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    Dos relatos de Charles Bukowski: "Veinticinco vagabundos andrajosos" y "Tres mujeres" - se leen en el foro

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    Chus Ditas
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    Mensaje por Chus Ditas Dom Feb 09, 2014 10:46 pm

    Charles Bukowski: Veinticinco vagabundos andrajosos

    Ya sabéis lo que pasa con las apuestas de las carreras de caballos, viene una racha de suerte y crees que nunca pasará. había conseguido recuperar aquella casa, tenía incluso jardín propio, con tulipanes de todas clases que crecían bella y asombrosamente. estaba de suerte. tenía dinero. ya no recuerdo qué sistema había inventado, pero el sistema trabajaba y yo no, y era una forma de vida bastante agradable; y estaba Kathy. Kathy valía. el vejete de la puerta de al lado me veía con ella y le temblaba la mandíbula. Andaba siempre llamando a la puerta. ,

    —¡Kathy! ¡oh Kathy! ¡Kathy!

    salía a abrir yo, vestido sólo con mis pantalones cortos.

    —oh, yo creía…

    —¿qué quieres, cabrón?

    —creí que Kathy…

    —Kathy está cagando. ¿algún recado?

    —yo… compré estos huesos para su perro.

    llevaba una gran bolsa con huesos secos de pollo.

    —darle a un perro huesos de pollo es como echar cuchillas de afeitar en el desayuno de un niño. ¿quieres asesinar a mi perro, so cabrón?

    —¡oh, no!

    —entonces guárdate esos huesos y lárgate.

    —no entiendo.

    —¡métete esa bolsa en el culo y lárgate de aquí!

    —es que yo creía que Kathy…

    —ya te lo dije, ¡Kathy está CAGANDO!

    y cerré de un portazo.

    —no deberías ser tan duro con ese viejo asqueroso, Hank, dice que le recuerdo a su hija cuando era joven.

    —vaya, así que se tiraba a su hija. pues que joda con un queso suizo. no le quiero a la puerta.

    —¿acaso crees que le dejo entrar cuando tú te vas a las carreras?

    —eso no me preocupa lo más mínimo.

    —¿qué es lo que te preocupa entonces?

    —lo único que me preocupa es quién se pone encima y quién debajo.

    —¡lárgate ahora mismo, hijo de puta!

    me puse la camisa y los pantalones, luego los calcetines y los zapatos.

    —antes de que haya recorrido cuatro manzanas ya estaréis abrazados.

    me tiró un libro. yo no estaba mirando y el canto del libro me dio en el ojo izquierdo. me hizo un corte y mientras me ataba el zapato derecho una gota de sangre me cayó en la mano.

    —oh, cuánto lo siento, Hank.

    —¡no te ACERQUES A MI!

    salí y cogí el coche, lo lancé marcha atrás a cincuenta por hora, llevándome parte del seto y luego un poco de estuco de la fachada con la parte izquierda del parachoques trasero. me había manchado la camisa de sangre y saqué el pañuelo y me lo puse sobre el ojo. iba a ser un mal sábado en las carreras. estaba desquiciado.

    aposté como si estuviese por medio la bomba atómica. quería ganar diez de los grandes. hice grandes apuestas. no conseguí nada. perdí quinientos dólares. todo lo que había sacado. sólo me quedaba un dólar en la cartera. volví a casa lentamente. iba a ser una noche de sábado terrible. aparqué el coche y entré por la puerta trasera.

    —Hank…

    —¿qué?

    —estás pálido como la muerte. ¿qué pasó?

    —se acabó. estoy hundido. perdí quinientos.

    —Dios mío. lo siento —dijo—. es culpa mía.

    se acercó a mí, me abrazó.

    —maldita sea, no sabes cuánto lo siento —dijo—. la culpa fue mía, lo sé muy bien.

    —olvídalo. tú no hiciste las apuestas.

    —¿aún sigues enfadado?

    —no, no, sé que no estás jodiendo con ese viejo cerdo.

    —¿puedo prepararte algo de comer?

    —no, no. trae una botella de whisky y el periódico.

    me levanté y fui al escondite del dinero. nos quedaban ciento ochenta dólares. bueno, había sido peor muchas otras veces, pero tenía la sensación de haber emprendido el camino de vuelta a las fábricas y los almacenes si aún podía conseguir eso. cogí diez, el perro aún me quería. le tiré de las orejas, a él no le importaba el dinero que yo tuviese. era un as aquel perro, sí. salí del dormitorio. Kathy estaba pintándose los labios ante el espejo. le di un pellizco en el trasero y la besé detrás de la oreja. tráeme también un poco de cerveza y puros. necesito olvidar.

    se fue y oí tintinear sus tacones en el camino. era la mejor mujer que podía haber encontrado y la había encontrado en un bar. me retrepé en el sillón y contemplé el techo. un golfo. yo era un golfo. siempre esa repugnancia hacia el trabajo, siempre intentando vivir de la suerte. cuando Kathy regresó le dije que me sirviera un buen trago. sabía hacerlo. le quitó incluso el celofán al puro y me lo encendió. parecía alegre y estaba muy guapa. hicimos el amor. hicimos el amor en medio de la tristeza. me reventaba verlo irse todo: coche, casa, perro, mujer. había sido una vida fácil y agradable.

    tenía que estar muy afectado porque abrí el periódico y busqué la sección de ofertas de trabajo.

