Las discrepancias de Lenin y Stalin sobre la cuestión nacional en el invierno de 1922-1923
publicado en el blog Critica Marxista-Leninista en marzo de 2013
Fuente: Erik Van Ree, “Lenin’s Last Struggle Revisited”, en Revolutionary Russia, vol. 14, nº 2, diciembre de 2001, págs. 85-122. Tomado del website de la Universidad de Ámsterdam.
Traducido para “Crítica Marxista-Leninista” por Ykv.Pk.
se puede descargar completo en formato pdf desde el link:
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publicado en el Foro en cuatro mensajes
El mito de las “profundas” discrepancias entre Lenin y Stalin en los últimos meses de actividad política de Lenin, ha sido creado con el fin de establecer una supuesta ruptura en la dirección de los destinos de la Rusia soviética y del Partido bolchevique en los periodos en que –cada uno en su momento– fueron los dirigentes máximos. De esta forma, se presenta un supuesto antagonismo entre Lenin y Stalin que tenía como base una diferencia de principios, que explicaría la desviación de este último, el surgimiento del “stalinismo” y la degeneración del Partido y la URSS.
Está demás decir que el origen de este mito se encuentra en la versión que Trotsky da sobre la “historia de la revolución rusa” y en sus escritos de combate contra el bolchevismo de Lenin y Stalin. Servida la mesa de esta forma, la burguesía y sus intelectuales, tenían todas las armas necesarias para desarrollar una masiva y descomunal lucha por enlodar la figura de Stalin, desvirtuar la realidad de la dictadura del proletariado en la Unión Soviética y atacar los fundamentos del marxismo-leninismo. En ese esfuerzo, han contado y cuentan con una reserva de revisionistas, oportunistas y trotskistas que actúan como verdaderos agentes en el movimiento obrero y popular.
La férrea defensa del legado de Lenin y Stalin, de la valiosa experiencia histórica de la dictadura del proletariado y la construcción del socialismo en la URSS y otros países, y de los ideales del socialismo y el comunismo, por parte de los comunistas y revolucionarios del mundo, han puesto evidencia las mentiras, falsedades, distorsiones, calumnias, etc. que la burguesía, sus intelectuales y sus agentes han creado y difundido con todos los medios a su alcance. Esto ha llevado a que en el seno de esa intelectualidad burguesa y pequeñoburguesa surjan voces y plumas que se ven obligadas a reconocer la falta de veracidad de los sesudos estudios de “sovietólogos”, “sinólogos”, “especialistas en la Guerra Fría”, etc. y se embarquen en la tarea de revisarlos. Son los llamados “revisionistas” en el campo de la historia, que sin abandonar su concepción burguesa de la historia, enfrentan la tarea de reinterpretar los hechos históricos, cada vez mejor documentados, de una manera más “profesional”, más “realista”, menos militante, menos “partidista”.
Los últimos meses de vida de Lenin y su “conflicto” con Stalin están mejor documentados hoy, y permiten reafirmar que las diferencias entre ambos líderes bolcheviques no era de principios, como Trotsky trató de presentarlas y como los historiadores burgueses “soldados de la Guerra Fría” se encargaron de consagrar con su “rigurosidad” académica. Moshe Lewin es considerado una “autoridad” en lo referente a los últimos días de Lenin, y su libro “El último combate de Lenin” fue considerado por muchos como la última palabra sobre el tema. Sin embargo, no necesitaba caerse el muro de Berlín ni abrirse los archivos secretos soviéticos para demostrar la inconsistencia de ese libelo. Los escritos de Lenin y Stalin nos ofrecen las fuentes básicas para conocer la posición de ambos en los temas candentes de la revolución y la construcción socialista.
Sin embargo, no está demás conocer cómo en los predios de la historiografía burguesa se trata de corregir la falta de objetividad, la ausencia de apego a la verdad y otros pequeños defectos de los “estudios” que han sido los pilares en la parcela del estudio de la historia que les ha tocado. Presentamos a continuación la parte introductoria y el acápite correspondiente a la cuestión nacional y la formación de la URSS del ensayo de Erik Van Ree titulado “‘Lenin’s Last Struggle’ Revisited”, en el que discute y contradice el libro de Moshe Lewin. El autor reconoce que el “modelo” y las tesis de Lewin hace tiempo que fueron cuestionados y socavados por otros estudios posteriores, sin embargo, confirma que el libro sigue teniendo presencia y audiencia.
