“Sobre Lenin y la dialéctica materialista”
Texto de João Vasco Fagundes
tomado de la web Marxismo crítico en marzo de 2013*
publicado en dos mensajes en el Foro
Bajo el impacto de la derrota de la revolución rusa de 1905, el movimiento revolucionario (no sólo ruso sino internacional) intentó poner manos a la obra en lo que tocaba a la comprensión de la dinámica del proceso y a las causas de su resultado inmediato.
En este contexto, empezaron a diseñarse tentativas abiertas de separar el marxismo de su base filosófica – cuyo resultado, poco más tarde, sería la aparición fulgurante del empiriocriticismo y del empiriomonismo rusos, con el propósito de hacer encajar en el marxismo una filosofía idealista subjetiva de corte agnóstico, escéptico.
Inmerso en esta polémica, Kautsky pronunció por entonces estas palabras: “Marx no proclamó ninguna filosofía”1.
Desde el núcleo de estas posiciones empezaba a estructurarse y a tomar cuerpo una reducción del marxismo a un mero método, quitando de su ámbito toda investigación sobre el estatuto de lo real. De una manera expedita y expeditiva, la conclusión a la que se deseaba llegar allí estaba al alcance de la mano: la filosofía estaría ausente del marxismo; el marxismo no constituiría un sistema filosófico; asistemático e inorgánico, el marxismo no se asentaría sobre una concepción general del mundo. El envoltorio de estas posiciones, por lo demás, se mostraba altamente atractivo para los más incautos: el materialismo era llamado “metafísica”, la dialéctica se consideraba irremediablemente un “idealismo hegeliano” y la filosofía se identificaba sin más con la “religión”. En el fondo lo que se pretendía era – así se decía – “limpiar” el marxismo de sus residuos “dogmáticos” y “religiosos”, muy lejos de las preocupaciones (y más aun: de las ocupaciones) del mismo Marx.
Dicho esto, prestemos atención ahora al siguiente episodio vivido en estos turbulentos años de 1906-1908, y que más tarde relataba así el historiador bolchevique Pokróvski: “Cuando Ilich [Lenin] comenzó la disputa con Bogdanov sobre el tema del empiriomonismo, nos echábamos las manos a la cabeza y concluimos que Lenin había perdido el juicio. El momento era crítico. La revolución retrocedía. Nos enfrentábamos a la necesidad de un cambio radical de nuestras tácticas. Y, a pesar de esto, en ese momento Lenin se sumergió en la Biblioteca Nacional [de París]. Allí pasó días enteros y como resultado escribió un libro… sobre filosofía. Las bromas, las provocaciones fueron interminables. La respuesta de Lenin fue Materialismo y Empiriocriticismo”2
Como sabemos Materialismo y Empiriocriticismo se empezó a escribir en febrero de 1908, resultado de un estudio basado en más de 200 obras de ciencia y de filosofía y le obligó incluso a hacer un viaje a Londres con el propósito de consultar los enormes fondos del British Museum. Dicho sea de paso, nada de esto se hizo como disfrute de una prolongada tregua sabática, descuidando la lucha política inmediata, o poniéndose a salvo, tranquilamente, de las agitadas aguas que por entonces se empezaban a sentir en el movimiento revolucionario. Como todo el mundo sabe, fue muy al contrario.
La verdad es que las tareas filosóficas a las que Lenin se entregó con ardor y con pasión no respondían a una necesidad táctica coyuntural. No se reducían a un mero debate ideológico por la defensa y salvaguarda del patrimonio filosófico marxista, en vías de una real descaracterización (idealista). En lo esencial – y en ese mismo movimiento – no dejaban de ser una base de profundización de la comprensión de lo real y un terreno de esclarecimiento para una práctica consecuente y eficaz. Movimiento que, por otra parte, Lenin prolongó durante la década 10 del siglo XX con el estudio detenido y minucioso de Aristóteles, Feuerbach y Hegel, del que resultaron los famosos Cuadernos Filosóficos y una puesta a punto de la dialéctica materialista. La tarea que Lenin se marcaba a sí mismo era la defensa del marxismo desarrollándolo, haciéndolo avanzar a partir de su núcleo filosófico fundamental.
Por todo ello, el tema “Lenin y la dialéctica materialista” – a pesar de la irritación que provoca a quienes ven en el marxismo o una simple teoría del conocimiento (que, por cierto, también es parte del marxismo) o una sofisticada epistemología (que es también parte, por supuesto, del marxismo) – exige siempre una lectura ineludible con la filosofía, y el episodio narrado no es más que una simple manifestación de esta circunstancia.
