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    [Artículo de 2009] 60 años de República Popular China: la búsqueda de un modelo de desarrollo

    Deng
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    Mensaje por Deng Dom Oct 20, 2013 3:52 pm

    Artículo escrito en 2009 por Peter Franssen con ocasión del 60º aniversario de la fundación de la República Popular China.

    La República Popular China festeja su 60 aniversario. País extremadamente pobre y subdesarrollado en 1949, China se ha convertido en la segunda nación industrial y la tercera economía del mundo. Para llegar a ello, tuvo que proyectar y desarrollar por sí misma un modelo de desarrollo.

    En el momento en que Mao Zedong proclamaba la República Popular China, el nivel de vida no era más elevado que el de África negra. En el primer periodo de construcción, de 1949 a 1979, en país registraba grandes éxitos en la lucha contra la pobreza. Pero fue en el segundo periodo, de 1979 hasta nuestros días, cuando los progresos fueron más importantes. El Banco Mundial escribe: “Entre 1981 y 2004, la parte de la población que dispone de menos de un dólar al día ha pasado del 65% al 10%. Entre 1981 y 2004, más de 500 millones de chinos han salido de la pobreza.”

    En los demás terrenos del desarrollo humano también, los progresos son impresionantes.

    En 1949, el 90% de los chinos eran analfabetos. Hoy, el 87% de las mujeres y el 96% de los hombres de más de 15 años saben leer y escribir.

    En 1949, un chino vivía 35 años de media. Hoy son 72 años. Actualmente hay 4 millones de camas de hospital y 6 millones de enfermeros, médicos y parafarmaceuticos a tiempo completo. Hoy el número de médicos por cada 10 000 habitantes es de 16, es decir un 50% más que en 1978.

    En 1949, ir al colegio era un privilegio de los ricos. Hoy, China, tiene la mayor red de colegios del mundo. Los parbularios cuentan con 23 millones de niños. La enseñanza primaria, secundaria y superior cuentan respectivamente con 105, 92 y 20 millones de alumnos y estudiantes. Cada año, más de 6 millones de estudiantes de las universidades y las escuelas superiores terminan sus estudios. La enseñanza emplea a 13 millones de enseñantes a tiempo completo.

    La clave: la economía

    Durante estos 60 años, China nunca ha encontrado soluciones « receta » para problemas que son inmensos en un país donde vive una quinta parte de la humanidad y que aún en 1949, hacía parte de los más pobres del planeta. El Partido Comunista ha cometido muchos errores, muy graves incluso, y no cabe duda de que aún los comete a día de hoy. Pero no se pueden evaluar correctamente estas faltas y estos errores sin colocarlos en un contexto de progreso vertiginoso.

    Ningún gran país puede presentar un currículum como el de China. Su vecina, la India, que también cuenta con más de mil millones de habitantes, la superaba con mucho en 1949 en el plano del desarrollo humano. Hoy, la situación se ha invertido. China tiene un 7% de niños subalimentados. En la India son el 44%. En China, el 98% de los niños de menos de 12 años van al colegio. En la India son el 50%.

    En 1950, la renta per cápita de China era un 25% inferior a la de la India. Hoy es tres veces más elevada.

    La clave del éxito chino reside por supuesto en lo siguiente: cuanto más rápidamente crece la economía, más rápidamente se pueden resolver los problemas de la alimentación, la vestimenta, la vivienda, los cuidados sanitarios, la enseñanza, el empleo, la urbanización.

    Desde 1980, la economía china crece una media del 10% al año, es decir más del doble de la tasa de crecimiento del periodo 1949-1979. Hoy, China es capaz de alimentar a toda su población: un 22% de la humanidad, incluso si China sólo posee un 9% de todas las tierras cultivables del planeta. Su reserva de cereales es dos veces más importante que la media mundial.

    En 1952, el producto interior bruto (lo que se produce en todos los sectores) de China era de 68 billones de yuanes. En 2008 eran 30 billones de yuanes.

    En 1950, China producía menos del 3% de todo lo que era producido en el mundo entero. Hoy es el 12%.

    De las 22 principales categorías industriales, hay 7 en las que China es el primer productor mundial.

    El número uno, dos y tres del mundo bancario internacional son chinos y ambos tres pertenecen al Estado.