    —mira, Kathy, aquí hay algo. se necesitan hombres, domingo. paga el mismo día.

    —oh, Hank, descansemos mañana. ya conseguirás ganar con los caballos el martes. entonces todo parecerá mejor.

    —pero mierda, niña, ¡cada billete cuenta! los domingos no hay carreras. hay en Caliente, sí, pero piensa en ese veinticinco por ciento que cobra Caliente y en la distancia. puedo divertirme y beber esta noche y luego coger esa mierda mañana. esos billetes extra pueden significar mucho.

    Kathy me miró extrañada. jamás me había oído hablar así. yo siempre actuaba como si nunca fuese a faltar el dinero. aquella pérdida de quinientos dólares me había alterado por completo. me sirvió otro buen trago. lo bebí inmediatamente. alterado, señor, señor, las fábricas. los días desperdiciados, los días sin sentido, los días de jefes y memos, y el reloj, lento y brutal.

    bebimos hasta las dos, lo mismo que en el bar, y luego nos fuimos a la cama, hicimos el amor, dormimos. puse el despertador para las cuatro, me levanté; cogí el coche y estaba en el centro de la ciudad a las cuatro y media. me planté en la esquina con unos veinticinco vagabundos andrajosos. allí estaban liando cigarrillos y bebiendo vino.

    bueno, es dinero, pensé. volveré… algún día iré de vacaciones a París o a Roma. que se vayan a la mierda estos tipos. yo no pertenezco a esto.

    entonces algo me dijo, eso es lo que están pensando TODOS: yo no pertenezco a esto. TODOS ELLOS están pensando lo mismo. y tienen razón. ¿sí?

    hacia las cinco y diez apareció el camión y subimos.

    Dios mío, ahora podría estar durmiendo con el culo pegado al lindo culo de Kathy. pero es dinero, dinero.

    algunos contaban que acababan de salir del furgón. apestaban los pobres. pero no parecían tristes. yo era el único triste.

    ahora estaría levantándome a echar una meada. tomando una cerveza en la cocina, esperando el sol, viendo cómo iba haciéndose de día. contemplando mis tulipanes. y luego volvería a la cama con Kathy.

    el tipo que estaba a mi lado dijo:

    —¡eh, compadre!

    —sí —dije.

    —soy francés —dijo.

    no contesté.

    —¿quieres que te la chupe?

    —no —dije yo.

    —vi a un tipo chupándosela a otro en la calleja esta mañana. tenía una polla blanca y larga y delgada y el otro tío aún seguía chupando mientras se le caía de la boca toda la leche. y estuve viéndolo todo y estoy de un caliente… ¡déjame chupártela, compadre!

    —no —le dije—. no me apetece en este momento.

    —bueno, si no me dejas hacerlo, quizás quieras chupármela tú.

    —¡déjame en paz! —le dije.

    el francés pasó más al fondo del camión. kilómetro y medio después cabeceaba allí. se lo estaba haciendo delante de todos a un tipo viejo que parecía indio.

    —¡¡¡VAMOS, MUCHACHO, SÁCASELO TODO!!! —gritó alguien.

    algunos se reían, pero la mayoría se limitaba a guardar silencio, beber su vino y liar sus cigarrillos. el viejo indio actuaba como si nada pasase. cuando llegamos a Vermont, el francés ya había acabado y nos bajamos todos, el francés, el indio, yo y los demás vagabundos. nos dieron a cada uno un trocito de papel y entramos en un café. el papel valía por un bollo y un café. la camarera alzaba la nariz. apestábamos. sucios chupapollas.

    luego alguien gritó: —¡todos fuera!

    yo les seguí y entramos en una habitación grande y nos sentamos en esas sillas como las que había en la escuela, más bien en la universidad, por ejemplo en la clase de Formación Musical, con un gran brazo de madera para apoyar el brazo derecho y poder poner el cuaderno y escribir. en fin, allí estuvimos sentados otros cuarenta y cinco minutos. luego, un chico listo con una lata de cerveza en la mano, dijo:

    —¡bueno coged los SACOS!

    todos los vagabundos se levantaron inmediatamente y CORRIERON hacia la gran habitación del fondo. qué demonios, pensé. me acerqué lentamente y miré en la otra habitación. allí estaban empujándose y disputando a ver quién se llevaba los mejores sacos. era una lucha despiadada y absurda. cuando salió el último de ellos, entré y cogí el primer saco que había en el suelo. estaba muy sucio y lleno de agujeros y desgarrones. cuando salí al otro lado, todos los vagabundos tenían los sacos a la espalda. yo me senté y esperé sentado con el mío en las rodillas. han debido tomarnos el nombre en algún momento, pensé, creo que fue antes de darnos el papel del café y el bollo cuando di mi nombre. en fin, fueron llamándonos en grupos de cinco o seis o siete. así pasó, más o menos, otra hora. cuando entré en la caja de aquel camión más pequeño con unos cuantos más, el sol ya estaba bastante alto; nos dieron a cada uno un pequeño plano de las calles en que teníamos que entregar los papeles. a mí también. miré inmediatamente las calles: ¡DIOS TODOPODEROSO, DE TODA LA CIUDAD DE LOS ÁNGELES TENÍAN QUE DARME PRECISAMENTE MI PROPIO BARRIO!

