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    Artículo del blog România prin perdea: Rumania en el conflicto sino-soviético (Capítulos I y II)

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    Mensaje por NG Vie Mar 15, 2013 3:47 am

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    Rumania en el conflicto sino-soviético (I y II)

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    Mao y Ceauşescu. Fuente: Fototeca online a comunismului românesc. Cota: 71/1971

    Uno de los acontecimientos más importantes en el largo periodo conocido como la Guerra Fría fue la ruptura entre la Unión Soviética y la República Popular China a partir de los años 60 y hasta el mismo final de dicho periodo. La alianza histórica entre los dos más grandes países del campo socialista había durado apenas una década, y no sin problemas. Ejemplificada en el Tratado de Amistad, Alianza y Asistencia Mutua firmado entre ambos Estados en febrero de 1950, poco después de que el Partido Comunista Chino ganara la guerra civil contra el Kuomintang y estableciera la República Popular, dicho vínculo comenzó a debilitarse tras la muerte de Stalin y, sobre todo, en el proceso de reorientación que Nikita Jrushchov le dio a la Unión Soviética en política exterior y en el mismo desarrollo socio-económico del socialismo soviético. Ciertamente, durante la primera mitad de los años 50 se habían producido pequeños choques políticos, originados en el ámbito teórico, entre Stalin y Mao en relación a cuál era el mejor camino para la instalación y avance del socialismo en el mundo. Pero en general la URSS y China caminaron juntas en los primeros años de ésta como estado socialista. Asimismo, tras la muerte del líder soviético en marzo de 1953 y la llegada al poder de la troika Jrushchov-Malenkov-Molotov, las relaciones entre la URSS y la República Popular China gozaron de una excelente salud. La ayuda soviética en esos años alcanzó los 500 millones de rublos, utilizados para proyectos de industrialización, mientras el propio Jrushchov visitaba China para devolver a las autoridades de Pekín la base naval de Port Arthur, ocupada por la URSS al final de la Segunda Guerra Mundial.

    El determinante XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, celebrado en febrero de 1956 y en el que Jrushchov denunció el culto a la personalidad de Stalin, lanzó sobre todo el mundo socialista potentes oleadas sísmicas que no tardaron en afectar a Pekín. El impacto emocional en muchos de los líderes socialistas que habían venerado a Stalin fue tremendo. En el caso de Rumania, como demuestra la abundante bibliografía (por ejemplo, Stalinism for All Seasons, de Vladimir Tismăneanu), la crítica a Stalin se instaló como semilla del proceso de separación progresiva de la República Popular Rumana con respecto al liderazgo soviético que inició Gheorghe Gheorghiu-Dej a comienzos de los 60 y que Nicolae Ceauşescu llevó a cotas insospechadas. Dej, que había sido designado para realizar el famoso discurso en la reunión del Cominform de Bucarest en 1948, en el que se denunció oficialmente la herejía de Belgrado y acusó al Partido Comunista Yugoslavo de “banda de ladrones y asesinos”, se vio obligado a proceder, por presiones de Jrushchov, a un humillante reencuentro con el Mariscal Tito. Para Mao, por su parte, algunas de las consecuencias del XX Congreso fueron interpretadas como un ataque a la misma base del poder socialista. Por ejemplo, ponían en peligro algunos de los pilares fundamentales del marxismo-leninismo en materia de relaciones internacionales, ya que en opinión de Mao, la postura de Jrushchov implicaba que el enfrentamiento entre las formas de estado capitalista y socialista no era ya inevitable. Se estaba planteando, por tanto, la posibilidad de una coexistencia pacífica entre los dos campos en que se había dividido el mundo tras la derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial. En un sentido más bien teórico, Mao se sentía absolutamente escandalizado con estos planteamientos porque sugerían una renuncia a derrotar al capitalismo globalmente. En un sentido práctico, la nueva posición soviética creaba enormes incertidumbres en Pekín, dado que podía significar una abandono implícito de Moscú de los compromisos de defensa de la República Popular China en caso de un conflicto con Japón o los Estados Unidos, base fundamental del Tratado de Amistad entre la URSS y la República Popular China de 1950.

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    Jrushchov y Mao en Pekín, en julio de 1958. Pese a las sonrisas, las relaciones entre la Unión Soviética y la República Popular China ya estaban lejos de ser cordiales.

