La idea de partido en Marx
texto de Carlos Pereyra publicado en revista Cuadernos Políticos en los años 70
tomado del blog Marx desde cero en marzo de 2013
se publica en el Foro en dos mensajes
Como ha sido señalado de manera reiterada, carece de sentido pretender encontrar en la obra de Marx una teoría general del partido de la clase obrera. No obstante la frecuente aparición del vocablo partido en sus escritos, “sería vano buscar en Marx una exposición sistemática y completa de la teoría del partido proletario, de su naturaleza, de sus características“.[1] La dificultad no consiste sólo en la ausencia de una elaboración sistemática de esa teoría, sino en la ausencia también —en la obra de Marx— de ciertos problemas (o preguntas) que el despliegue posterior del movimiento obrero y el desarrollo de la lucha por el socialismo mostraron como problemas centrales.
En efecto, Marx se planteó de manera insuficiente la cuestión de si el propio proceso de maduración del proletariado, generado por la lucha de clases, basta para constituir el sujeto revolucionario o si, además, es preciso contar con la intervención de un factor externo a. ese proceso: un aspecto del partido revolucionario —y no un aspecto secundario— no fue verdaderamente aclarado por Marx. Admitido que, en la inmediatez de su condición, el proletario no puede alcanzar en modo alguno una visión de conjunto del sistema social, ni promover su derrumbe; admitido pues, que su acción como clase pueda desarrollarse sólo gracias a la superación de esa inmediatez, y por lo tanto a través de la mediación de una conciencia revolucionaria, ¿cuál es el proceso, el mecanismo, a través del cual puede producirse esa conciencia? ¿Puede la conciencia de clase, sobre la base de una necesidad intrínseca, madurar en el proletariado como un proceso espontáneo de elementos que ya están presentes en su objetividad social y que se vuelven cada vez más dominantes hasta prevalecer sobre los demás elementos originarios que condenaban a la clase a la subordinación y la disgregación? ¿O es que tal conciencia forzosamente representa una superación global de la inmediatez proletaria, y no puede madurar si no es a través de un salto dialéctico, de la acción de fuerzas externas y su entrelazamiento con la acción espontánea de la clase? Marx no enfrentó ese problema. Aunque su concepción general de la revolución proletaria postulaba indirectamente una cierta solución (la del “elemento externo” y no la de la espontaneidad) no cabe duda respecto de que no son pocas ni secundarias las afirmaciones suyas que podrían o pueden utilizarse para fundamentar una solución opuesta. No se trataba de un elemento de poca importancia, y no es casual que la polémica teórica relativa a la definición de una teoría del partido revolucionario se haya desarrollado sobre todo en torno de ello.[2]
Si este vacío teórico en la obra de Marx dio pie a un prolongado debate sobre el problema de la relación clase-partido, el asunto se vuelve más complejo cuando se advierte que no sólo está en juego el vínculo de proletariado y partido sino también el que mantienen con la organización política otras fuerzas sociales dominadas. En efecto, la imagen de la revolución que Marx se forja deriva del esquema binario expuesto en el Manifiesto y que de uno u otro modo guía toda su reflexión:
nuestra época, la época de la burguesía, se distingue por haber simplificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado.
Sin embargo, la historia de las sociedades capitalistas muestra que la tendencia a la simplificación de las relaciones de clase es contrarrestada por tendencias más fuertes y que, por tanto, la lucha directa clase contra clase se desenvuelve en un abigarrado marco social donde intervienen numerosas otras fuerzas y contradicciones sociales. Ello pone sobre el tapete un problema más diversificado que la relación simple partido-clase.
Ahora bien, ¿en qué consiste propiamente el problema de la relación partido-clase o, como sería mejor decir, partido-fuerzas sociales dominadas? Si uno se atiene a los términos del debate, todo parece indicar que se trata de discernir si el partido es una formación externa a la clase y, por tanto, obligado a resolver la tarea básica de su articulación con ésta y con el conjunto de los dominados o, en su defecto, si es producto natural del proceso de formación de la clase. El Manifiesto no parece dejar dudas de que Marx se inclina por esta segunda versión:
las colisiones entre el obrero individual y el burgués individual adquieren más y más el carácter de colisiones entre dos clases. Los obreros empiezan a formar coaliciones contra los burgueses y actúan en común para la defensa de sus salarios. Llegan hasta formar asociaciones permanentes para asegurarse los medios necesarios, en previsión de estos choques eventuales [...] Esta unión es propiciada por el crecimiento de los medios de comunicación creados por la gran industria y que ponen en contacto a los obreros de diferentes localidades. Y basta este contacto para que las numerosas luchas locales, que en todas partes revisten el mismo carácter, se centralicen en una lucha nacional, en una lucha de clases. Mas toda lucha de clases es una lucha política [...] Esta organización del proletariado en clase y, por tanto, en partido político, vuelve sin cesar a ser socavada por la competencia entre los propios obreros. Pero resurge, y siempre más fuerte, más firme, más potente.
