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Rumania en el conflicto sino-soviético (I y II)
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Mao y Ceauşescu. Fuente: Fototeca online a comunismului românesc. Cota: 71/1971
Rumania en el conflicto sino-soviético (I y II)
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Mao y Ceauşescu. Fuente: Fototeca online a comunismului românesc. Cota: 71/1971
Uno de los acontecimientos más importantes en el largo periodo conocido como la Guerra Fría fue la ruptura entre la Unión Soviética y la República Popular China a partir de los años 60 y hasta el mismo final de dicho periodo. La alianza histórica entre los dos más grandes países del campo socialista había durado apenas una década, y no sin problemas. Ejemplificada en el Tratado de Amistad, Alianza y Asistencia Mutua firmado entre ambos Estados en febrero de 1950, poco después de que el Partido Comunista Chino ganara la guerra civil contra el Kuomintang y estableciera la República Popular, dicho vínculo comenzó a debilitarse tras la muerte de Stalin y, sobre todo, en el proceso de reorientación que Nikita Jrushchov le dio a la Unión Soviética en política exterior y en el mismo desarrollo socio-económico del socialismo soviético. Ciertamente, durante la primera mitad de los años 50 se habían producido pequeños choques políticos, originados en el ámbito teórico, entre Stalin y Mao en relación a cuál era el mejor camino para la instalación y avance del socialismo en el mundo. Pero en general la URSS y China caminaron juntas en los primeros años de ésta como estado socialista. Asimismo, tras la muerte del líder soviético en marzo de 1953 y la llegada al poder de la troika Jrushchov-Malenkov-Molotov, las relaciones entre la URSS y la República Popular China gozaron de una excelente salud. La ayuda soviética en esos años alcanzó los 500 millones de rublos, utilizados para proyectos de industrialización, mientras el propio Jrushchov visitaba China para devolver a las autoridades de Pekín la base naval de Port Arthur, ocupada por la URSS al final de la Segunda Guerra Mundial.
El determinante XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, celebrado en febrero de 1956 y en el que Jrushchov denunció el culto a la personalidad de Stalin, lanzó sobre todo el mundo socialista potentes oleadas sísmicas que no tardaron en afectar a Pekín. El impacto emocional en muchos de los líderes socialistas que habían venerado a Stalin fue tremendo. En el caso de Rumania, como demuestra la abundante bibliografía (por ejemplo, Stalinism for All Seasons, de Vladimir Tismăneanu), la crítica a Stalin se instaló como semilla del proceso de separación progresiva de la República Popular Rumana con respecto al liderazgo soviético que inició Gheorghe Gheorghiu-Dej a comienzos de los 60 y que Nicolae Ceauşescu llevó a cotas insospechadas. Dej, que había sido designado para realizar el famoso discurso en la reunión del Cominform de Bucarest en 1948, en el que se denunció oficialmente la herejía de Belgrado y acusó al Partido Comunista Yugoslavo de “banda de ladrones y asesinos”, se vio obligado a proceder, por presiones de Jrushchov, a un humillante reencuentro con el Mariscal Tito. Para Mao, por su parte, algunas de las consecuencias del XX Congreso fueron interpretadas como un ataque a la misma base del poder socialista. Por ejemplo, ponían en peligro algunos de los pilares fundamentales del marxismo-leninismo en materia de relaciones internacionales, ya que en opinión de Mao, la postura de Jrushchov implicaba que el enfrentamiento entre las formas de estado capitalista y socialista no era ya inevitable. Se estaba planteando, por tanto, la posibilidad de una coexistencia pacífica entre los dos campos en que se había dividido el mundo tras la derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial. En un sentido más bien teórico, Mao se sentía absolutamente escandalizado con estos planteamientos porque sugerían una renuncia a derrotar al capitalismo globalmente. En un sentido práctico, la nueva posición soviética creaba enormes incertidumbres en Pekín, dado que podía significar una abandono implícito de Moscú de los compromisos de defensa de la República Popular China en caso de un conflicto con Japón o los Estados Unidos, base fundamental del Tratado de Amistad entre la URSS y la República Popular China de 1950.
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Jrushchov y Mao en Pekín, en julio de 1958. Pese a las sonrisas, las relaciones entre la Unión Soviética y la República Popular China ya estaban lejos de ser cordiales.
Jrushchov y Mao en Pekín, en julio de 1958. Pese a las sonrisas, las relaciones entre la Unión Soviética y la República Popular China ya estaban lejos de ser cordiales.