Así planteada la cuestión, comencemos por poner en primer plano, bajo el foco de nuestra atención, la siguiente idea de José Barata-Moura, que me gustaría quedase como epígrafe a lo largo de esta reflexión compartida: Lenin no sólo desarrolla una gnoseología marxista, como se suele decir. “En lo que respecta a filosofía, de lo que tal vez Lenin se apercibe es de la centralidad insoslayable de la temática de la ontología.”3
En Lenin, no poner en perspectiva la dialéctica dentro del marco ontológico, hace, en mi opinión, imposible una comprensión cabal de su pensamiento.
Acerquémonos pues a la ontología.
El término viene del griego “to on”, que al pie de la letra quiere decir, “lo que es”.
La ontología, por tanto, es justamente de eso de lo que pretende dar cuenta: del ser, de lo real. Continuamente nos plantea esta pregunta: ¿qué es la realidad? ¿cuál es su estatuto? (la pregunta gnoseológica ¿cómo se conoce la realidad? implica siempre a aquélla, incluso cuando, ilusoriamente, pretende eludirla).
En cuanto al pensamiento de cada autor, el hecho de que la ontología no siempre aparezca tematizada de forma autónoma y circunscrita, no significa que no esté presente y que no determine incluso los desarrollos de sus doctrinas.
En el fondo, en lo que se refiere al materialismo o al idealismo, es en este enraizamiento ontológico donde todo se decide.
Me permito subrayar en este punto algo aparentemente obvio, pero frecuentemente tergiversado: la ontología no es una caída forzosa en el idealismo. Dependiendo de las perspectivas trazadas y las soluciones encontradas, estaremos ante bien de ontologías dialécticas bien de ontologías metafísicas.
Tal vez sea superfluo decirlo, pero la clarificación se impone: al revés de lo que muchos piensan y otros tantos defienden, la ontología, ante el nuevo avance de las ciencias particulares, no se disuelve como si de un arcaico saber indeterminado se tratara. (Tampoco es que tutele, cambiando ahora la incidencia del punto de vista, las ciencias particulares, deduciéndolas a partir de un mistificado comienzo absoluto). Lo que ocurre es que la comprensión del estatuto de la realidad es fundamental y decisiva para poner en perspectiva algunas de las cuestiones con que se debaten, concretamente, las ciencias particulares (de la naturaleza y de la sociedad). En Lenin, efectivamente, la dialéctica no surge como un sustituto de una ontología “irrevocablemente obsoleta” y “fatalmente idealista”. Los problemas, en realidad, son mucho más complejos.
De hecho, Lenin no utiliza ni tematiza el concepto de ontología. Ni mucho menos escribe un tratado de ontología. Y así, a algunos, les vale ya esta constatación para vaciar la interpretación del pensamiento de Lenin. Ir más allá (es decir, suspendiendo y cancelando el examen de los fundamentos de una doctrina) ya es forzar los textos.
La verdad, sin embargo, es que aunque no le dé un tratamiento concreto y autónomo a la ontología (como tampoco Marx lo dio a la lógica, por ejemplo), Lenin piensa-en y con ella los problemas económicos y políticos. Pensar a fondo la economía, la política, la transformación y la revolución se conecta estrechamente con el examen del estatuto de lo real, es decir, con la ontología.
Justamente por asentar los problemas en este nivel es por lo que Lenin puede criticar de forma profunda y dialéctica el idealismo, haciendo avanzar el materialismo a partir de la crítica simultánea de sus figuras y formas in-consecuentes: metafísicas, mecanicistas, desdialectizadas. Sólo en este horizonte puede ser comprendida y desarrollada la figura de la dialéctica materialista.
La cuestión de la unidad material del ser (unidad que contiene lo diverso, su articulación y su movimiento de transformación y re-configuración), cuestión central para un materialismo dialéctico, es ontológica. Como no deja de ser ontológica la perspectiva central sobre el materialismo que Lenin va insistentemente avanzando, trabajando y afinando: el materialismo como reconocimiento de la auto-subsistencia, de la auto-sustentación, material y objetiva, del ser; el reconocimiento de que la realidad no es producto de ninguna instancia subjetiva que se le antepone como su condición de posibilidad. Al contrario, es la objetividad material, en su auto-sustentación, la que es condición: condición y campo de acogida de la propia práctica transformadora ejercida sobre ella; condición del ejercicio y de la acción subjetiva que la elabora, que la piensa, que la expresa y que la siente.
Llegados a este punto, tal vez interese detenernos un poco en la categoríafilosófica de materia, especialmente elaborada por Lenin a lo largo de Materialismo y Empiriocriticismo. Aquí se expresa con mayor agudeza y sutileza el trabajo filosófico de Lenin.