Aunque se admita la tendencia a la centralización nacional de las luchas sociales y, en consecuencia, a su transformación en lucha política, no por ello puede aceptarse que la organización del proletariado como clase equivale a su organización en partido político. Es claro que en este texto Marx utiliza la expresión partido político con significado distinto al que hoy posee.
No hay que perder de vista toda la ambigüedad que el término “partido” tiene en esa época. Lo mismo designa una organización estructurada de modo estricto [... ] que un conjunto poco conexo de elementos con más o menos afinidades ideológico-políticas [... ] que la tendencia representada por una publicación, que los seguidores de una personalidad, que una clase o fracción de clase, tomada en su comportamiento frente a las otras, etcétera. Marx y Engels hacen este uso ambiguo del término igual que los demás escritores de su tiempo.[3]
Pero no se trata sólo de una ambigüedad en el uso del vocablo, de una imprecisión resultante de la incorporación reciente del término en el vocabulario político, sino de que el fenómeno mismo, la forma orgánica designada hoy por el término partido, no hacía todavía su aparición en escena o apenas adoptaba sus primeras manifestaciones.
La equivocidad del término partido en el discurso de Marx debe tomarse en cuenta para no incurrir en lecturas anacrónicas, es decir, para no atribuir al vocablo valor semántico diferente al que tiene en el uso que el autor le asigna. Así, por ejemplo, cuando en el Manifiesto se lee:
los comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros partidos obreros [...] los comunistas sólo se distinguen de los demás partidos proletarios en que, por una parte, en las diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y hacen valer los intereses comunes a todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad; y, por otra parte, en que, en las diferentes fases de desarrollo por que pasa la lucha entre el proletariado y la burguesía, representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto. Prácticamente, los comunistas son, pues, el sector más resuelto de los partidos obreros de todos los países, el sector que siempre impulsa adelante a los demás; teóricamente, tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara visión de las condiciones, de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario. El objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que el de todos los demás partidos proletarios: constitución de los proletarios en clase, derrocamiento de la dominación burguesa, conquista del poder político por el proletariado,
es claro que en estos pasajes la noción partido no refiere a instituciones orgánicas como las que ahora conocemos, sino a meras corrientes ideológico-políticas sin perfil preciso.
La ambigüedad del vocablo partido en los textos de Marx no proviene sólo, como se dice más arriba, de que era una novedad terminológica a mediados del siglo pasado y de que el fenómeno mismo de organización política en instituciones estructuradas apenas comenzaba a manifestarse, sino también de la tentación observable en sus escritos a identificar agentes (fuerzas) sociales y agentes (fuerzas) políticas. Por ello los términos clase y partido son intercambiables en numerosos pasajes de su obra. Ello se advierte de modo cabal en Las luchas de clases en Francia, donde Marx —con motivo de la instauración de la república durante el gobierno provisional de febrero— escribe que “el proletariado apareció inmediatamente en primer plano como partido independiente“. La formulación no se refiere, como pudiera parecer, a una organización política específica, sino al conjunto de formas orgánicas y acciones a través de las cuales el proletariado interviene en ese momento histórico.
