La gran mentira de la NASA
Las esposas de los héroes de la carrera espacial estadounidense fueron presentadas como las perfectas amas de casa. Pero tras sus sonrisas se escondían historias de miedo, adulterio y alcoholismo. Hablamos con algunas de las 'cónyuges estelares' de los años sesenta.
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Las esposas de los héroes de la carrera espacial estadounidense fueron presentadas como las perfectas amas de casa. Pero tras sus sonrisas se escondían historias de miedo, adulterio y alcoholismo. Hablamos con algunas de las 'cónyuges estelares' de los años sesenta.
- Spoiler:
- Como semidioses. Así veía el ciudadano medio al puñado de astronautas que trabajaban en los sesenta para la NASA. No solo habían realizado misiones peligrosísimas que iban más allá de su comprensión; además, estaban superando a la URSS en la carrera espacial.
La revista Life compró por una suma considerable el acceso exclusivo a esta nueva y rarísima especie de superhombres y a sus familias. Las fotos de la publicación proyectaban por todo el mundo las vidas modélicas de esos matrimonios patrióticos. Pero, por supuesto, no escribía sobre otro fenómeno galáctico emergente: las groupies de la era espacial, un batallón de mujeres empeñadas en acostarse con todos y cada uno de estos nuevos superhombres.
Y es que la carrera espacial tenía un lado oculto. El libro The Astronaut Wives Club, de Lily Koppel, explica por primera vez la historia vista desde el punto de vista de las amas de casa. ¿Por qué se han decidido a hablar medio siglo después? Simplemente porque nadie se había molestado en preguntarles hasta ahora.
La NASA fue creada en 1958 como respuesta al lanzamiento el año anterior del Sputnik 1, el primer satélite artificial soviético. Obsesionada por adelantarse a los rusos, la agencia tenía otra misión: distraer la atención de asuntos como la Guerra Fría, la crisis de los misiles cubanos o la guerra de Vietnam. Cada astronauta debía ser visto como un superhéroe. Y contar con la esposa perfecta. Para asegurarse, los metomentodo de la NASA no dudaban en husmear. «Un fulano de la NASA explica Jane Bassett se presentó en casa de los vecinos y empezó a hacer preguntas sobre nosotros: ¿Discuten? ¿Beben más de la cuenta?». Su marido, Charlie, integraba el tercer grupo de astronautas de la NASA. Murió en 1966 en un avión T-38 mientras preparaba su vuelo espacial. Betty Grissom cuyo esposo, Gus, uno de los siete del proyecto Mercury, murió en un incendio en el Apolo 1 agrega que el personal de la NASA «no era muy amable con nosotras». Las astroesposas sabían que podían comprometer las carreras de sus maridos. «Nuestra misión era apoyarlos, no ser neuróticas y ocuparnos de cuidar de los hijos y del jardín. Muchos creían que eran hombres superiores y que sus mujeres también debían serlo», afirma Jane.
Harriet Eisele fue esposa de Donn F. Eisel, tripulante del Apolo 7. Ahora tiene 83 años y recuerda haber sido feliz al principio de su matrimonio, cuando su marido era piloto de pruebas en Nuevo México. «Entonces, las mujeres teníamos la vida reglada. Teníamos que ser apolíticas. No podíamos discutir con ellos, pues siempre vivíamos con el temor de que murieran en la próxima misión». Su esposo fue seleccionado en 1963. «Nada más llegar a Houston, las cosas cambiaron. Donn se transformó. Cada vez pasaba menos tiempo en casa. Los fines de semana asistía a las incontables fiestas a las que lo invitaban». Harriet descubrió que «estaba con otra mujer desde hacía años. En realidad estuvo con muchas». El divorcio llegó en 1969. ¿Cómo se lo tomaron las otras esposas? «Yo creía que ellas no daban el paso por miedo, pues se suponía que un divorcio llevaba al despido fulminante por parte de la NASA». Pero pasó lo contrario: «Los divorcios fueron cayendo como fichas de dominó».
El marido de Jane Conrad, Pete (la tercera persona en caminar sobre la Luna), también fue seleccionado. Poco después de trasladarse a Houston, Pete fue bautizado por la prensa como uno de «los chicos go-gó» (junto con Dick Gordon y Alan Shepard) por su afición a la juerga. «No me atrevía a sospechar de Pete. Bueno, algo sí, pero me negaba a pensar en ello. Muchos sabían de sus infidelidades, pero no querían decírmelo». Su esposo al final le pidió el divorcio tras confesarle que le había sido infiel 16 de sus 30 años de casados. «Quizá fuera culpa mía, por no haberlo tratado como los demás: todo el mundo lo adulaba. Eres fantástico, el más grande. Y él se lo creía».
