INTRO DE LOS EDITORES:
Ya que hemos empezado a analizar los elementos que pudieron desencadenar la crisis polaca de 1956, venimos ahora con su crisis homóloga: la crisis húngara de 1956 que desembocó con la contrarrevolución armada de 1956. El documento del belga Ludo Martens nos va a ayudar a entender los precedentes en cuanto a peligros internos –como la reorganización de las clases derrotadas tras la toma de poder, o las tendencias nacionalistas-burguesas dentro del partido– y las externas –la captación de agentes en las filas del partido, o la financiación del exterior a las capas reaccionarias–.
Pasaremos por tanto a analizar; desde el primer intento de golpe de Estado en 1946 –para ver que la reacción nunca ceja aceptara una vía pacífica al socialismo–, las acciones del famoso arzobispo Mindszenty –para ver la posición de la iglesia en estos procesos–, la posición estadounidense –auxiliando a los partidos de derecha y criticando los procesos contra los criminales de guerra fascistas–, la lucha contra el derechismo y el nacionalismo en el partido –analizando el caso del agente titoista László Rajk o pasando brevemente por la expulsión de Kadar y Nagy del partido–. Llegando a 1953 vemos como se desmonta como un castillo de naipes el núcleo marxista-leninista y el CC del partido elige a un renegado como Imre Nagy, añadiéndose rehabilitaciones de hombres como Kadar en 1954. Rakosi-Gerö recuperan el poder brevemente en 1955 y consiguen expulsar de nuevo a Nagy, hasta que en 1956 impulsados por la ola del XXº Congreso del PCUS Nagy volverá a la cabeza del Partido. En esos días veremos los comentarios de John Foster Dulles hablando abiertamente de «intensificar la presión sobre los países satélites, lo que podría conducir a su liberación completa» y las arengas de Radio Europa Libre. Para finalizar veremos los acontecimientos en Hungría a partir de octubre, y brevemente los papeles de Jruschov, Tito, Nagy, Kadar, y demás –este acontecimiento estará explicado más extensamente en otras publicaciones–. Y como capítulo final un análisis de los procedimientos antileninistas de Kadar en el Partido Socialista Obrero Húngaro desde 1957 hasta 1989.
Cabe añadir como curiosidad, que a las técnicas «confesadas» de provocación de los agentes de la CIA como Joseph Swiatlo para inculpar a otros honestos militantes, estamos de acuerdo con Ludo Martens, y lo cierto es que dichas «confesiones» responden más bien a resguardar a sus agentes operativos de entonces y a dar otra razón para aminorar la vigilancia en los Estados socialistas. En el caso que comenta el documento, el de Gomulka, existe suficiente documentación para esclarecer que las acusaciones a Gomulka sobre derechismo –que no espionaje– son muy tempranas y muy demostrables. En particular vemos como en el momento algido de la contrarrevolución, muchos partidos que se habían «comprometido» por construir el socialismo, se quitan la careta y abogan por la propiedad privada, dando una lección histórica sobre la idea revisionista del perpetuar el multipartidismo en el socialismo bajo condiciones «histórico-nacionales».
En 1990, ya no se discutía que la restauración del capitalismo en Hungría era un hecho. Varios eminentes pensadores tuvieron la ocasión de exponer sus profundas justificaciones de este proceso «liberador». Según algunos de ellos, esta resurrección del capitalismo sería la prueba final de la bancarrota de 45 años de «stalinismo», Oros estimaron que el capitalismo probó su notable dinamismo, y Que el socialismo se derrumbó por su fracaso económico. Una tercera justificación sostuvo que, puesto que no solo de pan vive el hombre, la ausencia de democracia y de libertad propia del «stalinismo» –léase «socialismo»– llevó a las masas a deshacerse del régimen totalitario. Y una última teoría que vino a anquilosar nuestros espíritus no debemos lamentar la restauración actual, ya que Hungría se limitó a sufrir el despotismo asiático impuesto por los tanques soviéticos y, en realidad, nunca conoció el socialismo.
Estas cuatro teorías, difundidas por los filósofos oficiales de Occidente, nos empujan hacia la resignación frente a la restauración, e incluso, hacia una cierta simpatía por la «liberación» de Hungría. Ellas han encontrado una acogida favorable en el seno de la izquierda domesticada del mundo imperialista. Redibujar algunas líneas esenciales de la historia húngara nos permitirán establecer cuatro verdades.
Entre 1945 y 1948, los trabajadores húngaros llevaron adelante una revolución socialista e instauraron la dictadura del proletariado. En 1956, una contrarrevolución violenta, provocada por la derecha húngara con el apoyo del «mundo libre», amenazó las bases mismas del régimen socialista. Después del establecimiento del orden por el ejército soviético, Janos Kadar mantuvo ciertos rasgos del socialismo, al mismo tiempo que rompía con el marxismo-leninismo revolucionario y seguía una línea de descomposición interna lenta.
En 30 años de evolución pacífica, Kadar y sus sucesores realizaron, finalmente, todos los objetivos señalados por los rebeldes de 1956. La contrarrevolución armada se hundió para reaparecer y triunfar, tres décadas más tarde, como contrarrevolución pacífica.
La liberación, tras 25 años de fascismo
Durante el torbellino de la revolución bolchevique, los revolucionarios húngaros instauraron, en 1919, la dictadura del proletariado bajo la forma de una República de los Consejos, dirigida por Bela Kun. Tras 133 días de existencia, fue aplastada con la ayuda de ejércitos extranjeros. Miklos Horthy fundó entonces un régimen de terror –de hecho el primer régimen fascista de Europa– que sojuzgó a Hungría hasta 1944. Durante ese cuarto de siglo, toda la propaganda comunista fue severamente reprimida y el partido debió refugiarse en la clandestinidad.
En septiembre de 1944, el Ejército Rojo hizo retroceder las tropas nazis que habían ocupado el territorio de su aliado húngaro desde el 19 de marzo de 1944. El periódico clandestino Szabad Nep escribió en ese momento:
«Horthy y sus acólitos difunden fábulas alarmistas sobre millones de obreros rumanos que habrían sido deportados por el Ejército Rojo para realizar trabajos forzados, y pretenden que la misma suerte está reservada para los trabajadores húngaros si el país no se mantiene junto a Hitler». (1)
Esta intoxicación provocó una verdadera psicosis entre quienes se habían dejado influir por más de un cuarto de siglo de desinformación fascista. Desde entonces, el nacionalismo antisoviético será uno de los vectores esenciales de la ideología fascista.
El 15 de octubre de 1944 tiene lugar un Consejo de la Corona en torno al regente Horthy. Echemos un vistazo al resumen de la reunión:
«Según el Primer Ministro, no se debe esperar hasta que los rusos atenacen por completo nuestros dos ejércitos, estacionados uno en Transilvania y el otro sobre la línea de los Cárpatos orientales. Según el Regente, no hay ninguna esperanza de recibir ayuda. Las promesas alemanas no son serias. No han cumplido ninguna de sus promesas. El Regente espera que si se concluye un armisticio con los aliados hoy mismo, las comisiones inglesa y norteamericana llegarían a Budapest al mismo tiempo que los rusos o poco después de su entrada. El Ministro de la Agricultura teme que con los rusos llegue un gran número de agitadores comunistas, lo cual podría señalar el inicio de un fuerte movimiento comunista. Según el Regente, nosotros tenemos suficiente fuerza para contener tal movimiento». (2)
Lo que condujo el espíritu de Horthy fue su odio hacia los comunistas húngaros y el ejército soviético. Quiso concluir un armisticio con los aliados para permitir a ingleses y norteamericanos venir en su ayuda y salvar la crema y nata de su ejército. Horthy declaraba que el armisticio facilitaría «la sobrevivencia del país»; la consigna de «la independencia de Hungría» tendría, en adelante, en boca de la derecha, una connotación fascista, antisoviética y pro anglo-norteamericana.
Pero ese mismo 15 de octubre, bajo la instigación de los alemanes, el mayor Ferenc Szalasi tomó el poder. Era el jefe de las Cruces Gamadas, las bandas nazis suicidas que, a sabiendas de la proximidad del fin, instauraron un terror demencial.
El 3 de diciembre de 1944 vio la luz el Frente Húngaro de la independencia Nacional. Agrupaba, además del Partido Comunista, a otras formaciones burguesas que operaron legalmente bajo el régimen fascista de Horthy: el Partido Socialdemócrata, el Partido lndependiente de Pequeños Propietarios, el Partido Nacional Campesino y el Partido Demócrata Burgués. El programa del Frente Húngaro de la independencia Nacional comprendía la disolución de las organizaciones fascistas; sin embargo con sus estipulaciones de «colocar los carteles y grandes bancos bajo el control del Estado» y de «promover eficazmente la iniciativa de las empresa privadas» no salía en absoluto de un cuadro burgués. (3)
En Hungría perecieron, en el curso de la guerra, 700.000 habitantes, sobre una población de 10.000.000. Fueron destruidos el 30% de las instalaciones mecánicas, el 36% de las vías ferroviarias y el 25% de los edificios de habitación. (4)
Desde el primer momento de la liberación, las reformas democráticas permitieron movilizar las energías de los trabajadores; 640.000 familias campesinas recibieron 1,8 millones de hectáreas de tierras. Un primer plan trienal facilitó a los obreros y los técnicos enfrentar con entusiasmo la reconstrucción del país. (5)
El primer complot fascista
Sin embargo, las fuerzas horthystas y reaccionarías no habían sido en absoluto liquidadas cuando comenzó la reconstrucción del país.
En diciembre de 1946, la Seguridad descubrió un complot fascista: un grupo de militares esperaban aprovechar la firma del tratado de paz y el retiro del ejército soviético para tomar el poder. Esperaban restablecer el poder de Horthy en nombre de la «continuidad legal». Los conjurados formaban parte de una organización secreta llamada Magyar Kozosseg –Comunidad Húngara–, estructurada en familias, clanes y tribus, y dirigida en su conjunto por un Comité de Siete. Entre los jefes se encontraban: Gyula Gombos, presidente del Consejo entre 1933 y 1936; Miklos Kallay, presidente del Consejo a partir de 1942; Andras Szentivanyi, oficial de estado mayor bajo Horthy, y Balint Arany, secretario nacional del Partido Independiente de Pequeños Propietarios.
