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Seguimos con una nueva entrega de la serie de artículos que Peter Franssen ha publicado en su página web (http://infochina.be/fr) sobre las distorsiones que desde Occidente se hacen sobre la realidad y la historia de China. Otra vez más, el autor escribe sobre el camarada Deng Xiaoping, figura histórica, no nos cansaremos de repetirlo, calumniada y vilipendiada tanto por sectores comunistas (ya sean pro-soviéticos, ultra-maoístas o hoxhaístas) como por amplios sectores burgueses. Este breve pero interesantísimo artículo nos ayuda a comprender mejor quién era realmente y el carácter de su línea política, tema en que seguiremos ahondando particularmente en este humilde blog.
Los ideólogos occidentales quieren hacer creer que Deng Xiaoping y todos los dirigentes chinos que le sucedieron le dieron la espalda a la revolución y al socialismo. Así es como los ideólogos tratan de desviar de China a los progresistas y a la gente deseosa de un cambio. Es esta óptica que se sitúa el discurso que pretende que Mao no pensaba nada bueno de Deng Xiaoping.
Poco antes de su muerte, Mao Zedong habría dicho al parecer que Deng Xiaoping no era realmente un marxista revolucionario, sino simplemente alguien hostil al feudalismo y un anti-imperialista. Bien, son ya algunos puntos positivos, pero aún no es lo que habría hecho falta.
Hoy sabemos que pocos cuadros del partido se salvaron de las críticas de Mao Zedong. Tarde o temprano, la mayor parte tuvo que vérselas con la lengua y la pluma mordaz de Mao. Hubo algunas excepciones, como Lin Biao. Mao pensaba de este último que era “conveniente para dirigir el partido después de mi muerte”. Así, durante el IX Congreso, en 1969, Lin Biao fue designado sucesor de Mao, conformemente con la tradición feudal de los emperadores chinos. Una especie de príncipe heredero. Era durante el clímax de la glorificación, también feudal, de Mao Zedong. Pero Lin Biao no esperó a la muerte de Mao. Quería sucederle antes. En 1971, organizó un golpe de Estado y un intento de asesinato de Mao, que fracasaron. Lo que sugiere que relativicemos un poco la capacidad de evaluación de las personas en Mao.
De Deng, Mao declaró un día, en efecto, que no reunía las características de un marxista revolucionario. Hasta que necesitó de nuevo la ayuda de Deng. Durante la Revolución Cultural (1966-1976), Deng había sido enviado varias veces al desierto, pero cada vez se le volvía a llamar para poner las cosas en su sitio. La segunda que Mao fue a buscarle, dijo: “El camarada Deng Xiaoping posee un talento muy raro. Ha cosechado méritos sobre el campo de batalla y ha lucha de manera muy eficaz contra el revisionismo soviético. Por otra parte, es un experto en economía y asuntos militares”. Todo lo contrario de lo que había dicho de Deng poco antes.
También nos solemos topar con otra mentira. Según ésta, Deng Xiaoping se ha vuelto mucho más importante que Mao para los chinos. El PCCh prácticamente se ha olvidado de Mao: los hechos y los gestos del PCCh se apoyan hoy enel “denguismo” – esto es lo que pretende este discurso. En realidad, la ideología, la teoría y la línea de actuación del PCCh se apoyan en dos grupos de ideas y concepciones. El PCCh llama al primer grupo el marxismo-leninismo y el pensamiento de Mao Zedong. Este grupo de ideas contiene una ideología, una concepción del mundo, sobre la que descansa la esencia misma del PCCh. Este pensamiento constituye los fundamentos del partido. Luego, está el segundo grupo. Este incluye en las concepciones de Deng Xiaoping, Jiang Zemin y Hu Jintao sobre la construcción del socialismo tras la revolución, la naturaleza del partido tras la toma del poder y las etapas por las que se ha de pasar en en el camino hacia fases cada vez más elevadas del socialismo.
