La polémica sobre la Guerra Antifascista Revolucionaria de 1936-1939
texto de Manuel Navarrete - publicado por Red Roja en marzo de 2014
Sólo reconociendo los méritos de quienes se han enfrentado al capitalismo en nuestro pasado podremos quitarnos los complejos de encima y sentar las bases para acabar conquistando nuestro futuro...
Introducción
Al acometer los debates históricos, la primera marca distintiva de Red Roja debe ser el huir de las argumentaciones simplistas que tienden únicamente a justificar una tradición política “de capilla” sobre las demás. Por ejemplo, si se ponen a consideración las diatribas internas de nuestro bando en la Guerra Antifascista Revolucionaria, debemos huir de las admoniciones tendenciosas del estilo de “el POUM conspiró con el nazismo”, “el estalinismo quería aplastar la revolución”, etc. Afirmaciones así no solamente son falsas, careciendo de la más mínima base argumental, sino que impiden que una organización pueda ser catalogada de seria y que el debate se eleve hasta un nivel aceptable.
Sin embargo, partiendo de esta base, debemos decir igualmente que en nuestra guerra popular existieron divergencias tácticas dentro del propio campo revolucionario ante las que tampoco podemos ser neutrales; y de ellas se derivan debates que, como organización, no podemos rehuir, pues sería una concesión al oportunismo que, finalmente, perjudicaría la clarificación política necesaria aquí y ahora.
Un ejemplo: como expondremos más adelante, es natural que quien no es capaz de distinguir los actores en una guerra entre el fascismo internacional y el Frente Popular, inventándose un supuesto “tercer bando revolucionario”, tampoco sepa distinguir los actores en una guerra entre el imperialismo internacional y la Libia de Gadafi, sacándose de la manga asimismo un “tercer bando”, no por revolucionario menos insignificante ante los desarrollos y cauces reales del conflicto. La correcta jerarquización de las contradicciones en base a las enseñanzas del marxismo, ahora como en 1936, es un aspecto fundamental de la línea política de cualquier organización que aspire a ser revolucionaria. Aprender del pasado es, pues, fundamental para no equivocarse en la actualidad; y no existe casualidad alguna en el hecho de que quienes caracterizaron mal el pasado también caractericen mal el presente.
Así pues, al no ser los debates históricos algo baladí, ni la memoria histórica algo que pueda “olvidarse” o aparcarse sin más, en Red Roja debemos conjugar la necesaria unidad interna en torno a nuestro triple criterio político (válido para desarrollar el proceso revolucionario que nos ha tocado vivir), con la canalización de los igualmente necesarios debates históricos e ideológicos que también vierten importantes enseñanzas útiles para la actualidad. Enseñanzas que, más temprano que tarde, las circunstancias históricas nos exigirán haber asimilado; pero cuyo plazo de resolución puede gozar en cambio de una amplitud relativamente mayor.
La caracterización de la contienda
El debate sobre la Guerra Antifascista Revolucionaria de 1936-1939 se ha enmarañado habitualmente en la falsa diatriba entre “ganar la guerra” o “hacer la revolución”. Pero, evidentemente, un debate así planteado es falso. La guerra era en sí misma revolucionaria y, además, era necesario ganarla para poder edificar una sociedad revolucionaria.
Pero, es más, tras la victoria electoral del Frente Popular y el golpe de Estado fascista, la república se estaba transformando a pasos agigantados en una República Popular: en la zona republicana, la tierra estaba en manos de los campesinos y los terratenientes habían huido; la industria había sido casi completamente nacionalizada y puesta al servicio del esfuerzo de guerra; la banca había sido expropiada y nacionalizada; el ejército de casta había sido sustituido por el pueblo en armas; las organizaciones de la oligarquía habían sido ilegalizadas y expropiadas, incluyendo a la todopoderosa Iglesia Católica…
Así pues, la República del Frente Popular, y particularmente la república que se reconstruye tras el golpe de Estado del 18 de julio, a diferencia de la República de 1931, no era ya una república capitalista, aunque tampoco fuera una república socialista. Era, desde luego, una república popular, antioligárquica, antimonopolista, que había cumplido las tareas de la primera fase de la revolución, el “programa de mínimos” teorizado en 1935 por el PCE; y era una república que ahora se aprestaba a presentar una heroica batalla contra el poderoso y todavía invicto fascismo europeo, como condición ineludible para iniciar la edificación socialista y hacer realidad el programa de máximos.
Tras el asalto de la clase trabajadora al Cuartel de la Montaña, con el pueblo armado hasta los dientes y expropiadas las grandes empresas, ¿cómo seguir considerándola simplemente como una república burguesa más? Era algo más, y así lo expresó abiertamente Mundo Obrero, que en el editorial del 26 de enero del 37 explicaba claramente que “nuestra República no es la de 1931. Más decimos: no es tampoco la República inmediatamente anterior al 18 de julio de 1936”, pues la república que ellos estaban defendiendo “no tiene nada que ver con la mal llamada democracia de los países capitalistas”. Incluso el 23 de marzo de 1938, el PCE seguía proclamando en el editorial de Mundo Obrero: “el pueblo español no hace su revolución al gusto del capitalismo”, para acabar proclamando que la revolución “vencerá con la oposición al capitalismo, sin pactos ni mediadores”.
Más allá de las afirmaciones apaciguadoras que, con intenciones políticas, se hicieran en determinados momentos de la guerra para proteger la pluralidad del frente antifascista que se había creado, ésta era la línea política y la estrategia del Partido Comunista. Pero, como dijo José Díaz, “el Frente Popular es la formación política que corresponde a esta etapa de la revolución”.
Así lo comprendió igualmente la tan denostada Unión Soviética de Stalin, que, a diferencia de las llamadas “democracias occidentales”, cómplices vergonzantes del fascismo, fue el único país que apoyó lealmente a nuestra república revolucionaria. Y así lo comprendieron también las masas trabajadoras del Estado español, que engrosaron fervorosamente las filas del PCE, UGT, CNT y otras organizaciones integrantes del Frente Popular.