Durante el proceso, los conjurados revelaron que Bela Varga, presidente del Partido Independiente de Pequeños Propietarios, y Ferenc Nagy, presidente del Consejo en función, se encontraban a la cabeza del complot. Ferenc Nagy había convenido con representantes de Estados Unidos seguir una política prudente de limitación de la influencia de la izquierda, y no actuar abiertamente hasta después de la ratificación del acuerdo de paz.
El general estadounidense Weems, miembro de la Comisión de Control, aliado en Hungría, denunciaba –en una carta dirigida el 5 de marzo de 1947 a los responsables soviéticos– «una intervención extranjera en los asuntos internos húngaros, por parte de elementos minoritarios de Hungría que imponían su voluntad a la mayoría elegida por el pueblo». Ya en 1947, el imperialismo norteamericano declaraba, públicamente, «la intervención soviética» en Hungría, al mismo tiempo que apoyaba a antiguos elementos horthystas y reaccionarios. (6)
El arzobispo Mindszenty apuesta por la Tercera Guerra Mundial
La jerarquía católica constituyó uno de los mayores soportes del régimen de Horthy a lo largo de su existencia. Frente a la consolidación del poder democrático, la reacción interior, al igual que los elementos emigrados y sus protectores norteamericanos, se apoyaban en ella para el trabajo de información y de subversión.
El arzobispo Mindszenty explica, en sus Memorias publicadas en 1974 , con una franqueza que roza en la indecencia, que él se considera como un hombre político, cuya primera vocación es el combate anticomunista. (7)
Cita a su predecesor, el cardenal Seredi –al que de pasada llama «brillante jurista»– y hace suyas sus palabras:
«En la persona de cada primado de Hungría se encuentran ligadas las más altas dignidades de la Iglesia Católica y la del derecho público húngaro, lo cual simboliza la realeza cristiana y húngara. (...) Como consecuencia de una ley emitida por el rey Etienne, el primado es la primera autoridad de derecho común, después del rey o el jefe del listado». (7)
Ello explica por qué Mindszenty pudo asumir, durante un breve período en 1919, la dirección del Partido Cristiano recién creado y apoyara al regente Horthy durante todo su mandato, desde los años 20 hasta los 40.
Desde el momento en que el Ejército Rojo empezó a barrer con los alemanes, Mindszenty escribió la palabra «liberadores» entre comillas y terminó por reemplazarla directamente por «ocupantes». (8.)
Al inicio de la liberación de Hungría de un cuarto de siglo de fascismo, Mindszenty redactó unas cartas pastorales para atacar el socialismo. En mayo de 1945, las hizo leer en todas las iglesias:
«Ningún Estado ha podido subsistir sin estar basado en la justicia y la moralidad. Pero la base de la moralidad es la Iglesia. (...) Nosotros somos las bases de una verdadera democracia del Evangelio y no explotamos la democracia como un camuflaje para servir ambiciones egoístas».
En las Memorias apunta:
«La primera gran procesión religiosa, el 20 de agosto de 1946, fue la expresión neta de este rechazo al comunismo. Ese día, 500.000 fíeles siguieron en procesión a santa mano derecha de San Etienne, permanecida incólume».
En diciembre de 1945, en Roma, Mindszenty se reunió con cuatro cardenales estadounidenses que «no estaban muy satisfechos de la alianza ruso-norteamericana». (9)
En las elecciones de 1946, el Arzobispo dio instrucciones a su rebaño para que se opusieran a la izquierda y apoyaran el imperio inglés:
«Un elector cristiano no puede votar por un partido o un grupo que lleva en sí la opresión y la dictadura, y que ya ha violado bastante todo derecho del hombre o derecho natural. El Ministro inglés de Asuntos Exteriores tiene razón cuando dice que se tiene la impresión de que en Hungría un régimen totalitario solo será reemplazado por otro». (10)
Al mismo tiempo, Mindszenty se opuso a la reforma agraria –que tendía a «liquidar a ciertas clases de la sociedad»–; protestó contra la intención del gobierno de «abolir la monarquía milenaria húngara», y se preocupó «de la suerte de aquellos que eran llamados «criminales de guerra’, cuya mayor parte era gente inocente». (11)
En junio de 1947, el arzobispo Mindszenty y su secretario Andras Zakar, parten hacia Ottawa para asistir a un congreso marial. Aprovecharon para pasar por Estados Unidos, donde se reunieron con el cardenal Spellman, vocero de los anticomunistas más exaltados del país. Spellman les organizó un encuentro con Tibor Eckhardt, uno de los principales responsables del régimen Horthy, refugiado en Estados Unidos, y con Otto de Hasburgo, quien les expuso con detalle sus proyectos para la restauración de la Casa de los Hasburgo en el cuadro de una unión austrohúngara. Desde 1945, Mindszenty trasmitió regularmente informaciones a Selden Chapin y a Kocsak, dos diplomáticos norteamericanos. A inicios de febrero de 1949, Mindszenty, durante su proceso, confesó, frente a acusaciones irrefutables, que él escribió una carta al señor Chapin pidiéndole un avión y un automóvil para huir de Hungría. A inicios de 1948, Mihalovics, director de Acción Católica y colaborador directo de Mindszenty, huyó a Estados Unidos. Allí entró en contacto con el barón Gabor Apor, con Endre Hlatky y con otros hombres cercanos a Horthy. En una carta a Mihalovics, Mindszenty anunciaba su decisión de publicar regularmente informaciones sobre Hungría, con el fin de movilizar apoyos económicos y materiales:
«Yo me lanzo en la lucha contra el comunismo, sirviéndome del interés despertado por mi fuga». (12)
En un panfleto fulminante contra el «terror comunista» en Hungría, Roland Varaigne destacó, con cierta incomodidad, que «El hecho de que el Cardenal se haya reconocido culpable provocó una intensa estupefacción en Occidente». Sin embargo, reconoció que «Mindszenty estaba perfectamente lúcido». No obstante, quienes lo acusaron de «capitulación total» llegaron demasiado rápido a sus conclusiones: «En realidad Mindszenty contestaba, aunque ciertamente de una forma embarazosa, los puntos esenciales de la acusación». Varaigne citó como prueba el siguiente pasaje:
«Mindszenty: Yo me siento culpable por cuanto cometí una parte considerable de los actos de que se me acusa. Naturalmente, ello no significa que yo reconozca las consecuencias de esos actos que señala el acta de acusación.
El Presidente del Tribunal: En el curso de conversaciones, usted ha considerado la posibilidad eventual de ocupar el puesto de jefe de Estado.
Mindszenty: Nosotros lo pensamos únicamente en el caso de que –dado que en 1947 circulaba con persistencia la noticia de una eminente Tercera Guerra Mundial– los cambios históricos crearan en Hungría una situación tal que, en este país, las fuerzas exteriores y la guerra produjeran cambios que implicaran un vacuum juris; nosotros hemos considerado lo que en un caso como ese debí a y podía ser hecho». (13)
He aquí a un hombre que, con la pretensión de hablar en nombre de Dios todopoderoso, se preparaba a dirigir un gobierno pro norteamericano en el momento en que Estados Unidos iniciara la tan esperada tercera guerra mundial antisoviética. ¡Y decir que en el mundo «libre» el juicio fue presentado como un ejemplo de los abominables procesos stalinistas!
La CIA y los socialdemócratas de derecha
A partir de 1947, James McCargar, secretario de la delegación estadounidense en Budapest, y el capitán McClemens, utilizaron a varios dirigentes del ala derecha de la socialdemocracia –entre ellos Kuroly Peyer y Frigyes Pisky-Schmith– para constituir redes de espionaje. (14)
Obsérvese que se trataba de actividades –más tarde reconocidas públicamente– que los servicios secretos norteamericanos realizaban en esa época entre los dirigentes socialdemocratas de Suecia, Italia y Bélgica. El 8 de febrero de 1948 el secretario general del Partido Socialdemócrata, Szakasits, anunció la decisión de excluir del partido su ala derecha. En junio de 1949, este partido se fusionó con el Partido Comunista y se formó el Partido de los Trabajadores Húngaros. En las elecciones de 1947, el Partido Comunista había obtenido el 22% de los votos, que lo convertía en la primera fuerza política del país, y el Partido Socialdemócrata de Szakasits, el 14%. (15)
La instauración del poder obrero
Entre 1945 y 1948, los comunistas pudieron desarrollar la lucha política contra las fuerzas reaccionarias en condiciones muy favorables. Por un lado, había un gran entusiasmo de los trabajadores más pobres, liberados de un cuarto de siglo de terror fascista. Y, por otro lado, la presencia del Ejército Rojo provocaba un gran temor en la derecha y dificultaba las intervenciones norteamericanas abiertas. Gracias a la intensificación de la lucha de clases y la realización de un trabajo político profundo y meticuloso, los comunistas consiguieron desmantelar, uno tras otro, los núcleos centrales de todas las formaciones políticas burguesas y unificar las fuerzas democráticas. A partir de 1948, el Estado de democracia popular realizaba en Hungría las funciones de una dictadura del proletariado. El partido pudo impulsar, por etapas, la nacionalización de la industria. Partiendo al principio de la reivindicación de controles del Estado sobre los bancos, se pasó a la nacionalización de los tres mayores y después a la nacionalización de las minas, de las metalurgias, etc. A finales de marzo, todas las empresas con más de 100 empleados fueron nacionalizadas y la base económica del capitalismo se redujo sensiblemente. (16)
Es útil recordar que en esa época la instauración de la dictadura del proletariado fue llevada adelante por un inmenso entusiasmo popular, que los liberales ilustrados no pueden negar. Pierre Paraf escribía en un libro publicado en 1962:
«Llevado por la historia a la más frugal simplicidad, el pueblo de las democracias populares soportó mejor que otros los duros sacrificios que originaba el inicio de la construcción socialista, que implicó a menudo el trabajo obligatorio. El entusiasmo cotidiano llenó de vitalidad la disciplina impuesta por la ley. La juventud obrera e intelectual acogió esta tarea como una aventura exaltante y fecunda: la construcción del suelo que reparaba la del cosmos. (...) El comunismo representa, desde este punto de vista, lo que pudo representar la cristiandad en la Edad Media, apoyado sobre las conquistas de la ciencia. Es eso, más bien que las diferencias en el nivel de vida, lo que distingue un mundo del otro». (17)
El 17 de marzo de 1949 Hungría, por depurar su sistema político de los antiguos fascistas y de los colaboradores estadounidenses, la acusó el Departamento de Estado norteamericano de «violaciones a los derechos del hombre». El arma de los «derechos del hombre» que Estados Unidos sigue esgrimiendo en sus nuevas cruzadas, se forjó en el inicio de la guerra fría.