De modo explícito o implícito esta noción de clase-partido o partido-clase es una de las nociones operatorias fundamentales de Marx en sus grandes análisis de la revolución de 1848, generalmente bajo las expresiones de “partido del proletariado“, “partido de la burguesía“, “partido de la pequeña burguesía“, etcétera. Expresiones que no significan para Marx, obvio es decirlo, que a cada clase corresponda un solo partido (“partido” en el sentido más corriente del término), sino que la clase, el conjunto de sus organizaciones, partidos, individuos, actúa como “partido” frente a las otras clases.[4]
Más tarde, sin embargo, tales expresiones (“partido de la burguesía“, “partido del proletariado“, etcétera, empleadas por Marx en el sentido señalado, fueron utilizadas en el marco de un esquema restrictivo de la relación clase-partido. Así, por ejemplo, llegó a convertirse en tesis incuestionable la afirmación de Stalin según la cual “allí donde no existen varias clases [...] no puede haber varios partidos, dado que [un] partido es parte de [una] clase“. Es preciso subrayar de manera enfática, pues, que no hay motivo alguno en virtud del cual la clase deba actuar a través de un solo partido político y la experiencia histórica muestra, por el contrario, su tendencia a participar en varios partidos. Ahora bien, no basta con reconocer que no hay correspondencia biunívoca entre clases y partidos. Hace falta ir más allá y admitir que las clases son formaciones heterogéneas en cuyo interior se dan marcadas diferencias políticas e ideológicas, desarrollo desigual de la conciencia, que les impiden actuar de manera unitaria en un canal partidario único. Más aún, clase y partido son conceptos que operan en distintos niveles de abstracción y remiten a momentos diferentes de la realidad social, por lo que resulta abusivo decir que las clases como tales forman partidos y que éstos son expresión o instrumento de aquéllas.
Es cierto que tal conceptualización está muy difundida en la literatura socialista y que Engels, por ejemplo, en la introducción a Las luchas de clases en Francia define los partidos como “la expresión política más o menos adecuada de [...] clases y fracciones de clase“. Sin embargo, en una carta a Bebel el propio Engels hizo notar que “la solidaridad del proletariado se lleva a la práctica en todas partes en diversas agrupaciones partidarias que siguen cargando con mortales enemistades mutuas” y, hacia el final de su vida, veía en el regionalismo antiprusiano de las zonas alemanas católicas la base del entonces naciente Partido del Centro que agrupaba a elementos de diversas clases. Marx, por su cuenta, en El Dieciocho Brumario consideraba que factores ideológicos eran la única causa por la que en 1848 la fracción republicana de la burguesía se enfrentó al sector monárquico de esa clase. Así pues, los intereses de clase tal como son vividos por los miembros de una clase social nunca son suficientes para determinar de manera unívoca la adscripción a un partido dado. No sólo la heterogeneidad originaria de las diversas fracciones y núcleos de una clase, sino también las divergencias ideológicas, se combinan para conformar un cuadro político que jamás corresponde puntualmente a las divisiones de clase. Los agentes (fuerzas) que participan en las relaciones políticas no son la traducción exacta de los agentes (fuerzas) que intervienen en las relaciones de clase (producción).
La figura de la clase-partido aparece de manera persistente en la obra de Marx. En su redacción del texto relativo a los estatutos generales de la Asociación Internacional de los Trabajadores adoptado en el congreso de La Haya (1872) se dice que “el proletariado no puede obrar como clase si no se constituye en partido político propio, distinto y opuesto a todos los viejos partidos formados por las clases poseedoras“. Se trata de una fórmula demasiado abreviada, y por ello confusa, pues las clases no se constituyen por sí mismas en partidos políticos y ni siquiera forman como tales los partidos. ¿En qué sentido puede, entonces, afirmarse el carácter de clase de un partido? O bien se trata de un enunciado empírico descriptivo referente al hecho de que una proporción mayoritaria de los militantes del partido provienen de cierta clase social o, mejor aún, referente al hecho de que un porcentaje considerable de los miembros de una clase se identifican con el partido y reconocen en su programa un instrumento para la defensa de sus intereses; o bien se trata de un enunciado teórico abstracto referente a que los objetivos generales del partido coinciden con los intereses históricos que la teoría le atribuye a la clase.
Ambos planos de la cuestión no tienen por qué coincidir, pues en cierto momento los integrantes de una clase pueden reconocerse en un partido que, sin embargo no garantiza el cumplimiento de sus intereses históricos y, viceversa, no identificarse con un partido que, sin embargo, está comprometido con tales intereses.