Fue una minoría, básicamente el pequeño POUM y los autodenominados “Amigos de Durruti” (un grupúsculo barcelonés expulsado de la CNT), la que no quiso comprender que una victoria del bando popular ponía a la república española en inmejorables condiciones para iniciar la construcción socialista.
El mito del “tercer campo”
Así se construyó la idea de que “no había dos, sino tres bandos”: el fascismo, la república “burguesa” y… el bando revolucionario. Evidentemente, esto implicaba dos errores. Por un lado, se calificaba de burguesa a una república que ya no era tal cosa, pues como hemos dicho el pueblo estaba en armas y la propiedad estaba fundamentalmente colectivizada, por lo que podía hablarse de una república popular y en transformación (de igual modo que la Venezuela actual, con su explosión de Poder Popular, no puede ser calificada sin más y de manera simplista como una “república burguesa”). Por otro lado, tampoco se comprendía que, normalmente (y ésta no era la excepción), en una guerra civil existen dos bandos fundamentales, pues las fuerzas históricas significativas y con posibilidades de victoria sólo pueden estar aglutinadas.
Algo muy similar –lo hemos adelantado- a cuando la LIT-Cuarta Internacional se negaba a apoyar a Hugo Chávez, o se niega a apoyar a su sucesor Maduro, argumentando que la V república “no es más que una república burguesa” y buscando un inexistente “tercer bando” entre Chávez y la oligarquía. O a cuando desde dicho sector, y otros análogos, se buscaba un inexistente “tercer bando revolucionario” entre el imperialismo y Gadafi, o entre el imperialismo y el gobierno sirio.
Si ese “tercer bando” no existe (o si, como sucede más frecuentemente, existe pero sus fuerzas son insignificantes en una situación de guerra abierta), se corre el riesgo de caracterizar mal a los contendientes y perjudicar a la causa popular. Y lo que es aplicable para Libia, Siria o Venezuela lo es también para nuestra Guerra Antifascista Revolucionaria.
El desarrollo de las contradicciones históricas
Por ello, y tratando de comprender adecuadamente la cuestión de las alianzas durante las distintas fases del proceso revolucionario, en nuestro documento “El espacio político e ideológico de Red Roja”, aprobado el el I Congreso de Red Roja, decíamos lo siguiente: “Apostamos por un proceso constituyente hacia una III República (o Repúblicas) en línea histórica con el Frente Popular que dio la victoria electoral a las fuerzas trabajadoras y populares el 16 de febrero de 1936”. En efecto, Red Roja ha dado en la tecla pues es necesario reivindicar el legado histórico del Frente Popular y sus enseñanzas históricas.
Hoy día también es necesaria una alianza de las clases populares para la revolución democrática-popular (necesaria para sentar las bases de la revolución socialista); un referente que, acometiendo la contradicción principal del momento (la que enfrenta a las capas populares con el pago de la deuda a la oligarquía financiera), supere la clásica doctrina de “clase contra clase” propia del “tercer periodo” de la Internacional Comunista. Curiosamente, los mismos que denostan la lógica de este “tercer periodo”, argumentando que gracias a la desunión con los socialistas fue posible la victoria de Hitler en Alemania, no extienden esa enseñanza al Estado español de la época. Y cuando la IC rectificó su error e implementó la táctica de Frente Popular, comprendiendo la necesidad de unidad antifascista para frenar al fascismo y, en nuestro caso concreto, a Franco, esos sectores comenzaron a usar los mismos razonamientos del odiado “tercer periodo”; razonamientos que, de hecho, eran una constante en el POUM.
La realidad es que, en nuestra guerra (como en todas), sólo la victoria sobre el fascismo o sobre el invasor (batalla que, a despecho de las idealizaciones de George Orwell, exigía disciplina, regularización militar y mando único) podía abrir la puerta a la transformación socialista de la sociedad y las colectivizaciones subsiguientes. Y para ello, por supuesto, todas las armas debían concentrarse en el frente, no en las “aventuras revolucionarias” de la retaguardia. Sólo el PCE comprendió esto. Como sólo el PCE comprendió que, tras la invasión de las tropas italianas y alemanas, nuestra guerra revolucionaria adquiría resonancia internacional y sólo una victoria popular podía liberar al Estado español de convertirse en un Estado títere al servicio del Eje fascista.
Pero abordemos otro aspecto clave que, por puro interés partidista, suele pasarse por alto. Se confunde habitualmente nacionalización con socialización, pero no son lo mismo. Una economía de guerra sólo puede estar nacionalizada (es decir, puesta en manos del Estado) y al servicio del esfuerzo de guerra. Así, durante la Guerra Civil Rusa (1918-1921), el llamado “comunismo de guerra” bolchevique nacionalizó la producción, poniéndola en manos del Estado (y no de los soviets bajo “control obrero”, como había estado hasta el 18); prohibió, además, terminantemente el comercio. Sólo años más tarde, a partir de 1928, la tierra pudo ser, entonces sí, colectivizada y comenzó la planificación económica. Pero es más: Inglaterra, EE UU, Italia, Japón y todas las potencias capitalistas nacionalizaron también buena parte de su economía, y en concreto la industria, para hacer frente a la II Guerra Mundial. Lógicamente, una guerra a vida o muerte no es el momento adecuado para bucólicos experimentos de “socialización autogestionaria” autosuficiente en la retaguardia; experimentos, por lo demás, fáciles cuando los “señoritos” habían huido a la otra zona.
Mao lo comprendió igualmente a la perfección cuando teorizó la necesidad de diferenciar en cada periodo la contradicción principal de las secundarias, es decir, de las que pueden “aplazarse”. Cuando el imperialismo japonés invadió China, la contradicción principal, que impedía el desarrollo completo de cualquier otra lucha (incluida la de clases), era la brutal ocupación militar japonesa. En consecuencia, los comunistas se unieron al Kuomintang burgués para expulsar al invasor. Aunque el Kuomintang los traicionó en diversas ocasiones, sin su concurso no habría sido posible expulsar a las tropas niponas. Más tarde, una vez expulsados los invasores, la contradicción principal volvió a ser la que enfrentaba a los comunistas con el Kuomintang. Se batieron, pues, en una guerra civil y, en 1949, los comunistas tomaron el poder, iniciándose en China la edificación socialista.