    La ruptura entre los dos países socialistas más importantes se fue acrecentando en los años siguientes. Fue precisamente en el III Congreso del Partido Obrero Rumano, en junio de 1960, en que las delegaciones china y soviética visualizaron su mutua animosidad al enzarzarse públicamente en una disputa verbal. Poco después, en la Conferencia Internacional de Partidos Comunistas y Obreros, celebrada en Moscú en 1961, las posiciones estaban aún más alejadas. Un año después, la URSS rompió relaciones diplomáticas con la República Popular Socialista de Albania, principal aliado de Pekín entre los países socialistas europeos, mientras la famosa Crisis de los Misiles en Cuba en octubre de 1962, en la que Jrushchov terminó renunciando a su peligroso y escasamente reflexivo órdago caribeño, fue vista por China como una retirada vergonzosa de la URSS ante Estados Unidos, injustificada para Mao pese a la amenaza de represalias nucleares. Por su parte, la URSS se negó a ayudar a China en su breve guerra con India en ese mismo octubre de 1962, mientras retiraba ayuda industrial y militar, afectando así los planes chinos de desarrollar su propio armamento nuclear. Desde aquel momento el cisma histórico entre Moscú y Pekín quedó definitivamente establecido, dividiendo a los comunistas de todo el mundo, forzados a elegir entre el polo encabezado por la URSS, legitimado por su condición de estado obrero pionero y por su victoria sobre el fascismo, y otro liderado por Pekín, que se sostenía en su denuncia del burocratismo soviético –interpretado como un retorno a fórmulas capitalistas de estado- y su reivindicación de único estado socialista que aún permanecía como genuinamente revolucionario y comprometido con la causa comunista mundial. La caída de Jrushchov en octubre de 1964 y su sustitución por Leonid Brezhnev implicó un serio intento de acercamiento entre los dos países. Pero el lanzamiento por parte de Mao de la Revolución Cultural en 1966, clímax del radicalismo revolucionario chino y que incluía una crítica violenta contra el modelo soviético, terminó por romper todos los puentes que Brezhnev y el premier Kosygin habían intentando tender. En 1967, Brezhnev ordenó la creación del llamado INTERKIT, que coordinaba el esfuerzo de propaganda antichina por parte de los partidos comunistas de los aliados del Pacto de Varsovia. Mongolia se sumó poco después, así como Cuba. Rumania, por su parte, quedaba fuera del INTERKIT debido a su política externa independiente y más bien favorable a China, como se verá más adelante. Mientras tanto el conflicto sino-soviético alcanzaba su culmen. En la primavera de 1969, en la zona fronteriza entre la URSS y la República Popular China a lo largo del siberiano río Ussuri, tropas de ambos países se enzarzaron en una serie de escaramuzas que a punto estuvieron de empujar a ambas potencias nucleares en un conflicto armado de imprevisibles consecuencias.

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    Tropas del Ejército Popular de Liberación de la República Popular China durante el breve conflicto militar con la URSS en marzo de 1969.

    El cisma sino-soviético fue aprovechado por Estados Unidos, como es bien conocido, para implementar un cambio estratégico en el abordaje de sus relaciones con el campo socialista. Ello fue favorecido por la Administración Nixon y se ejemplificó en la histórica visita del Presidente norteamericano a China en febrero de 1972. Como menciona Henry Kissinger en su monumental Diplomacy, Nixon sugirió esta nueva orientación de la política exterior estadounidense en un discurso de febrero de 1970, en que por primera vez desde Theodore Roosevelt, un Presidente se atrevía a cuestionar el rol que el típico idealismo estadounidense había jugado en las relaciones internacionales de este país, al afirmar que “son nuestros intereses los que moldean nuestros compromisos, no a la inversa.” En un periodo de intensa ideologización de la diplomacia como era la Guerra Fría, esto abría la puerta a un acercamiento revolucionario a la República Popular China, pese a que ésta siguiera inmersa en el caótico maremágnum de la Revolución Cultural –aunque menos intenso que en el periodo 1966-1969- y estuviera aún encabezada por un hombre que el mismo Nixon, en su época de Vicepresidente de Estados Unidos, había calificado de monstruo.

    El mismo Nixon había ensayado estos movimientos precisamente en Rumania, aunque es cierto que en el caso del país balcánico la Administración Johnson había entreabierto algunas puertas. En la primera visita de Estado de un Presidente norteamericano a un país socialista, Nixon había sido recibido por Ceauşescu en Bucarest en agosto de 1969. El líder rumano, a su vez, visitaría la Casa Blanca un año después, en octubre de 1970. Por entonces era bien conocido el hecho que Ceauşescu, desde poco después de su acceso al poder, se había convertido en una especie de rara avis entre los dirigentes socialistas de Europa Central y Oriental. La política exterior de Ceauşescu, obsesivamente independiente con respecto a la Unión Soviética, situó al estadista rumano en la primera línea de la diplomacia internacional. Como demuestra el excelente trabajo de Adam Burakowski con documentación inédita de la embajada polaca en Bucarest, la diplomacia rumana a partir de la segunda mitad de los años 60 causó en primer lugar confusión y más tarde estupor entre los aliados de Rumania en el Pacto de Varsovia. En un mensaje de dicha embajada fechado en noviembre de 1966, los funcionarios polacos afirmaron que Bucarest había “aniquilado” el contenido de clase en su acción diplomática. Los ejemplos que sustentaban esta afirmación eran muy numerosos. Solamente en 1967 cabe mencionar la negativa rumana a ayudar militarmente a la República Democrática de Vietnam en pleno conflicto armado con Estados Unidos, el establecimiento de relaciones diplomáticas con la República Federal de Alemania –estando en vigor la doctrina Hallstein -, la no ruptura de relaciones con Israel tras la Guerra de los Seis Días o la firma de un tratado comercial y de parcial reconocimiento diplomático con la España de Franco. En agosto de 1968, en el momento cumbre de esta deriva independiente, Ceauşescu condenó la intervención militar de cinco países del Pacto de Varsovia en la República Socialista Checoslovaca, con argumentaciones nacionalistas basadas en la soberanía de cada partido comunista, pueblo y estado socialista, y no en defensa de la Primavera de Praga.