Aunque en el esfuerzo por acercar la concepción del partido de Marx y la que se desarrolla más tarde, sobre todo a partir de Lenin, con frecuencia se pretende (como Magri en el pasaje arriba transcrito) encontrar en el discurso de Marx la idea de exterioridad, lo cierto es que para éste el partido no es algo externo a la clase sino la clase misma organizada políticamente. En La miseria de la filosofía Marx sintetiza de la siguiente manera el proceso de formación del partido de los trabajadores:
las condiciones económicas transformaron primero a la masa de la población del país en trabajadores. La dominación del capital ha creado a esta masa una situación común, intereses comunes. Así pues, esta masa es ya una clase con respecto al capital, pero aún no es una clase para sí. En la lucha [...] esta masa se une, se constituye como clase para sí. Los intereses que defiende se convierten en intereses de clase. Pero la lucha de clase contra clase es una lucha política.
El único apoyo empírico del que dispone Marx para sostener esta síntesis en 1847 es el cartismo inglés, o sea, un movimiento más que un partido en el sentido moderno del término.
En cualquier caso, la evolución posterior del cartismo no convalida la tesis de que la clase misma se constituye en partido político.
La tesis de la exterioridad es elaborada posteriormente aunque, por desgracia, junto a planteamientos que la debilitan. Así, por ejemplo, Lenin en ¿Qué hacer? escribe:
La historia de todos los países atestigua que la clase obrera, exclusivamente con sus propias fuerzas, sólo está en condiciones de elaborar una conciencia tradeunionista, es decir, la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar del gobierno la promulgación de tales o cuales leyes necesarias para los obreros, etcétera. En cambio la doctrina del socialismo ha surgido de teorías filosóficas, históricas y económicas que han sido elaboradas por representantes instruidos de las clases poseedoras, por los intelectuales. Por su posición social, también los fundadores del socialismo científico contemporáneo, Marx y Engels, pertenecían a la intelectualidad burguesa. Exactamente del mismo modo, la doctrina teórica de la socialdemocracia ha surgido en Rusia independientemente en absoluto del crecimiento espontáneo del movimiento obrero, ha surgido como resultado natural e inevitable del desarrollo del pensamiento entre los intelectuales revolucionarios socialistas.
No examinaremos aquí dos ideas insostenibles de Lenin: la idea de que la clase obrera librada a su propia fuerza sólo está en condiciones de elaborar conciencia sindicalista y la caracterización de Marx como perteneciente a la intelectualidad burguesa.
texto de Carlos Pereyra publicado en revista Cuadernos Políticos en los años 70
tomado del blog Marx desde cero en marzo de 2013
se publica en el Foro en dos mensajes
Como ha sido señalado de manera reiterada, carece de sentido pretender encontrar en la obra de Marx una teoría general del partido de la clase obrera. No obstante la frecuente aparición del vocablo partido en sus escritos, “sería vano buscar en Marx una exposición sistemática y completa de la teoría del partido proletario, de su naturaleza, de sus características“.[1] La dificultad no consiste sólo en la ausencia de una elaboración sistemática de esa teoría, sino en la ausencia también —en la obra de Marx— de ciertos problemas (o preguntas) que el despliegue posterior del movimiento obrero y el desarrollo de la lucha por el socialismo mostraron como problemas centrales.
En efecto, Marx se planteó de manera insuficiente la cuestión de si el propio proceso de maduración del proletariado, generado por la lucha de clases, basta para constituir el sujeto revolucionario o si, además, es preciso contar con la intervención de un factor externo a. ese proceso: un aspecto del partido revolucionario —y no un aspecto secundario— no fue verdaderamente aclarado por Marx. Admitido que, en la inmediatez de su condición, el proletario no puede alcanzar en modo alguno una visión de conjunto del sistema social, ni promover su derrumbe; admitido pues, que su acción como clase pueda desarrollarse sólo gracias a la superación de esa inmediatez, y por lo tanto a través de la mediación de una conciencia revolucionaria, ¿cuál es el proceso, el mecanismo, a través del cual puede producirse esa conciencia? ¿Puede la conciencia de clase, sobre la base de una necesidad intrínseca, madurar en el proletariado como un proceso espontáneo de elementos que ya están presentes en su objetividad social y que se vuelven cada vez más dominantes hasta prevalecer sobre los demás elementos originarios que condenaban a la clase a la subordinación y la disgregación? ¿O es que tal conciencia forzosamente representa una superación global de la inmediatez proletaria, y no puede madurar si no es a través de un salto dialéctico, de la acción de fuerzas externas y su entrelazamiento con la acción espontánea de la clase? Marx no enfrentó ese problema. Aunque su concepción general de la revolución proletaria postulaba indirectamente una cierta solución (la del “elemento externo” y no la de la espontaneidad) no cabe duda respecto de que no son pocas ni secundarias las afirmaciones suyas que podrían o pueden utilizarse para fundamentar una solución opuesta. No se trataba de un elemento de poca importancia, y no es casual que la polémica teórica relativa a la definición de una teoría del partido revolucionario se haya desarrollado sobre todo en torno de ello.[2]
Si este vacío teórico en la obra de Marx dio pie a un prolongado debate sobre el problema de la relación clase-partido, el asunto se vuelve más complejo cuando se advierte que no sólo está en juego el vínculo de proletariado y partido sino también el que mantienen con la organización política otras fuerzas sociales dominadas. En efecto, la imagen de la revolución que Marx se forja deriva del esquema binario expuesto en el Manifiesto y que de uno u otro modo guía toda su reflexión:
nuestra época, la época de la burguesía, se distingue por haber simplificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado.