Fidel Castro, en Cuba, no hizo su revolución en nombre del socialismo, sino que proclamó el carácter socialista de dicha revolución… en 1961. Es decir, más de dos años después de finalizada la guerra popular y revolucionaria. Igualmente, no nacionalizó la United Fruit Company en 1956, tras desencadenar la guerra de guerrillas, sino en 1960, más de un año después de la derrota del ejército oponente.
Todos estos ejemplos sólo sirven para ilustrar una tesis, por lo demás, obvia: el “canon Ken Loach”, según el cual la revolución, la construcción socialista, la puesta de los medios de producción en manos de los mismos productores (en una palabra: la socialización), debe hacerse desde el primer día o durante la propia guerra popular revolucionaria, es históricamente falaz. La guerra revolucionaria se decide ante todo en los frentes, en sacrificios enormes, ganando batallas contra la oligarquía armada, no en una aldea feliz de Aragón como la retratada en Tierra y Libertad. Afortunadamente, en la hermosa película La canción de Carla, Loach fue incoherente y no denunció a los sandinistas por el mismo motivo.
¿Revolución en la retaguardia de la revolución?
Insistamos, pues, en una idea clave: es absurdo pensar que una revolución acosada por una tropa fascista internacional puede completarse “en la retaguardia”, espoleada por la colectivización de algunos terrenos (colectivización, como ya señalamos, bastante fácil cuando los propietarios han huido a la zona fascista, o están solos o en minoría).
¿Qué significaba en aquellas circunstancias hacer la revolución en la retaguardia? ¿Que el gobierno del Frente Popular, que todavía se batía a vida o muerte, debía caer? Semejante idea sólo puede ser consecuencia de una errónea caracterización de la contienda, pues sólo sería comprensible si la guerra se caracterizara como una “guerra interimperialista” en la que debías desear la derrota de “tu” bando.
Hay que recordar que el POUM llegó a desmovilizar a tropas del frente de Aragón (el batallón 29) para llevarlas a la retaguardia a “hacer su revolución” durante los Hechos de Mayo de 1937 en Barcelona. Incluso (recordemos: en mitad de una guerra) decretaron… la Huelga General (que, por supuesto, fue un fracaso). Todo esto debe ser rechazado y criticado como un gravísimo error táctico, lleno de aventurerismo, de sectarismo y de incomprensión de las prioridades, pues no estábamos ante una guerra interimperialista, entre dos bandos igualmente abyectos, sino ante una guerra popular y revolucionaria. Así lo han comprendido los más importantes historiadores marxistas sobre el periodo, como Manuel Tuñón de Lara, Pierre Vilar, Ferrán Gallego; e incluso autores no marxistas pero simpatizantes de la causa republicana y popular, como Herbert R. Southworth, Ángel Viñas, Fernando Hernández Sánchez... Aunque naturalmente no lo haya entendido así el historiador y militante trotskista Pierre Broué.
Hay más: los propios dirigentes principales de la CNT de la época (Federica Montseny, García Oliver, Joan Peiró) fueron los primeros en condenar esta insurrección en la retaguardia y en pedir que se retiraran las barricadas para no romper la unidad antifascista. En realidad, la actitud de los sublevados en mayo del 37 no era muy diferente a la de los marinos de Kronstadt que, en 1921, se rebelaron contra los bolcheviques y su “capitalismo de Estado”, siendo aplastados por... Trotsky. Ese mismo año Lenin, sin el menor complejo, defendía la retirada táctica temporal que supuso la NEP.
Tras tanta tinta derramada sobre los Hechos de Mayo, se intentan confundir los hechos con demasiada frecuencia. Se ocultan realidades como que la CNT sólo apoyó parcialmente los hechos en las primeras horas, y que su apoyo tenía razones completamente diferentes a las del POUM. La CNT formaba parte destacada del gobierno de la Generalitat y era explícitamente partidaria de un gobierno de frente popular con el PSUC y ERC. Sin embargo, tenía una visión “fragmentaria” del poder, y en mayo aspiraba simplemente a enseñar músculo para que el sindicato mantuviera las cuotas de poder y las posiciones adquiridas en las calles de Barcelona tras el alzamiento fascista. Este sindicato jamás tuvo una alianza con el POUM y, de hecho, contestó con una negativa frontal ante la idea poumista de conformar un bloque “revolucionario” al margen y contra el Frente Popular. En suma, la CNT comprendía a la perfección lo que en España comprendieron todos excepto los poumistas: que la contrarrevolución española (y también catalana) de la guerra civil era… el fascismo.
Hasta Joaquín Maurín, el primer secretario general del POUM, acabó reflexionando en los siguientes términos: “El ejecutivo del POUM no comprendió nunca que lo primero era ganar la guerra. Antepuso la revolución a la guerra, y perdió la guerra, la revolución y se perdió a sí mismo. Lo que Engels dijo de los anarquistas españoles en 1873, es decir, que actuaron como no debían haber actuado, puede decirse aproximadamente del POUM en 1936-1937”.
El homenaje institucional a Nin
Así pues, líneas de análisis políticos tan alejadas de la realidad deberían haber quedado superadas hace muchísimos años. Y, a nivel general, así es. Sin embargo, en ciertos ámbitos este enfoque sigue siendo un dogma incuestionable.
Los mismos ámbitos donde -y todos lo hemos visto- se continúan alabando y recomendando libros como El Gran camuflaje de Burnett Bolloten, a pesar de la deriva política del autor, de sus progresivas simpatías franquistas y de ser un libro admirado por Fraga, que lo prologó y publicó en 1961 (cuando en España no podía publicarse nada excepto alabanzas a la “cruzada”), aunque posteriormente, ya tras los Pactos de la Moncloa y la reconversión del régimen abiertamente fascista en régimen de contrarrevolución preventiva, el volumen fuera editado con un título menos propio de la Guerra Fría (menos insistente en eso de los “rojos camuflados”) y más del gusto de algunos sectores de la pequeña burguesía nostálgica: La guerra civil española: revolución y contrarrevolución.
