El texto que copio a continuación es parte de un resumen para la facultad que hice hace un tiempo del folleto "Sobre verdad y mentira" en el que Nietzsche explica cómo surge el lenguaje, cómo y para qué se lo utiliza y si es posible o no llegar a la verdad a través de él (no esperen coherencia y no se asombren por la redundancia, es sólo una guía de estudio).
Tanto por la misma necesidad de supervivencia del hombre como por su aburrimiento, éste realiza un pacto social con sus semejantes para no agredirse entre sí, construyendo un tratado de paz. Dicho pacto implica ciertos compromisos: en primer lugar está la utilización de un mismo lenguaje con ciertas reglas que determinen su uso correcto. El hombre veraz es aquel que utiliza las palabras en su sentido habitual, el que no rompe el consenso. El mentiroso, por el contrario, es aquel que da un significado diferente a las palabras y que, ocasionalmente, puede utilizarlas en su propio beneficio.
Así nace el lenguaje y éste da las primeras leyes de verdad.
El lenguaje, por sí sólo, nace exclusivamente por un fin moral que es en todo caso la supervivencia.
Si el mentiroso utiliza mal las firmes convenciones mediante engaños arbitrarios o invirtiendo los nombres en provecho propio y además produce daño al hacerlo, no será más creído por la sociedad y será expulsado de ella. Por ello, los hombres tratan de evitar ser perjudicados por el engaño; no odian en el fondo al engaño, sino a las consecuencias malas y hostiles de ciertos tipos de engaño. Lo mismo sucede con la verdad; el hombre no quiere la verdad, sino que desea las consecuencias positivas que ésta pueda traer; frente al conocimiento puro y sin consecuencias, permanece indiferente, mientras que odia las verdades quizás perjudiciales y destructivas.
Pues bien, el lenguaje debe entenderse como una metáfora. La palabra es una reproducción en sonidos de un impulso nervioso. Sin embargo, inferir de allí que la palabra refleja la realidad es una falacia.
El hombre se olvida que las palabras son sólo metáforas de las cosas y las toma por las cosas mismas; olvida que son ilusiones fruto de un pacto social establecido en otros tiempos. Así, cuando cree que dice verdad, está en realidad mintiendo inconscientemente, está siguiendo el uso que la sociedad impuso. Y este olvido es lo que hace creer al hombre que se puede llegar a la verdad a través del lenguaje, que las palabras designan las cosas tal y como son en la realidad.
La verdad moral es una mentira inconsciente (en principio acordada) que nace, no con miras a una búsqueda del saber, sino a consecuencias morales (supervivencia), a través de una coexistencia social que implica la creación de un lenguaje que es en todo caso una metáfora.
La “cosa en sí”, la verdad pura y sin consecuencias, es para el que crea un idioma algo inconcebible y no digna de búsqueda.
El proceso por el que las palabras y conceptos se forman discurre por diferentes niveles heterogéneos que los alejan de las cosas mismas: 1º: la cosa en sí (completamente desconocida); 2º: el impulso nervioso; 3º: la imagen que se forma en nuestra mente; 4º la palabra con la que designamos la imagen. Cada uno de estos puntos representa una realidad completamente diferente a la anterior.
Toda palabra, todo concepto, es una metáfora, en el sentido de que no reproduce tal cual es la realidad, sino que alude a ella en virtud de semejanzas, o refleja aspectos parciales. Los conceptos se forman “por equiparación de casos no iguales”, equiparación que prescinde de las diferencias de forma totalmente arbitraria, suponiendo falsamente que existen casos iguales; en realidad, designa múltiples experiencias similares pero no idénticas.
Los conceptos tienen como función producir un mundo ordenado y previsible, pero tal mundo no es más que una construcción humana. Otros animales perciben el mundo de manera diferente y viven en otro mundo. No existe una percepción correcta a partir de la cual se puede decidir cuál de las percepciones es más realista o fiel a la realidad. Cada especie, cada individuo percibe el mundo desde una determinada perspectiva, diferente al resto y no hay una perspectiva superior a otra. Entre dos esferas totalmente distintas: la cosa en sí y el lenguaje todo lo más que puede haber es “un extrapolar abusivo” o un “traducir balbuciente”.
La esencia de las cosas no aparece en el mundo empírico.
No hay un acceso privilegiado a la realidad que podamos designar como la Verdad (con mayúsculas), sino que por el contrario la perspectiva es una visión parcial de la que no podemos prescindir. Lo cual no significa que todas las “perspectivas” sean iguales. Las hay más veraces, más honestas, menos mentirosas.
Si cada uno de nosotros tuviera una percepción sensorial diferente, nadie hablaría de una regularidad en la naturaleza, de leyes de la Naturaleza, sino que la concebiríamos sólo como un producto altamente subjetivo. No conocemos a las leyes de la Naturaleza en sí mismas, sino en sus efectos. Lo que admiramos de las leyes de la Naturaleza es justo lo que nosotros ponemos en ellas, lo que nosotros mismos aportamos a las cosas, de modo que con ello nos admiramos a nosotros mismos.
La ciencia es se basa en los conceptos, por lo tanto su función no puede ser describir la realidad. La verdadera función de la ciencia es protegernos, mostrarnos un mundo ordenado y previsible donde el caos y lo irracional no hallen lugar. La ciencia es la sepulta a las intuiciones.
La verdad: 1) es una metáfora (esto es, no accede a la verdad en sí y es un antropomorfismo en tanto que es más lo que allí hay del hombre), 2) no es buscada por sí misma, sino en virtud de sus consecuencias morales para la supervivencia social, 3) implica siempre la construcción de un lenguaje y, por lo mismo, de conceptos, que ayudan a la denominación común de la realidad por parte de grupo de personas, creando así la diferencia entre verdad y mentira.
Es más verídica la intuición que el discurso lógico-conceptual. Nietzsche identifica la verdad, en sentido extramoral, con la vida, está es la única realidad que no podemos negar, que se nos impone, que está más allá de toda reflexión; ahora bien, estamos más cerca de esta verdad radical cuando nos dejamos arrastrar por las intuiciones que cuando nos orientamos por medio del lenguaje.
La verdad extramoral no se busca en virtud de las consecuencias morales que pueda traer; se busca, no por sus fines morales, sino por sí misma en cada caso o por algún otro fin que, en ningún caso, puede ser moral. La verdad en sentido extramoral no puede moverse en una cadena de conceptos ni en un lenguaje común, más aún, está fuera del alcance del lenguaje conceptual. Ésta nace a partir del impulso natural del hombre de creación de metáforas y, por lo mismo, es una metáfora al igual que la verdad en sentido moral. La creación de dichas verdades se da en el mito y en el arte.
En breve, es una verdad que no es buscada (ni creada) por sus consecuencias morales, sino por sí misma, que está por fuera de todo lenguaje conceptual pero que, sin embargo, no está por fuera del campo metafórico, en tanto que es una construcción humana nacida en la intuición (extrapolación de un impulso nervioso a una imagen).