La réplica del gobierno húngaro no tardó: ustedes, los defensores norteamericanos «de la libertad, de la democracia y de los derechos del hombre» –así hablaban ya en 1950, los norteamericanos en plena batalla por la hegemonía mundial–, ustedes dan refugio a los jefes fascistas como al general Karoly Bartha, ministro de la Guerra en 1941; Henrik Werth, jefe del estado mayor de Horthy durante la guerra; Laszlo Bankuty y Bela Jurcsek, ministros de Szalasi, el nazi demente; ustedes protegen, en el exterior, al regente Miklos Horthy, al general Kisbamaki-Farkas y al lugarteniente Gusztav Henneyei. Ustedes rechazan extraditar hacia Hungría, de acuerdo con los convenios oficiales, a todos esos dirigentes fascistas. (18)
Las confesiones de Rajk
Una vez que el Partido Comunista se consolidó como la fuerza dirigente en la construcción del socialismo, las principales amenazas contra el poder de los trabajadores comenzaron a provenir de su propio seno.
El 26 de abril de 1949 un periódico suizo, Die Tat publicó un extraño artículo basado, según sus propias afirmaciones, en confidencias de John Foster Dulles:
«Los norteamericanos otorgan su ayuda activa a las iglesias y a los sindicatos no comunistas ilegales en todos los países del otro lado de la cortina de hierro. En Washington, donde los emigrantes del Este son particularmente activos, el lobby anticomunista es muy activo y cuenta con gran audiencia. El dinero y las armas llegan a los países totalitarios del Este a través de numerosas vías de contrabando. (...) Desde que John Foster Dulles inició hace un año el nacimiento del movimiento clandestino nominado Operación X, sostenido por Occidente, muchas cosas han sucedido en ese sentido. Occidente ha intentado infiltrarse cerca de los cuadros y los medios dirigentes de las democracias populares, y parece que el éxito supera con creces todas las expectativas». (19)
Este pasaje constituye una buena introducción al proceso de Laszlo Rajk, antiguo secretario del Comité Central del Partido Comunista Húngaro y antiguo ministro del Interior. Citamos, en primer lugar, las declaraciones realizadas por Rajk durante su proceso público, llevado a cabo del 16 al 24 de septiembre de 1949.
Según el propio Rajk, tras su ingreso en Hungría en el otoño de 1945 y su denominación como secretario de organización del partido en Budapest, fue contactado por Kovach, miembro de la comisión militar estadounidense. Este último afirmaba tener pruebas de que Rajk había trabajado para la policía de Horthy:
«Más tarde —dijo Rajk— yo conté a Kovach que, según las informaciones del Partido Comunista, en Hungría los diferentes elementos de derecha, los trotskistas, el grupo de Weiszhaus, los partidos de derecha como el Partido Independiente de Pequeños Propietarios y el ala derecha del Partido Socialdemócrata, habían emprendido un poderoso trabajo de organización e intentaban colocar, en fábricas, instituciones y oficinas, a elementos nacionalistas, chovinistas y antisoviéticos. El lugarteniente coronel Kovach —continuó Rajk— me decía que yo debía hacer todo lo posible porque esos elementos pudieran desplegar su actividad política sin ser molestados».
Kovach colocó a Rajk en contacto con Marton Himmler, un agente de los servicios secretos estadounidenses:
«Quería confiarme la tarea —declaró Rajk frente al tribunal— de facilitar la toma del poder por las fuerzas de la derecha y de debilitar al partido a través de la organización de una fracción dirigida contra Rakosi. Yo debía difundir entre la opinión pública la idea de que no había unidad en el seno del partido, sino que, bajo mi dirección, existía una fuerte fracción nacionalista, antisoviética y de orientación norteamericana. Ello crearía conmoción y desorganización entre las fuerzas de izquierda, y facilitaría que las fuerzas de derecha tomaran la iniciativa. Como ministro del Interior, y siguiendo instrucciones de los norteamericanos, a finales de 1946, coloqué en el Ministerio del Interior a Sandos Cseresnyes, hombre de los servicios secretos yugoslavos; a Laszlo Marschall, quien trabajaba para la segunda dirección de los servicios secretos franceses; Frigyes Major, agente del servicio secreto norteamericano CIC, y a Bela Szasz, hombre del servicio de inteligencia inglés. Además, a principios de 1946, el lugarteniente coronel Kovach colocó a mi disposición a Tibor Szonyi, quien era su hombre de confianza». (20)
Tibor Szonyi frente al tribunal declaró lo siguiente:
«Yo permanecí en Suiza desde finales de 1938 como emigrado político. En Suiza se encontraba durante la guerra el Centro Europeo del Servicio Norteamericano de Información Estratégica del ejército, el OSS. Su jefe era Alien Dulles. Fue allí que, en septiembre de 1944, un yugoslavo llamado Micha Lompar me propuso entrar en contacto directo con Alien Dulles. Nos reunimos regularmente con Dulles en Berna entre septiembre de 1944 y enero de 1945, hasta mi regreso a Hungría. Dulles me expuso detalladamente sus concepciones políticas para la posguerra. Pensaba que era evidente que muchos países de Europa oriental serían liberados por tropas soviéticas, y que los partidos comunistas devendrían partidos gobernantes. En el interés de la orientación estadounidense y de la política de cooperación con América, era necesario que ejerciéramos nuestra actividad principalmente en el interior del Partido Comunista».
Más tarde, Szonyi habló de sus contactos con Noel Field, un colaborador de Dulles, y dijo:
«En mayo de 1949, Laszlo Rajk me informó detalladamente del plan de golpe de Estado. Quince días antes de mi arresto, me confío que se había concebido el proyecto de eliminar físicamente a varios dirigentes del Estado, entre ellos Rakosi, Farkas y Gerö, y que lo había discutido con Rankovitch, el ministro del Interior yugoslavo».
Tras la formación de un nuevo gobierno, presidido por Rajk:
«Se modificaría la estructura política del país, siguiendo el modelo de Yugoslavia. Los partidos políticos y, principalmente, el Partido de los Trabajadores Húngaros serían relegados al segundo plano en la vida política y cederían el lugar a un frente popular con una amplia base. También se impulsarían cambios lentos y graduales en el dominio de la política exterior, y de forma igualmente lenta y gradual haríamos que Hungría abandonara a la Unión Soviética y las democracias populares, y se pasara al lado de los Estados Unidos de América». (21)
Rajk, Nagy, Pozsgay, Nyers y la restauración
En las declaraciones de Rajk y de Szonyi podrían reducirse a los siguientes puntos esenciales: Los partidos burgueses, socialdemócratas y trotskistas, hicieron todo lo posible por desmantelar el régimen socialista y, en este sentido, contaron con el apoyo de los servicios secretos extranjeros. La actividad de estas formaciones se hallaron cubierta y protegida por elementos poco seguros en el seno del Partido Comunista. Las fracciones revisionistas rompieron la unidad del partido y lo minaron desde el interior. Los servicios secretos occidentales hicieron lo posible por infiltrarse en el partido con el objetivo de promover a elementos dudosos. El nacionalismo burgués constituyó un factor esencial en la desintegración de los partidos revolucionarios. La supresión de la función dirigente del Partido Comunista en beneficio de un frente «popular» que reagrupó las fuerzas burguesas, constituyó una etapa esencial en el proceso de restauración.
La victoria de la contrarrevolución pacífica en 1989 arroja una rara luz sobre las declaraciones de Rajk y Szonyi: fueran ambos culpables o no, es preciso constatar que el proceso de restauración del capitalismo siguió, en lo esencial, el camino marcado en sus declaraciones. Es posible que los investigadores de la época hayan ido demasiado lejos y presentado pruebas no concluyentes de la colusión entre Rajk y los norteamericanos.
Únicamente una nueva generación de revolucionarios húngaros podrá rescatar de las sombras la verdad sobre estos dos fenómenos de capital importancia: las actuaciones de los servicios secretos occidentales y la evolución del oportunismo en el seno del partido durante los años 1945-1953. He aquí algunas bases de lo que decimos: la CIA sacó a la luz pública cierto número de sus actividades en Europa del este. Lo que sigue es cita fiel libro de un periodista inglés, Stewart Steven, que revela algunas cosas que sin duda, se hace para proteger mejor otras operaciones y personas. (22)
Sabemos que el teniente coronel polaco Joseph Swiatlo, que tuvo una participación importante en el proceso contra Rajk, fue reclutado en 1948 por los servicios ingleses antes de ser transferido a la CIA.
En ese momento, Swiatlo era el número dos del Décimo Buró de Seguridad, que se ocupaba de las actuaciones del partido y del gobierno; además figuraba entre las 12 personas más importantes de Polonia socialista, y podía determinar en buena medida el porvenir de los cuadros. Del capitán Michael Sullivan, que lo reclutó, sabemos que:
«Desde la liberación de Polonia en 1944, se presentaba en el país como jefe de una misión de abastecimiento británica y, bajo la coartada de acciones caritativas, levantó una de las redes de espionaje político más complejas y elaboradas que podían encontrarse en ese momento en el mundo». (23)
Alien Dulles, el jefe de la CIA, se mostró encantado cuando Swiatlo entró a su servicio:
«Dulles insistió en que se le reservase 20 años si fuera preciso hasta el momento en que el gran golpe pudiese funcionar». (24)
Pero muy pronto Swiatlo recibe el encargo de montar falsas acusaciones contra dirigentes comunistas que entrarían al servicio de la CIA. Swiatlo inventa una red de espionaje con ramificaciones internacionales y desenmascara su llave maestra: Noel Field, que durante la guerra había sido director para Europa de la organización de ayuda protestante de los unitaristas norteamericanos. Field era simpatizante del comunismo y conocía personalmente a muchos dirigentes de las democracias populares. Swiatlo probó que Field, quien desde 1926 era diplomático del Departamento de Estado norteamericano, trabajaba para la CIA a las órdenes directas de Dulles, y que había reclutado a cuadros importantes en la mayoría de los países comunistas de Europa oriental. Por varias fuentes, la seguridad soviética recibió confirmación sobre tales acusaciones.