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    Aspecto de Piaţa Palatului el 21 de agosto de 1968 poco antes del famoso discurso de Nicolae Ceauşescu condenando la intervención de cinco países miembros del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia. Fuente: Fototeca online a comunismului românesc. Cota: 175/1968

    El curso diplomático seguido por Bucarest implicó, obviamente, una visión propia del conflicto entre Moscú y Pekín. Jugando oficialmente un rol de mediador entre ambos polos, Ceauşescu no dejaba pasar ocasión para criticar a los soviéticos y expresar su solidaridad con el Partido Comunista Chino. Como reflejo de ello, entre 1969 y 1971 las relaciones comerciales entre ambos países crecieron un 150%. En la segunda Conferencia de Partidos Comunistas y Obreros celebrada en Moscú en junio de 1969, Ceauşescu realizó una apasionada defensa de las posiciones chinas, negando la capacidad del PCUS de ejercer un papel de director del comunismo internacional. Estos movimientos causaban enorme preocupación en los politburós de la URSS y de sus más cercanos aliados europeos. En las deliberaciones del INTERKIT se decidió organizar un departamento específico para Rumania. Como consecuencia, Ceauşescu comenzó a ser el blanco de críticas explícitas por parte de los órganos de propaganda de los estados socialistas cercanos a Moscú. Por su parte, y como medida preventiva con respecto a una hipotética invasión soviética de Rumania, Ceauşescu ordenó la creación de las Guardias Patrióticas –fuerzas paramilitares que podían movilizar a cientos de miles de ciudadanos en caso de emergencia nacional-, el aumento del presupuesto militar y el desarrollo de una nueva doctrina defensiva bajo el nombre Rovine-IS-70. El Departamento de Seguridad del Estado, o Securitate, organizó una unidad especial de lucha contra acciones de espionaje de otros países del Pacto de Varsovia, la llamada UM0110, que existió hasta diciembre de 1989. No era resultado de la paranoia de Ceauşescu: Vasili Mitrokhin, en su libro con Christopher Andrew, ha escrito que el KGB convirtió a la misma Securitate en uno de sus objetivos de penetración prioritarios a través de la llamada operación PROGRESS, mientras el GRU desarrollaba a su vez operativos similares orientados a las fuerzas armadas rumanas.

    Como se verá más adelante, la tensión entre Rumania y el resto de países del Pacto de Varsovia alcanzó cotas peligrosas debido a la insistencia de Bucarest de trabar una relación privilegiada con Pekín. Pero esto no quiere decir que Ceauşescu deseara retirar a Rumania del Pacto de Varsovia o sustituir a la URSS por la República Popular China como principal socio estratégico, económico o militar. En primer lugar porque la economía rumana, pese a los intentos de un desarrollo industrial propio, estaba íntimamente ligada con la de la URSS y el resto de países del Comecon, los cuales jugaban un papel que la China de los años 60 y 70 era absolutamente incapaz de emular. En segundo lugar, porque en el ámbito de la seguridad, Pekín no podía darle a Rumania suficientes garantías de apoyo en caso de un ataque externo sobre el país de los Cárpatos, que lógicamente provendría de la URSS y de los países fronterizos con Rumania con la excepción de Yugoslavia. De este modo Ceauşescu se limitó a bailar sobre el filo de la navaja durante más de dos décadas con su aliado-enemigo soviético, sin sobrepasar determinadas líneas rojas que forzarían una intervención del Pacto de Varsovia pero tampoco renunciando a una política exterior independiente. Esto era así porque Ceauşescu sentía como un imperativo histórico el salvaguardar la soberanía nacional de Rumania –y de su partido comunista- a través del mantenimiento de una posición internacional propia que, a la vez, debía conducir al país a situarse en la primera línea de potencias mundiales. Si Rumania podía encuadrarse a medio camino de Estados Unidos y la URSS –o al menos dar una imagen de ello-, también podía situarse entre ésta y China, o entre Israel y los países árabes, dado el caso. Tal y como repetiría la propaganda sobre Ceauşescu al retratarle junto a los grandes líderes míticos de la nación rumana de las épocas dácica o medieval, el dirigente rumano parecía haber conseguido lo impensable para una nación pequeña e históricamente subyugada a imperios foráneos: hablarle cara a cara a las grandes potencias con una voz propia y estentórea. Por ello, y pese al evidente enfado de Moscú, Ceauşescu viajó oficialmente a la República Popular China en junio de 1971. Era la primera visita de Estado de un dirigente socialista europeo a Pekín tras la consumación del cisma sino-soviético. Durante diez días, Ceauşescu fue recibido por Mao, Zhou Enlai y Lin Biao, visitó fábricas y barrios obreros, presenció óperas y espectáculos musicales en el estilo revolucionario cuasi-histérico tan típico de la Revolución Cultural, fue agasajado en universidades y liceos, y observó con sus propios ojos la construcción de cinco submarinos con materiales e ingenieros chinos. Nada más abandonar China, Ceauşescu se dirigió a Pyongyang, donde completó su experiencia asiática con el conocimiento de primera mano de la ideología Juche que Kim Il-sung implementaba en su república particular.

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    De izquierda a derecha: Elena Ceauşescu, Lin Biao, Nicolae Ceauşescu y Mao Zedong durante la visita del dirigente rumano a la República Popular China de junio de 1971. Fuente: Fototeca online a comunismului românesc. Cota: 73/1971

    Existen pocas dudas entre los historiadores sobre la influencia determinante que tuvo en Nicolae Ceauşescu su viaje a China y Corea en junio de 1971. De hecho, el impacto de la visita tuvo importantes consecuencias para la población rumana. Unas semanas después de finalizado el viaje, en un discurso ante el Comité Político Ejecutivo del Partido Comunista, Ceauşescu lanzó las famosas Tesis de Julio. Oficialmente tituladas “Propuestas de medidas para el enriquecimiento de la actividad político-ideológica y de la educación marxista-leninista de los miembros del partido y de todos los hombres del trabajo”, estas tesis supusieron un corte radical en la forma de abordar la ciencia y la cultura en la República Socialista de Rumania, dando por terminada la relativa apertura que había existido desde 1965 y reintroduciendo el realismo socialista de corte neo-estalinista y, en algunos aspectos, con tintes maoístas. Las Tesis de Julio afectaron sobremanera a la intelectualidad y el mundo científico rumanos, y su extraordinaria influencia en las últimas dos décadas de socialismo serán objeto de análisis en una futura entrada. En la próxima, sin embargo, nos centraremos en las relaciones entre China y Rumania en los años 70 en los ámbitos militar y de inteligencia. Un aspecto que preocupaba sobremanera a la Unión Soviética y a sus aliados del Pacto de Varsovia. Una prueba de ello es la valoración que hizo el liderazgo de la República Democrática Alemana en septiembre de 1971 sobre las relaciones militares entre Rumania y la República Popular China tras la visita de Ceauşescu, cuyo resumen puede encontrarse aquí. Como se verá en la próxima entrada, estas relaciones activaron una frenética actividad de inteligencia y competencia militar que tuvo expresión en escenarios tan lejanos como era Angola.