Lenin trata la materia como categoría filosófica porque no tiene la pretensión de explorar la diferencia entre las ciencias particulares en relación con la constitución y las estructuras internas de la materia. La materia no se reduce a ninguna de las figuras que las ciencias particulares van depurando a lo largo de su labor histórica de búsqueda e investigación.
La categoría filosófica de materia, en su contenido conceptual, de alguna manera hace abstracción de los avances en el conocimiento alcanzados por las ciencias particulares. Lo cual no ocurre por pusilanimidad (o por salvaguardar una “eterna” reserva de garantía ante cualquier resultado alcanzado por las ciencias particulares), sino, más bien, porque su grado de generalidad lleva consigo, una vez más, un ineludible marco ontológico: intenta, por un lado, dar cuenta de “la realidad objetiva, existente independientemente de la conciencia humana y reflejada por ésta”4; y pretende, por otro lado, no adentrarse en absolutizaciones en lo que respecta a las representaciones de la materia vigentes en determinado momento del desarrollo histórico.
Téngase en cuenta que esta tesis elaborada por Lenin se sitúa exactamente en un contexto científico (principios del siglo XX) en el que las teorías físicas en boga, ante el avance más allá del átomo (hasta entonces tenido por esencia inmutable o elemento último de la materia), defendían que la materia había desaparecido, se había desvanecido.
La categoría filosófica de materia, explorada, profundizada y desarrollada por Lenin, permite por eso percibir que no es la materia la que desaparece, sino el límite de nuestro conocimiento sobre su estructura interna que se ensancha y amplía.
La cuestión esencial que hay que tener muy en consideración es que los electrones y las partículas, por ejemplo, no son un desvanecerse de la materia. Son sus propiedades, o sea, existen fuera e independientemente de la consciencia que los refleja. Es precisamente en la articulación de este conjunto de problemas donde Lenin, en Materialismo y Empiriocrticismo, llega a afirmar que “la admisión de elementos inmutables cualesquiera, de la “inmutable esencia de las cosas”, etc., no es materialismo: es un materialismo metafísico, es decir, anti-dialéctico”5.
A la luz del camino recorrido hasta aquí, veamos ahora la cuestión de la dialéctica.
Texto de João Vasco Fagundes
tomado de la web Marxismo crítico en marzo de 2013*
publicado en dos mensajes en el Foro
Bajo el impacto de la derrota de la revolución rusa de 1905, el movimiento revolucionario (no sólo ruso sino internacional) intentó poner manos a la obra en lo que tocaba a la comprensión de la dinámica del proceso y a las causas de su resultado inmediato.
En este contexto, empezaron a diseñarse tentativas abiertas de separar el marxismo de su base filosófica – cuyo resultado, poco más tarde, sería la aparición fulgurante del empiriocriticismo y del empiriomonismo rusos, con el propósito de hacer encajar en el marxismo una filosofía idealista subjetiva de corte agnóstico, escéptico.
Inmerso en esta polémica, Kautsky pronunció por entonces estas palabras: “Marx no proclamó ninguna filosofía”1.
Desde el núcleo de estas posiciones empezaba a estructurarse y a tomar cuerpo una reducción del marxismo a un mero método, quitando de su ámbito toda investigación sobre el estatuto de lo real. De una manera expedita y expeditiva, la conclusión a la que se deseaba llegar allí estaba al alcance de la mano: la filosofía estaría ausente del marxismo; el marxismo no constituiría un sistema filosófico; asistemático e inorgánico, el marxismo no se asentaría sobre una concepción general del mundo. El envoltorio de estas posiciones, por lo demás, se mostraba altamente atractivo para los más incautos: el materialismo era llamado “metafísica”, la dialéctica se consideraba irremediablemente un “idealismo hegeliano” y la filosofía se identificaba sin más con la “religión”. En el fondo lo que se pretendía era – así se decía – “limpiar” el marxismo de sus residuos “dogmáticos” y “religiosos”, muy lejos de las preocupaciones (y más aun: de las ocupaciones) del mismo Marx.