¿Era Field inocente? ¿Fue víctima de un complot de la CIA, como afirma Steven con Swiatlo? En cualquier caso, años más tarde el propio Field confirmó lo que relatamos a continuación. Robert Dexter trabajaba durante la guerra a las órdenes de Field en una misión protestante de los unitaristas en Europa. Dexter era un oficial del OSS, el servicio de información norteamericano, dirigido desde Berna por Alien Dulles. Dexter puso a Field en contacto con Dulles, ron la intención explícita de introducirlo en la OSS. Después, Field colocó a comunistas de varios países, entre ellos de Alemania y Yugoslavia, al alcance de Dulles. (25)
Según él mismo afirmó, Swiatlo utilizó la «Red Field» para acusar en falso a comunistas como Rajk en Hungría y Slansky en Checoslovaquia. Consiguió perjudicar seriamente la cabeza del partido polaco, haciendo detener al número dos, Jakub Berman, y a Wladyslaw Gvomulka. En cuanto comenzó a levantar sospechas, Swiatlo se unió a Occidente; se fue el 21 de diciembre de 1953. (26)
La historia prueba, cuando menos, que los servicios secretos occidentales lograron reclutar en los países socialistas a hombres del mus alto nivel. Utilizaron algunos agentes para montar provocaciones dirigidas contra cuadros comunistas; la existencia de tendencias oportunistas y nacionalistas en el interior de los partidos les brindaba un terreno ideal. Comunistas honestos pero que manifestaban inclinaciones socialdemócratas, se convertían fácilmente en víctimas de complots tramados por los norteamericanos. La CIA no solo sembraba cizaña en el partido, sino que contaba con disfrutar, al cabo de unos años, de dividendos suplementarios. Acusados en falso de pertenecer a la CIA, detenidos injustamente y con frecuencia maltratados, se esperaba que estos hombres fuesen objeto de reclutamiento fácil, después de sufrir en su propia carne las «fechorías» del stalinismo. Es muy probable que las revelaciones de Swiatlo, hechas en Estados Unidos, sacando a la luz ciertas verdades, cumplían también la función de proteger a hombres que seguían trabajando para los servicios norteamericanos.
En la áspera lucha de clases que caracterizaba los primeros años de edificación socialista, los comunistas se enfrentaban a dos fenómenos diferentes y a menudo entremezclados: la existencia de corrientes oportunistas y nacionalistas que, llevada su lógica al extremo, caían del lado del imperialismo, y la acción subversiva dirigida directamente por las potencias imperialistas.
Corresponderá a futuros historiadores revolucionarios húngaros desentrañar el enredo de luchas diversas que constituyó el asunto Rajk.
Pero la esencia política de este proceso, tal como fue sentida por los comunistas húngaros de la época, puede resumirse así: En el curso de la lucha de clases, que se desenvuelve en las condiciones del socialismo, los elementos oportunistas y nacionalista-burgueses en el interior del partido suelen evolucionar hacia un programa abiertamente restaurador y entran, a merced de tal camino, en asociación clara con las potencias imperialistas y la reacción interior. Y bien, contra esta lección, que es esencial conocer para la consolidación del socialismo, claman rabiosamente todos los arrebatados del antistalinismo:
«El proceso de Budapest –escribió Frangís Fejto– fue una ceremonia de culto. Lo absurdo de las tesis expuestas, su sin sentido evidente, tenían una función social y religiosa». (27)
Este autor quiere esconder bajo su palabrería vulgar y mistificadora el fundamento político de la lucha en curso que, sin embargo, comprende perfectamente:
«En Hungría –dijo Fejto– Tito disfrutaba de numerosos simpatizantes entre los viejos militantes del partido, con el ministro del Interior Lazslo Rajk a la cabeza. Estos procesos, –continúa lúcidamente– constituyen una vasta ofensiva contra las tendencias autóctonas reformistas y nacionales; Rajk y los otros querían hacer concesiones reales a las aspiraciones nacionales y liberales de la población por medio de una realización de las virtualidades democráticas del socialismo». (29)
Como se ve, Fejto describe perfectamente la orientación nacionalista-burguesa, antisoviética, y la deriva socialdemócrata, reformista, cuyos primeros síntomas se dejan notar en 1949-1953, y que desemboca, después de una larga incubación, en el derrumbamiento del socialismo en 1989. Desde que Tito, en 1950, apoyó la agresión norteamericana contra Corea, la verdadera naturaleza de esta orientación no dejó duda alguna. Fejto admitió que Rajk pertenecía a esta misma corriente.
En ocasión del segundo entierro solemne de Rajk, el 6 de octubre de 1956, Imre Nagy abrazaba con gesto patético a la viuda de Rajk. Solo dos semanas más tarde, Nagy encabezó un movimiento que, incluso su protector, Tito, tuvo que calificar de contrarrevolucionario.
En 1988 pudimos asistir al remake de las exequias de Nagy, organizadas con gran pompa. Unos meses más tarde, los dirigentes del partido húngaro que las habían presidido restablecían el capitalismo privado, acogían como a un héroe al Presidente de Estados Unidos, abandonaban el Pacto de Varsovia y hacían pública su intención de ingresar en la OTAN. Pero en el tiempo en que los comunistas acusaron a Rajk y a Nagy de comprometerse precisamente en ese mismo camino, toda la prensa burguesa puso el grito en el cielo ante «absurdos semejantes, acusaciones, mentiras grotescas, increíbles fabulaciones» que vertía el stalinismo. Es importante subrayar que independientemente de la efectiva culpabilidad de Rajk en relación con las imputaciones que se le hicieron, la dirección de Rakosi había delimitado perfectamente los mecanismos de la lucha de clases en las condiciones del socialismo, en el curso de los años 1948-1953.
La ofensiva norteamericana
A comienzos de 1948 se publicó en Estados Unidos un periódico de extrema derecha húngaro titulado Amerikai Magyar Nepszava. Su director era Zoltan Pfeiffer, antiguo terrateniente y diputado, próximo a Horthy. Entre sus colaboradores se contaban el fascista Tibor Eckhardt, el jefe de la derecha húngara Ferenc Nagy y el socialdemócrata Karoly Peyer. El 27 de mayo de 1948 el presidente Truman dirigió una carta a los editores:
«El pueblo húngaro combate tras el telón de hierro para reconquistar su libertad y levantar un Estado verdaderamente democrático. En este combate, el pueblo espera de ustedes las directivas; estoy convencido de que ustedes, que gozan de los beneficios de la democracia norteamericana, no lo abandonaran». (30)
En ese momento, los norteamericanos eran los principales protectores de la organización fascista Comunidad Fraternal de los Guerreros Húngaros, estacionada en Alemania occidental y dirigida por Ferenc Kisbamaki-Farkas y Andreas Zako, dos hombres del fascista demente Szalasi. En su Boletín Central número 12, de abril de 1950, escribieron:
«¿Cuál es nuestro objetivo? Ayudar a todos los que están dispuestos a luchar por liberar a la patria húngara del bolchevismo; no solo con palabras y escritos, sino también, llegado el momento, con actos y por las armas».
En su número 13 del mes de mayo precisaron:
«Tenemos derecho a confiar en que, a la vista de la evolución probable de los acontecimientos internacionales, las fuerzas militares de Estados Unidos nos abrirán el camino de regreso». (31)
Le Monde publicó el 2 de octubre de 1951:
«Créditos de 100 millones de dólares están contemplados en el proyecto de ley norteamericana sobre ayuda militar y económica al extranjero, a fin de permitir la constitución de cuerpos especiales de refugiados de los países del Este del telón de hierro. Estas unidades, precisan informaciones de Washington, estarán mezcladas con divisiones norteamericanas e integradas en el ejército atlántico».
De este modo, 2 500 refugiados en 1950, fueron incluidos en el ejército norteamericano. Después de cinco años de servicio obtuvieron la nacionalidad estadounidense. El portavoz del primer grupo húngaro, Tomás Dosa, había combatido durante un año en el ejército fascista en el frente del Este. (32)
En 1950, los servicios de guerra psicológica del ejército norteamericano, por decisión de su gobierno, lanzaron el proyecto Radio Europa Libre. Un despacho de Reuter del 25 de octubre de 1950 comunicaba:
«El general Lucius D. Clay, antiguo comandante de la zona norteamericana, ha anunciado que el servicio que dirige está construyendo potentes emisoras de radio para apoyar la propaganda dirigida a los países del telón de hierro. Se reclutará al personal de entre los huidos de los países del Este europeo a los que se dirige la propaganda.(...) Que esta actividad suscite acciones subterráneas en los países en cuestión no nos sorprendería. No hay límites a lo que podemos hacer y a lo que haremos». (33)
Desde 1950, Estados Unidos se comprometió abiertamente en una política llamada «de liberación de las naciones cautivas». James Bumham, brazo derecho de Trotski hasta 1940, se convirtió en su abogado. En esta época, Bumham y casi todo el establishment norteamericano esperaban impacientemente la guerra o, mejor aún, la Tercera Guerra Mundial:
«La política de liberación constituye un preventivo de la guerra general. La política de liberación, en la medida de su éxito, golpea tras el frente soviético y corta las líneas de comunicación entre los soviets. Al propio tiempo, estimula a los elementos interiores considerados, desde el punto de vista soviético, los más susceptibles de dislocar el régimen. Pero a largo plazo, aunque no sea inevitable, la guerra general sigue siendo probable». (34)
Dentro de este contexto global, Bumham situó la actividad norteamericana en Hungría y Europa del este:
«Simples palabras no serán suficientes para convencer a las masas de que América se compromete a liberarlas. Es preciso que lo demuestre diariamente con actos. Esta demostración puede revestir tres formas: la guerra política total; acciones auxiliares militares y paramilitares cuando las circunstancias lo exijan y preparación apropiada para cualquier acción militar que pueda parecer necesaria en el futuro. Naturalmente, Estados Unidos ya está actuando en los tres sentidos mencionados. El cambio de política ampliará la envergadura y acentuará el ritmo de estas actividades, sobre todo en lo que se refiere a la guerra política». (35)
Esta política de conquista y hegemonía norteamericana se vendió en Hungría con la marca «Independencia nacional». Arrancando a Hungría de la influencia soviética y de un porvenir socialista, ligado a los destinos del socialismo soviético, los norteamericanos querían ganarse un buen pincho de neocolonias en Europa central.