Sin embargo, la historia de las sociedades capitalistas muestra que la tendencia a la simplificación de las relaciones de clase es contrarrestada por tendencias más fuertes y que, por tanto, la lucha directa clase contra clase se desenvuelve en un abigarrado marco social donde intervienen numerosas otras fuerzas y contradicciones sociales. Ello pone sobre el tapete un problema más diversificado que la relación simple partido-clase.
Ahora bien, ¿en qué consiste propiamente el problema de la relación partido-clase o, como sería mejor decir, partido-fuerzas sociales dominadas? Si uno se atiene a los términos del debate, todo parece indicar que se trata de discernir si el partido es una formación externa a la clase y, por tanto, obligado a resolver la tarea básica de su articulación con ésta y con el conjunto de los dominados o, en su defecto, si es producto natural del proceso de formación de la clase. El Manifiesto no parece dejar dudas de que Marx se inclina por esta segunda versión:
las colisiones entre el obrero individual y el burgués individual adquieren más y más el carácter de colisiones entre dos clases. Los obreros empiezan a formar coaliciones contra los burgueses y actúan en común para la defensa de sus salarios. Llegan hasta formar asociaciones permanentes para asegurarse los medios necesarios, en previsión de estos choques eventuales [...] Esta unión es propiciada por el crecimiento de los medios de comunicación creados por la gran industria y que ponen en contacto a los obreros de diferentes localidades. Y basta este contacto para que las numerosas luchas locales, que en todas partes revisten el mismo carácter, se centralicen en una lucha nacional, en una lucha de clases. Mas toda lucha de clases es una lucha política [...] Esta organización del proletariado en clase y, por tanto, en partido político, vuelve sin cesar a ser socavada por la competencia entre los propios obreros. Pero resurge, y siempre más fuerte, más firme, más potente.
Aunque se admita la tendencia a la centralización nacional de las luchas sociales y, en consecuencia, a su transformación en lucha política, no por ello puede aceptarse que la organización del proletariado como clase equivale a su organización en partido político. Es claro que en este texto Marx utiliza la expresión partido político con significado distinto al que hoy posee.
No hay que perder de vista toda la ambigüedad que el término “partido” tiene en esa época. Lo mismo designa una organización estructurada de modo estricto [... ] que un conjunto poco conexo de elementos con más o menos afinidades ideológico-políticas [... ] que la tendencia representada por una publicación, que los seguidores de una personalidad, que una clase o fracción de clase, tomada en su comportamiento frente a las otras, etcétera. Marx y Engels hacen este uso ambiguo del término igual que los demás escritores de su tiempo.[3]
Pero no se trata sólo de una ambigüedad en el uso del vocablo, de una imprecisión resultante de la incorporación reciente del término en el vocabulario político, sino de que el fenómeno mismo, la forma orgánica designada hoy por el término partido, no hacía todavía su aparición en escena o apenas adoptaba sus primeras manifestaciones.