Hablamos de los mismos ámbitos donde se glosa este libro por el mero hecho de que somete a los comunistas a durísimas, casi obsesivas críticas, fruto de la relación de Bolloten con Gorkin, antiguo dirigente del POUM que acabó militando en el PSOE y trabajando para el “Congreso por la Libertad de la Cultura”, organización promovida y financiada por la inteligencia estadounidense. En algunos de sus últimos trabajos, James Petras nos ha prevenido contra lo que se oculta tras estos “profesionales del antiestalinismo” (tras esta “OTAN cultural”, como la denomina Petras).
Es en los mismos ámbitos en los que se defiende a Gorkin y a Bolloten donde se defiende también el homenaje institucional a Andreu Nin celebrado en el Parlament de Catalunya en junio de 2013, con la colaboración de organizaciones necesarias para el capitalismo como CiU, ERC, PSC, CC OO, UGT… Pero en ese bochornoso homenaje también tuvieron voz varias organizaciones trotskistas como En Lucha o Izquierda Anticapitalista.
Viendo el desarrollo del acto del Parlament, las intervenciones centradas en atacar a los comunistas, a la Unión Soviética, a Stalin, vale preguntarse por qué se homenajea a Nin. Efectivamente, el asesinato de Nin (detenido el 16 de junio del 37) por parte de los comunistas fue un acto inexcusable, pero no más que el asesinato previo (el 5 de mayo) de Antonio Sesé, dirigente del PSUC y secretario general de la UGT catalana, por parte de los anarquistas durante los Hechos de Mayo del 37. O no más que el asesinato del militante del PSUC Roldán Vidiella, secretario del Ministerio de Trabajo de la Generalitat, el 25 de abril. Por no hablar del posterior plan frustrado de militantes poumistas para asesinar a Negrín y Álvarez del Vayo. Con todo, son sólo ejemplos de entre los muchos que podrían ponerse.
La manipulación sobre los Hechos de Mayo, las injurias contra el POUM (aprovechando el famoso telegrama del embajador Faupel al gobierno alemán) fueron lamentables. Pero igualmente lo fueron las calumnias contra el PCE y el PSUC. Algunos ejemplos: un pleno de la AIT celebrado en París el 11 de junio de 1937 habló del “plan contrarrevolucionario” del PCE y la URSS para “servir a los intereses capitalistas anglo-franco-norteamericanos”. Abad de Santillán y García Oliver también se sumaron a la idea de una “conspiración soviética” para desatar los Hechos de Mayo. Pelai Pagés apoyó la idea, pero añadió entre los conspiradores a “elementos dudosos de la extrema derecha catalana”. El dirigente del POUM Wildebaldo Solano habló de una “conspiración estalinista” para “construir una democracia popular” en España y “abrir las puertas a Franco”, lo que aparte de una calumnia es… una contradicción. ¿Por qué siempre se habla de las calumnias contra el POUM y nunca de las calumnias del POUM y los anarquistas contra el PCE y el PSUC (e incluso de algunos anarquista contra... la propia CNT “contrarrevolucionaria”)?
Y es que, muy a disgusto del victimismo habitual, como hemos visto no todas las balas ni todas las acusaciones dispararon hacia el POUM. Ahora bien, ¿quién, y con qué fin, escoge los temas sobre los que debe hablarse, los hechos que deben “homenajearse” y los crímenes sobre los que debe “pedirse perdón”?
Una última reflexión: nosotros admiramos a José Díaz, pero rechazaríamos como una perversión un homenaje a José Díaz en el Parlamento de Andalucía que viniera avalado y presidido por el PSOE, el PP y los sindicatos del régimen y que fuera aprovechado para atacar la obra de la construcción socialista. De hecho, las organizaciones simpatizantes de Nin que se prestaron a participar en esto tenían otra opción: rechazar, desde una posición revolucionaria, el acto, arguyendo por ejemplo que “no hacía justicia a la figura histórica” del dirigente del POUM. Por desgracia su posición fue bien diferente.
Memoria histórica para conquistar el futuro
Desde Red Roja, en cambio, nos negamos a caer en las trampas del régimen. Como decíamos en “El espacio político e ideológico de Red Roja”, “en tiempos de profunda crisis sistémica del capitalismo y gravísimas agresiones a los pueblos, más que nunca debemos reivindicar con orgullo la historia revolucionaria, así como debemos reconocer, criticar y superar los errores, de nuestro movimiento comunista. Y ello a distintos niveles: primeramente, por los innegables logros sociales alcanzados por aquellos países que a lo largo del siglo XX optaron por la edificación de una sociedad socialista. Pero también por nuestros ejemplos de organización y de creación de Poder Popular, sin comparación posible con otras corrientes ideológicas que se han dado en el movimiento obrero”.
Sólo reconociendo los méritos de quienes se han enfrentado al capitalismo en nuestro pasado podremos quitarnos los complejos de encima y sentar las bases para acabar conquistando nuestro futuro. En este sentido, y por una cuestión de memoria histórica revolucionaria, debemos reivindicar la actuación de los comunistas (nativos y extranjeros) durante la Guerra Antifascista Revolucionaria de 1936-1939, las Brigadas Internacionales, el Quinto Regimiento, la defensa de Madrid... Pues no sólo su actitud fue heroica, sino que su línea política fue correcta en lo fundamental, aunque se cometieran algunos errores.
Nuestra guerra popular fue nuestra revolución, pues en aquel entonces la lucha contra el fascismo era también la construcción de un mundo nuevo. Así lo han expresado incluso autores ajenos al marxismo, como Paul Preston, que comparó este proceso de liberación e instrucción popular, esta época de mejoramiento de la vida de los desheredados que desató la ira armada de los poderosos, con otros procesos vividos posteriormente en Chile, Cuba o Nicaragua. Aun con todos los errores que puedan buscarse en todos estos procesos revolucionarios…
Nosotros no reivindicaremos en otros pueblos determinados procesos, para luego mirarlos con desdén en el espejo de nuestra propia historia. Y esta reivindicación es inexcusable, pues, por más que lo oculten los panfletos de los medios de comunicación, los comunistas fueron protagonistas destacados de una de las resistencias antifascistas más heroicas de todos los tiempos.
