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    CARA Y SELLO DE CHILE. Oratoria estupenda de la República (PABLO DE ROKHA)

    Juan/Caleta
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    CARA Y SELLO DE CHILE.  Oratoria estupenda de la República (PABLO DE ROKHA) Empty CARA Y SELLO DE CHILE. Oratoria estupenda de la República (PABLO DE ROKHA)

    Mensaje por Juan/Caleta Dom Feb 10, 2013 6:33 pm

    Para seguir rescatando del olvido la gran obra poética de Pablo de Rokha. Espero les guste.


    El azul colonial oloroso a plata rajada y a océano te azota
    el pellejo de acero tremendo y gritos de salitre,
    en el cual la vegetación agrícola-forestal como un águila verde, oda sacra en la cual se escucha rugir el origen,
    está echada sobre el huevo de Dios en las tinieblas,
    y una oveja bala a la Pascua hinchada de sol y caballos de andrajos.

    El huracán del Gólgota ensangrienta tu Clase Media,
    a ceniza mundial huele tu pueblo en ojotas y la sociedad futura se levanta apegualando un toro de lomo universal y ecuménico,
    entre el azote rojo que restalla en la espalda de tus fabricas y tu campesinado,
    contra la cuchilla social y el tonel de vino de tus patrones vascos;
    de tu pueblo y tus minas emergen el oro y la materia pura, la tempestad total, lo heroico, el infinito
    tremendamente encerrado en sus ánimas;
    tu voz y tu proletariado enarbolan la Pampa sangrienta, el Mar del Sur, la palanca de la montaña pastoreada en sus faldeos de tetas, y el mundo
    te escucha construir tu porvenir en un poema
    comenzando en la edad del terror y el carbón de helechos,
    cielo a cielo, tranqueando la historia,
    con un cóndor de pecho de hierro de muerto en la garganta.

    Tu vientre granero de lagares acumulado,
    canta, creciendo de ríos marinos, y un enorme lago de fábulas mira la pupila celestial como un toro a una ternera virgen.

    Pero, por adentro del régimen, cargado de duraznos y sementeras,
    tu corazón frutal país de ojos azules,
    país del peón invernal, país del gañán sufridor, como la piedra inmensa de la gotera,
    Chile, llora y se derrumba entre un degüello de espadas,
    doloroso, aterrador, proletario, con la lengua cortada por sus explotadores,
    crucificado entre sus viñedos y sus héroes,
    clamando contra los asnos terrosos y enfurecidos por la redención democrática.

    Son los abandonados del cielo y el mundo dirigiéndose a los cementerios.

    Brama la espuela de oro de tu tradición popular en América,
    y tus soldados de coraje son caballeros antiguos, disfrazados de sepulcros de imperios,
    varones de una gran raza naviera y peninsular, entonando la universalidad medio a medio de la tierra con el tricolor a la vanguardia.

    Aquella gran carreta definitivamente preñada de trigo,
    que hace crujir el mundo porque el mundo apenas aguanta la majestad de su categoría,
    es tu ración de honor y tu leyenda.

    Tu ramaje arterial es piedra, catástrofe, fuego,
    por él circulan el oro, el cobre, el hierro, el vino santo y claro de la plata,
    tu sangre es sangre de volcanes
    y tu respiración denota al atleta mundial, resollando relámpagos, amarrado con la cadena negra de los truenos;
    espinazo de montañas tienes, el cual redobla sus tambores al amanecer, y las gallinas
    modestas de la aldea picotean tus barbas de abuelo crecidas a la orilla de los abismos contemplándolos.

    Sin embargo, el piojo se come al roto,
    el piojo nacional, canción del horror capitalista, engendrado por el oligarca en el costillar popular, engendrado por el amo en los esclavos,
    el piojo colosal de Chile araña la estrella de Chile, y el hambre
    muerde el vientre de los trabajadores
    con su dentadura de calavera de asesino.