Deng Xiaoping comenzó la lucha por las reformas sobre la base de la ideología y las concepciones sociales de Carlos Marx y Mao Zedong. A finales de los años 70, dominaba en el seno del partido el pensamiento dogmático, la elaboración de razonamientos y de la línea política y económica alejados de la realidad. Deng recogió entonces la consigna que el propio Mao había sacado de Marx y de Lenin. Esta consigna era la siguiente: "la praxis es el supremo criterio de la verdad". Esta es una concepción materialista que exige que la intervención del hombre parta de la realidad existente. El propio Mao decía: "Debemos coger el cubo de agua desde donde se encuentra". Esta intervención puede estar dirigida por un sueño o un deseo, pero el acto inspirado por el sueño debe intervenir en la situación real y no en una situación que se ha creado desde la nada o en un séptimo cielo. Un ejemplo: se puede se alimentar el sueño de que la comuna agrícola, donde todos colaboran con todos y donde las responsabilidades y la recolección son repartidas de manera igualitaria, conduzca a unos elevados resultados económicos, en la situación en la que se encontraban la agricultura y la clase campesina china a finales de los años 50. Pero resulta que, debido a esta intervención, la producción agrícola disminuye entre un 20% y un 40%. Entonces, este sueño es una ilusión – al menos en este momento concreto en aquella situación concreta. La realidad obliga al soñador a poner los pies en la tierra, tras lo cual este hombre o esta mujer llegará a la conclusión de que el camino hacia formas socialistas lo más elevadas posibles es mucho más abrupto y tortuoso, y que requerirá de mucho más tiempo del que había pensado en un principio. Un campesino es una persona que vive sobre su tierra y de su tierra, que, por su propio trabajo, está impregnado hasta las orejas de concepciones individualistas y que ha generado para sí mismo toda una actitud de repugnancia hacia cualquier cambio. Estos elementos del alma campesina se han reforzado de generación en generación. Están, por decirlo de alguna forma, en los genes del campesinado. Coged a este campesino y lanzadlo en paracaídas sobre una comuna. El alma y el pensamiento de este hombre entrarán en contradicción directa con los ideales socialistas de la comuna. Y esto es precisamente lo que pasó en la realidad.
Sobre la base de la concepción materialista y de la experiencia, los dirigentes del partido han constituido el segundo grupo, primero en torno a Deng y luego en torno a Jiang Zemin y Hu Jintao. Y también han rectificado permanentemente cuando la práctica hacía comprender que ello era posible y necesario. Un ejemplo: en los años 80, Deng Xiaoping declaraba que había que permitir que una parte de la población acceda primero al desarrollo. Esta concepción estaba inspirada por la situación y los problemas sobre el terreno. Durante la primera década de este siglo, está concepción se ha archivado. Desde entonces, la concepción reinante es la siguiente: debemos, todos juntos y de manera armoniosa, acceder al desarrollo. Naturalmente, a primera vista y sin conocimientos profundos de la práctica, siempre se optará primero y en cualquier lugar por la segunda concepción. Pero esta segunda concepción sólo se convirtió en directriz cuando lo permitieron la circunstancias – lo que constituye el factor objetivo – y cuando el PCCh había adquirido una gran experiencia en la manera en la que debe ser construido el socialismo – y este, en cambio, es el factor subjetivo.
Ofrecer una imagen negativa de Deng tiene para nuestros generadores de opinión occidentales una motivación ideológica, así como un objetivo político. Pretender que Deng y todos los que le sucedieron traicionaron la revolución y el socialismo, se inscribe en la ideología burguesa orientada contra los intentos de la gente por cambiar las cosas para bien. Como se suele decir mofándose de los jóvenes que quieren cambiar el mundo, se trata de una idealismo estúpido. Sí, cuando uno es adolescente o tiene 20 años, suele ser revolucionario. Pero cuando uno se hace un poco más viejo, acaba sosegándose no obstante. La "traición" de Deng y sus sucesores significa que no sirve de nada comprometerse con el cambio y la liberación, porque de todas maneras siempre habrá otros que acabarán por restablecer el orden antiguo. Nuestros ideólogos también saben que una de las armas más eficaces para matar el deseo de cambio, es el desánimo.