    En 1950, China producía 160 000 toneladas de acero, apenas lo que se necesitaba para fabricar un pequeño cuchillo de cocina para cada habitante. El año pasado, la producción de acero ha sido de 500 millones de toneladas – es más que la producción de Estados Unidos, Japón y Rusia juntos.

    En 2008. China realizaba el 22% del crecimiento económico total en el mundo. Según la ONU, este año superará el ecuador del 50%.

    Mientras que el mundo entero suspira y gime bajo la crisis económica, China conocerá también este año un crecimiento económico de al menos 8%. A modo de comparación: los 16 países que utilizan el euro han tenido este año un crecimiento negativo del 8%.

    La práctica pide a gritos un nuevo modelo económico

    A lo largo del tiempo, el Partido Comunista Chino ha proyectado un modelo que llama “economía socialista de mercado”. “A esto debemos nuestro éxito económico”, dice.

    Este modelo ha sido puesto en pie progresivamente a partir de 1979, como alternativa al modelo soviético clásico, la economía planificada, modelo que China ha conocido también hasta 1979. El modelo soviético nació en los años 1929-1927, tras la muerte de Lenin, el fundador de la Unión Soviética. Todos los países socialistas han aplicado este modelo tras la Segunda Guerra Mundial.

    La economía planificada, en la que el Estado concede a las empresas los medios disponibles como las materias primas y las finanzas, ha tenido sus éxitos y reveses. El modelo ha permitido a la Unión Soviética desarrollarse en muy poco tiempo, pasando de una situación de país sub-desarrollado al rango de segunda nación económica en el mundo. También permitió a la Unión Soviética vencer al nazismo y, tras la guerra, ponerse de nuevo en pie en el plano económico.  

    Pero a partir de los años 60 la economía soviética involucionaba en el plano del crecimiento de la productividad, la eficiencia y el progreso económico en general. La planificación central no podía impedir que crecieran la prosperidad y el bienestar de la gente, aunque sea de forma muy moderada, como tampoco podía impedir que sobreviniera una penuria de larga duración de bienes de primera necesidad y de bienes de consumo. A partir de los años 60, la economía capitalista central – Estados Unidos y Europa Occidental – conocía un crecimiento más rápido que el de la Unión Soviético. Treinta años más tarde, ésta iba a ser una de las causas de la desaparición de la Unión Soviética.

    A finales de los años 70, China conoció una situación comparable a la de la Unión Soviética al comienzo de los años 60. Durante el Primer Plan quinquenal, de 1952 a 1957, la planificación central aseguraba un crecimiento económico espectacular, pero por lo siguiente la tasa de crecimiento se puso a bajar constantemente.

    Durante el Primer Plan quinquenal, el crecimiento de la productividad en toda la economía fue en promedio de 8,7% al año. Durante el Tercer Plan quinquenal (1965-1970), había bajado al 2,5% y durante el Cuarto Plan quinquenal, este crecimiento fue negativo: -0,1% de media al año.

    Entre 1957 y 1978, el consumo privado en el campo aumentó un 1,9% al año y por habitante. En las ciudades, este crecimiento fue del 2,6%. Hoy, este crecimiento, tanto en el campo como en las ciudades, es entre tres y cuatro veces más elevado.

    Entre 1958 y 1978, la producción de cereales no aumentó más que un 2,08% de media al año. Es aproximadamente el mismo ritmo de crecimiento que el de la población.

    En 1953, la relación entre el número de habitantes del campo y el de las ciudades era de 4,9/1. En 1978, esta relación era exactamente la misma.

    En 1952, el 85% de la mano de obra en el campo era empleada en la agricultura. En 1978, este porcentaje era prácticamente el mismo.

    A finales de los años 70, la mayoría de las empresas eran deficitarias.

    En definitiva, la práctica pedía a gritos un nuevo modelo económico capaz de asegurar un crecimiento más rápido de la productividad, de los beneficios para las empresas estatales, una mayor eficiencia en la concesión y la utilización de los medios de producción disponibles y la construcción más rápida de una moderna nación industrial. Este modelo debía conceder más espacio a la economía individual y capitalista, y una mayor autonomía a las empresas estatales sin comprometer ni perder el control de la base del socialismo, la propiedad de los sectores con mejores prestaciones de la economía y el poder el Estado. Así, la práctica obligó a abandonar los viejos dogmas, poco eficientes. Cuando en 1979 China introdujo tímidamente los primeros mecanismos de mercado en la agricultura, ésta experimentó un crecimiento explosivo. Esto animó a perseverar. En los quince años siguientes, China pudo poner en pie su modelo coherente de economía socialista de mercado.

