Populismo, “antiimperialismo” y revolución proletaria
texto publicado en el blog Crítica Marxista-Leninista en marzo de 2013
se publica en el Foro en dos mensajes
La oleada populista en América Latina de la última década, ha llegado a un punto crucial con la muerte de Hugo Chávez. De alguna manera, la personalidad y la política del líder venezolano dieron cierta cohesión y dimensión continental a esta oleada. Por lo que existe mucha expectativa respecto del curso que seguirá la política en Venezuela.
En lo que va del presente siglo, el subcontinente sudamericano ha vivido un crecimiento económico como resultado de una masiva afluencia de capitales extranjeros, de su mayor integración al proceso de acumulación capitalista mundial mediante la llamada “globalización” y de la redefinición de su relación con el capital monopolista internacional, abandonando la política de sustitución de importaciones y la creación de industrias nacionales. En estrecho vínculo con el capital monopolista internacional y subordinadas a él, las grandes burguesías de los países sudamericanos se enriquecieron de manera obscena, aprovechando los mejores precios internacionales de sus productos primarios e intermedios y la sobreexplotación de la clase obrera y los trabajadores de sus países.
La “bonanza” económica acentuó considerablemente la brecha económica entre ricos y pobres, y agudizó las diferencias y contradicciones de clase y la lucha de clases. Ante la debilidad de los partidos marxista-leninistas, el bajo nivel de consciencia de las masas populares y la insuficiente organización de la clase obrera, algunos sectores de la pequeñaburguesía y la burguesía aprovecharon la oportunidad para ponerse a la cabeza del descontento popular en varios países y lograron acceder al gobierno. Éste fenómeno político que es recurrente en la historia política latinoamericana y que adopta la forma de movimientos “nacionalistas”, generalmente caudillistas, tiene en la actualidad una diferencia importante con los presenciados en el siglo pasado. El populismo en el pasado, por lo general, tenía como telón de fondo una aguda crisis económica y financiera de los países sudamericanos que se resolvió siempre en beneficio del imperialismo y de la mayor dependencia de esos países. Los movimientos populistas que alcanzaron el poder no tuvieron mucho aliento, debido a que el “tesoro nacional” no contaba con los suficientes recursos financieros y monetarios para llevar adelante sus políticas desarrollistas y paternalistas que compraran el favor y el seguimiento de las masas mediante la “ayuda social”. Se podía garantizar el circo, pero no el pan.
El populismo reciente surgió en un periodo de bonanza para la región, cuando sus principales indicadores macroeconómicos eran favorables, aunque no los sociales, es decir, aquellos que tienen que ver con el bienestar económico y social de sus pueblos. El descontento popular que supieron aprovechar los llevó al poder en circunstancias excepcionalmente favorables de sus economías nacionales. Esto hecho particular, les ha permitido mantenerse en el poder durante varios años con altas votaciones, lucrando mediante la acción del Estado en su negociación con nuevos imperialismos y renegociando los términos de participación en la apropiación de la plusvalía con “su” imperialismo. Como este último es el imperialismo norteamericano, el discurso “antiyanqui” era inevitable. Estos movimientos burgueses populistas “nacionalistas” siempre se han caracterizado a sí mismos como “antiyanquis”, y nunca son antiimperialistas consecuentes.
Los observadores, que no conocen la política latinoamericana, ven revolución ahí donde en el mejor de los casos hay reforma. Particularmente, la “izquierda” de los países europeos, aquellos reciclados herederos del revisionismo jruschovista-brezhnevista, ven con mucha ilusión todo lo que esté a la izquierda… siempre que sea fuera de sus países, mientras vituperan y rechazan formas de lucha revolucionaria consecuente en sus propios países… por ser demasiado izquierdistas.
El artículo que a continuación publicamos es del comunista sudamericano José Carlos Mariátegui y nos parece oportuno para examinar el fenómeno del reciente populismo en el poder en los países de Sudamérica. Son tesis que fueron presentadas en la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana, organizada por la sección regional de la Internacional Comunista y realizada en Uruguay, en 1929.
