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En muchas ocasiones, a la hora de fijarnos en la situación del mercado laboral, observamos una fotografía, en esa imagen, lo que más destaca son los huecos dejados por ese gran número de parados. Para muchos, este drama humano se convierte en la distracción que necesitan para evitar que se hable de otros dramas que únicamente podemos ver con un vídeo y no con una foto. Sin lugar a dudas, no tener trabajo es horrible, pero tener que vivir para trabajar por un salario ridículo es también abominable. En España, esta situación es aún más habitual que la del parado, personas que trabajan a destajo con una condiciones de explotación brutales.
El trabajo precario no es invento de finales del siglo XX y principio del XXI, esta forma de tratar a los trabajadores era la más habitual durante todo el siglo XIX, una completa inseguridad laboral con las peores condiciones posibles. El problema es que esto suena novedoso para aquellos que consideraban lo “natural” que los empresarios se conformaran con las condiciones que se vieron obligados a asumir después de la Segunda Guerra Mundial, a causa del fortalecimiento de la lucha de los trabajadores y con la amenaza de una revolución a la vuelta de la esquina. Pero después de desarticular los diferentes movimiento de los trabajadores a través de argucias y prebendas, y con la caída del gigante soviético, el neoliberalismo, que no es más que la forma que adopta el capitalismo en la etapa histórica que vivimos, inició su ofensiva para desarticular las políticas del llamado Estado de Bienestar, que, objetivamente, limitaban la competitividad del mercado. Una vez sin un ambiente de movilización, tanto nacional como internacional, se lanzaron a la lucha más voraz entre diferentes empresas y diferentes bloques económicos internacionales.
La necesidad de todos estos empresarios de empobrecer cada día más las condiciones de vida de los trabajadores surge de esta lucha. El primero en bajar salarios, en hacer despidos masivos, gana ventaja sobre sus competidores.
La flexibilidad laboral es uno de los elementos más importantes para ello. Poder despedir y contratar con el menor número de trabas legales posibles y el menor coste económico, les abre la posibilidad de aumentar sus beneficios con mayor comodidad. El número de salarios que necesita pagar una empresa, a la larga, tienden a ser menor. Las mejoras técnicas y las innovaciones en la organización de trabajo, les permite producir lo mismo u ofrecer el mismo servicio con menos personal, de tal manera que quitarse de en medio, sin ningún coste, a un trabajador, supone un margen de ganancia mayor, ya que sigue ingresando lo mismo, pero gastando menos. De ahí que los nuevos contratos reduzcan el gasto que supone despedir, como los contratos por obra y servicio o los temporales donde después de un tiempo simplemente no te vuelven a contratar, y que las nuevas legislaciones permitan romper los viejos costes por despidos, como es el caso de los EREs, que saltándose cualquier convenio permite quitarse trabajadores de encima de forma barata, rápida y eficaz.
Siguiendo esta misma lógica, se entiende que su beneficio aumenta por cada hora de más que trabaja el empleado y por cada euro que reduce de su salario, de tal manera que si un trabajador hace la misma labor por menos dinero que otro, o trabaja más, tanto en cantidad como en calidad, siempre saldrá más rentable para el empresario. Por eso no es extraño ver como se echan a cientos de personas a la calle mientras a sus compañeros se les obliga a hacer más tareas, incluso se les obliga a coger horas extras, para suplir este hueco. Esta clase de abusos, es difícil combatirlos, pues igual que han echado al compañero tú puedes ser el siguiente. La inseguridad laboral, es el principal elemento que precariza el trabajo. El miedo a ser despedidos, al paro, a perder nuestros medios de vida y no encontrar otro trabajo, nos fuerza a aceptar prácticamente cualquier condición de explotación, desde rebajas salariales, a un mayor número de horas pasando por un aumento de las responsabilidades o del perfil profesional teniendo que encargarnos de tareas completamente diferentes a las que nos corresponden.
Los nuevos contrato son la losa que cae sobre nosotros para impedirnos movernos. Los contratos en prácticas están cada vez más de moda para los jóvenes, de tal manera que se les fuerza a trabajar igual que a otros por mucho menos dinero y en ocasiones obteniendo ingresos de entidades públicas. Aparte de muchos contratos en los cuales el tiempo está fijado, permitiendo no renovar si no interesa al empresario, nos vemos que en los contratos indefinidos la indemnización es de 33 días por año trabajado, lo que para grandes empresas supone calderilla convirtiéndose prácticamente en un despido libre. Por último hay que hacer una mención a los falsos autónomos, aquellos a quienes se les obliga a convertirse en autónomos para que corran ellos con todos los gastos laborales, incluido materiales, mientras la empresa le dice lo que debe hacer y cuando debe hacerlo, es decir, la empresa le da dinero por sus servicios y le marcan directrices, pero ellos se encargan de todo lo demás.
¿Hacia dónde nos dirigen?