    El mercado socialista y capitalista

    Tres características marcan la diferencia entre la economía socialista de mercado y la economía capitalista de mercado.

    En la economía socialista de mercado, el Estado, a través de sus empresas y holdings, tiene en sus manos los pilares y los factores determinantes de la dirección de la economía, como el sector bancario, la siderurgia, las telecomunicaciones, los transportes, el sector energético, la explotación minera…

    Por otra parte, el aparato de Estado no está en manos de empresarios capitalistas. Estos no pueden, como ha sucedido bajo el capitalismo, unirse como clase socioeconómica predominante, y por consiguiente no determinan tampoco la política socioeconómica de la nación.

    Finalmente, hay diferencias en el funcionamiento del mercado. Bajo el socialismo, hay una relación de unidad y lucha entre el Estado y el mercado, relación en la que el Estado es el factor más fuerte y el que decide. Aunque el mercado sea el principal instrumento de distribución de los medios disponibles entre las empresas, no es por ello un mercado libre. Bajo el socialismo, el mercado funciona dentro de los límites del sistema social. Es lo que define el carácter del mercado. Así, en sus planes quinquenales y en su política cotidiana, el Estado chino establece cuales son las prioridades, o el cómo serán realizadas las inversiones, dónde y cómo serán corregidos ciertos aspectos. El Estado anima a los sectores individuales y capitalistas pero su preferencia está no obstante en las empresas estatales. En octubre de 2008, el Estado chino reveló que iba a lanzar toda una serie de estimulantes, por un valor de 4000 millones de yuanes. Al menos un 80% de esta suma colosal será invertida en pedidos para las empresas estatales.

    En la economía de mercado libre capitalista, también hay una planificación del Estado y una intervención del Estado, pero sólo para una parte mínima, y siempre mirando por la rentabilidad de las empresas privadas. Durante los periodos de crisis y guerra, la economía de mercado libre capitalista se orienta rápidamente sobre un sistema donde la planificación y la coordinación nacional son mucho más fuertes. Pero aquí también, la ganancia de las empresas privadas es el principio prioritario. En la economía socialista de mercado, en cambio, el desarrollo socioeconómico general de la nación es el principio prioritario.

    No hace duda algún de que la economía socialista de mercado crea nuevas contradicciones. La principal es ésta: a medida que la economía crece y que las empresas capitalistas se conviertan también en gigantes, crecerá en los capitalistas una tendencia a querer asumir el control del aparato de Estado. Como ha sido siempre el caso estos últimos 60 años, en los momentos cruciales la cohesión interna y la firmeza en los principios del Partido Comunista serán entonces determinantes.

    China cambia el mundo

    La economía socialista ha hecho crecer a China como ningún otro país lo ha hecho jamás en la historia. Esto no ha pasado desapercibido en los países de Asia, África y América Latina, donde vive el 80% de la población mundial.

    Desde los años 1990 se puso en marcha en estos países lo que se denomina el “consenso de Beijing”, una aprobación general del modelo chino de desarrollo. El consenso de Beijing adquiere importancia a medida que el consenso de Washington no deja de debilitarse. El consenso de Washington es sinónimo de neoliberalismo, privatización, desmantelamiento de los programas sociales del Estado, la venta a Estados Unidos, Europa Occidental o Japón de las partes más rentables de la economía nacional, la concesión de todas las ventajas a las capas más ricas de la población… Todo esto iba a traer un gran bien a los países del tercer mundo, decían los defensores del consenso de Washington. Por supuesto, el camino iba a ser doloroso de cuando en cuando, pero desembocaría en un futuro radiante.

    Lo que ha sucedido es lo contrario: la pobreza ha aumentado, los ingresos se han estancado o han bajado, la enseñanza y los cuidados médicos se han ido degradando. El desmantelamiento de los programas sociales ha provocado en Tailandia una mayor propagación del sida, y en Indonesia la disminución de los subsidios alimentarios a los que pasaban hambre. Para colmo, el neoliberalismo provocaba cada vez más crisis económicas en Asia, África y América Latina. Estos últimos treinta años, ha habido más de cien crisis económicas graves en países en vías de desarrollo, considerados individualmente.