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    En el centro, el líder guerrillero angoleño Holden Roberto en 1975.
    Sus hombres del Frente Nacional de Liberación de Angola luchaban con armas rumanas y chinas contra el MPLA apoyado por Cuba y la Unión Soviética.
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    Mensaje por NG Vie Mar 15, 2013 3:57 am

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    Brezhnev de visita oficial en Rumania en noviembre de 1976. De izquierda a derecha: Elena Ceauşescu, Leonid Brezhnev, Nicolae Ceauşescu y los jefes de gobierno de la URSS y Rumania Aleksey Kosygin y Manea Mănescu. Fuente: Fototeca online a comunismului românesc. Cota: 322/1976


    A comienzos de la década de los 70 la posición internacional de Rumania causaba honda preocupación en los dirigentes de la Unión Soviética y del resto de países del Pacto de Varsovia. Desde hacía unos años la diplomacia rumana, independiente y en ocasiones opuesta a los intereses del bloque socialista encabezado por la URSS, había motivado un aumento de la tensión entre ésta y su formalmente aliado rumano hasta rozar la amenaza bélica tras el órdago espectacular de agosto de 1968, en que Ceauşescu condenó con energía la intervención soviética en Checoslovaquia. En ese mismo agosto, poco después de completada la Operación Danubio -el aplastamiento de la llamada Primavera de Praga por las tropas de la Unión Soviética y de sus cuatro socios más cercanos (la República Popular Polaca, la República Democrática Alemana, la República Popular de Hungría y la República Popular de Bulgaria)-, el Pacto de Varsovia llevó a cabo una serie de ejercicios navales en el Mar Negro que fueron interpretados por Bucarest como una provocación en toda regla. Asimismo, desde ese mismo 1968, los países limítrofes con Rumania, con la excepción de la República Federal Socialista de Yugoslavia –que no pertenecía al Pacto de Varsovia- instalaron de forma semipermanente enormes contingentes militares en las zonas cercanas a la frontera rumana. De este modo, la Unión Soviética situó al menos seis divisiones (80.000 militares) del Distrito Militar Odesa en la frontera moldava, así como otras siete divisiones del Distrito Militar de los Cárpatos en el suroeste de Ucrania. Hungría, por su parte, situó seis divisiones cerca de los pasos fronterizos de Transilvania y el Bánato, junto a cuatro divisiones soviéticas que estaban estacionadas en este país. Finalmente, Bulgaria desplegó nada menos que doce divisiones a lo largo de la línea de demarcación con Rumania al este del Danubio, en la Dobruja meridional. En Rumania, por su parte, y tal como se indicó en la anterior entrada, se crearon las Guardias Patrióticas, una suerte de fuerza paramilitar ciudadana, se aumentó considerablemente el presupuesto militar y se desarrolló una nueva doctrina defensiva, Rovine-IS-70, que preveía convertir el país en un infierno guerrillero en caso de que el Pacto de Varsovia movilizara sus inmensos recursos bélicos contra Rumania. Simultáneamente, la República Federal de Alemania vendió a precio favorable estaciones de comunicaciones móviles, mientras el Reino Unido hacía lo propio con aviones de transporte y Francia con helicópteros militares Allouette y Puma. Rumania acabaría adquiriendo la licencia de estos modelos y produciéndolos por sí misma.