En lo relativo a la cuestión nacional y la formación de la URSS, Lenin y Stalin tuvieron discrepancias que se remontaban a 1920. Sin embargo, estas nunca fueron de principios, siempre fueron secundarias y específicamente eran discrepancias de forma y de tiempos. En octubre de 1922, Lenin decía que Stalin tiene tendencia a apresurarse, mientras que Stalin, llevado por el calor de la polémica, criticaba a Lenin de liberalismo nacional. Ambas referencias tenían que ver con el problema de la formación de la URSS. Lenin y Stalin, como auténticos los marxistas, eran partidarios del centralismo, en oposición a la fragmentación o división de los pueblos y naciones. Centralismo que es impulsado por el desarrollo capitalista y que la sociedad socialista debía saber conducir. El ideal último era la Unión de Repúblicas Soviéticas del mundo, como paso a la sociedad sin clases. Sin embargo, la revolución socialista triunfó en un país atrasado, amplio y con muchos rezagos semifeudales, que jugarían en contra de esa tendencia a la centralización. Ese reconocimiento, que hasta entonces había sido teórico, obligó a que Lenin y Stalin reconocieran la necesidad práctica de formas intermedias de asociación de las naciones en camino a la Unión de Repúblicas Soviéticas. El derecho a la autodeterminación debía ser enfrentado de forma diferente según la realidad de cada nacionalidad y según las condiciones del desarrollo de la revolución, incluso dentro del propio territorio de la antigua Rusia zarista.
En los primeros años del Poder Soviético, la forma de avanzar en el camino de la Unión soviética fue la de incorporar a las naciones no rusas en la República Socialista Federativa Soviética de Rusia, concediéndoles la autonomía. Sin embargo, la implementación de la política nacional soviética tuvo que considerar la realidad cambiante provocada por la Guerra Civil y las condiciones particulares que en distintos momentos presentaban las distintas naciones no rusas. En setiembre de 1922, Stalin consideraba que la forma de hacer realidad la Unión soviética era incorporar, al igual que los primeros años, las naciones no rusas en la RSFSR. Lenin consideraba que la Unión se debía lograr con la unidad federal de repúblicas en igualdad de condiciones. Este era el aspecto formal del asunto, aquel en el que los seudohistoriadores y seudointelectuales encuentran la diferencia de “principio” entre Lenin y Stalin. En este punto, se dice que Stalin –seguramente, por su “sed de poder” y su “carácter despótico”, desde la cuna– era centralista, que no le interesaban los derechos de las naciones no rusas, entre ellas su Georgia. Sin embargo, la diferencia era tan de forma, que luego de una conversación privada con Lenin, en setiembre de 1926, Stalin accedió a aceptar la fórmula de Lenin. E incluso la perfeccionó en el proyecto del tratado de constitución de la URSS que elaboró.
Otra diferencia, más importante pero que los “estudiosos” pasan por alto es el de unificación de los gobiernos y órganos ejecutivos de las naciones no rusas y la RSFSR. En este aspecto del problema, Lenin era partidario de una subordinación a la RSFRS, era más centralista que Stalin. También en este punto eran diferencias secundarias, cuestión de estimación del ritmo de avance de la Unión.
Sin embargo, cuando el proyecto elaborado por Stalin, considerando las observaciones de Lenin, ya se había aprobado en el Comité Central, Lenin hace un cambio de posición provocado por la cuestión de Georgia y el exabrupto de Ordzhonikidze. Como se ve en la cita que reproduce el artículo, Stalin se queja que cuando todo ya está aprobado, incluso por Lenin, éste se olvida de todo. Como bien remarca el autor, no es Stalin el que cambia de posición en relación a los acuerdos del CC con la ratificación de Lenin. Pero aún en esta nueva fase de las diferencias, éstas no eran de ninguna manera insalvables, de principios, y no significaban una ruptura política entre Lenin y Stalin. Que Stalin era el líder más cercano a Lenin, es una conclusión a la que se llega fácilmente a través del estudio de las obras y posiciones de los principales líderes bolcheviques, de los documentos de los archivos revelados después de la caída de la URSS y de los testimonios de muchos contemporáneos.