No pediremos perdón por ello.
texto de Manuel Navarrete - publicado por Red Roja en marzo de 2014
Sólo reconociendo los méritos de quienes se han enfrentado al capitalismo en nuestro pasado podremos quitarnos los complejos de encima y sentar las bases para acabar conquistando nuestro futuro...
Introducción
Al acometer los debates históricos, la primera marca distintiva de Red Roja debe ser el huir de las argumentaciones simplistas que tienden únicamente a justificar una tradición política “de capilla” sobre las demás. Por ejemplo, si se ponen a consideración las diatribas internas de nuestro bando en la Guerra Antifascista Revolucionaria, debemos huir de las admoniciones tendenciosas del estilo de “el POUM conspiró con el nazismo”, “el estalinismo quería aplastar la revolución”, etc. Afirmaciones así no solamente son falsas, careciendo de la más mínima base argumental, sino que impiden que una organización pueda ser catalogada de seria y que el debate se eleve hasta un nivel aceptable.
Sin embargo, partiendo de esta base, debemos decir igualmente que en nuestra guerra popular existieron divergencias tácticas dentro del propio campo revolucionario ante las que tampoco podemos ser neutrales; y de ellas se derivan debates que, como organización, no podemos rehuir, pues sería una concesión al oportunismo que, finalmente, perjudicaría la clarificación política necesaria aquí y ahora.
Un ejemplo: como expondremos más adelante, es natural que quien no es capaz de distinguir los actores en una guerra entre el fascismo internacional y el Frente Popular, inventándose un supuesto “tercer bando revolucionario”, tampoco sepa distinguir los actores en una guerra entre el imperialismo internacional y la Libia de Gadafi, sacándose de la manga asimismo un “tercer bando”, no por revolucionario menos insignificante ante los desarrollos y cauces reales del conflicto. La correcta jerarquización de las contradicciones en base a las enseñanzas del marxismo, ahora como en 1936, es un aspecto fundamental de la línea política de cualquier organización que aspire a ser revolucionaria. Aprender del pasado es, pues, fundamental para no equivocarse en la actualidad; y no existe casualidad alguna en el hecho de que quienes caracterizaron mal el pasado también caractericen mal el presente.
Así pues, al no ser los debates históricos algo baladí, ni la memoria histórica algo que pueda “olvidarse” o aparcarse sin más, en Red Roja debemos conjugar la necesaria unidad interna en torno a nuestro triple criterio político (válido para desarrollar el proceso revolucionario que nos ha tocado vivir), con la canalización de los igualmente necesarios debates históricos e ideológicos que también vierten importantes enseñanzas útiles para la actualidad. Enseñanzas que, más temprano que tarde, las circunstancias históricas nos exigirán haber asimilado; pero cuyo plazo de resolución puede gozar en cambio de una amplitud relativamente mayor.
La caracterización de la contienda
El debate sobre la Guerra Antifascista Revolucionaria de 1936-1939 se ha enmarañado habitualmente en la falsa diatriba entre “ganar la guerra” o “hacer la revolución”. Pero, evidentemente, un debate así planteado es falso. La guerra era en sí misma revolucionaria y, además, era necesario ganarla para poder edificar una sociedad revolucionaria.
Pero, es más, tras la victoria electoral del Frente Popular y el golpe de Estado fascista, la república se estaba transformando a pasos agigantados en una República Popular: en la zona republicana, la tierra estaba en manos de los campesinos y los terratenientes habían huido; la industria había sido casi completamente nacionalizada y puesta al servicio del esfuerzo de guerra; la banca había sido expropiada y nacionalizada; el ejército de casta había sido sustituido por el pueblo en armas; las organizaciones de la oligarquía habían sido ilegalizadas y expropiadas, incluyendo a la todopoderosa Iglesia Católica…
Así pues, la República del Frente Popular, y particularmente la república que se reconstruye tras el golpe de Estado del 18 de julio, a diferencia de la República de 1931, no era ya una república capitalista, aunque tampoco fuera una república socialista. Era, desde luego, una república popular, antioligárquica, antimonopolista, que había cumplido las tareas de la primera fase de la revolución, el “programa de mínimos” teorizado en 1935 por el PCE; y era una república que ahora se aprestaba a presentar una heroica batalla contra el poderoso y todavía invicto fascismo europeo, como condición ineludible para iniciar la edificación socialista y hacer realidad el programa de máximos.
Tras el asalto de la clase trabajadora al Cuartel de la Montaña, con el pueblo armado hasta los dientes y expropiadas las grandes empresas, ¿cómo seguir considerándola simplemente como una república burguesa más? Era algo más, y así lo expresó abiertamente Mundo Obrero, que en el editorial del 26 de enero del 37 explicaba claramente que “nuestra República no es la de 1931. Más decimos: no es tampoco la República inmediatamente anterior al 18 de julio de 1936”, pues la república que ellos estaban defendiendo “no tiene nada que ver con la mal llamada democracia de los países capitalistas”. Incluso el 23 de marzo de 1938, el PCE seguía proclamando en el editorial de Mundo Obrero: “el pueblo español no hace su revolución al gusto del capitalismo”, para acabar proclamando que la revolución “vencerá con la oposición al capitalismo, sin pactos ni mediadores”.
Más allá de las afirmaciones apaciguadoras que, con intenciones políticas, se hicieran en determinados momentos de la guerra para proteger la pluralidad del frente antifascista que se había creado, ésta era la línea política y la estrategia del Partido Comunista. Pero, como dijo José Díaz, “el Frente Popular es la formación política que corresponde a esta etapa de la revolución”.
Así lo comprendió igualmente la tan denostada Unión Soviética de Stalin, que, a diferencia de las llamadas “democracias occidentales”, cómplices vergonzantes del fascismo, fue el único país que apoyó lealmente a nuestra república revolucionaria. Y así lo comprendieron también las masas trabajadoras del Estado español, que engrosaron fervorosamente las filas del PCE, UGT, CNT y otras organizaciones integrantes del Frente Popular.