En este artículo Mariátegui discute precisamente “el punto de vista antiimperialista” que cifraba esperanzas en la acción supuestamente revolucionaria de la burguesía en Sudamérica, estableciendo diferencias y distancias con la experiencia china en este punto específico. El Amauta peruano sostenía que a diferencia de China, ningún país de Sudamérica había sido objeto de ocupación imperialista, un hecho fundamental que podría empujar a algún sector de la burguesía a una acción antiimperialista. A diferencia de la pequeña burguesía radical que se llenaba la boca de “antiimperialismo”, cuando no había ocupación militar imperialista, Mariátegui ponía el acento en que lo determinante para la acción revolucionaria en esas condiciones era el factor clasista, que la mejor forma de ser antiimperialista en esas condiciones concretas.
Para entender la realidad de los países dependientes y semicoloniales es bueno recordar algo que las experiencias revolucionarias han enseñado y que el marxismo-leninismo ha recogido. En los países dependientes y semicoloniales existen dos cuestiones fundamentales que dan contenido a la etapa democrática de la revolución proletaria: la cuestión nacional y la cuestión democrática. La primera tiene que ver con la contradicción entre la nación oprimida y el imperialismo o imperialismos que la oprimen. La segunda tiene que ver con las contradicciones y la lucha entre las clases sociales del país dependiente y semicolonial. Mariátegui cuestionaba en 1929, algo que –a despecho del paso de los años– bien se puede plantear hoy en relación con esos movimientos “antiimperialistas” de la burguesía y pequeña burguesía en el poder de la actualidad. En este sentido, cada partido marxista-leninista en esos países hace una pregunta básica: ¿Cuál es la contradicción principal en esta etapa de la revolución? La respuesta definirá las cuestiones estratégicas de la revolución y determinará la línea táctica en cada fase de la revolución. Un error en esto es mortal para la revolución proletaria, porque se confundirían los objetivos, los blancos, las fuerzas motrices y las reservas de la revolución; sobre bases equivocadas, las cuestiones tácticas no se plantearían ni se resolverían correctamente.
Es sintomático que los “procesos revolucionarios” de la burguesía y la pequeña burguesía en Sudamérica siempre hayan enfatizado su carácter “antiimperialista”, negando, silenciando o relegando la lucha de clases interna, la lucha de la clase obrera, el campesinado y el pueblo contra la gran burguesía y los terratenientes. La pequeña burguesía reformista y el revisionismo aplauden y apuestan su capital político por estos movimientos que supuestamente tienen los pantalones bien puestos para enfrentar “al imperio”, a la vez que cierran los ojos al imperialismo de otros países, por el contrario, recibiéndolo con los brazos abiertos para reforzar su posición en la ruptura o renegociación con “su” imperialismo.
De esta forma, los revisionistas y reformistas de dentro y fuera exigen –“revolucionariamente”– que la clase obrera subordine su lucha de clase contra la gran burguesía y los terratenientes de su propio país a una etérea lucha “antiimperialista” –y para colmo inconsecuente– de un sector de la burguesía y la pequeña burguesía en el poder. Lucha “antiimperialista” en que el discurso “revolucionario” no tiene su correlato en la práctica política, con la realización de hechos fundamentales y necesarios para contribuir a la auténtica revolución.
De esta forma, al subordinar el “factor clasista” del que hablaba Mariátegui, a la lucha “antiimperialista” de un sector de la burguesía y la pequeñaburguesía, se desvía a la clase obrera y a las masas populares de la lucha contra la gran burguesía y los terratenientes; de esta forma, al dar prioridad a la cuestión nacional cuando la principal es la contradicción democrática, se distorsionan los objetivos de la revolución y en consecuencia la estrategia revolucionaria y línea táctica de la clase obrera y el pueblo; de esta forma se renuncia a la independencia de clase del proletariado , se perjudica la formación de la alianza obrero-campesina y se posterga la dirección de la clase obrera en la revolución.
Algunos “comunistas” que defienden estos procesos caen en lugares comunes que van desde el absurdo “peor es nada”, pasando por “movilizan y conciencian a las masas” (¿en los fuegos de artificio de los multitudinarios mítines “antiimperialistas”?) y “mejoran la condición económica de la clase obrera y el pueblo” (mediante el “asistencialismo” más ramplón), hasta “golpean al imperialismo yanqui” (que permanece como el principal socio del país).