    yo me había hecho una reputación de borracho, jugador, vivales, de vago, de especialista en chollos, ¿cómo podía aparecer allí con aquel saco cochambroso a la espalda, a entregar folletos publicitarios?

    me dejaron en mi esquina. era una zona muy familiar, realmente, allí estaba la floristería, allí estaba el bar, la gasolinera, todo… a la vuelta de la esquina mi casita con Kathy durmiendo en la cama caliente. hasta el perro estaba durmiendo. en fin, es mañana de domingo, pensé. nadie me verá. duermen hasta tarde. haré la condenada ruta. y me dispuse a hacerla.

    recorrí dos calles a toda prisa y nadie vio al gran hombre de mundo de suaves manos blancas y grandes ojos soñadores. lo conseguí.

    enfilé la tercera calle. todo fue bien hasta que oí la voz de una niñita. estaba en su patio. unos cuatro años.

    —¡hola, señor!

    —¿sí? ¿qué pasa niña?

    —¿dónde está tu perro?

    —oh, jajá, aún dormido.

    —oh.

    siempre paseaba al perro por aquella calle. había allí un solar vacío donde cagaba siempre el perro. éste fue el final. Cogí los folletos que quedaban, los basculé en la parte trasera de un coche abandonado junto a la autopista. el coche llevaba allí meses sin ruedas. no sabía las consecuencias que podía tener, pero eché todos los papeles en la parte trasera. luego doblé la esquina y entré en mi casa. Kathy aún estaba dormida. la desperté.

    —¡Kathy! ¡Kathy!

    —oh, Hank… ¿todo bien?

    vino el perro y le acaricié.

    —¿sabes lo que HICIERON ESOS HIJOS DE PUTA?

    —¿qué?

    —¡me dieron mi propio barrio para repartir folletos!

    —oh. bueno, no es muy agradable, pero no creo que a la gente le importe.

    —¿es que no comprendes? ¡con la reputación que me he creado! ¡yo soy un vivo! ¡no pueden verme con un saco de mierda a la espalda!

    —¡bah, no creo que tengas esa reputación! son cosas tuyas.

    —¿pero qué demonios dices? ¡has estado con el culo caliente en esta cama mientras yo estaba por ahí fuera con un montón de soplapollas!

    —no te enfades. espera un momento que voy a mear.

    esperé allí mientras ella soltaba su soñoliento pis femenino. ¡Dios mío, qué lentas son! el coño es una máquina de mear muy ineficaz. es mucho mejor el pijo.

    Kathy salió.

    —mira Hank, no te preocupes. me pondré un vestido viejo y te ayudaré a repartir los folletos. en seguida acabamos. los domingos la gente duerme hasta tarde.

    —¡pero si ya me han VISTO!

    —¿que ya te han visto? ¿quién?

    —esa chiquilla de la casa marrón de la calle West Moreland.

    —¿te refieres a Myra?

    —¡no sé cómo se llama!

    —si sólo tiene tres años.

    —¡no sé cuántos años tiene, pero me preguntó por el perro!

    —¿qué te dijo del perro?

    —¡me preguntó dónde ESTABA?

    —vamos, yo te ayudaré a librarte de esos folletos.

    Kathy se estaba poniendo un vestido viejo, raído y gastado.

    ya me he librado de ellos. se acabó. los eché en ese coche abandonado que hay en la autopista.

    —¿no lo descubrirán?

    —¡JODER! ¡y qué más da!

    entré en la cocina y cogí una cerveza. cuando volví Kathy estaba otra vez en la cama. me senté en un sillón.

    —¿Kathy?

    —¿sí?

    —¿es que no comprendes con quién estás viviendo? ¡yo tengo clase, auténtica clase! con treinta y cuatro años, no he trabajado más de seis o siete meses desde los dieciocho. y no tenía dinero. ¡mira estas manos! ¡como las de un pianista!

    —¿clase? ¡deberías OIRTE CUANDO ESTAS BORRACHO! ¡eres horrible, horrible!

    —¿quieres que empecemos a armar follón otra vez, Kathy? te he tenido en la opulencia y con pasta abundante desde que te saqué de aquel antro de la calle Alvarado.

    Kathy no contestó.

    —en realidad —le dije—, soy un genio, pero sólo lo sé yo.

    —aceptaré eso —dijo ella. luego hundió la cabeza en la almohada y volvió a dormirse.

    terminé la cerveza, tomé otra, luego salí, anduve tres manzanas y me senté en las escaleras de una tienda de ultramarinos cerrada que según el plano sería el lugar de reunión donde tenía que recogerme el encargado, estuve sentado allí desde las diez a las dos y media. fue aburrido y seco y estúpido y tortuoso y absurdo. el maldito camión llegó a las dos y media.

    —hola, amigo.

    —qué hay

    —¿acabó ya?

    —sí.

    —¡es usted rápido!

    —sí.

    —quiero que ayude a este tipo a terminar su ruta.