La última reforma laboral ya ha dejado a los trabajadores indefensos, pero su intención es profundizar en esta línea cada vez más. Aumentar la flexibilidad para contratar y despedir sin costes, de tal manera que los trabajadores seamos una mercancía sin ningún tipo de seguro. No es de extrañar que el contrato indefinido, que actualmente posee mucha más seguridad que los demás, progresivamente vaya desapareciendo en favor de un despido completamente libre.
Es atroz pensar en el futuro que se nos viene encima, ver cómo vamos a trabajar día tras día sin estar seguros de lo que pasará mañana, arriesgándonos con las decisiones a largo plazo. Fundar una familia, comprarnos un coche, una casa, incluso independizarnos, todo ello se retrasará en busca de una estabilidad que no tendremos. En este futuro nuestra única seguridad es que no tendremos nunca un trabajo fijo.
¿Qué proponemos?
No se puede permitir que los trabajadores se vean explotados, pero mucho menos que además lo hagan en condiciones precarias que van deteriorando poco a poco sus vidas. Por esa razón creemos que existen dos puntos fundamentales para evitar que alguien ejerza una labor sin que sus necesidades tanto a corto como a largo plazo sean satisfechas. Primero, cualquier contrato debe estar blindado contra cualquier despido que no sea procedente, y segundo, todo contrato debe asegurar que los trabajadores tienen medios para comer, alojarse, desplazarse, estar sanos, tener ocio y acceder a la cultura.
Obviamente esto supone que las empresas no sean las más competitivas, por esa razón consideramos que toda empresa debe responder al objetivo de satisfacer un necesidad social, no obtener el máximo beneficio. Para ello, debe ser gestionado por los trabajadores que la forman, siendo ellos quienes decidan quien forma parte de ella y quien no, bajo una regulación estatal y unos principios democráticos. Este objetivo únicamente se logrará cuando las empresas pertenezcan al conjunto de toda la sociedad y sus productos y servicios vayan destinada únicamente a ella.
Si es posible, nadie debe perder sus medios de vida, ni debe vivir a costa de otros. Por ello,cualquier persona que pierda su puesto de trabajo debe ser reubicada en otra empresa. De igual manera, cuando las mejoras técnicas y organizativas permitan hacer el mismo trabajo más eficiente, en lugar de recortar plantilla se debe reducir la jornada laboral para distribuir el trabajo entre todos los miembros de la empresa. No se aceptará que nadie trabaje más allá de sus horarios y aquellos que solo trabajen de manera momentánea por resolver una necesidad a la empresa deben estar protegido por el estado y otros organismos.
La precariedad laboral es una de las formas más atroces de explotación.
Por un trabajo sin precariedad.
¡Construyamos democracia para la mayoría!
En muchas ocasiones, a la hora de fijarnos en la situación del mercado laboral, observamos una fotografía, en esa imagen, lo que más destaca son los huecos dejados por ese gran número de parados. Para muchos, este drama humano se convierte en la distracción que necesitan para evitar que se hable de otros dramas que únicamente podemos ver con un vídeo y no con una foto. Sin lugar a dudas, no tener trabajo es horrible, pero tener que vivir para trabajar por un salario ridículo es también abominable. En España, esta situación es aún más habitual que la del parado, personas que trabajan a destajo con una condiciones de explotación brutales.
El trabajo precario no es invento de finales del siglo XX y principio del XXI, esta forma de tratar a los trabajadores era la más habitual durante todo el siglo XIX, una completa inseguridad laboral con las peores condiciones posibles. El problema es que esto suena novedoso para aquellos que consideraban lo “natural” que los empresarios se conformaran con las condiciones que se vieron obligados a asumir después de la Segunda Guerra Mundial, a causa del fortalecimiento de la lucha de los trabajadores y con la amenaza de una revolución a la vuelta de la esquina. Pero después de desarticular los diferentes movimiento de los trabajadores a través de argucias y prebendas, y con la caída del gigante soviético, el neoliberalismo, que no es más que la forma que adopta el capitalismo en la etapa histórica que vivimos, inició su ofensiva para desarticular las políticas del llamado Estado de Bienestar, que, objetivamente, limitaban la competitividad del mercado. Una vez sin un ambiente de movilización, tanto nacional como internacional, se lanzaron a la lucha más voraz entre diferentes empresas y diferentes bloques económicos internacionales.
La necesidad de todos estos empresarios de empobrecer cada día más las condiciones de vida de los trabajadores surge de esta lucha. El primero en bajar salarios, en hacer despidos masivos, gana ventaja sobre sus competidores.
La flexibilidad laboral es uno de los elementos más importantes para ello. Poder despedir y contratar con el menor número de trabas legales posibles y el menor coste económico, les abre la posibilidad de aumentar sus beneficios con mayor comodidad. El número de salarios que necesita pagar una empresa, a la larga, tienden a ser menor. Las mejoras técnicas y las innovaciones en la organización de trabajo, les permite producir lo mismo u ofrecer el mismo servicio con menos personal, de tal manera que quitarse de en medio, sin ningún coste, a un trabajador, supone un margen de ganancia mayor, ya que sigue ingresando lo mismo, pero gastando menos. De ahí que los nuevos contratos reduzcan el gasto que supone despedir, como los contratos por obra y servicio o los temporales donde después de un tiempo simplemente no te vuelven a contratar, y que las nuevas legislaciones permitan romper los viejos costes por despidos, como es el caso de los EREs, que saltándose cualquier convenio permite quitarse trabajadores de encima de forma barata, rápida y eficaz.