    Sobre tus pueblos tristes como un campo de batalla,
    los Días, los González, los Rojas, los Corvalán y los Urzúa, todos completamente muertos,
    muestran su chaleco de fieras, su fusil criminal de sacerdotes y su hocico
    de siúticos despacheros y sedentarios a las generaciones en escabeche mirando
    cómo Dios envejece en el abrigo del vecino, y cómo
    el atardecer estuca de amarillo lo amarillo del amarillo cementerio del lugar y solloza.

    Tus castaños no dan castañas, dan muchachas estupendamente desnudas, relojes de chocolate, champaña de Francia,
    quesos de cielo, whisky milenario, charqui de león imperial, palomas y manzanas,
    y tus álamos trágicos dan guitarras desesperadas que curan la tristeza con el suicidio o inmensos cantos de infancia.

    El hollín y el vapor intelectual dan una pátina de civilización a tus molos y tus muelles de Valparaíso
    y tus limosneros horrorosos comprueban tu don republicano;
    el gran capital bancario, financiero y la Democracia alegremente unidos te ciñen entonces un cinturón de piojos;
    la columna vertebral del régimen empuña el palo de tonto del mal policía
    sobre las espaldas de tu multitud obrera, a la cual se le ocurre el crimen de exigir un pan a sus patrones,
    para el niño o la mujer o el viejo apolillados de tuberculosis constitucional y los partidos
    de orden imponen el orden asesinando a los hambrientos contra el muro de las iglesias y los hospicios;
    sí, cuando la sagrada eucaristía no mata la lágrima,
    están los cementerios y los calabozos para los subversivos, los cementeros en los subterráneos de la sociedad agusanada
    y los hospitales extranjeros y desterrados en los suburbios.

    La carcajada maderera del aserrín en los aserraderos domina el Sur forestal y su canto de manzanas, recordando los esqueletos de los pellines milenarios,
    en los que la elocuencia de la selva inmensa es una bandera a media asta,
    y el discurso ornamental de los pájaros todos completamente rojos, aun los azules,
    llena de la aurora de la Frontera:
    el Centro cosecha sus mazorcas y sus sandías como pavos gordos
    contemplándose en canales de regadío;
    y el Norte, padrastro del Norte, muerde el caliche con desesperación de condenado a la ultima pena,
    para que las queridas del fascista-imperialista se compren calzones de diamante.

    El aceite nupcial de tus limones cura heridas
    y el amor de las hierbabuenas alegra el corazón del hombre como los mostos gloriosos de junio,
    no obstante el hambre aúlla a la agricultura y la insulta
    por injusta, como la hiena tiñosa del desierto escarbando los sepulcros abandonados,
    o como los lobos y el alacrán del arrabal inmundo;
    entre tus huertas, el horror camina a horcajadas sobre una feroz mula de alambre,
    pateando los frutos heridos de azúcar y los hambrientos;
    el pulmón de tus obreros es el colchón de tus bacilos de Koch, criadero de esqueletos de la América, porque tu riqueza es tan colosal como tu miseria,
    tienes un mar de oro, un territorio de oro, un dios de oro, un pasado de oro, un futuro de oro,
    tus leones y tus mujeres y la tinaja militar de tus costumbres miran y ríen con sólo un ojo de oro medio a medio del provenir y te mueres de hambre como un perro.

    Soberbiamente pastan las vacadas la dulce alfalfa de la infancia en la hondura eclesiástica de los grandes valles centrales y el toro levanta al saludo del solo sonoro;
    nada tan nacional y eminentísimo como el vaso de chacolí de las diucas a la caída de las banderas;
    pero, como jamás tomaron leche ni los terneros, ni los hijos de las lecheras, nunca, ni el pescador comió pescado, ni el sembrador comió el pan colosal del mediodía, con el queso de las majadas, ni el viñador bebió el valiente vino,
    ni las familias de las lavanderas y los ovejeros almorzaron en mantel fragante.
    Chile está triste y todo es congoja y sangre humana y muerte o desolación con mucho espanto en la historia agropecuaria;
    un tiburón de ceniza se atraganta de pulmones de campesino,
    se atraganta del trabajo y del esclavo y del salario y el déficit alimenticio acrecienta la plusvalía criminal
    y el robo de la propiedad privada.