    —vaya por Dios, hombre.

    entré en el camión y me llevó. allí estaba aquel tipo. se ARRASTRABA. depositaba cada folleto con gran cuidado en los porches. cada porche recibía un tratamiento especial y además parecía que el trabajo le encantaba. sólo le quedaba una manzana. liquidé la cuestión en cinco minutos luego nos sentamos y esperamos el camión. durante una hora.

    nos llevaron de nuevo a la oficina y nos sentamos otra vez en aquellas sillas. luego aparecieron dos tipos insolentes con latas de cerveza en la mano. uno decía los nombres y el otro daba a cada uno su dinero.

    en una pizarra detrás de las cabezas de aquellos tipos estaba escrito con tiza el siguiente mensaje:

    todo el que trabaje para nosotros
    treinta días seguidos
    sin perder un día
    recibirá
    gratis
    un traje usado

    estuve observando a mis compañeros mientras les entregaban el dinero. no podía ser cierto. PARECÍA que cada uno de ellos recibía tres billetes de dólar. por entonces, el salario base legal era un dólar por hora. yo había estado en aquella esquina a las cuatro y media de la mañana y eran entonces las cuatro y media de la tarde. para mí, eran doce horas.

    fui de los últimos que llamaron. creo que el tercero empezando por la cola. ni uno solo de aquellos vagabundos protestó, cogieron sus tres dólares y se largaron.

    —¡Bukowski! —aulló el muchachito impertinente de la lata de cerveza.

    me acerqué. el otro contó tres billetes muy limpios y crujientes.

    —escuche —dije—, ¿es que no saben que hay un salario mínimo legal? un dólar por hora.

    el tipo alzó su cerveza.

    —descontamos el transporte, el desayuno y demás. sólo pagamos por tiempo medio de trabajo y calculamos unas tres horas.

    —he perdido doce horas de mi vida. y ahora tendré que coger el autobús para llegar hasta donde está mi coche y poder volver a casa.

    —tienes suerte de tener coche.

    —¡y tú de que no te meta esa lata de cerveza por el culo!

    —yo no soy quien decide la política de la empresa, señor. no me eche a mí la culpa.

    —¡les denunciaré a las autoridades!

    —¡Robinson! —aulló el otro impertinente.

    el penúltimo vagabundo se levantó de su asiento a por sus tres dólares mientras yo cruzaba la puerta camino del Bulevar Beverly. a esperar el autobús. cuando llegué a casa y me vi con un trago en la mano eran las seis o así. cogí una borrachera respetable. estaba tan furioso que le eché tres polvos a Kathy. rompí una ventana. me corté un pie con los cristales. canté canciones de Gilbert & Sullivan que me había enseñado en otros tiempos un profesor inglés chiflado que daba una clase de inglés que empezaba a las siete de la mañana. en el City College de Los Angeles. Richardson, se llamaba. y quizás no estuviese loco. pero me enseñó lo de Gilbert & Sullivan y me dio una «B» en inglés por aparecer no antes de las siete y media, con resaca, CUANDO aparecía. pero ése es otro asunto. Kathy y yo nos reímos bastante aquella noche, y aunque rompí unas cuantas cosas no estuve tan desagradable e idiota como siempre.

    y ese martes, en Hollywood Park, gané ciento cuarenta dólares a las carreras e inmediatamente volví a ser amante despreocupado, vividor, jugador, chulo reformado y cultivador de tulipanes. llegué y enfilé lentamente la entrada de casa en el coche, saboreando los últimos rayos del sol crepuscular. y luego, entré por la puerta trasera. Kathy había preparado carne con muchas cebollas y chorraditas y especies, tal como me gustaba a mí. estaba inclinada sobre la cocina y la agarré por detrás.

    —ooooh…

    —escucha, querida…

    —¿sí?

    estaba allí de pie con el cucharón goteando en la mano. le metí en el cuello del vestido un billete de diez dólares.

    —quiero que me traigas una botella de whisky.

    —de acuerdo, ahora mismo.

    —y un poco de cerveza y puros. yo me ocuparé de la comida. se quitó la bata y entró un momento al baño. la oí canturrear. un momento después me senté en mi sillón y oí repiquetear sus tacones en el camino. había una pelota de tenis. cogí la pelota de tenis y la tiré en el suelo de forma que rebotase hacia la pared y de allí al aire. el perro, que medía uno cincuenta de largo por uno de alto, y era medio lobo, saltó al aire, se oyó el chasquido de los dientes; había cogido la pelota de tenis, casi junto al techo. por un instante pareció colgar allá arriba. qué perro maravilloso, qué vida maravillosa. cuando llegó al suelo, me levanté a ver cómo iba el guiso. perfectamente. todo iba perfectamente.
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    Mensaje por Chus Ditas Dom Feb 09, 2014 10:47 pm

    Charles Bukowski: Tres mujeres

    Linda y yo vivíamos justo frente al parque McArthur, y una noche que estábamos bebiendo vimos por la ventana que caía un hombre. una visión extraña, parecía un chiste, pero no era ningún chiste pues el cuerpo se estrelló en la calle. «dios mío», le dije a Linda, «¡se espachurró como un tomate pasado! ¡no somos más que tripas y mierda y material pegajoso! ¡ven! ¡ven! ¡míralo! ». Linda se acercó a la ventana, luego corrió al baño y vomitó. luego volvió. me volví y la miré. «te lo digo de veras, querida, es exactamente igual que un gran cuenco de espaguettis y carne podrida, aderezado con una camisa y un traje rotos!». Linda volvió corriendo al baño y vomitó otra vez.