El marxismo-leninismo nos dice que la revolución es un acto mediante el cual una clase derroca a otra; nos enseña que la revolución tiene que ver con la cuestión del poder del Estado. La revolución proletaria significa el derrocamiento de la burguesía y los terratenientes por el proletariado y las masas populares, para instaurar la dictadura del proletariado, en la forma que corresponda de acuerdo a la realidad concreta. Por lo tanto, la piedra de toque para deslindar si un “proceso” no proletario que ha “tomado el poder” tiene un carácter revolucionario es la preeminencia política que le otorga a la clase obrera: si reconoce la importancia política del proletariado en la revolución; si acepta la organización y movilización independiente de la clase obrera; si contribuye a que el partido del proletariado difunda, exponga y agite su programa; si se une a la lucha de la clase obrera y el pueblo por destruir el Estado burgués en el que esta burguesía “revolucionaria” está gobernando; si no obstaculiza –y facilita– la creación de organizaciones revolucionarias que sirvan de embriones de poder popular, independientes del gobierno y el Estado burgués, dirigidos por el proletariado y su partido de vanguardia. Exigir esto no es retórica seudorrevolucionaria, no es “izquierdismo” o extremismo, no significa desconocer las limitaciones de la “burguesía nacionalista” o la pequeñaburguesía antiimperialista en el poder; todo esto es política proletaria revolucionaria, consecuente con nuestra filiación de clase. Es lo que debe exigir todo comunista, porque su clase es la clase obrera. El temor de asustar a la “burguesía nacionalista revolucionaria” y a la pequeña burguesía antiimperialista que está en el poder, subordinando, postergando o sacrificando los intereses de la clase obrera y la revolución proletaria equivale a una traición. Equivale a negarle al proletariado el derecho a enfrentar el problema del poder de acuerdo a sus intereses de clase, en beneficio de la retórica “antiimperialista” y la farsa “revolucionaria”.
texto publicado en el blog Crítica Marxista-Leninista en marzo de 2013
se publica en el Foro en dos mensajes
La oleada populista en América Latina de la última década, ha llegado a un punto crucial con la muerte de Hugo Chávez. De alguna manera, la personalidad y la política del líder venezolano dieron cierta cohesión y dimensión continental a esta oleada. Por lo que existe mucha expectativa respecto del curso que seguirá la política en Venezuela.
En lo que va del presente siglo, el subcontinente sudamericano ha vivido un crecimiento económico como resultado de una masiva afluencia de capitales extranjeros, de su mayor integración al proceso de acumulación capitalista mundial mediante la llamada “globalización” y de la redefinición de su relación con el capital monopolista internacional, abandonando la política de sustitución de importaciones y la creación de industrias nacionales. En estrecho vínculo con el capital monopolista internacional y subordinadas a él, las grandes burguesías de los países sudamericanos se enriquecieron de manera obscena, aprovechando los mejores precios internacionales de sus productos primarios e intermedios y la sobreexplotación de la clase obrera y los trabajadores de sus países.
La “bonanza” económica acentuó considerablemente la brecha económica entre ricos y pobres, y agudizó las diferencias y contradicciones de clase y la lucha de clases. Ante la debilidad de los partidos marxista-leninistas, el bajo nivel de consciencia de las masas populares y la insuficiente organización de la clase obrera, algunos sectores de la pequeñaburguesía y la burguesía aprovecharon la oportunidad para ponerse a la cabeza del descontento popular en varios países y lograron acceder al gobierno. Éste fenómeno político que es recurrente en la historia política latinoamericana y que adopta la forma de movimientos “nacionalistas”, generalmente caudillistas, tiene en la actualidad una diferencia importante con los presenciados en el siglo pasado. El populismo en el pasado, por lo general, tenía como telón de fondo una aguda crisis económica y financiera de los países sudamericanos que se resolvió siempre en beneficio del imperialismo y de la mayor dependencia de esos países. Los movimientos populistas que alcanzaron el poder no tuvieron mucho aliento, debido a que el “tesoro nacional” no contaba con los suficientes recursos financieros y monetarios para llevar adelante sus políticas desarrollistas y paternalistas que compraran el favor y el seguimiento de las masas mediante la “ayuda social”. Se podía garantizar el circo, pero no el pan.