    El consenso de Washington recibió el golpe de gracia en 2008, cuando las instituciones financieras de Occidente, que se creían superiores, que siempre tenían buenos consejos que vender a los países del tercer mundo, se derrumbaron lamentablemente, tras lo cual siguió un caos sin perspectiva en toda la economía capitalista.

    Poca gente en el tercer mundo ha olvidado cómo los especialistas de las instituciones financieras occidentales les predijeron durante años el colapso de los bancos chinos. Pero hoy el tercer mundo ve cómo estos mismos bancos tienen que ir a socorrer al tesoro americano, sin lo cual el número uno del mundo estaría en bancarrota, o cómo los jefes de muchas multinacionales americanos se prostran ante Dios para agradecerle la existencia de un mercado chino, sin el cual podrían hacer las maletas y cerrar el negocio. La revista económica americana Forbes escribe: “Estos próximos años, la prosperidad de los Estados Unidos dependerá de lo que pase en China. Dependemos de la buena voluntad de los chinos para poder financiar nuestro déficit presupuestario. Pero nuestra dependencia va mucho más lejos. Nuestro comercio, nuestra seguridad, nuestra diplomacia, nuestra competitividad sólo pueden crecer si las cosas no van bien en China.”

    El castigo que se merecía este capitalismo altanero y arrogante, que a partir de la trata de esclavos, se creía superior a los “untermenschen”, a ese 80% de la población mundial que vive en Asia, África y América Latina, este castigo es total. Ello motiva a una reflexión fundamental. El ganador del premio Nobel y profesor de economía Joseph Stiglitz escribía recientemente: “Esta crisis pasará. Pero ninguna crisis grave pasa sin dejar rastro. La herencia de esta crisis forma parte del combate a escala mundial entre las ideas y acerca de la cuestión de saber qué sistema económico es mejor para el pueblo. En ninguna parte este combate se lleva a cabo con tanta obstinación como en el tercer mundo, entre la gente de Asia, América Latina y África. Allí es encarnizada la batalla de las ideas entre el capitalismo y el socialismo. […] Los países del tercer mundo están cada vez más convencidos de que no se deben abrazar los ideales económicos americanos, sino que hay que apartarse de ellos lo más rápido posible.”

    Las relaciones comerciales ponen patas arriba todas las relaciones internacionales

    La batalla de las ideas y el rechazo al modelo americano también son una consecuencia de la modificación de las relaciones económicas en el mundo. El crecimiento económico de China ha hecho que el país se haya vuelto cada vez más activo en la arena internacional. En apenas veinte años, he aquí lo que ha puesto las relaciones patas arriba.

    En un extenso informe sobre la colaboración entre África y China y entre África e India, el Banco Mundial escribe: “Durante décadas, el comercio mundial ha sido una cuestión entre los países desarrollados del norte y los países en vías de desarrollo del sur, y entre los propios países del norte. Pero hoy, hay un amplio flujo de inversiones y comercio entre África y Asia. En el año 2000, el 14% de las exportaciones africanas iba hacia Asia. Hoy se trata del 27%. Es casi tanto como las exportaciones hacia los Estados Unidos y Europa, los socios comerciales tradicionales de África. La parte europea occidental de las exportaciones africanas se ha reducido a la mitad durante el periodo 2000-2005”.

    El comercio entre China y los demás países del tercer mundo parte del principio gana-gana: ambos socios deben obtener ventaja del comercio. Por regla general, esto significa que China provee infraestructuras a cambio de minerales y petróleo. Así, a finales de 2007, un gran acuerdo ha sido concluido entre el Congo-Kinshasa y China, en el que está escrito que a cambio de minerales, China va a hacerse cargo de la construcción de 31 hospitales (con 150 camas cada uno), 145 clínicas o centros de salud (con 50 camas cada uno), 4 grandes universidades, 20 000 viviendas sociales, la distribución de agua a la ciudad de Lubumbashi, una nueva sede del parlamento, 3300 kilómetros de carreteras, 3000 kilómetros de vías férreas. Durante la firma del contrato, el ministro congoleó de infraestructura, Pierre Lumbi, declaró: “Por primera vez en la historia, el pueblo congoleño sabe para qué va a servir nuestro cobalto, nuestro nickel y nuestro cobre”.