Fue una minoría, básicamente el pequeño POUM y los autodenominados “Amigos de Durruti” (un grupúsculo barcelonés expulsado de la CNT), la que no quiso comprender que una victoria del bando popular ponía a la república española en inmejorables condiciones para iniciar la construcción socialista.
El mito del “tercer campo”
Así se construyó la idea de que “no había dos, sino tres bandos”: el fascismo, la república “burguesa” y… el bando revolucionario. Evidentemente, esto implicaba dos errores. Por un lado, se calificaba de burguesa a una república que ya no era tal cosa, pues como hemos dicho el pueblo estaba en armas y la propiedad estaba fundamentalmente colectivizada, por lo que podía hablarse de una república popular y en transformación (de igual modo que la Venezuela actual, con su explosión de Poder Popular, no puede ser calificada sin más y de manera simplista como una “república burguesa”). Por otro lado, tampoco se comprendía que, normalmente (y ésta no era la excepción), en una guerra civil existen dos bandos fundamentales, pues las fuerzas históricas significativas y con posibilidades de victoria sólo pueden estar aglutinadas.
Algo muy similar –lo hemos adelantado- a cuando la LIT-Cuarta Internacional se negaba a apoyar a Hugo Chávez, o se niega a apoyar a su sucesor Maduro, argumentando que la V república “no es más que una república burguesa” y buscando un inexistente “tercer bando” entre Chávez y la oligarquía. O a cuando desde dicho sector, y otros análogos, se buscaba un inexistente “tercer bando revolucionario” entre el imperialismo y Gadafi, o entre el imperialismo y el gobierno sirio.
Si ese “tercer bando” no existe (o si, como sucede más frecuentemente, existe pero sus fuerzas son insignificantes en una situación de guerra abierta), se corre el riesgo de caracterizar mal a los contendientes y perjudicar a la causa popular. Y lo que es aplicable para Libia, Siria o Venezuela lo es también para nuestra Guerra Antifascista Revolucionaria.
El desarrollo de las contradicciones históricas
Por ello, y tratando de comprender adecuadamente la cuestión de las alianzas durante las distintas fases del proceso revolucionario, en nuestro documento “El espacio político e ideológico de Red Roja”, aprobado el el I Congreso de Red Roja, decíamos lo siguiente: “Apostamos por un proceso constituyente hacia una III República (o Repúblicas) en línea histórica con el Frente Popular que dio la victoria electoral a las fuerzas trabajadoras y populares el 16 de febrero de 1936”. En efecto, Red Roja ha dado en la tecla pues es necesario reivindicar el legado histórico del Frente Popular y sus enseñanzas históricas.
Hoy día también es necesaria una alianza de las clases populares para la revolución democrática-popular (necesaria para sentar las bases de la revolución socialista); un referente que, acometiendo la contradicción principal del momento (la que enfrenta a las capas populares con el pago de la deuda a la oligarquía financiera), supere la clásica doctrina de “clase contra clase” propia del “tercer periodo” de la Internacional Comunista. Curiosamente, los mismos que denostan la lógica de este “tercer periodo”, argumentando que gracias a la desunión con los socialistas fue posible la victoria de Hitler en Alemania, no extienden esa enseñanza al Estado español de la época. Y cuando la IC rectificó su error e implementó la táctica de Frente Popular, comprendiendo la necesidad de unidad antifascista para frenar al fascismo y, en nuestro caso concreto, a Franco, esos sectores comenzaron a usar los mismos razonamientos del odiado “tercer periodo”; razonamientos que, de hecho, eran una constante en el POUM.
La realidad es que, en nuestra guerra (como en todas), sólo la victoria sobre el fascismo o sobre el invasor (batalla que, a despecho de las idealizaciones de George Orwell, exigía disciplina, regularización militar y mando único) podía abrir la puerta a la transformación socialista de la sociedad y las colectivizaciones subsiguientes. Y para ello, por supuesto, todas las armas debían concentrarse en el frente, no en las “aventuras revolucionarias” de la retaguardia. Sólo el PCE comprendió esto. Como sólo el PCE comprendió que, tras la invasión de las tropas italianas y alemanas, nuestra guerra revolucionaria adquiría resonancia internacional y sólo una victoria popular podía liberar al Estado español de convertirse en un Estado títere al servicio del Eje fascista.
Pero abordemos otro aspecto clave que, por puro interés partidista, suele pasarse por alto. Se confunde habitualmente nacionalización con socialización, pero no son lo mismo. Una economía de guerra sólo puede estar nacionalizada (es decir, puesta en manos del Estado) y al servicio del esfuerzo de guerra. Así, durante la Guerra Civil Rusa (1918-1921), el llamado “comunismo de guerra” bolchevique nacionalizó la producción, poniéndola en manos del Estado (y no de los soviets bajo “control obrero”, como había estado hasta el 18); prohibió, además, terminantemente el comercio. Sólo años más tarde, a partir de 1928, la tierra pudo ser, entonces sí, colectivizada y comenzó la planificación económica. Pero es más: Inglaterra, EE UU, Italia, Japón y todas las potencias capitalistas nacionalizaron también buena parte de su economía, y en concreto la industria, para hacer frente a la II Guerra Mundial. Lógicamente, una guerra a vida o muerte no es el momento adecuado para bucólicos experimentos de “socialización autogestionaria” autosuficiente en la retaguardia; experimentos, por lo demás, fáciles cuando los “señoritos” habían huido a la otra zona.
Mao lo comprendió igualmente a la perfección cuando teorizó la necesidad de diferenciar en cada periodo la contradicción principal de las secundarias, es decir, de las que pueden “aplazarse”. Cuando el imperialismo japonés invadió China, la contradicción principal, que impedía el desarrollo completo de cualquier otra lucha (incluida la de clases), era la brutal ocupación militar japonesa. En consecuencia, los comunistas se unieron al Kuomintang burgués para expulsar al invasor. Aunque el Kuomintang los traicionó en diversas ocasiones, sin su concurso no habría sido posible expulsar a las tropas niponas. Más tarde, una vez expulsados los invasores, la contradicción principal volvió a ser la que enfrentaba a los comunistas con el Kuomintang. Se batieron, pues, en una guerra civil y, en 1949, los comunistas tomaron el poder, iniciándose en China la edificación socialista.