Acompañamos al pie del artículo, los enlaces para descargar la carta de Lenin al Congreso titulado “Contribución al problema de las naciones o sobre la 'autonomización'” de 1923 y el artículo de Stalin titulado “La política del Poder Soviético respecto a la cuestión nacional en Rusia” de octubre de 1920, un documentado fundamental para entender la formación de la URSS.
Revisando El último combate de Lenin” de Moshe Lewin
escrito por Erik Van Ree
Este artículo sostiene que “El último combate de Lenin” contra Stalin no tenía como objetivo la preservación de tales elementos democráticos que quedaban en la Rusia soviética, ni siquiera en términos relativos, sin el objetivo contrario de fortalecer el centralismo político. En los últimos meses de su vida activa, el líder se vio impulsado por un nuevo radicalismo de izquierda y por la esperanza de acelerar la construcción del socialismo. En concreto, sus propuestas buscaban reforzar el control estatal sobre la industria y el comercio, un mayor control sobre el campesinado y la liquidación de los últimos remanentes de democracia en el Partido. En su primera reacción a la propuesta de Stalin de agosto de 1922, para la nueva estructura del Estado multinacional, Lenin fue de hecho más centralista que Stalin. La vieja tesis de Moshe Lewin en “El último combate de Lenin” no sólo era una exageración. Con todo, las últimas propuestas del líder probablemente hicieron más por preparar el stalinismo posterior que obstaculizarlo.
El libro de Moshe Lewin, “El último combate de Lenin”, ha sido uno de los estudios más influyentes sobre historia soviética [1]. Pinta la imagen de un líder trágico que, en el último período de su vida, trata, heroicamente pero sin éxito, de desandar los resultados de su propia obra. Motivado por un auténtico idealismo socialista, Lenin tenía la esperanza de construir una dictadura revolucionaria dinámica. Sin embargo, la estrategia de modernización centralista en un país atrasado hizo que fuera difícil impedir la degeneración del sistema en una burocracia estatal opresiva. Las esperanzas de Lenin, de un retorno de la salud moral de la maquinaria gubernamental que creó, se desvanecieron por el sabotaje de los apparatchiki, de quienes José Stalin era el representante principal. El enfermo líder enfermo había fracasado especialmente en la defensa de los derechos nacionales de Georgia contra la burocracia moscovita de Stalin. Lenin reconoció, cuando ya era demasiado tarde, que su prohibición de las fracciones había sofocado el debate democrático en el Partido. En el último momento, trató de destronar al Secretario General, pero su inhabilitación hizo que sus esperanzas, en este sentido, fueran inútiles. Como resultado del lamentable fracaso de Lenin, la Unión Soviética cayó rápidamente en el stalinismo.
El concepto básico del análisis de Lewin, y el estándar que implícitamente utiliza para medir las actividades de sus protagonistas, es el de la dictadura revolucionaria honesta. Es una especie de despotismo ilustrado socialista, no democrático por cierto pero bien intencionado, y tal vez históricamente inevitable. Según Lewin, una dictadura honesta de ese tipo fue lo que, en efecto, tuvo lugar en la Unión Soviética en Octubre de 1917. Su libro es, pues, un análisis de cómo degeneró y de cómo fracasó el intento de Lenin por revivirlo.