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Seguimos con una nueva entrega de la serie de artículos que Peter Franssen ha publicado en su página web (http://infochina.be/fr) sobre las distorsiones que desde Occidente se hacen sobre la realidad y la historia de China. Otra vez más, el autor escribe sobre el camarada Deng Xiaoping, figura histórica, no nos cansaremos de repetirlo, calumniada y vilipendiada tanto por sectores comunistas (ya sean pro-soviéticos, ultra-maoístas o hoxhaístas) como por amplios sectores burgueses. Este breve pero interesantísimo artículo nos ayuda a comprender mejor quién era realmente y el carácter de su línea política, tema en que seguiremos ahondando particularmente en este humilde blog.
Los ideólogos occidentales quieren hacer creer que Deng Xiaoping y todos los dirigentes chinos que le sucedieron le dieron la espalda a la revolución y al socialismo. Así es como los ideólogos tratan de desviar de China a los progresistas y a la gente deseosa de un cambio. Es esta óptica que se sitúa el discurso que pretende que Mao no pensaba nada bueno de Deng Xiaoping.
Poco antes de su muerte, Mao Zedong habría dicho al parecer que Deng Xiaoping no era realmente un marxista revolucionario, sino simplemente alguien hostil al feudalismo y un anti-imperialista. Bien, son ya algunos puntos positivos, pero aún no es lo que habría hecho falta.
Hoy sabemos que pocos cuadros del partido se salvaron de las críticas de Mao Zedong. Tarde o temprano, la mayor parte tuvo que vérselas con la lengua y la pluma mordaz de Mao. Hubo algunas excepciones, como Lin Biao. Mao pensaba de este último que era “conveniente para dirigir el partido después de mi muerte”. Así, durante el IX Congreso, en 1969, Lin Biao fue designado sucesor de Mao, conformemente con la tradición feudal de los emperadores chinos. Una especie de príncipe heredero. Era durante el clímax de la glorificación, también feudal, de Mao Zedong. Pero Lin Biao no esperó a la muerte de Mao. Quería sucederle antes. En 1971, organizó un golpe de Estado y un intento de asesinato de Mao, que fracasaron. Lo que sugiere que relativicemos un poco la capacidad de evaluación de las personas en Mao.
De Deng, Mao declaró un día, en efecto, que no reunía las características de un marxista revolucionario. Hasta que necesitó de nuevo la ayuda de Deng. Durante la Revolución Cultural (1966-1976), Deng había sido enviado varias veces al desierto, pero cada vez se le volvía a llamar para poner las cosas en su sitio. La segunda que Mao fue a buscarle, dijo: “El camarada Deng Xiaoping posee un talento muy raro. Ha cosechado méritos sobre el campo de batalla y ha lucha de manera muy eficaz contra el revisionismo soviético. Por otra parte, es un experto en economía y asuntos militares”. Todo lo contrario de lo que había dicho de Deng poco antes.
También nos solemos topar con otra mentira. Según ésta, Deng Xiaoping se ha vuelto mucho más importante que Mao para los chinos. El PCCh prácticamente se ha olvidado de Mao: los hechos y los gestos del PCCh se apoyan hoy enel “denguismo” – esto es lo que pretende este discurso. En realidad, la ideología, la teoría y la línea de actuación del PCCh se apoyan en dos grupos de ideas y concepciones. El PCCh llama al primer grupo el marxismo-leninismo y el pensamiento de Mao Zedong. Este grupo de ideas contiene una ideología, una concepción del mundo, sobre la que descansa la esencia misma del PCCh. Este pensamiento constituye los fundamentos del partido. Luego, está el segundo grupo. Este incluye en las concepciones de Deng Xiaoping, Jiang Zemin y Hu Jintao sobre la construcción del socialismo tras la revolución, la naturaleza del partido tras la toma del poder y las etapas por las que se ha de pasar en en el camino hacia fases cada vez más elevadas del socialismo.