Fidel Castro, en Cuba, no hizo su revolución en nombre del socialismo, sino que proclamó el carácter socialista de dicha revolución… en 1961. Es decir, más de dos años después de finalizada la guerra popular y revolucionaria. Igualmente, no nacionalizó la United Fruit Company en 1956, tras desencadenar la guerra de guerrillas, sino en 1960, más de un año después de la derrota del ejército oponente.
Todos estos ejemplos sólo sirven para ilustrar una tesis, por lo demás, obvia: el “canon Ken Loach”, según el cual la revolución, la construcción socialista, la puesta de los medios de producción en manos de los mismos productores (en una palabra: la socialización), debe hacerse desde el primer día o durante la propia guerra popular revolucionaria, es históricamente falaz. La guerra revolucionaria se decide ante todo en los frentes, en sacrificios enormes, ganando batallas contra la oligarquía armada, no en una aldea feliz de Aragón como la retratada en Tierra y Libertad. Afortunadamente, en la hermosa película La canción de Carla, Loach fue incoherente y no denunció a los sandinistas por el mismo motivo.
¿Revolución en la retaguardia de la revolución?
Insistamos, pues, en una idea clave: es absurdo pensar que una revolución acosada por una tropa fascista internacional puede completarse “en la retaguardia”, espoleada por la colectivización de algunos terrenos (colectivización, como ya señalamos, bastante fácil cuando los propietarios han huido a la zona fascista, o están solos o en minoría).
¿Qué significaba en aquellas circunstancias hacer la revolución en la retaguardia? ¿Que el gobierno del Frente Popular, que todavía se batía a vida o muerte, debía caer? Semejante idea sólo puede ser consecuencia de una errónea caracterización de la contienda, pues sólo sería comprensible si la guerra se caracterizara como una “guerra interimperialista” en la que debías desear la derrota de “tu” bando.
Hay que recordar que el POUM llegó a desmovilizar a tropas del frente de Aragón (el batallón 29) para llevarlas a la retaguardia a “hacer su revolución” durante los Hechos de Mayo de 1937 en Barcelona. Incluso (recordemos: en mitad de una guerra) decretaron… la Huelga General (que, por supuesto, fue un fracaso). Todo esto debe ser rechazado y criticado como un gravísimo error táctico, lleno de aventurerismo, de sectarismo y de incomprensión de las prioridades, pues no estábamos ante una guerra interimperialista, entre dos bandos igualmente abyectos, sino ante una guerra popular y revolucionaria. Así lo han comprendido los más importantes historiadores marxistas sobre el periodo, como Manuel Tuñón de Lara, Pierre Vilar, Ferrán Gallego; e incluso autores no marxistas pero simpatizantes de la causa republicana y popular, como Herbert R. Southworth, Ángel Viñas, Fernando Hernández Sánchez... Aunque naturalmente no lo haya entendido así el historiador y militante trotskista Pierre Broué.
Hay más: los propios dirigentes principales de la CNT de la época (Federica Montseny, García Oliver, Joan Peiró) fueron los primeros en condenar esta insurrección en la retaguardia y en pedir que se retiraran las barricadas para no romper la unidad antifascista. En realidad, la actitud de los sublevados en mayo del 37 no era muy diferente a la de los marinos de Kronstadt que, en 1921, se rebelaron contra los bolcheviques y su “capitalismo de Estado”, siendo aplastados por... Trotsky. Ese mismo año Lenin, sin el menor complejo, defendía la retirada táctica temporal que supuso la NEP.
Tras tanta tinta derramada sobre los Hechos de Mayo, se intentan confundir los hechos con demasiada frecuencia. Se ocultan realidades como que la CNT sólo apoyó parcialmente los hechos en las primeras horas, y que su apoyo tenía razones completamente diferentes a las del POUM. La CNT formaba parte destacada del gobierno de la Generalitat y era explícitamente partidaria de un gobierno de frente popular con el PSUC y ERC. Sin embargo, tenía una visión “fragmentaria” del poder, y en mayo aspiraba simplemente a enseñar músculo para que el sindicato mantuviera las cuotas de poder y las posiciones adquiridas en las calles de Barcelona tras el alzamiento fascista. Este sindicato jamás tuvo una alianza con el POUM y, de hecho, contestó con una negativa frontal ante la idea poumista de conformar un bloque “revolucionario” al margen y contra el Frente Popular. En suma, la CNT comprendía a la perfección lo que en España comprendieron todos excepto los poumistas: que la contrarrevolución española (y también catalana) de la guerra civil era… el fascismo.
Hasta Joaquín Maurín, el primer secretario general del POUM, acabó reflexionando en los siguientes términos: “El ejecutivo del POUM no comprendió nunca que lo primero era ganar la guerra. Antepuso la revolución a la guerra, y perdió la guerra, la revolución y se perdió a sí mismo. Lo que Engels dijo de los anarquistas españoles en 1873, es decir, que actuaron como no debían haber actuado, puede decirse aproximadamente del POUM en 1936-1937”.
El homenaje institucional a Nin
Así pues, líneas de análisis políticos tan alejadas de la realidad deberían haber quedado superadas hace muchísimos años. Y, a nivel general, así es. Sin embargo, en ciertos ámbitos este enfoque sigue siendo un dogma incuestionable.
Los mismos ámbitos donde -y todos lo hemos visto- se continúan alabando y recomendando libros como El Gran camuflaje de Burnett Bolloten, a pesar de la deriva política del autor, de sus progresivas simpatías franquistas y de ser un libro admirado por Fraga, que lo prologó y publicó en 1961 (cuando en España no podía publicarse nada excepto alabanzas a la “cruzada”), aunque posteriormente, ya tras los Pactos de la Moncloa y la reconversión del régimen abiertamente fascista en régimen de contrarrevolución preventiva, el volumen fuera editado con un título menos propio de la Guerra Fría (menos insistente en eso de los “rojos camuflados”) y más del gusto de algunos sectores de la pequeña burguesía nostálgica: La guerra civil española: revolución y contrarrevolución.