Dicho esto, prestemos atención ahora al siguiente episodio vivido en estos turbulentos años de 1906-1908, y que más tarde relataba así el historiador bolchevique Pokróvski: “Cuando Ilich [Lenin] comenzó la disputa con Bogdanov sobre el tema del empiriomonismo, nos echábamos las manos a la cabeza y concluimos que Lenin había perdido el juicio. El momento era crítico. La revolución retrocedía. Nos enfrentábamos a la necesidad de un cambio radical de nuestras tácticas. Y, a pesar de esto, en ese momento Lenin se sumergió en la Biblioteca Nacional [de París]. Allí pasó días enteros y como resultado escribió un libro… sobre filosofía. Las bromas, las provocaciones fueron interminables. La respuesta de Lenin fue Materialismo y Empiriocriticismo”2
Como sabemos Materialismo y Empiriocriticismo se empezó a escribir en febrero de 1908, resultado de un estudio basado en más de 200 obras de ciencia y de filosofía y le obligó incluso a hacer un viaje a Londres con el propósito de consultar los enormes fondos del British Museum. Dicho sea de paso, nada de esto se hizo como disfrute de una prolongada tregua sabática, descuidando la lucha política inmediata, o poniéndose a salvo, tranquilamente, de las agitadas aguas que por entonces se empezaban a sentir en el movimiento revolucionario. Como todo el mundo sabe, fue muy al contrario.
La verdad es que las tareas filosóficas a las que Lenin se entregó con ardor y con pasión no respondían a una necesidad táctica coyuntural. No se reducían a un mero debate ideológico por la defensa y salvaguarda del patrimonio filosófico marxista, en vías de una real descaracterización (idealista). En lo esencial – y en ese mismo movimiento – no dejaban de ser una base de profundización de la comprensión de lo real y un terreno de esclarecimiento para una práctica consecuente y eficaz. Movimiento que, por otra parte, Lenin prolongó durante la década 10 del siglo XX con el estudio detenido y minucioso de Aristóteles, Feuerbach y Hegel, del que resultaron los famosos Cuadernos Filosóficos y una puesta a punto de la dialéctica materialista. La tarea que Lenin se marcaba a sí mismo era la defensa del marxismo desarrollándolo, haciéndolo avanzar a partir de su núcleo filosófico fundamental.
Por todo ello, el tema “Lenin y la dialéctica materialista” – a pesar de la irritación que provoca a quienes ven en el marxismo o una simple teoría del conocimiento (que, por cierto, también es parte del marxismo) o una sofisticada epistemología (que es también parte, por supuesto, del marxismo) – exige siempre una lectura ineludible con la filosofía, y el episodio narrado no es más que una simple manifestación de esta circunstancia.
Así planteada la cuestión, comencemos por poner en primer plano, bajo el foco de nuestra atención, la siguiente idea de José Barata-Moura, que me gustaría quedase como epígrafe a lo largo de esta reflexión compartida: Lenin no sólo desarrolla una gnoseología marxista, como se suele decir. “En lo que respecta a filosofía, de lo que tal vez Lenin se apercibe es de la centralidad insoslayable de la temática de la ontología.”3
En Lenin, no poner en perspectiva la dialéctica dentro del marco ontológico, hace, en mi opinión, imposible una comprensión cabal de su pensamiento.
Acerquémonos pues a la ontología.
El término viene del griego “to on”, que al pie de la letra quiere decir, “lo que es”.
La ontología, por tanto, es justamente de eso de lo que pretende dar cuenta: del ser, de lo real. Continuamente nos plantea esta pregunta: ¿qué es la realidad? ¿cuál es su estatuto? (la pregunta gnoseológica ¿cómo se conoce la realidad? implica siempre a aquélla, incluso cuando, ilusoriamente, pretende eludirla).
En cuanto al pensamiento de cada autor, el hecho de que la ontología no siempre aparezca tematizada de forma autónoma y circunscrita, no significa que no esté presente y que no determine incluso los desarrollos de sus doctrinas.
En el fondo, en lo que se refiere al materialismo o al idealismo, es en este enraizamiento ontológico donde todo se decide.
Me permito subrayar en este punto algo aparentemente obvio, pero frecuentemente tergiversado: la ontología no es una caída forzosa en el idealismo. Dependiendo de las perspectivas trazadas y las soluciones encontradas, estaremos ante bien de ontologías dialécticas bien de ontologías metafísicas.
Tal vez sea superfluo decirlo, pero la clarificación se impone: al revés de lo que muchos piensan y otros tantos defienden, la ontología, ante el nuevo avance de las ciencias particulares, no se disuelve como si de un arcaico saber indeterminado se tratara. (Tampoco es que tutele, cambiando ahora la incidencia del punto de vista, las ciencias particulares, deduciéndolas a partir de un mistificado comienzo absoluto). Lo que ocurre es que la comprensión del estatuto de la realidad es fundamental y decisiva para poner en perspectiva algunas de las cuestiones con que se debaten, concretamente, las ciencias particulares (de la naturaleza y de la sociedad). En Lenin, efectivamente, la dialéctica no surge como un sustituto de una ontología “irrevocablemente obsoleta” y “fatalmente idealista”. Los problemas, en realidad, son mucho más complejos.