    Como fue señalado en la primera parte, el acercamiento de Rumania a la República Popular China, mientras ésta se encontraba enzarzada violentamente con la Unión Soviética por el liderazgo internacional del mundo socialista, se encuadra en este contexto de independencia rumana iniciado con Gheorghe Gheorghiu-Dej y exacerbado por Ceauşescu poco después de su acceso al poder. Rumania trataba de establecerse como una tercera fuerza en el orden de países socialistas, y por ello era celosamente defensora de su soberanía, entendida como derecho a relacionarse con el resto del mundo con voz propia. Aun sacrificando el contenido de clase que regía habitualmente la política externa de los países socialistas cercanos a la URSS. Pero, lógicamente, Ceauşescu no estaba dispuesto a actuar con negligencia y jugarse una intervención soviética de la que difícilmente hubiese sobrevivido. Dado que no tenía en mente reformar el sistema socialista como había intentado Dubček, Ceauşescu neutralizaba así el principal motivo de aplicación de la Doctrina Brezhnev. Asimismo, como miembro del Pacto de Varsovia, Rumania seguía cumpliendo con sus obligaciones de surtir a la URSS de información proveniente de sus agencias de inteligencia. Sin embargo, el juego de amistad-enemistad entre la Unión Soviética y Rumania perduró en el tiempo, alcanzando momentos de enorme tensión que bordeaban el conflicto armado. Y fue la relación de Rumania con China la que a comienzos de los 70 alimentó el fuego de esta disputa como si fuera un bidón de gasolina arrojado a las llamas. Antes de la mencionada visita de Ceauşescu a China, en junio de 1971, y que tan determinante influencia tuvo en su personalidad y en su forma de ejercer el poder, el ministro de Defensa rumano Ioan Ioniță había viajado a Pekín en diversas ocasiones. Uno de los acuerdos alcanzados por Ioniță con el Ejército Popular de Liberación (EPL) fue la implementación de un programa rotatorio de instrucción para oficiales superiores rumanos en China, de un mes de duración. De este modo, en su habitual periodo de vacaciones, estos oficiales viajaban a Pekín para recibir entrenamiento específico. Por otra parte, el jefe del Departamento de Intendencia del EPL firmó en Bucarest un préstamo con interés cero de 250 millones de dólares para la modernización de las fuerzas armadas rumanas en marzo de 1971. Finalmente, en agosto de ese mismo año, dos meses después de la visita de Ceauşescu y pocas semanas más tarde de la publicación de las Tesis de Julio, una delegación militar china de alto nivel encabezada por el jefe del Departamento Político del EPL declaró en Bucarest que China apoyaba a Rumania en la lucha de ésta contra “el uso de la fuerza por parte de los imperialistas y en su intención de mantener su independencia nacional y la soberanía de su Estado.” Como revela Larry L. Watts en su obra With Friends like These, traducida al rumano hace unos meses, la inteligencia germano-oriental conocía perfectamente la existencia de numerosos asesores militares chinos en las bases de entrenamiento de las Guardias Patrióticas y de agentes del Departamento Central de Investigación (desde 1983 y hasta la actualidad, Ministerio de Seguridad del Estado) en los círculos de poder del Partido y la Securitate. En ese mismo 1971, China comenzó a venderle a las fuerzas armadas rumanas torpedos Hu Chwan y varias cañoneras de la clase Shanghai, que Rumania acabaría produciendo con licencia. Emil Bodnăraş, uno de los hombres más poderosos en el Partido Comunista Rumano desde la época de Dej, fue el hombre clave de las relaciones entre el ejército rumano y el EPL, y entre la Securitate y la inteligencia china, viajando a Pekín diversas veces al año y recibiendo en Bucarest a las delegaciones chinas.

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    Emil Bodnăraş, durante un desfile militar en 1958. Su influencia en el Partido Comunista Rumano fue una constante desde los años 30 hasta su muerte en 1976

    Las relaciones de Rumania con China en los ámbitos militar y de inteligencia causaba profundo nerviosismo en el Pacto de Varsovia por razones evidentes. Al fin y al cabo, uno de los miembros de la alianza militar socialista europea no solamente se dedicaba a profesar una indisimulada amistad con uno de los más importantes enemigos de la URSS, sino que se embarcaba con él en profundos intercambios en ámbitos estratégicos. Pese a que el momento de mayor riesgo para Rumania en lo relativo a una posible invasión soviética se había producido en 1968, la visita de Ceauşescu a China llevó a la URSS a querer mostrar músculo militar y tratar de amedrentar así al líder rumano. Las tropas concentradas en la frontera con la República Socialista Soviética de Moldavia fueron reforzadas, hasta llegar a la increíble cifra de doce divisiones. Poco después, la armada soviética organizó las masivas maniobras Yugo-71 en el Mar Negro, que empequeñecieron los ejercicios ya de por sí amenazadores de 1968. En agosto, bajo el nombre de Opal-71, fuerzas soviéticas, húngaras y checoslovacas efectuaron unas maniobras muy cerca de la frontera magiar con Rumania que emulaban abiertamente la fase húngara de una hipotética invasión del país. Sin embargo Ceauşescu siguió negando la necesidad de un líder para la comunidad de países socialistas, lo cual era un ataque inequívoco dirigido a la Unión Soviética. Ceauşescu visitó la República Popular de Mongolia en ese mismo verano de 1971. Como aliado sólido de la URSS, el líder mongol Yumjaagiyn Tsedenbal recibió a su homólogo rumano fríamente y le preguntó qué opinaba de los siglos de dominación china que su nación había sufrido. La respuesta de Ceauşescu fue una larga perorata contra el yugo zarista padecido por los rumanos a lo largo de la historia. Tsedenbal le recordó entonces al secretario general del partido rumano que el Pacto de Varsovia era un paraguas de protección, no una organización que amenazara la soberanía de Rumania, pero Ceauşescu no pareció estar de acuerdo y terminó la entrevista con los habituales parabienes vacíos [las transcripciones de ésta y otras reuniones mencionadas se encuentran en el libro de Watts, basadas en la ingente obra de Christian Nuenlist y Anna Locher sobre el Pacto de Varsovia]. Unas semanas después, en la reunión de los países miembros de dicho pacto en Crimea, en agosto de 1971 y sin la presencia de Ceauşescu, los líderes socialistas europeos discutieron la situación en términos muy duros. János Kádar recordó que Ceauşescu “nos ha abandonado siempre en situaciones críticas”, refiriéndose a cuestiones candentes como las de Alemania Occidental, Checoslovaquia o Albania. “Todo está enfocado contra la Unión Soviética, el Pacto de Varsovia y el Comecon”, añadió el dirigente húngaro. Gierek propuso sondear a los líderes rumanos más favorables a la línea común del bloque soviético y planear un futuro de Rumania sin Ceauşescu. El Secretario General del Partido Comunista Checoslovaco, Gustáv Husák, señaló que Ceauşescu negaba la lucha ideológica a nivel internacional y empleaba un discurso fundamentalmente nacionalista. El líder búlgaro Todor Jivkov apuntaba por su parte lo que sus excelentes servicios de inteligencia hacía tiempo que sabían: que Ceauşescu actuaba en ocasiones como una especie de agente chino para formar un eje balcánico antisoviético junto a Yugoslavia e incluso Albania, que había abandonado el Pacto de Varsovia en 1968 tras siete años de no participar en sus reuniones debido a la ruptura de relaciones con la URSS. Finalmente, Leonid Brezhnev expresó que, a su juicio, Ceauşescu había ido demasiado lejos, y que representaba una obstrucción fundamental para el desarrollo de la agenda soviética. “Hemos tenido demasiada paciencia en relación al comportamiento de Rumania. Ahora debemos intentar ejercer influencia sobre los acontecimientos en el interior de ese país.” Sin embargo el Partido Comunista Rumano se estaba alejando a velocidad de vértigo de los modelos vecinos, convirtiéndose en una inmensa cáscara vacía en cuyo Comité Político Ejecutivo solamente sobrevivían los sicofantes aduladores del líder rumano. De ahí que Ceauşescu alcanzara un poder dictatorial que no podían gozar sus homólogos europeos, hasta el punto que en los años 80 llegara a ensayar experimentos dinásticos –breves y prontamente fracasados- con Nicu Ceauşescu, el único hijo del presidente rumano que parecía tener cierto interés por la política. Por otra parte, personajes de talla e influencia como Ion Gheorghe Maurer o Constantin Pârvulescu comenzaron a ser apartados a posiciones más discretas y oscuras, por lo que la tarea de encontrar en el PCR un sustituto adecuado a un Ceauşescu cada vez más megalómano e influenciado por su esposa se convirtió en una tarea imposible hasta el mismo diciembre de 1989.