La ruptura entre los dos países socialistas más importantes se fue acrecentando en los años siguientes. Fue precisamente en el III Congreso del Partido Obrero Rumano, en junio de 1960, en que las delegaciones china y soviética visualizaron su mutua animosidad al enzarzarse públicamente en una disputa verbal. Poco después, en la Conferencia Internacional de Partidos Comunistas y Obreros, celebrada en Moscú en 1961, las posiciones estaban aún más alejadas. Un año después, la URSS rompió relaciones diplomáticas con la República Popular Socialista de Albania, principal aliado de Pekín entre los países socialistas europeos, mientras la famosa Crisis de los Misiles en Cuba en octubre de 1962, en la que Jrushchov terminó renunciando a su peligroso y escasamente reflexivo órdago caribeño, fue vista por China como una retirada vergonzosa de la URSS ante Estados Unidos, injustificada para Mao pese a la amenaza de represalias nucleares. Por su parte, la URSS se negó a ayudar a China en su breve guerra con India en ese mismo octubre de 1962, mientras retiraba ayuda industrial y militar, afectando así los planes chinos de desarrollar su propio armamento nuclear. Desde aquel momento el cisma histórico entre Moscú y Pekín quedó definitivamente establecido, dividiendo a los comunistas de todo el mundo, forzados a elegir entre el polo encabezado por la URSS, legitimado por su condición de estado obrero pionero y por su victoria sobre el fascismo, y otro liderado por Pekín, que se sostenía en su denuncia del burocratismo soviético –interpretado como un retorno a fórmulas capitalistas de estado- y su reivindicación de único estado socialista que aún permanecía como genuinamente revolucionario y comprometido con la causa comunista mundial. La caída de Jrushchov en octubre de 1964 y su sustitución por Leonid Brezhnev implicó un serio intento de acercamiento entre los dos países. Pero el lanzamiento por parte de Mao de la Revolución Cultural en 1966, clímax del radicalismo revolucionario chino y que incluía una crítica violenta contra el modelo soviético, terminó por romper todos los puentes que Brezhnev y el premier Kosygin habían intentando tender. En 1967, Brezhnev ordenó la creación del llamado INTERKIT, que coordinaba el esfuerzo de propaganda antichina por parte de los partidos comunistas de los aliados del Pacto de Varsovia. Mongolia se sumó poco después, así como Cuba. Rumania, por su parte, quedaba fuera del INTERKIT debido a su política externa independiente y más bien favorable a China, como se verá más adelante. Mientras tanto el conflicto sino-soviético alcanzaba su culmen. En la primavera de 1969, en la zona fronteriza entre la URSS y la República Popular China a lo largo del siberiano río Ussuri, tropas de ambos países se enzarzaron en una serie de escaramuzas que a punto estuvieron de empujar a ambas potencias nucleares en un conflicto armado de imprevisibles consecuencias.
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Tropas del Ejército Popular de Liberación de la República Popular China durante el breve conflicto militar con la URSS en marzo de 1969.
Tropas del Ejército Popular de Liberación de la República Popular China durante el breve conflicto militar con la URSS en marzo de 1969.
El cisma sino-soviético fue aprovechado por Estados Unidos, como es bien conocido, para implementar un cambio estratégico en el abordaje de sus relaciones con el campo socialista. Ello fue favorecido por la Administración Nixon y se ejemplificó en la histórica visita del Presidente norteamericano a China en febrero de 1972. Como menciona Henry Kissinger en su monumental Diplomacy, Nixon sugirió esta nueva orientación de la política exterior estadounidense en un discurso de febrero de 1970, en que por primera vez desde Theodore Roosevelt, un Presidente se atrevía a cuestionar el rol que el típico idealismo estadounidense había jugado en las relaciones internacionales de este país, al afirmar que “son nuestros intereses los que moldean nuestros compromisos, no a la inversa.” En un periodo de intensa ideologización de la diplomacia como era la Guerra Fría, esto abría la puerta a un acercamiento revolucionario a la República Popular China, pese a que ésta siguiera inmersa en el caótico maremágnum de la Revolución Cultural –aunque menos intenso que en el periodo 1966-1969- y estuviera aún encabezada por un hombre que el mismo Nixon, en su época de Vicepresidente de Estados Unidos, había calificado de monstruo.