    me senté y seguí bebiendo vino. pronto oí la sirena. lo que necesitaban en realidad era el departamento de basuras. bueno, qué coño, todos tenemos nuestros problemas. yo no sabía nunca de dónde iba a venir el dinero del alquiler y estábamos demasiado enfermos de tanto beber para buscar trabajo. cuando nos preocupábamos, lo único que podíamos hacer para eliminar nuestras preocupaciones era joder. esto nos hacía olvidar un rato. jodíamos mucho y, para suerte mía, Linda tenía un polvo magnífico. todo aquel hotel estaba lleno de gente como nosotros, que bebían vino y jodían y no sabían después qué. de vez en cuando, uno de ellos se tiraba por la ventana. pero el dinero siempre nos llegaba de algún sitio; justo cuando todo parecía indicar que tendríamos que comernos nuestra propia mierda, una vez trescientos dólares de una tía muerta, otra un reembolso fiscal demorado. otra vez, iba yo en autobús y en el asiento de enfrente aparecen aquellas monedas de cincuenta centavos. yo no sabía, ni lo sé todavía, qué significaba aquello, quién lo había dejado allí. me cambié de asiento y empecé a guardarme las monedas. cuando llené los bolsillos, apreté el timbre y bajé en la primera parada. nadie dijo nada ni intentó detenerme. en fin, cuando estás borracho, sueles ser afortunado; aunque no seas un tipo de suerte, puedes ser afortunado.

    pasábamos siempre parte del día en el parque mirando los patos. te aseguro que cuando andas mal de salud por darle sin parar a la botella y por falta de comida decente, y estás cansado de joder intentando olvidar, no hay como irse a ver los patos. quiero decir, tienes que salir del cuarto, porque puedes caer en la tristeza profunda profunda y puedes verte en seguida saltando por la ventana. es más fácil de lo que te imaginas. así que Linda y yo nos sentábamos en un banco a mirar los patos. a los patos les da todo igual, no tienen que pagar alquiler, ni ropa, tienen comida en abundancia, les basta con flotar de aquí para allá cagando y graznando. picoteando, mordisqueando, comiendo siempre. de cuando en cuando, de noche, uno de los del hotel captura un pato, lo mata, lo mete en su habitación, lo limpia y lo guisa. nosotros lo pensamos pero nunca lo hicimos. además es difícil cogerlos; en cuanto te acercas ¡SLUUUSCH! una rociada de agua y el cabrón se fue… nosotros solíamos comer pastelitos hechos de harina y agua, o de vez en cuando robábamos alguna mazorca de maíz (había un tipo que tenía un plantel de maíz) no creo que llegase a conseguir comer ni una mazorca, y luego robábamos siempre algo en los mercados al aire libre… me refiero a las tiendas que tienen mercancías expuestas a la puerta; esto significaba un tomate o dos o un pepino pequeño de cuando en cuando, pero éramos ladronzuelos, raterillos, y nos basábamos sobre todo en la suerte. los cigarrillos era más fácil, te dabas un paseo de noche y siempre alguien dejaba la ventanilla de un coche sin subir y un paquete o medio paquete de cigarrillos en la guantera. en fin nuestros auténticos problemas eran la bebida y el alquiler. y jodíamos y nos preocupábamos por esto.

    y como siempre llegan los días de desesperación total, llegaron los nuestros. no había vino, no había suerte, ya no había nada. no había crédito de la casera ni de la bodega. decidí poner el despertador a las cinco y media de la mañana y bajar al Mercado de Trabajo Agrícola, pero ni siquiera el despertador funcionó bien. se había estropeado y yo lo había abierto para arreglarlo. tenía un muelle roto y el único medio que se me ocurrió de arreglarlo fue romper un trozo y enganchar de nuevo el resto, cerrarlo y darle cuerda. ¿queréis saber lo que les pasa a los despertadores, y supongo que a toda clase de relojes, si les pones un muelle más pequeño? os lo diré: cuanto más pequeño sea el muelle, más deprisa andan las manecillas. era una especie de reloj loco, os lo aseguro, y cuando nos cansábamos de joder para olvidar las preocupaciones, solíamos contemplar aquel reloj e intentar determinar la hora que era realmente. y veías correr aquel minutero… nos reíamos mucho.

    luego, un día, tardamos una semana en adivinarlo, descubrimos que el reloj andaba treinta horas por cada doce horas reales de tiempo. y había que darle cuerda cada siete u ocho, porque si no se paraba. a veces despertábamos y mirábamos el reloj y nos preguntábamos qué hora sería.

    —¿te das cuenta, querida? —decía yo— el reloj anda dos veces y media más deprisa de lo normal. es muy fácil.

    —sí, pero ¿qué hora era cuando pusiste el reloj por última vez? —me preguntó ella.

    —que me cuelguen si lo sé, nena, estaba borracho.

    —bueno, será mejor que le des cuerda porque si no se parará.