El populismo reciente surgió en un periodo de bonanza para la región, cuando sus principales indicadores macroeconómicos eran favorables, aunque no los sociales, es decir, aquellos que tienen que ver con el bienestar económico y social de sus pueblos. El descontento popular que supieron aprovechar los llevó al poder en circunstancias excepcionalmente favorables de sus economías nacionales. Esto hecho particular, les ha permitido mantenerse en el poder durante varios años con altas votaciones, lucrando mediante la acción del Estado en su negociación con nuevos imperialismos y renegociando los términos de participación en la apropiación de la plusvalía con “su” imperialismo. Como este último es el imperialismo norteamericano, el discurso “antiyanqui” era inevitable. Estos movimientos burgueses populistas “nacionalistas” siempre se han caracterizado a sí mismos como “antiyanquis”, y nunca son antiimperialistas consecuentes.
Los observadores, que no conocen la política latinoamericana, ven revolución ahí donde en el mejor de los casos hay reforma. Particularmente, la “izquierda” de los países europeos, aquellos reciclados herederos del revisionismo jruschovista-brezhnevista, ven con mucha ilusión todo lo que esté a la izquierda… siempre que sea fuera de sus países, mientras vituperan y rechazan formas de lucha revolucionaria consecuente en sus propios países… por ser demasiado izquierdistas.
El artículo que a continuación publicamos es del comunista sudamericano José Carlos Mariátegui y nos parece oportuno para examinar el fenómeno del reciente populismo en el poder en los países de Sudamérica. Son tesis que fueron presentadas en la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana, organizada por la sección regional de la Internacional Comunista y realizada en Uruguay, en 1929.
En este artículo Mariátegui discute precisamente “el punto de vista antiimperialista” que cifraba esperanzas en la acción supuestamente revolucionaria de la burguesía en Sudamérica, estableciendo diferencias y distancias con la experiencia china en este punto específico. El Amauta peruano sostenía que a diferencia de China, ningún país de Sudamérica había sido objeto de ocupación imperialista, un hecho fundamental que podría empujar a algún sector de la burguesía a una acción antiimperialista. A diferencia de la pequeña burguesía radical que se llenaba la boca de “antiimperialismo”, cuando no había ocupación militar imperialista, Mariátegui ponía el acento en que lo determinante para la acción revolucionaria en esas condiciones era el factor clasista, que la mejor forma de ser antiimperialista en esas condiciones concretas.
Para entender la realidad de los países dependientes y semicoloniales es bueno recordar algo que las experiencias revolucionarias han enseñado y que el marxismo-leninismo ha recogido. En los países dependientes y semicoloniales existen dos cuestiones fundamentales que dan contenido a la etapa democrática de la revolución proletaria: la cuestión nacional y la cuestión democrática. La primera tiene que ver con la contradicción entre la nación oprimida y el imperialismo o imperialismos que la oprimen. La segunda tiene que ver con las contradicciones y la lucha entre las clases sociales del país dependiente y semicolonial. Mariátegui cuestionaba en 1929, algo que –a despecho del paso de los años– bien se puede plantear hoy en relación con esos movimientos “antiimperialistas” de la burguesía y pequeña burguesía en el poder de la actualidad. En este sentido, cada partido marxista-leninista en esos países hace una pregunta básica: ¿Cuál es la contradicción principal en esta etapa de la revolución? La respuesta definirá las cuestiones estratégicas de la revolución y determinará la línea táctica en cada fase de la revolución. Un error en esto es mortal para la revolución proletaria, porque se confundirían los objetivos, los blancos, las fuerzas motrices y las reservas de la revolución; sobre bases equivocadas, las cuestiones tácticas no se plantearían ni se resolverían correctamente.
