En la cumbre Rusia-UE celebrada el pasado día 28 de enero en Bruselas, Vladímir Putin expuso la idea de crear una zona de libre comercio entre la UE y la Unión Aduanera, que incluye a Rusia, Bielorrusia y Kazajistán. Esta propuesta tiene implicaciones importantes en lo que respecta a las prioridades de la política exterior de Rusia.
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La primera de estas dos prioridades es que Rusia alcance un estatus igual al de Occidente en política internacional. Desde que Vladímir Putin fue elegido presidente en 2000, la meta estratégica de la diplomacia rusa ha sido que el país trate de igual a igual con sus socios transatlánticos. El Kremlin está convencido de que los países occidentales están demasiado dispuestos a entrometerse en los asuntos internos de Rusia, de que tratan de obstaculizar su política en los CIS y de que intentan perjudicar los intereses económicos y comerciales de Rusia.
La segunda prioridad es que Rusia y sus aliados se conviertan en uno de los actores importantes e independientes en la escena internacional mediante la formación de una estrecha alianza de todas las antiguas repúblicas soviéticas. Rusia está invirtiendo un enorme capital político y económico para construir la Unión Euroasiática; por tanto, considera inaceptable cualquier demora en el plan de integración que ya ha sido aprobado.
La visión que Rusia tiene del futuro sistema político y económico de nuestro planeta es el de un mundo multipolar en el que la Unión Económica Euroasiática, liderada por Rusia, sea una de los seis u ocho potencias principales.
Este es el motivo por el cual la propuesta realizada por el presidente Putin en Bruselas, el 28 de enero de 2014, puede ser considerada revolucionaria. Sus implicaciones aún no han sido analizadas en profundidad: en esencia, la propuesta requiere una revisión parcial de las dos prioridades en política exterior rusa que se han mencionado más arriba.
Integración en la UE, ¿reto o amenaza?
Técnicamente hablando, la iniciativa de establecer un área de comercio libre que se extienda desde el Atlántico al Pacífico va en contra de los intereses de Rusia. Muchos economistas estarían de acuerdo con la máxima formulada por Otto von Bismarck en el siglo XIX: “El libre comercio es el arma de la nación más fuerte”.
El potencial económico de la Unión Europea es seis veces mayor que el de Rusia; las cifras de su comercio exterior son cinco veces y media las del ruso. Este es el motivo por el que la alianza no sería entre iguales, lo que contradiría la primera prioridad en política exterior que acabamos de mencionar. Una zona de comercio libre únicamente perpetuaría la actual estructura comercial entre la UE y Rusia (más sus aliados): recursos naturales a cambio de tecnología.
Además, Rusia va formulando gradualmente su propia definición de 'libre comercio' y sus propias ideas sobre qué tipo de medidas son aceptables para gestionar una zona de estas características. Hasta ahora, la entrada de Rusia en la OMC no ha logrado liberalizar su régimen comercial: el sistema de comercio internacional ruso sigue siendo uno de los más restrictivos de Europa.
Además, hay una tendencia global en marcha que se dirige claramente hacia un mayor proteccionismo. Probablemente el Kremlin cree que, en sus primeras etapas, un área de libre comercio no le impedirá microgestionar la economía rusa y el libre comercio como le parezca, ignorando algunas de las reglas al respecto internacionalmente establecidas.
La integración europea es el mayor desafío para la Rusia moderna. Este reto puede ser considerado como un incentivo para reformar el sistema político y modernizar la economía. Alternativamente, puede ser considerado también como una amenaza a la que el Gobierno debe hacer frente a toda costa. Hasta hace poco, esta segunda definición del 'desafío europeo' era la que prevalecía en Moscú. Pero desde el anuncio en 2010 del programa Alianza para la Modernización entre Rusia y la UE, Moscú ha dejado claro a sus socios que no descarta la posibilidad de una reacción más positiva a los retos planteados por la UE.
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La primera de estas dos prioridades es que Rusia alcance un estatus igual al de Occidente en política internacional. Desde que Vladímir Putin fue elegido presidente en 2000, la meta estratégica de la diplomacia rusa ha sido que el país trate de igual a igual con sus socios transatlánticos. El Kremlin está convencido de que los países occidentales están demasiado dispuestos a entrometerse en los asuntos internos de Rusia, de que tratan de obstaculizar su política en los CIS y de que intentan perjudicar los intereses económicos y comerciales de Rusia.
La segunda prioridad es que Rusia y sus aliados se conviertan en uno de los actores importantes e independientes en la escena internacional mediante la formación de una estrecha alianza de todas las antiguas repúblicas soviéticas. Rusia está invirtiendo un enorme capital político y económico para construir la Unión Euroasiática; por tanto, considera inaceptable cualquier demora en el plan de integración que ya ha sido aprobado.
La visión que Rusia tiene del futuro sistema político y económico de nuestro planeta es el de un mundo multipolar en el que la Unión Económica Euroasiática, liderada por Rusia, sea una de los seis u ocho potencias principales.
Este es el motivo por el cual la propuesta realizada por el presidente Putin en Bruselas, el 28 de enero de 2014, puede ser considerada revolucionaria. Sus implicaciones aún no han sido analizadas en profundidad: en esencia, la propuesta requiere una revisión parcial de las dos prioridades en política exterior rusa que se han mencionado más arriba.
Integración en la UE, ¿reto o amenaza?
Técnicamente hablando, la iniciativa de establecer un área de comercio libre que se extienda desde el Atlántico al Pacífico va en contra de los intereses de Rusia. Muchos economistas estarían de acuerdo con la máxima formulada por Otto von Bismarck en el siglo XIX: “El libre comercio es el arma de la nación más fuerte”.
El potencial económico de la Unión Europea es seis veces mayor que el de Rusia; las cifras de su comercio exterior son cinco veces y media las del ruso. Este es el motivo por el que la alianza no sería entre iguales, lo que contradiría la primera prioridad en política exterior que acabamos de mencionar. Una zona de comercio libre únicamente perpetuaría la actual estructura comercial entre la UE y Rusia (más sus aliados): recursos naturales a cambio de tecnología.
Además, Rusia va formulando gradualmente su propia definición de 'libre comercio' y sus propias ideas sobre qué tipo de medidas son aceptables para gestionar una zona de estas características. Hasta ahora, la entrada de Rusia en la OMC no ha logrado liberalizar su régimen comercial: el sistema de comercio internacional ruso sigue siendo uno de los más restrictivos de Europa.
Además, hay una tendencia global en marcha que se dirige claramente hacia un mayor proteccionismo. Probablemente el Kremlin cree que, en sus primeras etapas, un área de libre comercio no le impedirá microgestionar la economía rusa y el libre comercio como le parezca, ignorando algunas de las reglas al respecto internacionalmente establecidas.
La integración europea es el mayor desafío para la Rusia moderna. Este reto puede ser considerado como un incentivo para reformar el sistema político y modernizar la economía. Alternativamente, puede ser considerado también como una amenaza a la que el Gobierno debe hacer frente a toda costa. Hasta hace poco, esta segunda definición del 'desafío europeo' era la que prevalecía en Moscú. Pero desde el anuncio en 2010 del programa Alianza para la Modernización entre Rusia y la UE, Moscú ha dejado claro a sus socios que no descarta la posibilidad de una reacción más positiva a los retos planteados por la UE.
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