    Las relaciones sino-soviéticas siguieron deteriorándose en los años siguientes. En 1973, tras la histórica visita de Nixon a Pekín, el Kremlin comenzó a valorar la posibilidad de declarar a la República Popular China enemigo principal en el marco de su doctrina de defensa estratégica. Mao se anticipó a estos debates en el seno del politburó del PCUS al situar a la URSS como “enemigo número 1 de China”, y elevando a Rumania simultáneamente a la línea de “amigos principales” de la República Popular. Larry L. Watts menciona que Oleg Rahmanin, jefe adjunto del Departamento para las Relaciones con los Partidos Comunistas dirigentes del Comité Central del PCUS, informó en la sexta reunión del INTERKIT a sus aliados polacos, húngaros, búlgaros, alemanes, mongoles y cubanos que entre el 60 y el 70% del poderío militar chino se hallaba desplegado a lo largo de la frontera con la Unión Soviética. En este ambiente se desarrolló en julio de 1973 una turbulenta reunión de líderes del Pacto de Varsovia, en Crimea. En ella Ceauşescu reiteró su nueva idea de que el Pacto Varsovia y la OTAN debía iniciar un proceso de desarme y retirada de sus bases en países europeos hasta llegar a la disolución simultánea de ambas organizaciones, una propuesta que Brezhnev tildó de inaceptable, como puede leerse aquí, dado el estado de gran tensión con China. Cuando la discusión viró hacia este tema, Ceauşescu amenazó con abandonar la reunión si continuaban los ataques verbales contra su aliado oriental. Esto no impidió que el máximo dirigente soviético afirmara que “los líderes de Pekín, haciendo gala de sus ropajes ideológicamente ultrarevolucionarios, literalmente se declaran a sí mismos como un poder hostil a las políticas e intereses del mundo socialista en todas las líneas, aliándose con los círculos imperialistas más reaccionarios.” Erich Honecker le echó en cara al líder rumano su empecinada voluntad de bloquear la acción conjunta contra el maoísmo de los partidos hermanos, pero éste respondió laudando a China por su intento de calmar las tensiones internacionales recibiendo a Nixon. Honecker, que había accedido al poder como Secretario General del Comité Central del partido germano-oriental en mayo de 1971, se convirtió en uno de los portavoces principales de las críticas contra la deriva prochina de Ceauşescu. Escudado por la formidable calidad de sus servicios de inteligencia, Honecker sabía perfectamente que la Securitate estaba pasándole a China información sensible del ámbito militar, como reveló el registro secreto del equipaje de dos diplomáticos rumanos en viaje a China. Honecker, además, tenía acceso directo a Moscú como aliado más cercano y leal. En noviembre de 1973, poco después de la Guerra del Yom Kippur, en la que Rumania se negó a dar asistencia a los estados árabes implicados, recibiendo incluso en Bucarest a Abba Evan, ministro israelí de Exteriores, Honecker se reunió con el mariscal Andrei Grechko, a la sazón ministro de Defensa de la URSS. Grechko informó a Honecker que el problema rumano no podía durar mucho más tiempo, y que los planes de invasión estaban listos para ser implementados “más pronto que en el caso de la República Socialista Checoslovaca.” Como se demuestra aquí, las declaraciones de Grechko fueron tan explosivas e inesperadas que el jefe de gabinete de Honecker, el teniente general Streletz, prohibió al mecanógrafo incluirlas en la minuta. En la cumbre de Varsovia de abril de 1974, Honecker declaró ante Ceauşescu: “nos preguntamos cómo pueden reconciliar los camaradas rumanos los principios y obligaciones de nuestra alianza, a la vez que promueven relaciones estrechas y de camaradería con representantes del ejército chino, sin dar ninguna importancia al hecho que éste se está armando para una confrontación militar con el ejército soviético, columna vertebral de nuestra coalición defensiva.”