Desde la década de 1980, las simpatías por dictaduras socialistas de cualquier tipo han disminuido considerablemente. Por eso, es de poca utilidad polemizar ahora contra la idea del leninismo ingenuo del libro de Lewin, que es obviamente obsoleta. Sin embargo, aunque el ideal de la dictadura revolucionaria es obsoleto, todavía está con nosotros la noción general de que las revoluciones tienden al principio a guiarse por el idealismo y posteriormente a degenerar en la política del poder y el cinismo. Se trata de un modelo arquetípico para entender lo que ocurre en los países después de una toma revolucionaria del poder. El modelo se basa en una noción general que es también, por ejemplo, aplicada a las religiones; es decir, los fundadores de los grandes sistemas ideológicos –ya se trate de Jesucristo, Mahoma o Karl Marx– son típicamente más puros y menos egoístas que los que vienen después de ellos. La gente tiende a echar a perder las buenas intenciones de las grandes almas que las inspiraron. Esta noción no necesita tomar la forma de una teoría formulada. Es más una creencia generalizada y casi evidente por sí misma.
Como veremos, muchas de las evaluaciones concretas de “El último combate de Lenin” de Lewin ya han sido cuestionadas. Sin embargo, su tesis fundamental –sobre un Lenin que en último momento entró en razón y trató de detener el proceso fatal de stalinización de Rusia– se repite rutinariamente en los numerosos manuales de historia. Y la razón es precisamente que la tesis se corresponde perfectamente con el prejuicio general de que los fundadores son de mayor prestigio moral que los sucesores. Uno se resiste a abandonar un modelo que se corresponde con elegancia con las propias expectativas de cómo se originan y degeneran las revoluciones. El análisis adquiere una adicional apariencia de exactitud histórica debido al hecho de que en su momento Stalin en efecto tuvo la responsabilidad de actos violentos mayores que los de Lenin. Por último, el análisis de Lewin tiene una cierta cualidad dramática. Las imágenes de un hombre voluntarioso reducido a la impotencia por una enfermedad que lo consume –y luchando con su último aliento contra las injusticias, a las que, ahora lo comprendía, había contribuido con su propia ingenuidad– es apasionante. Es material de una tragedia.
Pero, como dije antes, muchas de las evaluaciones de Lewin han sido ya cuestionadas. De los documentos de archivo recogidos por Richard Pipes en “The Unknown Lenin”, se desprende que, antes del invierno de 1922-23, las relaciones de Lenin con Stalin se mantenían cordiales En contraste, Lenin y Trotsky tomaron posiciones en conflicto sobre la cuestión de la burocracia. El primero estaba molesto por la propuesta de este último de que se mantuviera al Partido al margen de toda intervención en el aparato estatal. Además, Trotsky se había negado a ser parte del plan de Lenin de tener un equipo de viceprimeros ministros para combatir la burocracia [2]. Pipes destaca además que la troika de Stalin, Kámenev y Zinoviev, formada después del ataque cerebral de Lenin en mayo de 1922, estuvo en constante comunicación con el líder. Los cuatro hombres operaban conjuntamente contra Trotsky [3].
Robert Service señala también que desde el debate sobre los sindicatos, Trotsky había sido altamente sospechoso para Lenin. En 1922, todavía estaban en desacuerdo sobre cómo combatir la burocracia en el Estado. Mientras que Lenin esperaba utilizar la Inspección Obrera y Campesina, Rabkrin, Trotsky quería elevar la Comisión Estatal de Planificación, Gosplan, para aumentar la eficiencia en la planificación. Sólo a finales de 1922 se formó una alianza Trotsky-Lenin. Pero incluso entonces, el conflicto entre Lenin y Stalin no afectó los fundamentos de los principios del régimen. Según Service, el plan de Lenin para las cooperativas agrícolas y para la reorganización del Partido y el aparato estatal, tenía poco que fuera realmente nuevo. Él también hace la observación de que los discursos y escritos de Lenin en 1922 no revelan un cambio hacia un evolucionismo incondicional. “Todo lo contrario”, ellos exigían una mayor intervención económica estatal y la represión de los disidentes [4]. Service concluye que Lenin no defendía una reforma masiva del sistema político soviético. Los fundamentos de su pensamiento permanecían en su lugar [5]. El importante estudio de Jeremy Smith sobre la cuestión nacional desde 1917 hasta 1923, demuestra que las diferencias entre Lenin y Stalin sobre la estructura del Estado soviético multinacional en agosto-septiembre 1922 eran menores. Lenin estaba más preocupado por la redacción formal de las propuestas que en la sustancia de los asuntos [6].
publicado en el blog Critica Marxista-Leninista en marzo de 2013
Fuente: Erik Van Ree, “Lenin’s Last Struggle Revisited”, en Revolutionary Russia, vol. 14, nº 2, diciembre de 2001, págs. 85-122. Tomado del website de la Universidad de Ámsterdam.
