El campo de los comunistas está hoy muy disperso ideológicamente, organizativamente dividido y con escasa influencia entre las masas. Mas frente a la división, la propia reconstrucción de nuestro Partido es la prueba de que es posible la unidad sobre una base de principios, tras un debate y una práctica común, sin concesiones a una concepción formal de la unidad. Frente a la dispersión ideológica, nuestro Partido está empeñado en una pelea de principios contra las diversas deformaciones del leninismo que desorientan a muchos comunistas y les apartan de las que debieran ser nuestras tareas prioritarias en el momento actual.
El revisionismo moderno, en su versión carrillista, particularmente virulenta, ha inoculado en el comunismo español dos virus muy nocivos, de corte anarquizante: El primero de ellos es el cantonalismo, en sus dos versiones: el localismo y el caudillismo. Ambas desviaciones, bajo el barniz del ultrademocratismo, debilitan la participación de los militantes en la vida del Partido y en la orientación de su trabajo entre las masas; en un caso, al despreciar la política general y en el segundo al delegar en un jefe de filas, la dirección que debiera ser colectiva. En ambos casos, se termina por minar al partido y su vida colectiva, se facilita que su dirección caiga en manos de una pequeña camarilla y se anula la participación de los militantes en la vida interna.
El otro vicio, está íntimamente ligado al anterior y no es menos pernicioso. Se trata del sectarismo burocrático que aparece con el disfraz del liberalismo. El adocenamiento político que predica el revisionismo y su renuncia al carácter revolucionario del marxismo, suele ir acompañado de una concepción relajada y liberal del Partido y su relación con las masas. Para los revisionistas, el Partido es una organización de masas más, que disputa a las otras su hegemonía. El papel de los comunistas no es el de dirigir, sino el de suplantar a las masas, lo que lleva en momentos de reflujo de la lucha, como los actuales, a justificar su abandono político en el pretendido desinterés de la gente.
Como conclusión de este proceso, la izquierda institucional que se autodefine como comunista, está hoy debilitada hasta el extremo, la mayoría de su dirección y aparato controlados por camarillas que imponen su criterio a una militancia utilizada para la actividad diaria y para apoyar a tal o cual corriente en las continuas peleas internas.
Sus grupos parlamentarios y municipales (al menos en los Ayuntamientos más importantes) funcionan de manera autónoma, sin control de la organización, pregonando de puertas para afuera, sobre todo cuando se acercan las citas electorales, una retórica progresista, mientras la política práctica es contemporizadora y a menudo, de colaboración con el régimen.
Y, aunque el equipo del viejo traidor ya no está en activo, sus epígonos ideológicos siguen contaminando, no sólo a una parte sustancial de la dirección del PCE, sino a la de otras organizaciones surgidas de él tras la transición, que, aunque en algunas cuestiones (particularmente las referidas a la política internacional) continúan defendiendo el eclecticismo carrillista, en otras, atinentes a la política nacional y a la táctica de los comunistas, suelen apuntarse a un oportunismo izquierdista, particularmente sectario hacia las masas, cuyo atraso político se desprecia, con una actitud de desdén aristocrático.
Para ellos, la única movilización que existe es la que ellos encabezan, por muy marginal que sea. Se consideran a sí mismos como “demiurgos” de la lucha y terminan por frustrar así cualquier intento de avanzar en la unidad.
Es cierto que hoy las masas desconfían de la organización y de la política y por eso proliferan las formas más primitivas de coordinación: foros virtuales, movilizaciones puntuales, sin continuidad, etc. Pero, a la vista del panorama de la izquierda actual en España, ¿quién puede reprochárselo?
En esta situación, el movimiento de masas se enfrenta a una pelea muy dura, en una coyuntura marcada por la crisis capitalista; que no es sólo una crisis económica, sino también una profundísima crisis política que la oligarquía pretende afrontar acercándose peligrosamente al fascismo. Y lo hace en condiciones de extrema debilidad y con una izquierda institucional también debilitada, sin alternativas, al haber abandonado la perspectiva de clase y controlada por elementos degenerados y cómplices de la burguesía.
Hoy, nuestro Partido, encara su próximo congreso y debemos tener muy presente esta situación, porque los debates de nuestro congreso no sólo sirven a la organización para profundizar en el análisis de la situación y de nuestra intervención política; van a servir también de referencia a muchos comunistas desorientados y sin perspectivas, muchos de ellos, hoy manipulados por el revisionismo.
Hemos insistido muchas veces en la necesidad de reforzar nuestra ligazón con las masas e implicarnos activamente en sus luchas para orientarlas hacia la coordinación, la superación del localismo y de la despolitización, que son lastres que impiden alcanzar mayores objetivos.
Ese es, junto al reforzamiento ideológico y político de nuestro Partido, el eje central de los debates de nuestro congreso. Se ha avanzado mucho. La pelea ideológica contra las tendencias “radical oportunistas” y su tendencia disgregadora, y el reformismo conciliador, ha contribuido a abrir un debate en el campo comunista, en el que nuestra posiciones son vistas con respeto. La realidad ha venido a confirmar que tenemos razón al insistir en la necesidad de reforzar la unidad del movimiento popular y al exigir con la misma contundencia, claridad y firmeza de principios en el campo comunista.
Pero no somos conformistas: debemos avanzar mucho más en la articulación colectiva de nuestro trabajo entre las masas. Hay miles de trabajadores que están movilizándose por sus problemas inmediatos, a los que debemos llegar a través de sus organizaciones propias: sindicales, vecinales, culturales, estudiantiles, etc.
Hay miles de trabajadores que, faltos de orientación, buscan coordinarse a través de las más diversas formas, para unificar sus reivindicaciones. Son estadios primitivos de la organización, sin duda; pero hoy constituyen la parte más numerosa del movimiento popular que se separa cada vez más de la izquierda institucional y es una fuerza formidable cuando logra actuar al unísono. Es ahí donde está el germen de formas superiores de lucha que está en nuestra mano contribuir a crear.
Los comunistas no competimos con las organizaciones que se dan las masas; por el contrario, somos un elemento más en sus luchas, un elemento consciente y disciplinado, sí, pero no separado de sus experiencias prácticas.
En los combates por venir, el proletariado y las clases populares van a necesitar el máximo de unidad y los comunistas debemos trabajar denodadamente por ella, con nuestra capacidad de análisis dialéctico y nuestra vida colectiva.