Dos elementos aparecen en todas las conversaciones con las mujeres de los astronautas: infidelidades y miedo. Temerosa de que su marido fuera a morir, Jane practicaba un curioso ritual a la hora de hacer la cama: ponía las almohadas de cierta forma para ahuyentar la mala suerte. También temía que los demás detectaran su angustia. El remedio de la NASA para estos casos eran los ansiolíticos, pero solicitarlos era visto como un signo de debilidad que podía poner en peligro el empleo del esposo. «Si estábamos angustiadas, hacíamos lo posible para que nadie se enterase. Si queríamos un antidepresivo, no se lo pedíamos al médico de la NASA; visitábamos una consulta privada». Pero la NASA no tenía problemas en suministrar anfetaminas para que las esposas se mantuvieran delgadas y deseables.
Para anunciar a una esposa que su marido había fallecido, la NASA contaba con un estrambótico protocolo. Otra esposa debía visitar a la viuda antes de que un funcionario le diera la noticia. La mujer de visita aparecía en la puerta de su amiga con la misión de aportar compañía, pero sin hacer mención a la noticia que pronto recibiría.
A Betty Grissom nunca le gustó la NASA. «Cuando nos decían que las mujeres ayudáramos en la promoción haciendo discursitos, le dije a Gus que nos pagaran un sueldo». Betty odiaba los aires que se daban Alan Shepard (el quinto hombre en pisar la Luna) y John Glenn (el segundo americano en volar al espacio). A excepción de Gus, «todos se creían el no va más. Les gustaba la fama, pero ni siquiera querían ir a la Luna».
Betty entró en conflicto con la NASA tras la muerte de su esposo. Por motivos técnicos aún desconocidos, Grissom murió con sus compañeros Ed White y Roger Chaffee el 27 de enero de 1967 cuando el módulo de mando del Apolo 1 se incendió. Betty exigió una indemnización de diez millones. Quebrantó así el pacto de silencio de las viudas espaciales. En un acuerdo extrajudicial se avino a aceptar 350.000 dólares. La NASA en su momento había asegurado que los tres hombres habían muerto en nueve segundos, pero un informe forense posterior dejó claro que habían seguido con vida durante por lo menos 15 minutos. «Querían que estuviéramos calladitas». Betty también acusó a la NASA de tratar de borrar el recuerdo de Grissom de la historia del proyecto Apolo y de quedarse de forma ilegal con su traje espacial.
Después de los años sesenta, las mujeres perdieron el contacto entre ellas. De no haber sido por una reunión celebrada en 1991, nunca habrían compartido sus experiencias. Harriet recuerda que en la reunión apareció Susan, la mujer del astronauta Frank Borman. De pronto rompió a llorar. Había tenido problemas con el alcohol durante los sesenta, y años después se sometió a un programa de desintoxicación. La NASA jamás la ayudó. La historia de Susan marcó la velada. «Era la primera vez que nos sincerábamos. Fue una liberación».
Esa noche se enteraron de que Alan Shepard participaba en fiestas de intercambio de parejas. Y de que la prensa estuvo a punto de buscarle un problema cuando un fotógrafo lo sorprendió entrando en un hotel con una prostituta. Joan Aldrin contó que se había sentido muy sola durante sus años con Buzz, que él tenía problemas con el alcohol y era muy depresivo.
En 1963, la rusa Valentina Tereshkova orbitó alrededor de la Tierra 48 veces, a los 26 años de edad. Los estadounidenses enviaron a su primera mujer al espacio dos décadas después. ¿Sintieron las mujeres de la NASA envidia de su éxito? Jane Conrad es muy tajante: «No. Yo pensaba que los rusos habían enviado un mono al espacio, después a una mujer y que, al ver que habían sobrevivido, enviarían a un hombre». Y añade: «La NASA nunca hubiera enviado a una astronauta por miedo a que tuviera relaciones sexuales con el astronauta de turno. ¡O por aprensión a que menstruase! Creo que pensaban que enviar a una mujer era tan experimental como enviar un chimpancé».
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