    El periódico The Economist escribe: “Cincuenta años de ayuda europea y americana no han traído gran cosa a África. La cosa cambia con China. A cambio de petróleo y materias primas, China construye infraestructuras africanas.”

    Es evidente que de esta manera China suscita mucha buena voluntad y se gana muchos amigos en África, y ello en detrimento de los lazos entre África y Estados Unidos y entre África y Europa.

    Lo mismo ocurre con América Latina. Aquí también, los lazos económicos ya han llevado a la firma de tratados de “alianza estratégica” entre, por una parte, China, y por otra parte Brasil, Venezuela, México, Argentina, Perú, Cuba, Bolivia y Chile.

    También Asia está conociendo estos cambios. Ya en 2003, el New York Times constaba: “La dominación americana en Asia, que data de hace cincuenta años, se desgasta cada vez más. Hoy, los países asiáticos se orientan en primer lugar hacia China.” Mientras tanto, la situación ha evolucionado tanto que incluso la relación entre Estados Unidos y Japón, Taiwán y Corea del Sur, los tres principales aliados de Estados Unidos en Asia, están ahora bajo presión. En 1995, Corea del Sur y Taiwán exportaban cada una hacia Estados Unidos dos veces más que hacia China. Diez años más tarde. Los dos países ya exportaban más hacia China. En 1995, Japón exportaba hacia Estados tres veces más que hacia China. El año pasado, China se ha convertido en el primer lugar de destino de las exportaciones japonesas.

    Un informe presentado al Congreso americano dice: “Los flujos comerciales modificados también cambian las relaciones de dependencia. Japón, Taiwán y Corea del Sur son desde entonces más dependientes de China. […] Las relaciones económicas hacen que hoy haya más colaboración política y entendimiento entre China y Japón, Taiwán y Corea del Sur.” Esto coincide con el desgaste cada vez más acentuado de la influencia americana en Asia.

    En los tres continentes del tercer mundo se produce el mismo fenómeno. Por otras partes parece llegar el fin de la era colonial. En el siglo pasado, y sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, decenas de naciones del tercer mundo arrancaron su independencia. Pero en muchos caso esta independencia sólo fue aparente y cambió en muy poco su subdesarrollo. La presencia de China en la arena internacional contribuye desde entonces a una independencia real de estos países y a su desarrollo.

    Peter Franssen, 1º de octubre de 2009

    Fuentes:

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    – Broadman Harry. La ruta de la seda de África. China y la nueva frontera económica de India, Banco Mundial, Washington, 2007.
    –  “El contrato China-RDC: más esclarecimientos”, Le Potentiel, 10 de mayo de 2008.
    – Datta, K.L. Planification central. El estudio de un caso: China, Concept Publishing Company, Nueva Delhi, 2004.
    – Deng Xiaoping. « Points essentiels des propos tenus à Wuchang, Shenzhen, Zhuhai et Shanghai », dans : Textes Choisis, Éditions en langues étrangères, Beijing, 1994, Tome III, pp. 379-393.
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    – Eunjung Cha Ariana. “China utiliza la crisis mundial para reafirmar su influencia”, The Washington Post, 23 de abril de 2009.
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    – Gabriele Alberto et Francesco Schettino. El socialismo de mercado es una formación socioeconómica distinta inherente al modo moderno de producción, Unctad, Ginebra, 2008.
    – Gabriele Alberto. El papel del Estado en el desarrollo industrial de China: una reevaluación, Unctad, Genève, 2009.
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    – Moffett Sebastian. “Japón al abrigo gracias al comercio chino”, Wall Street Journal, 5 de  febrero de 2008.
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    – Oficina Nacional de Estadística, Libro anual de estadísticas chinas, China Statistics Press, Beijing, 2008.
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    – Shankar Acharya. “El auge de India opera a la sombra del verdadero gigante asiático”, The Financial Times, 29 de julio de 2009.
    –“Informe especial sobre la búsqueda de recursos por parte de China”, The Economist, 15 de marzo de 2008.
    – Stiglitz, Joseph. “El mensaje envenenado de Wall Street”, Vanity Fair, julio de 2009.
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    – Zhang Xudong. “Las estadísticas muestran los logros y las deficiencias de China en los últimos 60 años”, Xinhua, 18 de agosto de 2009.
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