Ya que hemos empezado a analizar los elementos que pudieron desencadenar la crisis polaca de 1956, venimos ahora con su crisis homóloga: la crisis húngara de 1956 que desembocó con la contrarrevolución armada de 1956. El documento del belga Ludo Martens nos va a ayudar a entender los precedentes en cuanto a peligros internos –como la reorganización de las clases derrotadas tras la toma de poder, o las tendencias nacionalistas-burguesas dentro del partido– y las externas –la captación de agentes en las filas del partido, o la financiación del exterior a las capas reaccionarias–.
Pasaremos por tanto a analizar; desde el primer intento de golpe de Estado en 1946 –para ver que la reacción nunca ceja aceptara una vía pacífica al socialismo–, las acciones del famoso arzobispo Mindszenty –para ver la posición de la iglesia en estos procesos–, la posición estadounidense –auxiliando a los partidos de derecha y criticando los procesos contra los criminales de guerra fascistas–, la lucha contra el derechismo y el nacionalismo en el partido –analizando el caso del agente titoista László Rajk o pasando brevemente por la expulsión de Kadar y Nagy del partido–. Llegando a 1953 vemos como se desmonta como un castillo de naipes el núcleo marxista-leninista y el CC del partido elige a un renegado como Imre Nagy, añadiéndose rehabilitaciones de hombres como Kadar en 1954. Rakosi-Gerö recuperan el poder brevemente en 1955 y consiguen expulsar de nuevo a Nagy, hasta que en 1956 impulsados por la ola del XXº Congreso del PCUS Nagy volverá a la cabeza del Partido. En esos días veremos los comentarios de John Foster Dulles hablando abiertamente de «intensificar la presión sobre los países satélites, lo que podría conducir a su liberación completa» y las arengas de Radio Europa Libre. Para finalizar veremos los acontecimientos en Hungría a partir de octubre, y brevemente los papeles de Jruschov, Tito, Nagy, Kadar, y demás –este acontecimiento estará explicado más extensamente en otras publicaciones–. Y como capítulo final un análisis de los procedimientos antileninistas de Kadar en el Partido Socialista Obrero Húngaro desde 1957 hasta 1989.
Cabe añadir como curiosidad, que a las técnicas «confesadas» de provocación de los agentes de la CIA como Joseph Swiatlo para inculpar a otros honestos militantes, estamos de acuerdo con Ludo Martens, y lo cierto es que dichas «confesiones» responden más bien a resguardar a sus agentes operativos de entonces y a dar otra razón para aminorar la vigilancia en los Estados socialistas. En el caso que comenta el documento, el de Gomulka, existe suficiente documentación para esclarecer que las acusaciones a Gomulka sobre derechismo –que no espionaje– son muy tempranas y muy demostrables. En particular vemos como en el momento algido de la contrarrevolución, muchos partidos que se habían «comprometido» por construir el socialismo, se quitan la careta y abogan por la propiedad privada, dando una lección histórica sobre la idea revisionista del perpetuar el multipartidismo en el socialismo bajo condiciones «histórico-nacionales».
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Marcha comunista sobre la emblemática Avenida Andrássy en la inaguración del Bloque de izquierdas,
durante el 7 de marzo de 1946
Marcha comunista sobre la emblemática Avenida Andrássy en la inaguración del Bloque de izquierdas,
durante el 7 de marzo de 1946
En 1990, ya no se discutía que la restauración del capitalismo en Hungría era un hecho. Varios eminentes pensadores tuvieron la ocasión de exponer sus profundas justificaciones de este proceso «liberador». Según algunos de ellos, esta resurrección del capitalismo sería la prueba final de la bancarrota de 45 años de «stalinismo», Oros estimaron que el capitalismo probó su notable dinamismo, y Que el socialismo se derrumbó por su fracaso económico. Una tercera justificación sostuvo que, puesto que no solo de pan vive el hombre, la ausencia de democracia y de libertad propia del «stalinismo» –léase «socialismo»– llevó a las masas a deshacerse del régimen totalitario. Y una última teoría que vino a anquilosar nuestros espíritus no debemos lamentar la restauración actual, ya que Hungría se limitó a sufrir el despotismo asiático impuesto por los tanques soviéticos y, en realidad, nunca conoció el socialismo.
Estas cuatro teorías, difundidas por los filósofos oficiales de Occidente, nos empujan hacia la resignación frente a la restauración, e incluso, hacia una cierta simpatía por la «liberación» de Hungría. Ellas han encontrado una acogida favorable en el seno de la izquierda domesticada del mundo imperialista. Redibujar algunas líneas esenciales de la historia húngara nos permitirán establecer cuatro verdades.
Entre 1945 y 1948, los trabajadores húngaros llevaron adelante una revolución socialista e instauraron la dictadura del proletariado. En 1956, una contrarrevolución violenta, provocada por la derecha húngara con el apoyo del «mundo libre», amenazó las bases mismas del régimen socialista. Después del establecimiento del orden por el ejército soviético, Janos Kadar mantuvo ciertos rasgos del socialismo, al mismo tiempo que rompía con el marxismo-leninismo revolucionario y seguía una línea de descomposición interna lenta.
En 30 años de evolución pacífica, Kadar y sus sucesores realizaron, finalmente, todos los objetivos señalados por los rebeldes de 1956. La contrarrevolución armada se hundió para reaparecer y triunfar, tres décadas más tarde, como contrarrevolución pacífica.
La liberación, tras 25 años de fascismo
Durante el torbellino de la revolución bolchevique, los revolucionarios húngaros instauraron, en 1919, la dictadura del proletariado bajo la forma de una República de los Consejos, dirigida por Bela Kun. Tras 133 días de existencia, fue aplastada con la ayuda de ejércitos extranjeros. Miklos Horthy fundó entonces un régimen de terror –de hecho el primer régimen fascista de Europa– que sojuzgó a Hungría hasta 1944. Durante ese cuarto de siglo, toda la propaganda comunista fue severamente reprimida y el partido debió refugiarse en la clandestinidad.
En septiembre de 1944, el Ejército Rojo hizo retroceder las tropas nazis que habían ocupado el territorio de su aliado húngaro desde el 19 de marzo de 1944. El periódico clandestino Szabad Nep escribió en ese momento:
«Horthy y sus acólitos difunden fábulas alarmistas sobre millones de obreros rumanos que habrían sido deportados por el Ejército Rojo para realizar trabajos forzados, y pretenden que la misma suerte está reservada para los trabajadores húngaros si el país no se mantiene junto a Hitler». (1)
Esta intoxicación provocó una verdadera psicosis entre quienes se habían dejado influir por más de un cuarto de siglo de desinformación fascista. Desde entonces, el nacionalismo antisoviético será uno de los vectores esenciales de la ideología fascista.
El 15 de octubre de 1944 tiene lugar un Consejo de la Corona en torno al regente Horthy. Echemos un vistazo al resumen de la reunión:
«Según el Primer Ministro, no se debe esperar hasta que los rusos atenacen por completo nuestros dos ejércitos, estacionados uno en Transilvania y el otro sobre la línea de los Cárpatos orientales. Según el Regente, no hay ninguna esperanza de recibir ayuda. Las promesas alemanas no son serias. No han cumplido ninguna de sus promesas. El Regente espera que si se concluye un armisticio con los aliados hoy mismo, las comisiones inglesa y norteamericana llegarían a Budapest al mismo tiempo que los rusos o poco después de su entrada. El Ministro de la Agricultura teme que con los rusos llegue un gran número de agitadores comunistas, lo cual podría señalar el inicio de un fuerte movimiento comunista. Según el Regente, nosotros tenemos suficiente fuerza para contener tal movimiento». (2)
Lo que condujo el espíritu de Horthy fue su odio hacia los comunistas húngaros y el ejército soviético. Quiso concluir un armisticio con los aliados para permitir a ingleses y norteamericanos venir en su ayuda y salvar la crema y nata de su ejército. Horthy declaraba que el armisticio facilitaría «la sobrevivencia del país»; la consigna de «la independencia de Hungría» tendría, en adelante, en boca de la derecha, una connotación fascista, antisoviética y pro anglo-norteamericana.
Pero ese mismo 15 de octubre, bajo la instigación de los alemanes, el mayor Ferenc Szalasi tomó el poder. Era el jefe de las Cruces Gamadas, las bandas nazis suicidas que, a sabiendas de la proximidad del fin, instauraron un terror demencial.
El 3 de diciembre de 1944 vio la luz el Frente Húngaro de la independencia Nacional. Agrupaba, además del Partido Comunista, a otras formaciones burguesas que operaron legalmente bajo el régimen fascista de Horthy: el Partido Socialdemócrata, el Partido lndependiente de Pequeños Propietarios, el Partido Nacional Campesino y el Partido Demócrata Burgués. El programa del Frente Húngaro de la independencia Nacional comprendía la disolución de las organizaciones fascistas; sin embargo con sus estipulaciones de «colocar los carteles y grandes bancos bajo el control del Estado» y de «promover eficazmente la iniciativa de las empresa privadas» no salía en absoluto de un cuadro burgués. (3)
En Hungría perecieron, en el curso de la guerra, 700.000 habitantes, sobre una población de 10.000.000. Fueron destruidos el 30% de las instalaciones mecánicas, el 36% de las vías ferroviarias y el 25% de los edificios de habitación. (4)
Desde el primer momento de la liberación, las reformas democráticas permitieron movilizar las energías de los trabajadores; 640.000 familias campesinas recibieron 1,8 millones de hectáreas de tierras. Un primer plan trienal facilitó a los obreros y los técnicos enfrentar con entusiasmo la reconstrucción del país. (5)
El primer complot fascista
Sin embargo, las fuerzas horthystas y reaccionarías no habían sido en absoluto liquidadas cuando comenzó la reconstrucción del país.
En diciembre de 1946, la Seguridad descubrió un complot fascista: un grupo de militares esperaban aprovechar la firma del tratado de paz y el retiro del ejército soviético para tomar el poder. Esperaban restablecer el poder de Horthy en nombre de la «continuidad legal». Los conjurados formaban parte de una organización secreta llamada Magyar Kozosseg –Comunidad Húngara–, estructurada en familias, clanes y tribus, y dirigida en su conjunto por un Comité de Siete. Entre los jefes se encontraban: Gyula Gombos, presidente del Consejo entre 1933 y 1936; Miklos Kallay, presidente del Consejo a partir de 1942; Andras Szentivanyi, oficial de estado mayor bajo Horthy, y Balint Arany, secretario nacional del Partido Independiente de Pequeños Propietarios.