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El mito de las “profundas” discrepancias entre Lenin y Stalin en los últimos meses de actividad política de Lenin, ha sido creado con el fin de establecer una supuesta ruptura en la dirección de los destinos de la Rusia soviética y del Partido bolchevique en los periodos en que –cada uno en su momento– fueron los dirigentes máximos. De esta forma, se presenta un supuesto antagonismo entre Lenin y Stalin que tenía como base una diferencia de principios, que explicaría la desviación de este último, el surgimiento del “stalinismo” y la degeneración del Partido y la URSS.
Está demás decir que el origen de este mito se encuentra en la versión que Trotsky da sobre la “historia de la revolución rusa” y en sus escritos de combate contra el bolchevismo de Lenin y Stalin. Servida la mesa de esta forma, la burguesía y sus intelectuales, tenían todas las armas necesarias para desarrollar una masiva y descomunal lucha por enlodar la figura de Stalin, desvirtuar la realidad de la dictadura del proletariado en la Unión Soviética y atacar los fundamentos del marxismo-leninismo. En ese esfuerzo, han contado y cuentan con una reserva de revisionistas, oportunistas y trotskistas que actúan como verdaderos agentes en el movimiento obrero y popular.
La férrea defensa del legado de Lenin y Stalin, de la valiosa experiencia histórica de la dictadura del proletariado y la construcción del socialismo en la URSS y otros países, y de los ideales del socialismo y el comunismo, por parte de los comunistas y revolucionarios del mundo, han puesto evidencia las mentiras, falsedades, distorsiones, calumnias, etc. que la burguesía, sus intelectuales y sus agentes han creado y difundido con todos los medios a su alcance. Esto ha llevado a que en el seno de esa intelectualidad burguesa y pequeñoburguesa surjan voces y plumas que se ven obligadas a reconocer la falta de veracidad de los sesudos estudios de “sovietólogos”, “sinólogos”, “especialistas en la Guerra Fría”, etc. y se embarquen en la tarea de revisarlos. Son los llamados “revisionistas” en el campo de la historia, que sin abandonar su concepción burguesa de la historia, enfrentan la tarea de reinterpretar los hechos históricos, cada vez mejor documentados, de una manera más “profesional”, más “realista”, menos militante, menos “partidista”.
Los últimos meses de vida de Lenin y su “conflicto” con Stalin están mejor documentados hoy, y permiten reafirmar que las diferencias entre ambos líderes bolcheviques no era de principios, como Trotsky trató de presentarlas y como los historiadores burgueses “soldados de la Guerra Fría” se encargaron de consagrar con su “rigurosidad” académica. Moshe Lewin es considerado una “autoridad” en lo referente a los últimos días de Lenin, y su libro “El último combate de Lenin” fue considerado por muchos como la última palabra sobre el tema. Sin embargo, no necesitaba caerse el muro de Berlín ni abrirse los archivos secretos soviéticos para demostrar la inconsistencia de ese libelo. Los escritos de Lenin y Stalin nos ofrecen las fuentes básicas para conocer la posición de ambos en los temas candentes de la revolución y la construcción socialista.
Sin embargo, no está demás conocer cómo en los predios de la historiografía burguesa se trata de corregir la falta de objetividad, la ausencia de apego a la verdad y otros pequeños defectos de los “estudios” que han sido los pilares en la parcela del estudio de la historia que les ha tocado. Presentamos a continuación la parte introductoria y el acápite correspondiente a la cuestión nacional y la formación de la URSS del ensayo de Erik Van Ree titulado “‘Lenin’s Last Struggle’ Revisited”, en el que discute y contradice el libro de Moshe Lewin. El autor reconoce que el “modelo” y las tesis de Lewin hace tiempo que fueron cuestionados y socavados por otros estudios posteriores, sin embargo, confirma que el libro sigue teniendo presencia y audiencia.