    —de acuerdo.

    le di cuerda, luego jodimos.

    así que la mañana que decidí ir al Mercado de Trabajo Agrícola no conseguí que el reloj funcionase. conseguimos en algún sitio una botella de vino y la bebimos lentamente. yo miraba aquel reloj, sin entenderlo, temiendo no despertar. simplemente me tumbé en la cama y no dormí en toda la noche. luego me levanté, me vestí y bajé a la calle San Pedro. había demasiada gente por allí, paseando y esperando. vi unos cuantos tomates en las ventanas y cogí dos o tres y me los comí. había un gran cartel: SE NECESITAN RECOGEDORES DE ALGODÓN PARA BAKERSFIELD. COMIDA Y ALOJAMIENTO. ¿qué demonios era aquello? ¿algodón en Bakersfield, California? pensé en Eli Whitney y el motor que había eliminado todo aquello. luego apareció un camión grande y resultó que necesitaban recogedores de tomates. bueno, mierda, me fastidiaba dejar a Linda en aquella cama tan sola. no la creía capaz de dormir sola mucho tiempo. pero decidí intentarlo. todos empezaron a subir al camión. yo esperé y me aseguré de que todas las damas estaban a bordo, y las había grandes. cuando todos estaban arriba, intenté subir yo. un mejicano alto, evidentemente el capataz, empezó a subir el cierre de la caja: «¡lo siento, señor, completo»! y se fueron sin mí.

    eran casi las nueve y el paseo de vuelta hasta el hotel me llevó una hora. me cruzaba con mucha gente bien vestida y con expresión estúpida. estuvo a punto de atropellarme un tipo furioso con un Caddy negro. no sé por qué estaba furioso. quizás el tiempo. hacía mucho calor. cuando llegué al hotel, tuve que subir andando porque el ascensor quedaba junto a la puerta de la casera y ella andaba siempre jodiendo con el ascensor, limpiándolo y frotándolo, o simplemente allí sentada espiando.

    eran seis plantas y cuando llegué oí risas en mi habitación. la zorra de Linda no había esperado mucho. en fin, le daré una buena zurra y también a él. abrí la puerta.

    eran Linda, Jeannie y Eve.

    —¡querido! —dijo Linda. se acercó a mí. estaba toda elegante, con zapatos de tacón alto. me dio un montón de lengua cuando nos besamos.

    —¡Jeannie acaba de recibir su primer cheque del desempleo y Eve está en la ayuda a los desocupados! ¡estamos celebrándolo!

    había mucho vino de Oporto. entré y me di un baño y luego salí con mis pantalones cortos. me gusta mucho enseñar las piernas. nunca he visto unas piernas de hombre tan grandes y vigorosas como las mías. el resto de mi persona no vale demasiado. me senté con mis raídos pantalones cortos y posé los pies en la mesita de café.

    —¡mierda! ¡mirad esas piernas! —dijo Jeannie. —sí, sí —dijo Eve.

    Linda sonrió.

    me sirvieron un vaso de vino.

    ya sabéis cómo son esas cosas. bebimos y hablamos, hablamos y bebimos. las chicas salieron a por más botellas. más charla. el reloj daba vueltas y vueltas. pronto oscureció. yo bebía solo, aún con mis raídos pantalones cortos. Jeannie había ido al dormitorio y se había derrumbado en la cama. Eve se había derrumbado en el sofá y Linda en otro sofá de cuero más pequeño que había en el vestíbulo, delante del baño. yo seguía sin entender por qué me había dejado en tierra aquel mejicano. me sentía desgraciado. entré en el dormitorio y me metí en la cama con Jeannie. era una mujer grande, estaba desnuda. empecé a besarle los pechos, chupándolos.

    —eh, ¿qué haces?

    —¿qué hago? ¡joderte! le metí el dedo en el coño y lo moví arriba y abajo.

    —¡voy a joderte!

    —¡no! ¡Linda me mataría!

    —¡nunca lo sabrá!

    la monté y luego muy lenta lenta quedamente para que los muelles no rincharan, pues no debía oírse el menor rumor, entré y salí y entré y salí siempre despacio despacio y cuando me corrí pensé que nunca pararía. uno de los mejores polvos de mi vida. mientras me limpiaba con las sábanas, se me ocurrió este pensamiento: quizás el hombre lleve siglos jodiendo mal.

    luego salí de allí, me senté en la oscuridad, bebí un poco más. no recuerdo cuánto tiempo estuve allí sentado. bebí bastante. luego me acerqué a Eve. Eve la de la ayuda a los desocupados. era una cosa gorda, un poco arrugada, pero tenía unos labios muy atractivos, obscenos, feos, muy cachondos. Empecé a besar aquella boca terrible y bella. no protestó en absoluto, abrió las piernas y entré. se portó como una cerdita, gruñendo y tirando pedos y sornando y retorciéndose. no fue como con Jeannie, largo y emocionante, fue sólo plaf plaf y fuera. salí de allí. y antes de que pudiese llegar a mi sillón otra vez la oí roncar de nuevo. sorprendente… jodía igual que respiraba… no le daba la menor importancia. cada mujer jode de un modo distinto, y eso es lo que mantiene al hombre en movimiento. eso es lo que mantiene a un hombre atrapado.



