”, .la “superestructura”, etcétera. También está perfectamente claro el principio que, debido a que los seres humanos tienen conciencia, el concepto materialista de la historia es la base de la explicación histórica, pero no la explicación histórica en sí. La historia no es como la ecología: los seres humanos deciden y piensan acerca de lo que sucede. Lo que no queda tan claro es si es determinista en el sentido de que nos permite descubrir lo que sucederá inevitablemente, a diferencia de los procedimientos generales de la transformación histórica. La cuestión de la inevitabilidad histórica sólo puede resolverse de manera firme en retrospectiva, y aun así sólo como una tautología: lo que sucedió era inevitable porque no pasó otra cosa; por lo tanto, cualquier cosa que hubiera podido ocurrir es de interés académico. Marx quería probar a priori que un cierto resultado histórico, el comunismo, era el producto inevitable del desarrollo histórico. Pero de ninguna manera parece claro que esto pueda demostrarse a través de un análisis histórico científico. Lo que era patente desde un principio es que el materialismo histórico no era determinismo económico: no todos los fenómenos no-económicos de la historia pueden derivarse de fenómenos económicos específicos, y los acontecimientos y las fechas particulares no están determinados en este sentido. Aun los más rígidos proponentes del materialismo histórico dedicaron largas discusiones al papel del accidente y del individuo en la historia (Plejánov); y pese a todas las críticas filosóficas que puedan hacerse a las formulaciones de Engels, éste fue bastante poco ambiguo en este punto en sus últimas cartas a Bloch, Schmidt, Starkenburg y otros. Marx mismo, en textos tan específicos como El dieciocho brumario y en textos periodísticos de los años cincuenta, no deja duda alguna de que su punto de vista era básicamente el mismo.
El ser y la conciencia
En realidad, el argumento crucial acerca de la concepción materialista de la historia ha tenido que ver con la relación fundamental entre el ser social y la conciencia. Esto se ha centrado no tanto en consideraciones filosóficas (por ejemplo “idealismo” contra “materialismo”) o en cuestiones morales (“¿cuál es el papel del libre albedrío y de la acción humana consciente?”, “si la situación no está madura, ¿cómo podemos actuar?”), cuanto en problemas empíricos de historia comparativa y antropología social. Un argumento típico sería que es imposible distinguir las relaciones sociales de producción de las ideas y los conceptos (por ejemplo, distinguir la base de la superestructura), en parte porque ésta es, en sí, una distinción histórica retrospectiva, y en parte porque las relaciones sociales de producción están estructuradas por la cultura y por conceptos que no pueden ser reducidos a ellas. Otra objeción sería que ya que un cierto modo de producción es compatible con n tipo de conceptos, éstos no pueden explicarse mediante la reducción a la “base”. Así, sabemos de sociedades que tienen la misma base material pero con diferentes maneras de estructurar las relaciones sociales, la ideología y otros rasgos superestructurales. Hasta este grado la visión que tienen los hombres del universo determina las formas de su existencia social, al menos en la medida en que éstas determinan a aquélla. Lo que designan estos puntos de vista debe entonces analizarse de modo distinto: por ejemplo, siguiendo a Lévi-Strauss, como un conjunto de variaciones sobre un número ilimitado de conceptos intelectuales.
Dejemos de lado la cuestión de si Marx abstrae de la cultura. (Mi propio punto de vista es que en sus escritos históricos es todo lo contrario de un reduccionista económico.) El hecho fundamental sigue siendo que el análisis de cualquier sociedad, en cualquier momento de su desarrollo histórico, debe comenzar con el análisis de su modo de producción: esto es decir, de a] la forma técnico-económica del “metabolismo entre el hombre y la naturaleza” (Marx), la manera en que el hombre se adapta a la naturaleza y la transforma a través del trabajo: y b] los arreglos sociales por medio de los cuales el trabajo es movilizado, organizado, distribuido. Hoy esto es así: si deseamos comprender lo que sea acerca de Gran Bretaña o Italia a finales del siglo XX, obviamente debemos comenzar por las transformaciones masivas de los métodos de producción que se llevaron a cabo en los años cincuenta y sesenta. En el caso de las sociedades más primitivas, la organización basada en el parentesco y en el sistema de ideas (del cual la organización por parentesco es, entre otras cosas un aspecto) dependerá de si estamos tratando con una economía basada en la recolección o en la producción de alimentos. Por ejemplo, como lo ha señalado Wolf,[9] en una economía basada en la recolección de alimentos los recursos están ampliamente disponibles para cualquiera con la habilidad de obtenerlos, y en la economía basada en la producción de alimentos (agrícola o pastoral) el acceso a estos recursos es restringido. Debe ser definido, no sólo aquí y ahora sino a lo largo de generaciones.
Ahora bien, aunque el concepto de base y superestructura es esencial para definir una serie de prioridades analíticas, la concepción materialista de la historia se enfrenta a otra crítica más seria. Marx sostiene no sólo que el método de producción es primario y que la superestructura debe de alguna manera conformarse a “las distinciones esenciales entre los seres humanos” que implica (es decir, las relaciones sociales de producción), sino también que hay una inevitable tendencia evolutiva al desarrollo de las fuerzas productivas materiales de la sociedad y, merced a ella, a que entren en contradicción con las relaciones de producción existentes y sus expresiones superestructurales relativamente inflexibles, las cuales entonces tienen que ceder. Como G.A. Cohen ha sostenido, esta tendencia evolutiva es, entonces, en el sentido más amplio, tecnológica.
El problema no es tanto por qué debería existir esta tendencia, ya que, a través de la historia del mundo entero, sin lugar a dudas ha existido hasta nuestros días. El verdadero problema está en que, evidentemente, esta tendencia no es universal. Aunque podemos dar explicaciones sobre muchos casos de sociedades en que no se presenta, o parece detenerse en cierto punto, esto no es suficiente. Bien podemos postular una tendencia general a progresar de la recolección a la producción de alimentos (donde esto no sea imposible o innecesario por razones ecológicas), pero no podemos hacer lo mismo para los desarrollos modernos de la tecnología y la industrialización, los cuales han conquistado el mundo desde una, y una sola, base regional. Esto parece crear una trampa sin salida: o bien no hay una tendencia general de desarrollo de las fuerzas materiales de la producción de una sociedad, o a desarrollarse más allá de cierto punto; en cuyo caso el desarrollo del capitalismo occidental debe ser explicado sin una referencia primaria a una tendencia tan general, y la concepción materialista de la historia sólo puede en el mejor de los casos utilizarse para explicar un caso en especial. (Apunto de pasada que abandonar la opinión de que los hombres están actuando constantemente de una manera que tiende a aumentar su control sobre la naturaleza no es realista y produce considerables complicaciones históricas y de otros tipos.) O bien existe tal tendencia histórica general; en cuyo caso debemos explicar por qué no ha funcionado en todas partes, o por qué en muchos casos (por ejemplo en China) ha sido efectivamente contrarrestada con toda claridad. Parecería que tan sólo la fuerza, la inercia o algún otro poder de la estructura social y de la superestructura sobre la base material pudieron haber detenido el movimiento de esa base material.
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