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    Honecker y Ceauşescu en Bucarest en febrero de 1977. El líder alemán no soportaba la falta de lealtad con la URSS de su homólogo rumano. Fuente: Fototeca online a comunismului românesc. Cota: 15/1977

    Lógicamente Ceauşescu no tenía ninguna intención de aclarar este punto. Mientras Rumania fuera miembro del Pacto de Varsovia podía acceder a información vital, pese a que los recelos causados por su actitud desafiante le impedían conseguir toda la información posible. Además, su presencia en el comité del Pacto le permitía vetar propuestas como la construcción de un corredor ferroviario que uniese la URSS con Bulgaria a través de territorio rumano u otras ideas de mayor integración operativa de las fuerzas armadas de sus miembros, dado que Ceauşescu defendía un mayor protagonismo internacional de los países pequeños o medianos como el suyo, y cualquier proceso de reforzamiento del Pacto tendía a diluir su influencia y acrecentar la de la URSS. Por ello Ceauşescu impidió la firma de una resolución unitaria de condena contra China en la reunión del comité del Pacto de Varsovia en 1974 y llegó a afirmar que, como China, Rumania apoyaba la opción de una nación alemana unificada. Ante esta provocación, Honecker respondió que Ceauşescu iba de la mano de la OTAN. De hecho, Rumania estaba recibiendo ayuda importante de países de la alianza atlántica para el desarrollo de un arsenal propio, caso del avión de ataque a tierra IAR-93 y, unos años después, del carro de combate TR-85, con el objetivo evidente de lograr una mayor independencia con respecto a la industria militar soviética. El concepto de independencia ante la URSS tenía reflejos muy relevantes, por otra parte, en la posición de Rumania en los conflictos en el Tercer Mundo, la cual en muchas ocasiones era muy cercana a la de la República Popular China. En Indochina, Rumania no había cumplido sus compromisos de apoyo hacia Vietnam del Norte, en especial cuando China había comenzado a retirar su apoyo a Hanoi en el contexto de la ruptura sino-soviética. Dos años después de la firma de los acuerdos de paz de París, cuando Vietnam del Norte lanzó su ofensiva definitiva sobre el Sur, Ceauşescu se colocó junto a China en la crítica a la operación bélica. Trabó además contacto con los jemeres rojos camboyanos, con los que Pekín contaba para contrarrestar la influencia del nuevo Vietnam unificado y prosoviético. Ceauşescu llegó a visitar Phnom Penh en mayo de 1978, entrevistándose con Pol Pot y Khieu Samphan en pleno desarrollo del bien conocido genocidio camboyano. Otro de estos conflictos postcoloniales fue el de Angola, en el que la participación rumana volvió a demostrarles a los soviéticos que el aliado bucarestino era difícilmente controlable. La gravedad del asunto angoleño reside en que Cuba tenía varios miles de tropas estacionadas en el país africano, por lo que la participación rumana significaba un ataque directo a la seguridad de las fuerzas armadas pertenecientes a un aliado formal.

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    Ceauşescu de visita en Kampuchea Democrática, junto a Pol Pot y Khieu Samphan. Fuente: Fototeca online a comunismului românesc. Cota: 173/1978

    En Angola se estaba librando desde 1961 una cruenta guerra de independencia contra la metrópoli portuguesa en la que la guerrilla marxista del Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA) ostentaba el protagonismo. Para contrarrestar al MPLA, Estados Unidos armó y apoyó otras dos opciones guerrilleras, la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA) y el Frente Nacional de Liberación de Angola (FNLA), que habían tenido un origen común en los años 50. El FNLA estaba dirigido por Holden Roberto, receptor de ayuda económica y militar de Estados Unidos e Israel desde los años 60, así como de Zaire y otros estados africanos anticomunistas recientemente descolonizados. También la República Popular China decidió apoyar activamente al FNLA desde 1964 y se convirtió en uno de sus principales padrinos tanto en la guerra de independencia como en la posterior lucha contra el hegemónico MPLA. Después de la huida de las autoridades portuguesas en el contexto de la Revolución de los Claveles de abril de 1974, las diferentes corrientes angoleñas se enzarzaron en una guerra civil que duró con ciertas discontinuidades hasta el año 2002. En 1975, el FNLA y UNITA alcanzaron una alianza e intentaron tomar la capital, Luanda, que estaba en manos del MPLA, cuyo líder Agostinho Neto había formado gobierno y declarado la independencia del país bajo el nombre de República Popular de Angola. Por su parte, el gobierno racista de Sudáfrica entraba en territorio angoleño desde Namibia en apoyo de las dos guerrillas anticomunistas. En este estado de guerra abierta, Cuba intervino masivamente del lado del MPLA, mientras la Unión Soviética enviaba armamento -aunque no asesores- al gobierno de Luanda. También la República Democrática Alemana se implicó como soporte del MPLA. Por su parte, el discurso oficial de Ceauşescu en los años anteriores se había resumido en el mantra “los problemas entre los estados africanos deben ser resueltos por los propios africanos, sin intervenciones militares externas.” El líder rumano, en una entrevista a The Guardian criticó además las “intervenciones de estados de otros continentes en los asuntos africanos, creando conflictos entre estados soberanos sirviendo a fuerzas imperialistas y reaccionarias.” Es evidente que el discurso iba orientado contra Cuba y contra la Unión Soviética. Pero las acciones de Ceauşescu no eran totalmente coherentes con su discurso, ya que Rumania había comenzado a enviar armas y equipamiento militar al FNLA desde el verano de 1974. Asesores militares rumanos estaban presentes en las bases de esta organización junto a personal chino y de la República Democrática Popular de Corea. Simultáneamente, Ceauşescu trataba de alcanzar acuerdos con Argelia, Túnez y Marruecos para facilitar rutas de aprovisionamiento y que hicieran público su apoyo al FNLA y UNITA. La acción diplomática rumana se dirigió incluso a los partidos comunistas latinoamericanos, en especial el de México. Como es lógico, la reacción de Fidel Castro fue furibunda. En un discurso público afirmó que para él no existían diferencias entre China y Rumania en la persecución de una política exterior contraria a los intereses de los países socialistas cercanos a la URSS. En su visita a Bulgaria en marzo de 1976, un indignado Fidel le entregó a Jivkov las pruebas documentales que la inteligencia cubana había reunido sobre la ayuda rumana al FNLA, para que éste las remitiese a Moscú como petición formal de intervención en la polémica. Dado que gracias a la ayuda cubana la posición del MPLA se consolidó definitivamente sobre el FNLA y UNITA, China comenzó a retirar su presencia en Angola. También Rumania comenzó a separarse de un conflicto del que no podía sacar demasiado rédito político más que demostrando su oposición a los intereses soviéticos. En octubre de 1977 Ceauşescu recibió al general angoleño Iko Carreira, uno de los responsables de las sonoras victorias militares del MPLA contra el FNLA e UNITA en los años anteriores, y Rumania no tardó en normalizar las relaciones con el gobierno de Agostinho Neto.