La equivocidad del término partido en el discurso de Marx debe tomarse en cuenta para no incurrir en lecturas anacrónicas, es decir, para no atribuir al vocablo valor semántico diferente al que tiene en el uso que el autor le asigna. Así, por ejemplo, cuando en el Manifiesto se lee:
los comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros partidos obreros [...] los comunistas sólo se distinguen de los demás partidos proletarios en que, por una parte, en las diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y hacen valer los intereses comunes a todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad; y, por otra parte, en que, en las diferentes fases de desarrollo por que pasa la lucha entre el proletariado y la burguesía, representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto. Prácticamente, los comunistas son, pues, el sector más resuelto de los partidos obreros de todos los países, el sector que siempre impulsa adelante a los demás; teóricamente, tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara visión de las condiciones, de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario. El objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que el de todos los demás partidos proletarios: constitución de los proletarios en clase, derrocamiento de la dominación burguesa, conquista del poder político por el proletariado,
es claro que en estos pasajes la noción partido no refiere a instituciones orgánicas como las que ahora conocemos, sino a meras corrientes ideológico-políticas sin perfil preciso.
La ambigüedad del vocablo partido en los textos de Marx no proviene sólo, como se dice más arriba, de que era una novedad terminológica a mediados del siglo pasado y de que el fenómeno mismo de organización política en instituciones estructuradas apenas comenzaba a manifestarse, sino también de la tentación observable en sus escritos a identificar agentes (fuerzas) sociales y agentes (fuerzas) políticas. Por ello los términos clase y partido son intercambiables en numerosos pasajes de su obra. Ello se advierte de modo cabal en Las luchas de clases en Francia, donde Marx —con motivo de la instauración de la república durante el gobierno provisional de febrero— escribe que “el proletariado apareció inmediatamente en primer plano como partido independiente“. La formulación no se refiere, como pudiera parecer, a una organización política específica, sino al conjunto de formas orgánicas y acciones a través de las cuales el proletariado interviene en ese momento histórico.
De modo explícito o implícito esta noción de clase-partido o partido-clase es una de las nociones operatorias fundamentales de Marx en sus grandes análisis de la revolución de 1848, generalmente bajo las expresiones de “partido del proletariado“, “partido de la burguesía“, “partido de la pequeña burguesía“, etcétera. Expresiones que no significan para Marx, obvio es decirlo, que a cada clase corresponda un solo partido (“partido” en el sentido más corriente del término), sino que la clase, el conjunto de sus organizaciones, partidos, individuos, actúa como “partido” frente a las otras clases.[4]
Más tarde, sin embargo, tales expresiones (“partido de la burguesía“, “partido del proletariado“, etcétera, empleadas por Marx en el sentido señalado, fueron utilizadas en el marco de un esquema restrictivo de la relación clase-partido. Así, por ejemplo, llegó a convertirse en tesis incuestionable la afirmación de Stalin según la cual “allí donde no existen varias clases [...] no puede haber varios partidos, dado que [un] partido es parte de [una] clase“. Es preciso subrayar de manera enfática, pues, que no hay motivo alguno en virtud del cual la clase deba actuar a través de un solo partido político y la experiencia histórica muestra, por el contrario, su tendencia a participar en varios partidos. Ahora bien, no basta con reconocer que no hay correspondencia biunívoca entre clases y partidos. Hace falta ir más allá y admitir que las clases son formaciones heterogéneas en cuyo interior se dan marcadas diferencias políticas e ideológicas, desarrollo desigual de la conciencia, que les impiden actuar de manera unitaria en un canal partidario único. Más aún, clase y partido son conceptos que operan en distintos niveles de abstracción y remiten a momentos diferentes de la realidad social, por lo que resulta abusivo decir que las clases como tales forman partidos y que éstos son expresión o instrumento de aquéllas.
Es cierto que tal conceptualización está muy difundida en la literatura socialista y que Engels, por ejemplo, en la introducción a Las luchas de clases en Francia define los partidos como “la expresión política más o menos adecuada de [...] clases y fracciones de clase“. Sin embargo, en una carta a Bebel el propio Engels hizo notar que “la solidaridad del proletariado se lleva a la práctica en todas partes en diversas agrupaciones partidarias que siguen cargando con mortales enemistades mutuas” y, hacia el final de su vida, veía en el regionalismo antiprusiano de las zonas alemanas católicas la base del entonces naciente Partido del Centro que agrupaba a elementos de diversas clases. Marx, por su cuenta, en El Dieciocho Brumario consideraba que factores ideológicos eran la única causa por la que en 1848 la fracción republicana de la burguesía se enfrentó al sector monárquico de esa clase. Así pues, los intereses de clase tal como son vividos por los miembros de una clase social nunca son suficientes para determinar de manera unívoca la adscripción a un partido dado. No sólo la heterogeneidad originaria de las diversas fracciones y núcleos de una clase, sino también las divergencias ideológicas, se combinan para conformar un cuadro político que jamás corresponde puntualmente a las divisiones de clase. Los agentes (fuerzas) que participan en las relaciones políticas no son la traducción exacta de los agentes (fuerzas) que intervienen en las relaciones de clase (producción).