    me senté y bebí algo más pensando en lo que me había hecho aquel sucio mejicano hijo de puta. no merece la pena ser cortés. luego empecé a pensar en la ayuda a los desocupados. ¿podrían acogerse a ella un hombre y una mujer que no estuviesen casados? por supuesto que no. que se muriesen de hambre. y amor era una especie de palabra sucia. pero eso era algo de lo que había entre Linda y yo: amor. por eso pasábamos hambre juntos, bebíamos juntos, vivíamos juntos. ¿qué significaba matrimonio? matrimonio significaba un JODER santificado y un JODER santificado siempre y finalmente, sin remisión, significa ABURRIMIENTO, llega a ser un TRABAJO. pero eso era lo que el mundo quería: un pobre hijo de puta, atrapado y desdichado, con un trabajo que hacer. bueno, mierda, me iré a vivir al barrio chino y traspasaré a Linda a Big Eddie. Big Eddie era un imbécil, pero al menos compraría a Linda algo de ropa y le metería filetes en el estómago, que era más de lo que yo podía hacer.

    Bukowski Piernas de Elefante, el fracasado.

    terminé la botella y decidí que necesitaba dormir un poco. di cuerda al despertador y me acosté con Linda. se despertó y empezó a frotarse conmigo.

    —oh mierda, oh mierda —dijo—. ¡no sé qué me pasa!

    —¿qué hubo, nena? ¿estás mala? ¿quieres que llame al Hospital General?

    —oh no, mierda, sólo estoy ¡CALIENTE! ¡CALIENTE! ¡MUY CALIENTE!

    —¿qué?

    —¡digo que estoy muy caliente! ¡JODEME!

    —Linda…

    —¿qué? ¿qué?

    —estoy cansadísimo. llevo dos noches sin dormir. ese largo paseo hasta el mercado de trabajo y luego la vuelta, treinta y dos manzanas, con aquel sol… es inútil. no hay nada que hacer. estoy hecho migas.

    —¡yo te AYUDARE!

    —¿qué quieres decir?

    se arrastró por el sofá y empezó a chupármela. gruñí agotado.

    —querida, treinta y dos manzanas con aquel sol… estoy liquidado.

    ella siguió. tenía una lengua como papel de lija y sabía usarla.

    —querida —le dije— ¡soy una nulidad social! ¡no te merezco! ¡déjalo, por favor!

    como digo, ella sabía hacerlo. unas pueden; otras no. La mayoría sólo conocen el viejo chup chup. Linda empezó con el pene, lo dejó, pasó a las bolas, luego las dejó, volvió otra vez al pene, fue subiendo en espiral, despertando un maravilloso volumen de energía, Y DEJANDO SIEMPRE EL CAPULLO PROPIAMENTE DICHO. INTACTO. Por último, yo me disparé y me lancé a decirle las diversas mentiras sobre lo que haría por ella cuando consiguiese por fin enderezar el culo y dejar de ser un golfo.

    entonces ella atacó el capullo, colocó la boca a un tercio de su longitud, hizo esa pequeña presión con los dientes, el mordisquito de lobo y yo me corrí OTRA VEZ… lo cual significaba cuatro veces aquella noche. quedé completamente agotado. Hay mujeres que saben más que la ciencia médica.

    cuando desperté estaban todas levantadas y vestidas, y con buen aspecto. Linda, Jeannie y Eve. intentaron destaparme, riendo.

    —¡bueno, Hank, vamos a divertirnos un poco! ¡y necesitamos un trago! ¡estaremos en el bar de Tommi-Hi!

    —¡vale, vale, adiós! salieron las tres meneando el culo.

    todo el Género Humano estaba condenado para siempre.

    cuando ya iba a dormirme sonó el teléfono interior.

    —¿sí?

    —¿señor Bukowski?

    —¿sí?

    —¡vi a esas mujeres! ¡venían de su casa!

    —¿y cómo lo sabe? tiene usted ocho pisos y unas siete u ocho habitaciones por piso.

    —conozco a todos mis inquilinos, señor Bukowski. aquí no hay más que gente trabajadora y respetable.

    —¿sí?

    —sí, señor Bukowski, llevo regentando este lugar veinte años, y nunca jamás había visto cosas como las que pasan en su casa. siempre hemos tenido aquí gente respetable, señor Bukowski.

    —sí, son tan respetables que cada poco un hijo de puta se sube a la terraza y se tira de cabeza a la calle y va a caer a la entrada entre esas plantas artificiales que tienen ustedes allí.

    —¡le doy de plazo hasta el mediodía para irse, señor Bukowski!

    —¿qué hora es en este momento?

    —las ocho.

    —gracias.

    colgué..

    busqué un alka-seltzer. lo bebí en un vaso sucio. luego busqué un poco de vino. corrí las cortinas y miré el sol. era un mundo duro, no me decía nada, pero odiaba la idea de volver otra vez al barrio chino. me gustan las habitaciones pequeñas, sitios pequeños donde poder pelearse un poco. una mujer. un trago. pero nada de trabajo diario. no podía soportarlo. no era lo bastante listo. pensé en tirarme por la ventana pero no podía. me vestí y bajé a Tommi-Hi’s. las chicas reían al fondo del bar con dos tipos. Marty, el encargado, me conocía. le hice una seña. no hay dinero. me senté allí.

    apareció ante mí un whisky con agua y una nota.

