Dejo un artículo publicado hoy en el diario "Deia" escrito por Asier Blas Mendoza, profesor de la Universidad en Ciencias Políticas.
Teniendo en cuenta el medio en que se publica, decir que no es un artñiculo "ideologizado", sino más para "públicos amplios".
Crisis ucraniana y vergüenza democrática
Por Asier Blas Mendoza - Jueves, 27 de Marzo de 2014 -
La política internacional, y por extensión la realpolitik como su paradigma dominante, es extraordinariamente miserable para aquellas personas que creemos en la democracia por encima de las prioridades geoestratégicas personales. Es en este triste escenario donde se imponen las dobles varas de medir y la manipulación informativa.
Ucrania, como la mayoría de países postsoviéticos, es un país empobrecido y con una clase política y empresarial muy corrupta. Sin embargo, desde el punto de vista democrático, según los informes de la Unión Europea y el índice de democracia de The Economist, era considerado como uno de los más democráticos en ese entorno postsoviético. Yanukovich llegó al poder desde la oposición en 2010, tras derrotar a Timoshenko (primera ministra por entonces) en unas elecciones que, según la OSCE, cumplieron los estándares democráticos.
A partir de ahí, hemos asistido a un ejercicio de reescribir la historia que no se sostiene en las hemerotecas. Yanukovich representaba principalmente a la comunidad rusoparlante de Ucrania, pero, a pesar de ello, desde el inicio de su mandato sus relaciones con Moscú fueron tensas, mucho más que con Occidente. El problema con la UE era de exclusividad en las relaciones. Bruselas no aceptaba la posibilidad de que Ucrania firmará un acuerdo de asociación con ella y otro con Rusia para la Unión Aduanera. Ante tal tesitura, el presidente y el gobierno ucraniano optaron por priorizar la entente con Bruselas. En este difícil contexto, Ucrania sufrió esporádicamente boicots comerciales más o menos explícitos por parte de Rusia, continuó pagando altos precios por el gas, aguantó las críticas del presidente Putin por el encarcelamiento de la corrupta Timoshenko y decepcionó al Kremlin implicándose en maniobras militares de la OTAN en las que las fuerzas armadas ucranianas participaron, como las de noviembre de 2013 llevadas a cabo en Polonia y los Países Bálticos y que fueron interpretadas por Moscú como una provocación.
Pocos días después de esas maniobras militares, se celebró la Cumbre de la Asociación Oriental para preparar la firma de acuerdos de asociación con la UE. No obstante, el fracaso o el éxito de la cumbre lo definía Ucrania. Este país estaba involucrado en una grave crisis financiera heredada de la época de Timoshenko. Ucrania necesitaba dinero y el acuerdo de asociación comercial con la UE no lo iba a proporcionar. Al contrario, venía acompañado de la imposición de una serie de recortes, apertura de mercado a los productos de la UE e imposición o crecimiento de aranceles con el mercado ruso. Todo ello significaba que Ucrania se insertaría en el espacio económico europeo, asistiendo a una invasión de productos europeos y a un deterioro de sus exportaciones al espacio postsoviético, lo que acarrearía la destrucción de su industria y un notable empobrecimiento del país sin mediar ningún tipo de subsidio comunitario por ello. Frente a este panorama, llegó la oferta rusa de un paquete de ayudas económicas que incluía préstamos de 15.000 millones de dólares en muy buenas condiciones y una reducción de un tercio en la tarifa del gas. Solo entonces Ucrania decidió no firmar el acuerdo comercial con la UE por una pura cuestión pragmática.
Ucrania era considerado uno de los países más democráticos del entorno postsoviético, pero hemos asistido a un ejercicio de reescribir la historia que no se sostiene en las hemerotecas
Al no firmar el acuerdo de asociación, esto generó frustración en una parte de la población ucraniana. Las condiciones objetivas para la revuelta social en Ucrania son propicias por la triste situación que se vive. Ahora bien, ¿alguien puede imaginar que en una gran movilización en Bruselas se paseen entre los manifestantes embajadores y ministros de otros estados como ha pasado en Kiev? En cualquier país occidental sería inadmisible tal intromisión.