Deng Xiaoping comenzó la lucha por las reformas sobre la base de la ideología y las concepciones sociales de Carlos Marx y Mao Zedong. A finales de los años 70, dominaba en el seno del partido el pensamiento dogmático, la elaboración de razonamientos y de la línea política y económica alejados de la realidad. Deng recogió entonces la consigna que el propio Mao había sacado de Marx y de Lenin. Esta consigna era la siguiente: "la praxis es el supremo criterio de la verdad". Esta es una concepción materialista que exige que la intervención del hombre parta de la realidad existente. El propio Mao decía: "Debemos coger el cubo de agua desde donde se encuentra". Esta intervención puede estar dirigida por un sueño o un deseo, pero el acto inspirado por el sueño debe intervenir en la situación real y no en una situación que se ha creado desde la nada o en un séptimo cielo. Un ejemplo: se puede se alimentar el sueño de que la comuna agrícola, donde todos colaboran con todos y donde las responsabilidades y la recolección son repartidas de manera igualitaria, conduzca a unos elevados resultados económicos, en la situación en la que se encontraban la agricultura y la clase campesina china a finales de los años 50. Pero resulta que, debido a esta intervención, la producción agrícola disminuye entre un 20% y un 40%. Entonces, este sueño es una ilusión – al menos en este momento concreto en aquella situación concreta. La realidad obliga al soñador a poner los pies en la tierra, tras lo cual este hombre o esta mujer llegará a la conclusión de que el camino hacia formas socialistas lo más elevadas posibles es mucho más abrupto y tortuoso, y que requerirá de mucho más tiempo del que había pensado en un principio. Un campesino es una persona que vive sobre su tierra y de su tierra, que, por su propio trabajo, está impregnado hasta las orejas de concepciones individualistas y que ha generado para sí mismo toda una actitud de repugnancia hacia cualquier cambio. Estos elementos del alma campesina se han reforzado de generación en generación. Están, por decirlo de alguna forma, en los genes del campesinado. Coged a este campesino y lanzadlo en paracaídas sobre una comuna. El alma y el pensamiento de este hombre entrarán en contradicción directa con los ideales socialistas de la comuna. Y esto es precisamente lo que pasó en la realidad.
Sobre la base de la concepción materialista y de la experiencia, los dirigentes del partido han constituido el segundo grupo, primero en torno a Deng y luego en torno a Jiang Zemin y Hu Jintao. Y también han rectificado permanentemente cuando la práctica hacía comprender que ello era posible y necesario. Un ejemplo: en los años 80, Deng Xiaoping declaraba que había que permitir que una parte de la población acceda primero al desarrollo. Esta concepción estaba inspirada por la situación y los problemas sobre el terreno. Durante la primera década de este siglo, está concepción se ha archivado. Desde entonces, la concepción reinante es la siguiente: debemos, todos juntos y de manera armoniosa, acceder al desarrollo. Naturalmente, a primera vista y sin conocimientos profundos de la práctica, siempre se optará primero y en cualquier lugar por la segunda concepción. Pero esta segunda concepción sólo se convirtió en directriz cuando lo permitieron la circunstancias – lo que constituye el factor objetivo – y cuando el PCCh había adquirido una gran experiencia en la manera en la que debe ser construido el socialismo – y este, en cambio, es el factor subjetivo.
Ofrecer una imagen negativa de Deng tiene para nuestros generadores de opinión occidentales una motivación ideológica, así como un objetivo político. Pretender que Deng y todos los que le sucedieron traicionaron la revolución y el socialismo, se inscribe en la ideología burguesa orientada contra los intentos de la gente por cambiar las cosas para bien. Como se suele decir mofándose de los jóvenes que quieren cambiar el mundo, se trata de una idealismo estúpido. Sí, cuando uno es adolescente o tiene 20 años, suele ser revolucionario. Pero cuando uno se hace un poco más viejo, acaba sosegándose no obstante. La "traición" de Deng y sus sucesores significa que no sirve de nada comprometerse con el cambio y la liberación, porque de todas maneras siempre habrá otros que acabarán por restablecer el orden antiguo. Nuestros ideólogos también saben que una de las armas más eficaces para matar el deseo de cambio, es el desánimo.
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