La figura de la clase-partido aparece de manera persistente en la obra de Marx. En su redacción del texto relativo a los estatutos generales de la Asociación Internacional de los Trabajadores adoptado en el congreso de La Haya (1872) se dice que “el proletariado no puede obrar como clase si no se constituye en partido político propio, distinto y opuesto a todos los viejos partidos formados por las clases poseedoras“. Se trata de una fórmula demasiado abreviada, y por ello confusa, pues las clases no se constituyen por sí mismas en partidos políticos y ni siquiera forman como tales los partidos. ¿En qué sentido puede, entonces, afirmarse el carácter de clase de un partido? O bien se trata de un enunciado empírico descriptivo referente al hecho de que una proporción mayoritaria de los militantes del partido provienen de cierta clase social o, mejor aún, referente al hecho de que un porcentaje considerable de los miembros de una clase se identifican con el partido y reconocen en su programa un instrumento para la defensa de sus intereses; o bien se trata de un enunciado teórico abstracto referente a que los objetivos generales del partido coinciden con los intereses históricos que la teoría le atribuye a la clase.
Ambos planos de la cuestión no tienen por qué coincidir, pues en cierto momento los integrantes de una clase pueden reconocerse en un partido que, sin embargo no garantiza el cumplimiento de sus intereses históricos y, viceversa, no identificarse con un partido que, sin embargo, está comprometido con tales intereses.
Aunque en el esfuerzo por acercar la concepción del partido de Marx y la que se desarrolla más tarde, sobre todo a partir de Lenin, con frecuencia se pretende (como Magri en el pasaje arriba transcrito) encontrar en el discurso de Marx la idea de exterioridad, lo cierto es que para éste el partido no es algo externo a la clase sino la clase misma organizada políticamente. En La miseria de la filosofía Marx sintetiza de la siguiente manera el proceso de formación del partido de los trabajadores:
las condiciones económicas transformaron primero a la masa de la población del país en trabajadores. La dominación del capital ha creado a esta masa una situación común, intereses comunes. Así pues, esta masa es ya una clase con respecto al capital, pero aún no es una clase para sí. En la lucha [...] esta masa se une, se constituye como clase para sí. Los intereses que defiende se convierten en intereses de clase. Pero la lucha de clase contra clase es una lucha política.
El único apoyo empírico del que dispone Marx para sostener esta síntesis en 1847 es el cartismo inglés, o sea, un movimiento más que un partido en el sentido moderno del término.
En cualquier caso, la evolución posterior del cartismo no convalida la tesis de que la clase misma se constituye en partido político.
La tesis de la exterioridad es elaborada posteriormente aunque, por desgracia, junto a planteamientos que la debilitan. Así, por ejemplo, Lenin en ¿Qué hacer? escribe:
La historia de todos los países atestigua que la clase obrera, exclusivamente con sus propias fuerzas, sólo está en condiciones de elaborar una conciencia tradeunionista, es decir, la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar del gobierno la promulgación de tales o cuales leyes necesarias para los obreros, etcétera. En cambio la doctrina del socialismo ha surgido de teorías filosóficas, históricas y económicas que han sido elaboradas por representantes instruidos de las clases poseedoras, por los intelectuales. Por su posición social, también los fundadores del socialismo científico contemporáneo, Marx y Engels, pertenecían a la intelectualidad burguesa. Exactamente del mismo modo, la doctrina teórica de la socialdemocracia ha surgido en Rusia independientemente en absoluto del crecimiento espontáneo del movimiento obrero, ha surgido como resultado natural e inevitable del desarrollo del pensamiento entre los intelectuales revolucionarios socialistas.
No examinaremos aquí dos ideas insostenibles de Lenin: la idea de que la clase obrera librada a su propia fuerza sólo está en condiciones de elaborar conciencia sindicalista y la caracterización de Marx como perteneciente a la intelectualidad burguesa.
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