    «reúnete conmigo en el Hotel Cucaracha, habitación 12, a medianoche, la habitación será para nosotros. amor, Linda.»

    bebí el whisky, salí de allí, fui al Hotel Cucaracha a medianoche.

    —no, señor —me dijo el recepcionista—, no hay ninguna habitación 12 reservada a nombre de Bukowski.

    volví a la una. había estado todo el día en el parque, toda la noche. allí sentado. lo mismo.

    —no hay ninguna habitación 12 reservada para usted, señor.

    —¿ninguna habitación reservada para mí a ese nombre o a nombre de Linda Bryan?

    comprobó sus libros.

    —nada, señor.

    —¿le importa que mire en la habitación 12?

    —no hay nadie allí, señor. se lo aseguro.

    —estoy enamorado, amigo, lo siento. ¡déjeme echar un vistazo, por favor!

    me echó una de esas miradas que se reservan para los idiotas de cuarta categoría y me dio la llave.

    —si tarda más de cinco minutos en volver, tendrá problemas. abrí la puerta, encendí las luces.

    —¡Linda!

    las cucarachas, al ver la luz, volvieron todas corriendo a meterse debajo del empapelado. había miles. cuando apagué la luz, las oí corretear saliendo otra vez. el propio empapelado no parecía más que una gran piel de cucaracha.

    volví a bajar en ascensor.

    —gracias dije—, tenía usted razón. no hay nadie en la habitación 12.

    por primera vez, su voz pareció adoptar un vago tono amable.

    —lo siento, amigo.

    —gracias —dije.

    salí del hotel y giré a la izquierda, es decir hacia el Este, es decir, hacia el barrio chino. mientras mis pies me arrastraban lentamente hacia allí, me preguntaba, «¿por qué mienten las personas?» ahora ya no me lo pregunto, pero aún recuerdo, y ahora, cuando mienten, casi lo sé mientras están mintiendo, pero aún no soy tan sabio como el recepcionista del Hotel Cucaracha que sabía que la mentira estaba en todas partes, o la gente que pasaba volando ante mi ventana mientras yo bebía oporto en cálidas tardes de Los Angeles frente al parque McArthur, donde aún cazan, matan y devoran a los patos, y a la gente.

    el hotel aún sigue allí, y también la habitación en la que parábamós, y si algún día te molestas en venir, te lo enseñaré. pero eso tiene poco sentido, ¿verdad? digamos sólo que una noche jodí a tres mujeres, o me jodieron ellas. y cerremos con esto la historia.
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    Mensaje por Platon Lun Feb 10, 2014 8:00 pm

    ¿Qué opina sobre la obra de Bukowski, camarada Chus Ditas? ¿Cree que los valores reflejados en ella concuerdan con los de un marxista?
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    Mensaje por Chus Ditas Lun Feb 10, 2014 8:56 pm

    Platon escribió:¿Qué opina sobre la obra de Bukowski, camarada Chus Ditas? ¿Cree que los valores reflejados en ella concuerdan con los de un marxista?

    Saludos. Para mí, no. Es simplemente una transgresión sin más con componentes autodestructivos, anarquizantes, nihilistas y grandes dosis de individualismo. El hecho de publicar las obras de Bukowski obedece a que ya había algunas en el foro y mejor un relato con dosis de humor en clave de supuesta transgresión del orden biempensante que toda la mierda de novelas supuestamente históricas, románticas y de alienígenas fascistoides que tanto se leen ahora. Si la dirección u administración del foro las considerara susceptibles de desaparecer del mismo, tampoco pasaba nada.
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    Mensaje por Platon Lun Feb 10, 2014 10:18 pm

    Chus Ditas escribió:
    Saludos. Para mí, no. Es simplemente una transgresión sin más con componentes autodestructivos, anarquizantes, nihilistas y grandes dosis de individualismo. El hecho de publicar las obras de Bukowski obedece a que ya había algunas en el foro y mejor un relato con dosis de humor en clave de supuesta transgresión del orden biempensante que toda la mierda de novelas supuestamente históricas, románticas y de alienígenas fascistoides que tanto se leen ahora. Si la dirección u administración del foro las considerara susceptibles de desaparecer del mismo, tampoco pasaba nada.
    Nada de eso. Sencillamente quería conocer tu opinión, viendo que has publicado muchas de sus obras. Coincido plenamente con tu juicio sobre Bukowski. Me parece que hay que tener cuidado con esta clase de autores puesto que, bajo una prosa prolija y algunos relatos graciosos, esconden valores reaccionarios, que nada tienen que ver con el moral comunista: misoginia, abstencionismo político, pereza y holgazanería, etc. Creo que en su momento la célebre Valentina emitió una critica bastante justa sobre Bukowski por estos lares.


    Salud.
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    Mensaje por Chus Ditas Mar Feb 11, 2014 10:05 pm

    Se que hubo una tal Valentina feminista militante, pero yo no he llegado a coincidir en el foro con ella. No soy yo feminista en el sentido actual, más bien se me tendría que llamar defensora de la mujer, tal y como se decía en España hace cuarenta años, cuando aún estaba medianamente claro que sólo una nueva sociedad igualitaria podría permitir lo que las feministas de entonces pedíamos, que se resumía en igualdad a todos los efectos, desde un punto de vista político capaz de englobar todos los aspectos de la vida del ser humano.

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