En lo relativo a la cuestión nacional y la formación de la URSS, Lenin y Stalin tuvieron discrepancias que se remontaban a 1920. Sin embargo, estas nunca fueron de principios, siempre fueron secundarias y específicamente eran discrepancias de forma y de tiempos. En octubre de 1922, Lenin decía que Stalin tiene tendencia a apresurarse, mientras que Stalin, llevado por el calor de la polémica, criticaba a Lenin de liberalismo nacional. Ambas referencias tenían que ver con el problema de la formación de la URSS. Lenin y Stalin, como auténticos los marxistas, eran partidarios del centralismo, en oposición a la fragmentación o división de los pueblos y naciones. Centralismo que es impulsado por el desarrollo capitalista y que la sociedad socialista debía saber conducir. El ideal último era la Unión de Repúblicas Soviéticas del mundo, como paso a la sociedad sin clases. Sin embargo, la revolución socialista triunfó en un país atrasado, amplio y con muchos rezagos semifeudales, que jugarían en contra de esa tendencia a la centralización. Ese reconocimiento, que hasta entonces había sido teórico, obligó a que Lenin y Stalin reconocieran la necesidad práctica de formas intermedias de asociación de las naciones en camino a la Unión de Repúblicas Soviéticas. El derecho a la autodeterminación debía ser enfrentado de forma diferente según la realidad de cada nacionalidad y según las condiciones del desarrollo de la revolución, incluso dentro del propio territorio de la antigua Rusia zarista.
En los primeros años del Poder Soviético, la forma de avanzar en el camino de la Unión soviética fue la de incorporar a las naciones no rusas en la República Socialista Federativa Soviética de Rusia, concediéndoles la autonomía. Sin embargo, la implementación de la política nacional soviética tuvo que considerar la realidad cambiante provocada por la Guerra Civil y las condiciones particulares que en distintos momentos presentaban las distintas naciones no rusas. En setiembre de 1922, Stalin consideraba que la forma de hacer realidad la Unión soviética era incorporar, al igual que los primeros años, las naciones no rusas en la RSFSR. Lenin consideraba que la Unión se debía lograr con la unidad federal de repúblicas en igualdad de condiciones. Este era el aspecto formal del asunto, aquel en el que los seudohistoriadores y seudointelectuales encuentran la diferencia de “principio” entre Lenin y Stalin. En este punto, se dice que Stalin –seguramente, por su “sed de poder” y su “carácter despótico”, desde la cuna– era centralista, que no le interesaban los derechos de las naciones no rusas, entre ellas su Georgia. Sin embargo, la diferencia era tan de forma, que luego de una conversación privada con Lenin, en setiembre de 1926, Stalin accedió a aceptar la fórmula de Lenin. E incluso la perfeccionó en el proyecto del tratado de constitución de la URSS que elaboró.
Otra diferencia, más importante pero que los “estudiosos” pasan por alto es el de unificación de los gobiernos y órganos ejecutivos de las naciones no rusas y la RSFSR. En este aspecto del problema, Lenin era partidario de una subordinación a la RSFRS, era más centralista que Stalin. También en este punto eran diferencias secundarias, cuestión de estimación del ritmo de avance de la Unión.
Sin embargo, cuando el proyecto elaborado por Stalin, considerando las observaciones de Lenin, ya se había aprobado en el Comité Central, Lenin hace un cambio de posición provocado por la cuestión de Georgia y el exabrupto de Ordzhonikidze. Como se ve en la cita que reproduce el artículo, Stalin se queja que cuando todo ya está aprobado, incluso por Lenin, éste se olvida de todo. Como bien remarca el autor, no es Stalin el que cambia de posición en relación a los acuerdos del CC con la ratificación de Lenin. Pero aún en esta nueva fase de las diferencias, éstas no eran de ninguna manera insalvables, de principios, y no significaban una ruptura política entre Lenin y Stalin. Que Stalin era el líder más cercano a Lenin, es una conclusión a la que se llega fácilmente a través del estudio de las obras y posiciones de los principales líderes bolcheviques, de los documentos de los archivos revelados después de la caída de la URSS y de los testimonios de muchos contemporáneos.