El mismo Nixon había ensayado estos movimientos precisamente en Rumania, aunque es cierto que en el caso del país balcánico la Administración Johnson había entreabierto algunas puertas. En la primera visita de Estado de un Presidente norteamericano a un país socialista, Nixon había sido recibido por Ceauşescu en Bucarest en agosto de 1969. El líder rumano, a su vez, visitaría la Casa Blanca un año después, en octubre de 1970. Por entonces era bien conocido el hecho que Ceauşescu, desde poco después de su acceso al poder, se había convertido en una especie de rara avis entre los dirigentes socialistas de Europa Central y Oriental. La política exterior de Ceauşescu, obsesivamente independiente con respecto a la Unión Soviética, situó al estadista rumano en la primera línea de la diplomacia internacional. Como demuestra el excelente trabajo de Adam Burakowski con documentación inédita de la embajada polaca en Bucarest, la diplomacia rumana a partir de la segunda mitad de los años 60 causó en primer lugar confusión y más tarde estupor entre los aliados de Rumania en el Pacto de Varsovia. En un mensaje de dicha embajada fechado en noviembre de 1966, los funcionarios polacos afirmaron que Bucarest había “aniquilado” el contenido de clase en su acción diplomática. Los ejemplos que sustentaban esta afirmación eran muy numerosos. Solamente en 1967 cabe mencionar la negativa rumana a ayudar militarmente a la República Democrática de Vietnam en pleno conflicto armado con Estados Unidos, el establecimiento de relaciones diplomáticas con la República Federal de Alemania –estando en vigor la doctrina Hallstein -, la no ruptura de relaciones con Israel tras la Guerra de los Seis Días o la firma de un tratado comercial y de parcial reconocimiento diplomático con la España de Franco. En agosto de 1968, en el momento cumbre de esta deriva independiente, Ceauşescu condenó la intervención militar de cinco países del Pacto de Varsovia en la República Socialista Checoslovaca, con argumentaciones nacionalistas basadas en la soberanía de cada partido comunista, pueblo y estado socialista, y no en defensa de la Primavera de Praga.
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Aspecto de Piaţa Palatului el 21 de agosto de 1968 poco antes del famoso discurso de Nicolae Ceauşescu condenando la intervención de cinco países miembros del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia. Fuente: Fototeca online a comunismului românesc. Cota: 175/1968
Aspecto de Piaţa Palatului el 21 de agosto de 1968 poco antes del famoso discurso de Nicolae Ceauşescu condenando la intervención de cinco países miembros del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia. Fuente: Fototeca online a comunismului românesc. Cota: 175/1968
El curso diplomático seguido por Bucarest implicó, obviamente, una visión propia del conflicto entre Moscú y Pekín. Jugando oficialmente un rol de mediador entre ambos polos, Ceauşescu no dejaba pasar ocasión para criticar a los soviéticos y expresar su solidaridad con el Partido Comunista Chino. Como reflejo de ello, entre 1969 y 1971 las relaciones comerciales entre ambos países crecieron un 150%. En la segunda Conferencia de Partidos Comunistas y Obreros celebrada en Moscú en junio de 1969, Ceauşescu realizó una apasionada defensa de las posiciones chinas, negando la capacidad del PCUS de ejercer un papel de director del comunismo internacional. Estos movimientos causaban enorme preocupación en los politburós de la URSS y de sus más cercanos aliados europeos. En las deliberaciones del INTERKIT se decidió organizar un departamento específico para Rumania. Como consecuencia, Ceauşescu comenzó a ser el blanco de críticas explícitas por parte de los órganos de propaganda de los estados socialistas cercanos a Moscú. Por su parte, y como medida preventiva con respecto a una hipotética invasión soviética de Rumania, Ceauşescu ordenó la creación de las Guardias Patrióticas –fuerzas paramilitares que podían movilizar a cientos de miles de ciudadanos en caso de emergencia nacional-, el aumento del presupuesto militar y el desarrollo de una nueva doctrina defensiva bajo el nombre Rovine-IS-70. El Departamento de Seguridad del Estado, o Securitate, organizó una unidad especial de lucha contra acciones de espionaje de otros países del Pacto de Varsovia, la llamada UM0110, que existió hasta diciembre de 1989. No era resultado de la paranoia de Ceauşescu: Vasili Mitrokhin, en su libro con Christopher Andrew, ha escrito que el KGB convirtió a la misma Securitate en uno de sus objetivos de penetración prioritarios a través de la llamada operación PROGRESS, mientras el GRU desarrollaba a su vez operativos similares orientados a las fuerzas armadas rumanas.