Es sintomático que los “procesos revolucionarios” de la burguesía y la pequeña burguesía en Sudamérica siempre hayan enfatizado su carácter “antiimperialista”, negando, silenciando o relegando la lucha de clases interna, la lucha de la clase obrera, el campesinado y el pueblo contra la gran burguesía y los terratenientes. La pequeña burguesía reformista y el revisionismo aplauden y apuestan su capital político por estos movimientos que supuestamente tienen los pantalones bien puestos para enfrentar “al imperio”, a la vez que cierran los ojos al imperialismo de otros países, por el contrario, recibiéndolo con los brazos abiertos para reforzar su posición en la ruptura o renegociación con “su” imperialismo.
De esta forma, los revisionistas y reformistas de dentro y fuera exigen –“revolucionariamente”– que la clase obrera subordine su lucha de clase contra la gran burguesía y los terratenientes de su propio país a una etérea lucha “antiimperialista” –y para colmo inconsecuente– de un sector de la burguesía y la pequeña burguesía en el poder. Lucha “antiimperialista” en que el discurso “revolucionario” no tiene su correlato en la práctica política, con la realización de hechos fundamentales y necesarios para contribuir a la auténtica revolución.
De esta forma, al subordinar el “factor clasista” del que hablaba Mariátegui, a la lucha “antiimperialista” de un sector de la burguesía y la pequeñaburguesía, se desvía a la clase obrera y a las masas populares de la lucha contra la gran burguesía y los terratenientes; de esta forma, al dar prioridad a la cuestión nacional cuando la principal es la contradicción democrática, se distorsionan los objetivos de la revolución y en consecuencia la estrategia revolucionaria y línea táctica de la clase obrera y el pueblo; de esta forma se renuncia a la independencia de clase del proletariado , se perjudica la formación de la alianza obrero-campesina y se posterga la dirección de la clase obrera en la revolución.
Algunos “comunistas” que defienden estos procesos caen en lugares comunes que van desde el absurdo “peor es nada”, pasando por “movilizan y conciencian a las masas” (¿en los fuegos de artificio de los multitudinarios mítines “antiimperialistas”?) y “mejoran la condición económica de la clase obrera y el pueblo” (mediante el “asistencialismo” más ramplón), hasta “golpean al imperialismo yanqui” (que permanece como el principal socio del país).
El marxismo-leninismo nos dice que la revolución es un acto mediante el cual una clase derroca a otra; nos enseña que la revolución tiene que ver con la cuestión del poder del Estado. La revolución proletaria significa el derrocamiento de la burguesía y los terratenientes por el proletariado y las masas populares, para instaurar la dictadura del proletariado, en la forma que corresponda de acuerdo a la realidad concreta. Por lo tanto, la piedra de toque para deslindar si un “proceso” no proletario que ha “tomado el poder” tiene un carácter revolucionario es la preeminencia política que le otorga a la clase obrera: si reconoce la importancia política del proletariado en la revolución; si acepta la organización y movilización independiente de la clase obrera; si contribuye a que el partido del proletariado difunda, exponga y agite su programa; si se une a la lucha de la clase obrera y el pueblo por destruir el Estado burgués en el que esta burguesía “revolucionaria” está gobernando; si no obstaculiza –y facilita– la creación de organizaciones revolucionarias que sirvan de embriones de poder popular, independientes del gobierno y el Estado burgués, dirigidos por el proletariado y su partido de vanguardia. Exigir esto no es retórica seudorrevolucionaria, no es “izquierdismo” o extremismo, no significa desconocer las limitaciones de la “burguesía nacionalista” o la pequeñaburguesía antiimperialista en el poder; todo esto es política proletaria revolucionaria, consecuente con nuestra filiación de clase. Es lo que debe exigir todo comunista, porque su clase es la clase obrera. El temor de asustar a la “burguesía nacionalista revolucionaria” y a la pequeña burguesía antiimperialista que está en el poder, subordinando, postergando o sacrificando los intereses de la clase obrera y la revolución proletaria equivale a una traición. Equivale a negarle al proletariado el derecho a enfrentar el problema del poder de acuerdo a sus intereses de clase, en beneficio de la retórica “antiimperialista” y la farsa “revolucionaria”.
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Última edición por pedrocasca el Vie Mar 08, 2013 10:55 pm, editado 4 veces