Hablamos de los mismos ámbitos donde se glosa este libro por el mero hecho de que somete a los comunistas a durísimas, casi obsesivas críticas, fruto de la relación de Bolloten con Gorkin, antiguo dirigente del POUM que acabó militando en el PSOE y trabajando para el “Congreso por la Libertad de la Cultura”, organización promovida y financiada por la inteligencia estadounidense. En algunos de sus últimos trabajos, James Petras nos ha prevenido contra lo que se oculta tras estos “profesionales del antiestalinismo” (tras esta “OTAN cultural”, como la denomina Petras).
Es en los mismos ámbitos en los que se defiende a Gorkin y a Bolloten donde se defiende también el homenaje institucional a Andreu Nin celebrado en el Parlament de Catalunya en junio de 2013, con la colaboración de organizaciones necesarias para el capitalismo como CiU, ERC, PSC, CC OO, UGT… Pero en ese bochornoso homenaje también tuvieron voz varias organizaciones trotskistas como En Lucha o Izquierda Anticapitalista.
Viendo el desarrollo del acto del Parlament, las intervenciones centradas en atacar a los comunistas, a la Unión Soviética, a Stalin, vale preguntarse por qué se homenajea a Nin. Efectivamente, el asesinato de Nin (detenido el 16 de junio del 37) por parte de los comunistas fue un acto inexcusable, pero no más que el asesinato previo (el 5 de mayo) de Antonio Sesé, dirigente del PSUC y secretario general de la UGT catalana, por parte de los anarquistas durante los Hechos de Mayo del 37. O no más que el asesinato del militante del PSUC Roldán Vidiella, secretario del Ministerio de Trabajo de la Generalitat, el 25 de abril. Por no hablar del posterior plan frustrado de militantes poumistas para asesinar a Negrín y Álvarez del Vayo. Con todo, son sólo ejemplos de entre los muchos que podrían ponerse.
La manipulación sobre los Hechos de Mayo, las injurias contra el POUM (aprovechando el famoso telegrama del embajador Faupel al gobierno alemán) fueron lamentables. Pero igualmente lo fueron las calumnias contra el PCE y el PSUC. Algunos ejemplos: un pleno de la AIT celebrado en París el 11 de junio de 1937 habló del “plan contrarrevolucionario” del PCE y la URSS para “servir a los intereses capitalistas anglo-franco-norteamericanos”. Abad de Santillán y García Oliver también se sumaron a la idea de una “conspiración soviética” para desatar los Hechos de Mayo. Pelai Pagés apoyó la idea, pero añadió entre los conspiradores a “elementos dudosos de la extrema derecha catalana”. El dirigente del POUM Wildebaldo Solano habló de una “conspiración estalinista” para “construir una democracia popular” en España y “abrir las puertas a Franco”, lo que aparte de una calumnia es… una contradicción. ¿Por qué siempre se habla de las calumnias contra el POUM y nunca de las calumnias del POUM y los anarquistas contra el PCE y el PSUC (e incluso de algunos anarquista contra... la propia CNT “contrarrevolucionaria”)?
Y es que, muy a disgusto del victimismo habitual, como hemos visto no todas las balas ni todas las acusaciones dispararon hacia el POUM. Ahora bien, ¿quién, y con qué fin, escoge los temas sobre los que debe hablarse, los hechos que deben “homenajearse” y los crímenes sobre los que debe “pedirse perdón”?
Una última reflexión: nosotros admiramos a José Díaz, pero rechazaríamos como una perversión un homenaje a José Díaz en el Parlamento de Andalucía que viniera avalado y presidido por el PSOE, el PP y los sindicatos del régimen y que fuera aprovechado para atacar la obra de la construcción socialista. De hecho, las organizaciones simpatizantes de Nin que se prestaron a participar en esto tenían otra opción: rechazar, desde una posición revolucionaria, el acto, arguyendo por ejemplo que “no hacía justicia a la figura histórica” del dirigente del POUM. Por desgracia su posición fue bien diferente.
Memoria histórica para conquistar el futuro
Desde Red Roja, en cambio, nos negamos a caer en las trampas del régimen. Como decíamos en “El espacio político e ideológico de Red Roja”, “en tiempos de profunda crisis sistémica del capitalismo y gravísimas agresiones a los pueblos, más que nunca debemos reivindicar con orgullo la historia revolucionaria, así como debemos reconocer, criticar y superar los errores, de nuestro movimiento comunista. Y ello a distintos niveles: primeramente, por los innegables logros sociales alcanzados por aquellos países que a lo largo del siglo XX optaron por la edificación de una sociedad socialista. Pero también por nuestros ejemplos de organización y de creación de Poder Popular, sin comparación posible con otras corrientes ideológicas que se han dado en el movimiento obrero”.
Sólo reconociendo los méritos de quienes se han enfrentado al capitalismo en nuestro pasado podremos quitarnos los complejos de encima y sentar las bases para acabar conquistando nuestro futuro. En este sentido, y por una cuestión de memoria histórica revolucionaria, debemos reivindicar la actuación de los comunistas (nativos y extranjeros) durante la Guerra Antifascista Revolucionaria de 1936-1939, las Brigadas Internacionales, el Quinto Regimiento, la defensa de Madrid... Pues no sólo su actitud fue heroica, sino que su línea política fue correcta en lo fundamental, aunque se cometieran algunos errores.
Nuestra guerra popular fue nuestra revolución, pues en aquel entonces la lucha contra el fascismo era también la construcción de un mundo nuevo. Así lo han expresado incluso autores ajenos al marxismo, como Paul Preston, que comparó este proceso de liberación e instrucción popular, esta época de mejoramiento de la vida de los desheredados que desató la ira armada de los poderosos, con otros procesos vividos posteriormente en Chile, Cuba o Nicaragua. Aun con todos los errores que puedan buscarse en todos estos procesos revolucionarios…
Nosotros no reivindicaremos en otros pueblos determinados procesos, para luego mirarlos con desdén en el espejo de nuestra propia historia. Y esta reivindicación es inexcusable, pues, por más que lo oculten los panfletos de los medios de comunicación, los comunistas fueron protagonistas destacados de una de las resistencias antifascistas más heroicas de todos los tiempos.
No pediremos perdón por ello.