Siguiendo esta misma lógica, se entiende que su beneficio aumenta por cada hora de más que trabaja el empleado y por cada euro que reduce de su salario, de tal manera que si un trabajador hace la misma labor por menos dinero que otro, o trabaja más, tanto en cantidad como en calidad, siempre saldrá más rentable para el empresario. Por eso no es extraño ver como se echan a cientos de personas a la calle mientras a sus compañeros se les obliga a hacer más tareas, incluso se les obliga a coger horas extras, para suplir este hueco. Esta clase de abusos, es difícil combatirlos, pues igual que han echado al compañero tú puedes ser el siguiente. La inseguridad laboral, es el principal elemento que precariza el trabajo. El miedo a ser despedidos, al paro, a perder nuestros medios de vida y no encontrar otro trabajo, nos fuerza a aceptar prácticamente cualquier condición de explotación, desde rebajas salariales, a un mayor número de horas pasando por un aumento de las responsabilidades o del perfil profesional teniendo que encargarnos de tareas completamente diferentes a las que nos corresponden.
Los nuevos contrato son la losa que cae sobre nosotros para impedirnos movernos. Los contratos en prácticas están cada vez más de moda para los jóvenes, de tal manera que se les fuerza a trabajar igual que a otros por mucho menos dinero y en ocasiones obteniendo ingresos de entidades públicas. Aparte de muchos contratos en los cuales el tiempo está fijado, permitiendo no renovar si no interesa al empresario, nos vemos que en los contratos indefinidos la indemnización es de 33 días por año trabajado, lo que para grandes empresas supone calderilla convirtiéndose prácticamente en un despido libre. Por último hay que hacer una mención a los falsos autónomos, aquellos a quienes se les obliga a convertirse en autónomos para que corran ellos con todos los gastos laborales, incluido materiales, mientras la empresa le dice lo que debe hacer y cuando debe hacerlo, es decir, la empresa le da dinero por sus servicios y le marcan directrices, pero ellos se encargan de todo lo demás.
¿Hacia dónde nos dirigen?
La última reforma laboral ya ha dejado a los trabajadores indefensos, pero su intención es profundizar en esta línea cada vez más. Aumentar la flexibilidad para contratar y despedir sin costes, de tal manera que los trabajadores seamos una mercancía sin ningún tipo de seguro. No es de extrañar que el contrato indefinido, que actualmente posee mucha más seguridad que los demás, progresivamente vaya desapareciendo en favor de un despido completamente libre.
Es atroz pensar en el futuro que se nos viene encima, ver cómo vamos a trabajar día tras día sin estar seguros de lo que pasará mañana, arriesgándonos con las decisiones a largo plazo. Fundar una familia, comprarnos un coche, una casa, incluso independizarnos, todo ello se retrasará en busca de una estabilidad que no tendremos. En este futuro nuestra única seguridad es que no tendremos nunca un trabajo fijo.
¿Qué proponemos?
No se puede permitir que los trabajadores se vean explotados, pero mucho menos que además lo hagan en condiciones precarias que van deteriorando poco a poco sus vidas. Por esa razón creemos que existen dos puntos fundamentales para evitar que alguien ejerza una labor sin que sus necesidades tanto a corto como a largo plazo sean satisfechas. Primero, cualquier contrato debe estar blindado contra cualquier despido que no sea procedente, y segundo, todo contrato debe asegurar que los trabajadores tienen medios para comer, alojarse, desplazarse, estar sanos, tener ocio y acceder a la cultura.
Obviamente esto supone que las empresas no sean las más competitivas, por esa razón consideramos que toda empresa debe responder al objetivo de satisfacer un necesidad social, no obtener el máximo beneficio. Para ello, debe ser gestionado por los trabajadores que la forman, siendo ellos quienes decidan quien forma parte de ella y quien no, bajo una regulación estatal y unos principios democráticos. Este objetivo únicamente se logrará cuando las empresas pertenezcan al conjunto de toda la sociedad y sus productos y servicios vayan destinada únicamente a ella.
Si es posible, nadie debe perder sus medios de vida, ni debe vivir a costa de otros. Por ello,cualquier persona que pierda su puesto de trabajo debe ser reubicada en otra empresa. De igual manera, cuando las mejoras técnicas y organizativas permitan hacer el mismo trabajo más eficiente, en lugar de recortar plantilla se debe reducir la jornada laboral para distribuir el trabajo entre todos los miembros de la empresa. No se aceptará que nadie trabaje más allá de sus horarios y aquellos que solo trabajen de manera momentánea por resolver una necesidad a la empresa deben estar protegido por el estado y otros organismos.
La precariedad laboral es una de las formas más atroces de explotación.
Por un trabajo sin precariedad.
¡Construyamos democracia para la mayoría!