De hecho, Lenin no utiliza ni tematiza el concepto de ontología. Ni mucho menos escribe un tratado de ontología. Y así, a algunos, les vale ya esta constatación para vaciar la interpretación del pensamiento de Lenin. Ir más allá (es decir, suspendiendo y cancelando el examen de los fundamentos de una doctrina) ya es forzar los textos.
La verdad, sin embargo, es que aunque no le dé un tratamiento concreto y autónomo a la ontología (como tampoco Marx lo dio a la lógica, por ejemplo), Lenin piensa-en y con ella los problemas económicos y políticos. Pensar a fondo la economía, la política, la transformación y la revolución se conecta estrechamente con el examen del estatuto de lo real, es decir, con la ontología.
Justamente por asentar los problemas en este nivel es por lo que Lenin puede criticar de forma profunda y dialéctica el idealismo, haciendo avanzar el materialismo a partir de la crítica simultánea de sus figuras y formas in-consecuentes: metafísicas, mecanicistas, desdialectizadas. Sólo en este horizonte puede ser comprendida y desarrollada la figura de la dialéctica materialista.
La cuestión de la unidad material del ser (unidad que contiene lo diverso, su articulación y su movimiento de transformación y re-configuración), cuestión central para un materialismo dialéctico, es ontológica. Como no deja de ser ontológica la perspectiva central sobre el materialismo que Lenin va insistentemente avanzando, trabajando y afinando: el materialismo como reconocimiento de la auto-subsistencia, de la auto-sustentación, material y objetiva, del ser; el reconocimiento de que la realidad no es producto de ninguna instancia subjetiva que se le antepone como su condición de posibilidad. Al contrario, es la objetividad material, en su auto-sustentación, la que es condición: condición y campo de acogida de la propia práctica transformadora ejercida sobre ella; condición del ejercicio y de la acción subjetiva que la elabora, que la piensa, que la expresa y que la siente.
Llegados a este punto, tal vez interese detenernos un poco en la categoríafilosófica de materia, especialmente elaborada por Lenin a lo largo de Materialismo y Empiriocriticismo. Aquí se expresa con mayor agudeza y sutileza el trabajo filosófico de Lenin.
Lenin trata la materia como categoría filosófica porque no tiene la pretensión de explorar la diferencia entre las ciencias particulares en relación con la constitución y las estructuras internas de la materia. La materia no se reduce a ninguna de las figuras que las ciencias particulares van depurando a lo largo de su labor histórica de búsqueda e investigación.
La categoría filosófica de materia, en su contenido conceptual, de alguna manera hace abstracción de los avances en el conocimiento alcanzados por las ciencias particulares. Lo cual no ocurre por pusilanimidad (o por salvaguardar una “eterna” reserva de garantía ante cualquier resultado alcanzado por las ciencias particulares), sino, más bien, porque su grado de generalidad lleva consigo, una vez más, un ineludible marco ontológico: intenta, por un lado, dar cuenta de “la realidad objetiva, existente independientemente de la conciencia humana y reflejada por ésta”4; y pretende, por otro lado, no adentrarse en absolutizaciones en lo que respecta a las representaciones de la materia vigentes en determinado momento del desarrollo histórico.
Téngase en cuenta que esta tesis elaborada por Lenin se sitúa exactamente en un contexto científico (principios del siglo XX) en el que las teorías físicas en boga, ante el avance más allá del átomo (hasta entonces tenido por esencia inmutable o elemento último de la materia), defendían que la materia había desaparecido, se había desvanecido.
La categoría filosófica de materia, explorada, profundizada y desarrollada por Lenin, permite por eso percibir que no es la materia la que desaparece, sino el límite de nuestro conocimiento sobre su estructura interna que se ensancha y amplía.
La cuestión esencial que hay que tener muy en consideración es que los electrones y las partículas, por ejemplo, no son un desvanecerse de la materia. Son sus propiedades, o sea, existen fuera e independientemente de la consciencia que los refleja. Es precisamente en la articulación de este conjunto de problemas donde Lenin, en Materialismo y Empiriocrticismo, llega a afirmar que “la admisión de elementos inmutables cualesquiera, de la “inmutable esencia de las cosas”, etc., no es materialismo: es un materialismo metafísico, es decir, anti-dialéctico”5.
A la luz del camino recorrido hasta aquí, veamos ahora la cuestión de la dialéctica.
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Última edición por pedrocasca el Lun Mar 04, 2013 9:26 pm, editado 2 veces