Durante el proceso, los conjurados revelaron que Bela Varga, presidente del Partido Independiente de Pequeños Propietarios, y Ferenc Nagy, presidente del Consejo en función, se encontraban a la cabeza del complot. Ferenc Nagy había convenido con representantes de Estados Unidos seguir una política prudente de limitación de la influencia de la izquierda, y no actuar abiertamente hasta después de la ratificación del acuerdo de paz.
El general estadounidense Weems, miembro de la Comisión de Control, aliado en Hungría, denunciaba –en una carta dirigida el 5 de marzo de 1947 a los responsables soviéticos– «una intervención extranjera en los asuntos internos húngaros, por parte de elementos minoritarios de Hungría que imponían su voluntad a la mayoría elegida por el pueblo». Ya en 1947, el imperialismo norteamericano declaraba, públicamente, «la intervención soviética» en Hungría, al mismo tiempo que apoyaba a antiguos elementos horthystas y reaccionarios. (6)
El arzobispo Mindszenty apuesta por la Tercera Guerra Mundial
La jerarquía católica constituyó uno de los mayores soportes del régimen de Horthy a lo largo de su existencia. Frente a la consolidación del poder democrático, la reacción interior, al igual que los elementos emigrados y sus protectores norteamericanos, se apoyaban en ella para el trabajo de información y de subversión.
El arzobispo Mindszenty explica, en sus Memorias publicadas en 1974 , con una franqueza que roza en la indecencia, que él se considera como un hombre político, cuya primera vocación es el combate anticomunista. (7)
Cita a su predecesor, el cardenal Seredi –al que de pasada llama «brillante jurista»– y hace suyas sus palabras:
«En la persona de cada primado de Hungría se encuentran ligadas las más altas dignidades de la Iglesia Católica y la del derecho público húngaro, lo cual simboliza la realeza cristiana y húngara. (...) Como consecuencia de una ley emitida por el rey Etienne, el primado es la primera autoridad de derecho común, después del rey o el jefe del listado». (7)
Ello explica por qué Mindszenty pudo asumir, durante un breve período en 1919, la dirección del Partido Cristiano recién creado y apoyara al regente Horthy durante todo su mandato, desde los años 20 hasta los 40.
Desde el momento en que el Ejército Rojo empezó a barrer con los alemanes, Mindszenty escribió la palabra «liberadores» entre comillas y terminó por reemplazarla directamente por «ocupantes». (8.)
Al inicio de la liberación de Hungría de un cuarto de siglo de fascismo, Mindszenty redactó unas cartas pastorales para atacar el socialismo. En mayo de 1945, las hizo leer en todas las iglesias:
«Ningún Estado ha podido subsistir sin estar basado en la justicia y la moralidad. Pero la base de la moralidad es la Iglesia. (...) Nosotros somos las bases de una verdadera democracia del Evangelio y no explotamos la democracia como un camuflaje para servir ambiciones egoístas».
En las Memorias apunta:
«La primera gran procesión religiosa, el 20 de agosto de 1946, fue la expresión neta de este rechazo al comunismo. Ese día, 500.000 fíeles siguieron en procesión a santa mano derecha de San Etienne, permanecida incólume».
En diciembre de 1945, en Roma, Mindszenty se reunió con cuatro cardenales estadounidenses que «no estaban muy satisfechos de la alianza ruso-norteamericana». (9)
En las elecciones de 1946, el Arzobispo dio instrucciones a su rebaño para que se opusieran a la izquierda y apoyaran el imperio inglés:
«Un elector cristiano no puede votar por un partido o un grupo que lleva en sí la opresión y la dictadura, y que ya ha violado bastante todo derecho del hombre o derecho natural. El Ministro inglés de Asuntos Exteriores tiene razón cuando dice que se tiene la impresión de que en Hungría un régimen totalitario solo será reemplazado por otro». (10)
Al mismo tiempo, Mindszenty se opuso a la reforma agraria –que tendía a «liquidar a ciertas clases de la sociedad»–; protestó contra la intención del gobierno de «abolir la monarquía milenaria húngara», y se preocupó «de la suerte de aquellos que eran llamados «criminales de guerra’, cuya mayor parte era gente inocente». (11)
En junio de 1947, el arzobispo Mindszenty y su secretario Andras Zakar, parten hacia Ottawa para asistir a un congreso marial. Aprovecharon para pasar por Estados Unidos, donde se reunieron con el cardenal Spellman, vocero de los anticomunistas más exaltados del país. Spellman les organizó un encuentro con Tibor Eckhardt, uno de los principales responsables del régimen Horthy, refugiado en Estados Unidos, y con Otto de Hasburgo, quien les expuso con detalle sus proyectos para la restauración de la Casa de los Hasburgo en el cuadro de una unión austrohúngara. Desde 1945, Mindszenty trasmitió regularmente informaciones a Selden Chapin y a Kocsak, dos diplomáticos norteamericanos. A inicios de febrero de 1949, Mindszenty, durante su proceso, confesó, frente a acusaciones irrefutables, que él escribió una carta al señor Chapin pidiéndole un avión y un automóvil para huir de Hungría. A inicios de 1948, Mihalovics, director de Acción Católica y colaborador directo de Mindszenty, huyó a Estados Unidos. Allí entró en contacto con el barón Gabor Apor, con Endre Hlatky y con otros hombres cercanos a Horthy. En una carta a Mihalovics, Mindszenty anunciaba su decisión de publicar regularmente informaciones sobre Hungría, con el fin de movilizar apoyos económicos y materiales:
«Yo me lanzo en la lucha contra el comunismo, sirviéndome del interés despertado por mi fuga». (12)
En un panfleto fulminante contra el «terror comunista» en Hungría, Roland Varaigne destacó, con cierta incomodidad, que «El hecho de que el Cardenal se haya reconocido culpable provocó una intensa estupefacción en Occidente». Sin embargo, reconoció que «Mindszenty estaba perfectamente lúcido». No obstante, quienes lo acusaron de «capitulación total» llegaron demasiado rápido a sus conclusiones: «En realidad Mindszenty contestaba, aunque ciertamente de una forma embarazosa, los puntos esenciales de la acusación». Varaigne citó como prueba el siguiente pasaje:
«Mindszenty: Yo me siento culpable por cuanto cometí una parte considerable de los actos de que se me acusa. Naturalmente, ello no significa que yo reconozca las consecuencias de esos actos que señala el acta de acusación.
El Presidente del Tribunal: En el curso de conversaciones, usted ha considerado la posibilidad eventual de ocupar el puesto de jefe de Estado.
Mindszenty: Nosotros lo pensamos únicamente en el caso de que –dado que en 1947 circulaba con persistencia la noticia de una eminente Tercera Guerra Mundial– los cambios históricos crearan en Hungría una situación tal que, en este país, las fuerzas exteriores y la guerra produjeran cambios que implicaran un vacuum juris; nosotros hemos considerado lo que en un caso como ese debí a y podía ser hecho». (13)
He aquí a un hombre que, con la pretensión de hablar en nombre de Dios todopoderoso, se preparaba a dirigir un gobierno pro norteamericano en el momento en que Estados Unidos iniciara la tan esperada tercera guerra mundial antisoviética. ¡Y decir que en el mundo «libre» el juicio fue presentado como un ejemplo de los abominables procesos stalinistas!
La CIA y los socialdemócratas de derecha
A partir de 1947, James McCargar, secretario de la delegación estadounidense en Budapest, y el capitán McClemens, utilizaron a varios dirigentes del ala derecha de la socialdemocracia –entre ellos Kuroly Peyer y Frigyes Pisky-Schmith– para constituir redes de espionaje. (14)
Obsérvese que se trataba de actividades –más tarde reconocidas públicamente– que los servicios secretos norteamericanos realizaban en esa época entre los dirigentes socialdemocratas de Suecia, Italia y Bélgica. El 8 de febrero de 1948 el secretario general del Partido Socialdemócrata, Szakasits, anunció la decisión de excluir del partido su ala derecha. En junio de 1949, este partido se fusionó con el Partido Comunista y se formó el Partido de los Trabajadores Húngaros. En las elecciones de 1947, el Partido Comunista había obtenido el 22% de los votos, que lo convertía en la primera fuerza política del país, y el Partido Socialdemócrata de Szakasits, el 14%. (15)
La instauración del poder obrero
Entre 1945 y 1948, los comunistas pudieron desarrollar la lucha política contra las fuerzas reaccionarias en condiciones muy favorables. Por un lado, había un gran entusiasmo de los trabajadores más pobres, liberados de un cuarto de siglo de terror fascista. Y, por otro lado, la presencia del Ejército Rojo provocaba un gran temor en la derecha y dificultaba las intervenciones norteamericanas abiertas. Gracias a la intensificación de la lucha de clases y la realización de un trabajo político profundo y meticuloso, los comunistas consiguieron desmantelar, uno tras otro, los núcleos centrales de todas las formaciones políticas burguesas y unificar las fuerzas democráticas. A partir de 1948, el Estado de democracia popular realizaba en Hungría las funciones de una dictadura del proletariado. El partido pudo impulsar, por etapas, la nacionalización de la industria. Partiendo al principio de la reivindicación de controles del Estado sobre los bancos, se pasó a la nacionalización de los tres mayores y después a la nacionalización de las minas, de las metalurgias, etc. A finales de marzo, todas las empresas con más de 100 empleados fueron nacionalizadas y la base económica del capitalismo se redujo sensiblemente. (16)
Es útil recordar que en esa época la instauración de la dictadura del proletariado fue llevada adelante por un inmenso entusiasmo popular, que los liberales ilustrados no pueden negar. Pierre Paraf escribía en un libro publicado en 1962:
«Llevado por la historia a la más frugal simplicidad, el pueblo de las democracias populares soportó mejor que otros los duros sacrificios que originaba el inicio de la construcción socialista, que implicó a menudo el trabajo obligatorio. El entusiasmo cotidiano llenó de vitalidad la disciplina impuesta por la ley. La juventud obrera e intelectual acogió esta tarea como una aventura exaltante y fecunda: la construcción del suelo que reparaba la del cosmos. (...) El comunismo representa, desde este punto de vista, lo que pudo representar la cristiandad en la Edad Media, apoyado sobre las conquistas de la ciencia. Es eso, más bien que las diferencias en el nivel de vida, lo que distingue un mundo del otro». (17)
El 17 de marzo de 1949 Hungría, por depurar su sistema político de los antiguos fascistas y de los colaboradores estadounidenses, la acusó el Departamento de Estado norteamericano de «violaciones a los derechos del hombre». El arma de los «derechos del hombre» que Estados Unidos sigue esgrimiendo en sus nuevas cruzadas, se forjó en el inicio de la guerra fría.