Victoria Nuland, vicesecretaria de Asuntos Exteriores de EE.UU., fue grabada en una conversación con el embajador norteamericano en Kiev en la que maldecía a la UE, aclaraba que su país estaba interviniendo en Ucrania y señalaba su preferencia por Yatsenyuk (no parece casualidad que a las pocas horas de darse el golpe de Estado este fuera designado primer ministro de Ucrania). Días después de aquella conversación, presumió en una conferencia de que desde 1991 EE.UU. ha invertido 5.000 millones de dólares en el cambio de régimen ucraniano. Dinero que suele ir a ONG como las que impulsaron las protestas en Maidán, en principio pacíficas manifestaciones que pronto se convirtieron en violentas cuando la extrema derecha adquirió protagonismo y tomó edificios públicos. Ya en enero, algunos manifestantes comenzaron a emplear pistolas y fusiles para atacar a la Policía, pero también para generar una respuesta violenta por su parte. La respuesta no llegó. A continuación, francotiradores asesinaron a más o menos cien manifestantes y policías. Fue entonces cuando se produjo el shock para dar un golpe de Estado. Los medios de comunicación occidentales señalaron a Yanukovich como el responsable. Posteriormente, hemos tenido acceso a la conversación entre Catherine Ashton y el ministro de Exteriores de Estonia. Este último, tras visitar Kiev, dijo claramente que todos los indicios apuntaban a que los francotiradores eran miembros de la oposición y que el nuevo gobierno se negaba a investigar los sucesos.
Sin embargo, la máquina de propaganda occidental había hecho ya su trabajo. En medio de una gran presión internacional, Yanukovich llegó a un acuerdo con la oposición gracias a la mediación de Alemania, Polonia y Francia. Él cumplió con lo prometido retirando a la policía, pero fue entonces cuando el sector ultraderechista de la oposición tomó con sus paramilitares el poder. El presidente y más de cien diputados huyeron, mientras el resto de los diputados se dedicaron a votar medidas ilegales, neofascistas y neoliberales bajo la atenta vigilancia de los paramilitares de ultraderecha.
Lo preocupante de todo esto es el reconocimiento del gobierno golpista por parte de la UE y EE.UU. El menguado parlamento ucraniano restituyó sin ningún procedimiento legal la Constitución ucraniana de 2004. Obviando esta irregularidad y la coacción de los grupos violentos, el proceso de destitución del presidente explicado en el artículo 111 de la constitución de 2004 no se ha cumplido. Según este, es necesario establecer una comisión de investigación con un fiscal e investigadores especiales para considerar las razones de la destitución, sus conclusiones tienen que ser presentadas ante el Parlamento y si se aceptan las conclusiones, el Parlamento puede aprobar por mayoría de 2/3 la presentación de cargos ante el Tribunal Supremo. Una vez este se haya pronunciado, el Parlamento puede destituir al presidente con una mayoría de 3/4.
En definitiva, lo único que se hizo para la destitución de Yanukovich fue una votación que arrojó un resultado de 328 a favor de la destitución y 0 en contra. No se siguió el procedimiento constitucional y no se respetó la mayoría estipulada en la Constitución de 2004 de 3/4 del Parlamento (es decir, 338 de 450). Por ello, estamos ante un golpe de Estado, pero los intereses geoestratégicos occidentales no están para exquisiteces democráticas. Otro ejemplo de esto es la composición del nuevo gobierno ucraniano, en el que hay varios ministros de ultraderecha, entre otros en los ministerios de Defensa e Interior (no es casualidad claro). A pesar de ello, la UE sigue aplaudiendo y ayudando al gobierno golpista y ha decidido olvidar que el Parlamento Europeo condenó en diciembre de 2012 al principal partido de ultraderecha ucraniano por antisemita y racista.