    Así, en túneles envenenados escarba la criatura humana las entrañas milenarias,
    y un tiempo negro y muerto les gotea el rostro;
    porque son los crucificados del carbón enriqueciendo con su suicidio a sus verdugos;
    como grandes acordeones verdes cantan los océanos sobre sus cabezas,
    debajo están los siglos arañándolos, debajo están los millones de millones de millones de muertos, debajo están los abuelos de los obreros, ellos,
    y frente a frente la desnarigada ahita de grisú caliente,
    todo un chorro de horror arrastrando tripas, huesos, sangre de combates ensangrentados;
    pero la compañía carbonífera, si asesina las familias, también arrasa la huelga con los krumiros y la fuerza pública
    y el cristianismo de los asesinos internacionales
    transforma el asesinato en un galardón más para las yeguas sagradas de sus altares.

    Grandes pavos de sol y grandes cueros hierven la sangre espesa y dionisiaca,
    los machos cabríos mojan la barba en tus lagares
    y un vino enorme, clamoroso, negro, aterrado y varonil les canta como un gallo, en la cara,
    mientras los alquilados toros amarillos escarban las sepulturas.
    La hermana hospitalaria te recorre, como a un ejército vencido,
    a ti, país infantil, país del tiburón social y la puñalada de hombre a hombre, país del maíz esplendoroso;
    galopan caballos fantasmas tus cuaresmas de luto y tus aldeas
    están pobladas de piojos, de mendigos, de perros, de curas que arañan las murallas de la antigüedad chilena
    comiéndose los unos a los otros;
    y un vidrio de botella negra golpea el hígado de las guitarras, cuando
    la última empanada de Chile agiganta sus albahacas.

    ¡Qué enorme vino de luto naufraga entre tus campanarios!
    La cabeza de Dios cortada a hacha, grita y retumba contra tus látigos de piedra, y tú, llorando,
    te arrodillas frente a frente a tus degolladores.

    Los nazifascistas te arrojan zapallos podridos a la cara,
    el espía nipón te fotografía en camisa
    y el italianillo de frac te muestra su trasero de cortesana a pata pelada y caliente,
    mientras a ti, a ti mismo se te cae la baba como a un santo
    y los pigmeos te hacen cosquillas en las verijas con un pensamiento amarillo.

    Pero tu cuero grande como un navío, ya rajando
    el huracán coronado de tempestades y valores máximos y la boleada de la boleadora
    que le tiraste al porvenir es sublime.