La réplica del gobierno húngaro no tardó: ustedes, los defensores norteamericanos «de la libertad, de la democracia y de los derechos del hombre» –así hablaban ya en 1950, los norteamericanos en plena batalla por la hegemonía mundial–, ustedes dan refugio a los jefes fascistas como al general Karoly Bartha, ministro de la Guerra en 1941; Henrik Werth, jefe del estado mayor de Horthy durante la guerra; Laszlo Bankuty y Bela Jurcsek, ministros de Szalasi, el nazi demente; ustedes protegen, en el exterior, al regente Miklos Horthy, al general Kisbamaki-Farkas y al lugarteniente Gusztav Henneyei. Ustedes rechazan extraditar hacia Hungría, de acuerdo con los convenios oficiales, a todos esos dirigentes fascistas. (18)
Las confesiones de Rajk
Una vez que el Partido Comunista se consolidó como la fuerza dirigente en la construcción del socialismo, las principales amenazas contra el poder de los trabajadores comenzaron a provenir de su propio seno.
El 26 de abril de 1949 un periódico suizo, Die Tat publicó un extraño artículo basado, según sus propias afirmaciones, en confidencias de John Foster Dulles:
«Los norteamericanos otorgan su ayuda activa a las iglesias y a los sindicatos no comunistas ilegales en todos los países del otro lado de la cortina de hierro. En Washington, donde los emigrantes del Este son particularmente activos, el lobby anticomunista es muy activo y cuenta con gran audiencia. El dinero y las armas llegan a los países totalitarios del Este a través de numerosas vías de contrabando. (...) Desde que John Foster Dulles inició hace un año el nacimiento del movimiento clandestino nominado Operación X, sostenido por Occidente, muchas cosas han sucedido en ese sentido. Occidente ha intentado infiltrarse cerca de los cuadros y los medios dirigentes de las democracias populares, y parece que el éxito supera con creces todas las expectativas». (19)
Este pasaje constituye una buena introducción al proceso de Laszlo Rajk, antiguo secretario del Comité Central del Partido Comunista Húngaro y antiguo ministro del Interior. Citamos, en primer lugar, las declaraciones realizadas por Rajk durante su proceso público, llevado a cabo del 16 al 24 de septiembre de 1949.
Según el propio Rajk, tras su ingreso en Hungría en el otoño de 1945 y su denominación como secretario de organización del partido en Budapest, fue contactado por Kovach, miembro de la comisión militar estadounidense. Este último afirmaba tener pruebas de que Rajk había trabajado para la policía de Horthy:
«Más tarde —dijo Rajk— yo conté a Kovach que, según las informaciones del Partido Comunista, en Hungría los diferentes elementos de derecha, los trotskistas, el grupo de Weiszhaus, los partidos de derecha como el Partido Independiente de Pequeños Propietarios y el ala derecha del Partido Socialdemócrata, habían emprendido un poderoso trabajo de organización e intentaban colocar, en fábricas, instituciones y oficinas, a elementos nacionalistas, chovinistas y antisoviéticos. El lugarteniente coronel Kovach —continuó Rajk— me decía que yo debía hacer todo lo posible porque esos elementos pudieran desplegar su actividad política sin ser molestados».
Kovach colocó a Rajk en contacto con Marton Himmler, un agente de los servicios secretos estadounidenses:
«Quería confiarme la tarea —declaró Rajk frente al tribunal— de facilitar la toma del poder por las fuerzas de la derecha y de debilitar al partido a través de la organización de una fracción dirigida contra Rakosi. Yo debía difundir entre la opinión pública la idea de que no había unidad en el seno del partido, sino que, bajo mi dirección, existía una fuerte fracción nacionalista, antisoviética y de orientación norteamericana. Ello crearía conmoción y desorganización entre las fuerzas de izquierda, y facilitaría que las fuerzas de derecha tomaran la iniciativa. Como ministro del Interior, y siguiendo instrucciones de los norteamericanos, a finales de 1946, coloqué en el Ministerio del Interior a Sandos Cseresnyes, hombre de los servicios secretos yugoslavos; a Laszlo Marschall, quien trabajaba para la segunda dirección de los servicios secretos franceses; Frigyes Major, agente del servicio secreto norteamericano CIC, y a Bela Szasz, hombre del servicio de inteligencia inglés. Además, a principios de 1946, el lugarteniente coronel Kovach colocó a mi disposición a Tibor Szonyi, quien era su hombre de confianza». (20)
Tibor Szonyi frente al tribunal declaró lo siguiente:
«Yo permanecí en Suiza desde finales de 1938 como emigrado político. En Suiza se encontraba durante la guerra el Centro Europeo del Servicio Norteamericano de Información Estratégica del ejército, el OSS. Su jefe era Alien Dulles. Fue allí que, en septiembre de 1944, un yugoslavo llamado Micha Lompar me propuso entrar en contacto directo con Alien Dulles. Nos reunimos regularmente con Dulles en Berna entre septiembre de 1944 y enero de 1945, hasta mi regreso a Hungría. Dulles me expuso detalladamente sus concepciones políticas para la posguerra. Pensaba que era evidente que muchos países de Europa oriental serían liberados por tropas soviéticas, y que los partidos comunistas devendrían partidos gobernantes. En el interés de la orientación estadounidense y de la política de cooperación con América, era necesario que ejerciéramos nuestra actividad principalmente en el interior del Partido Comunista».
Más tarde, Szonyi habló de sus contactos con Noel Field, un colaborador de Dulles, y dijo:
«En mayo de 1949, Laszlo Rajk me informó detalladamente del plan de golpe de Estado. Quince días antes de mi arresto, me confío que se había concebido el proyecto de eliminar físicamente a varios dirigentes del Estado, entre ellos Rakosi, Farkas y Gerö, y que lo había discutido con Rankovitch, el ministro del Interior yugoslavo».
Tras la formación de un nuevo gobierno, presidido por Rajk:
«Se modificaría la estructura política del país, siguiendo el modelo de Yugoslavia. Los partidos políticos y, principalmente, el Partido de los Trabajadores Húngaros serían relegados al segundo plano en la vida política y cederían el lugar a un frente popular con una amplia base. También se impulsarían cambios lentos y graduales en el dominio de la política exterior, y de forma igualmente lenta y gradual haríamos que Hungría abandonara a la Unión Soviética y las democracias populares, y se pasara al lado de los Estados Unidos de América». (21)
Rajk, Nagy, Pozsgay, Nyers y la restauración
En las declaraciones de Rajk y de Szonyi podrían reducirse a los siguientes puntos esenciales: Los partidos burgueses, socialdemócratas y trotskistas, hicieron todo lo posible por desmantelar el régimen socialista y, en este sentido, contaron con el apoyo de los servicios secretos extranjeros. La actividad de estas formaciones se hallaron cubierta y protegida por elementos poco seguros en el seno del Partido Comunista. Las fracciones revisionistas rompieron la unidad del partido y lo minaron desde el interior. Los servicios secretos occidentales hicieron lo posible por infiltrarse en el partido con el objetivo de promover a elementos dudosos. El nacionalismo burgués constituyó un factor esencial en la desintegración de los partidos revolucionarios. La supresión de la función dirigente del Partido Comunista en beneficio de un frente «popular» que reagrupó las fuerzas burguesas, constituyó una etapa esencial en el proceso de restauración.
La victoria de la contrarrevolución pacífica en 1989 arroja una rara luz sobre las declaraciones de Rajk y Szonyi: fueran ambos culpables o no, es preciso constatar que el proceso de restauración del capitalismo siguió, en lo esencial, el camino marcado en sus declaraciones. Es posible que los investigadores de la época hayan ido demasiado lejos y presentado pruebas no concluyentes de la colusión entre Rajk y los norteamericanos.
Únicamente una nueva generación de revolucionarios húngaros podrá rescatar de las sombras la verdad sobre estos dos fenómenos de capital importancia: las actuaciones de los servicios secretos occidentales y la evolución del oportunismo en el seno del partido durante los años 1945-1953. He aquí algunas bases de lo que decimos: la CIA sacó a la luz pública cierto número de sus actividades en Europa del este. Lo que sigue es cita fiel libro de un periodista inglés, Stewart Steven, que revela algunas cosas que sin duda, se hace para proteger mejor otras operaciones y personas. (22)
Sabemos que el teniente coronel polaco Joseph Swiatlo, que tuvo una participación importante en el proceso contra Rajk, fue reclutado en 1948 por los servicios ingleses antes de ser transferido a la CIA.
En ese momento, Swiatlo era el número dos del Décimo Buró de Seguridad, que se ocupaba de las actuaciones del partido y del gobierno; además figuraba entre las 12 personas más importantes de Polonia socialista, y podía determinar en buena medida el porvenir de los cuadros. Del capitán Michael Sullivan, que lo reclutó, sabemos que:
«Desde la liberación de Polonia en 1944, se presentaba en el país como jefe de una misión de abastecimiento británica y, bajo la coartada de acciones caritativas, levantó una de las redes de espionaje político más complejas y elaboradas que podían encontrarse en ese momento en el mundo». (23)
Alien Dulles, el jefe de la CIA, se mostró encantado cuando Swiatlo entró a su servicio:
«Dulles insistió en que se le reservase 20 años si fuera preciso hasta el momento en que el gran golpe pudiese funcionar». (24)
Pero muy pronto Swiatlo recibe el encargo de montar falsas acusaciones contra dirigentes comunistas que entrarían al servicio de la CIA. Swiatlo inventa una red de espionaje con ramificaciones internacionales y desenmascara su llave maestra: Noel Field, que durante la guerra había sido director para Europa de la organización de ayuda protestante de los unitaristas norteamericanos. Field era simpatizante del comunismo y conocía personalmente a muchos dirigentes de las democracias populares. Swiatlo probó que Field, quien desde 1926 era diplomático del Departamento de Estado norteamericano, trabajaba para la CIA a las órdenes directas de Dulles, y que había reclutado a cuadros importantes en la mayoría de los países comunistas de Europa oriental. Por varias fuentes, la seguridad soviética recibió confirmación sobre tales acusaciones.