Acompañamos al pie del artículo, los enlaces para descargar la carta de Lenin al Congreso titulado “Contribución al problema de las naciones o sobre la 'autonomización'” de 1923 y el artículo de Stalin titulado “La política del Poder Soviético respecto a la cuestión nacional en Rusia” de octubre de 1920, un documentado fundamental para entender la formación de la URSS.
Revisando El último combate de Lenin” de Moshe Lewin
escrito por Erik Van Ree
Este artículo sostiene que “El último combate de Lenin” contra Stalin no tenía como objetivo la preservación de tales elementos democráticos que quedaban en la Rusia soviética, ni siquiera en términos relativos, sin el objetivo contrario de fortalecer el centralismo político. En los últimos meses de su vida activa, el líder se vio impulsado por un nuevo radicalismo de izquierda y por la esperanza de acelerar la construcción del socialismo. En concreto, sus propuestas buscaban reforzar el control estatal sobre la industria y el comercio, un mayor control sobre el campesinado y la liquidación de los últimos remanentes de democracia en el Partido. En su primera reacción a la propuesta de Stalin de agosto de 1922, para la nueva estructura del Estado multinacional, Lenin fue de hecho más centralista que Stalin. La vieja tesis de Moshe Lewin en “El último combate de Lenin” no sólo era una exageración. Con todo, las últimas propuestas del líder probablemente hicieron más por preparar el stalinismo posterior que obstaculizarlo.
El libro de Moshe Lewin, “El último combate de Lenin”, ha sido uno de los estudios más influyentes sobre historia soviética [1]. Pinta la imagen de un líder trágico que, en el último período de su vida, trata, heroicamente pero sin éxito, de desandar los resultados de su propia obra. Motivado por un auténtico idealismo socialista, Lenin tenía la esperanza de construir una dictadura revolucionaria dinámica. Sin embargo, la estrategia de modernización centralista en un país atrasado hizo que fuera difícil impedir la degeneración del sistema en una burocracia estatal opresiva. Las esperanzas de Lenin, de un retorno de la salud moral de la maquinaria gubernamental que creó, se desvanecieron por el sabotaje de los apparatchiki, de quienes José Stalin era el representante principal. El enfermo líder enfermo había fracasado especialmente en la defensa de los derechos nacionales de Georgia contra la burocracia moscovita de Stalin. Lenin reconoció, cuando ya era demasiado tarde, que su prohibición de las fracciones había sofocado el debate democrático en el Partido. En el último momento, trató de destronar al Secretario General, pero su inhabilitación hizo que sus esperanzas, en este sentido, fueran inútiles. Como resultado del lamentable fracaso de Lenin, la Unión Soviética cayó rápidamente en el stalinismo.
El concepto básico del análisis de Lewin, y el estándar que implícitamente utiliza para medir las actividades de sus protagonistas, es el de la dictadura revolucionaria honesta. Es una especie de despotismo ilustrado socialista, no democrático por cierto pero bien intencionado, y tal vez históricamente inevitable. Según Lewin, una dictadura honesta de ese tipo fue lo que, en efecto, tuvo lugar en la Unión Soviética en Octubre de 1917. Su libro es, pues, un análisis de cómo degeneró y de cómo fracasó el intento de Lenin por revivirlo.
Desde la década de 1980, las simpatías por dictaduras socialistas de cualquier tipo han disminuido considerablemente. Por eso, es de poca utilidad polemizar ahora contra la idea del leninismo ingenuo del libro de Lewin, que es obviamente obsoleta. Sin embargo, aunque el ideal de la dictadura revolucionaria es obsoleto, todavía está con nosotros la noción general de que las revoluciones tienden al principio a guiarse por el idealismo y posteriormente a degenerar en la política del poder y el cinismo. Se trata de un modelo arquetípico para entender lo que ocurre en los países después de una toma revolucionaria del poder. El modelo se basa en una noción general que es también, por ejemplo, aplicada a las religiones; es decir, los fundadores de los grandes sistemas ideológicos –ya se trate de Jesucristo, Mahoma o Karl Marx– son típicamente más puros y menos egoístas que los que vienen después de ellos. La gente tiende a echar a perder las buenas intenciones de las grandes almas que las inspiraron. Esta noción no necesita tomar la forma de una teoría formulada. Es más una creencia generalizada y casi evidente por sí misma.