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    Iko Carreira, recibido por Ceauşescu en 1977. Una vez que el MPLA se había consolidado frente a sus rivales pese a la ayuda que éstos recibieron por parte de China, Estados Unidos y Rumania, entre otros, Ceauşescu dejó de inmiscuirse en el conflicto angoleño.

    La muerte de Mao y Zhou Enlai en 1976, así como el comienzo de las radicales transformaciones en la política económica de la República Popular China bajo la égida de Deng Xiaoping se conjugaron con la progresiva disminución de la relevancia internacional de Ceauşescu para que las relaciones chino-rumanas perdieran el vigor de los años anteriores. La muerte de Bodnăraş en el mismo 1976 también tuvo cierta influencia, ya que había sido el hombre clave en la relación entre ambos países. Sin embargo, Rumania siguió siendo un apoyo para China, mediando por ejemplo ante la CEE para que ésta le dotara de estatuto comercial preferencial, algo que sucedió en 1978. Rumania había conseguido ese estatuto cinco años antes, accediendo a tecnología industrial y militar de gran importancia. En el bloque soviético, Rumania no dejó de ser un aliado desleal para con la Unión Soviética y el resto de países del Pacto de Varsovia. La guerra subterránea de inteligencia, así como el desarrollo de planes de intervención militar –caso del Plan Dniéster-, siguieron existiendo, pero no regresaron momentos de máxima tensión como en 1968 o 1971. La cuestión que permanece es por qué la Unión Soviética y sus aliados siguieron aceptando a Rumania y a su proceder traicionero en el seno de una organización militar de defensa mutua como era el Pacto de Varsovia. Como apunta Watts, Emil Bodnăraş informó en 1974 al embajador de Estados Unidos Harry Barnes Jr., que Rumania había estado a punto de abandonar el Pacto en 1968, al igual que había hecho Albania, pero que los líderes de Bucarest habían decidido permanecer en él por las razones aducidas más arriba, pese a que ello implicara su exclusión en los foros más exclusivos de la conducción de los asuntos militares. Para la Unión Soviética, el hecho que Ceauşescu no pensara reformar el sistema socialista de partido único no tenía poca importancia. Pero ésta no era en absoluto la única razón. Es muy probable que los continuos desafíos y provocaciones planteados por Ceauşescu causaran una gran confusión e inseguridad en el Kremlin sobre cómo responder a ellas. Por una parte, Rumania cuestionaba continuamente el liderazgo soviético y entraba en dinámicas de alianza con los peores enemigos de la URSS. Por la otra, además de seguir perfectamente ensamblada en el modelo de interrelación económica de los países socialistas europeos –y cada vez más dependiente de los recursos naturales soviéticos a medida que pasaba el tiempo-, no dejaba de cumplir con sus compromisos de compartir la tecnología e información que recibía del Oeste. Es posible que ni siquiera los líderes soviéticos supieran cuáles eran las líneas rojas que Ceauşescu no podía traspasar, un escenario que solamente podía clarificarse, y de forma trágica para Rumania, en caso de conflicto bélico sino-soviético. Pero el politburó del PCUS tenía sus propias disfuncionalidades graves. En aquella misma entrevista entre Bodnăraş y Barnes, el general rumano dijo que Brezhnev era el más superficial y el peor informado de los líderes soviéticos y que Andrópov no entendía de política y tenía una “visión estrecha y limitada, una miopía política lamentable.” La dureza de estas palabras quizás sea excesiva, pero revela que el proceso decisional en la URSS estaba lleno de obstáculos y funcionaba cada vez peor. Durante una visita de Henry Kissinger a Bucarest en agosto de 1975, en tanto que Secretario de Estado de la Administración Ford, Ceauşescu realizó unas declaraciones que se mostrarían clarividentes: “el entero liderazgo soviético actual está formado por hombres que han llegado allí gracias a Stalin, y solamente la sustitución de todos ellos por hombres más jóvenes puede conducir a cambios en la política de la URSS.” Lo que Ceauşescu no sabía era que cuando esta sustitución se produjo, la nueva política soviética en absoluto acabaría favoreciéndole. La paradoja es que, tras más de dos décadas de búsqueda de la independencia con respecto a la URSS, fue precisamente cuando desaparecieron Brezhnev, Andrópov y Chernenko que la suerte del socialismo en Rumania y del mismo Ceauşescu acabó por decidirse.

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    Reunión del comité del Pacto de Varsovia en Berlín, en mayo de 1987. La Unión Soviética tenía ahora un líder joven que rompía con muchas dinámicas de la época de Brezhnev, aunque en un sentido totalmente opuesto a los deseos de Ceauşescu, y también del resto de viejos líderes socialistas que en su día planearon su caída.

      Fecha y hora actual: Vie Nov 15, 2024 3:45 am