¿Era Field inocente? ¿Fue víctima de un complot de la CIA, como afirma Steven con Swiatlo? En cualquier caso, años más tarde el propio Field confirmó lo que relatamos a continuación. Robert Dexter trabajaba durante la guerra a las órdenes de Field en una misión protestante de los unitaristas en Europa. Dexter era un oficial del OSS, el servicio de información norteamericano, dirigido desde Berna por Alien Dulles. Dexter puso a Field en contacto con Dulles, ron la intención explícita de introducirlo en la OSS. Después, Field colocó a comunistas de varios países, entre ellos de Alemania y Yugoslavia, al alcance de Dulles. (25)
Según él mismo afirmó, Swiatlo utilizó la «Red Field» para acusar en falso a comunistas como Rajk en Hungría y Slansky en Checoslovaquia. Consiguió perjudicar seriamente la cabeza del partido polaco, haciendo detener al número dos, Jakub Berman, y a Wladyslaw Gvomulka. En cuanto comenzó a levantar sospechas, Swiatlo se unió a Occidente; se fue el 21 de diciembre de 1953. (26)
La historia prueba, cuando menos, que los servicios secretos occidentales lograron reclutar en los países socialistas a hombres del mus alto nivel. Utilizaron algunos agentes para montar provocaciones dirigidas contra cuadros comunistas; la existencia de tendencias oportunistas y nacionalistas en el interior de los partidos les brindaba un terreno ideal. Comunistas honestos pero que manifestaban inclinaciones socialdemócratas, se convertían fácilmente en víctimas de complots tramados por los norteamericanos. La CIA no solo sembraba cizaña en el partido, sino que contaba con disfrutar, al cabo de unos años, de dividendos suplementarios. Acusados en falso de pertenecer a la CIA, detenidos injustamente y con frecuencia maltratados, se esperaba que estos hombres fuesen objeto de reclutamiento fácil, después de sufrir en su propia carne las «fechorías» del stalinismo. Es muy probable que las revelaciones de Swiatlo, hechas en Estados Unidos, sacando a la luz ciertas verdades, cumplían también la función de proteger a hombres que seguían trabajando para los servicios norteamericanos.
En la áspera lucha de clases que caracterizaba los primeros años de edificación socialista, los comunistas se enfrentaban a dos fenómenos diferentes y a menudo entremezclados: la existencia de corrientes oportunistas y nacionalistas que, llevada su lógica al extremo, caían del lado del imperialismo, y la acción subversiva dirigida directamente por las potencias imperialistas.
Corresponderá a futuros historiadores revolucionarios húngaros desentrañar el enredo de luchas diversas que constituyó el asunto Rajk.
Pero la esencia política de este proceso, tal como fue sentida por los comunistas húngaros de la época, puede resumirse así: En el curso de la lucha de clases, que se desenvuelve en las condiciones del socialismo, los elementos oportunistas y nacionalista-burgueses en el interior del partido suelen evolucionar hacia un programa abiertamente restaurador y entran, a merced de tal camino, en asociación clara con las potencias imperialistas y la reacción interior. Y bien, contra esta lección, que es esencial conocer para la consolidación del socialismo, claman rabiosamente todos los arrebatados del antistalinismo:
«El proceso de Budapest –escribió Frangís Fejto– fue una ceremonia de culto. Lo absurdo de las tesis expuestas, su sin sentido evidente, tenían una función social y religiosa». (27)
Este autor quiere esconder bajo su palabrería vulgar y mistificadora el fundamento político de la lucha en curso que, sin embargo, comprende perfectamente:
«En Hungría –dijo Fejto– Tito disfrutaba de numerosos simpatizantes entre los viejos militantes del partido, con el ministro del Interior Lazslo Rajk a la cabeza. Estos procesos, –continúa lúcidamente– constituyen una vasta ofensiva contra las tendencias autóctonas reformistas y nacionales; Rajk y los otros querían hacer concesiones reales a las aspiraciones nacionales y liberales de la población por medio de una realización de las virtualidades democráticas del socialismo». (29)
Como se ve, Fejto describe perfectamente la orientación nacionalista-burguesa, antisoviética, y la deriva socialdemócrata, reformista, cuyos primeros síntomas se dejan notar en 1949-1953, y que desemboca, después de una larga incubación, en el derrumbamiento del socialismo en 1989. Desde que Tito, en 1950, apoyó la agresión norteamericana contra Corea, la verdadera naturaleza de esta orientación no dejó duda alguna. Fejto admitió que Rajk pertenecía a esta misma corriente.
En ocasión del segundo entierro solemne de Rajk, el 6 de octubre de 1956, Imre Nagy abrazaba con gesto patético a la viuda de Rajk. Solo dos semanas más tarde, Nagy encabezó un movimiento que, incluso su protector, Tito, tuvo que calificar de contrarrevolucionario.
En 1988 pudimos asistir al remake de las exequias de Nagy, organizadas con gran pompa. Unos meses más tarde, los dirigentes del partido húngaro que las habían presidido restablecían el capitalismo privado, acogían como a un héroe al Presidente de Estados Unidos, abandonaban el Pacto de Varsovia y hacían pública su intención de ingresar en la OTAN. Pero en el tiempo en que los comunistas acusaron a Rajk y a Nagy de comprometerse precisamente en ese mismo camino, toda la prensa burguesa puso el grito en el cielo ante «absurdos semejantes, acusaciones, mentiras grotescas, increíbles fabulaciones» que vertía el stalinismo. Es importante subrayar que independientemente de la efectiva culpabilidad de Rajk en relación con las imputaciones que se le hicieron, la dirección de Rakosi había delimitado perfectamente los mecanismos de la lucha de clases en las condiciones del socialismo, en el curso de los años 1948-1953.
La ofensiva norteamericana
A comienzos de 1948 se publicó en Estados Unidos un periódico de extrema derecha húngaro titulado Amerikai Magyar Nepszava. Su director era Zoltan Pfeiffer, antiguo terrateniente y diputado, próximo a Horthy. Entre sus colaboradores se contaban el fascista Tibor Eckhardt, el jefe de la derecha húngara Ferenc Nagy y el socialdemócrata Karoly Peyer. El 27 de mayo de 1948 el presidente Truman dirigió una carta a los editores:
«El pueblo húngaro combate tras el telón de hierro para reconquistar su libertad y levantar un Estado verdaderamente democrático. En este combate, el pueblo espera de ustedes las directivas; estoy convencido de que ustedes, que gozan de los beneficios de la democracia norteamericana, no lo abandonaran». (30)
En ese momento, los norteamericanos eran los principales protectores de la organización fascista Comunidad Fraternal de los Guerreros Húngaros, estacionada en Alemania occidental y dirigida por Ferenc Kisbamaki-Farkas y Andreas Zako, dos hombres del fascista demente Szalasi. En su Boletín Central número 12, de abril de 1950, escribieron:
«¿Cuál es nuestro objetivo? Ayudar a todos los que están dispuestos a luchar por liberar a la patria húngara del bolchevismo; no solo con palabras y escritos, sino también, llegado el momento, con actos y por las armas».
En su número 13 del mes de mayo precisaron:
«Tenemos derecho a confiar en que, a la vista de la evolución probable de los acontecimientos internacionales, las fuerzas militares de Estados Unidos nos abrirán el camino de regreso». (31)
Le Monde publicó el 2 de octubre de 1951:
«Créditos de 100 millones de dólares están contemplados en el proyecto de ley norteamericana sobre ayuda militar y económica al extranjero, a fin de permitir la constitución de cuerpos especiales de refugiados de los países del Este del telón de hierro. Estas unidades, precisan informaciones de Washington, estarán mezcladas con divisiones norteamericanas e integradas en el ejército atlántico».
De este modo, 2 500 refugiados en 1950, fueron incluidos en el ejército norteamericano. Después de cinco años de servicio obtuvieron la nacionalidad estadounidense. El portavoz del primer grupo húngaro, Tomás Dosa, había combatido durante un año en el ejército fascista en el frente del Este. (32)
En 1950, los servicios de guerra psicológica del ejército norteamericano, por decisión de su gobierno, lanzaron el proyecto Radio Europa Libre. Un despacho de Reuter del 25 de octubre de 1950 comunicaba:
«El general Lucius D. Clay, antiguo comandante de la zona norteamericana, ha anunciado que el servicio que dirige está construyendo potentes emisoras de radio para apoyar la propaganda dirigida a los países del telón de hierro. Se reclutará al personal de entre los huidos de los países del Este europeo a los que se dirige la propaganda.(...) Que esta actividad suscite acciones subterráneas en los países en cuestión no nos sorprendería. No hay límites a lo que podemos hacer y a lo que haremos». (33)
Desde 1950, Estados Unidos se comprometió abiertamente en una política llamada «de liberación de las naciones cautivas». James Bumham, brazo derecho de Trotski hasta 1940, se convirtió en su abogado. En esta época, Bumham y casi todo el establishment norteamericano esperaban impacientemente la guerra o, mejor aún, la Tercera Guerra Mundial:
«La política de liberación constituye un preventivo de la guerra general. La política de liberación, en la medida de su éxito, golpea tras el frente soviético y corta las líneas de comunicación entre los soviets. Al propio tiempo, estimula a los elementos interiores considerados, desde el punto de vista soviético, los más susceptibles de dislocar el régimen. Pero a largo plazo, aunque no sea inevitable, la guerra general sigue siendo probable». (34)
Dentro de este contexto global, Bumham situó la actividad norteamericana en Hungría y Europa del este:
«Simples palabras no serán suficientes para convencer a las masas de que América se compromete a liberarlas. Es preciso que lo demuestre diariamente con actos. Esta demostración puede revestir tres formas: la guerra política total; acciones auxiliares militares y paramilitares cuando las circunstancias lo exijan y preparación apropiada para cualquier acción militar que pueda parecer necesaria en el futuro. Naturalmente, Estados Unidos ya está actuando en los tres sentidos mencionados. El cambio de política ampliará la envergadura y acentuará el ritmo de estas actividades, sobre todo en lo que se refiere a la guerra política». (35)
Esta política de conquista y hegemonía norteamericana se vendió en Hungría con la marca «Independencia nacional». Arrancando a Hungría de la influencia soviética y de un porvenir socialista, ligado a los destinos del socialismo soviético, los norteamericanos querían ganarse un buen pincho de neocolonias en Europa central.