Como veremos, muchas de las evaluaciones concretas de “El último combate de Lenin” de Lewin ya han sido cuestionadas. Sin embargo, su tesis fundamental –sobre un Lenin que en último momento entró en razón y trató de detener el proceso fatal de stalinización de Rusia– se repite rutinariamente en los numerosos manuales de historia. Y la razón es precisamente que la tesis se corresponde perfectamente con el prejuicio general de que los fundadores son de mayor prestigio moral que los sucesores. Uno se resiste a abandonar un modelo que se corresponde con elegancia con las propias expectativas de cómo se originan y degeneran las revoluciones. El análisis adquiere una adicional apariencia de exactitud histórica debido al hecho de que en su momento Stalin en efecto tuvo la responsabilidad de actos violentos mayores que los de Lenin. Por último, el análisis de Lewin tiene una cierta cualidad dramática. Las imágenes de un hombre voluntarioso reducido a la impotencia por una enfermedad que lo consume –y luchando con su último aliento contra las injusticias, a las que, ahora lo comprendía, había contribuido con su propia ingenuidad– es apasionante. Es material de una tragedia.
Pero, como dije antes, muchas de las evaluaciones de Lewin han sido ya cuestionadas. De los documentos de archivo recogidos por Richard Pipes en “The Unknown Lenin”, se desprende que, antes del invierno de 1922-23, las relaciones de Lenin con Stalin se mantenían cordiales En contraste, Lenin y Trotsky tomaron posiciones en conflicto sobre la cuestión de la burocracia. El primero estaba molesto por la propuesta de este último de que se mantuviera al Partido al margen de toda intervención en el aparato estatal. Además, Trotsky se había negado a ser parte del plan de Lenin de tener un equipo de viceprimeros ministros para combatir la burocracia [2]. Pipes destaca además que la troika de Stalin, Kámenev y Zinoviev, formada después del ataque cerebral de Lenin en mayo de 1922, estuvo en constante comunicación con el líder. Los cuatro hombres operaban conjuntamente contra Trotsky [3].
Robert Service señala también que desde el debate sobre los sindicatos, Trotsky había sido altamente sospechoso para Lenin. En 1922, todavía estaban en desacuerdo sobre cómo combatir la burocracia en el Estado. Mientras que Lenin esperaba utilizar la Inspección Obrera y Campesina, Rabkrin, Trotsky quería elevar la Comisión Estatal de Planificación, Gosplan, para aumentar la eficiencia en la planificación. Sólo a finales de 1922 se formó una alianza Trotsky-Lenin. Pero incluso entonces, el conflicto entre Lenin y Stalin no afectó los fundamentos de los principios del régimen. Según Service, el plan de Lenin para las cooperativas agrícolas y para la reorganización del Partido y el aparato estatal, tenía poco que fuera realmente nuevo. Él también hace la observación de que los discursos y escritos de Lenin en 1922 no revelan un cambio hacia un evolucionismo incondicional. “Todo lo contrario”, ellos exigían una mayor intervención económica estatal y la represión de los disidentes [4]. Service concluye que Lenin no defendía una reforma masiva del sistema político soviético. Los fundamentos de su pensamiento permanecían en su lugar [5]. El importante estudio de Jeremy Smith sobre la cuestión nacional desde 1917 hasta 1923, demuestra que las diferencias entre Lenin y Stalin sobre la estructura del Estado soviético multinacional en agosto-septiembre 1922 eran menores. Lenin estaba más preocupado por la redacción formal de las propuestas que en la sustancia de los asuntos [6].
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Última edición por pedrocasca el Mar Mar 26, 2013 11:46 am, editado 3 veces