Como se verá más adelante, la tensión entre Rumania y el resto de países del Pacto de Varsovia alcanzó cotas peligrosas debido a la insistencia de Bucarest de trabar una relación privilegiada con Pekín. Pero esto no quiere decir que Ceauşescu deseara retirar a Rumania del Pacto de Varsovia o sustituir a la URSS por la República Popular China como principal socio estratégico, económico o militar. En primer lugar porque la economía rumana, pese a los intentos de un desarrollo industrial propio, estaba íntimamente ligada con la de la URSS y el resto de países del Comecon, los cuales jugaban un papel que la China de los años 60 y 70 era absolutamente incapaz de emular. En segundo lugar, porque en el ámbito de la seguridad, Pekín no podía darle a Rumania suficientes garantías de apoyo en caso de un ataque externo sobre el país de los Cárpatos, que lógicamente provendría de la URSS y de los países fronterizos con Rumania con la excepción de Yugoslavia. De este modo Ceauşescu se limitó a bailar sobre el filo de la navaja durante más de dos décadas con su aliado-enemigo soviético, sin sobrepasar determinadas líneas rojas que forzarían una intervención del Pacto de Varsovia pero tampoco renunciando a una política exterior independiente. Esto era así porque Ceauşescu sentía como un imperativo histórico el salvaguardar la soberanía nacional de Rumania –y de su partido comunista- a través del mantenimiento de una posición internacional propia que, a la vez, debía conducir al país a situarse en la primera línea de potencias mundiales. Si Rumania podía encuadrarse a medio camino de Estados Unidos y la URSS –o al menos dar una imagen de ello-, también podía situarse entre ésta y China, o entre Israel y los países árabes, dado el caso. Tal y como repetiría la propaganda sobre Ceauşescu al retratarle junto a los grandes líderes míticos de la nación rumana de las épocas dácica o medieval, el dirigente rumano parecía haber conseguido lo impensable para una nación pequeña e históricamente subyugada a imperios foráneos: hablarle cara a cara a las grandes potencias con una voz propia y estentórea. Por ello, y pese al evidente enfado de Moscú, Ceauşescu viajó oficialmente a la República Popular China en junio de 1971. Era la primera visita de Estado de un dirigente socialista europeo a Pekín tras la consumación del cisma sino-soviético. Durante diez días, Ceauşescu fue recibido por Mao, Zhou Enlai y Lin Biao, visitó fábricas y barrios obreros, presenció óperas y espectáculos musicales en el estilo revolucionario cuasi-histérico tan típico de la Revolución Cultural, fue agasajado en universidades y liceos, y observó con sus propios ojos la construcción de cinco submarinos con materiales e ingenieros chinos. Nada más abandonar China, Ceauşescu se dirigió a Pyongyang, donde completó su experiencia asiática con el conocimiento de primera mano de la ideología Juche que Kim Il-sung implementaba en su república particular.
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De izquierda a derecha: Elena Ceauşescu, Lin Biao, Nicolae Ceauşescu y Mao Zedong durante la visita del dirigente rumano a la República Popular China de junio de 1971. Fuente: Fototeca online a comunismului românesc. Cota: 73/1971
De izquierda a derecha: Elena Ceauşescu, Lin Biao, Nicolae Ceauşescu y Mao Zedong durante la visita del dirigente rumano a la República Popular China de junio de 1971. Fuente: Fototeca online a comunismului românesc. Cota: 73/1971
Existen pocas dudas entre los historiadores sobre la influencia determinante que tuvo en Nicolae Ceauşescu su viaje a China y Corea en junio de 1971. De hecho, el impacto de la visita tuvo importantes consecuencias para la población rumana. Unas semanas después de finalizado el viaje, en un discurso ante el Comité Político Ejecutivo del Partido Comunista, Ceauşescu lanzó las famosas Tesis de Julio. Oficialmente tituladas “Propuestas de medidas para el enriquecimiento de la actividad político-ideológica y de la educación marxista-leninista de los miembros del partido y de todos los hombres del trabajo”, estas tesis supusieron un corte radical en la forma de abordar la ciencia y la cultura en la República Socialista de Rumania, dando por terminada la relativa apertura que había existido desde 1965 y reintroduciendo el realismo socialista de corte neo-estalinista y, en algunos aspectos, con tintes maoístas. Las Tesis de Julio afectaron sobremanera a la intelectualidad y el mundo científico rumanos, y su extraordinaria influencia en las últimas dos décadas de socialismo serán objeto de análisis en una futura entrada. En la próxima, sin embargo, nos centraremos en las relaciones entre China y Rumania en los años 70 en los ámbitos militar y de inteligencia. Un aspecto que preocupaba sobremanera a la Unión Soviética y a sus aliados del Pacto de Varsovia. Una prueba de ello es la valoración que hizo el liderazgo de la República Democrática Alemana en septiembre de 1971 sobre las relaciones militares entre Rumania y la República Popular China tras la visita de Ceauşescu, cuyo resumen puede encontrarse aquí. Como se verá en la próxima entrada, estas relaciones activaron una frenética actividad de inteligencia y competencia militar que tuvo expresión en escenarios tan lejanos como era Angola.
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En el centro, el líder guerrillero angoleño Holden Roberto en 1975.
Sus hombres del Frente Nacional de Liberación de Angola luchaban con armas rumanas y chinas contra el MPLA apoyado por Cuba y la Unión Soviética.
En el centro, el líder guerrillero angoleño Holden Roberto en 1975.
Sus hombres del Frente Nacional de Liberación de Angola luchaban con armas rumanas y chinas contra el MPLA apoyado por Cuba y la Unión Soviética.