    Un asno mineral, minero, araña a los mineros de Atacama y Coquimbo,
    y una gran papaya de pus grita en el socavón ajeno como mordiendo el cadáver del hambre
    con las piernas abiertas de sabandija que comercia en oro;
    los zorros remotos y polvorosos mean el desierto, ahí, con grandes meados de sangre, incendiándose,
    la maquinaria salitrera ruge, cavando el sepulcro nacional y la cabellera de las chimeneas
    roja de sol, bota un escupo de patadas sobre los sindicatos, que parecen cementerios de desocupación y carabinas entre hierros, entre océanos, entre huesos y horcas fiscales,
    la pelota del día domingo tiene negra la lengua tremenda,
    y los filibusteros del capitalismo internacional, condecorados por el Papado y el arzobispado, engordan sus krumiros y sus caballos con el estiércol de sus queridas,
    mientras los rotos furiosos de sudor escarban la agonía y el clamor del terror crucificados
    en las vergas cruzadas del juez y el policía en matrimonio;
    una gran patagua de agua verde se remece entre los vacunos y la literatura agrícola, como un montón de pasión, la trompeta de la alfalfa
    llamea en el atardecer y el tambor del lagar rotundo, rompiendo cueros tremendos, desafía la lechería,
    cuando los ranchos del gañán sin nombre echan a correr desesperados, perseguidos por regimientos de piojos tremendamente gordos como canónigos;
    y es como cien tribus de pájaros cagándose en los inquilinos y un mapuche apaleando una inmensa pulga con la trutruca, a la cual ordeña y degüella, debajo del poncho blanco y negro, debajo
    de la Araucanía subterránea, debajo de los milenarios
    y amarillos monumentos polvorosos de prehistoria singular y caballos de escudo, a los que escupe el salchichón nazi
    pero la ballena azul azota la cola en la Antártida,
    llenando el Sur de sur con humo oscuro e indeterminado, aunque se define como una gran lágrima negra
    aquel océano blanco con sudario, en el que suspira la oveja de Dios, y los conquistadores
    violan las hijas de sus sirvientas revolcándolas como a perras sangrientas en el colchón de las resacas, cuando a los santos, borrachos millonarios degenerados,
    el aguardiente, entre el gaznate, les arde, bramante
    como un toro de la apostasía en los antiguos grandes desiertos del mundo;
    sin embargo tú, patria, dulce patria de aperos y monturas o arcaicos rifles dorados de eternidad,
    entre sacos de piojos te retuerces pisoteada,
    y el estandarte de quesos y vinos de Cauquenes, de Chillán, de Linares, de Talca, de Licantén, es de una bacinica goteada de espanto y luz ultravioleta,
    tu bandera está cargada de murciélagos, como el pantalón de un idiota y es todo lo santo del pueblo
    y te ensilla el latifundista extranjero, ¡oh! extranjero entre extranjeros, como si fueses una vieja mula de montura o la esposa de su mayordomo;
    sí, tus “Alones” y tus “Barellas”, hediondos a verija,
    echaron demasiada baba literaria, desde sus mesones de Iscariotes de carnaval encima y debajo
    de tu gran cara sagrada de epopeya y los nazifascistas maricones
    pisotearon tu ley de hombría, en camisa, como putos locos o lo mismo que frailes rabones en la sacristía,
    tu oligarquía se revolcó, como una gran puta,
    con el fascismo guata de rana y sus terribles degenerados sexuales,
    en los subterráneos de la callampa social del régimen,
    tus caudillos pequeñoburgueses se confunden con los criados de las casas de citas,
    y tu pabellón lugareño y polvoriento
    lo usan las señoras de la alta sociedad en recoger sus aflujos menstruales,
    ¡oh! pueblo amado, sol de cerebro y encantamiento,
    espada y palanca de Latinoamérica, cómo los esclavos fascistas de la “aristocracia” te escarnecieron las entrañas
    precisamente en función de tu leyenda.

    Pero yo recuerdo tus obreros, su sangre soberbia de maestros desparramados en los costillares resonantes y en tu vientre mineral, tus obreros y tus guerreros del pueblo, hijos del pueblo y pueblo
    y mi corazón hierve un gran vino alegre y decente,
    empenachado de cóndores y toros apegualando las banderas del continente enfurecido;
    tu gran Partido del pueblo, en pueblo pueblo remontándose,
    echando la poderosa flor comunista sobre el enorme corazón del sol americano en el gran Octubre;
    coronado de mártires y héroes colorados,
    sudando muerte, crucificando y tronchando, en clamor colosal araña la gloria
    de ser enormemente azotado del régimen,
    porque, así, desde allí se levanta el chorro de llanto igual al puñal ensangrentado de Jehová rugiendo como iluminación de la clase obrera y el proletariado,
    ¡oh Chile chileno, por la libertad definitiva de los trabajadores.


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    CARA Y SELLO DE CHILE.  Oratoria estupenda de la República (PABLO DE ROKHA) Empty Re: CARA Y SELLO DE CHILE. Oratoria estupenda de la República (PABLO DE ROKHA)

    Mensaje por GAZGRAFF Jue Feb 14, 2013 2:27 am

    Gracias juan, estoy haciendo un compilado de este autor; ninguna tematica en especifico, solo poemas de el.

    Saludos rojos.
    Juan/Caleta
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    CARA Y SELLO DE CHILE.  Oratoria estupenda de la República (PABLO DE ROKHA) Empty Re: CARA Y SELLO DE CHILE. Oratoria estupenda de la República (PABLO DE ROKHA)

    Mensaje por Juan/Caleta Jue Feb 14, 2013 4:16 am

    Si quieres me puedes dar tu correo por interno y te envío algunas cosas de Pablo de Rokha para ayudar a tu compilado.

    Saludos.

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